No debemos percibir las redes y sus circuitos como un reflejo de la vida pública. Son la vida pública, la constituyen. Ese es el sentido de que el hombre más poderoso de la Tierra se comunique con los mortales a golpes de Twitter. Nunca la teología política fue más aparatosa que con este Dios escondido que lanza sus mensajes atronadores, mientras paga a prostitutas por su silencio. No es un ojo que nos ve. Es una palabra que envuelve la Tierra entera. Podemos pensar que esos actos de comunicación van por un lado y la vida de los cuerpos por otro. Pero no es así. Las redes, con su caja de resonancia y capilaridad, generan ya la forma 'superyó' del sistema psíquico mundial. Nos traen las órdenes, valoraciones, exigencias, juicios a seguir, y atemorizan al yo de cada uno con infinitos peligros de acusación, desprecio y violencia. Todo eso nos acecha. Forma el bosque en el que cada día nos adentramos más, llevando al sistema psíquico al paroxismo.
Los autores que han investigado la situación mental previa a la Primera Guerra Mundial hablan de la edad de la nerviosidad. Ahora que acabamos de celebrar el Mayo del 68 parece que no podemos escapar a esta alternancia: o nerviosidad o aburrimiento. Sin embargo, las formas de reaccionar a estos estados psíquicos es diferente. El nerviosismo preparó a los ánimos para el éxtasis de la guerra. El aburrimiento hizo explosionar la libertad porque cada uno debía encontrar el camino de la motivación a su manera. Mientras que el aburrimiento fuerza a dar un paso constructivo, el nerviosismo produce su propia reproducción en escalada. Calmarse tras su irrupción requiere a veces de experiencias catárticas.
José Luis Villacañas,
Pedagogía de la catástrofe, La Opinión de Murcia 22/05/2018
[www.laopiniondemurcia.es]