Los problemas de estabilidad del modelo bienestarista/socialdemócrata son los que están en el origen de los brotes populistas. Arranca de dos escepticismos. El primero, antropológico: hay que abandonar el supuesto de que, sin buenos ciudadanos, no hay buena sociedad, de que, por recordar una fórmula acuñada, «no hay socialismo sin hombres nuevos socialistas». El segundo, institucional, que, en cierto modo, es una implicación del primero: no cabe aspirar a una alternativa global al capitalismo. Debemos aceptar que, en general, los ciudadanos no son virtuosos y, si acaso, diseñar las instituciones para que, mediante un adecuado sistema de incentivos, sus comportamientos se encaucen en la buena dirección. Una Constitución también
para un pueblo de demonios, que diría
Kant: incluso con egoísmo pueden conseguirse buenos resultados siempre que se diseñe bien la institución. Las dudas acerca de la posibilidad del «hombre nuevo» está en el origen de una doble apuesta/resignación institucional: la combinación de mercado y de democracia de representantes. La idea general es que la buena sociedad, incluida la que tiene aspiraciones igualitarias, no podrá prescindir del mercado como mecanismo de coordinación de los procesos económicos, aunque, eso sí, habrá que corregirlo en sus patologías más agudas, entre ellas las distributivas y las que afectan al bienestar. Y ahí aparece la democracia, entendida como un sistema de competencia entre partidos políticos: recogería las preferencias/votos de los ciudadanos y las atendería a través de propuestas políticas. No cabe dudar de la coherencia del modelo: precisamente porque los ciudadanos no son particularmente virtuosos, el mercado es el mecanismo económico y la democracia de representantes, en la que los votantes delegan la gestión a unos políticos profesionales que compiten por su voto, el mecanismo político. El pastel puede distribuirse en trozos iguales, incluso con egoístas, si se cuenta con las instituciones adecuadas. Basta con dar con el procedimiento pertinente. Por ejemplo, que quien corta los trozos se queda con el último pedazo.
Félix Ovejero Lucas,
El populismo, evolución patológica de la democracia, Revista de Libros 27/02/2019
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