Contra el autoengaño luchó
Descartes, quien buscó a través de su método algo verídico en lo que apoyarse, en lo que sustentase, algo que tuviera carácter apodíctico y por tanto concluyente, indiferente a la vigilia y al sueño, una verdad indiscutible y apolítica.
Descartes pone en juicio las convicciones más enraizadas, ya sean de orden científico o moral, a cada una le opone una razón para cuestionar. Cree que hay verdades como la geometría euclidiana, pero encuentra también razones para dudar de ella. Pone sumo cuidado en no creer ninguna falsedad y antepone un espíritu crítico contra las malas artes de lo que él llama el gran engañador que aplica toda su industria en engañarle: es un Dios todopoderoso epistemológico y
Descartes una suerte de cornudo del conocimiento. Finalmente, llega a una única afirmación posible: el pensar. En este no querer ser engañado surge la frase:
Je pense donc Je suis. Es decir, en el momento álgido de su discurso, lo único que tiene claro es que es un “yo que piensa”. Un “yo” transitivo
Je, nada que ver con el intransitivo
moi, que es un “yo” estéril construido sobre falsas querellas. El transitivo
Je de
Descartes sugiere que el pensar no es al ego, sino que el pensar es intrínseca y necesariamente transitivo, tensado, dialéctico y creador: “Soy algo que piensa, y por tanto que duda, entiende, afirma, niega, quiere y no quiere, imagina y siente”. Y en este “Je pensé / yo pienso”,
Descartes encuentra una cosa de la que no puede en absoluto dudar: que en todo momento tiene la cabeza llena de ideas.
Berta Ares, entrevista a
Víctor Gómez Pin:
"La lucha más dura es contra el autoengaño", Revista de Letras 16/09/2019
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