En el siglo XIX,
Marx había escrito que «hubo un gran progreso» cuando
Adam Smith alumbró la categoría de “trabajo en general” —un concepto cuyo carácter históricamente revolucionario nos pasa desapercibido debido a la evidencia con la que se ha impuesto—, es decir, no trabajo de esta o de aquella clase, de ebanistería o de albañilería, sino simple y mondo trabajo, abstracción hecha de cualquier determinación o cualificación que pudiera precisarlo. Ciertamente, este logro teórico vino precedido por el logro práctico de la proletarización del conjunto de la fuerza de trabajo: «La indiferencia respecto del trabajo determinado corresponde a una forma de sociedad en la cual los individuos pueden pasar con facilidad de un trabajo a otro y en donde el género determinado del trabajo es fortuito y, por consiguiente, les es indiferente», decía el autor de
El Capital. El progreso en cuestión se debía, naturalmente, a que la actividad productiva, así concebida como «una gelatina de trabajo humano indiferenciado» (según otra expresión de
Marx), se deja perfectamente traducir en términos de dinero por unidad de tiempo; en consecuencia, de lo que se hace abstracción por este camino no es solamente de las determinaciones concretas del trabajo —que adquiere por ello la misma homogeneidad y vacuidad que el dinero— y de las peculiaridades del tiempo y del espacio —que quedan identificados con unos contenedores universales absolutamente liberados de todo contenido diferenciado—, sino también de la inmensa cantidad de sufrimiento que ese despojo tuvo que suponer para los hombres que se vieron sometidos a tal proceso, y que igualmente hemos olvidado. Sin embargo, aún está por escribir la historia de la idea del “tiempo libre en general” o “a secas”, que también ha barrido toda diferencia existente entre tipos de descanso, diversión o entretenimiento en beneficio de la noción abstracta de ocio que como un monstruo de mil cabezas espanta a los trabajadores no ya una vez al año, sino al menos cada fin de semana, como una franja pavorosamente vacía que hay que ocupar a toda costa, no importa con qué relleno. Claro que asimismo podríamos decir, en este caso, que «la indiferencia respecto del ocio determinado corresponde a una forma de sociedad en la cual los individuos pueden pasar con facilidad de un ocio a otro y en donde el género determinado del ocio es fortuito y, por consiguiente, les es indiferente»; esta «gelatina de tiempo libre humano indiferenciado» también exhibe como principal virtud su contabilidad y su transparencia monetaria ―la existencia de esas gigantescas “reservas” de tiempo libre generan inmediatamente un ejército de “productores de contenidos” para semejantes contenedores― y oculta en la trastienda de su constitución histórica el dolor mudo de toda la felicidad que tuvo que expulsar del mundo hasta lograr imponerse.
José Luis Pardo,
Delito de ocio, facebook 13/05/2018