La pregunta es ¿qué ocurrirá en el momento en el que la capacidad de crear del ser humano se sitúe por debajo del umbral de sorpresa que se necesita para estimular? La respuesta es tan sencilla como provocadora: que el mundo se quedará sin las ideas que necesita para seguir evolucionando.Es difícil elaborar una respuesta ante los interrogantes que plantea esta sombría perspectiva. Quizá parte de ella consista en buscar nuevas líneas de pensamiento que nos permitan abandonar lugares comunes y ahondar en nuevas perspectivas. Es llamativo que se haya prestado tan poca atención a la originalidad, que es el factor más relacionado con la creatividad y la innovación. Existe una abrumadora cantidad de textos orientados a desentrañar lo que quiera que sea la creatividad, y casi ninguno que explique en qué consiste una idea original y cómo engendrarla. Si nos centráramos en la generación de ideas, en lugar de seguir descubriendo ángulos y matices sobre el hiperconcepto en el que se ha convertido la creatividad, lograríamos el impulso necesario para afrontar la crisis global de ideas que se avecina.Decía Franklin Foer: “Necesitamos conferir a la originalidad un estatus superior porque, de no hacerlo, la cultura gravitará hacia la banalidad y el lugar común”. Las ideas originales son las que mueven el mundo. Se salen de lo esperado captando nuestra atención, poseen capacidad de influencia y son generativas. Es decir, estimulan nuestra curiosidad, traspasan fronteras y generaciones y se transforman en otras ideas que, a su vez, iluminarán nuevos senderos. En definitiva, las ideas originales representan la génesis de nuevos itinerarios, dando lugar a auténticos árboles genealógicos que impulsan el mundo hacia delante.Sin embargo, cada vez que se otorga importancia a un nuevo factor humano, se trate de inteligencia o creatividad, de empatía o liderazgo, surge la paralizante pregunta de si se trata de algo congénito o si, por el contrario, todos podemos adquirirlo. Y recurrentemente se llega a la misma conclusión: cualquier persona puede mejorar su desempeño actual en cualquier habilidad si se compromete a ello. De igual manera, cualquier nivel en cualquier competencia se puede perder por abandono o descuido. La originalidad no es una excepción. Por ello, para afrontar la crisis global de ideas que se avecina es urgente recuperar el valor de la originalidad individual, la que responde a la mirada de cada cual. Y, por descontado, es imprescindible acoger y alentar el pensamiento singular, las propuestas peculiares y todo lo que es fresco y disruptivo y se sale del asfixiante yugo de los algoritmos de recomendación. Ha llegado la hora de buscar nuevos senderos.
Jesús Alcoba,
La creatividad ha muerto: larga vida a la originalidad, El País 27/10/2019
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