Cuando un individuo inmigra de un país a otro, no sólo cambia de lugar físico para vivir sino que lleva un cultura detrás que tarde o temprano colisionará con la del hospedador. Y cuando hablo de “cultura” no me estoy refiriendo solo al registro etnográfico, a la religión o a las costumbres más o menos ancestrales como las culturas árabes y su concepto de los derechos de la mujer que es estrictamente opuesta a la europea sino también y sobre todo al manejo de las emociones y sobre todo a las inhibiciones.En todas las culturas existen inhibiciones intrapsíquicas sobre las conductas desviadas. En nuestra cultura occidental existen dos mecanismos que operan en paralelo para evitar estas conductas, uno es la empatía (el temor a hacer daño) y otro es la culpa. Mediante estos mecanismos los individuos comunes permanecemos alejados de la “desviación” y por así decir no hacemos daño a los otros. Sin embargo esta internalización de emociones no es algo universal. En otras culturas la emoción inhibidora mas frecuente es la vergüenza (mundo antiguo clásico y mundo árabe), el honor (mundo medieval y nipón) o el control social de la comunidad o los chismes. ... la vergüenza es etnocéntrica, necesita testigos y está diseñada para comunidades aisladas que no conviven con otras comunidades que se regulan de otro modo. La culpa y la empatía son individuales, subjetivas, egocéntricas y resultan más eficaces como medio de autocontrol que la vergüenza.La vergüenza es desvergüenza cuando se pierden los controles sociales que la contextualizan.
Francisco Traver Torras,
Culturas de la vergüenza, culturas de la culpa, La nodriza de las hadas y el rey carmesí 17/10/2014
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