En determinado nivel, el prestigio de la empatía puede relacionarse con un cierto progreso moral, con una mayor intolerancia al sufrimiento de los demás, con una ampliación de nuestra imaginación ética. Y puede vincularse con la idea del liberalismo de
Judith Shklar: el liberal es quien piensa que la crueldad es lo peor que se puede hacer. Pero muchas veces, deriva en una forma de lo que
David Trueba ha denominado “tiranía de la ternura”, que combina opiniones gregarias, moralización y sentimentalismo. Jill Lepore ha escrito que la empatía, con su énfasis en el papel de las víctimas, produce distorsiones e injusticias en el sistema judicial estadounidense. Además, sirve para reforzar nuestros instintos tribales. A quien piensa de forma distinta le reprochamos que carezca de esa emoción, y que no tenga esa preocupación por el sentimiento de los demás justifica que no nos importe lo que le pase. Esto ofrece ventajas tácticas: puedes participar o aprobar un linchamiento y al mismo tiempo sentirte bien contigo mismo, que es de lo que se trata. Como escribió Milan Kundera, no hay nada más insensible que un hombre sentimental. Y quizá por eso, en nuestro tiempo piadoso, cuando echan al director de una revista, o una persona se enfrenta a una oleada de incomprensión o a ataques por una opinión impopular, siempre hay alguien que señala su error: “Le faltó empatía”.
Daniel Gascón,
Te falta empatía, El País 20/10/2018
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