En el
Crátilo (387 c),
Sócrates sostiene que el decir de los poetas es un nombrar (ponerle nombres a las cosas, descubrirlas a fuerza de cubrirlas de palabras, hacerlas nombrables, visibles, experimentables); a pesar de lo que esta actividad tiene de “práctica de riesgo (porque quien nombra por primera vez, como lo hace el poeta, corre el riesgo de acertar, y entonces conseguirá descubrir la cosa nombrada, pero también de equivocarse, y entonces se estrellará contra lo que no tiene nombre y perecerá de pena en lo inhóspito, como según se cuenta murió Homero de melancolía por enfrentarse a un enigma que no fue capaz de descifrar), a pesar de todo ello, dice Sócrates, el nombrar es sólo una parte del decir o, dicho en terminología moderna, el sujeto es sólo una parte de la oración. Para que haya sentido y, por lo tanto, para que aquello que se dice pueda ser declarado verdadero o falso, además del nombre tiene que haber algo más, en griego rhéma, lo que nosotros denominados “predicado”. Sólo se da un decir entero cuando se dice algo y, como
Platón repite constantemente (y luego repetirá también
Aristóteles), ese decir consiste en “decir algo de algo” o, en el vocabulario moderno, atribuir un predicado a un sujeto. Quien nombra, sin duda, habla, pero no dice nada. Por eso resulta tan difícil explicar un poema o traducirlo, porque lo que se traduce habitualmente es el significado pero no el significante, el sentido y no el nombre. Cuando el nombre es acertado, da con la cosa hasta tal punto que lo uno (el nombre) y lo otro (la cosa) resultan indiscernibles para los hablantes de una lengua, como a los hablantes de castellano la palabra “pan” nos suena terriblemente a pan y la palabra “vino” se nos aparece como el nombre propio del vino. Los poetas nos dan de qué hablar (nos dan pan y vino, y manantiales de agua en donde no los había), pero no nos dan en absoluto lo que hay que decir acerca de aquello de lo que hablamos; eso es lo que nosotros, en cuanto usuarios, entendidos o expertos, tenemos que decidir; por expresarlo de esta manera: los poetas y productores nos dan los “sujetos”, pero no nos dicen en absoluto qué predicados les son aplicables, y solamente cuando aplicamos predicados a algunos sujetos (en lugar de limitarnos a nombrar, como los niños que están aprendiendo su lengua), solamente entonces se dice de nosotros que hablamos en sentido completo. El arte de aplicar a los sujetos los predicados que les corresponden es precisamente el segundo arte al que se refiere
Sócrates en la Politeia. Así como la técnica viene antes que la política, también el sujeto viene antes que el predicado; pero así como solamente desde la política somos capaces de vislumbrar la técnica en cuanto técnica y de evaluarla, así también sólo el predicado nos dice lo que el sujeto es, como lo marca perfectamente la fórmula con la que resumimos esquemáticamente la oración, S es P. Y así como sólo el flautista (y no el fabricante de flautas) sabe lo que es una flauta, porque es el único que sabe usarla, y flauta es únicamente aquello que puede usarse como flauta (y no en absoluto algo que estuviera hecho como una flauta pero no pudiese usarse como tal), a pesar de que el flautista venga “después” del fabricante de flautas, en un sentido jerárquico viene “antes” que él, porque toda producción es para un uso, y el fin es jerárquicamente anterior a los medios y el uso jerárquicamente anterior a la producción.
José Luis Pardo,
Después de los poetas, facebook 13/05/2018