Tras la disposición subjetiva que anima a perseverar en la filosofía se encuentra probablemente el hecho de que la palabra misma filosofía, que durante un tiempo motiva más bien de manera oscura, parece de repente alcanzar, si no aun precisión conceptual, al menos significación, una significación que me atrevo a calificar de emocional.
En mi caso fue hace muchos años, en la biblioteca de la Sorbona cuando, intentando hacer una redacción en torno a un tema propuesto en un curso convencional de Filosofía Griega, dos frases de
Aristóteles me parecieron simplemente marcar la vía: «Lo que nos ocupa es la entidad (peri tes ousias he theoria», metafísica, 1069 a 20) fue la primera. La segunda es más compleja y tam- bién más conocida: «Hay una disciplina (estin episteme) que contempla (tis he theorei) lo que es en cuanto meramente es (to on he on), y lo que por este hecho de meramente ser le corresponde (kai ta touto hyparchonta kath’ auto)». (metafísica, 1003 a 20-22).
La conjunción de ambas frases daba una clave y marcaba una tarea: decididamente la filosofía era ontología, o al menos lo era en primer lugar, y en con- secuencia a la ontología había que dedicarse, aunque obviamente ello no hacía sino abrir la pregunta mayor relativa a qué es la ontología.
Víctor Gómez Pin,
Tras la física