Somos nuestros recuerdos, y nuestra identidad la construimos en función de los mismos. Esta idea ha sido explorada con mayor o menos profundidad en películas como
Total Recall o
Ready Player One, como disertamos hace poco
en este podcast.
Sin embargo, habida cuenta de que los recuerdos no son fiables y cambian sin cesar, adaptándose a nuevas experiencias, ¿hasta qué punto podemos definir el Yo?
El filósofo
John Locke fue uno de los primeros pensadores que sostenía que la identidad personal surge de los recuerdos autobiográficos o episódicos. Si alguien pierde su capacidad de recordar o sus recuerdos se distorsionan, su identidad o personalidad acaba diluyéndose.
Los recuerdos, sin embargo, no son reales. Disponemos de mecanismos inconscientes que redefinen la información para que encaje en un relato coherente. Nuestro Yo, pues, es una narración creada sobre la marcha. Somos un producto emergente de la diversidad de procesos que nos generan. Y eso afecta profundamente a nuestra idea de responsabilidad moral.
La culpabilidad y la responsabilidad se estudian desde este punto de vista en el campo de la llamada neuroética. Según la neuroética, resulta difícil atribuir la culpa o la responsabilidad en ciertas situaciones, si bien nuestro sistema jurídico actual se basa en eliminar esta dificultad como si no existiera.
Por ejemplo, cuando se le realizó una autopsia a Charles Whitman, que en 1966
asesinó con un rifle a 17 personas e hirió a 32 en el campus de la Universidad de Texas en Austin, se descubrió que tenía un tumor muy grande en el cerebro que pudo haber anulado su capacidad de controlar la ira. ¿Whitman eran responsable? ¿Era culpable?
El debate no está cerrado. No sabemos aún dónde debemos trazar la línea. Pero, a medida que sepamos más a propósito del funcionamiento de nuestro cerebro, la línea tendrá que trazarse necesariamente en otros lugares.
Sergio Parra,
El problema de definir el "Yo" y la responsabilidad moral de un crimen, xatakaciencia.com 16/05/2018
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