El mundo político es complejo y no podemos estar siempre pendientes. Normal, por tanto, que la formación de la opinión pública tire mucho de los que llamamos “heurísticos” o atajos. La idea es relativamente sencilla. Dado que tenemos una serie de predisposiciones previas, de afinidades y valores, pero nos faltan el tiempo y las ganas para informarnos de cada asunto, tendemos a adoptar la posición de aquellos en los que confiamos. Gracias a este atajo, que empleamos en mayor o menor medida todos los votantes, podemos dar sentido a la discusión política. Por ejemplo, es probable que ninguno de los lectores (igual algún motivado) se haya leído con detalle los fundamentos del Tratado de Libre Comercio entre la UE con Estados Unidos. Sin embargo, si IU o Podemos lo critican, o hacen lo propio asociaciones o periodistas con pedigrí izquierdista, entonces lo más probable es que también se posicione en contra un votante que se considere como tal. No ha necesitado leer el TTIP para evaluarlo; como confía en el juicio de aquellos que cree que representan sus intereses, será propenso a ajustar sus opiniones para que se alineen con ellos.
Pablo Simón,
Política de atajos, El País 03/09/2018
[https:]]