Un mercado puede funcionar aún con enormes desigualdades. En cambio, la producción de conocimiento necesita cierta igualdad básica entre sus participantes para que se pueda dar el saludable intercambio de puntos de vista sin el cual el proceso se estanca. La ciencia necesita jerarquías pero éstas no deben ser tan rígidas que impidan el libre examen. Un asistente de investigación debe estar en capacidad de presentar sus datos aún si, especialmente si, contradicen los resultados de algún gran pope.
El mercado agrega información de acuerdo a criterios evaluativos unidimensionales que, en últimas, se reducen a la rentabilidad. La información más precisa es más rentable. En cambio, el conocimiento necesita múltiples criterios y, por tanto, no hay ninguna autoridad última, personal o anónima, que sirva de árbitro. La comunidad científica debe estar siempre deliberando, reconociendo que lo que hoy parece un gran avance, puede que mañana resulte equivocado.
En síntesis, el conocimiento se produce y se transmite en condiciones muy distintas a las del mercado capitalista. En lugar de depender de un único modelo organizacional, el conocimiento requiere de una gran pluralidad de reglas y procedimientos, siempre abiertos a la potencial participación de todos en condiciones de transparencia.
Se suele decir que solo las firmas capitalistas son capaces de generar eficiencia en las sociedades tan complejas que habitamos. Pero la actividad científica es un ejemplo de una enorme red transnacional que vincula millones de personas, a través de todo el planeta, a través de prácticas mucho más democráticas e igualitarias que las de la inmensa mayoría de las firmas y que ha sido capaz de logros espectaculares.
Por importante que sea este ejemplo, ni las fotos de agujeros negros, ni los teoremas matemáticos, ni los ensayos filosóficos sirven para comer.
Luis Fernando Medina Sierra,
El uso del conocimiento en la sociedad: materiales para una utopía, ctxt 12/06/2019
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