Indiscutiblemente hablar (es lo que nos hace humanos). Hablar con un cuerpo en el sentido de que “el verbo es carne” y está sometido a la segunda ley de la termodinámica, es decir, a la finitud. Se me podrá objetar que hay máquinas que hablan, pero ni una de ellas lo hace de forma simbólica. En la actualidad hay máquinas que pueden rehacer, perfeccionar y enriquecer el formalismo matemático de la mecánica cuántica, pero ninguna de estas máquinas se interroga sobre las aporías que surgen de la cuántica, o al menos no lo hacen con la acuidad propia de los humanos. Ninguna puede sustituir la función simbólica que desde Homero a Lorca hemos recibido. Otra cuestión es si podrá hacerlo. Si llega a suceder que una máquina conmueva o nos conmueva con metáforas, entonces nos habremos trascendido a nosotros mismos, diríamos que hemos creado algo análogo a nosotros. Pero en todo caso sería un producto nuestro, sería una prueba de la singularidad humana. Se me podrá objetar también que hay animales que se comunican con un código de señales. Pues bien, lo prodigioso del lenguaje humano es precisamente que como código de señales no vale, está lleno de equívocos. De hecho, nos construimos toda clase de parapetos para protegernos de los equívocos del lenguaje, desde los códigos de la señalización a las reglas formales de la lógica… Una abeja no tiene que protegerse de su código de señales, que es de gran perfección y precisión, pero no hace más que transmitir y recibir información.
Berta Ares, entrevista a
Víctor Gómez Pin:
"La lucha más dura es contra el autoengaño", Revista de Letras 16/09/2019
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