Si pasamos ahora de los años veinte y treinta del siglo pasado a esta segunda década del XXI observamos que la tentación irracionalista de nuevo se hace presente. Eso ocurre, ciertamente, en un contexto distinto, por lo que toca a Europa en el contexto de sociedades con democracias más institucionalizadas –aunque no por ello aseguradas ante el empuje de lo que cabe denominar las diversas formas de neofascismo-, en marcos culturales en los que ya no entra una estetización de la política como la que acompañó a los fascismos de otrora, pero en los que sí se abre paso, dado el cinismo imperante, la perversa dinámica de lo que se ha llamado posverdad: mentira socialmente organizada, políticamente inducida, mediática y digitalmente producida, de manera que sabiendo que la verdad no interesa, todo recae sobre la construcción de relatos, incorporando cuantas falsas noticias hagan falta, para que las multitudes individualistas castigadas por la crisis se aglutinen en virtud de la demagogia de los populismos del momento.
Especialmente preocupante, visto cómo en otros momentos históricos incluso preclaras cabezas dejaron de tener la necesaria clarividencia para plantar cara al irracionalismo que se expandía, es la actitud condescendiente con la que se miran los devaneos emotivistas para ganar esas mentes de individuos dispersos convocados a constituirse como pueblo frente a la oligarquía, como plebeyos frente a la casta –como nosotros frente a los otros cuando la demagogia en su máxima expresión cae en manos de nacionalismos excluyentes o populismos xenófobos, ante los cuales no cabe caer en la trampa de algún seductor
Decreto Dignidad, como el del neofascista gobierno italiano actual, tragándose el anzuelo de su oposición a la tiranía de los mercados para hacer la digestión del brutal rechazo a la inmigración con el que va aparejado–.
No cabe claudicar para consentir utilizar las mismas armas que el enemigo, pues llevar tal opción al campo del enemigo mismo no traerá más que derrota. Es decir, no cabe desistir del análisis crítico, de las propuestas argumentadas y de la deliberación democrática, todo lo cual ha de ser reforzado en nuestras zarandeadas democracias como herencia de la mejor tradición republicana. Resulta escandaloso oír decir desde posiciones supuestamente de izquierda que no está el horno para razones y que lo que ahora procede es activar emociones. Por ese camino no hay discurso emancipador y solidario que se pueda sostener y compartir tras objetivos de justicia. La razón democrática de una conciencia republicana que, en aras de la libertad y por mor de la igualdad, busque salidas por la izquierda, ha de ser razón espoleada por esa pasión política que cuenta con la inteligencia suficiente para saber que ciertas propuestas, emocionalmente muy cargadas, no conducen sino a falsas vías de escape.
José Antonio Pérez Tapias,
El irracionalismo como vía de escape, ctxt.es 01/10/2018
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