Una respuesta adaptativa neuropsicofisiológica que aparece ante un estímulo es necesaria para que el niño aprenda a identificar su malestar o desarrollar estrategias para hacerle frente. La ira, por ejemplo, informa al menor que lo que le ocurre es contrario a sus intereses personales; la tristeza puede aparecer ante la pérdida de alguien o algo valioso, y el miedo cuando cree que va a sufrir algún daño. Estas emociones pueden adoptar en el niño muchas manifestaciones conductuales: rabietas, malas contestaciones, agresividad, desobediencia, negativismo, rebeldía o intentar saltarse los límites. Incluso pueden provocar que pierda el apetito, se sienta cansado, no quiera o pueda dormir o necesite que el adulto esté siempre a su lado.
Al igual que los padres, el menor tiene derecho a sentir estas emociones desagradables. Pero sus mayores de referencia deben enseñarle que su malestar no justifica que se descontrole, pegue, insulte o culpe a los demás de su actuación. Que el niño aprenda a regular adecuadamente estas emociones y pueda hablar de ellas desde la calma será clave para que estas no le hagan daño y pueda establecer relaciones saludables con los demás. Para poderlo conseguir necesitará que sus progenitores le acompañen con grandes dosis de calma y empatía.
El adulto debe convertirse en el mejor modelo de regulación emocional que el menor pueda tener. Si el adulto dispone de herramientas para regular sus propias emociones, su hijo acabará integrándolas. La diferencia entre gestionar o no estas emociones puede suponer unas relaciones familiares basadas en el respeto y la comprensión o, por el contrario, establecer relaciones basadas en discusiones y enfados, amenazas o los gritos continuos.
El desarrollo de la inteligencia emocional del niño será clave en su bienestar personal. Aprender a identificar, regular y gestionar correctamente las emociones le dará mucha seguridad y potenciará su autonomía. Si el pequeño siente que se le da respuesta a sus necesidades afectivas creará mucha conexión con sus padres.
Estrategias para acompañar al menor:
Si nos ceñimos a la IA moderna, la gran pregunta científica es si es posible que haya inteligencia en algo que no es biológico. Yo creo que, para comprender realmente el mundo, es necesario tener consciencia. Ese es el objetivo científico desde los tiempos de los pioneros de los años cincuenta y sesenta: hacer máquinas que sean igual o más inteligentes que los humanos en todos sentidos. Mi opinión, y la de otros como Yann LeCun o Demis Hassabis [director general de Google DeepMind], es que la IA generativa no solo no nos hace avanzar hacia esa IA fuerte, sino que, como dice LeCun, nos desvía del camino para lograrla. El argumento es que no pueden comprender el mundo porque no tienen un cuerpo con el que interactuar en este mundo. Yo voy un poquito más allá: tener cuerpo posiblemente permita aprender leyes físicas básicas y las relaciones causa-efecto más elementales que conoce hasta un bebé, como que si sueltas una manzana, se cae al suelo. Pero eso no implica que una IA tenga consciencia.
Enseguida proyectamos sujetos en objetos que no tienen cualidades humanas. Eso ha sido siempre así. Pero hay que reconocer que, en este caso, el resultado es impresionante. Tú le preguntas algo a ChatGPT y las respuestas son de una precisión pasmosa, gramaticalmente perfectas, persuasivas y con un discurso bien hecho, aunque a veces suelte falsedades. Yo entiendo que la gente pueda llegar a pensar que detrás de ello realmente hay una inteligencia incluso más potente que la suya. Pero en realidad estás ante un programa de ordenador que detecta y recombina patrones una y otra vez y regurgita los resultados.
Quien afirme que la máquina es inteligente y consciente, ese es quien tiene que demostrarlo. Yo soy de los que creen que ser consciente, comprender el mundo y ser inteligente en el sentido humano del término está profundamente arraigado en el hecho de que somos seres vivos. En que nuestro sustrato es la química del carbono, no la del silicio. Somos tan distintos a las máquinas, con su hardware y su software… La física que hay detrás de los ordenadores está basada en transistores que conducen o no electricidad, los unos y ceros, mientras que nuestros símbolos físicos son los procesamientos que hacemos con las neuronas, que son mucho más complejos que el lenguaje binario. Tenemos actividad eléctrica, pero también química. En fin, es tan incomparable y tan distinta la naturaleza del cerebro y del cuerpo humano respecto a una máquina que, en mi opinión, la consciencia y la inteligencia solo se pueden dar en seres vivos. Otra cosa es que, en un día muy lejano, la bioingeniería evolucionara de tal modo que los replicantes de Blade Runner fueran factibles. Si eso sucede, yo empezaría a admitir que puede que las máquinas puedan llegar a ser conscientes e inteligentes.
La IA no siempre necesita tener conocimiento del mundo para funcionar bien. AlphaFold, que le ha valido el Nobel de Química a Hassabis, tiene 32 algoritmos distintos. Hay redes neuronales, machine learning e IA de causalidad trabajando de forma integrada. Para predecir la forma en que se pliegan las proteínas no hace falta tener un modelo del mundo, y, por tanto, no se necesita tener cuerpo.
Hay que regular las aplicaciones peligrosas de la IA. No hablamos de que pueda dominar a la humanidad, sino de peligros reales: manipulación de la información, desinformación, influencia en resultados electorales, sesgos, discriminación, consumo energético absolutamente insostenible, etcétera. Tenemos ya una lista larga de problemas reales. Da la sensación de que quienes se centran en los riesgos existenciales de la IA lo hacen para correr un tupido velo sobre lo que ya está pasando.
Manuel G. Pascual, entrevista a Ramón López de Mántaras: "La consciencia y la inteligencia solo se pueden dar en seres vivos", El País 16/04/2025
La viabilidad de Israel, su existencia misma de hecho, se basa en dos pilares: el material y el moral. El primero es muy sólido, y el ejemplar comportamiento de Israel durante la crisis financiera de 2008 es un ejemplo de su solidez. Es un país con una alta tecnología, con prolíficas industrias de exportación, tanto militares como civiles. Desde hace más de diez años, forma parte de la OCDE, un símbolo de su desarrollo y de su prosperidad general. El pilar moral, por el contrario, ha ido erosionándose constantemente con los años. Las críticas han ido dirigidas principalmente contra las políticas del Estado, no contra su existencia. El Gobierno israelí, sin embargo, las contemplaba como un intento de deslegitimar al Estado judío. En consecuencia, la actividad lobista en el siglo XXI no se ha centrado en defender las políticas aplicadas en la actualidad por Israel en la Palestina histórica, sino que se ha dirigido contra cualquier indicio imaginario o real de que el Estado y su ideología afrontan una condena internacional. Los israelíes lo denominan la lucha contra la deslegitimación.
El lobby sionista está compuesto por una red enorme de personal remunerado y voluntarios que trabajan para este proyecto 24 horas al día, siete días a la semana, aunque no tiene demasiado trabajo en lo que a la política de alto nivel se refiere. Los lobistas tienen buenas razones para estar satisfechos en lo referente a su influencia sobre los gobiernos a lo largo de los años. Tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, presidentes y primeros ministros saben lo que Israel espera y tolera. Desde 1948, esta autocensura y subordinación a los deseos de Israel ha triunfado sobre cualquier disensión por razones de principios. El Parlamento y el Congreso se comportan de forma similar, al igual que los medios de comunicación y los académicos convencionales. Pero en la era de internet y los medios alternativos, ya no es posible controlar la sociedad civil. El lobby se siente obligado a eliminar de raíz cualquier simpatía creciente hacia Palestina, ya sea en forma de llamamientos al boicot o en forma de flotillas humanitarias con destino a Gaza. También hay que suprimir la producción de conocimiento que respalde las exigencias de los palestinos. Así es como seguirá procediendo la defensa de Israel hasta que actores locales, regionales e internacionales tengan la valentía de enfrentarse a estos torrentes de supresión mediante acciones civiles y judiciales. Y eso está ocurriendo ya. En la década de 1980, tanto en Reino Unido como en Estados Unidos, el lobby asumió unos objetivos mucho más ambiciosos. Lo que se pretendía era controlar, donde y cuando se diese, cualquier relato que cuestionase el de los sionistas. El lobby está obsesionado con controlar la conversación sobre Israel y Palestina, y cualquier fallo en dicha empresa le parece una amenaza existencial para Israel.
Ilan Pappe, A las élites es posible comprarlas ..., El País 14/0472025
¿Por qué se llama ‘Adolescencia’ cuando retrata fundamentalmente a los adultos? Son ellos los que actúan, los que preguntan, los que hablan. La serie es un espejo del espejo. Los adultos miran a los jóvenes y nosotros les miramos a ellos. ¿Qué podemos ver? Fundamentalmente, la incapacidad para entender. El fracaso de la mirada adulta.
¿Por qué los adultos son incapaces de entender? Porque son incapaces de escuchar. ¿Por qué son incapaces de escuchar? Porque son incapaces de amar. ¿Por qué son incapaces de amar? Porque no tienen tiempo. ¿Y por qué no tienen tiempo? Porque se pasan el día trabajando.
Sin escuchar y entender no es posible cuidar. La serie nos deja desazón y desasosiego al acabar porque nos pone frente a nuestra radical impotencia ante el mal. ¿Qué es lo que las instituciones adultas rechazan escuchar? A las personas singulares y concretas, a cada uno y a cada cual. Son espacios sin sujeto. Los sujetos, en ellas, se vuelven objetos: de vigilancia y castigo, de cálculo y control, de extracción de datos y saber.
El tercer capítulo nos muestra un largo interrogatorio psicológico a Jamie. La psicóloga parece humana, en contraste con el frío burocrático y distante que reina en el centro carcelario de menores. Tal vez tiene buenas intenciones, ganas de empatizar y escuchar, pero identificada con su función y su trabajo, elaborar un informe psicológico exprés para la maquinaria penal, su conversación se convierte en interrogatorio inquisitorial.
Freud inventó la relación analítica como un espacio donde el sujeto podía escucharse a sí mismo, entender algo por sí mismo y cambiarse a sí mismo. La relación analítica, mediada por un afecto de confianza, es una forma de encuentro y conversación. La psicóloga traiciona todo eso. La psicología en general traiciona todo eso cuando se pone el servicio del poder (sanitario, social, educativo) y no del sujeto.
La psicóloga necesita construir un relato. Pregunta desde ahí, escucha desde ahí, conversa desde ahí. No acompaña a Jamie a entenderse a sí mismo, desde sus propias palabras, con el tiempo que necesite, sino que pretende encajarle en un molde. Jamie se resiste con evasivas y gestos airados a las preguntas trucadas, al paripé de la empatía, a la traducción forzada de todo lo que dice. Se resiste a ser explicado.
Los adultos se quedan perplejos en la serie cuando las adolescencias no colaboran con ellos, cuando se encolerizan, cuando se rebelan. Están tan seguros de sí mismos, tan seguros de lo que hacen, tan seguros de que representan el bien... Se dirigen a los chicos como si fuesen inferiores, como si fuesen ganado, como si fuesen monstruos, y se sorprenden cuando los monstruos les muerden.
Explicar sin escuchar es el modo adulto de pensar, repleto de estereotipos. Los estereotipos pre-suponen y pre-juzgan: no hay nada singular que percibir o atender, lo podemos saber todo de antemano, a priori. Así se cancela lo más humano: lo contradictorio, lo complejo, lo impuro, lo imprevisto.
Escuchar es una palabra hermosa, pero un camino largo y difícil. Escuchamos, para empezar, sólo si no creemos saberlo ya todo. Si confiamos en que el otro tiene algo para decirnos, algo que no sabemos, algo que queremos o necesitamos saber. Pero los adultos saben, creen que lo saben todo, eso precisamente les constituye como adultos en esta sociedad.
Si queremos escuchar, debemos desertar. Eso nos dice la serie. Desertar de todo lo que nos roba el tiempo del afecto, el tiempo de los vínculos, del compartir sin más objetivos. Desde luego la loca exigencia de productividad 24/7 que se nos ha metido dentro, pero también la posición de superioridad que define la condición adulta. Desertar significa sustraer y preservar toda la humanidad posible.
La transmisión inter-generacional no es una carrera de relevos entre padres e hijos, sino un encuentro. En toda la serie nadie habla realmente con Jamie. Nadie se dirige a él como sujeto. Nadie le pregunta cuál es tu tormento. Nadie le presta verdadera atención.
Amador Fernández-Savater, 'Adolescence': el fracaso de la mirada adulta, ctxt 13/04/2025
Al cor de la crítica de Hayek a la planificació central es troba el que va anomenar el problema del coneixement . Va argumentar que la informació necessària per fer funcionar una economia moderna complexa amb eficàcia és vasta, dispersa i sovint tàcita, guardada en la ment i les experiències de milions d'individus que actuen en les seves circumstàncies específiques. Cap junta central de planificació, per intel·ligent o ben equipada que sigui, podria reunir, processar i actuar sobre aquest coneixement dispers de manera oportuna o eficient.
La curiosa tasca de l'economia és demostrar als homes el poc que saben realment del que s'imaginen que poden dissenyar.
En canvi, el mercat lliure, a través del sistema de preus, actua com una xarxa de comunicació gegant i descentralitzada. Els preus condensen grans quantitats d'informació sobre l'escassetat, la demanda i els costos d'oportunitat, indicant als productors i consumidors la millor manera d'assignar els recursos. Els intents dels planificadors centrals d'evitar o dictar els preus destrueixen aquest mecanisme de senyalització vital, conduint inevitablement a la ineficiència, el malbaratament i la mala assignació de recursos. Funcionen sota el "fatal presumpte" que posseeixen el coneixement suficient per dissenyar i dirigir conscientment els resultats econòmics millor que l'ordre espontani que sorgeix de les opcions individuals lliures.
Philosopheasy, Good Intentions, Paved Path: Hayek's Warning on the Road to Tiranny, philosopheasy.com 14/04/2025
Utilizamos dos modelos principales para tomar decisiones. El que se basa en la identidad es uno y el racionalista es otro, según James G. March.
En los ámbitos de la economía o la política, por ejemplo, podemos guiarnos por nuestros intereses objetivos: ¿qué es lo que más me conviene como hombre treintañero que vive en un municipio mediano y trabaja en el ámbito privado, pero con un pie en el tercer sector? Estas son preguntas propias del modelo consecuencialista de toma de decisiones. Calculamos las consecuencias de cada alternativa y elegimos la más óptima. Esta creencia está en el corazón del liberalismo, pero también es el marco teórico que la mayoría de las izquierdas siguen utilizando para analizar el mundo.
¿Quién soy? ¿Qué tipo de situación es esta? ¿Qué hace la gente como yo en este tipo de situaciones? Estas son preguntas –muchas veces inconscientes– propias del modelo de toma de decisiones basado en la identidad. Es el que más usamos, también quienes nos creemos más racionales. Sin embargo, es el menos presente en los análisis. ¿Cómo es posible que haya trabajadores que votan en contra de sus intereses? ¿Y que mujeres voten a Vox? Es posible porque las identidades, que suelen imponerse a los intereses, son construcciones sociales, y eso significa que pueden desencadenarse de anclajes objetivos-racionales. Hay pobres que saben que son pobres y que las derechas no defienden los intereses de los pobres, pero pesa más la aspiración de parecerse a quienes realmente sienten que son los suyos (gente que vive mejor que los pobres).
Angel De la Cruz, Cómo debatir con un fanático y no morir en el intento, Mapas de incertidumbre 13/04/2025
Tot es pot treure d'un home menys una cosa: l'última de les llibertats humanes: triar la pròpia actitud en qualsevol conjunt de circumstàncies donades, triar el propi camí.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
¿Se puede educar contra el engaño engañando? Por supuesto. Cuando la forma de la fábula «dice» lo mismo que sus personajes (o lo contrario, de forma irónica), la moraleja es doblemente efectiva. El engaño esclarecedor de Colamedici contribuye además a despertarnos a esa forma superior de consciencia por la que, más allá de darnos cuenta de lo que nos cuentan, nos percatamos de la entidad fabuladora e igualmente manipulable del propio contar. Es aquello de que «el medio es (también) el mensaje», como diría McLuhan.
Pero es que además: ¿nos engañan realmente cuando nos venden el libro de un autor ficticio o escrito con inteligencia artificial? ¿Por qué? ¿Cuándo no es un autor (o cualquiera de nosotros) una ficción auto inventada? ¿O en qué se diferencian realmente una creación humana de la de una inteligencia artificial? Se me dirá que en el caso del autor «real» (por muy «personaje» que sea) y de la creación humana (por mecánicamente que se haga) interviene una consciencia, esto es, un sujeto con intenciones, cosa que no ocurre con las ficciones puras o con la inteligencia artificial. ¿Pero es esto cierto?
Sobre la conciencia hay muchas teorías – la mayoría filosóficas, claro, pues fenómenos como la subjetividad o la intencionalidad no son observables –, pero hay algunas que resultan incompatibles con la ingenua distinción que solemos hacer entre humanos, máquinas y seres de ficción. Así, para algunos, la conciencia y la identidad humana son un producto virtual del lenguaje y del proceso de socialización por el que nos acostumbramos a replicar interiormente el diálogo social que mantenemos, desde pequeños, con quienes nos enseñan – o «programan» –. Ahora bien, ¿qué impide qué sistemas de IA puestos a dialogar entre sí o con personas sean capaces de replicar ese diálogo por sí mismos, generando virtualmente un centro de gravedad narrativa al que llamar «yo» o «tú» y a los que el propio sistema adscriba intencionalidad o agencia?
Otros filósofos y teóricos de la mente objetarían que la subjetividad consciente, además de un producto virtual del lenguaje, es un modo peculiar de «sentirse» el organismo a sí mismo, pero esto topa con el problema, no menor, de saber en qué consiste toda esa complicada fenomenología mental que llamamos «sensaciones» y «emociones». Si la reducimos a fenómeno neuroquímico, no se ve qué es lo que impide que un proceso físico (tal como lo es una máquina) se vuelva lo suficientemente complejo como para generar procesos químicos. Y si introducimos factores no físicos (psicológicos, culturales…), volvemos al lenguaje y a las identidades narrativas, dominio en el que las máquinas de IA parecen ser cada vez más competentes. ¿Lo serán hasta el punto de pasar de «parecer» a «serlo»? Seguiremos discutiéndolo. Tal vez con ellas, como parece que ha hecho ejemplarmente este supuesto Colamedici.
Esto lo contaba con frecuencia a sus familiares y amigos el grandísimo don Alonso Tostado, obispo de Ávila:
- En el Credo -respondió el carbonero.
- Y en qué más.
- En lo que cree la santa Iglesia Católica.
- ¿Y en qué cree ésta?
- En lo que yo creo.
Por mucho que se empeñó el obispo, no consiguió que el carbonero le respondiera nada distinto de lo anterior. Respondía, además, sin la menor duda o vacilación.
Cuando al sabio obispo le llegó la hora de la muerte un próximo le preguntó en qué creía.
- ¡Como el carbonero, como el carbonero - respondió.
I
I
Ha muerto un grande, Vargas Llosa y las letras hispanas están de luto. Descanse en paz.
II
Recuerdo bien cuando a mis 18 y 19 años descubrí esa bocanada de aire fresco literario que nos llegaba a España desde Hispanoamérica. Cada libro nos garantizaba el descubrimiento de un continente inexplorado. Cuatro chiflados, incultos pedantes, pero que no sabíamos vivir sin leer, los celebrábamos religiosamente porque nos permitían considerarnos iniciados en el mundo de la verdadera literatura. Ha pasado ya mucho tiempo y no he vuelto a leer con aquel arrobo. Allá quedan las mediasluces con las que leíamos La ciudad y los perros, Cien años de soledad, Tres tristes tigres, El recurso del método, Rayuela, Paradiso, Palinuro de México, Terra nostra, etc, etc. Hemos ido enterrando a grandísimos novelistas y con cada uno enterrábamos también, sin ser conscientes de ello, una parte de nuestra hambre. Seguimos necesitados de buenos alimentos, pero ya no sabemos tragar sin masticar, con la voracidad carnívora de un cocodrilo letraherido. Ahora para leer necesitamos mantel, cubiertos, la luz adecuada y notas en los márgenes.
I
¡Qué impresionante, el Evangelio de hoy! Intenso, subyugador, emocionante... incomprensible en el fondo. ¡En términos estrictamente jurídicos, qué mal defensor fue Jesús de sí mismo! Cualquier abogado de tres al cuarto hubiera hecho un papel mejor.
II
Los filósofos citados más de 10 veces por Mairena son: Aristóteles (11), Nietzsche (11), Sócrates (24), Kant (34) y Platón (40).
Todos ellos son filósofos zetéticos.
IIIConclusiones preliminares de mi última lectura de Mairena:1. Está en las antípodas de Donoso.
2. Se encuentra en la línea del escepticismo español que inicia Francisco Sánchez (el Escéptico) y llega, en tiempos de Machado, hasta Valera.
3. Si tuviera que resumir en una frase la filosofía de Mairena sería la siguiente: «Desconócete a ti mismo».
El ser humano es, por naturaleza, un animal paradójico: dotado de la capacidad de concebir lo perfecto, fracasa de forma recurrente al tratar de encarnarlo. Como un demiurgo ciego, imagina el orden, la justicia y la armonía, pero tropieza apenas da el primer paso hacia su realización. Soñamos con edenes sociales, pero nuestros intentos de edificación terminan —casi siempre— en ruinas teñidas de sangre.
Y, sin embargo, no aprendemos. Nos dejamos seducir, una y otra vez, por el espejismo de lo irreal y los cantos de sirena de una moralidad argilosa y unidimensional. Es como si tuviéramos hambre de imposibles, como si nos alimentáramos —más que del pan— de ficciones. Desde La República de Platón hasta la Isla de Huxley, la literatura ha sido una geografía del deseo utópico, un inventario de mundos ideales que se nos ofrecen, pero tales ensoñaciones solo nos libran del sufrimiento cuando se quedan en las páginas o en la imaginación.
Ahora bien, ¿cómo controlar este apetito de perfección inalcanzable? ¿Cómo resistir la tentación del ideal? En las sociedades occidentales, al menos, esta sed de irrealidad ha sido canalizada —civilizadamente— a través del arte. La poesía, la música, la novela: son nuestras formas de acceso al paraíso sin violencia. Son los únicos espacios donde la perfección es inofensiva, porque no exige ser vivida, solo contemplada. A diferencia de las ideologías, el arte no impone, insinúa. Obra como catarsis. Como fantasías escapistas sin mayor riesgo ni para uno ni para los demás.
Sergio Parra, Sin esfuerzo, no hay recompensa, Sapienciología 08/04/2025
Alguna vegada us heu sentit a la deriva en un mar d'imatges, promocions i actuacions? L'experiència genuïna i sense mediació sembla cada cop més rara, gairebé arcaica? Dècades abans que les xarxes socials i els cicles de notícies les 24 hores del dia es convertís en la norma, el filòsof i cineasta francès Guy Debord va oferir un diagnòstic potent per a aquesta malaltia en el seu treball fonamental de 1967, La societat de l'espectacle . Va argumentar que la vida moderna sota el capitalisme avançat s'havia vist dominada per l'"Espectacle", un sistema generalitzat on les imatges no només representen la realitat, sinó que la substitueixen i l'autèntica vida social s'esvaeix.
Debord no només parlava de publicitat o televisió, tot i que són components. Per a ell, l'Espectacle és molt més profund: és una relació social entre persones, mediada per imatges . No es tracta d'una col·lecció d'imatges, sinó de la visió del món que aquestes imatges creen i imposen col·lectivament. A la societat de l'Espectacle, el que importa no és el que *ets* ni tan sols el que *tens*, sinó com *apareixes*. La vida mateixa esdevé una representació.
Tot allò que abans es va viure directament s'ha traslladat a una representació.
Aquesta cita de Debord encapsula la idea central. L'experiència directa, la comunitat i l'autèntica individualitat són cada cop més substituïdes pel consum passiu d'imatges: imatges de felicitat, èxit, rebel·lió, amor i la vida mateixa. Ens relacionem els uns amb els altres, i fins i tot amb nosaltres mateixos, a través de la lent d'aquestes representacions circulants.
L'Espectacle funciona convertint la vida en una mercaderia i l'experiència en una cosa observada en lloc de viscuda. Colonitza el temps d'oci, la interacció social i fins i tot les nostres vides interiors. Penseu en com els viatges sovint es redueixen a capturar la foto perfecta, o com els moviments socials guanyen força (o són descartats) en funció de la seva representació mediàtica. La imatge esdevé realitat, el mapa substitueix el territori. Això condueix a un profund sentiment d'alienació: del nostre treball, dels altres i de les nostres pròpies vides. Ens convertim en espectadors de la nostra pròpia existència.
Un dels mecanismes més insidiosos de l'Espectacle és el que Debord i els situacionistes van anomenar recuperació . Aquest és el procés pel qual l'Espectacle absorbeix i neutralitza idees, crítiques i actes de rebel·lió potencialment radicals convertint-los en mercaderies o estils inofensius. Els símbols anti-establishment, les consignes revolucionàries i l'art crític són despullats del seu significat subversiu original i s'envasen per al seu consum. Samarretes del Che Guevara, moda punk rock venuda a botigues de gamma alta, campanyes corporatives que adopten un llenguatge de justícia social: tots aquests són exemples de recuperació. El vostre mateix acte de rebel·lió, la vostra crítica al sistema, es torna a plegar perfectament a la lògica de l'Espectacle i se us torna a vendre. La llibertat es converteix en una marca, la dissidència en una elecció d'estil de vida.
Debord no era només un teòric; va ser un revolucionari. Va ser una figura destacada de la Internacional Situacionista (SI), un grup avantguardista d'artistes i intel·lectuals que pretenia interrompre l'Espectacle i crear situacions de vida autèntica. Van desenvolupar tàctiques dissenyades per treure la gent del seu espectador passiu. Dos mètodes clau van ser:
Détournement : implica segrestar elements culturals existents (anuncis, còmics, articles de notícies, obres d'art) i remesclar-los o reutilitzar-los per transmetre un missatge subversiu. Penseu en això com una reordenació cultural dels mobles de l'Espectacle per exposar la seva ideologia subjacent.
Derivació : traduït aproximadament com a "deriva", la derivació implicava viatges no planificats per paisatges urbans. L'objectiu era alliberar-se de les rutines habituals i dels camins marcats pel treball i el consum, redescobrir les potencialitats ocultes de la ciutat i trobar-se amb experiències autèntiques fora del control de l'Espectacle.
Aquestes tàctiques poden desafiar realment l'Espectacle? Els situacionistes pretenien crear moments de ruptura, obertures per a la vida genuïna. Pràctiques contemporànies com l'intersecció cultural i l'art urbà sovint es fan ressò de l'esperit de desviació. Tanmateix, el poder de recuperació de l'Espectacle segueix sent formidable. Penseu en el famós artista de carrer Banksy. El seu treball sovint critica el capitalisme, el consumisme i el control estatal: temes clàssics anti-espectacle. No obstant això, el seu art cobra preus enormes, les seves exposicions es converteixen en esdeveniments mediàtics i la seva identitat (o la seva manca) és en si mateixa un espectacle. La crítica esdevé una mercaderia molt valuosa, plantejant la pregunta: la resistència nascuda dins de l'Espectacle pot escapar mai de ser absorbida per ell? Fins i tot la crítica més potent es desfà una vegada que es fa popular i comercialitzable?
L'anàlisi de Debord se sent més rellevant que mai en el nostre món hipermediat i saturat d'Internet. Les plataformes de xarxes socials sovint ens animen a crear versions idealitzades de nosaltres mateixos, convertint la vida en una actuació per a un públic invisible. La realitat televisiva, la cultura d'influencer, el flux interminable d'imatges comissariades, tot es pot veure com a manifestacions de l'Espectacle Debord descrit. Les línies entre l'experiència autèntica i la seva representació es difuminen cada dia més. Explorar aquestes idees pot oferir eines crucials per entendre les forces que configuren la nostra percepció i realitat.
Philosopheasy, Why Your Rebellion Gets Sold: Guy Debora, The Spectacle, and the Image That Replaced Reality, philososopheasy.com 08/04/2025
En los vídeos de la campaña Sin ellos de la Sexta aparecen grupos de trabajadores de distintos sectores de los que se van los inmigrantes, dejando así un notorio vacío. Su objetivo es contrarrestar los discursos xenófobos mostrando lo necesarios que son los extranjeros. El problema es que este discurso entraña una trampa peligrosa.
¿No se dan cuenta los que repiten una y otra vez que “ellos” vienen a cuidar de “nuestros mayores” que están justificando nuestra existencia mientras estemos dispuestos a cambiarles los pañales a sus abuelos? ¿No ven que degradan así los dos sujetos que forman la ecuación “ellos que cuidan de nuestros abuelos” porque transmiten la idea de que hay que aceptar que sean “ellos” quienes vengan a ocuparse de las tareas que nadie más quiere hacer? ¿Qué pasará el día que ningún inmigrante quiera cuidar abuelos o recoger la fruta o limpiar casas? ¿Entonces nos parecerá aceptable que sean detenidos y encarcelados sin haber cometido delito alguno, sin juicio ni sentencia? ¿Toleraremos que se apliquen normas discriminatorias específicas para los “ellos” que sobren? Pues yo les digo que sí, porque eso es lo que pasó después de la crisis de 2008: que los primeros expulsados del mercado laboral fueron inmigrantes que al dejar de ser trabajadores perdieron sus derechos. Aunque esa historia no la conoce nadie, porque si algo tienen “ellos” es que casi nunca se les permite hablar en primera persona. Otros deciden si son útiles o no, si merecen existir o no en función de si son productivos o no.
Najat el Hachmi, La trampa del 'Sin ellos', 11/04/2025
Esta vida, tal como tú la vives y la has vivido tendrás que vivirla todavía otra vez y aun innumerables veces; y se te repetirá cada dolor, cada placer y cada pensamiento, cada suspiro y todo lo indeciblemente grande y pequeño de tu vida. Además, todo se repetirá en el mismo orden y sucesión… (…) El eterno reloj de arena de la existencia se le dará la vuelta siempre de nuevo (…) Frente a todo y en cada caso, la pregunta ¿quieres esto una vez e innumerables veces más?, ¡recaería sobre tu acto como la mayor gravedad!
En mi opinión, hay razones filosóficas para pensar que no existe el libre albedrío y que, además, no tiene sentido. Si uno mira el contexto cosmológico, todo el universo era en su origen tan compacto que, básicamente, todos los sistemas estaban en conexión causal unos con otros. Los seres humanos obedecen a las leyes naturales de la misma manera que todo lo que existe, todo lo que es natural. Si no hubiese una relación causal entre mis condiciones y mis actos, sería imposible adjudicarme la capacidad de ejercer actos de acuerdo con mi voluntad. Para que un acto sea libre, para que no sea aleatorio y dependa de mí, debo tener el control sobre ese acto y la única manera de hacerlo es que haya una cadena causal estricta. Todo el mundo puede hacer lo que quiere, lo que no podemos es querer lo que queremos. Los experimentos actuales en neurociencia muestran que la toma de decisiones por parte del cerebro, en general, no están mediados por la conciencia. Los sujetos toman las decisiones, de forma inconsciente, antes de ellos mismos ser conscientes de que han tomado la decisión.
No diría que está escrito, sino que está determinado, que no es lo mismo. Estaría escrito si pudiésemos leerlo de alguna manera, pero nosotros no tenemos la capacidad de leerlo ni de proyectarlo hacia el futuro porque los procesos que van ocurriendo son extremadamente complejos, no son lineales y no tenemos posibilidad de predecirlos. Usted espera que yo me comporte de una determinada manera, que no me ponga, de repente, a saltar o a cantar reggaetón. Sigo más o menos la trayectoria que predicen mis eventos previos. Pero los sistemas complejos tienen tantas interacciones no lineales con otros sistemas que es muy difícil predecir su comportamiento. Lo vemos con el tiempo atmosférico, que es mucho más simple que un cerebro. Los meteorólogos pueden hacer predicciones probabilistas con una ventana de, a lo sumo, una semana. Pero pretender hacerlo más allá es prácticamente imposible porque pequeñas perturbaciones en las condiciones iniciales se propagan rápidamente y producen enormes cambios en los resultados.
Raúl Limón, entrevista a Gustavo E. Romero: "Puede consolarse pensando en su existencia como una cierta extensión en el espacio-tiempo que siempre va a estar ahí", El País 08/04/2025
Es una de las preguntas estelares de la política mundial, también de la española. ¿Por qué la ultraderecha seduce a tantos hombres jóvenes? Entre el abanico de respuestas ofrecidas han sobresalido dos: las redes sociales y el repliegue antifeminista alentado por la omnipresente “batalla cultural”. El European Policy Centre, un laboratorio de ideas con sede en Bruselas, ofrece ahora una respuesta complementaria en un informe de su analista Javier Carbonell, investigador español especializado en desigualdad, extrema derecha y juventud. El combustible que impulsa a Vox y al resto de partidos ultras es el “declive” educativo y económico de los hombres menores de 30 años, sobre todo si se materializa en un atraso con respecto a las mujeres o en una percepción de amenaza de verse superados.
Ángel Munárriz, Así saca partido la ultraderecha antifeminista del 'declive' económico de los jóvenes, El País 08/04/2025
I
Esto comienza a ponerse monótono. Ayer, en una conversación casual con una persona que vino a visitarme me enteré que mi querido Julián Z. murió el pasado mes de febrero. Sé que tenía amigos y enemigos, pero a mí siempre me trató con cariño. Era mucho más inteligente que yo y, desde luego, me daba mil vueltas con su capacidad de planear sobre el mundo. Gracias a él conocí en el Club Matador de Madrid al torero Padilla y el 14 de octubre del 2015 cené con Kim Phuc, "la niña del napalm". Gracias a él participé en proyectos quiméricos, como el del Club Atlántico, que acabaron en nada pero nos proporcionaron muy buenos ratos de conversación. Gracias a él cuando iba a Madrid sabía que tenía a alguien a quien llamar.
II
La muerte va estrechando su cerco.
III
Es este un buen momento para recordar «La importancia de vivir», del filósofo Lin Yutang. Nos quedan nuestros libros, fieles compañeros de viaje hasta que la muerte o la desmemoria nos arroje al olvido.
IV
Me llega el último número de la magnífica revista Turia, que le dedica un soberbio homenaje a Juan Benet. Pero lo que a mí más me ha llamado la atención ha sido un artículo de José Luis Pardo, titulado «Deleuze después de Deleuze», una pequeña joya. Admiro a Pardo, por su inteligencia y esa manera de estar en el mundo, tímida y como apartada, pero que le proporciona una perspectiva singular sobre las cosas. Ve más cosas que nadie.
Clever Hans (Hans der kluge en alemán) fue un caballo que vivió en la Alemania de principios del XX. Su dueño era un profesor de matemáticas retirado llamado Wilhelm von Osten. Como, obviamente, el caballo no hablaba ni escribía, daba el resultado moviendo la cabeza o la pezuña. Por ejemplo, si le preguntaban cuánto eran cuatro más seis, se le iban diciendo en voz alta un grupo de números entre los que estaba el resultado correcto, y cuando Hans oyera «diez» tenía que dar con la pezuña en el suelo. La fama de las proezas del caballo de von Osten cruzó las fronteras de Alemania y se extendió por todos los continentes generando un gran debate. La Universidad de Berlín creó una comisión de docentes para aclarar el asunto: la Comisión Hans. Observaron uno de los espectáculos y después redactaron un documento en el que daban fe de las increíbles habilidades del animal. Incluso, parece ser que algún experto llegó a decir que el caballo poseía la inteligencia de un niño de trece o catorce años.
Entonces entró en escena el psicólogo Oskar Pfungst, quien se puso a investigar mucho más profundamente y, al final, descubrió la trampa. Lo que ocurría no es que Hans tuviese una inteligencia portentosa, es que tenía una gran habilidad para percibir cambios en los gestos de las personas que lo rodeaban. Cuando llegaba la respuesta correcta, todo el mundo se callaba, centraba su atención, miraba su pata o se inclinaba para verla mejor. Esa era la señal que decía al equino que la respuesta era la correcta. Hans no era un caballo superdotado en matemáticas, era un caballo superdotado en leer cambios muy sutiles en la expresión de los observadores.
Este caso constituye una bonita metáfora para responder a la célebre pregunta de si las máquinas pueden pensar. Cuando he sostenido que lo que hacen las máquinas no puede llamarse «pensar» sensu stricto, muchos ingenieros recurrían a la célebre frase: «Si grazna como un pato, se mueve como un pato y se comporta como un panto, ¡seguramente es un pato!». Se apela a que si la conducta de una máquina es indistinguible de la conducta de un humano pensando, la máquina piensa. Es la tesis de Turing: si un chatbot te la cuela, ese chatbot piensa. No amigos. Clever Hans obtenía unos resultados tan indistinguibles de los de un humano, que se necesitó una comisión científica para descubrir la trampa. De primeras, un LLM como ChatGPT está diseñado para dar una respuesta lo más parecida a la que daría un humano, es decir, para aparentar conducta lingüística competente. La diferencia es crucial: los seres humanos no estamos hechos fundamentalmente para aparentarla. ChatGPT es igual que Clever Hans.
Pero demos un paso más. Supongamos que la IA sigue mejorando, que los nuevos modelos razonadores llegan a niveles inimaginables y que los problemas que ahora parecen insondables (recursividad, contexto a largo plazo, alucinaciones, etc.), terminan por solucionarse, e incluso conseguimos llegar a ese extraño y confuso concepto llamado AGI. ¿Podríamos decir, entonces sí, que las máquinas piensan? No. En este momento los ingenieros se desesperan, dan un golpe en la mesa, dejan de leer y cancelan la suscripción a este blog ¿Cómo que no? ¿Qué más quieres? Pues que las pruebas de verificación de mente no se basen exclusivamente en aspectos externos o conductuales. Hay que ir al interior, al corazón de la máquina. Cuando comprobamos que su forma de funcionar no tiene nada que ver con lo que, hasta ahora, sabemos del cerebro, podemos decir que, sin minusvalorar un ápice el impresionante logro tecnológico que suponen, que no piensan o, dicho de otra manera, que hacen otra cosa muy diferente a lo que es pensar. Clever Hans era increíblemente bueno en detectar patrones emocionales en la cara de la gente, una habilidad muy notable, pero no hacía operaciones matemáticas con su pequeño cerebro. Sus resultados eran completamente equivalentes a los de una persona pensando, pero no pensaba.
Creo que, por definirlo de alguna manera, la IA ha partido de una determinada modelización muy parcial de la mente humana, a la que se le han aplicado diversos, y muy brillantemente ingeniosos, criterios matemáticos de optimización y mejora, que menos aún tienen que ver con el cerebro humano (¿Alguien ha visto en el tejido nervioso humano autoencoders introduciendo aleatoriedad gaussiana, búsquedas por el procedimiento de Montecarlo o descensos del gradiente?). Repitamos el mensaje de nuevo para que quede muy claro: las similitudes entre lo que ocurre en nuestro cerebro y lo que ocurre en un sistema de deep learning son anecdóticas, muy insuficientes para siquiera sugerir que puedan ser similares en algunos aspectos, qué menos a nivel global. Entonces, el mensaje que sí debemos aprender es que hay diversas formas, distintos caminos de llegar a generar conducta inteligente. Y esto es muy importante porque en estos tiempos, tenemos que saber que si las máquinas «piensan» de forma muy diferente a nosotros, pueden tomar decisiones basadas en razones muy diferentes a las que utilizaríamos nosotros, y pueden equivocarse por causas muy diferentes por las que nosotros nos equivocamos. Una visión errónea de lo que es la IA puede tener graves consecuencias. Clever Hans se equivocaba cuando la gente del público no sabía la respuesta, mientras que los miembros de la Comisión Hans buscaban las causas del error en la complejidad del problema o en las habilidades cognitivas del animal. Si las máquinas van a ser (o ya son) agentes inteligentes, hay que tener esto muy claro.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Hans der kluge y el deep learning, La máquina de von Neumann, 11/04/2025
El choque tectónico del 2 de abril ha generado inevitables réplicas. Y no sólo en los mercados, sino en el análisis de lo que puede implicar. Algunas, oteando hasta qué punto es realmente serio, o el inicio de una penosa negociación; otras, descalificando por irracional una política que se estima autodestructiva; un grupo menor evaluando el objetivo que presidiría este cambio. Me inclino a considerar que estamos en presencia de una dura negociación que refleja objetivos más profundos y menos evidentes.
La obsesión trumpista por la reindustrialización y la reversión de la globalización expresa dos caras de la misma realidad: las deslocalizaciones hacia Asia y otros ámbitos fueron bandera globalizadora. Por ello, que China emerja victoriosa del proceso y EE.UU. aparezca como perdedor son también facetas del mismo poliedro: en los últimos 25 años, China ha pasado de generar menos del 3% del PIB mundial a casi el 20%, a la par con EE.UU. No extraña el aumento de los aranceles a China y a los países del sudeste asiático donde empresas chinas se habían desplazado: se trata de frenar el indiscutible avance de la estrategia China+1.
Dado que EE.UU. se ha beneficiado, y mucho, de la integración económica global, en particular en la tecnología y las finanzas, ¿cuál es el problema? No es económico estrictamente, sino geopolítico: el que aparece cuando el poder hegemónico pretende frenar al emergente que intenta sustituirlo. Una historia que no es nueva: Tucídides afirmó hace cerca de 2.500 años en su Guerra del Peloponeso que “(…) los atenienses, al acrecentar su poderío y provocar miedo a los lacedemonios, les obligaron a entrar en guerra”.
Es la llamada trampa de Tucídides, una tesis desarrollada por el profesor de Harvard, Graham Allison, para entender el conflicto chino-norteamericano y popularizada en su Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap? (2017). Desde este punto de vista, destaca la continuidad de la política de EE.UU. hacia China, desde el Obama de 2012 ( Pivot to Asia ), al primer Trump, Biden y hoy. Con esta visión, la posición de Trump sobre Rusia toma más sentido: introducir una cuña en las relaciones chino-rusas que las sanciones occidentales han reforzado. Y aunque el conflicto chino-norteamericano se ha diluido en el choque arancelario global, ello no significa, en absoluto, que no continúe siendo sustancial para explicar las razones últimas de la política de Trump.
Cuando se trata de poder de verdad, y el geopolítico lo es en grado máximo, los intereses económicos pasan a un segundo plano. Y aunque la dureza pueda transitoriamente relajarse, no se confundan: el conflicto de fondo, la sustitución siquiera sea parcial de EE.UU. por China, no va a desaparecer. Ese es el futuro de las próximas décadas. El de la economía mundial y el nuestro.
Josep Oliver Alonso, Es geopolítica, no economía, La Vanguardia 11/04/2025
I
Sigo con la lectura, muy lenta, de Juan de Mairena, porque a Machado hay que leerlo a ritmo de paseo peripatético. Si lo lees rápido, pierdes el paso. Un ejemplo: Todos conocemos que Mairena sostiene que «la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero». Pero Mairena no se detiene aquí, sino que añade las respuestas de Agamenón y el porquero, que son estas:
Agamenón: Conforme.
El porquero: No me convence.
Aquí hay mucha miga.
II
He decidido intentar entender a Mairena por sí mismo, es decir, a partir de sus propias palabras, dejando aparte la sombra de Machado. El problema es que Mairena habla mucho, pero no directamente. Siempre está amparado por un "dice Mairena" y quien dice que dice, no es Mairena. Este juego de decires es, ciertamente, machadiano, con lo cual el profesor de gimnástica y retórica que es Mairena se nos escapa. Pero hay que captarlo en su escabullirse. Como ocurre con Sócrates en los diálogos de Platón.
III
No parece casual que Sócrates y Platón sean, con mucha diferencia, los filósofos más citados por Mairena.
IV
"Que Dios nos libre de los dioses apócrifos". Clama Mairena, pero no nos dice a que Dios dirige su deseo.
... una de les equivocacions més freqüents en matèria de justícia és la confusió tàcita entre categories ètiques i jurídiques. (...) el dret no tendeix a la comprovació de la justícia o de la veritat, tendeix a l'establiment d'allò que pugui der provat en un judici amb garanties, independentment de quins pugui ser la veritat o la justícia en termes morals. El que queda provat de la manera legalment establerta és l´únic que pot adquirir la força de la cosa jutjada que substitueix allò veritable i just i val com a veritst, fins i tot encara que sigui fals o injust o ocasioni un problema social. Pot ser que el dret no trobi en això la pau, però a aquest estrany animal li resulta impossible anar més enllà.
Xavier Melero, Alves, Le Pen i els maleïts jutges, La Vanguardia 09/04/2025
Una de las cosas que no deja de llamar la atención a quienes hemos sido siempre escépticos con la presunta independencia de los políticos, es la forma de gobernar que exhibe Trump. No hay poder fáctico que parezca toserle. Ni los gigantes tecnológicos del «Big Tech», ni su amigo Elon Musk, ni Wall Street parecen poder parar al presidente democráticamente electo pese a los miles de millones que está haciéndoles perder. Y al electorado de Trump – para el que la apariencia lo es todo – esto solo puede parecerle un triunfo rotundo de la democracia y una prueba del cumplimiento de los compromisos electorales que asumió el candidato por el que votaron.
Al fin, lo que Trump ha vendido siempre es el sueño de la reindustrialización de América a través de la derogación de tratados comerciales y la adopción de agresivas políticas proteccionistas. Y es eso exactamente lo que está haciendo, por más que pese a los «poderosos» (los lobbies económicos que pululan por Washington o los ejecutivos de Wall Street) frente a los que la retórica trumpista ha antepuesto siempre los intereses de las clases medias (fíjense que en su anterior legislatura llegó a rescatar impuestos contra la especulación y a proponer leyes contra la conversión de la banca tradicional en banca de inversiones). Con su infalible estilo de telepredicador o tertuliano televisivo, lo que Trump encarna, en suma, es la vieja pero efectiva figura del justiciero que se enfrenta a los ricos para beneficiar a la gente sencilla y trabajadora (la única que entiende su lenguaje llano y franco frente a la hipocresía y el esnobismo «woke» de la izquierda elitista y corrupta). El relato, en boca de un «Robin Hood» millonario que encarna al héroe y al sueño americano, no puede ser más efectivo, por tramposo que realmente sea.
Por otra parte, no está en absoluto claro – como sueñan algunos ingenuos – que una hipotética recesión económica en el propio seno de los EE. UU. vaya a erosionar el apoyo popular a Trump. Por caótica que le parezca a los mercados, la imagen de contundencia y eficacia que transmite el presidente (tan distinta de la ambigüedad y la retórica inane de los políticos tradicionales), y el orgullo nacionalista que despierta con su forma de dirigirse al mundo (humillando, amenazando y obligando a todos a negociar y resarcir a América de lo que – según el discurso oficial – se le ha robado previamente), vale para compensar todas las dificultades económicas que puedan sobrevenir a corto plazo.
Alguien podrá objetar – y también con razón – que Trump no solo parece estar haciendo caso omiso de los poderes financieros, sino también de los jueces y las leyes. Es cierto. Pero esto no hace sino legitimar aún más esa concepción ultrapopulista de la democracia por la que la voluntad popular y la moral (la moral trumpista, cocinada con los viejos ingredientes de la ética puritana: el trabajo, el esfuerzo individual, la familia…) valen más que los aparatos de control, los equilibrios de poder y, si me apuran, hasta los preceptos constitucionales. ¿Qué esto puede desembocar en una suerte de tiranía o presidencialismo autoritario? Desde luego. Pero, de nuevo, será con el aval democrático que exhiben legítimamente los demagogos cuando – en olor de multitudes – se perpetúan en el poder. Si esto es o no es «verdadera» democracia habrá que discutirlo filosóficamente – ¡que no votarlo, por favor! –.
Decía Juan Claudio Ramon que los españoles, que leemos a Montaigne traducido al español moderno, entendemos los Ensayos mejor que los franceses, que no los traducen. Y quizás, pensé yo, los norteamericanos hayan entendido a Gracián mejor que nosotros. ¿Pero lo que se entiende traducido, se entiende? Dejé ir la sospecha de que la literatura, si es buena, es intraducible. ¿Es traducible García Lorca? ¿Y Quevedo?
III
Tarde amable en Manresa. A la vuelta, Montserrat, recortando su caprichosa orografía nítidamente contra un cielo azul marino, a contraluz, navegando sobre los campos de trigo de un verde fresco, nuevo y brillante. Solo por pararse a ver su maravilla hubiese merecido la pena el viaje. Otro buen día.
IV
Vuelvo por tercera vez a Juan de Mairena y ahora creo que comienzo a entenderlo. Mejor: comienzo a tener sospechas con fundamento. Mairena es un cínico (en el sentido del cinismo griego) que por miedo al cinismo, que nada sabe de filantropía, se hace escéptico, pero pretende que sus alumnos no sean ni una cosa ni otra, que sena solo zetéticos, buscadores, indagadores, husmeadores de la verdad. ¿De qué verdad? De la verdad de la vída como búsqueda.
V
Andreu Jaume observó que Heidegger apenas utiliza la palabra amor en Ser y tiempo. Según mis cuentas, solo una y en una nota a pie de página que trata de las relaciones del hombre con Dios. Heidegger no parece tener duda de que la angustia es un estado de ánimo más radical que el del enamoramiento, pero nunca razona por qué. En cualquier caso, la prioridad por la angustia marcó durante décadas el devenir de la filosofía europea continental. ¿Pero es evidente que la angustia nos sitúe ante la autenticidad de manera más radical que el amor?
Por más que en EEUU las fracturas sean más profundas y las contradicciones sociales particularmente grandes, por más que los ánimos caldeados representen un peligro no insignificante, visto que muchos ciudadanos estadounidenses tienen armas, América no es un caso aislado. No es inverosímil, por desgracia, que en el futuro se puedan replicar aquí las imágenes que hoy provienen de EEUU, como reflejos de un espejo cóncavo… a menos que no tengamos el coraje de tomar un nuevo camino lo antes posible. También Alemania, de hecho, está profundamente fracturada. También en nuestro país la cohesión social se está disolviendo. También en nuestro país, las que antes eran comunidades unidas se ven a menudo afectadas por divisiones y hostilidad. Bien común y sentido cívico son términos prácticamente desaparecidos del vocabulario cotidiano. Lo que definen ya no parece hecho para nuestro mundo.
Adiós argumentos, aquí están las emociones.
Con la pandemia, la situación ha empeorado ulteriormente. Mientras millones de personas con trabajos a menudo mal pagados seguían haciendo todo lo posible por mantener en pie nuestra vida social, en muchos medios, en Internet, en Facebook y Twiter reinaba una atmósfera de guerra civil. Una fractura capaz de dividir familias y de terminar con amistades. ¿Estás a favor o en contra del confinamiento?, ¿Usas la app de trazado?, Pero de verdad, dice, ¿de verdad usted no quiere vacunarse? Quien puso en duda, aunque sólo fuera parcialmente, el sentido y la utilidad de cerrar guarderías y escuelas, restaurantes, comercios y muchas otras actividades, se ha visto acusar y definir como indiferente ante la muerte de tantas personas. Quien, al mismo tiempo, reconocía la peligrosidad del nuevo coronavirus, era agredido de la misma manera por quienes veían en cada medida adoptada un medio para sembrar el pánico. ¿Y el respeto por aquel que piensa diferente?, ¿y la reflexión ponderada sobre los argumentos? Olvidémoslos. En lugar de discutir entre nosotros, hemos estado a ver quién gritaba más.
Sin embargo, nuestra sociedad no ha perdido la cultura de la discusión con la llegada de la pandemia. En el pasado ya había habido debates controvertidos que se condujeron de forma similar. Es decir, moralizando en lugar de argumentar. Un concentrado de emociones ha sustituído a los contenidos y a los motivos. El primer debate en el que salió esto a la luz fue sobre la inmigración y sobre la política a adoptar con respecto a los inmigrantes, tema que, luego de la apertura de las fronteras alemanas en otoño de 2015, ha ensombrecido al resto durante casi tres años. Entonces la narración del gobierno no hablaba de confinamiento, sino de la cultura de acogida, y las objeciones eran tan desagradables como las expresadas durante la pandemia. Mientras el pensamiento político dominante, a su vez, tachaba de racista a quien manifestaba preocupación o señalaba a los problemas derivandos de una inmigración incontrolada, en el frente opuesto del alineamiento político se formaba un movimiento que temía el ocaso de Occidente. El tenor y los tonos de la discusión tenían más o menos la misma acritud que ha caracterizado el debate sobre cuál era la política adecuada para hacer frente a la difusión del coronavirus.
No mucho más objetivo ha sido el debate sobre el clima que dominó el 2019. Entonces no se temía el ocaso de Occidente, sino el de la entera humanidad. Los ecologistas que consideraban oportuno reaccionar con pánico, combatían contra verdaderos y presuntos negacionistas de la crisis climática. Una lucha que no se ha ahorrado a quien seguía andando con su diesel, quien compraba la carne en las grandes superficies o a quien podía permitirse pagar más la energía y los carburantes. Mientras, en el Bundestag, el que se había convertido en el mayor partido de la oposición, Alternative für Deutschland (AfD, Alternativa por Alemania), respondía a ritmo de cañonazos contra la “sucia dictadura de la opinión de los verdes-izquierdosos”.
Ciertamente, parece que nuestra sociedad haya desaprendido a discutir de sus problemas sin agredir y con un mínimo de educación y respeto. Hoy, quien sustituye la disputa democrática entre ideas, son los rituales emotivos de la indignación, de la difamación moral y del odio evidente. Todo esto da miedo. De hecho, el paso de la agresión verbal a la violencia, es corto, como también nos demuestran los asuntos estadounidenses. Surge entonces una pregunta: ¿de dónde viene la hostilidad que ya parte nuestra sociedad en casi todos los temas de mayor importancia?
¿Quién envenena a la opinión pública?
La clásica respuesta a esta pregunta, recita: la culpa es de la derecha en ascenso. Es culpa de políticos como Donald Trump, que con sus agresiones verbales y sus tweet malévolos ha enfrentado entre sí a la gente sembrando resentimiento y discordia. Es culpa de partidos como AfD, que fomentan el odio y difunden campañas denigrantes. Es culpa, por último, de las redes sociales, que funcionan como gigantesca caja de resonancia de falsedades y comentarios de odio, y que consienten a los usuarios moverse sólo en su propia burbuja.
Ésto es cierto. Sin duda, los políticos de extrema derecha contribuyen a envenenar el clima político. Después de Donald Trump, los EEUU son un país todavía más fracturado que los EEUU antes de Donald Trump. Si el político de AfD Björn Höcke querría, sin mucha ceremonia, “ausschwitzen” (verbo que, literalmente significa “expulsar sudando”, pero aparece fonéticamente como la transformación en verbo del nombre “Auschwitz”, NdT) a quien piensa de forma diferente, a nosotros se nos pone la piel de gallina. También es cierto que las redes sociales favorecen la agresividad y los comportamientos más bajos porque están hechos precisamente para ésto. Todo ello no ha mejorado nuestra cultura de la discusión. Sin embargo, ésta es sólo parte de la explicación. La verdad, de hecho, es que la opinión pública no es envenenada sólo desde la derecha. Una derecha más fuerte no es la causa, sino sólo el producto de una sociedad profundamente desgarrada. No habría habido ningún Donald Trump y ningún AfD si los adversarios de ambos no hubiesen preparado el terreno para su advenimiento.
Han preparado el ascenso de la derecha desde el punto de vista económico, destruyendo las garantías sociales, liberando a los mercados de cualquier restricción y ampliando hasta el extremo las disparidades sociales y la incertidumbre económica de los ciudadanos. Sin embargo, muchos partidos socialdemócratas y de izquierda, han apoyado el ascenso de la derecha desde el punto de vista político y cultural, alineándose con los vencedores mientras que muchos de sus portavoces invitaban a despreciar los valores y la forma de vivir del que antes era su electorado, con sus problemas, sus protestas y su rabia.
El liberalismo de izquierda, un nombre engañoso.
En la visión del mundo de estas nuevas izquierdas, que han cambiado su alineamiento, hace tiempo que se ha consolidado la expresión liberalismo de izquierda. El liberalismo de izquierda, en el sentido actual del término, es objeto de la primera parte de este volumen. Se trata de una corriente político-intelectual relativamente joven que sólo en las últimas décadas ha empezado a arraigar en la sociedad. Sin embargo, la expresión liberalismo de izquierda, y todavía más el término alemán Linksliberalismus, son términos engañosos porque recuerdan o contienen la palabra “liberalismo” y la palabra “izquierda”. Bien mirado, de hecho, la corriente que designa no es ni de izquierdas ni liberal, sino que contradice la orientación de fondo de ambos alineamientos.
Una reivindicación importante del liberalismo, por ejemplo, es la tolerancia frente a opiniones diferentes. Sin embargo, el típico liberal de izquierdas es justo lo opuesto: extrema intolerancia hacia quien no comparte su visión de las cosas. Y si, tradicionalmente, el liberalismo combate por la igualdad jurídica, el liberalismo de izquierda lucha por las cuotas y la diversidad. Por lo tanto, por un trato desigual de los diferentes grupos.
De la ideología de izquierda siempre ha formado parte el compromiso sobre todo a favor de quien está en dificultades y se ve negar por la sociedad un nivel más alto de instrucción, de bienestar y mejores perspectivas de crecimiento. Sin embargo, el liberalismo de izquierda tiene su base social en la clase media acomodada y licenciada de las grandes ciudades. Ésto no significa que cualquier licenciado con una buena renta, residente en una gran ciudad, sea un liberal de izquierda. Pero en este ambiente el liberalismo de izquierda es familiar y de esta clase relativamente privilegiada vienen sus líderes de opinión. Los partidos liberales de izquierdas, a su vez, se dirigen sobre todo a los ciudadanos más instruídos y acomodados, que representan su base electoral.
Los liberales de izquierda, por tanto, no son dos cosas: no son liberales socialistas, y por lo tanto liberales interesados no sólo en la libertad, sino también en la responsabilidad social. Liberales como muchos de los que, durante mucho tiempo, encontraron su casa en el Freie Demokratische Partei (FDP, Partido Liberal Democrático), y probablemente hay incluso más de ellos fuera del propio partido. No tienen nada que ver con el liberalismo de izquierda actual. Además, los liberales de izquierda tampoco son liberales progresistas y, en consecuencia, hombres de izquierda que rechazan las tradiciones totalitarias e iliberales. Este libro representa expresamente la defensa de una izquierda liberal y tolerante en lugar de esa corriente de pensamiento iliberal que hoy muchos definen como izquierda. Por lo tanto, no se hablará de izquierda liberal en el sentido estricto del término: en este libro se habla sólo de liberalismo de izquierda.
Iliberalismo e intolerancia
El liberalismo de izquierda ha contribuído mucho al declive de nuestra cultura del debate. La intolerancia de los liberales de izquierda y de los discursos cargados de odio de la derecha son vasos comunicantes: la una necesita a los otros y viceversa, la una refuerza a los otros y viceversa, la una vive gracias a los otros y viceversa. Da igual si se habla de política migratoria, de cambio climático oo de coronavirus, el modelo siempre es el mismo: la superioridad de los liberales de izquierda hace ganar terreno a la derecha.Y cuanto más gritan las campañas denigrantes de esta última, más reforzado en su posición se siente el liberal de izquierdas. ¿Los nazis están contra la inmigración? entonces, en el fondo, en el fondo, ¡cualquier crítico de la inmigración es un nazi!, ¿Los negacionistas de la crisis climática rechazan la carbon tax?, ¡entonces están a la altura de los que critican el aumento de precios de los carburantes y de los combustibles!; ¿Los complotistas defienden fake news sobre la pandemia?, ¡quien considera que el confinamiento es una respuesta equivocada seguramente también esté influenciado por las teorías conspiracionistas! En breve, quien no esté con nosotros es de derechas, es un negacionista del cambio climático, es un conspiracionista…. Ahí está cómo funciona el mundo de los liberales de izquierda.
Hoy, a causa de estas actitudes en el debate, a los ojos de muchos, la izquierda ya no lucha por la justicia, pero sobre todo se trata de su presunción, un estilo de confrontación ante el que muchos se sienten ofendidos, moralmente humillados y rechazados.
En el verano de 2020, 153 intelectuales de varios países, entre los que figuran Noam Chomsky, Mark Lilla, J.K. Rowling y Salman Rushdie, atacaron, en una carta abierta, la intolerancia y el iliberalismo de los liberales de izquierda. Aquí está su acusación: “El libre intercambio de información e ideas (…) se reduce día tras día. De la derecha radical nos lo esperaríamos, pero también en nuestra cultura se difunde cada vez más una atmósfera de censura” Los firmantes de la carta constataban con preocupación “la intolerancia hacia quien piensa diferente, la condena pública y la discriminación, además de la tendencia a transformar cuestiones políticas complejas en certezas morales”. Luego indicaban las consecuencias: “pagamos un precio alto por todo esto: escritores, artistas y periodistas, de hecho, ya no arriesgan nada, obligados a temer por su propio sustento apenas se alejan del consenso común y dejan de seguir al rebaño”1
La derecha y los liberales de izquierda, sin embargo, no se parecen sólo por la intolerancia. También desde el punto de vista de los contenidos, derecha y liberales de izquierda no están en neta oposición. La derecha, en su concepción original, es apoyo a la guerra, al desmantelamiento del Estado Social y a la desigualdad. Son posiciones compartidas por muchos Verdes y por muchos socialdemócratas liberales de izquierda. No es de derechas, sin embargo, decir que se explota a los inmigrantes por el dumping salarial y que no es posible enseñar en una clase en la que más de la mitad de los alumnos no habla alemán, o que también nosotros, en Alemania, tenemos un problema con los extremistas islámicos. Consciente o inconscientemente, una izquierda que rechaza la confrontación realista con los problemas como algo de derechas, es precisamente a la derecha a la que ofrece una excepcional ayuda.
Perder la cohesión.
Quien quisiera entender los motivos del nacimiento del liberalismo de izquierda o del declive de nuestra cultura de la confrontación, debe considerar las causas más profundas de la creciente fragmentación de nuestra sociedad. Debe ajustar cuentas con la pérdida de seguridad y de cohesión vinculada al desmantelamiento de los Estados sociales, con la globalización y con las reformas del liberalismo económico.
En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, se asistió en todos los países occidentales a una larga fase de recuperación económica. Entonces, la mayoría de la población miraba con optimismo al propio futuro y al de sus hijos. Hoy, hablando de futuro, domina el miedo y muchos temen que a sus hijos les vaya todavía peor. Los motivos de preocupación no faltan. Estamos atrasados en el escenario internacional desde el punto de vista económico. Las tecnologías del futuro nacen cada vez más a menudo en otras naciones. La economía europea y la economía alemana se arriesgan a terminar destrozadas en el choque entre China y EEUU. Paralelamente, en los países occidentales han crecido enormemente las desigualdades mientras que las garantías sociales, en caso de enfermedad, desempleo o vejez se han reducido.
Las reglas del juego para los vencedores
Quien se lleva lo peor debido a un capitalismo globalizado y carente de reglas, es sobre todo la llamada gente común. La renta de muchos ya hace años que no aumenta, lo que obliga a estas personas a una lucha sin tregua para mantener su nivel de vida. Si hace unas décadas los hijos de familias desfavorecidas tenían todavía posibilidades concretas de ascenso social, hoy el nivel de vida individual está determinado sobre todo por la familia de procedencia.
Actualmente ganan sobre todo los propietarios de grandes patrimonios financieros y empresariales. Su riqueza y su poder económico y social han crecido muchísimo en las últimas décadas. Entre los ganadores, sin embargo, está también la nueva clase media de licenciados de las grandes ciudades, el ambiente en el que el liberalismo de izquierda se encuentra en casa.
El ascenso social y cultural de esta burguesía es reconducible a los mismos cambios políticos y económicos que han hecho la vida difícil a los operarios industriales y a los empleados del sector servicios, pero también a muchos artesanos y pequeños empresarios. Sin embargo, quien está en el carro de los ganadores tiene otra visión de las reglas del juego, obviamente, diferente de la de aquellos que cogieron la carta perdedora.
Mientras que las diferencias de renta, de perspectiva y de mentalidad aumentaban cada vez más, crecía al mismo tiempo la distancia física. Si hace medio siglo los ciudadanos acomodados y los menos privilegiados compartían a menudo barrio y sus hijos eran compañeros de pupitre en la escuela, la explosión de los precios de los inmuebles y el aumento del precio de los alquileres hizo que hoy los acomodados y los menos privilegiados vivan en barrios diferentes. En consecuencia, han disminuído los contactos, las amistades, la convivencia o los matrimonios que van más allá del propio ambiente social.
En la burbuja de su propia clase.
Es en este aspecto en el que hay que identificar las causas más importantes de la destrucción de la cohesión social y de la hostilidad creciente. Dos personas que vienen de ambientes sociales diferentes tienen cada vez menos cosas que decirse, precisamente porque viven de formas diferentes. Si los burgueses licenciados y acomodados de las grandes ciudades todavía pueden cruzarse en la vida real con alguien menos afortunado, lo hacen sólo gracias al precioso trabajo de mediación del sector servicios, que les puede ofrecer quien les haga la limpieza de casa, quien le lleva los paquetes y quien les sirve el sushi en el restaurante.
Las burbujas no existen sólo en las redes sociales. Cuarenta años de liberalismo económico, de desmantelamiento del Estado social y de globalización, han fragmentado las sociedades occidentales hasta tal punto, que la vida real de muchos ya sólo se mueve en la burbuja en la que se sitúa su propia clase. Nuestra sociedad, aparentemente abierta, está en realidad llena de muros. Muros sociales que, respecto al siglo pasado, hacen mucho más difícil para los hijos de las familias más desfavorecidas, acceder a la instrucción, el ascenso social y la consecución del bienestar. Y también muros de indiferencia, que protegen a quien no conoce otra cosa que una vida de abundancia de quien sería feliz sólo con poder vivir sin miedo al mañana.
Fuera las fracturas, fuera los miedos.
Ahora que la vida se ha hecho mucho más incierta y el futuro más imprevisible, la confrontación política pone en juego una cantidad mucho mayor de miedos. Y que el miedo sea capaz de endurecer el clima de las discusiones nos lo demostró el enfrentamiento sobre la política a adoptar para contrarrestar la pandemia, cuya particular agresividad estaba, naturalmente, vinculada al hecho de que el coronavirus es una enfermedad que puede llevar a la muerte a muchos ancianos y, en determinados casos, también a sujetos más jóvenes. Por el contrario, los largos confinamientos han hecho que muchos temiesen por su propia supervivencia social, por su propio puesto de trabajo o por el futuro de la empresa que gestionaron toda su vida. Quien tiene miedo se hace intolerante. Quien se siente amenazado no quiere discutir, sólo quiere resistir. Es comprensible. La situación se hace mucho más peligrosa cuando los políticos descubren que se puede hacer política, precisamente, alimentando estos miedos. Y no sólo la derecha hizo esta reflexión, con certeza.
Una política responsable debería hacer justo lo contrario, debería ocuparse de eliminar las divisiones y el miedo al futuro y de garantizar más seguridad y protección. Debería introducir cambios que detengan la disminución de la cohesión social y que obstaculicen el inminente declive económico. Un ordenamiento económico en el que la mayoría de los ciudadanos piensa que el futuro será peor que el presente no es un ordenamiento capaz de garantizar el futuro. Una democracia en la que una notable parte de la población no tiene voz ni representación, no puede llamarse tal.
Podemos producir de forma diferente, de forma más innovadora, más ligada al territorio y de forma más sostenible para el medio.Y podemos distribuir lo producido de mejor manera y más meritocrática. Podemos hacer democrática nuestra colectividad, en lugar de dejar que un grupo de intereses para el que sólo cuenta su beneficio decida sobre nuestra vida y sobre nuestro desarrollo económico. Podemos volver a una convivencia positiva y solidaria que, en definitiva, beneficie a todos: a quien en los últimos años han perdido y que hoy tienen miedo al futuro, pero también a quien le va bien, pero que no quieren vivir en un país fracturado que se arriesga a acabar como los EEUU de hoy. En la segunda parte de este libro presentaremos algunas propuestas y la perspectiva de un nuevo camino hacia un futuro común.
Hablar a la mayoría.
Con este libro, naturalmente, he ilustrado también las líneas de separación que en 2019 contribuyeron a mi dimisión como presidenta del grupo parlamentario. No habría escrito ningún libro si está discusión no hubiese ido mucho más lejos de Die Linke, el partido de la izquierda alemán. Para mí es una tragedia constatar cómo la mayoría de los partidos socialdemócratas y de izquierda ha tomado la demente vía del liberalismo de izquierda, que vacía teóricamente a la izquierda de cualquier significado y aleja a grandes porciones de su electorado. Una vía demente que cimienta la centralidad del neoliberalismo pese a que desde hace tiempo, entre la gente, la mayoría está por una reglamentación racional de los mercados financieros y de la economía digital, por mayores derechos para los trabajadores y por una política industrial inteligente, orientada al mantenimiento y a la potenciación de una clase media fuerte.
En lugar de dirigirse a estas mayorías con un programa atractivo a sus ojos, el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD, Partido Socialdemócrata de Alemania) y Die Linke han ayudado a AfD a ganar, transformándolo en el “mayor partido obrero”. Aceptaron incluso los Verdes, hasta con sumisión, como vanguardia intelectual y política. Se alejaron así de la posibilidad de formar una mayoría ellos solos.
En este libro se hablará también de todo lo que significa ser de izquierdas en el S.XXI. Un ser de izquierdas más allá de los clichés y de los slogan de moda, lo que para mí también significa preguntarse: ¿qué debe aprender la izquierda de un conservadurismo ilustrado? Creo que las líneas programáticas que se esbozan en la segunda parte son las de un verdadero partido popular y social. Un partido que contribuya no a una ulterior polarización de la sociedad, sino a la revitalización de valores comunes.
Este libro sale en un clima político en el que la cancel culture ha sustituído a la confrontación leal. Lo hago sabiendo que podría terminar también yo cancelada. Sin embargo, en el fondo, Dante, en la Divina Commedia, a los que en tiempos de profundos cambios se “abstienen”, a los “ignorantes”, precisamente les reservó el nivel más bajo del Infierno…
1Die Zeit, 9 julio 2020.
La historiadora belga Anne Morelli publicó en 2001 Principes élémentaires de propagande de guerre (utilisables en cas de guerre froide, chaude ou tiède),[1] inspirado en un clásico de 1928, Falsehood in Wartime de Arthur Ponsonby.[2] Se pueden sintetizar así, a partir de estos dos autores, los principios básicos de toda propaganda de guerra:
Jorge Riechmann, Decálogo de toda propaganda de guerra ..., tratar de comprender, tratar de ayudar 07/04/2025
[1] Principios elementales de la propaganda de guerra: utilizables en caso de guerra fría, caliente o tibia (traducido por Eva Sastre Forest), Hiru, 2001.
[2] Falsedad en tiempos de guerra. Mentiras propagandísticas de la Primera Guerra Mundial (traducido por Yolanda Morató), Athenaica, 2023.
En el seu treball fonamental de 1944, La gran transformació , Karl Polanyi va presentar un argument radical: l'intent utòpic de crear una societat basada en "mercats lliures" autorregulats no només era antinatural sinó inherentment destructiu, i finalment va obrir el camí als règims molt autoritaris —feixisme i comunisme— que semblaven la seva antítesi.
Polanyi va desafiar el supòsit bàsic de l'economia clàssica: que l'economia de mercat és una etapa natural, gairebé inevitable, del desenvolupament humà. Va argumentar el contrari. Durant la major part de la història humana, les economies van estar integrades dins de les relacions socials. Els mercats existien, però estaven subordinats a les necessitats socials, els costums religiosos i les estructures polítiques. El segle XIX va veure una sortida radical: un esforç conscient per separar l'economia de la societat, creant un sistema on la mateixa societat esdevingués un adjunt al mecanisme del mercat. Això requeria una intervenció de l'estat deliberada, sovint contundent; paradoxalment, el poder estatal era necessari per crear el mercat "lliure".
La part central de la crítica de Polanyi és el concepte de "mercaderies fictícias". Els arquitectes del sistema de mercat havien de tractar tres elements fonamentals de l'existència humana: el treball , la terra i els diners , com si fossin béns produïts per a la venda al mercat, com qualsevol altra mercaderia. Polanyi va argumentar que es tractava d'una ficció perillosa:
El treball és simplement activitat humana; tractar-la com una mercaderia subjecta únicament a l'oferta i la demanda ignora els éssers humans les vides dels quals en depenen, provocant la dislocació social, la pobresa i l'explotació.
La terra és natura; sotmetre-lo a la lògica del mercat amenaça el medi ambient, l'estabilitat de la comunitat i les formes de vida tradicionals.
Els diners (concretament, el valor de la moneda) són una creació social i política; tractar-lo únicament com una mercaderia de mercat crea una inestabilitat inherent, amb el risc d'espirals deflacionistes o un caos inflacionista que pot paralitzar les economies i les societats.
Permetre que només el mecanisme del mercat dicti el destí del treball de les persones, el seu entorn natural i el mateix mitjà d'intercanvi va ser, per a Polanyi, una invitació a l'autodestrucció de la societat.Com que la mercantilització del treball, la terra i els diners és inherentment perjudicial per al teixit de la societat i la natura, Polanyi va observar una reacció previsible: un "doble moviment". A mesura que el mercat va ampliar el seu abast (el primer moviment), la societat va generar espontàniament moviments contraris que reclamaven protecció (el segon moviment). Aquestes van prendre diverses formes: lleis de fàbriques, assegurances socials, sindicats, aranzels agrícoles, bancs centrals, tots intents de protegir les persones i la natura dels estralls del mercat no regulat.
Aquest no era necessàriament un projecte socialista conscient; sovint va ser una resposta pragmàtica i ideològica creuada impulsada per la necessitat d'estabilitat social. La gent demanava protecció contra l'atur, la ruïna ambiental i la inestabilitat financera.La tensió entre aquests dos moviments va definir el final del segle XIX i principis del XX. L'empenta implacable per la liberalització del mercat, especialment després de la Primera Guerra Mundial amb els intents de restaurar el patró or (un mecanisme clau per a la mercantilització de diners a nivell internacional), va xocar violentament amb la necessitat de protecció de la societat. Això va crear un estrès social i econòmic immens: atur massiu, crisis agrícoles, pànics financers i un trencament de la cohesió social.
Polanyi va argumentar que el bloqueig i la paràlisi de la societat resultant van crear les condicions per a solucions extremes. Quan els mecanismes democràtics i de mercat no van poder proporcionar seguretat i estabilitat, les societats es van tornar vulnerables a ideologies que prometien ordre i protecció col·lectiva, fins i tot a costa de la llibertat.
La visió de Polanyi suggereix que el fracàs de la utopia del mercat per complir les seves promeses de pau i prosperitat va conduir en canvi a una recerca desesperada d'alternatives. La societat, amenaçada de desintegració pel mercat desencaixat, va buscar la reinserció per qualsevol mitjà necessari.
El feixisme va oferir una forma perversa de protecció subordinant l'economia a la política nacionalista i autoritària, sacrificant la democràcia i la llibertat individual. El comunisme, en la seva forma controlada per l'estat, va oferir una altra solució totalitzadora, abolint completament el mercat però també suprimint la llibertat. Ambdues, segons Polanyi, eren respostes tràgiques nascudes del fracàs catastròfic del projecte de mercat autorregulador per crear un ordre social viable.
Polanyi ens obliga a qüestionar la creença fonamentalista en els mercats autorregulats. Ens recorda que les economies han de servir les societats, no al revés. Ignorar la necessitat d'inserir els mercats en marcs socials i ètics, de protegir les persones i la natura de la seva lògica potencialment destructiva, corre el risc de repetir les crisis que van obrir el camí a les catàstrofes del segle XX.
Philosopheasy, Why 'Free Markets' Needed Fascia & Communism. Karl's Polanyi's Warning, philosopheasy.com 07/04/2025
Entre los muchos factores que alimentan la crisis de la democracia liberal está su propio descuido de la virtud. Frente al republicanismo, que se afana en la construcción de una excelencia civil reconocible, la tradición liberal propugnó una neutralidad social en la que las instituciones y las reglas nos protegieran de nuestros peores excesos. Se promocionaron las normas, pero se descuidaron los hábitos del corazón. Kant llegó a soñar con la posibilidad de legislar para un pueblo de demonios, y no pocos pensadores confiaron en construir una estructura legal lo suficientemente robusta como para protegernos de nosotros mismos.
El problema es que esa arquitectura institucional perfecta jamás podrá resistir la acción decidida de un fanático o un psicópata. El sueño de desmoralizar la política produce monstruos, y hemos olvidado el factor humano a la hora de construir comunidades. Es imposible garantizar una prosperidad política mínima de mano de representantes mentirosos, narcisistas y desleales que están personalmente destruidos. Hace demasiado tiempo que el proceso de selección de élites opera con una lógica perversa y, a menos que volvamos a exigirnos el cumplimiento de algunas virtudes cívicas mínimas, será imposible recuperar el rumbo. Kant se equivocó: ninguna constitución puede ser suficiente para gobernar a un pueblo de demonios. Y cuando el poder lo ocupa el peor ejemplo moral, el colapso deja de ser una posibilidad para convertirse en un destino.
Diego S. Garrocho, Un pueblo de demonios, El País 07/04/2025