Sócrates dice a sus jueces que él no ha hecho nada malo, todo lo contrario, que su acción siempre ha estado amparada por el dios y que ha consistido en persuadir a todos los ciudadanos atenienses de que se preocupen de la virtud. ¿Virtud? ¿Qué clase de virtud predica
Sócrates? Aquella que se identifica no con un conocimiento de laφύσις sino de la moral. Por tanto, el filósofo ateniense quiere despertar en sus conciudadanos –por medio del conocimiento– la conciencia de lo que está bien y de lo que está mal. Por tanto, «ahí donde no haya conocimiento claro reina τὸ κακόν [el mal]».
Sócrates es condenado a muerte por su osadía, él mismo lo sabe y lo dice. Él es un maestro de la moral, diga lo que diga, y sigue dando lecciones cuando cae sobre él la pena de muerte. Y no tiene suficiente con dar lecciones, además hace vaticinios vengativos, pues, al fin y al cabo, de una manera u otra, el dios así lo quiere: «[…] ciudadanos que me habéis condenado a muerte, que pronto después de mi muerte, os sobrevendrá un castigo mucho más insoportable que este al que me habéis condenado». Así es, esos ciudadanos que han condenado a
Sócrates van a sufrir la consecuencia de no ser individuos virtuosos, o sea, ciudadanos que no son ni buenos ni justos. Por lo demás,
Sócrates puede estar tranquilo en la medida en que él es la virtud hecha carne, y, en justa consecuencia, nada malo le puede pasar cuando muera, dado que la única verdad es «que para el hombre bueno no existe ningún mal, ni mientras vive, ni después de muerto, y que los asuntos de éste no son descuidados por los dioses».
Onofre Castells,
La virtud hecha carne, La cuestión de la verdad 04/10/2018
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