Arendt viene a decir, por tanto, que Eichmann había podido ser un atento lector de
Kant, pero que había manipulado y pervertido su mensaje.
Onfray reacciona y es de la opción contraria: la versión kantiana que el criminal de guerra expuso durante su juicio –básicamente que obedecía órdenes de sus superiores– es correcta y demuestra que el sistema ético de Kant es compatible con el argumento básico del genocida, con los peores pasajes de la obediencia ciega y debida. Para exponer sus razones,
Onfray escribió el texto
Un kantiano entre los nazis y la obra de teatro
El sueño de Eichmann, publicados conjuntamente en la edición de Gedisa. En esta última, el mismísimo Kant visita en sueños a Eichmann dos horas antes de su ejecución. Los dos hombres mantienen un diálogo filosófico de primera sobre la obediencia, sobre la ética, sobre el deber y la justicia, con alguna intervención socarrona de un tercero, que es
Nietzsche. A ese libro corresponde este siguiente párrafo:
“El sueño de Eichmann” es una obra de teatro filosófico de Michel Onfray. En la edición de Gedisa se presenta acompañada del estudio “Un kantiano entre los nazis”.
Eichmann: (…) Mi padre leía conmigo y me ayudaba a comprender lo que usted decía. Hablábamos de los temas que él consideraba importantes y me daba ejemplos…
Kant: ¿Ejemplos?
Eichmann: Sí, para hacerme comprender la teoría, me pintaba una situación que hacía más claro el pensamiento.
Kant: Por ejemplo…
Eichmann: Por ejemplo, sobre el imperativo categórico…
Kant: ¿Ah, sí? (Dudando). ¿Y usted podría decirme algo más del imperativo categórico?
Eichmann: Sí, por supuesto…
Kant: Por ejemplo… ¿qué es el imperativo categórico?
Eichmann: Por supuesto. Yo diría… (Se detiene un momento y, como si recitara una lección, continúa). El principio que rija mi voluntad debe ser siempre de tal condición que pueda constituir el principio de leyes generales (…).
Kant (retomando su ímpetu y luego con tono erudito): Digamos… Yo escribí precisamente: “Obra de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda al mismo tiempo valer siempre como principio de una legislación universal”. Por lo tanto, sí, podemos decir que lo que usted dijo…
Eichmann: Bien sí…
Kant: ¿Entonces?
Eichmann: Entonces yo intenté poner en práctica esta idea y vivir toda mi vida según ese principio.
Kant: ¿Y con esa idea contribuyó a dar muerte a millones de personas organizando formaciones de trenes que los conducía a los campos de exterminio? ¿Cree usted que uno puede poner en práctica mi filosofía exigente, austera, rigurosa y difícil, y desembocar sin más en una aberración semejante? (…) La filosofía no es un asunto fácil… y la mía, aún menos. Uno no se acerca a ella sin pincharse. Además, yo no escribo para la mayoría. Me gustaría mucho hacerlo, pero mis temas no lo permiten… Imagina usted bien que cuando uno ha comprendido, si está completamente seguro de haber comprendido, sólo ha recorrido la mitad del camino. Pues luego hay que pasar al acto, ajustar la práctica a la teoría. Usted conoce mi imperativo categórico, sea. Ya es algo y está bien. Pero ¿qué puede usted haber comprendido adecuadamente de él para haber hecho lo que hizo? ¡Millones de muertos! ¡Realmente! (Agotado, irritado). En el caso muy preciso de la solución final, ¿querría alguien universalizar esa máxima?
Eichmann: Mi problema no era el contenido de la máxima, sino la máxima misma. Me daban órdenes; yo debía obedecerlas. No tenía que examinarlas, discutirlas ni comentarlas. No tenía que examinar su legitimidad (…). Por otra parte, si en aquella época me hubieran dicho: “Tu padre es un traidor, debes matarlo”, yo lo habría hecho… Pues hallaba en la obediencia una forma de realización personal. Usted decía, creo, que al desobedecer una persona descalifica la fuente del derecho y que, a partir de entonces, ya nada es posible. Ni el pensamiento ni la acción. Hasta ese era su argumento para prohibir la mentira en todos los casos, ¿no es verdad?
Kant (refunfuñando, enfadado): En efecto, en efecto… (Silencio): pero, aun así, usted podría haber ejercido su juicio sobre el contenido de la máxima, ¿no? No se le pide que sea una máquina, que obedezca sin reflexionar. Por lo menos yo no pido eso… De todos modos ¿nunca aplicó usted su inteligencia a analizar el contenido (hace un movimiento con un dedo como para subrayar la importancia de la palabra) de esta máxima? ¿Nunca? (…)
Eichmann: ¡Por supuesto que pensé en el contenido, que reflexioné…! Además, lo hice con mucha frecuencia… Pero, aun cuando desaprobara el contenido de la máxima –derecho que usted mismo me reconoce–, el deber me obligaba a obedecerla.
Filosofia & Co,
Kant, Arendt, Onfray y los peligros de la obediencia ciega, blogs. herder editorial 23/02/2018
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