Buena parte de los fracasos de las transformaciones pretendidas por el sistema político proceden de un desconocimiento del sentido de estas resistencias. Hablando de la crisis climática, por ejemplo, se da a entender con frecuencia que se trata de un problema de voluntad política porque disponemos del saber y los instrumentos de gobierno necesarios, pero eso no es del todo cierto porque, además de conocimientos científicos, nos hace falta también el saber acerca de cómo gobernarla, sus consecuencias económicas y sociales, el modo de distribuir los costes, la comunicación de la crisis, etcétera. El saber del que estamos seguros se complica en cuanto aparecen las implicaciones sociales y políticas del asunto.
Es asombroso que haya quien se asombre de que no seamos capaces de hacer lo que es evidente, correcto, urgente. El asombro de los convencidos solo se explica por un escaso conocimiento de cómo funciona la sociedad. Todavía hay quien se sorprende de que los demás no lo vean todo tan claro, de que los intereses sean tan obstinados y tan ciegos. Hay demasiados actores que manejan con un exceso de seguridad las evidencias en relación con lo que debería hacerse: los activistas se desesperan al comprobar lo poco que inquietan sus causas a la gente, y esta interpreta como fanatismo el empeño de aquellos; los pacifistas denuncian como falta de voluntad la incapacidad de detener una guerra; escandaliza que haya quien no se movilice con las evidencias del antifascismo y el antipopulismo; los asesores se desesperan de la falta de voluntad política de los políticos, y estos lamentan que quienes les asesoran no terminen de comprender las limitaciones de la política; las élites no entienden que el pueblo no entienda lo que hay que hacer, y los populistas no entienden que las élites no entiendan la voluntad popular.
Para transformar la sociedad hay que empezar pensando de otro modo el concepto de transformación. Cuando se trata de acabar con una guerra, cambiar de modelo productivo, combatir el cambio climático, revertir la crisis demográfica, eliminar la desigualdad, gestionar el flujo migratorio, digitalizar la sociedad, modificar los roles de género o configurar una gobernanza global no basta con la buena voluntad. Las soluciones no se decretan. Al mismo tiempo hay que entender a qué son debidas las resistencias. No sirve de nada quejarse de la poca disposición al cambio o de las resistencias expresas contra la transformación (lamentarse de lo conservadores que son los conservadores, resolverlo todo con un discurso antifascista o interpretar toda resistencia como el producto de una mentalidad perversa).
La acción transformadora suele sustituirse por el discurso edificante acerca de lo necesaria que es la transformación. No es una cuestión de exhortaciones del tipo “otro mundo es posible”, que solo sirven para generar buena conciencia y dejar las cosas como están. La sociedad es indiferente a los buenos discursos. La razón de esta ineficacia de los discursos es que las dinámicas sociales que generan agregaciones negativas y crisis tienen un carácter estructural y no moral; por eso no se pueden reconducir con llamadas a la conversión personal, sino mediante mecanismos que estabilicen una determinada dirección que las corrija.
Cuando se trata de gestionar sistemas no triviales (como una sociedad), no basta con apretar un botón, dar una orden, hacer una ley o prescribir un medicamento. La eficacia limitada de medidas de este tipo tiene que ver con el hecho de que suelen ser intervenciones puntuales sobre sistemas en los que no se ha actuado suficientemente para proporcionarles el vigor y la estabilidad necesarios. Se podría resumir el núcleo de la dificultad señalando que, en el fondo, es imposible cambiar una sociedad desde fuera o desde arriba; la transformación es autotransformación; la sociedad no es transformada como un objeto, sino, dicho paradójicamente, el sujeto que realiza la transformación es aquella sociedad que no existe antes de la transformación. La acción de gobernar es una acción en la que el gobernado no es propiamente un objeto, sino quien realiza esa actividad.
Hay que salir también de la clásica contraposición entre la responsabilidad individual y las condiciones generales. En última instancia se trata de favorecer la capacidad individual de cambio mediante disposiciones colectivas que, por un lado, descargan a las personas de asumir toda la responsabilidad y, por otro, distribuyen con equidad esa responsabilidad. Los cambios sociales profundos no se llevan a cabo mediante decisiones individuales (como piensan los liberales), sino a través de regulaciones que los individuos puedan considerar como equitativas y que, al mismo tiempo, no desfiguren los mecanismos de la competencia económica.
A diferencia de una planificación, la transformación es un proceso con resultado abierto. Cómo se apropiará finalmente la sociedad de las acciones de gobierno encaminadas a tal fin es algo en parte imprevisible. Las transformaciones digital y ecológica son buenos ejemplos de ello. Las transformaciones sociales puestas en marcha por la hiperconectividad digital no están predeterminadas por esas tecnologías, sino que emergen de los modos en los cuales dichas tecnologías y las prácticas que se desarrollan en torno a ellas son entendidas culturalmente, organizadas socialmente y reguladas legalmente. Muchas de las transiciones fallidas se han debido, en este y otros ámbitos, a una aplicación mecánica y vertical de los nuevos requerimientos sin pensar suficientemente sobre la diversidad de los sujetos destinatarios y sin incluirlos en el proceso. El caso de la transición ecológica y las protestas de los agricultores pone de manifiesto la difícil conciliación entre lo que debe hacerse y la implicación de un sector especialmente afectado. Los fallos en las transformaciones se deben a no haber sido capaces de desarrollar suficientemente un proceso de negociación que llevara a una solución sostenible y satisfactoria para todos. La resistencia al cambio no debe interpretarse como un perverso boicot, sino que en muchas ocasiones evidencia que quien promueve ese cambio no ha conseguido facilitarlo, negociarlo y hacer creíbles sus ventajas para todos.
Daniel Innerarity, Año nuevo, ¿sociedad nueva?, El País 02/01/2024
I
Aquí estamos, entrados ya en un año nuevo, el 2025.
II
Esto de medir el tiempo es una manera de disfrazar la ferocidad del tiempo, su hambre insaciable, que todo lo devora, especialmente a sus hijos.
III
Cada año más es un año menos.
IV
Volviendo muy atrás, a mi infancia: recuerdo la primera vez que calculé los años que tendría cuando llegase el año 2000. Estaba en la cama. Era una mañana muy fría, quizás de enero. Me parecieron muchísimos, pero el 2.000 estaba tan lejos que no había que preocuparse por ello.
V
Ahora me pregunto dónde se han metido los años intermedios, los que transcurrieron entre aquel niño que imaginaba el tiempo y este que lo recuerda. ¿Qué pasó en 1986? ¿Y en el 2007? ¿Existió el 2013? ¿No se nos olvidó de contabilizar el 1994?
VI
Lasa horas pueden ser largas, pero los años, vuelan.
VII
Dicen que Satán está condenado a intentar retener el tiempo, encerrarlo en una jaula. Pero el tiempo pasa y sólo él y Dios permanecen. Satán no puede escuchar el sonido de una flauta sin ponerse a llorar. ¿Y Dios, para el que el tiempo es un eterno presente, podrá escuchar a Mozart?
VIII
Cedo el paso a nuestro mejor pensador del tiempo, Quevedo:
Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!, Yace, donde reinaba el Palatino; Solo el Tíber quedó, cuya corriente, ¡Oh Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura |
Este artículo fue publicado por el autor en El Periódico de Extremadura
A principios del siglo pasado, y a partir de las teorías de la relatividad de Einstein, la ciencia se afilió a la antiquísima tesis filosófica de que el tiempo no existe como realidad objetiva, sino solo como ilusión subjetiva. La idea es rara de narices, pero ahí sigue, imperturbable y ajena al tiempo, como si le diera igual que la pensáramos o no.
Si para Platón el tiempo no era más que una ilusión (una «imagen móvil de la eternidad», decía), para el más prosaico Aristóteles era «la medida del cambio». Aunque antes de él, un inspirado Parménides había demostrado (¡en verso!) que el cambio era lógicamente imposible: ¿cómo puede acabarse un año y empezar otro? ¿Adónde va el que muere? ¿De dónde viene el que nace? Que las cosas desaparezcan y aparezcan (o como dijo grácilmente el filósofo poeta: que «lo que es no sea» o que «sea lo que no es») parece cosa de locos o de brujos.
Fíjense, para mayor confusión, que por el tiempo nunca pasa el tiempo. Cada hora es idéntica a la siguiente (¿serán la misma?), y no hay una sola fecha – la de su cumpleaños, pongamos por caso – que no sea por los siglos de los siglos la misma que es. Es como si, al dividir el tiempo, no encontráramos ni un solo gramo de lo que parece que contiene…
Pero además de en sus partes, reparemos en su «figura», en aquello que lo delimita. Fíjese: si el tiempo tuviera límite y hubiera comenzado en algún momento, tal como un cronómetro que empezara a contar desde cero, «antes» de ese momento no habría tiempo, lo cual es extrañísimo (¿Qué habría entonces? ¿Nada? ¿Un Relojero eterno?). Y si el tiempo fuera ilimitado o infinito, y no hubiera comenzado nunca, jamás habríamos llegado ni a 2025 ni a ningún otro momento posible. ¿Cómo llegar a ningún sitio si empezamos a correr desde el infinito?
Algunos sabios actuales piensan, en fin, que esto del tiempo es cuestión de perspectiva. Así, si nuestras campanadas de fin de año «suenan» en el pasado a quien nos estudia desde el futuro, a quien nos imagina desde el pasado le «suenan», seguro, a cosa de ciencia ficción. La idea de fondo es que realmente todo ocurre a la vez, y si no lo experimentamos así es porque – limitaditos que somos – necesitamos comprender las cosas en perspectiva y una tras otra. En cambio, desde la perspectiva de la no perspectiva (es decir: de la verdad completa), un conocedor perfecto lo experimentaría todo como presente; como un presente tan uno y cohesionado como lo es para nosotros el espacio, al que percibimos unitariamente, sin distinguir sus distintas dimensiones.
Dicho todo esto, y aunque el tiempo no exista, nosotros vamos a celebrarlo igual, y a hacer promesas y proyectos como si no hubiera un mañana escrito. Ahora bien, si quiere usted dar la campanada este año, brinde también por el «no» año nuevo. Igual marcamos tendencia y volvemos a poner de moda la eternidad, que es donde parece que se vislumbran, fugaz y brumosamente, las cosas que de verdad importan.
I
Agradecer que tengo una zona de confort. Tengo, repito, una zona de confort. No me puedo imaginar cómo sería mi vida sin ella.
II
Cuidar de mi zona de confort como de un jardín de invernadero. A ser posible, mantenerla siempre en floración, para hacerla aún más habitable. Sé que la seguridad de disponer del refugio de mi zona de confort me permitirá salir de vez en cuando a la intemperie.
III
Mantener viva mi relación con mis amigos de la República Dominicana, de Costa Rica, de Uruguay, de Argentina, del Perú, de Chile, de Ecuador, de México y, por supuesto, con B. Porque todos ellos son como estancias de mi zona de confort que tengo repartidas por el mundo.
IV
Agradecer cada día el maravilloso hecho de que disponga de muchas más ideas que tiempo de llevarlas a cabo.
V
Aceptar que seguirán las despedidas, las previsibles y las inesperadas, aceptarlo si hace falta entre lágrimas, pero sin aspavientos, entendiendo que gracias a la muerte hay vida.
VI
Celebrar que hay quien me quiere conociendo todos y cada uno de mis defectos, que no son pocos (y a pesar de ellos).
VII
Saltar de gozo por ver crecer a mis nietos y madurar a mis hijos.
VIII
Bajar el ritmo de trabajo.
IX
Aceptar que no cumpliré con VIII.
X
No perder nunca la fe en el azar amigo.
(Mi contribución al encuentro el Picon del 6 de diciembre de 2024)
I
Igual que el ser, la nada se puede decir de muchas maneras. Así como el sofista Gorgias escribió un Elogio de Helena, lo que pretendo es hacer un elogio del nihilismo.
Hago mía la siguiente definición de nihilismo: lo concibo como una pérdida de confianza en aquello de lo cual emanan valores absolutos, necesarios para dar sentido a nuestra existencia. De lo que se deduce, para evitar confusiones, que el nihilismo no consiste en “creer en la nada”, ni siquiera “creer que todo es nada”, sino que se trata de no creer en algo o en algunas cosas que se suponen tienen valor absoluto.
Se atribuye al nihilismo por buena parte de la intelectualidad, que juzga lo actual con trazos apocalípticos, la responsabilidad profunda de la que derivan todos los males que asolan este mundo.
El filósofo Jesús Zamora Bonilla destaca cuatro malentendidos por los cuales el nihilismo se ha convertido en el concepto al que acude todo aquel que detecta cualquier desajuste o deficiencia en el funcionamiento de nuestra sociedad.
En primer lugar, es el resultado de una cierta pereza intelectual de quien reduce los múltiples factores que pueden explicar lo que ocurre a uno solo. Este reduccionismo, al que no pocos filósofos le han echado en cara a la ciencia se revuelve contra la propia filosofía. Por otra parte, resulta un tanto jactancioso por parte de cierta filosofía otorgarse el mérito en exclusiva de haber revelado el misterio que explica de forma categórica lo mal que va todo.
En segundo lugar, ha sido frecuente asociar nihilismo a violencia y destrucción, posiblemente por su parentesco con el viejo nihilismo ruso del siglo XIX y las resonancias de la frase de Dostoyevski: “si Dios no existe, todo está permitido”. El lobo hobbesiano enseña la patita tras la declaración del apagón celestial. Esta imagen contradice ciertos hechos históricos protagonizados por “sociedades supuestamente no nihilistas”, en los cuales el exceso de celo, no la falta, ha sido la causa más importante del horror y del mal. El nihilismo no es incompatible con tener alguna convicción moral, pero es incompatible con que estas convicciones puedan tener justificantes filosóficos firmes, afirma Zamora Bonilla.
En tercer lugar, no son pocos los lugares donde se acepta sin crítica que la depresión y la desesperación son la consecuencia inevitable de la ausencia de valores absolutos. Justamente esto es lo que mueve al cura protagonista en el momento en el que pierde su fe de la novelita de Unamuno San Manuel Bueno, mártir a redimirse a cuenta de sus parroquianos, porque no concibe una “buena vida” sin fe en algo. “Sí, ya sé que uno de esos caudillos de la que se llama la revolución social ha dicho que la religión es el opio del pueblo. Opio … Opio … Opio, sí. Démosle opio, y que duerma y que sueñe”, declara Manuel Bueno. Al contrario de lo que defiende Unamuno, pienso justamente que una vida sencilla a la que se refiere el escritor vasco justamente por ser sencilla es la que menos necesita de un dopaje trascendente, es suficiente con el “kit” de supervivencia que uno lleva encima, lo mínimo para alcanzar una vida decente y digna. Muchas de las cosas que pasan a nuestro alrededor sin ser demasiado conscientes de ello las vamos cargando de sentido casi desde el inicio de la nuestra existencia, por “insignificantes” que sean, como abrazar a tus hijos, saludar al vecino, ser amable con las personas que te rodean, atarte los cordones de los zapatos o abrigarte porque hace frío. Todo esto y muchas más cosas se consiguen sin cargo a lo trascendente. ¿Y el hecho obvio de que nos vamos a morir, se preguntaría Unamuno, cómo lo podemos llevar? ¿Y si hay algo más? ¿Y si ese algo es la nada? Podemos responder que empezamos a pensar en el final de la vida cuando somos conscientes de que se acerca, cuando nos roza, pero ¿antes?, ¿qué sentido tiene obsesionarse por algo que no sabemos exactamente cuándo ocurrirá? Además, especular sobre algo de lo que nada sabemos, pretender aparentar que algo sabemos sin haberlo experimentado antes, sólo nos puede crear verdadera angustia y falsos temores, de los cuales ya no son los sacerdotes sino los agentes de seguros o los vendedores de alarmas antiokupas los que se aprovechan. Son los vivos los que nos pueden hacer daño, no los muertos. No es la muerte lo que escuece, sino la vida en general, sobre todo un determinado tipo de vida.
En cuarto y último lugar, la hipertrofia de los valores conlleva su objetivación, es decir, su tratamiento como si de una realidad fáctica fuese, cuando en el fondo no dejan de ser dispositivos contingentes y provisionales con los que enfrentarse al mundo y a los demás. Nietzsche en el Crepúsculo de los ídolos, se presenta, olvidando a otros que le han precedido (Hume, por ejemplo), como el primero en señalar que de ninguna manera existen hechos morales, que lo que comparten los juicios morales con los juicios religiosos es que se refieren a entidades no existentes. ¿Por qué, entonces, preocuparse por la nada si de ella nada puede ser? Paradójicamente, los que más advierten de los peligros del nihilismo son los que más se preocupan por (la) nada.
II
El libro de Emmanuel Todd La derrota de Occidente cumple con los cuatro malentendidos citados que ha recibido el nihilismo.
El primer malentendido lo podemos encontrar cuando Todd se considera heredero intelectual del sociólogo alemán Max Weber. Sostiene, siguiendo el camino trazado por su maestro, que “el protestantismo fue realmente la matriz del despegue de Occidente” y “su muerte es la causa de su desintegración y derrota”. Considera que esta “no es una de las claves, si no la clave” que explica esta decadencia.
El segundo cuando Todd describe la dimensión física del nihilismo, caracterizada por ser “una pulsión destructiva de cosas y personas”. El “nihilismo, prosigue, no sólo expresa una necesidad de destruirse a uno mismo y a los demás, a un nivel más profundo, cuando se convierte en una especie de religión, tiende a negar la realidad. Todd lo define como “un amoralismo derivado de la ausencia de valores”.
El tercer malentendido se trasluce cuando describe la existencia del ser humano en el vacío religioso que es la nada y como, sin dejar de existir, experimenta “la angustia de la finitud humana” con graves consecuencias para él: el individuo solo, sin las creencias que le unen a la comunidad, no puede ser grande, está “condenado por naturaleza a encogerse”, a convertirse en un “enano mimético” sin capacidad de razonar por sí mismo y “tan intolerante como los creyentes de antaño”.
Y por último, el cuarto malentendido cuando afirma que la segunda dimensión del nihilismo es la conceptual, en la que “tiende irresistiblemente a destruir la noción de verdad, en prohibir cualquier descripción razonable del mundo”.
III
Según Todd, toda creencia sigue un proceso de decadencia en el que distingue tres etapas o estadios:
Este mismo proceso, pero inverso, es el que me pareció observar en una película recientemente estrenada, aunque despreciada por la crítica más prestigiosa. Se trata de Gladiator II de Ridley Scott. Este proceso tiene que ver con la transformación del protagonista Hano en Lucio Vero Maximus Aurelio.
En una de las primeras escenas, Hano arenga a un grupo de soldados (primera charla motivacional) para defender una ciudad del norte de África: “no temáis morir porque la muerte no es nada, y de la nada nada hay que temer. Lo que quiere decir que solo de lo que es podemos esperar algún bien o algún mal”, un discurso de raíz epicúrea.
Una vez que el ejército africano es derrotado y los supervivientes reducidos a la esclavitud, algunos son enviados a Roma. “Roma está enferma, destruye todo lo que toca. Este esplendor encubre una sociedad decadente”, declara Hano, cuando, junto a otros prisioneros, en un carruaje se acerca a la ciudad. Hano está a punto de revelar su verdadera identidad, o lo que es lo mismo, pasar de la nada al ser, de dejar de ser un “don nadie” a ser un aclamado gladiador, para finalmente acabar siendo el gobernante preferido de la plebe.
Hano ha dejado de ser, o lo que es lo mismo, ha vuelto a ser Lucio Vero Maximus Aurelio, nieto de un emperador e hijo de un prestigioso general. Convertido en cabecilla de una revuelta contra el poder corrupto de Roma arenga (segunda charla motivacional) esta vez a un grupo de aguerridos gladiadores. Ahora no se trata de morir por nada, por casi nada como no sea conservar la vida, sino por algo más, por algo trascendente (metafísico), por algo por lo que vale la pena perder la vida: la recuperación de los valores de la antigua república secuestrados por un mal gobierno. El proceso es el inverso al descrito por Todd porque se trata de una restauración, de la recuperación del ser, tanto en el caso del estado como en el del protagonista.
IV
La película de Ridley Scott reitera todos los malentendidos que arrastra consigo el concepto nihilismo. Sin embargo, una fisura en su trama nos permite vislumbrar una imagen del nihilismo más acorde con la definición que sostengo. La vida de Lucio cuando todavía era Hano, lejos del mundanal ruido de la metrópolis, era una vida que apostaba por lo intrascendente. Gozaba de la confianza de sus compañeros, del amor y de su compromiso con la defensa de la ciudad. Y todo ello sin el mínimo apego a grandes ideales, porque, como decía el ensayista valenciano Joan Fuster, para ir por la vida no hacen falta muchas convicciones. Con estos escasos hilos se puede tejer una existencia digna, pero, es cierto, son insuficientes para edificar un megaproyecto que encandile a un colectivo listo para conquistar el mundo. Toda cruzada empieza tras la santificación de una verdad. El nihilista auténtico tan solo se pregunta qué sentido tiene darlo todo a cambio de nada.
Barcelona, 30 de diciembre de 2024
I
Sigo alimentándome de croquetas... y muy buen vino. Cambio de vino cada día para no hacer monótono el menú. Mi hijo me ha proporcionado un surtido variado y muy rico de botellas, que mantengo en un rincón de mi pequeño jardín, al aire libre, cogiéndole el pulso al tiempo.
II
Voy dándole vueltas al menú de nochevieja. Creo que me decidiré por el pescado. Bacalao con salsa de gambas. Tengo también un excelente surtido de vinos blancos.
IIIHe comenzado El hombre sin atributos. He decidido leerlo muy lentamente, con la intención de saborearlo como si fuera un buen vino.IV
¿Se nota, verdad, que estoy de Rodríguez?
V
Estoy trabajando bastante, ya que el tiempo está a mi entera disposición. Ando merodeando una tentación: un libro titulado «Hermana muerte, que me das la vida». Va totalmente en serio.
Desconfiar del utopismo tecnológico no significa demonizar la técnica. Sólo recientemente, cuando se ha plegado al mito mecanicista, la técnica ha tomado una deriva preocupante que afecta al ejercicio mismo de la libertad. (...) La técnica va en busca de su perfección y, para ello, nos utiliza. (...) Nos utiliza como la flor utiliza a la abeja. Las máquinas se reproducen utilizando a otra especie que se rinde a sus encantos. La técnica nos seduce, nos hace creer que la manejamos a ella, cuando es ella la que acaba definiendo nuestro modo de vida, nuestra jornada, nuestra forma de trabajar.
El utopismo pone la mirada en el futuro. Se distrae del presente. Neglige con él. El imaginario futuro sustrae nuestra atención, la hace selectiva a fines, objetivos y voluntades. El utopismo que quiere llegar a la luna vive ya en la luna, Esa es la magia de lo mental. La sociedad embarcada en la aceleración del progreso técnico es utópica y el material sobre el que trabaja esa utopía ya no es la reforma social, es la perfección técnica.
La esperanza humana se ha tecnificado, se ha deshumanizado. Si observamos el asunto detenidamente, advertimos que sobre el futuro no se cierne el paraíso. Mas bien al contrario. El panorama es cada día más sombrío. Mientras tanto, las redes sociales y los metatarsos, trabajan por una humanidad infantilizada, debilitada u sometida al fetiche de la popularidad.
El desarrollo tecnológico libera el trabajo la persona. Hace posible el ocio y el tiempo libre. Jünger advierte que esta es una idea que no se ha probado en absoluto y que el hecho de repetirla no la hace más verdadera. "Un hombre liberado del trabajo no se vuelve por ello apto para el ocio." Oscar Wilde lo ratifica: no hacer nada es lo más difícil del mundo. "Es ínfimo el número de individuos capaces de asumir el ocio. La mayoría, cuando gana un sobrante de tiempo, no hace otra cosa que matarlo.." (...) En Inglaterra t otros países desarrollados, la clase obrera, hoy liberada y subvencionada por el Estado, organiza su tiempo en torno al pub y el fútbol. (...) El siguiente paso es la depresión, a la que sigue la medicalización. Ese es el modelo. Huxley no andaba desencaminado. Los excedentes de la técnica se invierten en la construcción de hospitales. El nuevo negocio global: la salud, indispensable para una civilización enferma.
Juan Arnau, El hambre y la máquina, La maleta de Portbou, nº 67, noviembre-diciembre 2024
No hay vida sin diálogo. Pero ahora, en la mayor parte del mundo, el diálogo ha dado paso a la polémica. El siglo XX es el de la polémica y el insulto. Ocupa, en las naciones y los individuos, y al mismo nivel que las disciplinas antaño desinteresadas, el lugar que ocupaba tradicionalmente el diálogo reflexivo. Miles de voces, día y noche, mantienen cada una por su lado un tumultuoso monólogo, vierten sobre los pueblos un torrente de palabras embaucadoras, ataques, defensas, exaltaciones. Pero ¿cuál es el mecanismo de la polémica? Consiste en considerar enemigo al adversario, y por consiguiente en simplificarlo, en no querer verlo. Cuando insulto a alguien ya no conozco el color de su mirada ni si se le escapa una sonrisa y de qué manera. Casi ciegos ya por culpa de la polémica, no vivimos en un mundo de hombres, sino en un mundo de siluetas.
Albert Camus, "El testigo de la libertad, en El derecho a no mentir. Conferencias y discursos (1936-1958); Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Debate, 2024 [1948]; página 94).
Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza, ethic.es 05/09/2024
I
Entrevista muy agradable en No es un día cualquiera, el programa que tan magistralmente dirige Pepa Fernández en Radio 4. Pepa me recibe siempre con los brazos abiertos. Durante un tiempo tuve una sección semanal en su programa. Pero tuve que elegir entre lo bueno y lo mejor.
II
No doy para todo y cada vez veo más importante mantener firme el ritmo de lectura. Leyendo El futuro de la teoría me he encontrado con que la mayoría de los filósofos de la actualidad que cita Jason Ananda JosephsonStorm me resultan completamente desconocidos. El problema es que los que conozco me interesan tan poco... Pienso en el neorrealismo de Rossi Braidotti.
III
Como la mañana estaba preciosa he decidido acercarme hasta Los Encantes, que me he encontrado con un hervidero caótico y vociferante de gente entusiasmada. No se podía dar un paso y en los dos puestos de libros de segunda mano que he podido visitar no he hallado nada interesante.
IV
De vuelta a casa me he pasado un buen y muy entretenido rato haciendo croquetas. Tengo el congelador a rebosar de croquetas. Me temo que pasaré varios días de menú único. Mi mujer está en Pamplona, pero se mantiene puntualmente alarmada sobre Israel y me lo hace saber. Las croquetas, por cierto, me salen deliciosas.
V
Tengo muchos libros pendientes de lectura, pero he decidido posponer todo y releer El hombre sin atributos. Lo voy a considerar un ensayo profético de filosofía.
I
Leí hace tiempo, y lo acabé no sin esfuerzo, El hombre sin atributos de Musil. Mientras lo leía tenía permanentemente la sensación de que estaba viajando por un paisaje tan denso que me sobrepasaba hasta el punto de que con frecuencia tenía que ir tan pendiente de mi propia atención que solo veía mis propios pies.
II
De vez en cuando vuelvo a este libro infinito abriéndolo al azar, y nunca me decepciona. Hoy, hace un rato, he tropezado con esta reflexión de Ulrich: «Tenía miedo de que si miraba con atención, descubriría que realmente no había respuestas ahí afuera». La atención es necesaria, ¿quién lo duda?, para no perderse, pero demasiada atención a los detalles nos impide ir avanzando y entonces la misma atención se convierte en «una máquina de devaluación implacable de la vida»
III
En una ocasión, hace ya unos años, me pidieron en el Departament de Cultura de la Generalitat que propusiera ideas para un magno acontecimiento que se celebraría en Cataluña y yo, intentando hacer una broma que me parecía fácil de captar entre personas supuestamente ilustradas, propuse La acción paralela. Pero como, por lo visto, nadie en el Departament de Cultura se había leído El hombre sin atributos (toda la novela gira en torno a una comisión con este nombre que nadie sabe de qué trata, aunque no para de crear subcomisiones) se tomaron la ironía con total seriedad, tan total, que no me atreví a revelar la verdad para evitar que alguien se sintiera desautorizado. Lo que no llegué a prever es que se haría publicidad de La acción paralela en los medios. Pero nadie dijo nada.
I
Recibo una invitación para visitar Tel Aviv. Mi mujer me dice que ni hablar. Pero yo digo que sí. Si he conducido en Nápoles, ¿cómo no me voy a atrever a viajar a la capital de Israel? Por otra parte, si ya he estado en Atenas parece elemental acercarse a Jerusalén.
II
Ayer me entrevistó por zoom el periodista chileno-holandés José Zepeda, que trabaja para Radio Media Naranja de Holanda. Uno sabe que está delante de un periodista que merece su nombre porque todo fluye con facilidad, todo lo hace fácil. Me envió las preguntas que me iba a hacer con antelación, pero se las devolví sin mirar. No me gusta prepararme las respuestas porque cuando vas a una entrevista sabiendo tanto lo que te van a preguntar como lo que vas a responder, pierdes espontaneidad y, por lo tanto, verosimilitud.
III
La cabeza me hierve de ideas y proyectos. Pero no tengo manera de adaptar el tiempo a mis deseos, así que debo recortar mis deseos, porque el tiempo no se deja manipular. Quiero escribir sobre el tiempo y la muerte.
I
No nos podemos bañar dos veces en el mismo río, decía Heráclito.
II
Todo cambia y nosotros con ello. Pero el ritmo del cambio se manifiesta con una intensidad bronca en la adolescencia. Los adolescentes, como las culebras, cambian de piel, pero lo más característico de ellos es la prisa que tienen por librarse de cualquier adherencia de la niñez. Crecen contra la infancia. Ser adolescente es rebelarse contra el propio pasado. Lo cual, para un espectador melancólico, como es mi caso, es completamente fascinante. Yo también debí de ser así, como mis nietos, pero en algún momento de la vida necesitamos adentrarnos en la vida adulta, cosa que solemos hacer sublevándonos contra la adolescencia.
III
Todo cambia y ese es el fundamento de las ilusiones humanas de estabilidad. Nos aferramos a lo que podemos para proporcionarnos instancias de aparente solidez. Precisamente porque hay muerte (es decir, porque hay tiempo), hay vida. Y la vida es una continua revuelta contra el tiempo, cosa que aprendemos más tarde, cuando ya no tenemos ningún deseo de librarnos del pasado.
He cocinado rabo de toro a la cordobesa. Creo que no les diré a mis nietos qué carne es... al menos hasta saber si les gusta. Cuatro gozosas horas en la cocina y la casa inundada de aromas de chup-chup. Esta, la del aroma de la cocina casera, es mi aportación a la decoración navideña de mi casa.
III
Me han tocado 24€ en la primitiva y me he puesto tan contento que los he invertido... en nuevas apuestas.
I
Se mire como se mire: el 22 de diciembre debiera ser la fiesta nacional de España. Nada nos une más que la lotería de navidad.
II
Esa alegría porque el azar caprichoso se ha fijado en ti, es decir, porque tu esfuerzo de comprarte un décimo ha sido recompensado con creces, también me parece muy española.
III
Es el día grande de la cultura del golpe de suerte, del hemos caído en gracia, del pelotazo de la Fortuna, que nos ahorra los esfuerzos del trayecto para depositarnos victoriosos eufóricos en la meta.
IV
Y los medios, a la caza de las mismas imágenes de cada año.
V
El 22 de diciembre es, al menos, la fiesta de estamos encantados de ser como somos.
... en general yo diría que es más difícil generar conciencia en un dispositivo IA que no tiene vida, por la lógica de la conciencia que conocemos. Si no necesitáramos el control de nuestra vida en nuestro cuerpo, probablemente no seríamos conscientes. Es una especie de efecto secundario de ese proceso, y surge porque tienes un interés creado en la naturaleza, un interés por mantenerte vivo tanto tiempo como sea posible. De modo que la conciencia está al servicio del proceso de la vida, lo que, por cierto, es bastante diferente de la forma en que la gente normalmente concibe la conciencia.
De hecho, cuando miras a tu alrededor, todos los mamíferos, aves, reptiles y peces son individuos conscientes.
Nuestra conciencia no es solo el resultado del trabajo del cerebro. Es el resultado de la integración del cerebro y el cuerpo, las dos cosas funcionan juntas. Lo que sentimos no lo crea el cerebro, sino que es creado por la interacción del cuerpo y el cerebro. Las imágenes que constituyen nuestros sentimientos provienen de los fragmentos de músculo y de la mucosa del estómago, y la boca, y muchos otros lugares, de lo que realmente sucede en el cuerpo. Los sentimientos no son fantasmas en el aire, están hechos de lo que somos físicamente.
... muchos de los dispositivos de IA son prolongaciones de nuestros cuerpos y, en cierta medida, de nuestra mente. Hay formas de realizar determinadas operaciones mejor y más rápidamente. Así que es una mejora, especialmente en el ámbito de la capacidad de memoria y en el ámbito de la velocidad. Creo que contar con IA es útil porque nos da una perspectiva aún mejor de lo que somos y de lo diferentes que somos de las máquinas.
... existen implantes para intentar frenar los ataques epilépticos o ayudar al sistema motor. La cuestión es la precisión con la que vas a poder hacer esas “mejoras”. Y la otra pregunta es: ¿por qué lo harías? Sabes, yo estoy bien como estoy. No me interesa tener un chip en mi cerebro que transforme mi mente, quiero pensar con mi propio sistema.
Antonio Martínez Ron, entrevista a Antonio Damasio:
"Hacer un trasplante de cabeza sería como juntar a dos criaturas", eldiario.es 08/12/2024
Los casquillos de las balas que atravesaron a Brian Thompson, consejero delegado de UnitedHealthcare, llevaban grabadas tres palabras: Deny, Defend y Depose (negar, defender, y deponer). Riman con la famosa estrategia de las tres D de las compañías de seguros: Delay, Deny, Defend (retrasar, denegar, defender). Consiste en retrasar la gestión de las reclamaciones con deliberada ineficacia burocrática hasta que los beneficiarios se dan por vencidos; denegar la atención médica o las indemnizaciones usando tecnicismos, exclusiones en las pólizas o una interpretación tramposa de sus condiciones, y defenderse de las demandas de forma agresiva, intimidatoria y mafiosa, prolongando los conflictos de manera artificial para desgastar económicamente al cliente.
Hay más. Varios médicos han declarado que UnitedHealthcare los presionaba para atender a más pacientes y diagnosticar condiciones adicionales para aumentar la facturación. ProPublica demostró que usaban algoritmos de inteligencia artificial para justificar la expulsión de pacientes ancianos de residencias, incluyendo algunos que necesitaban atención especializada las 24 horas. Estas estrategias, en combinación con la inexistencia o la ineficacia de leyes de protección al paciente, han convertido a UnitedHealthcare en una de las mayores compañías de EE UU, con más de 49 millones de usuarios. El año pasado facturó 281.000 millones de dólares. Su CEO recibió un bonus de más de 10 millones. Su matriz, UnitedHealth Group, es una de las compañías de atención médica más grandes del mundo, con una cotización de 560.000 millones de dólares. El asesino enmascarado cambió la primera D por deponer: quitar a alguien de una posición de poder o autoridad o, en ámbito legal, declarar.
Parece un episodio de Mr. Robot o de Black Mirror. Una fan fiction de Anonymous, con un antihéroe encapuchado, cazando CEO en los últimos días del capitalismo. En el momento de escribir estas líneas, el asesino aún no ha sido localizado, pero Nueva York no le tiene miedo. De hecho, acaba de empezar el concurso de imitadores del CEO Shooter (el cazador de CEO) en Washington Square Park. Los memes celebrando el asesinato se amontonan en mi buzón. Las empresas de seguros retiran los nombres con foto de sus ejecutivos de internet.
Los influencers y personalidades que tratan de responsabilizar a la izquierda anticapitalista son amonestados por sus propios seguidores. “Tengo familiares republicanos haciendo bromas sobre la muerte de este tipo, y es porque han sido directamente perjudicados por sus compañías de seguros de salud”, corrige un usuario al presentador de The Ben Shapiro Show. “No es correcto separar izquierda y derecha —le dice otro—. Son los ricos contra la clase obrera”. Solo recuerdo un momento parecido en la historia reciente: el 28 de enero de 2021, cuando un grupo de inversores minoristas organizados a través de Reddit dieron un golpe a los fondos de riesgo coordinando compras masivas de acciones de GameStop.
El sentimiento es similar, y también la disonancia cognitiva. Mientras el pueblo celebra un asesinato, Bitcoin ha alcanzado un valor de 100.000 dólares y Elon Musk ha anunciado que quiere eliminar la Oficina de Protección Financiera al Consumidor, creada tras la crisis de 2008 para proteger a los ciudadanos de los abusos de los bancos. Los mismos americanos que acaban de elegir por segunda vez a Donald Trump como presidente salen a celebrar el asesinato de Brian Thompson como sans-culottes. Los CEO sanitarios son el antiguo régimen pero Trump es su Napoleón.
Marta Peirano, Muerte de un comerciante, El País 09/12/2024
Més informació:
El conflicto fue la base de la tragedia antigua. Para los dramaturgos griegos, el mundo se presentaba como opción desgarradora: obedecer a las convicciones o a la ley; buscar la dolorosa verdad o preferir la ignorancia; proteger a los más débiles a costa de la propia seguridad o abandonarlos a su suerte. Aquellos atolladeros y pugnas de voluntades resultaban tan difíciles de resolver que necesitaron inventarse el deus ex machina. La maquinaria teatral incluía una grúa con poleas provista de una plataforma; en el clímax de la pugna, allí aparecía algún dios que, con sus poderes, enderezaba la situación. Esa trampa escénica retrata nuestra ansiedad por encontrar la figura milagrosa que ponga en orden los rompecabezas de la vida.
En esta época de épica hiperventilada, los algoritmos, las redes y ciertos medios rentabilizan nuestra angustia. Al amplificar la sensación de caos, explotan la incertidumbre y el desconcierto, y, en esa atmósfera, insuflan la idea de que necesitamos individuos poderosos, carismáticos, autoritarios, capaces de disolver con mano dura las dificultades enquistadas y el desorden. Y, de paso, derribar las regulaciones, ese gran negocio. El historiador Carlo Ginzburg, hijo de Natalia, víctima de las inclemencias del fascismo italiano, escribió: “El miedo está siempre disponible, la cuestión es quién lo usa”. Curiosamente, personas que se definen como inconformistas, rebeldes e indómitas, dicen preferir un liderazgo de ordeno y mando. En la vida cotidiana nos molesta que nos dicten lo que debemos hacer, pero nos deslizamos fácilmente al espejismo del gobernante fuerte y sin contemplaciones. Nuestro anarquista interior, que asoma ante la mínima exigencia ajena, debería protegernos de caer en quimeras despóticas.
Durante algunas décadas, creímos que la democracia era irreversible, el club que nadie quería abandonar. En la sociedad líquida es duro durar. El tiempo desgasta todo rápido, y se puede morir tanto de éxito como de fracaso, por las expectativas crecientes o por la erosión de los sueños. Hoy crece en las encuestas el número de personas, sobre todo jóvenes, que aceptarían gobiernos no democráticos, siempre que garanticen ciertos niveles de bienestar. El atractivo de la mano dura parece aumentar entre quienes nunca la experimentaron. En su imaginación es solo una idea, y se permiten el lujo de idealizarla.Mientras en Atenas agonizaba la democracia, la República romana se construía sobre la idea obsesiva de evitar el personalismo. Tras una monarquía que desembocó en legendarios abusos, legislaron para impedir que un individuo carismático gobernase sin cortapisas. Todas las magistraturas de la antigua Roma se concibieron colectivas, colegiadas y responsables. Cada año renovaban a los magistrados sin permitir la reelección, cada cargo recaía en varios colegas —dos, seis o incluso diez— que compartían las mismas funciones y tenían derecho de veto. Los elegidos solo podían ejercer su breve mandato forjando acuerdos: estaban condenados a entenderse, en un delicado equilibrio entre la vigilancia mutua y la colaboración. Con el avance del imperio, los guerreros más ambiciosos, avalados por sus victorias, se atrevieron a desafiar esas garantías y plazos tasados. Aquella república fue un audaz proyecto imperfecto, previo a la era de Julio César —cuyo nombre subsiste en la palabra “zar”— con sus dinastías de emperadores, continuadas por largas estirpes de reyes medievales y modernos. Ante las fragilidades y atolladeros que causa el esfuerzo por apaciguar las discrepancias, se dejaron seducir por el orden férreo; sin embargo, nadie fue tan caótico como ciertos emperadores. Y cuando empezaban sus tropelías, ya no existían resortes pacíficos para apartarlos de su cargo.
“¿Quién vigila al vigilante?”, escribió Juvenal. He aquí una gran objeción: cómo garantizar una alternancia eficaz, cómo cesar al César si se lanza a cometer atropellos, qué sucede si quien manda se desmanda. No podemos entregarle todo el dominio a alguien que llega clamando ser la solución, mientras exhibe su odio al oponente y al diferente. La sana vigilancia consistirá en robustecer las cortapisas, controles y validaciones. Si eres escéptico frente al poder, asegúrate de que se fragmenta y distribuye. Divide y te protegerás.
El poder es tan peligroso y enloquecedor que casi resulta un rasgo de humanidad mantenerlo diseminado y difuso. Ese fue el ideal de la democracia ateniense y la república romana, experimentos valiosos y valientes, aun en sus contradicciones. Vivir en sociedades de ciudadanos exige afrontar el embrollo cotidiano con creatividad y esfuerzo, incluso ante circunstancias adversas, como intentaron –con altibajos– esos locos antiguos. Quizá por eso, el final de las tragedias reflexionaba sobre el peso y el precio de la libertad humana. Y aunque sea tentador confiar en soluciones drásticas, conviene recordar que los salvadores providenciales, aquellos que ofrecen remedios simples para problemas complejos –recetas ex machina–, son siempre pura tramoya.
Irene Vallejo, 'Deux ex machina', El País 15/12/2024
Millones de personas celebran en redes sociales un asesinato cometido en la Sexta Avenida de Nueva York. Un periodista de la CBS, conmocionado no tanto por el crimen como por la reacción social, recuerda en antena que el tipo asesinado era un ser humano que tenía familia y amigos y se pregunta si no queda ya humanidad en este mundo. La exitosa venta en internet de pegatinas y camisetas conmemorativas para celebrar los tres disparos recibidos por el CEO de UnitedHealthcare, Brian Thompson, responde bien a la pregunta del periodista: seguramente no quede mucha humanidad, no. Lo cual no es ninguna noticia de última hora, como podría explicar el propio asesinado si existiera la posibilidad de preguntarle. La humanidad es un concepto poco operativo desde hace décadas, nos diría este hombre que logró una carrera de éxito dentro de un sector especializado en convertir la salud de millones de personas –con familia y amigos– en una ecuación coste-beneficio en la que el enfermo nunca debe ganar, porque si gana no hay negocio.
Algunos aún nos resistimos –será ADN naif, será tara de cultura cristiana– a celebrar asesinatos. Un asunto cada vez menos tabú en un sistema que nos enseña que la vida humana no es para tanto. Si podemos tolerar que miles de personas se ahoguen cada año en el Mediterráneo huyendo del hambre muchos podrán tolerar sin problema o incluso aplaudir que a un tipo le vuelen los sesos en mitad de la calle. Si nos explican que el asesinato de miles de niños gazatíes es un simple fenómeno meteorológico, no deberíamos ponernos muy estupendos cuando la tormenta llegue a nuestros barrios, ya que el tipo que atropellará o acuchillará a una decena de nuestros vecinos también estará luchando contra lo que considere terrorismo. Si nos explican que los enfermos sin seguro privado de las residencias se iban a morir igual, que congelarse tirado en la calle o morir a manos de la policía no son hechos graves sino normas de un juego sin importancia, ¿cómo no vamos a llegar a la conclusión de que la vida, también la de los poderosos, es un concepto sobrevalorado?
Hace hoy 76 años se aprobaba en París la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Aquel 10 de diciembre del 1948 votaron a favor los países capitalistas y se abstuvieron los del eje comunista. Los soviets, muy suyos, sospechaban que ese tratado repleto de palabras bienintencionadas en defensa de una vida digna escondía trampas. Es un manifiesto burgués, denunció la URSS, ya que entendió que ese documento universal pretendía extirpar el legítimo uso de la violencia en la lucha de clases. Dicho en ruso, si montas una revolución proletaria no vale asesinar al zar. Dicho en wallstreetés, no puedes pegarle tres tiros a un tiburón de los negocios solo porque esté haciendo dinero con tu salud. La Carta de Derechos Humanos fue, como demostraron las numerosas violaciones de derechos humanos cometidas por quienes firmaron la carta entusiasmados, una tapadera estética que durante décadas cumplió su cometido de convencernos de que no todo valía porque había un límite sagrado llamado vida humana. Un límite que los principales beneficiarios de este seguro, es decir, las clases dominantes, han decidido ir saltándose sin disimulo de un tiempo a esta parte, rompiendo un contrato que les beneficiaba enormemente. El homus poderosus es una criatura fascinante.
Ahora que, gracias a la normalización del genocidio contra Palestina y la impunidad de sus asesinos, gracias a la naturalización de las muertes por hambre, por frío, ahogamiento, falta de medicinas o recursos económicos para pagarse un seguro privado hemos llegado a un nuevo consenso social que entierra aquella DUDH que establecía que la vida era un valor superior, ¿cómo harán los pocos ricos para protegerse frente a millones de pobres cada día más cabreados? ¿Cómo harán los mejor posicionados para disfrutar de una vida tranquila sabiendo que los peor posicionados saben ya que ni la vida ni la muerte valen gran cosa? Tras el asesinato del CEO Brian Thompson, la aseguradora de la competencia, ABCBS, ha emitido un comunicado anunciando que aparca su plan de cobrar las anestesias para cirugías en función del tiempo que duren las intervenciones quirúrgicas. En UnitedHealthcare, por su parte, han eliminado de su web el organigrama que mostraba las fotografías y nombres de los directivos de la empresa compañeros del asesinado. Es una gran noticia que algunos hayan comenzado a descubrir que la vida, especialmente la propia, sí que tiene cierto valor.
Gerardo Tecé, El seguro no cubría asesinato en la Sexta Avenida, ctxt 10/12/2024
El Nueva York / Nueva Roma de Coppola son decenas de Nueva Yorks y de Romas, desde el cine mudo, al cine académico, pasando por el cine europeo –siempre tan caro a Coppola– y el cine contemporáneo, y la Roma de Scott huele a naftalina de lujo. Coppola es uno de los directores más cultos, no ya de la actualidad, sino de la entera historia del cine. Un hombre que de no haber sido cineasta podría haber sido músico o novelista, o director de ópera. En su Nueva York / Nueva Roma se encuentra el eco de cualquier urbe grandiosa del mundo, pero también las sombras de la corrupción de la sociedad actual. Su densidad conceptual es tal que casi funciona como crisol de las ambiciones creativas y capitalistas, mezcladas, de la actualidad. La Roma de Scott, sin embargo, es la de un videojuego: espectacular y grandioso, desde luego, pero hueco. Scott es uno de los directores más astutos, no de la actualidad, sino de la entera historia del cine. Haciendo cine de videoclip y deanuncios se ha ganado el estatus de un gran cineasta para muchos que, quizá, no reflexionan lo suficiente sobre el verdadero vuelo de una pieza cinematográfica. Como mucho podemos decir, en el ocaso de su carrera, que Scott ha hecho un gran filme, Alien, en 1979, y que posteriormente a ella ha firmado algunos más que sólidos y dignos títulos como La sombra del testigo (Someone to Watch Over Me, 1987) o Thelma & Louise, en 1991. Poco más. No es una gran carrera, me temo, pese a la proliferación de títulos de las últimas dos décadas.
Sin embargo la aportación de Coppola al cine de todos los tiempos es capital, y de un alcance crítico desconocido para sus contemporáneos y para sus predecesores. No existen visiones más oscuras de Estados Unidos que las planteadas en la trilogía de El padrino, que en Apocalypse Now y que en La conversación. Tampoco existe una búsqueda formal y personal similar a la que le ha llevado, finalmente, a alejarse de los estudios y volver a aprender a hacer películas, algo que culmina con la que seguramente sea la última de ellas: Megalópolis. En ella una visión apocalíptica de EEUU se une, por primera vez, a una tímidamente optimista: quizá el futuro sea mejor de lo que parece, siempre que nos lo propongamos. Su última ópera es un canto a la creatividad y a la libertad, a la justicia social y a la lucha por un mundo mejor. No va acambiar este mundo, como algunos ingenuos siguen pensando que puede hacer el cine o la literatura, pero sí va a señalarte a ti y va a exhortarte a que de una vez despiertes y te plantees un mundo diferente al que vivimos mediante tu creatividad. Pero no lo hace como un panfleto o de un modo naif, sino con violencia, con extravagancia y clarividencia, como toda fábula. La película es un fin y un medio al mismo tiempo. Un fin poético, y un medio de ideas como hacía tiempo no veíamos en una pantalla. Ideas vivas de un poema libérrimo y vivo.
Pero Gladiator II obtendrá pingües beneficios en taquilla –pese a algunas críticas atroces– y Megalópolis será olvidada por el gran público y tratada como un nefasto fracaso y como una rareza digna de un loco. Así funciona el mundo del cine. Mientras, algunos seguiremos insistiendo en que no todo es lo que parece. Es más, posiblemente la entera historia del cine, la oficial, no sea más que un conjunto de clichés, lugares comunes y ficciones muertas en la que, de cuando en cuando, se cuelan verdaderos poetas.
Adrián Massanet, Nueva Roma y la decadencia del imperio, ctxt 13/12/2024
La verdad es enemiga de la democracia. Puede parecer una provocación, pero, hasta hace muy poco, esta irresponsable premisa era acogida por gran parte de nuestros intelectuales con alborozo y ademán vanguardista. Gianni Vattimo, padre de esa fórmula elegante que dio en llamarse “pensamiento débil”, llegó a escribir un pequeño ensayo en 2009 en el que exhibía esta emancipación de la realidad como una heroica conquista. Adiós a la verdad se llamaba. Para los herederos de Nietzsche y hasta para los liberales más vehementes seguidores de Karl Popper, la verdad era un concepto sospechoso de ser conservador y casi absolutista. Una cosa viejuna de curas y metafísicos ortodoxos. Es de justicia subrayar que Hannah Arendt nunca cayó en este error, y la filósofa supo advertir que impugnar la distinción entre verdad y mentira es lo primero que hacen todos los totalitarismos.
El tiempo nos ha cambiado tanto que, en nuestros días, estamos viendo incluso a foucaultianos de comunión diaria pedir más funcionarios para medicalizar de forma estatal la salud mental. Las vueltas que da todo. Con la idea de verdad también estamos constatando la necesidad de regresar a un realismo mínimo que nos permita distinguir entre la verdad y la mentira. Hubo un momento en el que todo se nos llenó de relatos y de narrativas, y dado que hasta el lenguaje era fascista, como dijera Barthes, lo imperativo era zambullirse en el lúdico piélago de las interpretaciones. Un acuerdo mínimo sobre qué pudiera ser la realidad, el bien o la justicia no solo no era deseable, sino que casi estaría proscrito. La verdad era una cosa arcaizante, y aquí todos teníamos sed de futuro y de progreso.
Afortunadamente, la realidad se venga en ocasiones de forma irónica y, mientras cierta posmodernidad seguía celebrando que no existieran los hechos (¡todo son interpretaciones!), el populismo trumpista decidió coger las herramientas que otros habían dejado tiradas por el suelo y se puso manos a la obra. Fue entonces cuando Kellyanne Conway, asesora del extravagante presidente, acuñó la expresión “hechos alternativos” y todo saltó por los aires. El adversario nos ajustició con nuestro propio rifle. Solo cuando constatamos que son los otros los que quieren destruir el pacto entre las palabras y las cosas cobramos conciencia del incalculable riesgo que entrañaba desprestigiar algunos conceptos clásicos. Pero más vale tarde que nunca. Ha sido necesario que lo llenemos todo de mentiras para volver a darnos cuenta de lo necesaria que era la verdad.
Diego S. Garrocho, La revancha de la verdad, El País 16/12/2024
La desintegración es la tendencia que está surgiendo en todo el mundo occidental.
En los países europeos, como en Estados Unidos, por no hablar de Israel, la población está irreconciliablemente dividida por la alternativa entre democracia liberal y tiranía autoritaria. Así como la democracia liberal siempre ha sido falsa, la alternativa también lo es, pero la desintegración es real.
En mi humilde opinión, la elección de Trump acelerará la desintegración occidental. No creo que habrá una guerra civil como ocurrió durante la guerra española, con multitudes armadas enfrentándose en un frente más o menos definido. No es así como se desarrolla la guerra civil de una población demente. Tendremos una multiplicación de tiroteos racistas, de masacres, simplemente tendremos lo que ya existe, pero cada vez más generalizado, duro y violento.
La deportación masiva prometida por los vencedores resultará más bien en una reaparición del Ku Klux Klan en muchas zonas del país que en una operación real de repatriación imposible de inmigrantes indocumentados. La violencia, el miedo y la agresividad acabarán persuadiendo a muchos inmigrantes a marcharse, pero el proceso difícilmente será pacífico.
La desesperación será la fuerza impulsora de la desintegración estadounidense.
En el libro de investigación de 2020 Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo, Anne Case y Angus Deaton describen la desesperación en términos estadísticos. Aumento de la mortalidad, particularmente entre los blancos de entre 45 y 54 años: alcoholismo, suicidio, uso de armas de fuego, obesidad y adicción a opioides (como fentanilo). Disminución general de la esperanza de vida (única entre los países avanzados): de 78,8 años en 2014 a 76,3 años en 2021. Todo esto en presencia del gasto sanitario más alto del mundo (equivalente al 18,8% del PIB).
Sin embargo, no podemos esperar una desintegración pacífica del poder estadounidense. Así como Polifemo, cegado por Ulises, corta a quienes se le acercan, el coloso está destinado a reaccionar con furia imprudente.
Franco 'Bifo' Berardi, La desintegración del mundo occidental, ctxt 08/12/2024
Siento a menudo que nuestra plaza pública, supuestamente tan plural, libre y democrática, es en realidad una verdadera policía de las identidades. A veces en forma de tribunal cancelador, a veces en forma de tablero de ajedrez polarizado, pero dejando excluida siempre la complicación de lo humano.
¿Inocente o culpable, a favor o en contra, blancas o negras? La actualidad política y mediática se presenta como una serie de alternativas cerradas y tomas de partido obligatorias. Hay dos bandos y debemos elegir, a riesgo de ser sospechosos de equidistancia, vacilación cobarde, marranismo. No cabe la conversación ni el pensamiento, modos de elaboración de la complicación de lo humano.
Comprendo muy bien a los que se adentran en la vía del silencio. Los abstencionistas, lo que “pasan”, los que dan la espalda a la política y la actualidad. Simplemente se protegen, se cuidan de las clasificaciones policiales y la presión a definirse, a enrolarse, a alinearse. Pero no sé si hay “afuera” posible de la sociedad del espectáculo, del mundo mediatizado.
¿Cómo sobrevivir a la nueva inquisición? Queda la conversación íntima, en confianza, con los amigos. Amigo es todo aquel con quien puedo dudar y vacilar sin sentirme juzgado, con quien puedo pensar. Pensar sólo es posible desde la fragilidad de un no-saber. Lo demás es exhibición de certezas, seguridades, convicciones.
Amador Fernández-Savater, Marranismo, ctxt 09/12/2024
La teología protestante hace particular hincapié en el mal radical del ser humano: este es considerado un animal malvado por naturaleza, intrínsecamente perverso. El catolicismo, por su parte, permite el perdón de los pecados por vía de la confesión, cosa que el protestantismo erradica. El protestante no puede recurrir a un confesor para purificar su alma de toda transgresión previa, de ahí que el sentimiento de culpa cobre un mayor protagonismo en el seno de las culturas protestantes.
Si hablamos del pecado, este sería fruto de la debilidad humana. Su fuente sería la animalidad del individuo (lo que la ciencia del siglo XX vino a llamar «cerebro reptiliano»). Son las pulsiones instintivas aquellas que representan la fuente de todo mal: el egoísmo, la lubricidad, el deseo de riquezas y honores. Es por esto por lo que el diablo es representado con pezuñas, a modo de un macho cabrío, adaptando la figura pagana del sátiro o el sileno antiguo como encarnación del mal. El elemento moral representa, en el cristianismo, la noción del bien implantada por Dios en la mente humana. El bien sería un valor absoluto e inalienable, igual a sí mismo en todo momento y lugar. Sin embargo, este tipo de interpretaciones fueron más adelante decayendo, viéndose erosionadas por nuevas hipótesis más materialistas que acabaron por dominar el discurso colectivo.
El idealismo también cuenta con su propia interpretación a propósito de los orígenes del mal. Según Kant, «el mal está determinado ontogénicamente», lo que viene a significar que es parte de la naturaleza humana, una idea que parece una readaptación de la visión luterana del ser humano como intrínsecamente perverso. En Hegel, en cambio, «el mal no es otra cosa que la inadecuación del ser al deber ser». En Hegel el mal consiste en no ajustarse al principio racional, puesto que el «deber ser» es encarnado por la racionalidad. A su vez, en su caso, esa racionalidad se ajustaría al principio divino, de Dios. El camino del espíritu absoluto sería el camino de la racionalidad.
Ya avanzado el siglo XIX, empieza a concebirse el bien como fruto de un acuerdo inconsciente entre muchas personas, es decir, que la conducta moral se ajustaría a los valores de una comunidad dada: representaría una serie de reglas que beneficiarían a la sociedad como un todo. Por ello, cada sociedad, cultura o nación contaría con su propia ética o valores morales. Con la llamada «muerte de Dios», el bien (y la carencia de este, el mal) serían puramente el fruto de interacciones humanas. Cada sociedad contaría con una serie de relaciones económicas, sentimentales, personales, que darían como resultado una moral consolidada. El mal concreto de cada sociedad consistiría, siguiendo este modelo, en la negación y transgresión de los referidos valores, que variarían en el caso de cada colectivo consolidado. De aquí surge el relativismo cultural y la idea de que cada cultura cuenta con una cosmovisión particular, no universal.
Iñaki Domínguez, El origen del mal, ethic.es 13/12/2024
La cultura del espectáculo no ha sido ajena nunca al pensamiento, y el público siempre ha escuchado con atención al orador hipnótico que resume el mundo en tres frases. Pero esto son espejismos: que algunos pensadores se asimilen a una forma de entretenimiento más o menos sofisticada y cool no quiere decir que sus ideas se impongan al ruido de las redes sociales o de las consignas populistas. Hoy sigue vigente la frase de Manuel Azaña de que la mejor manera de guardar un secreto es escribirlo en un libro. Que alguien crea que un auditorio lleno para escuchar a dos filósofos indica que la filosofía es popular e influyente es tan falaz como aportar el libro reservas de Mugaritz como prueba de que ya no hay hambre en el mundo.
Sergio del Molino, En una sociedad de expertos en patatas fritas, nadie quiere a los pensadores, El País 17/1272024
Más que la indiferencia frente a la verdad, lo que más daña a nuestras democracias es pretender tenerla siempre de nuestra parte.
La democracia no tiene por objetivo alcanzar la verdad, sino conversar y decidir sobre la base de que nadie —mayoría triunfante, élite privilegiada o pueblo incontaminado— tiene un acceso privilegiado a la objetividad. En este sentido se puede entender por qué John Rawls decía que cierta concepción de la verdad (the whole truth)era incompatible con la ciudadanía democrática y por qué Hannah Arendt hablaba de una tensión o no coincidencia entre la verdad y la política. Al afirmar que “la verdad tiene un carácter despótico” no pretendía defender ninguna clase de relativismo, sino proteger el carácter contingente y libre de la política, cuyas decisiones deben ser informadas y respetuosas con la realidad, pero que no se deducen de esa realidad. Una democracia es un sistema de organización de la sociedad que no está especialmente interesado en que resplandezca la verdad, sino en beneficiarse de la libertad de opinar. La democracia es un conflicto de interpretaciones y no una lucha para que se imponga una “descripción correcta” de la realidad.
Existen cosas objetivas, por supuesto, pero la mayor parte de lo que entendemos por política tiene muy poco que ver con ellas. No se puede hacer política sin una correcta identificación de los hechos sobre los que debe basarse o actuar, pero aún menos si se piensa que esa constatación de los hechos es una actividad que no implica ninguna interpretación de la realidad. Todos sabemos que los datos —tan importantes, por supuesto— no prescriben una única conclusión y que el célebre “gobernar mediante los números” justifica decisiones diversas, alguna de ellas muy ideológicas. Quien se crea en disposición de monopolizar la objetividad producirá grandes distorsiones en la vida política. Una de las principales razones para utilizar con sumo cuidado la expresión “verdad” en política tiene que ver con la experiencia histórica de en cuántas ocasiones creerse en posesión de ella ha servido para olvidarse de otras dimensiones de la convivencia más necesarias. Que las tiranías ideológicas o tecnocráticas hayan abusado de la verdad no dice, en principio, nada en contra de la verdad, por supuesto, pero parece recomendable que el debate político se sitúe siempre que sea posible en otros términos. Las valiosas aportaciones de quienes se dedican al fact checking no deberían llevarnos a olvidar que la conversación colectiva se refiere solo en una pequeña parte a objetividades y en una mayor medida al modo cómo los humanos interpretamos la realidad en una sociedad pluralista.
Por supuesto que hay mentiras flagrantes y mentirosos compulsivos, que merecen ser combatidos con todos los instrumentos periodísticos y jurídicos a nuestro alcance. Pero nuestra relación con la verdad —especialmente en la vida política— es menos simple de lo que quisieran quienes la conciben como un conjunto de hechos incontrovertibles. No vivimos en un mundo de evidencias, sino en medio del desconocimiento, el saber provisional, las decisiones arriesgadas y las apuestas. Además, como la vida misma, también la política posee una dimensión emocional y nuestras emociones —aunque las haya más o menos razonables, mejor o peor informadas— tienen una relación muy indirecta con la objetividad.
Una cierta debilidad de la democracia ante los manipuladores es el precio que hemos de pagar para proteger esa libertad que consiste en que nadie pueda agredirnos con una objetividad incontestable, que cualquier debate se pueda reabrir y que nuestras instituciones no se anquilosen. Por supuesto que hay límites para la libertad de expresión, que no todo son opiniones inocentes y que hay mentiras que matan. Una sociedad democrática se caracteriza por permitir la libertad de expresión y limitar al máximo la intervención represiva en el espacio de la opinión. Un largo aprendizaje histórico nos ha llevado a la conclusión de que las mentiras no son tan peligrosas para la democracia como cierta persecución de las mentiras. Hemos de protegernos de los instrumentos a través de los cuales pretendemos protegernos frente a la mentira. En una sociedad avanzada el amor a la verdad es menor que el temor a los administradores de la verdad.
Los defensores de la verdad en política dan a entender, por un lado, que la verdad es lo normal y no más bien la excepción; parecen desconocer que nuestro mundo es, en realidad, un conjunto de opiniones generalmente con poco fundamento, donde discurren con libertad muchas extravagancias, se aventuran hipótesis con poco fundamento, se simula y aparenta. La apelación a la verdad tiene también el efecto contrario de dar a entender que nos encontramos siempre ante situaciones límite, frente a una tropa de contestadores de la verdad, lo que daría a sus defensores unos poderes extraordinarios. Esta dramatización puede ser muy perturbadora para la convivencia democrática porque puede hacer que resulte sospechosa la diversidad de interpretaciones de la realidad e incluso justificar el empleo de cualquier medio frente a enemigos tan mentirosos (incluido el recurso a la falsedad para defender la verdad).
iendo el de los mentirosos un grave problema para las democracias, también lo es esa degradación de la conversación democrática debida a que hay demasiada gente demasiado convencida, incapaces de reconocer alguna incertidumbre, que manejan las evidencias con excesiva ligereza, donde los golpes de efecto han sustituido a los argumentos, una confrontación política llena de hipérboles y sin ninguna moderación (justificada por estar defendiendo la verdad). La democracia es un régimen de opinión que desconfía de los detentadores de la verdad, pero no renuncia a que haya mejores y peores argumentos.Dejemos a la verdad en paz y no nos pongamos aprovechadamente de su parte; ella no lo necesita y a nosotros no nos conviene. Esto no es una rendición ante la dificultad de alcanzar la verdad y el cinismo de los manipuladores, sino que implica un mayor nivel de exigencia hacia quienes nos representan: no digan solo cosas verdaderas, sino también oportunas, respetuosas, ilusionantes, bien argumentadas, que apelen a nuestra razón y a las emociones tranquilas que otro liberal, David Hume, consideraba tan necesarias para la convivencia social.
Daniel Innerarity, La democracia y la verdad, El País 19/12/2024
I
Como entramos en la Navidad, decidí ayer llenar la casa de olores caseros y cociné una gran cazuela de pies de cerdo que, se lo aseguro, me han salido para chuparse los dedos.
II
Decidí también que para la cena de la Noche Buena tenía que continuar alimentando estos aromas y hoy he comprado un rabo de toro y un pollo de corral de casi cuatro quilos.
III
Sí, la Navidad es la festividad de los excesos, pero es que todo nos parece poca cosa para los nuestros. Sobrará mucha comida y estaremos alimentándonos de las sobras durante días, pero es inevitable que todo sea así.
IV
En Navidad gastamos mucho, pero no para nosotros.
V
Mientras cocinaba los pies de cerdo me preguntaba si acaso no cocino en exceso porque, de alguna forma, pienso en ponerles un plato a los que ya no están, a todos los seres queridos que se han vuelto inasibles. Inevitablemente la Navidad está teñida de melancolía. En la fiesta de los afectos las ausencias ocupan una parte muy relevante de nuestro espacio vital.
Emmanuel Todd entiende que los grandes discursos de legitimación, las visiones globales acerca de la sociedad y la historia, no son otra cosa que las versiones degradadas de las cosmovisiones religiosas. En el momento en el que estas empiezan a entrar en crisis, en lo que el autor francés denomina el “estadio zombi” de las mismas, es cierto que “aparecen creencias sustitutivas, generalmente ideologías políticas fuertes que organizan y estructuran a los individuos del mismo modo que lo hacía la religión”. Pero cuando, como pasa en nuestros días, las costumbres y los valores heredados de la religión se marchitan o explotan hasta desaparecer, con las creencias sustitutivas (los famosos grandes relatos de Lyotard) no alcanza y aparece un vacío religioso absoluto, entrando de lleno en el “estadio cero” de la religión. Llegados a ese punto, las sociedades que han sufrido ese proceso quedan atomizadas y en ellas “ni siquiera es concebible que el Estado pueda actuar eficazmente”.
Así pues, y aplicando la lógica weberiana, que atribuía al protestantismo el surgimiento y auge del capitalismo, Todd interpreta que ha sido precisamente el declive de las creencias religiosas de matriz protestante el elemento que mejor explica la deriva nihilista que han seguido buena parte de las sociedades occidentales. Alineándose en este punto con el viejo Ratzinger, el autor de La derrota de Occidente considera que sin fundamento religioso para los valores no hay forma humana de escapar al nihilismo. Y, apenas hará falta subrayarlo, no cabe peor opción que esta, porque, por decirlo con las palabras con las que se cierra el libro, “el nihilismo hace posible cualquier cosa, absolutamente cualquiera”. En efecto, ¿acaso hay algo peor que no saber a qué atenerse?
Manuel Cruz, 'La derrota de Occidente', de Emmanuel Todd: la deriva nihilista de una sociedad sin cosmovisión religiosa, El País 20/12/2024
No cabe racionalmente discutir sobre si el verbo se hizo carne, pero siendo, como es, indiscutible que nosotros representamos una singular vida de la cual emerge el verbo, cabe perfectamente preguntarse cómo tal cosa ocurrió. Cabe preguntarse por la razón de que en el registro genético se operara esa revolución por la cual a los instintos que reflejan simplemente la tendencia de la vida a perseverar, se sumó el denominado por Pinker «instinto de lenguaje», tendencia no tanto a conservar la vida, como a conservar una vida impregnada por las palabras. Y he tenido múltiples ocasiones de señalar en este foro el carácter subversivo de este nuevo instinto, que se refleja en el hecho de que puede llegar a no ser compatible con los instintos directamente vitales, tal como sucede cuando, bajo amenaza de tortura o muerte, un ser humano no traiciona convicciones forjadas en la complicidad de una palabra compartida.
Apostar por una legitimación genética de la hipótesis según la cual el hombre, y sólo el hombre, posee un dispositivo que lo hace vehículo del lenguaje, equivale a apostar por el peso de las palabras, sin por ello hipotecarlas buscando su matriz en un ser trascendente. Apuesta de la cual es indicio la disposición de espíritu de narradores y poetas en el acto creativo. Nuestra condición de seres de palabra posibilita que, con plena lucidez, podamos sentir que nos motivan objetivos no subordinados al mero persistir; sentir que la finitud inherente a los entes naturales, y por consiguiente también a los seres vivos, siendo lo inevitable, no es sin embargo lo único que cuenta.
Victor Gomez Pin, Diferencia material: el verbo en los dos polos, El Boomeran(g) 19/12/2014
En los años sesenta y setenta, la libertad era todavía monopolio de la izquierda y tenía un sentido emancipatorio. Era la libertad de los estudiantes en los campus universitarios estadounidenses de protestar la guerra de Vietnam, era la libertad a la que aspiraban los afroamericanos en su lucha contra las cadenas que todavía les oprimían. Era la libertad de los presos políticos que reivindicaban los españoles durante los últimos años del franquismo y la Transición democrática. Era una libertad clásica de izquierdas, la libertad del individuo frente a la autoridad. Y también era, especialmente a partir de las revueltas de 1968 en Occidente (otra cosa es el 1968 de Praga o Ciudad de México, mucho más sangriento y menos “moral” o cultural), una reivindicación de la libertad sexual y una revolución de las costumbres.
Se ha escrito mucho sobre lo que ocurrió durante y después de mayo de 1968. Como escribió el politólogo Todd Gitlin en The twilight of common dreams: Why America is wracked by culture wars, un estupendo libro de 1995 que podría haberse escrito hoy, y que quizá es la mejor obra que se ha escrito sobre las guerras culturales en Occidente, después de la irrupción de la Nueva Izquierda en los años sesenta y setenta “la derecha conquistó el poder y la izquierda conquistó los departamentos de literatura”. Según Gitlin y otros izquierdistas o socialdemócratas clásicos como Tony Judt, Mark Lilla o Richard Rorty, la izquierda olvidó el lenguaje de lo común y el universalismo y se centró en el cultivo de la diferencia, en el análisis del discurso y del relato, la exploración de lo marginal y simbólico, y se volvió solipsista y en cierto modo cínica. Esto implicó, según estos teóricos, el principio del fin de la izquierda como movimiento de masas, y abrió una etapa en la que la izquierda abandonó “la política a quienes el poder real les resulta mucho más interesante que sus implicaciones metafóricas”, como escribió Judt.
Una década después de 1968, las victorias de Margaret Thatcher en Reino Unido y Ronald Reagan cambiaron radicalmente las coordenadas ideológicas de Occidente. Igual que la izquierda pasó de defender la igualdad a la diferencia, la derecha se quitó sus ropajes puritanos y su conservadurismo moral y se convirtió en la principal defensora de la libertad. Pero era una libertad, en muchos aspectos, negativa, por usar la archiconocida categoría de Isaiah Berlin. Era una libertad de no interferencia, individualista. Don’t tread on me. Y, sobre todo, era una idea de libertad económica.Hoy, políticos de derecha como Javier Milei en Argentina o Isabel Díaz Ayuso en España hacen un discurso en defensa de la libertad que es inseparable de la economía. Es la moral a través de la economía. Como ha escrito David Rieff, “La respuesta de Milei es la clásica de los libertarios: el Estado tiene que quitarse de en medio. Solo así podrá florecer el libre mercado y las personas podrán desarrollar todo su potencial, para ser ‘una manada de leones y no de ovejas’, como tantas veces dijo durante la campaña. Citando a Jesús Huerta de Soto, declaró rotundamente que ‘los planes contra la pobreza generan más pobreza, [y] la única forma de salir de la pobreza es con más Libertad’”. La ideología de la política española Isabel Díaz Ayuso es más moderada; es posible que no sepa lo que es el minarquismo o quienes fueron Murray Rothbard o Ludwig Von Mises (Hayek seguro que sí). Pero su discurso hace las mismas conexiones y dicotomías: la libertad frente al colectivismo. Es decir, la libertad frente al Estado intervencionista, inflacionario, incluso tiránico. A veces, Ayuso no tiene un discurso mucho más sofisticado que el del libertario medio en Twitter que señala que los nazis, en el fondo, eran socialistas. ¡Lo dice ahí, en su nombre: nacionalsocialistas! En vez de disputarle el término a la derecha para darle otro sentido, la izquierda ha preferido ceder en esa batalla. Es algo común en la política contemporánea. Hay conceptos de izquierdas y conceptos de derechas. Hay problemas de izquierdas y problemas de derechas. Por ejemplo, la izquierda no suele hablar de libertad sino de libertades, porque suena a libertades civiles y no a libertad económica, a individualismo y materialismo. Y la derecha, por su parte, no suele hablar tampoco simplemente de igualdad, un concepto muy utilizado por la izquierda. En su lugar, suele preferir igualdad de oportunidades, un término que recuerda a la meritocracia, al trabajo duro, valores tradicionalmente de la derecha.
La izquierda ha aceptado con cierta resignación, y también algo de convencimiento, esa dicotomía: la derecha quiere menos Estado, la izquierda más. Pero eso la ha vuelto, paradójicamente, más conservadora, burocratizada, anquilosada. Es un dilema muy difícil. Como escribe el politólogo austriaco Robert Misik, “Desde hace más de un siglo, los cerebros más avispados se preguntan cómo lograr una regulación económica que favorezca la igualdad sin instaurar un sistema de mando burocrático que ahogue una vez más la agencia y la creatividad individuales. La igualdad impuesta puede degenerar fácilmente en una gris monotonía y en el poder de los burócratas sobre la vida de los individuos.” Y continúa: “La libertad tiene los pies de barro cuando se reduce al derecho de los ciudadanos atomizados a vivir desconfiadamente uno al lado del otro. La libertad sin libertad frente al miedo es una libertad amputada. La libertad sin la posibilidad de infundirle vida es una libertad hueca.”Pero la izquierda no solo se ha dejado arrebatar el concepto de libertad. También se ha hecho menos libertaria. En las guerras culturales contemporáneas, la izquierda parece conservadora. O, quizá, anquilosada, incluso antipática, sin ironía. Como en cierto modo ha ganado la batalla cultural, busca conservar lo conseguido. En ese proceso ha perdido la garra de antaño y se ha preocupado por promover un discurso basado en la protección, la empatía, menos contestatario que hace décadas. Por su parte, la derecha hoy es rupturista y heterodoxa, se ha construido una imagen de incorrección política y lucha contra lo que considera una ortodoxia progresista opresiva. La nueva derecha es más irónica, dice cosas como que “ser conservador es lo nuevo punk” y consigue atraer a una población cada vez más joven. En cambio la socialdemocracia, al menos en Europa, parece una ideología antigua, de funcionarios, boomers que se compraron su primera casa con su primer trabajo, pensionistas y sindicalistas. Y es obvio que no es todo así de sencillo, pero en la guerra de las percepciones, la izquierda ha sufrido varias derrotas importantes en los últimos años.
Quizá el cambio que mejor explica el abandono definitivo de la izquierda con respecto a la libertad tiene que ver con la libertad de expresión. No se pueden entender las revoluciones de los años sesenta en Occidente sin el Free Speech Movement de la Universidad de Berkeley, que inauguró los movimientos estudiantiles de la época. Es decir: la izquierda salía a la calle por la libertad de expresión. Hoy, siendo simplista, lo hace por lo contrario. En nombre del bienestar emocional y de la protección de las minorías, la izquierda contemporánea ha olvidado el potencial emancipador de la libertad de expresión. ¿Qué más da si la izquierda ha dejado de hablar de libertad? Al final lo que importa es lo que se hace y no lo que se dice. Sin embargo, en esa derrota simbólica también hay una derrota real. La izquierda ha olvidado la lógica de la emancipación, que es una idea muy libertaria. Se ha acomodado en la política identitaria, en la guerra cultural, en la batalla simbólica, en la autoindulgencia. Hay un cierre en filas, un repliegue tribal. No es un fenómeno exclusivo de la izquierda, y de hecho la derecha es cada vez más posmoderna, más identitaria. Pero la izquierda es universalmente conocida por su autopercibida superioridad moral. Como ha escrito el filósofo Kenan Malik, “la política es un medio, o debería ser un medio, para conducirnos más allá del sentido limitado de identidad que nos proporcionan las circunstancias específicas de nuestra vida y las particularidades de nuestras experiencias personales”. La emancipación es eso. La libertad es eso. Y es parte de una filosofía política que tiene siglos de antigüedad. Los liberales y progresistas deberían empezar a hablar de libertad política como antaño. Para que el concepto no solo signifique bajos impuestos y desregulación sino también, y sobre todo, antiautoritarismo, lucha contra el despotismo, control al poder absoluto, emancipación frente a la dominación.
Ricardo Dudda, La libertad secuestrada, Revista Supernova nº 1, diciembre 2024
Y lógicamente, la idea de una libertad ajena a toda consciencia sobre el impacto de nuestros actos y ajena a nosotros mismos es incompatible con todo verdadero progreso racional y ético. Por esta razón, es imprescindible la existencia de códigos legales sólidos que arbitren a una sociedad que malentiende la libertad para aspirar a una cierta paz social. Necesitamos la discusión legal, de los límites del Derecho y de los derechos: sin ella, no habría vecindad posible, respuesta a las agresiones ni un impedimento tangible, entendido hasta por el más bruto y simplón de los seres humanos, a hacer lo que quisiera. Ahora bien, la creación, redacción y aplicación de las leyes no debe trivializar las normas jurídicas, desdibujar las definiciones penales ni sus efectos, tensando así la igualdad de los individuos ante ellas, sino pensarse con detenimiento y obrarse con suma prudencia. El Derecho y los códigos legales han de ser objeto de discusión de pensadores honestos y de juristas que aporten un sano tecnicismo, como contrapeso a cualquier idealismo intelectual de los primeros, no servir al dictado del capricho ideológico.
Así que sí, hay dos «libertades» para vivir, la de mentira y la de verdad. La primera satisface el instinto y el sentimiento egoísta y nos mueve como arlequines, aunque asumamos que, en realidad, estamos tomando elecciones plenamente conscientes. La segunda, en cambio, nos permite reformular nuestro mundo, despertar de las ficciones mentales que hayamos podido edificar en nuestro interior y cuestionar cuanto nos rodea. Quien escoja este segundo camino encontrará la bondad y la felicidad. Será él o ella misma en mayor medida que antes y entonces descubrirá que la naturaleza de lo existencial está rigurosamente ordenada y es sumamente sencilla. Para ser libre basta ser uno mismo a través de las cosas, en cada circunstancia, en cada instante. Nunca implica cometer ningún acto dañino sobre los demás, ya que todo lo que nos corresponde o bien emana directamente de nosotros mismos o bien toma la parte que corresponda en función de lo que sea justo en cada momento. La libertad verdadera es así de simple.
David Lorenzo Cardiel, Hablemos de libertad, ethic.es 18/12/2024
I
Tras tres días sin poder separarme de Benjamin Labatut y su Maniac, pero ya he cerrado la última página. Y como suele ocurrir cuando has leído algo importante, a la lectura le sigue algo así como una rememoración relectora, en silencio, que tiene más que ver con el sabor rumiante que con el saber clasificado. He subrayado abundantes pasajes a los que un día de estos volveré. La novela, en definitiva, trata de la diferencia entre el logos matemático y el logos filantrópico y ha caído en mis manos justo cuando no paro de darle vueltas a la misma.
II
Se acaban las clases del primer trimestre y mis dos nietos nos comentan sus impresiones. Son diferentes porque uno está entrando en la pubertad y anda desperezándose de la niñez y el otro cabalga ya a lomos de la caprichosa adolescencia. ¡Pero qué fascinante es seguir la evolución de un adolescente... especialmente si eres su abuelo y no su padre! Me gusta ver con qué vehemencia el mayor quiere quedarse con la última palabra, con qué esfuerzo busca argumentos que puedan rebatir los nuestros, y cómo disfruta cuando lo consigue, cosa que, a decir verdad, sucede con frecuencia. Esa voracidad por descubrir un mundo apasionante, es formidable. A él la naturaleza lo empuja; a mí, me aguarda. Pero el encuentro de mi perspectiva con la suya es un espectáculo que me resulta deslumbrante.
... passar directament de la democràcia liberal al cesarisme requereix molt més que un simple acte de voluntat descarada. Per tant, per pensar en què podria significar un ordre mundial més disputat, és útil començar per les formacions polítiques que podrien prendre forma si la democràcia liberal no és simplement enderrocada, sinó que evoluciona cap a una varietat de règims que barregen elements liberals i postliberals.
Aquestes formacions ja estan prenent forma. Comenceu amb el model que molts partits populistes i de dreta han estat buscant: una mena de nacionalisme fortalesa, en què l'objectiu del règim és preservar i protegir una identitat i una cultura nacionals en conflicte, un conjunt de característiques ètniques, lingüístiques i religioses, limitant dràsticament la immigració i utilitzant el poder estatal amb finalitats culturalment conservadores.
Aquest és el model de l'Hongria de Viktor Orban, sobretot, però també la direcció que busquen molts dels partits nacionalistes d'Europa, amb el de Giorgia Meloni a Itàlia i el Partit de la Llei i la Justícia a Polònia sent els exemples més reeixits políticament, és un model que s'allunya del liberalisme en la seva forma posterior al 1989 en rebutjar les fronteres obertes i el multiculturalisme i adoptar una visió tènue dels drets dels no ciutadans. I pot tendir cap al tipus de democràcia gestionada, amb eleccions lliures però un únic partit dominant inclinant el terreny de joc en la seva direcció, la que va aconseguir durant algunes parts del segle XX al Japó i Mèxic, i que probablement s'obté a Hongria avui.
Al mateix temps, els partidaris del nacionalisme de la fortalesa argumentarien que només busquen la restauració d'idees sobre la sobirania i la identitat que haurien estat totalment normals a l'Europa posterior a la Segona Guerra Mundial: que estan intentant reviure el nacionalisme de de Gaulle, per exemple, no el feixisme de Pétain.
També argumentarien que el nacionalisme de fortalesa és realment necessari per preservar la llibertat domèstica, que es veu minada per les tensions etnoreligioses (de vegades entre immigrants i nadius, de vegades entre grups minoritaris ) que el multiculturalisme i la migració massiva poden introduir. De fet, alguns dels nacionalistes de la fortalesa d'Europa es podrien descriure millor com a partidaris d'un liberalisme fortalesa, on les fronteres tancades i l'assimilació forçada pretenen preservar el feminisme i la llibertat d'expressió i el liberalisme social de l'espectre del fonamentalisme islàmic. (Aquesta visió pot tenir un atractiu especial al nord d'Europa: Dinamarca, considerada durant molt de temps el model de govern liberal , bàsicament està duent a terme un experiment de liberalisme de fortalesa en aquests moments.)
I els nacionalistes i liberals de la fortalesa poden reivindicar una certa reivindicació en aquest punt, atès que ara mateix la principal adaptació alternativa a la migració massiva i l'envelliment de les poblacions autòctones és el que podríeu anomenar multiculturalisme gerencial, que intenta preservar la visió post-1989 a través de mitjans que semblar cada cop més illiberal, que implica la control de la parla i el debat, especialment, amb limitacions explícites a l'opinió acceptable i fins i tot temps a la presó si us desvieu massa.
El multiculturalisme directiu és un model amb un clar atractiu per a certes elits progressistes, perquè s'imagina que les ambicions més utòpiques de l'era posterior a la Guerra Freda encara es poden fer realitat si només li doneu una mica de poder addicional als tecnòcrates: controlar la desinformació, suprimir el "discurs de l'odi". ” i, de vegades, eliminen completament els partits i candidats incòmodes de la votació.
Ha estat especialment atractiu per a les elits de l'anglosfera no americana, tot i que pot haver arribat a certs límits al Canadà i la Gran Bretanya, on tant Trudeau com Keir Starmer intenten de sobte avançar una mica cap a la dreta sobre la immigració massiva; potser un període de multiculturalitat gerencial fa que el liberalisme de fortalesa sigui més atractiu. D'altra banda, mentre que l'Àsia oriental tendeix a ser percebuda com a més nacionalista que multicultural, el model de gestió pot arribar a ser més influent si nacions com Corea del Sud, Japó i Taiwan es troben amb un augment ràpid de la immigració davant el col·lapse de la població.
Ross Douthat, L'ordre mundial liberal, remesclat, The New York Times, 06/12/2024
I
Gisèle Pélicot. Lo que le ha ocurrido a esta dignísima mujer me parece tan imposible como cierto. Representa la certeza en la posibilidad de lo imposible.
II
Soy incapaz de pensar en su marido sin sentir al mismo tiempo una repugnancia visceral y un asombro moral. Es, sin duda alguna, un monstruo. Pero es un monstruo que solo pueden surgir entre los humanos. Ese es el mayor espanto.
III
¿Quién conoce el límite de los monstruos que podemos incubar los hombres?
IV
Si una cosa y su contraria son ciertas, decía Bertrand Russell, entonces cualquier cosa es posible.
V
Cualquier cosa es posible.
VI
Podemos mantener recluida a la bestia, pero no podemos impedir el nacimiento de otras bestias.
VII
Somos optimistas porque ignoramos la posibilidad de lo imposible... lo que puede estar creciendo al amparo de nuestra sombra.
VIII
Pero hoy es el día de afirmar la dignidad de Gisèle. Nunca podremos compartir su dolor. El dolor propio no puede dividirse y repartirse en fracciones para aligerar su peso sobre nuestra vida. Pero desde la distancia, nuestro cariño hacia ella es real.
I
Cuando Moisés le pregunta a Dios cuál es su nombre (Éxodo 3:14-15), recibe esta respuesta: «Yo seré el que seré». Literalmente: «Ehyeh Asher Ehyeh».
Lhiyot, לִהיוֹת significa «ser» o «estar» en hebreo; «Ehyeh» es la forma imperfecta singular de la primera persona en tiempo futuro.
II
La filosofía moderna cuando habla del "yo" tiende a pensar en la memoria que uno tiene de sí mismo; pero en la Bíblia es lo contrario: el yo es un futurizador.
III
He definido alguna vez el «yo» como el momento intensivo del alma.
IV
Entiendo por alma la instancia que dice «mío» sin confundirse con lo suyo: «Este brazo es mío», «este pensamiento es mío», «este dolor es mío», «esta confusión es mía», «este estado de ánimo es mío», «mi hijo», etc. En este sentido el alma sería una extensión: la de las posibilidades de referirme a lo mío.
V
Pero lo mío remite a un poseedor de lo que ahora mismo -en este mismo momento del flujo de mi vida-tengo presente como mío. Esta presencia ahora mismo adquiere un protagonismo indudable y se convierte en el referente frente al cual siento algo como mío (por ejemplo, mi inseguridad).
VI
Esto mío es lo ahora mismo presente ante mí: esta manera de sentirme ante algo (una persona, un sentimiento, una idea, mi propia imagen en el espejo) es el momento intensivo de mi alma. Es lo que ahora soy yo.
VII
En este sentido soy un siendo. Seré, pues, lo que seré.
El text no diu que Déu va destruir la torre, però en moltes interpretacions populars de la història ho fa, així que tinguem aquesta imatge dramàtica en la nostra ment: gent vagant entre les ruïnes, incapaç de comunicar-se, condemnada a la incomprensió mútua.Mira, són un sol poble, i tots tenen una llengua; i això és només el començament del que faran; res del que es proposin fer ara els serà impossible. Vinga, baixem i confonguem-hi allà la seva llengua, perquè no s'entenguin la parla de l'altre.