Si la sola razón pudiese dictar lo que es correcto, observó
Rousseau, los individuos no necesitarían de un Numa o un Moisés que los gobernasen. Y aunque el filósofo ginebrino depositaba sus esperanzas en una rigurosa educación cívica que produjese ciudadanos ilustrados, quizá pecaba de optimismo: cuanto más sabemos sobre el juicio político, menos confiamos en la primacía de la razón sobre las pasiones y los intereses particulares. Votamos más bien para conservar una posición que nos es favorable, proteger nuestra identidad política o dar rienda suelta a sentimientos de pertenencia tribal o indignación antisistema. Bien lo saben nuestros partidos, que no se dirigen a maximizadores racionales sino a ciudadanos desatentos y poco dispuestos a desorganizar sus creencias ¡Es demasiado esfuerzo!
Manuel Arias Maldonado,
Andalucía, el mundo.es 01/12/2018
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