El precariado definirá la política en la próxima década. Sus miembros viven con empleos inestables, sin trayectoria profesional, haciendo trabajos indignos de tal nombre, con una educación por encima del empleo posible, salarios bajos y volátiles, deudas casi insostenibles, conscientes de estar perdiendo los derechos de ciudadanía. Se consideran suplicantes que piden favores y respiros al Estado. Suelen sentirse anómicos (por desesperación), alienados (hacen cosas que no quieren y no hacen las que querrían), angustiados e indignados. Como cualquier clase nueva, el precariado está dividido, entre los que denomino atavistas (aferrados a un teórico pasado), nostálgicos (sobre todo inmigrantes, sin un presente y psicológicamente sin hogar) y progresistas (sin un futuro, pese a la promesa de que lo tendrían yendo a la universidad).La derecha populista tiende la mano a los atavistas, que votan por Trump, el Brexit, Salvini y Marine Le Pen. Demoniza a los nostálgicos, a los que culpa, junto con el
sistema, de la situación. Los nostálgicos, por su parte, ven arrebatados sus derechos. Y los progresistas aguardan una nueva
política del paraíso que no encuentran en los viejos partidos socialdemócratas. Por eso, cuando estos ganan alguna elección, es gracias a asumir principios populistas como el recorte de la inmigración. Y, aun así, obtienen muchos menos votos que en el pasado. Normalmente, solo ganan debido a la corrupción y el agotamiento de la derecha, como en España. Los viejos socialdemócratas no tienen ninguna visión, aparte del regreso a algún pasado. Y eso no atrae el afecto de la gente.Lo malo es que los atavistas son numerosos y se movilizan para votar. Lo bueno es que, casi seguro, han alcanzado su máxima dimensión y están envejeciendo. En cambio, los otros dos grupos del precariado están creciendo y está empezando a forjarse una agenda política progresista, en parte por la inercia de los partidos socialdemócratas.
Guy Standing,
Es urgente una nueva agenda de izquierdas, El País 30/06/2019
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