Una percepción reciente de gran importancia es que una lista interminable de condiciones y enfermedades mentales se asocian a cambios en la
estructura del córtex prefrontal: no en su mera función o actividad, sino en el diseño de sus circuitos, en su
hardware. La depresión, el estrés postraumático y las adicciones comparten las mismas alteraciones estructurales en el córtex prefrontal: las proyecciones que conectan unas neuronas con otras (axones y dendritas) se retraen y se atrofian. La sede del yo pierde su conectividad característica. Los autómatas celulares que encarnan nuestra mente dejan de comunicarse y se vuelven una isla biológica.La biología evolutiva nos imparte una lección testaruda y profunda. Las grandes percepciones sobre la naturaleza humana nos llegan a menudo del estudio de las moscas, los gusanos y otros seres vivos de la gama baja. David Olson, de la Universidad de California en Davis, ha tenido la idea extraordinaria de suministrar LSD (tripi, en la jerga) a las moscas y a las ratas. En ambos casos, la droga hace que las neuronas emitan nuevos axones y dendritas, y por tanto se conecten entre sí con nuevo vigor
(Cell Reports). No han hecho los experimentos obvios en humanos —eso lleva más tiempo y papeleo—, pero los biólogos saben que lo que es verdad en moscas y en ratas es casi siempre un universal en todo el mundo animal. Y han podido determinar los mecanismos exactos por los que actúa el LSD como estimulante de la conexión neuronal.
Javier Sampedro,
Lucy, El País 14/06/2018
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