Escrito por Luis Roca Jusmet
Los adolescentes de las sociedades liberales avanzadas tecnológicamente, viven en un mundo que ya no es el de sus padres, el de los adultos, el nuestro. La transformación viene sobre todo por dos acontecimientos. El primero es el declive del padre y con él el de cualquier autoridad. La familia nuclear era la base de la sociedad jerárquica y disciplinaria con que se inició el capitalismo. Pero los dispositivos liberales basados en el control más que en la disciplina, en la regulación más que en la intervención, han acabo declinando hasta el ocaso la figura del padre, Los adolescentes viven en familias nucleares, abiertas o monoparentales pero en las que mayoritariamente no hay una autoridad que domina. Hay relaciones de poder más diluidas, más dispersas. La escuela tampoco es la escuela autoritaria y disciplina. Bajo el ideal de la formación permanente para el desarrollo de las competencias, sobrevive como puede.
Vivimos en una sociedad líquida en la que estos adolescentes se mueven por redes complejas y no por estructuras rígidas. Todo aparece como efímero y provisional, empezando por la propia familia, la situación laboral de los padres, un futuro incierto...
Tenemos después de los profundos cambios tecnológicos. El móvil cumple un doble papel. Uno es el de prótesis, es una continuidad tecnológica del cuerpo. Es el soporte tecnológico que duplica la mediación simbólica entre el sujeto y el mundo. Los humanos no vivimos en el mundo natural, estamos separados de él por nuestra propia constitución. Nos relacionamos con el mundo a través de las palabras, de las estructuras lingüísticas, que son, en cierta manera, las que configuran nuestros deseos. El móvil no crea un mundo simbólico nuevo pero lo transforma, hace la mediación más profunda, nos separa más del mundo natural. Pero también tiene el papel de un objeto que produce un placer inmediato, que no deja aparecer la falta a partir de la cual elaboramos un deseo.
El tema de la identidad es, por supuesto, uno de los temas centrales de este proceso. Es una identidad muy heterogénea y quizás poco consistente. Quizás hay, como decía Richard Sennett, una corrosión del carácter y las estructuras internas que nos dan solidez ya no existen. A falta de identidades simbólicas que vienen por la interiorización de valores, actitudes y conductas lo que aparecen son identificaciones imaginarias. Formar parte de una grupo que se define por unas imágenes más que por otra cosa.
¿ Es una sociedad narcisista como también plantea Richard Sennett ? Lo es porque los adolescentes están muy pendientes de sí mismo, tanto de sus deseos como de su autoimagen.
Estos hechos, el declive de la autoridad y las mediaciones y prótesis tecnológicas, crean un imaginario nuevo en estos adolescentes. El imaginario no es solo las redes imaginarias que pueblan nuestra mente, es también la percepción del propio cuerpo, del espacio, la relación con el Otro y con los otros. Es, en definitiva, la manera de estar en el mundo.
Hay que entender y canalizar el proceso, no rasgarse las vestiduras. Podría decir que su imaginario corresponde a un nihilismo consumista y tecnológico. Pero no lo diré, porque es un fenómeno más complejo y más rico, porque sería pobre reducirlo a nuestros viejos conceptos. Hay un imaginario social nuevo que se está constituyendo. Hay que saber entenderlo de manera crítica pero sin prejuicios y con instrumentos de análisis renovados.
Hay que saber pensar propuestas para avanzar hacia un mundo mejor a partir de ellas.