Si usted quiere entender ese poder le propongo el siguiente ejercicio. Trate de explicarse mentalmente lo que hizo ayer, pero sin utilizar ni una sola palabra, es decir, sin hablarse a sí mismo. Pruebe a hacerlo de cualquier modo que no implique palabras y oraciones y verá lo que le ocurre. Quizá podrá evocar en su mente impresiones sensoriales de personas, lugares o cosas con los que se relacionó ese día, pero difícilmente podrá elaborar un relato coherente y bien coordinado si no puede utilizar el lenguaje para representar muchas cosas vividas y los conceptos, sentimientos e ideas que no tienen un correlato material, es decir, las cosas abstractas que no percibimos y sus relaciones. ¿Cómo va a decirse a sí mismo, sin utilizar palabras y oraciones, que en algún momento de ayer puso en duda su autoestima?Si lo piensa bien se dará cuenta de que si no tuviésemos la capacidad del lenguaje hablado nuestra inteligencia caería en picado, no sólo por perder posibilidades de comunicación, sino también por no poder representar mentalmente muchas de las cosas del mundo. El propio pensamiento es como una forma de lenguaje interior, extraordinariamente potenciado por la capacidad innata que tiene el cerebro humano para adquirir el habla y su comprensión.Nacemos predeterminados para aprender muy pronto, incluso con poca instrucción y educación, una lenguaje sintáctico, es decir, un lenguaje capacitado para crear un número infinito de oraciones y, por tanto, de representaciones mentales, con tan sólo un número finito de palabras. La gramática recursiva que se instala de algún modo en las neuronas nos permite subordinar frases e ideas, incluyendo unas en otras y generando trenes de pensamiento organizado que también podemos comunicar a otras personas. El lenguaje estructura las percepciones, los pensamientos y los conceptos e ideas que esos pensamientos generan. Nos permite asimismo intuir, deducir y predecir. Todavía no sabemos en qué momento preciso de la evolución de los homínidos apareció esa capacidad, pero todo indica que evolucionó progresivamente, por pasos que implicaron, por un lado, el desarrollo del aparato fonador (la laringe) y, por otro, el de las áreas del cerebro necesarias para concebir y estructurar las palabras y sus composiciones.Una historia cómica ilustra bien las dificultades que debió afrontar el supuestamente lento y progresivo desarrollo natural del lenguaje verbal. En medio de la selva dos primates inferiores, macho y hembra, se abrazan y mueven rítmicamente como lo haría una pareja humana de baile, cuando ella le dice a él ¡
Dije mango, no tango!Divertido y expresivo gesto que nos retrotrae a los tiempos en que, con dificultades, debió empezar a desarrollarse el lenguaje que hoy tenemos. Pero no es ficción que, una vez desarrollado, el lenguaje se enseñoreó en el cerebro y conquistó la mente humana, se hizo dueño de ella. No es extraño que así sea, pues además de áreas específicas para hablar (área de Broca en el lóbulo frontal) o entender el lenguaje (área de Wernicke, en el lóbulo temporal), casi toda la corteza cerebral se implica en su ejercicio. Una palabra escrita activa las áreas visuales del lóbulo occipital, cuando es oída activa las áreas acústicas del lóbulo temporal, cuando es hablada activa las áreas motoras frontales y cuando es generada mentalmente activa la poderosa corteza prefrontal.Es por ello que en la evolución de los homínidos la aparición del lenguaje y su uso, mucho más que una nueva y poderosa forma de comunicación, supuso una revolución cerebral que potenció extraordinariamente las capacidades mentales y la inteligencia del
Homo sapiens.
Ignacio Morgado Bernal,
El verdadero poder del lenguaje verbal, En las entrañas de la mente. Blogs de Investigación y Ciencia, 07/05/2018