Escrito por Luis Roca Jusmet
Hace 150 años nació en Viena Sigmund Freud. Para bien o para mal ha sido una de figuras más influyentes en la cultura contemporánea. Hasta hace poco podríamos decir que era así en Occidente. Hoy, en plena sociedad globalizada podemos decir que su influencia es universal.
El psiconanálisis como teoría y como práctica, por mucho que digas sus enemigos, no ha sido superado. Continúa vivo y bien vivo. Continúa siendo polémico, como al principio. El gran descubrimiento de Freud fue el del inconsciente, sin lugar a dudas. Freud nos enseñó que para que gane la razón hemos de iluminar las sombras, no ocultarlas. Los humanos tendemos al engaño, pero sobre todo al autoengaño. Racionalizamos para justificarnos. Negamos nuestra parte más oscura en lugar de analizarla y asumirla. Estamos determinados por las pulsiones de vida y de muerte, por el sexo y la violencia y hemos de saber canalizarlas como fuerzas creativas, no destructivas, Es lo que Freud llamaba la sublimación.
Más allá de la valoración que hagamos del psiconálisis es evidente la influencia que ha tenido en el arte ( literatura y cine, básicamente) y en la vida cotidiana del hombre occidental. Ha sido uno de los puntos claves de lo que la psícóloga Eva Illouz llama "la hegemonía del discurso terapéutico".
Políticamente Freud siempre fue un liberal. Sentía un rechazo profundo hacia cualquier forma de totalitarismo, fuera el comunismo o el nazismo. Era un burgués ilustrado y como tal no era demasiado amigo de la democracia en su sentido originario de gobierno de los pobres. Cualquier orientación política enfocada hacia un porvenir sin problemas le parecía una idealización, una ilusión. En el límite, un delirio colectivo, como la misma religión. Profundamente escéptico desconfiaba de los nacionalismos, que veía como un "narcisismo de las pequeñas diferencias".
Analizó con una gran lucidez lo que llamó la psicología de masas y la figura del líder como encarnación del ideal.
Era un ilustrado liberal y conservador escéptico. Defendía el progreso, pero sabiendo el precio que implicaba, El hombre, como decía, no está programado para ser feliz. hay que intentar simplemente, que en el conjunto de cada vida el placer supere el dolor, la alegría a la tristeza, la satisfacción al sufrimiento. Ni más ni menos.
Freud nos dice en su autobiografía algo paradójico: que sus verdaderos intereses son de naturaleza filosófica, pero que al mismo tiempo es constitucionalmente reacio a lo especulativo y tiene una gran desconfianza hacia la filosofía. Si intentamos resolver la paradoja podemos concluir que Freud tiene por una parte, como él mismo nos dice,
un espíritu de conquistador que le orienta hacia los enigmas clásicos de la filosofía, buscando siempre nuevos horizontes teóricos. Pero por otro su espíritu de rigor busca una base empírica a su discurso, que él atribuye pura y exclusivamente a la ciencia. Freud teoriza y busca verificar sus formulaciones a partir de la observación clínica ; casi podríamos decir que retoma la postura radical de Hume que considera los textos metafísicos como un material que más valdría quemar. Estos textos filosóficos son, para Freud, al igual que los de la religión, obstáculos para la verdad. Pero la religión es una
ilusión ( que Freud insiste en diferenciar del error) que tiene un interés en la medida en que es la proyección imaginaria de un deseo, mientras que la metafísica es, en cambio, una especulación estéril; el triste papel del filósofo convencional es el de sustituir el viejo catecismo de los clérigos ( lo peor de la religión). Los filósofos nos ofrecen cosmovisiones que tienen un carácter totalizador, basado en puras especulaciones cuyas arrogantes pretensiones irritan profundamente a Freud; considera la filosofía convencional uno de sus peores enemigos, porque mantiene como axioma fundamental la identidad entre la mente y la conciencia
Esto no quiere decir, hay que matizarlo, que Freud desprecie a todos los filósofos. De hecho tanto la filosofía clásica como la buena literatura están muy presentes en el discurso freudiano, a través de referencias que son imprevisibles y rápidas pero que tienen una función precisa. Podríamos citar a Empédocles o a Platón junto grandes escritores como Sófocles, Moliere, Goethe o Shakespeare. Lo que no soportaba Freud es la filosofía arrogante académica de su época. En su autobiografía considera a Schopenhauer y a Nietzsche como antecedentes del movimiento psicoanalítico al haber afirmado con claridad la existencia del inconsciente. Aunque Freud no reconoce ninguna influencia directa por parte de ellos, afirma que su virtud no es la de haber descubierto el inconsciente sino haberle dado un fundamento científico. Freud leerá con atención a Schopenhauer y constatará afinidades profundas con él. especialmente con las hipótesis contenidas en
Más allá del principio del placer . Dirá de Schopenhauer que es el único filósofo que provee a la metafísica del antídoto necesario. Schopenhauer era, como Freud, un crítico radical de la filosofía académica, que ataca el discurso prepotente y dogmático de los especulativos hegelianos, empezando por Hegel. Freud se interesará también por Nietzsche ( por la influencia de una amiga común Lou-Andrea Salomé) pero comentará, con una sinceridad que hay que apreciar, que prefiere no leerlo para no dejarse seducir por su lenguaje. Nietzsche será así para Freud una especie de tabú.
Superficialmente podríamos encuadrar a Freud en la línea positivista: la ciencia, superadora de la filosofía y antes que ella de la religión, es hoy el único camino serio hacia la verdad del mundo. Algunos autores, como Bettelheim, intenta demostrar que Freud nunca fue un positivista, presentando un Freud humanista e incluso educador que entendería su trabajo en la línea de las teorías del filósofo alemán, contemporáneo suyo, Wilhelm Windelband. Para él las ciencias humanas son ideográficas y se basan en lo histórico singular, en el acontecimiento. Los métodos de las ciencias físico-naturales, que son nomotéticas y se basan en las leyes precisas y en la estadística, no valen para el estudio de lo humano. Las traducciones inglesas, según Bettelheim, se han ocupado sistemáticamente de distorsionar el lenguaje de Freud adaptándolo al cientifista de los positivistas. Aunque Bettelheim dice algunas verdades, su postura es insostenible porque aunque Freud reconoce los límites del psotivismo nunca lo hará sobre la base de reivindicar una ciencia humanista.. Es cierto que Freud tenía, como dice, un gran bagaje humanista y modeló su estilo basándose en los clásicos de la literatura alemana; también lo es que las traducciones inglesas dan un sentido falseador a algunos de sus términos. Pero es dudoso que Freud eligiera el planteamiento de su ciencia como comprensiva en la línea de Windelband. Sí hay que recordar, y el mismo Freud insiste en ello, que es Goethe quién le conduce a la inquietud científica con su concepción holística y heterodoxa, tan diferente del cientificismo positivista. Pero más bien parece que Freud va transformando este impulso de naturalismo romántico goethiano en la defensa de una ciencia crítica que sabe reconoce sus límites. Freud mantiene por otra parte una epistemología realista y polemizó explícitamente con las teorías ficcionalistas de Vahinger. A la metafísica la calificará como un conglomerado de residuos animistas, de animismo sin magia.
Freud supera, en la práctica, el discurso positivista porque su concepción de la ciencia es más amplia y porque da a la especulación una función necesaria. Pero entre la metafísica de la filosofía y la metapsicología del psicoanálisis considera que se encuentra la diferencia entre una mala y una buena abstracción. El criterio de discriminación es que la primera es apriorística y la segunda no, ya que está integrada en el discurso científico y se sostiene en la contrastación clínica.
Pero quizás lo que mejor de la biografía de Freud es que fue un espíritu libre, capaz de formarse un criterio y de vivir en consecuencia con él. Mucho podemos aprender hoy leyendo al lúcido y penetrante Freud. Esta es mi invitación.