En la politología se ha aventurado si los revolucionarios no serían más inteligentes renunciando por completo a la violencia, y no por cuestiones morales, sino pragmáticas. Hace unos años apareció un estudio empíricamente fundamentado bajo el título
Why Civil Resistance Works. The Strategic Logic of Nonviolent Conflicts (Por qué la resistencia civil funciona. La lógica estratégica del conflicto no violento) que abordaba esta cuestión. El trabajo se apoya en una base de datos que abarca 323 movimientos de resistencia mayores, violentos y no violentos, desde el año 1900 hasta 2006. El resultado: impresiona que el 53% de los movimientos no violentos haya triunfado, mientras que solo el 26% de los violentos lo ha hecho. La ausencia de violencia tiene sobre todo la siguiente ventaja: con ella es más fácil conseguir simpatías; en segundo lugar, la represión contra protestas pacíficas solo les aporta más seguidores; en tercer lugar, cuando se trata de un movimiento no violento, a las fuerzas en el seno del sistema atacado les resulta más fácil cambiar de bando; en cuarto, los regímenes atacados por oponentes pacíficos estaban más dispuestos a negociar, de modo que los compromisos y transiciones pacíficas hacia un nuevo régimen resultaban más sencillos.Al principio, el resultado deja perplejo. Pero el que identifiquemos las revoluciones con la violencia tiene una razón de ser muy sencilla: los cambios de régimen pacíficos no son tan dramáticos como los violentos, recordamos más fácilmente las barricadas que las mesas redondas.
Gero von Radow,
Por qué se identifica la revolución con la violencia, El País 23/05/2018
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