La capacidad de comprender antes de ver constituye el corazón del pensamiento científico. En la antigüedad,
Anaximandro comprendió que el cielo continúa bajo nuestros pies antes de que hubiera barcos que dieran la vuelta a la Tierra. En los comienzos de la era moderna,
Copérnico comprendió que la Tierra gira antes de que hubiera astronautas que la vieran girar desde la Luna. del mismo modo,
Einstein entendió que el tiempo no transcurre de manera uniforme antes de que hubiera relojes lo suficientemente precisos para medir las diferencias.
Al dar pasos como estos aprendemos que determinadas cosas que parecían obvias resultan ser prejuicios. El cielo -parecía- estar
obviamente arriba, no abajo, ya que de lo contrario la Tierra se caería. La Tierra -parecía-
obviamente no se mueve, ya que de lo contrario ¡menudo desbarajuste! El tiempo -parecía- transcurre en todas partes a la misma velocidad,
es obvio ... (16)
Carlo Rovelli,
El orden del tiempo, Anagrama, Barna 2019, segunda edición.