El concepto de fascismo de
Loewenstein permite examinar con otra lente estas distinciones. Si se piensa el fascismo como una técnica política orientada a la movilización emocional intensiva, la distinción entre neofascismos y posfascismos resulta hasta cierto punto equiparable a la distinción entre ordenadores de sucesivas generaciones. Y la comparación entre fascismos históricos o entre viejos y nuevos fascismos se puede plasmar en un relato de la historia de los ensayos y los progresos de esta técnica atento a la diversidad de las materias, cambiantes en función del lugar y el momento, a las que en cada caso se ha querido dar forma. Un relato que tendría que fijarse, sobre todo, en cómo se ha concretado, en cada caso, el nacionalismo iliberal que la técnica fascista mira de producir, un nacionalismo que considera como no nacionales quienes no se amoldan al concepto de identidad nacional que se promueve y que se alimenta por medio de la identificación de los enemigos exteriores e interiores que supuestamente amenazan esta identidad. El hecho de que eventualmente quienes usan la técnica fascista describan al enemigo a batir como fascista es una de las novedades características de lo que se denomina posfascismo.
Josep Maria Ruiz Simon,
Arqueología de Loewentein (IX), La Vanguardia 16/04/2019
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