Nunca he conocido a un fanático con sentido del humor. Nunca he visto a alguien capaz de reírse de sí mismo que se haya convertido en un fanático. (Sarcasmo, mordacidad y lengua viperina sí que tienen algunos fanáticos. Pero no sentido del humor, ni mucho menos capacidad para reírse de sí mismos). El humor implica cierta inflexión que te permite, al menos por un instante, ver cosas viejas con una luz completamente nueva. O verte a ti mismo, al menos por un instante, como te ven los demás. Esa inflexión nos invita a que nos vaciemos de nuestros aires de grandeza y dejemos de darnos importancia. Es más: el humor conlleva por lo general una buena dosis de relativismo, de descenso de las alturas. (A veces, ese descenso se produce precisamente por medio de una exageración manifiesta). Aunque tengas toda la razón, aunque seas maravilloso y puro como la nieve, conviene que aflore de vez en cuando, aunque solo sea por un instante, un pequeño duende, un duendecillo burlón que haga muecas y se ría un poco de toda esa razón que tienes, de la maravillosa pureza, de lo sagrado y lo irrefutable, y rebaje un poco esa desbordante solemnidad y esos aires de grandeza.
—Los cristianos —dijo mi abuela— creen que el Mesías ya estuvo aquí, y que algún día volverá a nosotros. Y nosotros, los judíos, creemos que el Mesías aún no ha venido, pero que vendrá algún día. Esta discrepancia —reflexionó mi abuela en voz alta— ha traído al mundo tanto odio y tanta ira, persecución de judíos, Inquisición, pogromos, genocidios. Pero ¿por qué? —se preguntó mi abuela—, ¿por qué sencillamente no nos ponemos todos de acuerdo, judíos y cristianos, en aguardar con paciencia a ver lo que ocurre? Si el Mesías llega un día y dice: “Hace mucho que no nos vemos, me alegro mucho de volver a veros”, los judíos tendrán que reconocer su error. Pero si, al llegar, el Mesías dice: “How do you do? Encantado de conoceros”, el mundo cristiano en su totalidad tendrá que disculparse ante los judíos. Hasta entonces —concluyó mi abuela— hasta la llegada del Mesías, ¿por qué no podemos sencillamente vivir y dejar vivir a los demás?
Lo cierto es que mi abuela Shlomit estaba vacunada al menos contra varios tipos de fanatismo. Ella conocía el secreto de vivir en una situación abierta, y tal vez también conocía la magia que tienen las situaciones abiertas, el placer que se encuentra en la diversidad, y la riqueza que nos está reservada al vivir en vecindad con personas diferentes que tienen creencias diferentes y costumbres completamente distintas.
Amos Oz,
Recetas contra el fanatismo, El País 13/03/2018
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