Expuesto de una manera muy resumida, se nos dice que una proposición tiene sentido si puede ser verdadera o falsa. Por ejemplo, si afirmo que Kim Bassinger es rubia dicha proposición tiene sentido puesto que es posible verificar si es rubia, teñida o no, o no lo es. Las proposiciones que tienen sentido son, por tanto, las de la ciencia o las que emitimos para referirnos al mundo todos los días. Y esto es posible porque nuestro lenguaje “pinta” o representa los hechos del mundo; es decir, nuestro lenguaje y la realidad poseen la misma forma lógica. Reflejamos como en un espejo la realidad.
Lo que no refleja la realidad, sino que es un embrollo de palabras, como le sucedería a la filosofía tradicional, es un sinsentido que deberíamos evitar. Solo lógica, por tanto, o ciencia. Con esto se quedó el neopositivismo del Círculo de Viena que vio en el
Tractatus su nueva Biblia. El mundo se muestra, no se puede decir, puesto que para hacerlo tendríamos que salir del lenguaje. Pero, y esto es decisivo, en lo que se puede decir se muestra aquello que más nos podría importar, como es la religión la ética o la estética. En lo que se dice, en suma, se manifiesta lo que no se puede decir y que es lo realmente valioso. Y a tal valor le llamó lo místico, lo inexpresable. En una breve conferencia que dio sobre la ética en el año treinta da algún ejemplo de qué es eso tan importante que no se deja decir. Así, que el mundo existe, el milagro de la existencia, es una experiencia que se salda en el puro silencio. De ahí como destellos nacen la admiración estética, la apertura al océano religioso o el deber que cada uno ha de poner en practica.
Wittgenstein estaba obsesionado con que no le entendiera nadie. Y es que debe de ser muy angustioso intentar decir lo que no se puede decir.
Javier Sádaba,
Wittgenstein, el cabecilla de una nueva filosofía, filosofía 6 co. 19/10/2018
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