No intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo consideramos bueno, sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos.
Los algoritmos inteligentes ya se están utilizando, por ejemplo, como instrumentos de espionaje y manipulación, por parte de personas y organizaciones que persiguen diferentes objetivos. Sin embargo, ello no significa que la propia IA aspire a algo parecido a la dominación.
Los filósofos de la tecnología discuten esta cuestión bajo el término de «intencionalidad», es decir, la cualidad de llevar a cabo acciones deliberadas y orientadas a un objeto. Muchos autores consideran la intencionalidad como un componente permanente de la conciencia.
En su libro Psicología desde el punto de vista empírico (1874), Franz Brentano sostuvo que la intencionalidad es la característica esencial de todos los actos de conocimiento: siempre están referidos al objeto, es decir, dirigidos a algo.
Para Brentano, una característica básica de lo mental es dirigirse a un objeto o referirse a él. Por ejemplo, si pienso «la manzana está sobre la mesa», eso se refiere a los objetos manzana y mesa, así como a la relación espacial que guardan entre sí. Con respecto a este estado de cosas, el pensamiento puede ser verdadero o falso. Brentano consideraba por ello la intencionalidad algo exclusivamente psíquico: «Ningún fenómeno físico muestra nada semejante».
Los sistemas de las máquinas no conocen las conexiones mecánicas, ni las comunicativas u otras. El significado de sus reacciones se deriva solo de la intencionalidad humana. En otras palabras: si un vehículo autónomo frena para no atropellar a un peatón, ese «para» procede de los seres humanos. Los motivos y consideraciones legales, sociales o morales solo los conocemos nosotros.
Para Searle, la intencionalidad no se basa únicamente en la comprensión del significado. Más bien, se vincula con determinados «actos de habla». En la teoría de los actos de habla de Searle, los actos comunicativos deben ser interpretados como acciones. El lenguaje humano, más allá de la gramática y el significado, tiene siempre un propósito intencional, ausente en los sistemas de signos de la máquina.
Junto con Paul Grice y otros teóricos, Searle desarrolló la tesis de que la intencionalidad se manifiesta solo en la capacidad para el uso dirigido del lenguaje. Este surge cuando una persona persigue una intención que la hace hablar. Por ejemplo, una madre y Alexa de Amazon pueden responder con las mismas palabras cuando un niño grita «¡Ay!»: «Oh, lo siento, ¿puedo ayudarte?» El contenido significado, sin embargo, difícilmente podría ser más diferente: la empatía y el cuidado, por un lado; una simple fórmula de cortesía programada, por otro.
En vista de las posibilidades técnicas en constante crecimiento, se dice que la IA conquistará en breve el último bastión de lo humano: la intencionalidad. Pero la atribución de esta es el resultado de una necesidad humana primaria. Como seres sociales, dependemos tanto de no perder de vista las propias intenciones como de atribuírselas también a nuestros respectivos compañeros.
Una sociedad sin intencionalidad que le sirva de base no sería solo disfuncional, sino también carente de sentido: solo ella me permite comprender como «yo» a la persona que está en el espejo. Como los psicólogos del desarrollo mostraron en la década de 1970, los bebés reconocen después de pocos meses de vida que un punto rojo en la imagen que se refleja en el espejo procede de un punto igual que está en su frente. Refieren el punto a sí mismos.
Dado que por ahora no hay ningún otro método comparable para demostrar la intencionalidad, es muy difícil «consultarla» en la IA. La inteligencia, en cambio, es más fácil de medir. Un equipo de investigadores chinos desarrolló en 2016 un método que podía hacer comparables los cocientes intelectuales de sistemas artificiales y naturales. La IA del asistente de Google obtuvo así una puntuación de apenas 50 (más o menos el nivel de un niño pequeño). Sin embargo, esta atribución es, en el mejor de los casos, un indicio débil, y de ninguna manera suficiente, para acreditar la intencionalidad de una IA.
Posiblemente esto no es más que otra muestra del modo en que nuestro propio pensamiento influye en nuestra visión de la realidad. Que atribuyamos intencionalidad a la IA es un acto de antropomorfización y, por tanto, de humanización. Los humanos consideramos que la IA es intencional porque nosotros mismos lo somos.
Las dudas relativas a que las máquinas puedan desarrollar alguna vez intencionalidad se alimentan también de otra fuente: la lógica. Dado que calcular y pensar son procesos fundamentalmente diferentes, es de suponer que solo a partir del primero no se llega nunca al segundo. Las operaciones de cálculo no llegan más allá de las premisas establecidas para ellas; la mente humana, en cambio, gracias a la intencionalidad, tiene la capacidad de reflejarse a sí misma.
La intencionalidad constituye una facultad humana original. Crea la posibilidad de reconocer el sentido, al que solo nosotros tenemos acceso como seres pensantes y sociales. Por tanto, el dominio mundial de la IA debería seguir siendo, también en el futuro, una pesadilla hollywoodiense.
Dorothea Winter, Por qué la inteligencia artificial no puede querer nada, Investigación y Ciencia septiembre 2022
CSI: Vegas 2021, és una seqüela de la sèrie CSI: Las Vegas 2000. Es pot seguir al Canal Fox (aviat s'estrenarà a Telecinco).
Gil Grissom i Sara Sidle tornen a Las Vegas per ajudar al Laboratori de Criminalística per fer front a una demanda col·lectiva presentada per un bufet d’advocats on es denuncia una manipulació massiva de proves realitzades pel tècnic de laboratori David Hodges. Si la demanda té èxit suposaria la revisió de més de mils casos, l’enfonsament del sistema judicial de l’Estat de Nevada i la sortida immediata de presó dels condemnats afectats.
La novetat d’aquesta sèrie respecte a l’anterior és que en aquesta en cada episodi no només s’ha de resoldre un cas criminal sinó que a més, de forma paral·lela, hi ha una trama que lliga a tots els deu capítols de la temporada en la que Grissom i Sara intenten salvar la reputació del Laboratori i defensar, alhora, al seu excompany d’unes acusacions de frau.
1r episodi (Legado): El treball d’anys del Laboratori de Criminalística pot ser desacreditat si es demostra que un dels seus integrants, el tècnic de laboratori David Hodges, ha manipulat proves que han servit per condemnar a milers d’acusats d’assassinat.
2n episodi (Luna de miel en Las Vegas):
Declaració de principis de Grissom:
1. Grissom li diu a Hodges: “Explica la veritat i confia en què les proves no la contradiguin”
2. Grissom li diu a Sara, la seva companya i parella: “Només tinc dos companys d’equip: tu i el dubte”
3. Grissom li diu a Hodges: “les creences s’han de desarrelar de la ciència. Si et perds en alta mar només t’orienten els punts fixos. El que saps és allò verdader, no és el que t’agradaria creure”
3r episodi (Bajo la piel): Anson Wix i Associats és el bufet que ha posat la demanda col·lectiva contra el Laboratori de Criminalística. Si la demanda triomfa uns 8000 reclusos poden sortir de la presó.
4t episodi (Carne Fresca): La cap del laboratori, Maxime Roby, li diu a una subordinada una frase atribuïda a Anaïs Nin: “No veiem les coses com són, veiem les coses com som”.
5è episodi (Que caigan las fichas): Maxime Roby expressa la seva preocupació: “Si David Hodges cau, el laboratori mai no tornarà a recuperar la seva reputació”.
6è episodi (Juego de espejos):
Grissom cita a Ovidi: “Quan una rosa mor, alguna espina queda encara”
En una altra escena l’equip investigador es pregunta: per què Anson Wix s’ha fet càrrec d’aquesta acusació? Cada judici per empresonament indegut, l’advocat s’emporta un 90% de comissió.
7è episodi (En la sangre):
Grissom visita a Ane Wix, la germana invàlida a la que Anson Wix cuida.
Ane Wix: Considera que el que deia David Hodges és una manifestació de supèrbia: “Seguim les proves. Les proves mai no menteixen”
Grissom: “No importa el que la gent cregui que és veritat, importa el que és veritat”
Ane Wix: “En quin món viu, senyor Grissom? Miri el món. La millor història guanya. És l’únic que importa”.
Més endavant Grissom confessa el seu escepticisme a Sara:
“El món s’ha tornat boig. La gent ja no creu ni en el que té davant”. “Els fets? Tot és qüestionable”. “Què diu la ciència empírica? El que diu són només opinions”.
8è episodi (Limpiatuberías):
Sara i Anson Wix es troben.
Anson Wix li diu a Sara: “El que més odio del CSI és la certesa amb la que parleu, aquesta presumpció que si mirem bé i sabent on buscar s’arriba a la veritat.” “La gent no és capaç de digerir els horrors d’aquest món, així que li doneu tot mastegat, molècula a molècula, però totes aquestes llums, raigs làser i compostos químics, no són coses que un jurat sigui capaç d’entendre. Només són efectes especials que aparenten certesa. I és la meva feina generar dubtes, així és com jo guanyo”.
9è episodi (Esperando entre bastidores): S’inicia el judici. Hodges desapareix.
10è episodi (Firmado, sellado y entregado): Hodges no ha desaparegut, ha estat segrestat per delinqüents a les ordres d’Ason Wix.
Ason Wix amb Hodges: “Tot el que faig no és per diners. Sempre he perdut per una petita prova. Aquest cop la millor història guanya”.
Ason Wix declara a la televisió: “La història de David Hodges ha de ser una lliçó per a tots nosaltres. Si mai no aixequem els nostres ulls del microscopi, en ocasions no veiem el panorama general”.
Ason Wix es troba amb Grissom que li demana una estilogràfica per acabar de fer uns mots encreuats. La paraula que Grissom ha trobat per acabar el joc és una expressió llatina: “De minimi” que vol dir “De les coses petites”. Ason Win li assenyala que curiosament “a les coses petites” és a les que Grissom ha dedicat tota la seva vida. Al que Grissom respon: “Ja sap. Tot suma”.
Finalment a aquest episodi, l’últim de la temporada, acaba triomfant la veritat, no podria ser d’una altra manera, després d’una agònica investigació buscant les proves que incriminen a Ason Wix com a incitador de tota la conspiració contra el Laboratori de Criminalística i el treball de Hodges.
Del latín liber derivan libre y libro. Ojalá que un editor integre las diversas formas de crítica social que favorecen la libertad en una colección de libros clásicos Liberales y Libertarios como los siguientes:
A partir de l'article: ¿Ha adquirido conciencia de sí misma una inteligencia artificial de Google?
La consciencia tiene que ver con nuestra capacidad de sentir el mundo, de ser afectados por él. Así que un ser consciente, como mínimo, tiene que poseer algún tipo de sensor que le transmita información del mundo. LaMDA no lo tiene, solo es un conjunto de redes procesando datos según una serie de funciones matemáticas. En principio, si LaMDA es consciente no sé por qué Windows 11, o el Súper Mario Bros corriendo en una Game Boy, no lo iban a ser. Pero la consciencia no es solo recibir información del mundo, sino sentirla. Yo no solo percibo que un puntiagudo clavo traspasa la piel de mi dedo, sino que siento dolor. La consciencia está llena de sensaciones, sentimientos… lo que los filósofos llamamos qualia. Bien, ¿qué le hace pensar al señor Lemoine que LaMDA alberga qualia? ¿Por qué un conjunto de funciones matemáticas que ponen una palabra detrás de otra pueden sentir el mundo? Para sentir el mundo hay que tener algo que se asemeje de alguna manera a un sistema nervioso… ¿Qué le hizo pensar al señor Lemoine que LaMDA alberga dentro de sí algo parecido a un sistema nervioso? Si ahora LaMDA nos dijera que siente que le late el corazón… ¿creeríamos que tiene un corazón físico? ¿Podríamos dejar inconsciente a LaMDA administrándole anestesia? No sé… ¿Quizá se la podríamos administrar poniendo la máscara de oxígeno en el ventilador de su CPU?Desde que en 1921 Otto Loewi descubriera la acetilcolina, hemos ido demostrando que nuestras emociones están muy ligadas a un tipo de moléculas llamadas neurotransmisores. Así, cuando en mi cerebro se liberan altas cantidades de dopamina o serotonina, tiendo a sentirme bien… ¿Tiene LaMDA algún tipo de estructura que, al menos funcionalmente, se parezca a un neuropéptido? ¿Tiene LaMDA algo que se parezca, al menos en un mínimo, a lo que sabemos de neurociencia?
Pero es más, esa forma de sentir el mundo es, en parte innata, pero también aprendida. Durante nuestra biografía aprendemos a sentir, de forma que en nuestra historia psicológica quedarán grabadas situaciones que nos parecerán felices o desagradables, se configurarán nuestros gustos y preferencias, se forjará nuestra personalidad… ¿Tiene LaMBDA una biografía psicológica tal que le permita una forma particular de sentir la realidad? ¿Tiene traumas infantiles y recuerdos de su abuela? ¿Puede LaMDA deprimirse? En serio Blake Lemoine… ¿podemos darle a LaMBDA un poquito de fluoxetina para mejorar su estado de ánimo? No digo ya en pastillas físicas, sino su equivalente informático… ¿Habría un equivalente en código al Prozac? ¿Podríamos alterar sus estados conscientes con ácido lisérgico? ¿Podrá tener orgasmos? ¿Se excitará sexualmente contemplando el código fuente de otros programas?
Es muy escandaloso que gran parte de la comunidad ingenieril se haya tragado acríticamente una teoría computacional de la mente en versión hard. Una cosa son los algoritmos como herramientas para estudiar nuestra mente y otra cosa, muy diferente, es que nuestra mente sea un algoritmo. La metáfora del ordenador puede ser ilustrativa y evocadora, pero retorna absurda cuando se vuelve totalizalizadora. Me explico: es muy diferente decir que el cerebro procesa información, a decir que el cerebro es un procesador de información. Tengámoslo muy claro.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Curso exprés sobre la consciencia para ingenieros de Google, La máquina de Von Neumann 28/06/2022
La necessitat de veritat és més sagrada que cap altra. Però mai no se’n fa menció. Fa por llegir quan hom s’ha adonat de l’enormitat i la quantitat de falsedats materials exposades sense vergonya, fins i tot en els llibres dels autors més reputats. Llavors llegim com si beguéssim d’un pou dubtós. (...)
Amb més raó és vergonyós tolerar l’existència de diaris dels quals tothom sap que cap col·laborador no hi podria ser-hi si no consentís a vegades alterar conscientment la veritat. El públic e malfia dels diaris, però la seva malfiança no el protegeix. Sabent en línies generals que un diari conté veritats i mentides, reparteix les notícies entre aquestes dues seccions, però a l’atzar, en relació amb les seves preferències. Així és lliurat a l’error. Tothom sap que quan el periodisme es confon amb l’organització de la mentida constitueix un crim. Però tothom creu que és un crim que no es pot castigar.
Simone Weil, L’arrelament
Quan algú pregunta per a què serveix la filosofia, la resposta ha de ser agressiva, ja que la pregunta es té per irònica i mordaç. La filosofia no serveix ni a l’Estat ni a l’Església, que tenen altres preocupacions. No serveix a cap poder establert. La filosofia serveix per fer posar trist. Una filosofia que no entristeix o no contraria a ningú no és una filosofia. Serveix per detestar l’estupidesa, en fa una coa vergonyosa. Només té aquest ús: denunciar l baixesa del pensament sota totes les formes. (...)
En fi, fer del pensament una cosa agressiva, activa i afirmativa. Fer homes lliures, és a dir, homes que no confonguin els fins de la cultura amb el profit de l’Estat, la moral o la religió. Combatre el ressentiment, la mala consciència, que ocupen un lloc del pensament. Vèncer la negativitat i els falsos prestigis. Qui, excepte la filosofia, s’interessa per tot això?
La filosofia com a crítica ens diu el més positiu de si mateixa: empresa de desmitificació. I, així, que ningú s’atreveixi a proclamar el fracàs de la filosofia. Per més grans que siguin l’estupidesa i la baixesa, ho serien encara més si no subsistís una mica de filosofia que, en cada època, els impedeix anar tan lluny com voldrien (...). No els són permesos certs excessos, però qui, excepte la filosofia, els els prohibeix?
Gilles Deleuze, Nietzsche i la filosofia
Quería demostrar que una máquina con los órganos y la figura de un ser humano y que imitase nuestras acciones en lo que moralmente fuera posible, no podía ser considerada como un hombre; y para ello, aducía dos consideraciones irrefutables. La primera era que nunca una máquina podrá usar palabras ni signos equivalentes a ellas, como hacemos nosotros para declarar a otros nuestros pensamientos. Es posible concebir una máquina tan perfecta que profiera palabras a propósito de actos corporales que causen algún cambio en sus órganos –por ejemplo: si se le toca en un punto, que conteste lo que determinó el autor de la máquina – ; lo que no es posible, es que hable contestando con sentido a todo lo que se diga en su presencia, como hacen los hombres menos inteligentes. La segunda consideración era que, aún en el caso de que esos artefactos realizarán ciertos actos mejor que nosotros, obrarían no con conciencia de ello, sino como consecuencia de la disposición de sus órganos.
Descartes, Discurso del Método trad. Francisco Larroyo, México: Porrúa, 1977, pág. 31-32
Evidentemente, desde el punto de vista filosófico el problema no es si hemos alcanzado ya o todavía no una máquina que supere el reto de Turing, sino más bien si es posible alcanzarla. Antes decía que el mismo Turing había avanzado una amplia variedad de objeciones al respecto. Algunos pretenden que la lista incluye todas las cuestiones que se han planteado, desde que el escrito de Turing apareció… y que habrían sido respondidas por el propio Turing. Pero la cosa no está clara. Existen al menos dos argumentos:
A) Aunque la máquina haya superado el test de inteligencia de Turing, esto no prueba que tenga aspectos intencionales ligados a la consciencia. Pero consciencia e intencionalidad son características difícilmente separables de la inteligencia humana.
B) El segundo argumento está vinculado al pensador americano John Searle y esencialmente alega lo siguiente: si la máquina superase el test, simplemente simularía una conversación humana, sin llegar nunca a hablar o pensar realmente. Para hacer esta simulación basta con un ordenador que pueda seguir unas determinadas normas o pautas.
La tesis de John Searle es ampliamente conocida como The Chinese Room Argument y fue publicada por primera vez en 1980 en un documento titulado «Mentes, Cerebros y Programas». El argumento se centra en la llamada Inteligencia Artificial Fuerte (es decir, aquella que podría ser comparada a la inteligencia humana), ya que Searle no hace ninguna objeción a la posibilidad de una inteligencia artificial débil, que esencialmente sería un dispositivo auxiliar de los verdaderos seres inteligentes (por ejemplo, con el fin de estudiar modalidades de expresión de la inteligencia humana).
Transcribo aquí la síntesis de la reflexión que el propio Searle realiza en un texto de 1989 titulado, “Reply to Jacquette”. La letra A representa la palabra “axioma”, la letra C, representa la palabra “conclusión”.
A1. Los programas computacionales son puramente formales (sintácticos).
A2. Las mentes tienen contenidos mentales (semántica).
A3. La sintaxis por sí misma no es, ni constitutiva de la semántica, ni condición suficiente para forjarla.
C1. Los programas computacionales ni son constitutivos de la mente, ni condición suficiente de la misma.
Si ahora añadimos:
A4. Los cerebros son agentes causales de las mentes.
Se infiere:
C2. Cualquier sistema capaz de generar mentes, ha de tener poderes causales equivalentes (cuando menos) a los de los cerebros.
C3. Cualquier artefacto productor de fenómenos mentales, cualquier cerebro artificial, ha de tener la capacidad de duplicar [no meramente simular, la precisión es nuestra] los específicos poderes causales de los cerebros, y no podría realizar tal cosa limitándose a responder a un programa formal.
C4. La manera en la que el cerebro genera efectivos fenómenos mentales, no puede reducirse al hecho de responder a un programa computacional.
Víctor Gómez Pin, De Descartes a John Searle, El Boomeran(g) 20/06/2022
El psicólogo Bruno Laeng y sus colegas de Oslo y Osaka acaban de presentar una investigación sobre otra ilusión óptica, la de los agujeros en expansión. La miras y ves con meridiana claridad que el agujero se está inflando con claras intenciones de devorar el mundo. En realidad allí no se está moviendo nada; es una figura perfectamente estática, y lo único que se está expandiendo son tus propias pupilas.
La introspección ―pensar sobre tu pensamiento— es una guía desastrosa para entender cómo funciona la mente. Lo que percibimos, sentimos y pensamos es una construcción de nuestro cerebro inconsciente, que sigue unas pautas de las que tenemos muy poca idea. Las ilusiones ópticas son una ventana a ese conocimiento.
Javier Sampedro, Ilusiones ópticas: lo que no ven tus ojos, El País 09/06/2022
A menudo, el intento de censurar un texto, una representación o un objeto artístico es un reclamo para el público. Una visita a la biblioteca del Colegio del Patriarca en Valencia recala siempre en los libros censurados, en el morbo de adivinar qué se esconde bajo las tachaduras de líneas y páginas enteras. Y basta con prohibir un libro para que aumente el número de lectores. De ahí que en las democracias el método más eficaz para borrar de la escena pública relatos o propuestas consista en forzar la autocensura de las víctimas, pero no de cualquier modo, sino por medio de un mecanismo sutil y efectivo, entrañado en la naturaleza de nuestro ser social, que es el temor al rechazo de la opinión pública.
Esta es la tesis del libro La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, publicado en 1982 por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. En el texto, la autora formula una teoría, cuya clave reside en un lúcido apotegma de Tocqueville: la gente “teme al aislamiento más que al error”. Bien decía Thoreau que “siempre es fácil infringir la ley, pero incluso para los beduinos del desierto es imposible resistirse a la opinión pública”.
El hombre es un animal verdáboro —había dicho Ortega—; lo verdadero era uno de los trascendentales, aquel al que tiende el intelecto, también la verdad es una de las pretensiones de validez del habla en la teoría de la acción comunicativa de Habermas, y en su Teoría de la justicia, de 1971, Rawls asegura que la justicia es la virtud de las instituciones como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento.
Sea, pues, como valor intelectual, como valor vital, como una de las condiciones de validez del habla, como meta de la comunidad de los científicos que tienden a ella en el largo plazo, en la línea de Peirce, se ha entendido que la humanidad desea descubrir la verdad y huir del error. La tensión del ser humano hacia la verdad parece incuestionable, se trate de la verdad en sentido perspectivista o en el sentido absoluto de Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.
Y, sin embargo, Noelle-Neumann afirma acertadamente que, aunque la gente vea con claridad que algo es incorrecto, se mantendrá callada si la opinión pública se manifiesta en contra. ¿A qué nos referimos con la expresión “opinión pública”? No tanto a las deliberaciones racionales que se llevan a cabo en el espacio público, sino a las opiniones y conductas que pueden mostrarse en público sin temor al aislamiento, al consenso sobre lo que constituyen en una sociedad el buen gusto y la opinión políticamente correcta.
Sigue siendo verdad, como decía Nietzsche: “Nos las arreglamos mejor con nuestra mala conciencia que con nuestra mala reputación”. La dimensión interpretadora del cerebro puede acallar la voz de la conciencia, pero la reputación y el estatus están en manos ajenas, y perderlos puede significar el ostracismo y la pérdida de oportunidades vitales.
Adela Cortina, Autocensura: destruyendo la democracia, El País 08/06/2022
En la Física vigente, basada en la Relatividad General y la Mecánica Cuántica, el tiempo transcurre a diferente ritmo según el observador o se hace borrosa la diferencia entre pasado y futuro. El tiempo ya no es un flujo constante, universal, ajeno al mundo, como el concibió la Física newtoniana. A veces se especula con que el tiempo ni siquiera sea una propiedad del mundo, sino de la mente humana, que sea una forma en la que nuestros cerebros perciben y ordenan eso que llamamos Realidad.
Pero lo más raro que le ha pasado al tiempo en los últimos tiempos probablemente no es materia de estudio para los físicos, sino para los sociólogos: el tiempo se ha acelerado tremendamente, y cada vez parece más escaso (véase el libro Esclavos del tiempo. Vidas aceleradas en el capitalismo digital, de Judy Wajcman, que publica Paidós). Parece que ya no hay tiempo para nada, que vamos corriendo a todas partes, que todo tiene que ser instantáneo, mientras los humanos del capitalismo tardío vivimos inmersos en el desenfreno y el desaliento. Hasta han aparecido iniciativas, como el Instituto del Tiempo Suspendido (ITS), convencidas de “la necesidad de reapropiarnos del tiempo de vida expropiado, constante y diariamente. Una manera de pasar de ‘la vida no me da’ a ‘yo tengo mi ritmo”. Una apuesta por la “cronodiversidad”.
La tecnología ha tenido bastante que ver en el proceso: si los relojes de los campanarios comenzaron a marcar férreamente los ritmos vitales, ahora la hiperconectividad nos fiscaliza al segundo y nos hace estar alerta, disponibles y asediados por estímulos desde que abrimos el ojo por la mañana para mirar el smartphone hasta que nos despedidos cariñosamente del aparato antes de dormir. Es curioso: la tecnología, que tenía la teórica misión de hacernos ahorrar tiempo, nos lo está robando.
Sergio C. Fanjul, Cronodiversidad. ¿Por qué el tiempo cada vez va más rápido?, Retina
El ruido nos debería importar al menos lo mismo que el sesgo. No obstante, el estudio del ruido ha recibido mucha menos atención que el sesgo en la literatura. Daniel Kahneman, Olivier Sibony y Cass R. Sunstein nos alertan en Ruido de su omnipresencia en la toma de decisiones. El subtítulo que han escogido para la obra no podía ser más esclarecedor: Un fallo en el juicio humano. Los autores sentencian casi nada más empezar: «Dondequiera que haya juicio, hay ruido (y más del que se piensa)».
Los autores plantean algunas formas generales de reducción del ruido en los sistemas de evaluación, como son la introducción de normas claras o fomentar la participación de más de un experto. Pero la reducción del ruido puede tener un coste elevado respecto a sus beneficios potenciales, como muestra el uso de algoritmos: aunque estos puedan resultar atractivos para eliminar el ruido, generan sesgos y pueden discriminar a grupos desfavorecidos, mujeres o etnias concretas. Es algo de lo que ya avisó Cathy O'Neil en Armas de destrucción matemática, un ensayo que profundizaba más en las consecuencias sociales del uso masivo de los macrodatos (big data) y la inteligencia artificial.
Por eso, en Ruido se aboga por la optimización. Se nota que hay economistas detrás muy duchos en realizar balances de coste-beneficio. Más allá de una fe ciega en los algoritmos, hay que exigir transparencia a los modelos utilizados en ellos, conocer con qué bases de datos se entrenan y enfocar su uso como ayuda a la toma de decisiones, siempre bajo la supervisión (y responsabilidad) de expertos, nunca como sustitutivos del humano.
Pero abandonemos por un momento a las máquinas y volvamos a los humanos. En Ruido se cuestiona la apariencia justa de algunas reglas socialmente aceptadas, reductoras del ruido. Por ejemplo, para el acceso universitario, se establece una nota de corte, resultado de las ponderaciones de las notas de bachillerato y de las pruebas de acceso a la universidad. Parece una norma sencilla y efectiva. No hay quejas: quien más estudia tendrá mejores notas y merecerá la plaza. Meritocracia. Ahora bien, las calificaciones dependen del entorno familiar. Los ricos siempre pueden pagar unas clases de refuerzo para ayudar a sus hijos, mientras quizás otro alumno debió ponerse a trabajar para pagarse la carrera, pudiendo dedicar menos horas al estudio. Las estadísticas sobre la procedencia social del alumnado universitario no dejan lugar a dudas. Pero ante la abigarrada casuística y el planteamiento de valorar para el acceso universitario otros aspectos que influyen en el rendimiento académico (ingresos de los padres, situación laboral, etcétera), la sociedad se rinde a soluciones simples y fáciles de entender. Aunque generen sesgos. También es verdad que es más fácil buscar la trampa en sistemas complejos de reglas, si bien para muchos las reglas actuales ya son una trampa. Ruido desnuda una realidad legal llena de fallos.
Mejorar el juicio humano pasa por (re)conocer los propios sesgos, pero también nuestro ruido. Implica saber ayudarnos de las máquinas cuando realizan tareas mejor que nosotros, pero, por dignidad, subrayan los autores, un humano debe dar la cara ante decisiones que afectan a la vida de sus congéneres
Antoni Hernández-Fernández, Más allá del sesgo, el ruido, Mente y Cerebro, mayo/junio 2022
Si en la mayoría de las frases en las que leemos la palabra “metaverso” la sustituyéramos por la palabra “internet”, la frase seguiría significando lo mismo. Realmente, el metaverso no es más que la siguiente fase de internet. Matthew Ball, experto en esta cuestión y una de las personas del mundo que más han escrito sobre ella, lo describe como “una especie de estado sucesor del internet móvil”. Es decir, no es otra cosa que una visión amplia del internet futuro que borrará aún más los límites entre el mundo físico y el mundo virtual. Un internet 3.0, pero con un nombre más atractivo. Un lugar paralelo al mundo físico en el que pasar tu vida digital y en el que los seres humanos nos juntaremos para trabajar, jugar, comprar y socializar; es decir, para hacer todas esas cosas que ya hacemos en el mundo físico.
Un usuario del metaverso podrá diseñar un avatar, un trasunto de sí mismo, como si fuera el personaje de un videojuego. Con él, cualquier persona podrá unirse a una sala de reuniones, ir a un concierto o acudir a una consulta médica. Al menos, esa es la idea. Es como ocurría en los Sims. Esos personajes que se creaban y a los que se hacía vivir en un mundo paralelo de un juego. En el metaverso no se crea el personaje, el Sim es la propia persona.
Un punto clave para que el metaverso desarrolle todo su potencial es la opción de pasar de una pantalla a estar dentro de la pantalla. Cuando en 2014 Mark Zuckerberg compró Oculus, la firma que fabricaba gafas de realidad virtual, ya nos estaba dando una pista. La experiencia de vivir en el nuevo mundo virtual no será completa hasta que nos veamos dentro de él, hasta que sea un internet 3D. Por ahora, la única forma para acceder a esas primeras salas de reuniones con nuestros avatares y sentirnos dentro es con unas gafas como las Oculus.
El problema hoy en relación con las gafas Oculus no es otro que el acceso a ellas…, o, dicho de otro modo, su precio. Aunque ha bajado en los últimos años, siguen estando en torno a los 400 euros. Y, por otro lado, son grandes, pesadas, aparatosas. Nada que no se pueda solucionar con un poco más de tecnología…
Margaryta Yakovenko, De distopía a realidad: cinco claves para entender el metaverso, El País 06/06/2022
Respuesta a “Notas sobre una transfilia inducida” de Ignacio Castro Rey
Hola Ignacio, la siguiente disertación ha estado marcada por los efectos de una de esas machaconas noticias que nos acompañan desde que nos levantamos hasta que nos acostamos: la victoria de Rafael Nadal en Roland Garros. En una de las muchas entrevistas concedidas por el tenista, el periodista con sus preguntas intenta descubrirnos qué hay detrás de este practicante del neoestoicismo o encarnación de la nueva palabra que poco a poco está ocupando un lugar destacado en la literatura de autoayuda, resiliencia. Conocer que sufre un dolor desde hace mucho tiempo provocado por una lesión crónica (síndrome de Müler-Weiss) lo humaniza, aunque después de relatarnos con detalle las estrategias médicas, quirúrgicas y terapéuticas que ha seguido para neutralizarlo: antiinflamatorios, infiltraciones para insensibilizar y dormir el nervio, analgésicos, anestesia, unas zapatillas especialmente diseñadas para la dolencia…, nuestra admiración decae, ya que empezamos a sospechar que toda esta amalgama biotecnológica que necesariamente le ha acompañado ha sido la clave del éxito, si no cómo se puede entender que un ser humano pueda exhibir esa potencia de piernas con un pie completamente dormido. Si de un héroe se trata es del héroe donde convergen los valores de lo que Byung-Chul Han llama sociedad paliativa. Entrenar la resiliencia, lo que Nadal lleva haciendo desde que era un niño, busca convertir al ser humano en un sujeto capaz de rendir, insensible al dolor y continuamente feliz. Sentirse competitivo, dice el tenista, es lo que compensa el sufrimiento[1]. Han en su Sociedad del cansancio afirmaba que la actual sociedad del rendimiento era una sociedad de individuos dopados.
En una escala menor, este caso me hace recordar cuando todavía me dedicaba a jugar al fútbol. En mis últimos días como jugador aficionado conviví con un dolor intenso que afectaba a mis talones. Mi estrategia para contrarrestarlo era dar unas cuantas vueltas al campo para calentarlos, de tal manera que cuando pitaba el árbitro el inicio ni siquiera notaba los pinchazos. Fue un día lanzando una falta que sentí como una pedrada golpeaba el talón, tal como Aquiles pero sin flecha. Me caí y ya no me pude incorporar. Acabé en urgencias y enseguida, después de que los médicos evaluaran la situación, se decidió que lo mejor era una visita rápida al quirófano. Después de tres meses de rehabilitación, me aconsejaron que si quería evitar que el otro talón sufriera el mismo percance evitara la práctica de deportes parecidos al fútbol, consejo que he seguido a rajatabla hasta el momento presente. Así se desvaneció el dolor. De la misma manera puede desvanecerse el dolor de Nadal. Él mismo reconoce en la entrevista que si dejara el tenis de competición el dolor en su vida diaria en poco tiempo desaparecería, pero la sociedad perdería entonces el modelo de individuo que necesita para perdurar.
En un principio parece fácil sortear determinados tipos de sufrimiento, sólo hace falta tararear varias veces en nuestro interior como un mantra un verso de una canción de la mexicana Natalia Lafourcade[2] “Para qué sufrir si no hace falta”. Aunque estas actividades puedan resultar adictivas, en nuestras manos está dejar el fútbol, el tenis o una relación sentimental tóxica, nada de esto nos hace falta. Otros tipos de sufrimiento son un poco más difíciles de tratar: la preocupación por el futuro de un hijo, el planeta que dejaremos a las generaciones futuras o los problemas derivados del cambio climático. Pero si nos convencemos de que no está en nuestras manos la solución a estas preocupaciones, el sufrimiento se disipa. Resulta, por otro lado, contraproducente el optimismo que desprenden eslóganes como “crea tu futuro”, “el futuro es nuestro” … En el caso que nuestra intervención individual o incluso colectiva tuviera una cierta incidencia, nada asegura que los resultados sean los que se persiguen. Por lo que esta incertidumbre sería sin quererlo causa de sufrimiento y preocupación.
Como tú dices, “todos sufrimos, siempre hemos sufrido”, cada uno lleva en su mochila la carga de las heridas sufridas y también de las infligidas a otros y a otras, el estado natural de la especie humana es la insatisfacción, por eso parece natural aspirar a lo que no se tiene, o lo que es lo mismo, a la felicidad. La religión, la filosofía y hoy en día la terapia obedecen a la misma necesidad; las tres han intentado o intentan exorcizar el desasosiego que significa el existir humano. Las personas filosofan por la misma razón por la que rezan. Esta angustia crónica es un defecto presente en el animal humano, escribe John Gray en su “Filosofía felina”[3].
Otra de las razones por las que el dolor es consustancial a la vida humana es la que expone Santiago Alba Rico en un artículo[4]: todo compromiso implica conflicto y sufrimiento. Entre cuerpos todo es potencialmente doloroso. La pretensión de eliminar el dolor sólo es posible si a la vez se eliminan el espacio y el tiempo, las condiciones radicales que permiten la existencia de la sensibilidad. Por eso escribe que una de las frases que más le irrita es aquella que dice que “si es amor, no duele”. Y concluye: no hay utopía más peligrosa que la de creer que se puede amar a otro cuerpo sin exponer el propio y sin exponer también el alma.
Para Descartes espacio y tiempo son las condiciones para que exista la materia, el cuerpo, la substancia extensa de la que se distingue y separa la substancia pensante, el cogito. Cuando en la segunda de las Meditaciones Descartes se pregunta por la naturaleza de la substancia pensante, explora diferentes posibilidades antes de dar con la respuesta correcta. Podría ser materia, cuerpo, lo más parecido sería un artefacto mecánico, un robot. Pero esta posibilidad no cumple con los requisitos de la auténtica substancia: no es autosuficiente, su autonomía dura lo que dura la energía que le aporta un ente exterior, una batería o una pila, una suerte de alma o material sutil que lo mueve y alimenta. La otra posibilidad que baraja el francés sería que esta fuente de energía pudiera satisfacer los requisitos de una substancia pensante. Sin embargo, no deja de ser una entidad contingente que debe su existencia a una realidad superior y por lo demás está demasiado apegada al artefacto que mueve. Por eliminación (por “descarte”, chiste fácil), llega finalmente al espíritu. Solamente la substancia pensante puede ser espíritu, la entidad más alejada de la materia en la escala del ser. Se puede dudar de que tenga este cuerpo, podría tener otro, incluso no tenerlo, pero no hay duda de que pienso y eso sólo lo puede ejercer un espíritu. El espíritu pensante es la substancia superior mientras Dios no demuestre lo contrario. Del “pienso luego soy” se desprende que somos espíritu en esencia y sólo secundariamente cuerpos. Y en consecuencia en tanto que en parte somos cuerpos estamos expuestos al dolor, a la queja, la expresión del desajuste que se produce cuando las piezas del artefacto no acaban de encajar.
Para lo bueno y para lo malo, a lo largo de nuestra vida hemos observado que no siempre el cuerpo ha sido el obediente colaborador que todos pensábamos. A veces sorprendentemente tomaba la iniciativa, sobre todo cuando éramos más jóvenes, ahora con la edad le cuesta más responder a nuestros deseos, se resiste y se rebela el muy cabrón. Nunca se ha desechado la alternativa de prescindir del cuerpo para rebajar la carga dolorosa o incluso suprimirla del todo. El cuerpo siempre ha estado en el foco a la hora de atribuir la fuente suprema de nuestros percances existenciales y sentimentales: nadie me quiere con este cuerpo, si fuera más alto, más delgado, si no tuviese un rostro marcado per el acné, otro gallo me hubiese cantado en la adolescencia. Lo que fue el resultado de un acto azaroso, se ha interpretado como la consecuencia de un cruel destino. En la República platónica con el mito de Giges se especulaba con la invisibilidad para imaginar las infinitas libertades que alguien podría permitirse sin un cuerpo. Los gnósticos del siglo II asimilaban el cuerpo a un cadáver, un sepulcro, una prisión, un intruso … El cuerpo, incluso para aquellos y aquellas que pueden exhibirlo sin tapujos, ha sido tradicionalmente y es hoy todavía un engorro.
El transhumanismo y la doctrina de género son las propuestas más novedosas para salvarnos de la tiranía del cuerpo. La topología mesiánica hace tiempo que se ha desplazado desde un arriba espiritual hacia un adelante político. En este sentido lo político ha sido substituido por las esperanzas que suscitan las nuevas tecnologías y las múltiples identidades de género. Para el transhumanismo, lo digital puede hacer realidad el sueño de la filosofía berkeliana, la desaparición de la materia. Su objetivo es, a través de la descarga, extraer la mente del cuerpo superfluo, para acceder al espacio líquido de las ondas electromagnéticas[5]. Para la doctrina queer, lo que cuenta es el género, no el sexo, el sentimiento que cada uno pueda tener de ser masculino, femenino o cualquier otra cosa entre los dos o más allá de los dos. Las identidades son tan múltiples que los cuerpos se utilizan solo como meros soportes[6]. Tal como acertadamente escribes, lo paradójico de la situación es que a un ciudadano cada vez más controlado por todas partes se le concede el privilegio narcisista de sentirse como quiera. Todo vale con tal de huir de lo real.
Igual que para el mago Pop, nada es imposible para los que subscriben estos principios. Confían en el poder ilimitado de las biotecnologías y la digitalización a la hora de crear mundo alternativos donde aparentemente no hay barreras naturales (ni siquiera culturales) y donde cada individuo pueda reconstruirse o deconstruirse según le parezca. Creen que si se logra liberarse de las prisiones corporales nada se resistirá a lo que pienses e imagines. Cuando leo u oigo estas palabras de inmediato me aparece viva la imagen de Uri Geller doblando cucharillas de café. Parece que si se habla de la fuerza del pensamiento no se habla de la capacidad de conocer mejor los misterios del mundo, sino que en el fondo se trata de competir con la fuerza física. Si realmente lo que priva es lo fantasmagórico sobre lo carnal, no estaría de más que en un próximo futuro las empresas de comunicación substituyeran los móviles por güijas para hacer más llevadera la invocación de estas entidades espirituales.
Sé que lo dicho anteriormente puede herir ciertas sensibilidades, ya conoces cómo se las gastan. Según Judith Butler respondiendo a las declaraciones de J. T. Rowling, autora del personaje de Harry Potter, nadie conoce el tormento que causa vivir entre los muros de una asignación sexual impuesta desde las instituciones médicas y legales. Lo que dijo Rowling atenta contra la dignidad de estas personas. La indignación de Butler la entiendo como la de quien está convencido de que sólo algunos colectivos tienen más derecho que otros a que su sufrimiento sea reconocido[7]. Indignación también es lo que emana del artículo escrito por Lidia Falcón que en muchos puntos creo estaría muy en consonancia con lo que tú defiendes[8]. La veterana feminista reaccionaba contra el proyecto de llevar adelante la Ley Trans y la imposición de la “autodeterminación de género”, a la que considera un disparate lanzando una seria de preguntas: “¿este tema es realmente divisorio de la derecha y de la izquierda, o nos situamos en un mundo surrealista donde la materialidad de los cuerpos no existe? “, “¿Se trata de abolir el Patriarcado o de abolir la realidad?”, “¿… es que hay que descubrir ahora el mundo material en el que está inserta la especie humana?”, “¿Dónde queda el sentido común …?
Nacemos para sufrir, la vida es un valle de lágrimas, esta parece ser la conclusión de toda la disertación, pero no siempre estamos sufriendo, también tenemos momentos, días e incluso años de disfrute y de alegría, hasta que alguien se enfada porque considera inmoral tanto goce. Aunque parece ser que según los sesudos estudios de la economía conductual somos más sensibles al dolor que al placer. Los psicólogos economistas lo llaman aversión a la pérdida: se sufre más por una pérdida que por una ganancia de la misma magnitud. Por ejemplo, si encuentras en el suelo un billete de 50 euros te produce una gran alegría, pero si más tarde encuentras a faltar en tu billetero la misma cantidad de dinero, el sufrimiento producido eclipsa completamente la sensación agradable experimentada anteriormente.
Creo que esta situación a nivel político ya había sido planteada. Cuando Glaucón debate con Sócrates sobre el origen de las leyes, el sofista hermano de Platón defiende que el miedo a ser víctima se impone a la posibilidad de gozar siendo agresor, por ello las leyes son necesarias no porque sean buenas sino porque previenen el dolor futuro. El mismo esquema argumental podemos encontrar en la reflexión sobre el origen del estado en Hobbes. El problema es que se deja en manos de la ley y del estado el monopolio de la gestión del miedo y del dolor. Se respeta la ley y el estado por el dolor que infringirían a quienes quisieran desafiarlos. La huida del dolor crea más dolor. La felicidad que promete la doctrina queer no es inmune a este planteamiento.
Podríamos establecer una lista de dolores de mayor a menor. ¿Qué sufrimiento es el más doloroso? ¿Cuál encabeza la lista? ¿Sobre qué indicadores establecemos el orden de los padecimientos? ¿Es factible la creación de un dolorómetro? ¿Cuál es la causa del dolor más doloroso? Judith Butler tiene la respuesta y la solución. El dolor más inhumano es el que se produce cuando a una persona no se le reconoce el derecho a cambiar de género. Y para ello, sin tener en cuenta otras circunstancias, todo es válido porque en su cosmovisión, que comparte con el mago Pop, todo es posible, aunque eso suponga negar la realidad, contrariar el sentido común, el cuerpo, la contingencia y la finitud humana.
Acabo con un poema de Fernando Pessoa que me parece que expresa mejor en unos cuantos versos que todas las líneas que he malescrito en esta disertación:
Hablas de civilización y de no deber ser,
o de no deber ser así.
Dices que todos sufren o la mayor parte,
con las cosas humanas puestas de esta forma;
dices que si fueran diferentes sufrirían menos.
Dices que si fuera como tú quieres sería mejor.
Escucho sin oírte.
¿Para qué querría oírte?
Oyéndote, terminaría sin saber nada.
Si las cosas fueran diferentes, serían diferentes: eso es todo.
Si las cosas fueran como tú quieres, serían sólo como tú quieres.
¡Ay de ti y de todos que pasan la vida
queriendo inventar la máquina de hacer felicidad!
Barcelona, 10 de junio de 2022
[3] GRAY, John, Filosofía felina, Madrid, Sexto Piso 2021
[5] AGUILAR GARCÍA, Teresa, Ontología ciborg, Barcelona, Gedisa 2008
[6] BRAUNSTEIN, Jean-François, La filosofía se ha vuelto loca, Barcelona, Ariel 2019
El racionalismo se queda con la verdad y abandona la vida. El relativismo prefiere la transformación de la vida a la verdad inmutable. En ambas posturas sufrimos una mutilación, nos dice Ortega. O perdemos la verdad o perdemos la vida. Para salir del embrollo lo primero es entender que el pensamiento es una función vital, tan vital como la digestión o la respiración. Es un instrumento útil y esencial para la vida. La voluntad, es un ímpetu que emerge de las profundidades orgánicas, un querer hacer algo, un deseo de que algo sea. Las voliciones ejecutan actos eficaces que modifican la realidad, que a su vez se muestra como una voluntad externa a la que hemos de adaptarnos. Este dualismo es un aspecto esencial de lo vivo. Por un lado, la voluntad es un producto del sujeto viviente, por otro, lleva en si la necesidad de someterse a un régimen externo (y objetivo). “Ambas instancias se necesitan. No puedo pensar con utilidad para mis fines biológicos si no pienso la verdad. Un pensamiento que nos presentase un mundo divergente del verdadero nos levaría a continuos errores prácticos”. (Aquí se podría objetar que el fin biológico no es la verdad, al menos no la única, sino que es sólo naturaleza, prakṛti. Pero ello exigiría adelantar nuestra propuesta y es más conveniente, por ahora, seguir la argumentación de Ortega). Ese carácter dual es la característica esencial de toda forma de vida. La vida humana tiene una dimensión trascendente. Sale de sí misma y participa de algo que no es ella. Esa salida de sí propicia el pensamiento y la voluntad, la experiencia estética y la emoción religiosa.
El relativista niega que el ser vivo pueda pensar la verdad. Pero esta creencia suya, negativa, es su verdad, por lo que se contradice. Si somos de verdad empiristas observaremos que ciertas actividades inmanentes trascienden el organismo. ¿Pertenece al cuerpo lo que el ojo mira y el modo en que lo mira? ¿pertenece al cuerpo el aire que respira? Ortega cita a Georg Simmel: la vida consiste en ser más que vida: en ella, lo inmanente trasciende más allá de sí misma. Acierta en la trascendencia misma que supone el proceso vital, pero yerra en el objetivo de esa trascendencia. No acaba de liberarse del kantismo en el que se ha educado (más tarde lo hará). Nos dice: “Lo justo debe cumplirse, aunque no le convenga a la vida. Justica, verdad, rectitud moral, belleza, son cosas que valen por sí mismas y no sólo en la medida en que son útiles a la vida”. Ese valer por sí mismas, del Bien, la Justicia y la Verdad, supone reeditar el cielo platónico. Y afirma sentencioso: “esa suficiencia plenaria de la justicia y la verdad nos hace preferirlas a la vida misma que las produce.” Pero luego rebaja su apuesta: “la espiritualidad no es una sustancia incorpórea, no es una realidad, sino una cualidad que poseen unas cosas y otras no. Esta cualidad consiste en tener un sentido, un valor propio” (Scheler asoma por aquí). A continuación, añade algo que suscribimos plenamente: los griegos llamarían a esta espiritualidad nous, no psique. Dicho en términos de nuestra hipótesis de trabajo: la llamarían conciencia, no mente o alma. El alma es mundana y vital. La conciencia trasciende lo mundano y lo vital. Es el no lugar, la no localidad, que impulsa el movimiento y las transformaciones. No como causa, sino como complemento de aquellos. Es, además, el factor que hace posible el goce estético y la experiencia amorosa.
Juan Arnau, Ortega y Gasset: la meditación soleada, El País 30/05/2022“El racionalismo, para salvar la verdad, renuncia a la vida… Siendo la verdad una, absoluta e invariable, no puede ser atribuida a nuestras personas individuales, corruptibles y mudadizas”. El racionalismo es antihistórico. El punto de inflexión de la historia moderna proviene del entusiasmo de Descartes por las construcciones de la razón. De su creencia, incomprobable, en que el orden del pensamiento coincide con el orden de lo real. Y de la distinción de Robert Boyle entre cualidades primarias y secundarias. Las cualidades primarias (solidez, extensión, figura, forma, movimiento o reposo y número) existen de manera objetiva en las cosas, mientras que las secundarias (gusto, color, sabor, sonido, calor, etc.) son subjetivas y sólo existen en la mente del individuo. Sin embargo, la experiencia de la vida se compone fundamentalmente de texturas, colores y sones. “Pero la razón no es capaz de manejar las cualidades. Un color no puede ser pensado, no puede ser definido. El color es irracional.” Frente a él, el número coincide con la razón y puede crear, mediante ésta, el universo de las cantidades. Dada esta situación, Descartes decide, unilateralmente, que el mundo verdadero es el cuantitativo, geométrico, mientras que el mundo de las cualidades, inmediato y magnético, es considerado ilusorio y acientífico. Una decisión que sirve de fundamento a la física moderna, que no sólo ha sido la ciencia en la que hemos sido educados, sino que ha servido de modelo al resto de las ciencias. Se trata, en definitiva, de una inversión de la experiencia espontánea del ser que vive y siente, una “gigantesca antinaturalidad”. Pues se comienza por intuir, llevados por ese magnetismo de lo sensible, que las cosas sean de cierta manera, y luego se buscan las pruebas para demostrar que las cosas son como intuíamos. Ortega recuerda que no son las pruebas quienes nos buscan y asaltan, sino nosotros los que vamos a buscarlas, movidos por un afán teórico.
La física y la filosofía de Descartes se extenderán a todos los ámbitos (el salón, el estrado y la plazuela). Esa es la sensibilidad específicamente moderna. Suspicacia hacia lo espontáneo e inmediato, preminencia de lo cuantitativo, indiferencia ante los cualitativo (esencia de la experiencia humana). El mundo se transforma, gradualmente, en un lugar indiferente a la humana sensación, queda a merced de la “razón pura”, exacta e ineludible (una situación que, en el ámbito político, conduce al orden social definitivo de los totalitarismos). Pero la vida no puede regirse por principios matemáticos, de hecho, no lo hace. Advertir esto, supone entrar en el umbral de una “nueva sensibilidad” (Ortega escribe en 1922, hace exactamente un siglo), una insurgencia que consiste en la negativa a tomar parte por una de estas dos tendencias antagónicas: racionalismo o relativismo. En ambos casos sufrimos una mutilación. Con el relativismo perdemos la verdad, con el racionalismo la experiencia sensible y la ineludible realidad del deseo.
Juan Arnau, Ortega y Gasset: la meditación soleada, El País 30/05/2022Para entender su postura hay que hacer la genealogía de las ideas que consolidan la época moderna. Lo primero es darse cuenta de que el racionalismo de Descartes no es razonable. Marca el rumbo del mundo moderno y lo aboca a la desorientación presente. El debate entre racionalismo y relativismo es, para Ortega, el tema de nuestro tiempo. En muchos sentidos, un siglo después, sigue siéndolo. La proliferación algorítmica es una buena muestra. Vamos a exponer la postura de Ortega, que es una vía media entre ambas tendencias, para, a continuación, exponer la nuestra. Para Ortega, entre la razón (absoluta) y el relativismo (local) marcha de la vida singular. La razón vital o “inteligencia de la vida” (Agustín Andreu) es lo decisivo: cómo entendemos la propia vida y qué sentido le damos.
La verdad es una e invariable. Esa es una premisa irrenunciable para Ortega. Las cosas son lo que son. Ahora bien, en la historia del pensamiento vemos continuos cambios de opinión. Diferentes épocas, diferentes verdades. Cada individuo y cada sociedad tiene sus convicciones. Lo que llamamos verdad consiste, más bien, en verdades. Y que éstas son relativas. Pero el relativismo tiene un problema (ya lo advirtió Nāgārjuna). Si no existe la verdad, el relativismo no puede tomarse a sí mismo como verdad. Ha de ser, él mismo, relativo. El relativista relativo es un relacionista. Un sujeto dedicado a establecer relaciones entre las distintas visiones del mundo, que no valen todas los mismo, pero que se iluminan unas a otras, formando una colección de perspectivas. Ortega considera que el relativismo es, a la postre, escepticismo, y el escepticismo es una teoría suicida, que va en contra de la fe en la verdad, fundamental para la vida humana. Desde la perspectiva de la libertad, como forma de vida y como objetivo de la vida misma, ser un relacionista no debería suponer ningún problema. Siempre hay camino y siempre hay elección. El relacionismo no suprime la idea de lo mejor. Hay culturas superiores a otras, hay ideas mejores que otras, que ayudan a vivir más que otras. Sin que sea necesario un marco común que cuantifique el valor de cada perspectiva, que mida su distancia a esa verdad única. Pero no nos adelantemos.
El perspectivismo es un tema que recorre la obra de Ortega de inicio a fin. Y se conecta con la razón vital en el hecho de que “cada vida es un punto de vista sobre el universo”. Y vida no es sólo pensamiento, es también acción, y devoción, y voluntad, desarrollo de intereses. La vida, en sí misma, es un órgano insustituible que conquista verdad, una verdad vital, experiencial. Cada vida contribuye a la verdad absoluta, omnímoda. Y no deja de ser verdad por no ser la verdad entera. Se trata de un realismo vital sin parangón. Todas las vidas, hasta la más humilde, son verdad. Incluso las vidas de los ignorantes, de los iletrados, incluso la vida de los malvados y criminales. Nuestra perspectiva parcial forma parte de la perspectiva divina, que es aquella que, según Leibniz, integra todos los puntos de vista.
“La razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital”. A una razón en perspectiva. Las perspectivas, además, son intransferibles. Nadie puede vivir tu vida por ti. La realidad radical no son los átomos o las sustancias, es la vida de cada cual. Ortega tiene una metafísica definida, la razón vital, pero duda en desarrollarla exhaustivamente. No la quiere hacer pública. ¿Los motivos? No lo sabemos. Quizá le pareció demasiado aventurada, demasiado etnográfica, demasiado próxima al relativismo. Prefiere insinuarla, jugar con el brillo de sus metáforas. La cultura es una actividad vital, biológica. Y toda auténtica cultura nació de un individuo, de una vida particular, de una perspectiva. Posteriormente se objetiva y pierde ese carácter personal.
Juan Arnau, Ortega y Gasset: la meditación soleada, El País 30/05/2022La verdad tiene a sus favoritos. Sólo desciende sobre el pretendiente, sobre quien la anhela, sobre quien le ha abierto un hueco en el corazón. “El ser buscador es la esencia misma del amor”. Por eso leemos libros, por eso los buscamos, por eso los escribimos. La búsqueda, en sí misma, es un enigma. “El que busca no tiene, no conoce aun lo que busca y, por otra parte, buscar es ya tener de antemano y presumir lo buscado. Buscar es anticipar una realidad aún inexistente, predisponer su aparición, su presentación”. El neutrino, partícula sin masa predicha teóricamente por Pauli, es un ejemplo ilustrativo. Décadas después se detecta en el laboratorio lo que sólo estaba en la mente de este físico genial. La detectan, eso sí, con instrumentos construidos con la teoría erigida y pensada, por el propio Pauli y su círculo.
Juan Arnau, Ortega y Gasset: la meditación soleada, El País 30/05/2022Ortega nos dice que lleva defendiendo este perspectivismo en sus clases desde 1913. La manía de la filosofía ha sido ser, desde sus orígenes, utópica y los sistemas que progresivamente concibe, universales, válidos para todas las épocas y todas las culturas. La doctrina de la perspectiva vital, de los incontables puntos de vista, exige una nueva concepción de la filosofía, de su alcance y pretensiones. Un inclusivismo, antropológico, que se aproxima al talante hindú en el filosofar. “La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, donde aquella se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación”. Es importante advertir que Ortega no está contra la razón (único modo de proceder teóricamente) sino contra el racionalismo. La razón es la capacidad de reducir, analíticamente, la cosa a sus elementos constitutivos. Pero, ante el elemento, ya no puede proceder racionalmente y se ve obligada a dejar paso a la intuición.
Visto desde nuestro tiempo, las filosofías de la época moderna comparten, en su mayoría, el primitivismo racionalista. Ese primitivismo podría llamarse ingenuidad o candor, característico del objetivismo que ignora al observador y procede como si no estuviera presente. “El mundo definido por estas filosofías no era en verdad el mundo, sino el horizonte de sus autores.” Pero la peculiaridad de cada ser, de cada época, de cada pueblo, lejos de ser un inconveniente para captar la verdad es precisamente el órgano mediante el cual la realidad se manifiesta. Eso sí, en la porción que le corresponde. “La verdad integral sólo se obtiene articulando lo que el prójimo ve con lo que yo veo… Cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta.” Un pluralismo de corte budista. El mundo, lo real, como la integral de todos los seres, de todas las perspectivas. No hay nadie al mando, no hay una perspectiva privilegiada. Los mundos se conservan o destruyen en función de los seres que los habitan, en función de la integral de sus estados mentales. De ahí que Ortega saque a colación del problema de dios. “Esta omnisciencia, esta verdadera “razón absoluta” es el sublime oficio que atribuíamos a Dios. Dios es también un punto de vista; pero no porque posea un mirador fuera del área humana, que le haga ver directamente la realidad universal, como si fuera un viejo racionalista. Dios no es racionalista. Su punto de vista es el de cada uno de nosotros: nuestra verdad parcial es también verdad para Dios.” Ortega se ha convertido al mito oriental de la divinidad participada en los seres. Lo divino nada sin guardar la ropa. Ahora el destino del universo está en manos de los seres que lo habitan. Ese mito, de origen védico, fue el adoptado, de una manera más o menos consciente, por el budismo. Cada perceptiva sobre la realidad es verídica, pero no es la única realidad. La percepción no engaña (aquí Goethe), la que engaña es la mente, que puede ser más o menos confusa, más o menos diáfana.
Es inevitable recordar, en este punto de nuestra discusión, un aforismo de Tagore que se atreve a descifrar el gran enigma, la ilusión cósmica (māyā). “El ojo no te ve a Ti, que eres la pupila de cada ojo”. La divinidad, huyendo de la soledad, se ha transformado en los seres. Desde el tigre a la araña, desde el ser humano hasta la más humilde brizna de hierba. Ortega lo asume. “Dios está en todas partes y por eso goza de todos los puntos de vista, y en su ilimitada vitalidad recoge y armoniza todos nuestros horizontes. Dios es el símbolo del torrente vital, a través de cuyas infinitas retículas (filtros) va pasando poco a poco el universo, que queda así impregnado de vida, consagrado, es decir, visto, amado, odiado, sufrido y gozado”. Se ha obrado la inversión. Ortega, que sabía poco de budismo, se ha convertido, sin saberlo, en discípulo de Siddhārtha Gautama. Dios ya no está, o mejor, está en la mirada de cada uno de los seres. Ese es el genuino “tema de nuestro tiempo”, aceptar ese reto, asumir esa fidelidad a lo divino, abrir bien los ojos y saber, que en esa mirada, se juega el destino del mundo.
Juan Arnau, Ortega y Gasset: la meditación soleada, El País 30/05/2022
Storr describe algunas de las formas en las que este funcionamiento nos afecta, haciéndonos a veces un poco delirantes. “Tendemos a creer hechos que halagan la historia heroica que al cerebro le gusta contar sobre nosotros y nuestras tribus, en lugar de la verdad ―señala el autor―. También nos hace irracionales acerca de otras personas. Al cerebro narrador le gusta dividir el mundo en héroes y villanos”. Esta gran simplificación hace común que veamos a las personas en el lado opuesto del espectro político como enemigos o, directamente, como malas personas. En realidad, son personas que utilizan otros relatos para explicarse cómo funciona el mundo, relatos con los que nosotros no comulgamos. Así, es normal que nos cueste cambiar de opinión, porque esos cambios pueden dinamitar los pilares de las narrativas que sostienen nuestra existencia: nos caemos al vacío.
Según la ciencia, los sucesos de la vida se comprenden y se recuerdan mejor si van engarzados en esa historia que nos contamos todo el rato. El neuroeconomista Paul Zak ha señalado que las historias generan oxitocina en el cerebro, una hormona que produce sensaciones agradables, aumenta la confianza y reduce el miedo social. Las neuronas espejo, además, cruciales para la empatía, nos permiten ponernos en el lugar de los protagonistas de los relatos, sufrir y alegrarnos con ellos, por eso lloramos o entramos en tensión cuando estamos sentados en la butaca del cine. Según ha encontrado el Instituto del Cerebro de la Universidad del Sur de California, la lectura de historias provoca una respuesta universal en el cerebro, similar en cualquier ser humano, como si la capacidad de reaccionar a ellas formara parte de nuestra naturaleza más fundamental.
Sergio C. Fanjul, El cerebro humano es una máquina que se alimenta de cuentos, El País 30/05/2022