El test más utilizado para poner a prueba la inteligencia de una máquina es el
test de Turing. En 1950, el matemático británico
Alan Turing propuso una forma muy sencilla para definir la inteligencia artificial: un humano y un ordenador se sitúan en habitaciones separadas, y ambos se comunican por teletipo (hoy día, a través de un chat) con un interrogador humano que se encuentra en una tercera habitación; este último puede hacer cualquier pregunta que se le ocurra a cualquiera de sus interlocutores, y ambos deben intentar convencer al interrogador de que son humanos; si el interrogador no es capaz de distinguir cuál es el humano y cuál la máquina, se considera que la máquina es inteligente.
Hay que señalar que
Turing no llegó a la conclusión de que en tal caso la máquina es también consciente, y la frontera entre la inteligencia y la consciencia es muy difusa. El razonamiento del matemático es que es imposible determinar teóricamente si una máquina es verdaderamente inteligente o consciente, por lo que su test intenta averiguarlo hablándole directamente a la máquina; si el interrogador no puede asegurar si está hablando con una o no, entonces la máquina es inteligente.
Desde 1991, el Premio Loebner al ordenador más humano se concede al programa informático que más cerca se quede de aprobar el
test de Turing. Hasta el momento, los resultados de estos test han sido bastante mediocres. Sin embargo, un programa
chatbot (o
chatterbot , algo así como robot parlanchín) llamado Eugene Goostman fue noticia hace unos pocos años porque, aunque de forma controvertida, superó el test al convencer al 30% de los jueces humanos (uno de los criterios establecidos por
Turing en una variante del test) de que era un niño ucraniano de 13 años. Dado que el
chatbot afirmaba ser un adolescente cuya lengua materna no era el inglés, los jueces humanos transigieron con varios errores de gramática y ortografía.
El rápido avance del desarrollo tecnológico en inteligencia artificial y en superinteligencia de los últimos tiempos ha favorecido el regreso del test de Turing y de la consciencia artificial. Y todo ello forma parte del gran movimiento de la superinteligencia que ha ganado impulso intelectual en la industria, en los foros de Internet y también, aunque en menor medida, en el mundo académico. Robert French escribe que el motivo detrás del regreso de la inteligencia artificial al
test de Turing y al desarrollo de la inteligencia artificial en general es el siguiente: en la actualidad podemos recopilar datos de miles de millones de sensores de casi cualquier cosa, desde nuestros hábitos de ejercicio hasta el registro visual y auditivo completo de los primeros tres años de vida de un niño.
Los dispositivos de registro de experiencia vital capturan toda la información sensorial que recibimos a lo largo del día, y desde luego recibimos información de miles de millones de tuits, artículos de Wikipedia, actualizaciones de Facebook, blogs y chats. Existen innumerables ejemplos de datos generados y registrados, y disponemos de la capacidad de almacenamiento y procesamiento necesaria para conservar estos datos durante un tiempo ilimitado. Además, se ha producido una explosión en el número de algoritmos que pueden recuperar, analizar, relacionar y explorar este infinito océano de datos.
Cuando todos estos datos se agrupen en un sistema inteligente (pues no cabe duda de que tal cosa ocurrirá tarde o temprano), es razonable suponer que dicho sistema, con acceso a
teraflops de millones de datos humanos de todo tipo, estará muy cerca de poder superar el
test de Turing.
Andrew Smart,
Dentro de la mente del robot, El País 15/05/2018
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