https://www.catorze.cat/biblioteca/funeral-blues-2-65966/
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Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
El problema de la educación en nuestro país es complejo,
pero hay dos aspectos, al menos, que parecen capitales. Uno es el de su
instrumentalización ideológica, con el consecuente vaivén legal y la
desmoralización creciente del profesorado, el alumnado y sus familias. El otro
es el de su calidad, que no es en general deficiente, pero tampoco suficiente
para bajar la tasa de abandono escolar y contribuir a reparar la brecha –
creciente – entre las élites sociales y el resto.
Reconocidos estos problemas, ¿sería posible afrontarlos desde unos mínimos programáticos con los que estuviésemos todos de acuerdo, y que sirvieran para romper la inercia de utilizar la educación como escenario de batallas culturales e identitarias en las que jugarse el voto? Vayamos a ello. Soñar es gratis. Pero también útil para para imaginar y clarificar fines y referentes.
El primero de estos soñados mínimos está dicho: consensuar, de una vez por todas, una ley educativa que no responda a la lógica de la reacción y la vendetta, sino a un acuerdo de mínimos que la blinde, en sus aspectos centrales, frente a los cambios de gobierno. Todos sabemos que la educación es un asunto político – todo sistema educativo reproduce un determinado modelo social y moral –, pero, por eso mismo, ha de estar sujeto a la política en su acepción más noble: la de arbitrar una ética común que la mayoría comprenda y comparta. Para ello – sigamos soñando – harían falta políticos lúcidos y honestos, capaces de gobernar considerando los intereses, principios y sensibilidades de todos, y no solo los de su propia «parroquia».
El segundo elemento de este programa imaginario de mínimos es la financiación. A la estabilidad legislativa debería acompañarla una normativa presupuestaria generosa e igualmente blindada frente a recortes coyunturales. Una completa financiación estatal que, de un lado, permitiese a todos educarse a conveniencia (eliminando guetos y centros de élite, y reconvirtiendo, de facto, los centros concertados en públicos) y que, en justa correspondencia, implicase un nivel mucho más exigente de control y evaluación del trabajo educativo.
El tercer elemento se refiere a la formación del profesorado y a la dignificación de la tarea docente. La docencia debe dejar de ser un refugio laboral para personas sin una clara inclinación por la enseñanza. Por supuesto, esa inclinación inicial ha de complementarse con una formación y unas condiciones laborales que permitan el pleno desarrollo profesional: formación sistemática y rigurosa, ratios adecuadas, recursos materiales, licencias e incentivos para la investigación, promoción, apoyo al rol del profesor en el entorno del centro…
El cuarto elemento, relacionado directamente con el anterior, es asegurar la eficacia del proceso educativo, esto es: el logro en el alumnado de determinados aprendizajes. Tanto da que los definamos como «competencias fruto de la asimilación de conocimientos» que como «conocimientos asimilables de un modo competente»; o que empleemos para ese fin herramientas didácticas novedosas o más tradicionales. Todo esto es una discusión menor y de carácter preferentemente técnico.
En quinto lugar, y en cuanto a la concreción de los aprendizajes, debería ser un requisito mínimo su conexión con los retos y problemas (laborales, políticos, científicos…) que determinan el futuro de alumnos y alumnas, con los objetivos y agendas de instituciones de referencia (la ONU, la UNESCO) y con las recomendaciones que establece consensuadamente la Unión Europea en aras de desarrollar un espacio educativo común.
En sexto lugar, es ya inevitable la concepción del aprendizaje desde una perspectiva integral e integradora. Una educación integral es la que atiende a todas las dimensiones de la persona, no solo a la cognitiva o intelectual, sino también a su salud física y mental, a sus vínculos y responsabilidades sociales, a su faceta afectivo-sexual, a su experiencia emocional o a sus criterios éticos. Y una educación integradora es la que concilia el principio meritocrático con la compensación de las desigualdades socioeconómicas, culturales e individuales (que son las que más influyen en el éxito o el fracaso escolar del alumnado) a través de decenas de medidas (la detección temprana de problemas de aprendizaje, la atención a la diversidad, el apoyo a ciertos centros, la atención a la escuela rural, la dignificación de la formación profesional, etc.)
En séptimo lugar, y volviendo al principio, creo que todos estamos de acuerdo en el rechazo a una escuela ideologizada y adoctrinadora. Es cierto que en todo sistema educativo se imparten valores, por activa y por pasiva. Pero justo por ello es necesario priorizar el desarrollo del juicio crítico del alumnado. Enseñar a pensar (no en qué pensar) y a dialogar argumentada y constructivamente deberían ser, por ello, no la guinda del pastel educativo, sino su misma masa madre.
¿Qué ha pasado para que (frente al padre de la biología Aristóteles que se oponía a la hipótesis) se suponga que en entidades sin vida cabe presencia de alma y aún de alma racional, y se apueste (a la vez que se la teme) por la eclosión de tales seres? Y casi en contrapunto: ¿qué ha pasado para que en nuestra época se llegue a otorgar mayor peso al ser animal (versus planta) e incluso al ser vivo (versus materia inerte) que al ser hablante, cuya aparición supuso una singular emergencia en la historia evolutiva, una revolución en el seno de la animalidad y en consecuencia de la vida?
Al hilo mismo de estas preguntas, quisiera recordar que el espíritu humano es la única fuente de las interrogaciones más audaces sobre seres del entorno natural, y sobre eventuales seres lingüísticos que la naturaleza no habría generado por sí misma. Tales interrogaciones dan precisamente testimonio suplementario de la radical y absoluta singularidad de nuestra especie: la especie que cuenta las cosas, da cuenta de las cosas y, en razón misma de ello, prioritariamente importa.
Víctor Gómez Pin, ¿Qué ha pasado?, El Boomeran(g) 14/06/2023
Del mur de facebook de [https:] width="500" height="282" style="border:none;overflow:hidden" scrolling="no" frameborder="0" allowfullscreen="true" allow="autoplay; clipboard-write; encrypted-media; picture-in-picture; web-share"></iframe>">Alfredo Lucero-Montaño
Este artículo fue originalmente publicado por El Periódico Extremadura.
Un debate a menudo superficial y prejuicioso. De entrada, lo que han propuesto en Suecia es una revisión crítica, y no una cancelación de las políticas de digitalización. Obvio. ¿Cómo íbamos a dejar de educar a los niños en el lenguaje y la tecnología del mundo en el que viven? ¿Y cómo se iba a evitar que abusaran de esa tecnología si no los educáramos, precisamente, en su uso?
En cuanto a los prejuicios, hay donde escoger. Uno de ellos es suponer que los jóvenes leen y se expresan cada vez peor. Suposición cuando menos discutible. En cuanto a la lectura, los índices españoles son hoy 5,7 puntos más altos que hace diez años, y si hablamos de menores y adolescentes, el incremento es el doble que en adultos. En comprensión lectora, los datos no son concluyentes, al menos en nuestro país, y la bajada a nivel internacional (Suecia incluida) parece achacable, fundamentalmente, a los efectos de la pandemia. Tampoco la presunta degeneración en el uso del lenguaje por parte de los jóvenes está demostrada, por mucho que abunden las típicas impresiones subjetivas (cuenta divertido el lingüista Steven Pinker que en algunas tablillas sumerias aparecen ya quejas por el modo de escribir y degradar el idioma que tenían los jóvenes) …
Otro tópico viejísimo es el de culpar a las nuevas tecnologías de todo tipo de males. Hace dos mil quinientos años, el filósofo Platón denunciaba (no sabemos si irónicamente) los prejuicios para el conocimiento que suponía la generalización de la escritura, es decir, de la «tecnología» de los libros (Platón preludiaba ya, como luego pintara Goya, que no hay peor burro que el burro erudito). Por otra parte, la retahíla de presuntos desórdenes cognitivos que asociamos hoy a móviles u ordenadores es la misma que alarmaba a padres y docentes cuando se generalizaron la televisión, el cine, la radio o la música rock…
Vayamos, en cualquier caso, a la cuestión central. Supongamos que es cierto que los jóvenes de ahora (haciendo abstracción de mil variables y suposiciones) se manejan peor con el lenguaje escrito que los jóvenes (alfabetizados) de hace treinta o cuarenta años. ¿A qué podría deberse esa diferencia? Si tal cosa fuera cierta, tendría mis dudas de que se debiera al uso de nuevas tecnologías antes que al abuso de determinados códigos no verbales de interacción (y fíjense que una cosa no está ligada forzosamente a la otra; de hecho, la mayoría de las culturas audiovisuales, en las que se han utilizado masivamente las imágenes como vía de comunicación, han estado nada o poco desarrolladas tecnológicamente).
Sí, como sospecho (sin prueba alguna), las presuntas dificultades de expresión verbal (si es que las hay) de los jóvenes (y no tan jóvenes) se deben al predominio cultural de las imágenes y de sus formas propias de transmisión e interpretación, esto podría explicar igualmente ciertos fenómenos conductuales, como esa dispersión o falta de atención que achacamos a los adolescentes actuales, y que no es más que el modo corriente de «leer» imágenes. De hecho, la atribución es injusta, pues la conducta juvenil de distraerse consumiendo un vídeo tras otro en Tik-Tok no es sustancialmente distinta de la de un adulto embobado viendo la televisión (o las procesiones de Semana Santa) ni la de un anciano mirando pasar el mundo desde un banco del parque.
Si la hipótesis es cierta, la solución para salvaguardar nuestra capacidad verbal no es sencilla. Vivimos en una cultura profusa y profundamente entregada a lo estético, en la que el culto a las imágenes está tan asentado (y pseudo racionalizado) que hay toda una élite de intelectuales empeñados en demostrar la equivalencia (o «diferencia inconmensurable», que viene a tener el mismo efecto) entre el lenguaje verbal y otras formas alternativas de comunicación, cuando no a reivindicar, de modo ambiguo (y retórico, claro), la prevalencia de las imágenes sobre los conceptos.
Esto no es nuevo: en todas las épocas oscuras y necesitadas de una ingente estructura mítica para autosoportarse, se insiste dogmáticamente en el valor de lo estético (en su versión religiosa o puramente artística) por encima de lo verbal y racional (lógico, dada la imposibilidad racional de legitimar un orden social y productivo como el nuestro). Lo esperanzador es que hoy, a la vez, y gracias precisamente a las nuevas tecnologías (especialmente Internet), la alfabetización y el acceso – por difuso y desordenado que sea – a la cultura verbal es generalizado y, como decía el poeta, un «arma cargada de futuro». Cuidemos celosamente de ese armamento, y dejémonos de tecnofobias y purismos estériles.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
El de la soledad es un problema cada vez mayor en las sociedades desarrolladas, en las que se extiende especialmente entre jóvenes y personas mayores. En países como Reino Unido o Japón se ha instituido un «Ministerio de la Soledad», dirigido a paliar los efectos más dramáticos de la soledad no deseada (como los suicidios), y hay quienes la denominan la «epidemia del siglo XXI». Para más inri, hablar de ella o reconocer que nos afecta sigue siendo un asunto complejo y vergonzante. Todavía hoy, a la persona solitaria (sea o no por elección propia) se la mira con desprecio o lástima, cuando no con cierta prevención.
Sin embargo, la soledad es parte de nuestra condición humana, y no una anomalía psicopatológica (al menos, en principio). Aunque somos seres extraordinariamente sociales, hemos desarrollado un grado excepcional de autoconsciencia y, por lo mismo, una capacidad no menos sorprendente para aislarnos, ensimismarnos y generar mundos propios. Esta capacidad de individuación con respecto al entorno hace que vivamos, durante la mayor parte del tiempo, desde ese lugar íntimo y estrictamente solitario que es nuestra consciencia personal.
Precisamente porque es parte de nuestra humana condición, lo soledad ha sido estimada en otras épocas como un objeto de deseo, e incluso como un privilegio reservado a las élites (las únicas que podían gozar de espacio y tiempo suficientes para el cultivo de la interioridad). En contextos en que el paradigma moral lo representaban la persona sabia o piadosa (tal como ahora lo representan el famoso o el negociante), la soledad se consideraba un atributo de los mejores, pues se entendía que solo en soledad se tenía acceso a una vida plenamente lúcida o virtuosa. Incluso en nuestra propia cultura moderna la soledad se ha concebido excepcionalmente como un estado idóneo para el «encuentro con uno mismo» (expresión secularizada de la comunicación personal con Dios) y la realización individual.
Ahora bien, dado el grado de vacuidad, desconcentración y confusión moral e intelectual que caracteriza nuestro tiempo, no es raro que la soledad no solo no contribuya hoy al autoconocimiento o la reflexión, sino que, por el contrario, incremente el caos mental en que vivimos, empujándonos a la búsqueda angustiosa de estímulos que nos distraigan del extravío interior y haciéndonos recaer en una soledad aún más terrible y crónica que aquella de la que huimos. Porque no hay peor soledad que la de estar uno alienado o perdido de sí mismo. Cuando eso ocurre, da igual la cantidad de gente que nos rodee; seremos incapaces de no sentirnos angustiosamente incomunicados y aislados de todo y de todos…
En cualquier caso, sea cual sea el «tipo» de soledad en que uno habita, y por dolorosa que esta pueda ser, no hay ninguna que no suponga una cierta condición constructiva. Piensen, por ejemplo, en las soledades de raíz más «biológica» (la del malogrado encuentro amoroso, o la del desamparo de los mayores, por dar dos ejemplos), y en como todas ellas se abren habitualmente a una solución «natural», aunque no perfecta, como nada en este mundo (el arrebato romántico – siempre que se mantenga lejos del suicidio o al crimen –, o la solidaridad con los iguales en el caso de los ancianos). De otro lado, y complementando a veces a la anterior, la soledad propiamente «social» – por la que uno se siente poco apreciado, e incluso insignificante para los demás –, aunque no tenga fácil remedio (y con frecuencia promueva conductas terribles como forma perversa y desesperada de resignificación), puede movernos también a la autocrítica y, si uno está muy atento (atento a la verdadera naturaleza del otro), a una suerte de amable y ataráxica magnanimidad.
Más interesantes aún son la soledad de naturaleza moral y la que podemos llamar existencial o «metafísica». La primera es condición de la autonomía y dignidad personal, y es la que asumimos («más vale solo que mal acompañados») cuando contrariamos justificadamente las opiniones o modos de vida comunes. Y la segunda, la soledad existencial, representa el germen de toda verdadera creación del espíritu. Cuando uno lee a grandes filósofos o literatos no puede por menos de intuir la enorme cantidad de soledad «metafísica» – esto es: de ausencia radical de sentido – que han logrado revertir en forma de luminosas y estimulantes creaciones. En soledades así germina lo mejor de nuestra cultura y, por ello, lo que más perfectamente puede librarnos de la soledad no deseada, aunque sea abismándonos en esa otra soledad compartida que comporta el disfrute de las más grandes y bellas obras humanas.
Curiosamente, a partir del romanticismo, la creatividad se contrapuso a la racionalidad. En la reacción decimonónica contra la Ilustración, se crítico (en parte con razón) los excesos de creer que solo con la razón, solo con la lógica pura, podríamos conseguirlo todo. Los ilustrados habían olvidado una parte esencial del ser humano: las emociones. Y aquí hunde sus raíces el enfrentamiento entre ciencias y letras. El romanticismo puso por encima del científico al artista y la creatividad, cualidad más esencial del primero, se prohibió al segundo. Los de ciencias son similares a las máquinas, están dotados de una fría y precisa lógica matemática, pero carecen de emociones, carecen de creatividad (extrañamente, la creatividad se concibe como más cercana a lo afectivo que a lo racional ¿Por qué?), las musas rara vez les otorgan sus bendiciones.
Es por eso que cuando se critica lo que la IA no puede hacer, se apela muchas veces a la creatividad. Si la IA es pura racionalidad, ¿cómo va a ser creativa? Muchas veces se repite que las máquinas no pueden innovar porque solo pueden hacer para lo que han sido programadas (Es la famosa objeción de Ada Lovelace, bien respondida por Turing a mitad del siglo pasado). Entonces, la capacidad de crear se propone como uno de los grandes reductos del hombre ante la constante amenaza de ser sustituido por un computador.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad: la creatividad no es algo mágico ni sobrenatural, es una cualidad de un organismo biológico y, por lo tanto, tan abordable científicamente como cualquier otra. Vamos a intentarlo.
Creatividad suele significar en su forma más trivial, sencillamente, sorpresa para el observador. La ocurrencia de algo inesperado, de una conducta que se sale de lo normal, se convierte automáticamente en un acto creativo. En este sentido más burdo, creatividad significa incapacidad para predecir la conducta del otro. Si ese suceso que se sale de lo normal, hubiera sido enteramente previsto por el observador, no le parecería novedoso y, por lo tanto, no lo caracterizaría como creativo. Además, la creatividad sería aquí relativa a la capacidad de predicción o a los conocimientos del observador, no una cualidad objetiva de lo observado. Por ejemplo, si yo conozco muy poco a una persona y, de repente, la contemplo haciendo algo que se sale mucho de lo normal, podría interpretar que esa persona es creativa. Sin embargo, para otro que conociera mucho a esa misma persona, ese acto, supuestamente rupturista, podría ser algo, incluso, aburrido, ya que podría haberlo observado en muchas ocasiones anteriores en ese sujeto. Denominaremos a esta idea de creatividad creatividad subjetiva.
Con total certeza, las máquinas poseen este tipo de creatividad. Una sencilla calculadora que realiza una operación matemática lo suficientemente compleja para no ser evidente para un observador, ya sería creativa. Por ejemplo, para el común de los mortales la operación 5.789.345 multiplicado por 453, no es evidente y se necesita un rato, con lápiz y papel, para calcularla. Una calculadora la resuelve en fracciones de segundo, por lo que al mostrar el resultado al, aritméticamente torpe, operador humano, le resultará necesariamente sorprendente al ser incapaz de predecirlo a esa velocidad. Las máquinas son subjetivamente creativas.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Creatividad versus relevancia: ¿pueden crear las máquinas?, La máquina de Von Neumann 06/12/2017
El concepto de «inteligencia artificial general» a la que, supuestamente, vamos a llegar en tan solo unos años, es harto difuso. Si no tenemos claro qué es la inteligencia, tanto más cuál será la cualidad que la hace general. Es más, de hecho dentro de la psicología hay controversia sobre si la inteligencia es una habilidad general o si solo es una amalgama de habilidades concretas. Si observamos el concepto de cociente intelectual creado por William Stern solo es multiplicar por cien el resultado de la división entre tu edad mental, que surge del promedio de resultados en una serie de pruebas, y tu edad cronológica. El CI es solo un promedio, es decir, no mide una habilidad general. Tener un alto CI solo significa que eres bueno en muchas cosas, no que tengas una cualidad x superior. Entonces, ¿qué quiere decir que vamos a llegar a una AGI? ¿Qué vamos a tener un solo modelo de lenguaje que va a saber hacer muchas cosas diferentes? Pero, ¿cuántas cosas? ¿Qué cosas?
Entonces, esa mal definida y peor comprendida AGI llegará y, es más, se hará a sí misma más inteligente creando una super inteligencia muy por encima del hombre. Los defensores de esta idea no se cortan en sostener que esta nueva entidad nos verá como nosotros vemos ahora a los chimpancés… Y aquí llega el gran riesgo existencial: esa super inteligencia podría tener unos valores éticos no alineados con los nuestros de modo que no tendrá otra idea más peregrina que exterminarnos. Por supuesto, nada podrá pararla, al igual que los pobres chimpancés no podrían detenernos si decidiéramos aniquilarlos. Pero, ¿es esto necesariamente así? Si así fuera Eliezer Yudkowsky no andaría desacertado y habría que empezar a bombardear centros de datos ahora mismo. Muy sorprendente que grandes gurús de la IA hayan pedido ya en dos ocasiones mediante sendas cartas, parones o legislaciones para evitar todo esto. Sam Altman llegó incluso a pedirlo ante un comité del senado de los Estados Unidos. Lo sorprendente es que pidan que se les pare desde fuera… ¿No podrían ellos parar desde dentro? Pero, ¿esto va a ocurrir necesariamente? ¿Existe un riesgo palpable y cercano de que algo así vaya a suceder? Rotundamente no.
Tenemos una pobre definición de inteligencia y aún peor de AGI, tanto menos entendimiento de lo que sería una súper inteligencia artificial que decidiera exterminarnos. Pésimo punto de partida. Pero vamos a analizar ese proceso de automejora que nos llevaría indefectiblemente a la llegada de la súper inteligencia.
El filósofo chino Yuk Hui sostiene que mantenemos un cierto determinismo tecnológico hacia la llegada de esta superinteligencia, como si solo existiera la posibilidad de un único futuro. Esto me recuerda a la visión antropológica del evolucionismo unilineal de Morgan y Tylor, que defendía que todas las civilizaciones pasaban necesariamente por las fases de salvajismo, barbarie y civilización. El fin de la historia hacia donde todos íbamos estaba, por supuesto, en la Inglaterra del siglo XIX. Esta postura me resulta especialmente curiosa cuando la experiencia histórica en lo referente a la tecnología, y más en los últimos tiempos, es todo lo contrario: domina la impredecibilidad. No se previó el éxito de internet, de las redes sociales, de Youtube, de Twitter… ¿Alguien pensó, tan solo unos años antes de su aparición, que podría existir la profesión de youtuber? ¿Quién vaticinó el éxito de Netflix? ¿Alguien apostaba algo por Amazon cuando solo era una humilde tienda de libros? Curioso: tenemos cisnes negros por doquier pero con respecto de la llegada de la singularidad tecnológica causada por una IA que querrá exterminarnos estamos muy seguros. Aunque ahora nos parezca improbable debido a nuestro entusiasmo, es posible que la IA se queda estancada, es posible que los modelos del lenguaje no avancen mucho más o no puedan resolver los problemas que tienen. A lo mejor llega otra forma de abordar la IA que pase a ponerse de moda y deje relegado al deep learning. Recordemos que las redes neuronales artificiales estuvieron durante muchos años relegadas a un segundo plano en la historia de la informática, y que la propia IA ha pasado por varios inviernos poco fructíferos.
Noam Chomsky, probablemente el lingüista más importante del siglo pasado, sostiene que ChatGPT no es similar a los humanos usando el lenguaje. Los niños no leen millones de textos a partir de los que inducen patrones estadísticos para realizar predicciones. Los niños, con muchísima menos información, consiguen encontrar las causas relevantes de los acontecimientos, consiguen explicaciones y no solo predicciones. Siguiendo a Popper, Chomsky dice que lo interesante de las teorías científicas es que en ellas se realizan predicciones improbables que, contra todo pronóstico, consiguen resistir la prueba experimental. El deep learning es incapaz de la hipótesis perspicaz. Erik J. Larsson, en su muy recomendable El mito de la inteligencia artificial, insiste en las limitaciones del razonamiento puramente inductivo de los LLMs y en su incapacidad de abducción. Judea Pearl, en su algo menos recomendable, Libro del porqué, expresa la necesidad de enseñar razonamiento causal a estos sistemas, ya que carecen completamente de él. Margaret Boden, subraya que las máquinas son incapaces de creatividad transformacional, es decir, que pueden explorar y llevar al límite estilos artísticos ya creados, pero que son incapaces de hacer formas de arte radicalmente nuevas. La razón es que son totalmente ineptos para comprender qué es arte y qué no lo es, adolecen de todo criterio estético. Si miramos en serio sus cualidades, ChatGPT y sus homólogos están todavía lejísimos del pensamiento humano, y me parece muy sorprendente que tantos ingenieros de IA estén tan asustados, más que como una inteligente maniobra de marketing. Y ya no hablemos de emociones o consciencia: por muchas idioteces que se digan, estos modelos carecen por completo de ellas y, aunque uno de los grandes logros de la IA ha sido mostrar que es posible la inteligencia sin consciencia, todavía no sabemos muy bien el papel que juega esta segunda en la primera: ¿y si la consciencia fuera fundamental para realizar ciertas tareas cognitivas?
No quiero parecer chauvinista con respecto al pensamiento humano. Creo que los hombres somos muy torpes y quién sabe si nuestra falta de capacidades sea la responsable de que gran parte de los enigmas del universo permanezcan irresueltos pero, por favor, creo que somos muchísimo más que un modelo de lenguaje que juega a un corta-pega estadístico con millones de tokens, sin comprender absolutamente nada de lo que hace. Lo siento pero me niego aceptar que estos loros estocásticos puedan compararse con nosotros y que sean, además, la causa de un gran optimismo hacia que nuevos modelos nos superen en muy poquitos años. Creo que todavía estamos muy lejos de entender cómo funciona nuestra mente, tanto más para construir una artificial.
Con todo este argumentario no estoy negando tajantemente la posibilidad de que llegara un momento de la historia en que apareciera la susodicha súper inteligencia artificial que terminará por exterminarnos, no se me entienda mal, solo estoy sosteniendo que su posibilidad es, a día de hoy, tan sumamente remota que no debe interceder en nuestra forma de legislar actual. (...)También habría entonces que comenzar las prevenciones contra un apocalipsis zombi, una rebelión de los simios, invasión extraterrestre, glaciación repentina, muerte temprana del sol… ¡Todo esto también entra en el rango de la posibilidad!
Problemas tan acuciantes como el cambio climático o las crisis de diversa índole que asolan periódicamente nuestras frágiles democracias, pueden ser abordados con IA. Entonces, como bien sostiene Andrew Ng, no hay que parar el desarrollo de la IA, sino que hay que acelerarlo. Dejemos de preocuparnos por fantasías distópicas basadas en relatos de ciencia-ficción, y busquemos y fomentemos el enorme abanico de usos positivos que tiene esta potente tecnología.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Contra el riesgo existencial de la IA, La máquina de Von Neumann 05/06/2023
La IA busca imitar el cervell humà a través d'un altre d'artificial. Una cosa que sabem és que avança de manera accelerada en l'àmbit de la racionalitat lògica i la definició del sentit comú conjectural, però que troba seriosos obstacles en territoris de la decisió humana i la consciència. En aquest últims, els aspectes esmentats provoquen en es anàlisis humanes u n mestissatge creatiu que és molt difícil d'imitar per la màquina. Sobreto perquè no hi ha patrons estandadaritzats de la impredictibilitat humana.
L'objectiu de la IA de replicar el cervell humà en un altre d'artificial allotja la dificultat de no poder reproduir els biaixos que ens fan més dèbils en termes d'eficiència, però més forts en capacitats de gestió de l'imprevisible i el sorprenent. Una cosa que és especialment rellevant en la política ...
És indubtable que la IA ajudarà la política a desenvolupar capes de gestió d'informació aplicada. I, fins i tot, produirà coneixement sobre ella, però no podrà substituir mai el polític que decideix per dalt ni el ciutadà que vota per baix. Almenys dins d'una democràcia digna d'aquest nom.
Per molta autonomia que arribi a tenir serà molt difícil que desplaci l'ésser humà en l'hora de trobar l'equitat que neutralitzi la tensió entre els diferents interessos en presència, doncs, per aber que és just o injust cal exposar-se al risc d'equivocar-se i assumir-ne les conseqüències.
Amb tot, la temptació de pensar que una IA política pot fer-ho millor, és evident. A la Xina, la temptació es materialitza amb un Estat plataforma, però, esclar, no és una democràcia.
Això ens porta a suggerir la recuperació de lectures com El juicio político d'Isaiah Berlin davant els que senten la temptació de contribuir a l'apoteosi de la IA ...
Com reconeix Berlin, el polític és l'únic capaç d'"integrar una enorme amalgama de dades en canvi perpetu" que estan massa "entremesclades per atrapar-es, clavar-les amb una agulla i etiquetar-les com si fossin papallones".
Una capacitat generalista que agrupa dades en un esquema singular irrepetible en què el risc de fracassar i d'assumir un mateix les conseqüències de la fal·libilitat humana allibera una empatia cap a l'indesitjat que atorga al coneixement humà la seva superioritat davant la màquina. Un saber humà que adopta la pell a "un contacte directe, gairebé sensorial", que no és "simplement reconèixer les seves característiques generals" i classificar-les o "raonar sobre elles, o analitzar-les, o treure conclusions i formular teories". En fi, un coneixement fal·lible que ens exposa a l'error, però que, per això mateix, ens fa superiors a partir de la nostra fragilitat.
José María Lassalle, Judici polític i intel·ligència artificial, La Vanguardia 03/06/2023
Seguimos con el Abecedario filosófico.
¿Cómo lograban los personajes de la saga de Harry Potter atravesar el muro del andén 9 y 3/4 de la estación de King’s Cross en Londres? Podía ser magia, pero también una ilusión óptica, como nos muestra el ganador del concurso a la Mejor Ilusión del Año 2023. Este premio, organizado por los neurocientíficos la Sociedad de Correlación Neuronal con el apoyo del Museo de las Ilusiones, ha celebrado su 18ª edición anual. Las tres mejores se han elegido de forma abierta en la web por los aficionados a estas ilusiones ópticas, pero lo hicieron entre “un selecto grupo de diez finalistas, previamente seleccionados por un comité internacional de expertos imparciales en ilusiones”, según explica la organización.
Se habla en foros de todo tipo no sólo de conocimiento científico maquinal, sino de creación artística con raíz en algoritmos. Inevitable pues la pregunta: ¿hay alguna metáfora, alguna frase musical o algún rasgo pictórico surgidos de un algoritmo que constituya realmente una emergencia, es decir, algo irreductible a la suma de la potencialidad de sus componentes, criterio de toda obra del espíritu humano que quepa calificar de creación?
La dificultad de la respuesta se acentúa por el hecho de que, ateniéndose a los humanos), la pregunta puede perfectamente extenderse a una enorme parte de la producción contemporánea calificada de creativa, empezando por la literaria. Los estereotipos que determinan el gusto del lector, consumidor de música o compulsivo visitante de exposiciones, responden a las exigencias imperativas de producción masiva a las cuales está sometida la industria cultural, empezando por las grandes editoriales, con el corolario de la proliferación de premios a menudo fútiles (más de dos mil sólo en Francia según un artículo de Hélène Ling e Inès Salas en Le Monde Diplomatique), la estandarización de los temas, los estilos y hasta las tentativas de escapar a las categorizaciones. En suma: cuando la inteligencia creativa de los humanos se muestra consignable bajo categorías delimitadas ¿qué tiene de extraño que un algoritmo pueda estar en condiciones de emular al humano en esa actividad?
Dónde reside, pues, la urgencia: ¿en determinar si algoritmos pueden reemplazar a los humanos en actividades creativas o en preguntarse si las condiciones sociales permiten realmente al ser humano activar el conjunto de facultades creativas y cognoscitivas que configuran nuestra frágil y abisal inteligencia?
Victor Gómez Pin, ¿Problema real o querella encubridora?, Boomeran(g) 29/05/2023
Ray Kurzweil, "La singularidad", El nuevo humanismo, Barcelona, Kairós 2007
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
¿Alguien sabe de veras lo que ocurrió el pasado domingo? Yo al menos no. Decir que el giro repentino de tornas se debe a un cambio de ciclo político o a un tsunami mundial, como si se tratara de un cambio de estación o de un movimiento sísmico, no convence. La política no puede ser algo tan irracional.
En estas elecciones han ocurrido cosas que merecerían un examen más detallado. Los cuatrocientos mil votos de desgaste eran de prever. El ruidoso suicidio de Unidas Podemos igual. Lo de los dos millones de votos transferidos de Ciudadanos al PP iba de suyo. Pero la debacle de todas las fuerzas de izquierda (menos Bildu), o la popularización del «antisanchismo» más allá de la demagogia mediática y los sectores radicalizados por ella, es digno de estudio.
¿De verdad cree media España que Sánchez es un peligroso golpista con un «plan oculto de mutación constitucional» (sic), como se dice en las raves de la plaza de Colón? No lo creo. La inmensa mayoría de mis vecinos no son evangelistas como los de Bolsonaro, ni miembros de la secta de QAnon (a lo sumo queda algún que otro antivacunas), ni tomarían al asalto el Congreso disfrazados de toreros en caso de que Feijoo perdiera las elecciones (y Ayuso no perdiera un segundo en denunciar el pucherazo) …
¿Cuáles son, entonces, las razones objetivas de esta inquina «antisánchez»? ¿Por qué despierta un rechazo tan tajante un gobierno que ni en economía ni en otras cuestiones sustanciales ha cometido errores de bulto?... Se ha contenido la inflación (mejor que en los países de nuestro entorno), ha bajado el paro, se ha evitado una recesión (como la que azota Alemania), se ha gestionado una pandemia (ni mejor ni peor que en otros lugares), se han aprobado todo tipo de ayudas y leyes de cariz social (reforma laboral, pensiones, subida del salario mínimo, vivienda…) ¿Entonces?... Tampoco ha habido grandes corruptelas (nada comparable con otros gobiernos), ni participación forzada en ninguna guerra (como con Aznar), ni una especial conflictividad social (al nivel, por ejemplo, de la de Francia, donde aun así se mantiene el gobierno) …
Hay analistas que mencionan las trifulcas entre los socios de coalición, pero estas (normales en todo gobierno de coalición – este es el primero –) no han paralizado la actividad política. Otros mencionan el apoyo en los partidos independentistas y las amenazas a la integridad territorial, pero lo que objetivamente ha ocurrido es la disolución del independentismo catalán (que vive sustancialmente de la confrontación), sin olvidar que con los partidos nacionalistas (e incluso con ETA, cuando todavía mataba) han pactado o intentado pactar casi todos los gobiernos (Aznar abrió negociaciones con ETA en 1999, y excarceló y trasladó a prisiones del País Vasco a cientos de etarras).
Es cierto que el gobierno ha cometido el error de no pararle los pies a algunos de los ministerios de Unidas Podemos, empeñados a veces en una «revolución de salón» sin una mayoría social para ampararla. Así, algunas extravagancias del Ministerio de Igualdad (una ley trans que ha partido por la mitad el feminismo, o la fallida ley del solo sí es sí) han generado en la ciudadanía una reacción virulenta, más aún cuando en lugar de dimisiones se han encontrado con una resistencia numantina (incluso personal) incomprensible e inaceptable… ¿Pero tan importantes son realmente estas «batallas culturales»?...
A la vista está que sí. De hecho, una de las mejores explicaciones que encuentro para la expansión del antisanchismo es la atmósfera emocional generada por la trifulca en torno a políticas culturales y de carácter simbólico (la cuestión del género, la memoria histórica, las leyes animalistas, la cultura de la cancelación, las polémicas en torno a la ganadería extensiva, la caza, la educación…), muchas de ellas carne de primera para el bulo.
A esto último se ha sumado el espectáculo lamentable de las luchas de poder en el seno de la izquierda, siempre dispuesta a hacerse el harakiri. O a morir matando. Nadie se explica si no la insistencia de UP en hacer campaña contra sus previsibles futuros socios (excompañeros en algunos casos), ni los ataques a la única opción viable (la plataforma Sumar) de mantener cierta relevancia política.
De toda esta debacle la izquierda solo podrá salir, pues, con humildad, unidad, y la lección aprendida acerca del exquisito cuidado (no solo con las minorías, sino también con las mayorías) con que se han de tratar ciertos aspectos político-simbólicos.
Y lo de la humildad no es moco de pavo. Mientras en la izquierda se siga creyendo que los malos resultados se deben a la incapacidad de la gente para entender lo que le conviene o sobreponerse a la manipulación de los medios (en lugar de a la inconsistencia o debilidad de las propuestas que se le ofrecen), no habrá forma de salir – con ella – de la – presunta – caverna común.
La moral neix a la sabana. Hi va haver canvis climàtics i una part dels nostres avantpassats es va quedar en una zona més seca i plana més perillosa. I va trobar protección en una cooperación aumentada. Això va arrancar l'evolució i la nostra moralitat.
La fase crítica per al cervell humà va ser fa un milió d'anys, i una vegada tens un cert tipus d'estructures cerebrals ja no canvien, l'evolució en posa d'altres a sobre que les inhibeix, però la nostra manera de pensar té moltes característiques seleccionades per al medi en què va evolucionar: grups petits amb recursos limitas i una intensa competència entre ells. Té l'herència de pensar en termes de qui em fa costat i qui no, amic i enemic, nosaltres i ells. Pensament encara avui en dia molt fàcil d'activar. I és un problema enorme. Molt del progrés moral de les societats modernes ha estat gràcies al fet d'anul·lar fins a cert punt aquell pensament tribal per permetre formar estructures més grans. Els humans están millor si cooperen a una escala més gran.
A les societats anteriors al capitalisme hi ha altruisme fort en petits grups i hostilitat cap als estrangers. A les modernes, menys altruisme al teu grup, però més cooperació amb els estranys, bo en molts sentits.
Justo Barranco, entrevista amb Hanno Sauer: "La nostra moralitat va néixer a la sabana africana", La Vanguardia 24/05/2023
Mentira. Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente.
Verdad. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.
Posverdad. Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.
Diccionario de la RAE.
Nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas.
Hannah Arendt en «Verdad y mentira en la política, 1967″ (2017).
¿Cómo formarse un buen juicio si no es posible distinguir entre mentira y verdad en política?
María Teresa Muñoz Sánchez, UNAM, México, 2020.
Es en la comunicación política donde comenzó a utilizarse el término posverdad. Fue la palabra del año en 2016 para el Diccionario Oxford de Inglés y es la situación “en la que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales”, tal como cuenta Raúl Rodríguez-Ferrándiz desde la Universidad de Alicante. Añade que “en esta era de política de posverdad, es fácil seleccionar datos concretos y llegar a la conclusión que desees”. Estamos ante la mentira en la política pues la búsqueda de la verdad es o inútil o una quimera.
Triunfa la simplicidad expresiva que sugiere honradez emocional, se sospecha de los hechos pues son fríos. Anécdota, estadística y números distraen de la verdad (emocional) que se esconde detrás, … Y por ello se sustituye la verdad por la posverdad que se ilustra y demuestra con las fake news.
En la encuesta que se hizo en octubre de 2020, por David Blanco-Herrero y su equipo, de la Universidad de Salamanca, a 421 voluntarios, con el 50.1% de mujeres y con edad media de 34.2 años, los resultados muestran que los medios con más noticias falsas son la comunicación interpersonal y las redes sociales, y, por el contrario, la menor presencia se detecta en la radio y en los medios impresos. En zonas intermedias están la televisión, los medios digitales y los blogs. En las redes destacan WhatsApp y Facebook, aunque hay que recordar que la encuesta se hizo en 2020 y puede haber variado desde entonces. Y es curioso que para los encuestados la mayor presencia de fake news la perciben en Twitter como la red social donde más noticias falsas detectaron.
Por otra parte, la presencia de fake news fueron significativamente más percibidas por las mujeres en redes sociales, comunicación interpersonal y en televisión. En conclusión, la presencia experimentada de fake news parece estar afectada principalmente por la edad y el género, ya que se observó un mayor nivel de escepticismo entre los jóvenes y las mujeres.
Eduardo Angulo, Mentira o verdad, culturacientifica.com 04/05/2023
El bullying no es un problema de autoestima, sino de socialización. No de alguien que agrede. El bullying se produce porque no hay un grupo que defienda a uno en particular. Mi ambición es que mis hijas jueguen con todos, se relacionen con todos y, si no les dejo el móvil, les puedan decir al resto que su padre es así, y las respeten. Yo también fui un marginado de crío. Por empollón, por gordito, por raro. Pero tenía habilidades sociales, y eso me salvó. El acercamiento a un grupo de gente. A los heavy-metal, en mi caso, que me salvaron la vida en varios episodios complicados de mi juventud. Sin amigos no somos nadie. Los amigos nos conforman, son parte de nosotros. No hay humanidad sin amistad.
Quienes no los tienen no saben el daño que implica no tenerlos. Es como un ciego que no ve el cielo, pero se lo imagina a su manera. No, perdona, si no puedes ver el cielo, no sabes cómo es de verdad. Los amigos son tu auténtico patrimonio personal. La tragedia es no tener amigos y creer que no se necesitan.
La soledad no deseada es una enfermedad y una condena. Claro que la soledad buscada puede resultar satisfactoria, pero la indeseada nos enferma y nos puede matar. De hecho, cuando queremos castigar a alguien, lo metemos en la cárcel, y, si queremos joderle de verdad, lo aislamos.
Si yo tengo claro cuáles son mis fallos, y mis cosas buenas, claro que tendré malas rachas en los estudios, en la familia, en la vida, pero estaré armado. Pero si nadie me ha dicho que ese autoconocimiento no se puede hacer desde la soledad, que no soy el único del mundo al que le pasa eso, seré pasto de los males del espíritu. Digo conocerse a uno mismo, no conformarse. Odio el “sé tu mismo”, el “quién la sigue, la consigue”, el “si lo deseas mucho, pasará”. Si no te conoces y no actúas no pasa una mierda. Somos muy pequeños y estamos al albur de tantas cosas.
Luz Sánchez Mellado, entrevista a David Pastor Vico: "La filosofía te puede evitar el psicólogo y, encima, es gratis", El País 07/05/2023
La mayor contribución de la inteligencia artificial a la ciencia ha sido sin duda AlphaFold, un algoritmo de la firma londinense DeepMind, adquirida por Google hace años. Repasemos en un párrafo la biología fundamental. Hay 20 aminoácidos distintos, y toda proteína consiste en una ristra de ellos, en cualquier orden. De ese orden, o secuencia, depende la forma final de la proteína, porque unos aminoácidos tienen carga eléctrica positiva y otros, negativa, a unos les gusta el agua y a otros no, unos son grandes y otros pequeños, y de todas esas afinidades y repulsiones surge una forma tridimensional definida. Esto es fácil de decir, pero extremadamente difícil de predecir. Hasta que llegó AlphaFold, que ha deducido de un soplo 200 millones de formas de proteínas partiendo de su mera secuencia de aminoácidos. Un salto de gigante en el campo.
Pero ahora demos un paseo por el espacio de diseño de proteínas. Hay 20 aminoácidos. Las posibles secuencias de dos aminoácidos son 20 al cuadrado. Las de tres aminoácidos son 20 al cubo. Las de 300 aminoácidos (una proteína típica) son 20 elevado a 300, que es uno de esos números horribles que no podemos ni imaginar. Pese a que la evolución lleva cerca de 4.000 millones de años funcionando sin parar en este planeta, la fracción de secuencias que ha probado es minúscula. Si la política es el arte de lo posible, la biología es el arte de lo pasable. Cuando algo funciona para el problema local que hay resolver, la evolución no busca más. Pero en los vastos territorios inexplorados por la madre naturaleza moran tesoros que la inteligencia artificial pone ahora a nuestro alcance.
Las proteínas, como los genes que las codifican, son textos, y por tanto pueden manejarse con los mismos modelos grandes de lenguaje (large language models, LLM) que utiliza ChatGPT. El científico computacional Ali Madani y sus colegas han mostrado cómo usar estos modelos de lenguaje para generar proteínas con secuencias novedosas y que, una vez llevadas al mundo real, funcionan para algún fin buscado, como catalizar cierta reacción química o bloquear a una proteína natural. Un nuevo algoritmo llamado Chroma, de la firma Generate, mejora la predicción de interacciones a larga distancia dentro de la misma proteína. Hay otra media docena de empresas trabajando en esa línea.
La inteligencia artificial es una herramienta poderosa al servicio de la ciencia y la medicina. No disparen al robot. Vigilen a su amo.
Javier Sampedro, El lado luminoso de la inteligencia artificial, El País 04/05/2023
La atención conjunta es el mecanismo por el cual miramos a algo cuando vemos a otras personas hacerlo. Por ejemplo, si ves a una muchedumbre mirar hacia arriba en la calle, te resultará irresistible mirar tú también hacia arriba. Si el mago quiere que el público mire a un objeto concreto, él mismo fingirá estar completamente absorto en él. Sin embargo, si quiere que el público lo mire a la cara, él mirará a las filas de asientos –aunque en realidad no pueda ver al público debido a la iluminación del escenario–, y los espectadores le corresponderán con su mirada.
Sin embargo, los magos pueden hacer cosas más sutiles que desviar tu mirada. No tienen que cambiar necesariamente la dirección de la mirada del público para desplazar su foco atencional. Cuando lo consiguen, el público mira al lugar correcto, aunque sin ver nada, porque su atención está puesta en otra parte. Es una forma de hacer magia muy eficaz. Un modo de interferir en la atención de alguien, sin desviar en absoluto su mirada, es dividir esa atención. Los mismos mecanismos neuronales atencionales que potencian nuestra percepción (en el centro del foco) y de supresión (de las zonas circundantes) nos dificultan mucho las tareas simultáneas. Tenemos un único foco atencional, que no puede dividirse sin perder eficacia.
Los magos consiguen que el público realice varias tareas a la vez de diversas formas. Una de esas estrategias es el propio diseño de ciertos trucos de magia. Un ejemplo excelente es el truco de “las copas y las bolas”, uno de los más antiguos que se conocen; se tiene constancia de actuaciones que se remontan a la Roma antigua. Normalmente se realiza con tres copas colocadas boca abajo en una mesa. Las bolas y otros objetos aparecen y desaparecen por arte de magia dentro de las copas, para asombro del público. La disposición de este truco obliga a los espectadores a dividir su atención entre un mínimo de tres lugares en la mesa (las copas invertidas), lo que hace que su concentración se reduzca a un tercio de la que sería si prestara atención a un solo lugar. La táctica consiste en dividir la atención del público y conquistar su percepción de lo que está ocurriendo.
Otra forma de hacer que los espectadores intenten realizar varias tareas a la vez es estimular sus sentidos y su mente con simultaneidad. Apollo Robbins, carterista teatral de fama mundial, se sirve de los sentidos de la vista, el oído (con su cháchara) y el tacto (al darle una palmadita al voluntario en el escenario en varias partes del cuerpo) para desviar la atención del bolsillo o el reloj de pulsera que pretende sustraerle. Muchos otros magos también utilizan una “cháchara” muy rápida para abrumar la capacidad de procesamiento auditivo y lingüístico del público. De modo que, cuando Pennis dice un millón de palabras por minuto en el escenario, lo que en realidad está haciendo es bombardearte con información para mantener ocupado tu cerebro.
Uno de los objetivos principales es generar un “diálogo interno” en cada espectador: si mantienen una conversación interna, aunque sea muy básica, consigo mismos, no se centrarán tanto en lo que está ocurriendo ante sus ojos. El teórico de la magia español Arturo de Ascanio aconsejaba a los magos “hacer una pregunta desconcertante”. Basta con preguntar “¿Alguien ha traído un pañuelo?” para que cada espectador piense en la pregunta durante un par de segundos. En ese breve intervalo, están atrapados en sus cabezas y son incapaces de procesar otros estímulos externos con eficiencia, y el mago tiene la libertad de realizar el movimiento secreto.La emoción también se utiliza para darle ventaja al mago, ya que los sentimientos y la atención son bastante incompatibles. Esta es una de las principales razones por las cuales los testimonios de los testigos presenciales son tan poco fiables. Si declaras ante un tribunal o presentas una denuncia a la policía por algo que has presenciado, es muy probable que el suceso en cuestión te llevara a experimentar una emoción fuerte. La memoria humana es sin duda muy limitada, y más cuando se tiene miedo. Algunos números de magia incluyen elementos de terror, o un tanto gore –uno de los trucos más famosos de Teller es “dejar caer” un lindo conejito en una trituradora de madera–, pero la emoción que con más frecuencia prefieren evocar los magos es el humor. La comicidad en un espectáculo de magia aumenta su valor como entretenimiento y dificulta la capacidad del espectador para concentrarse. Johnny Thompson (también conocido como “el Gran Tomsoni”) dice que, mientras el público se ríe, el tiempo se detiene. Es durante este intervalo cuando el mago puede hacer un movimiento sin problemas, quizá para prepararse para el siguiente truco.
¿Cómo es que los magos han llegado a tener un conocimiento tan profundo de la naturaleza humana? Una respuesta es que, aunque la disciplina de la neurociencia cognitiva –el estudio de los procesos cerebrales– solo tiene unas décadas de antigüedad, las artes de la magia existen desde hace mucho más tiempo. Los magos han tenido milenios para averiguar qué funciona y qué no. El mago español Miguel Ángel Gea dice que cada actuación es un experimento: cada truco pone a prueba una hipótesis. Incluso sin aplicar el método científico de forma rigurosa, es lógico que los magos hayan descubierto alguna que otra cosa sobre la cognición y la percepción. Aunque no dispongan de mejores métodos que el ensayo y el error, son personas inteligentes que realizan análisis serios de la condición humana: acabarán descubriendo algunos hechos importantes.
Susana Martínez-Conde y Stepehen L. Macknik, La ciencia de los trucos de magia. Descubre cómo engañan a tu cerebro los maestros de la distracción, fronerad.com 04/05/2023
El materialismo tiene su verdad (popular y evidente), el idealismo también la tiene (selecta y erudita), así como el dualismo (moderno y efectivo). El juego de la filosofía consiste precisamente en eso, en sacar las verdades de los diferentes modelos. “Todos me convencen”, me dice un amigo poeta, si son bien expuestos y expresados. Los jainistas de la India acuñaron un término para explicarlo: anekānta. Según esta doctrina, la verdad nunca está en un único sitio, cada doctrina tiene su parte de ella y ninguna puede encapsular toda la verdad por la sencilla razón de que es inefable. ¿Es vana por ello la filosofía? ¿Debemos abandonar las opiniones, como sugería Nāgārjuna? En absoluto, hay que seguir intentándolo, aunque siempre es saludable guardar cierta distancia con las opiniones propias y ajenas (que no sean fardo, y mucho menos arma arrojadiza). En línea con ese empeño deportivo, el libro propone una visión que puede resumirse en la frase: “Todo percibe y siente”. Esta doctrina, claro está, tiene su nombre técnico: pampsiquismo.
El caso es que el privilegio de percibir ya no sólo es nuestro. El mineral percibe, de un modo frío y lento, tanto como la planta, de un modo luminoso y húmedo (brote y raíz), o el ser humano (ávido o contemplativo). El impacto del deseo y la impresión alcanza a todas las cosas. El modelo que propone De Quincey es antiguo, su principal referencia es Plotino y, entre los modernos, Whitehead y David Ray Griffin. Otros de sus aliados son Leibniz, Goethe y Coleridge. Una excelente familia, pagana, que revive la cosmovisión del sāmkhya (que no se menciona, aunque hay varias referencias al pensamiento védico), pero que está presente en aquel egipcio que impartía clases en Roma.
Descartes fue el primer moderno porque se atrevió a reírse de Aristóteles. Muchos lo celebraron, pues asociaban al Estagirita con la escolástica, que era una filosofía de clérigos. No sabían que, con esa precipitación, enterraban el legado más valioso de aquella Academia en la colina de un bosque sagrado, extramuros de Atenas, y de aquel alumno aventajado del divino Platón. El mundo de Aristóteles era un mundo de cualidades, donde algunos cuerpos caen y otros, como el vapor o el fuego, ascienden, donde las cosas tienen cualidades (cálido, frio, húmedo, seco) y un principio interno de movimiento. La materia está, en cierto sentido, viva, y puede realizar movimientos sin ser empujada o forzada por algo externo. Lo que define la physis aristotélica es esa dinámica interna de la materia. De ahí que Descartes la llame “física animista” y la sustituya por una “física mecanicista”, donde lo que cuenta ya no es la cualidad, sino la cantidad. El mundo queda matematizado. Ese paso de gigante torpón hace posible la Revolución científica. Y todo sigue su curso hasta la teoría cuántica, en las primeras décadas del siglo XX. Por aquel entonces Paul Valéry decía que la Física debería recuperar la sensación. No llegó hasta ese punto, pero al menos recuperó el propósito, la intencionalidad (tan fenomenológica). Esa reconquista todavía no ha sido asimilada.
De Quincey se propone revolucionar la epistemología de la ciencia moderna. Un giro que permita percibir la naturaleza como algo sagrado. Para ello hay que desarticular el reduccionismo del materialismo y el mecanicismo, que también es, como ustedes saben, metafísica (aunque no quiera serlo). Se pretende salvar la escisión moderna entre physis (naturaleza) y psyché (mente o alma). Una patología moderna profundamente arraigada en la ciencia, la medicina, la educación, las leyes y las relaciones interpersonales. De Quincey propone materializar la mente y mentalizar la materia. Tapar la zanja que excavó Descartes hace cuatrocientos años. Una trinchera que sigue vigente y resulta esencial en la guerra ininterrumpida contra la naturaleza. Francis Bacon sugería poner a la naturaleza en el potro de tortura para que revelara sus secretos. No sabía entonces que lo que ella dice no hace sino reflejar nuestra actitud (violenta o contemplativa). “Cuando el científico va a la caza de la verdad, siguiendo una vía única y continua, se expone a no capturar más que su sombra”. Valéry está diciendo lo mismo que dirá su contemporáneo Niels Bohr. El lenguaje que elegimos (que somos) se refleja en las respuestas que recibimos (de la Naturaleza). Ella no hace sino reflejar nuestra propia sombra, teórica, instrumental.
Juan Arnau, Christian de Quincey, o la insobornable ambigüedad del ser, El País 19/04/2023
La máquina inteligente se reproduce y evoluciona más rápido que el resto de las especies. Y lo hace siguiendo la estrategia de la flor, que seduce a la abeja para diseminar su semilla. Las máquinas de pensar seducen a inteligencias de otra especie prometiendo rentabilidad y dominio. Ya lo dijo Francis Bacon: conocer es poder. Poco después, Hobbes añadió que la naturaleza del Estado es depredadora, como lo son las grandes corporaciones, que crecen a base de ingerir pequeñas empresas. Inteligencias que devoran inteligencias. ¿Es inteligente construir un artefacto más inteligente que nosotros? ¿No acaba siempre la inteligencia mayor dominando a la menor? Nuestros hijos lo experimentan cada día, sometidos a la tenaza del algoritmo. El saber mecanizado de hoy tiende al monopolio, a establecer una única versión de la realidad. Frente a la diversidad de las culturas, la uniformidad de la máquina.
La primera máquina de pensar, prototipo del ChatGPT, se la debemos a un mallorquín. La segunda a un filósofo alemán. Ramon Llull pretendía convertir infieles, Leibniz calcular. Dos formas de unificación. Desde entonces, que las máquinas piensen por nosotros ha sido uno de los sueños del ciudadano. Como civilización, nuestra deuda con las artes mecánicas es inmensa. Sin embargo, a pesar de sus maravillosos prodigios, algunos han visto en ellas una pulsión de muerte. Samuel Butler describió esa dinámica. Las máquinas no saben hacer el amor y reproducirse. Para ello utilizan a la especie humana, prometiendo el dominio militar, político y económico. La máquina, que no sabe desear, es capaz de hacer desear. Desde entonces, ingenieros y tecnócratas han logrado una aceleración inédita en la evolución de las máquinas, mientras la especie humana queda rezagada.
Desconfiar del utopismo tecnológico no significa demonizar la técnica. La técnica ha existido desde el Neolítico y nuestra historia no puede entenderse sin ella. Sólo recientemente, cuando se ha plegado al mito mecanicista, la técnica ha tomado una deriva que afecta al ejercicio mismo de la libertad. Va en busca de su perfección, y nos hace creer que la manejamos a ella, cuando es ella la que, sigilosamente, va configurando nuestra forma de vida y de trabajar. A cambio, nos facilita la vida. Nos plegamos con gusto a las comodidades que ofrece. Multiplica la eficacia en procesos de producción y explotación de recursos. Pero todo ello tiene un precio, sobre todo cuando la técnica entra en los dominios de la inteligencia. Este periódico publicó hace unos días una entrevista con uno de los últimos desertores del maquinismo, Geoffrey Hinton, que dejaba la vicepresidencia de ingeniería de Google. Sus confidencias deberían poner en guardia a los defensores de la libertad.
El mito moderno de la ciencia consiste en no ver que las ciencias también pueden ser depredadoras (de otras ciencias o campos de investigación), en creer que son democráticas y que trabajan por el bienestar del género humano. Pueden hacerlo y también pueden no hacerlo. No hace mucho vimos cómo se utilizaba con fines bélicos el conocimiento atómico de los físicos más brillantes del mundo. Más recientemente, hemos visto cómo la inyección contra el engendro vírico no llegaba a los países más pobres. ¿Es que hay alguien suficientemente ingenuo para creer que el poder tecnológico estará democráticamente repartido? ¿Que no ahondará en la brecha entre ricos y pobres? ¿Que no dejará todo el poder en manos de una exigua oligarquía? La filosofía se ocupa, entre otras cosas, de las pasiones humanas. El capitalismo desarrollado valora, por encima de todas, una de ellas: la ambición. No hace falta ser un lince para advertir que siempre habrá quienes fabriquen robots soldado o máquinas de matar (los más activos en la guerra de Ucrania no son los reclutas, sino los drones).
La utopía contemporánea ya no es la reforma social, sino el sueño tecnológico. La biotecnología y la IA son los proyectos estrella de las grandes corporaciones, que han desplazado a las universidades. Mientras tanto, las redes sociales y los metaversos se encargan de configurar mentes infantilizadas, narcisistas y sometidas al fetiche de la popularidad. Estos dos vectores, una cultura de la distracción y una inteligencia mecánica que configura los deseos de las masas, trazan una deriva siniestra.
Juan Arnau, Máquinas de pensar, máquinas de matar: ¿Es inteligente fabricar artefactos más inteligentes que nosotros?, El País 22/05/2023
En la base de la ciencia moderna hay un mito hebreo. El hombre está hecho a imagen de Dios, no así la naturaleza, que es mera creación. El mandato divino consiste en que el hombre disponga de ella. Esta consigna bíblica marca el destino de la civilización occidental. El hombre se distingue de la naturaleza, de hecho, puede decirse que no es naturaleza. Quien hace efectivo ese mandato en la época moderna es un político inglés con ambiciones filosóficas: Francis Bacon.
Otra idea complementa la anterior. La separación entre el estudio de la naturaleza y el estudio de lo divino. Como si fueran cosas separadas. Dar al César lo que es del César. “Dios no actúa en la naturaleza más que mediante causas segundas”. Esto quiere decir que la naturaleza es un sistema cerrado del cuál no se puede inferir nada acerca de Dios. Bacon lo afirma con claridad: “No pretendemos llegar mediante la contemplación de la naturaleza a los misterios de Dios”. Esa actitud supondría caer en la herejía. Ese hiato, esa partición, que refrendarán Descartes y Kant, es la esencia del pensamiento moderno. “Cuando se mezclan religión y filosofía, el engendro es una religión herética o una filosofía imaginaria”. Con ese movimiento se clausura definitivamente la antigüedad pagana. Entonces Dios estaba en todas partes, en los animales, en la planta y el mineral, que eran emanaciones suyas. Ahora ya sólo está en el hombre. De este último reducto será desalojado por Darwin. Nietzsche firmará el certificado de defunción. Así se deshace el pensamiento científico de Dios. Quedan los privilegios. El derecho, inalienable y teológico, a la explotación del mundo natural.
Dentro de su plan general de ordenación del conocimiento, Bacon distingue tres tipos de filosofía: la divina (teología), la natural (lo que más tarde se llamará física, química y biología) y la humana (lo que hoy llamamos filosofía). Lo que puede saber la teología de Dios es a través de sus criaturas, de su moral (una idea que hereda Kant). El conocimiento de la naturaleza “basta para refutar el ateísmo, pero no para informar la religión”. Los milagros (en los que Bacon parece creer) no los ha hecho Dios para convertir al ateo. Los milagros pretenden convertir a idólatras y supersticiosos, persuadirles de cuál es la verdadera fe. ¿Y qué tiene de particular esa fe? El episodio original de la expulsión del paraíso. Y la renovación de la alianza de Dios con el pueblo elegido, que ahora pasa a ser toda la humanidad, pudiente y colonial. Quizá por primera vez, la naturaleza, que los humanistas han ignorado, pasa a ser un campo de usos y manipulaciones, un ámbito ajeno al hombre que hay que someter, burlar e interrogar. En este sentido, Bacon muestra su afinidad con la vieja manía gnóstica que hereda la Edad Media, donde la naturaleza no era más que una trampa, algo con vocación de putrefacción, afín al demonio y a la carne.
La religión verdadera se distingue de la de los paganos. Los paganos creen que el mundo es imagen de Dios (y el hombre una imagen condensada del mundo). Mientras que cristianos y hebreos creen que sólo el hombre es imagen divina. El resto de la naturaleza no lo es. “Creo Dios a los hombres a imagen suya. Los bendijo y les dijo: “Henchid la tierra y someterla. Dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado y todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra” (Génesis 1. 27-28). Bacon insiste en que “las Escrituras nunca atribuyen al mundo el honor de ser imagen de Dios”. Ese privilegio otorga una prerrogativa: la explotación de la naturaleza para acrecentar el bienestar material de los pueblos. La legitimidad para someter la tierra es de origen divino. La reforma del conocimiento pretende recuperar el terreno perdido por la Caída y restaurar el dominio sobre la naturaleza. Como “señor de la tierra” (dominus terrae) el hombre es “ministro e intérprete de la naturaleza”, a la que entiende observando sus leyes. Pero mediante la inventio, el científico se convierte en creador. Bacon confiere el rango de héroes a los creadores de inventos nobles “cuyo beneficio puede extenderse a todo el género humano” (aquí nace el falso mito de la democratización de la ciencia). Esos inventos imitan la creación divina. “Eso diferencia la vida en Europa de la vida en las regiones salvajes y bárbaras del Nuevo Mundo”. Hasta el punto que, al compararlas, se podría decir que “el hombre es un Dios para el hombre”. El proyecto es claro: restaurar el poder perdido con el pecado original. Si la humanidad se reconcilia con el creador mediante la fe y la religión, la pérdida de saber y poder se supera mediante la ciencia y las artes. La ciencia se convierte así “en un fin grato y querido por Dios”. Bacon cambia la relación de la religión con la ciencia (que para muchos teólogos constituía una amenaza para la fe). Y se apoya en la Biblia para hacerlo: la religión exhorta a la ciencia a dominar la naturaleza. Mediante ese dominio la sociedad humana llegará al descanso sabático (milenio o utopía). El milenarismo cristiano, reformado, puritano y radical, se asocia con la reforma del saber y el advenimiento de una nueva época.
La naturaleza se presenta en tres estados. El libre o natural, donde los acontecimientos siguen su curso ordinario. El extraordinario, donde la naturaleza se sale de su curso habitual debido a “perversidades e insubordinaciones de la materia, o por la violencia de los obstáculos”. Y el modificado, cuando es constreñida o moldeada por la ciencia. En este último, la naturaleza es “encadenada y vejada, el ministerio humano la saca de su curso habitual, la oprime y da forma” sometiéndola al yugo de sus intenciones, “pues tales cosas nunca se hubieran realizado sin el hombre”. Y añade: “esperamos mucho más de esta parte en lo que se refiere a ayudas y resultados, pues la naturaleza de las cosas se revela más a través de las vejaciones de la ciencia que cuando actúa libremente”. La naturaleza tortuosa del laboratorio será la nueva pasión moderna. Los signos en rotación. El antiguo sacrificio se traslada al tubo de ensayo. En ese yoga (yugo) llevamos tres siglos. Algunos pensaron que culminaba con la bomba atómica y las armas biológicas, cuyo antídoto sólo conoce el fabricante (y a veces ni eso). Hoy, con la irrupción de la IA, vemos que aquello fue sólo la obertura. La acción y el ministerio humano muestra otro rostro de las cosas (que pasan a reflejar nuestras intenciones y ambiciones), “una faz de los cuerpos completamente nueva, otro universo, otro teatro del mundo”. Nuestras pasiones y mentalidades, lo denso y fluido, lo caliente y lo frio, lo pesado y lo ligero, se reflejan en la naturaleza y pasan a constituirla. Esa es la magia de la mente del mundo. Nace así el híbrido naturaleza-cultura.
Los paganos meridionales, claro está, hemos de protestar. El relato bíblico es demasiado antropocéntrico. Bacon creyó, como creen hoy algunos ingenieros, que el poder humano podía emanciparse del curso general de la naturaleza. Como si el cuerpo y la mente no fueran naturaleza y fuera posible desembarazarse de ésta. No saben que reeditan la vieja manía de los gnósticos, que aborrecían la naturaleza. La soberbia tecnológica puede asumir con facilidad estos desvaríos. Saber es poder. Esa asociación crea algunos espejismos. Utopías mal concebidas que derivan en distopías.
Aunque no faltan importantes excepciones, pueden decirse que las gentes del norte carecen de imaginación. Todos los calvinismos y determinismos tienen origen septentrional. Imaginan un mundo ahí fuera, que sigue su marcha al margen de nuestras intenciones. Toda la mística de la imaginación, desde la hebrea al sufismo, es de origen meridional. Recordemos que la cábala es un asunto peninsular, como también lo es el sufismo. Desafortunadamente, el modelo septentrional se ha impuesto y hoy nos gobierna el algoritmo, engendro ciego e incoloro, que amenaza con someter a las energías melódicas y coloristas de la imaginación.
La soberbia colonial ha marcado el destino de nuestra civilización. Bacon tuvo algunas ideas brillantes, que tendrán una influencia decisiva en ese destino (a través de Kant y la Ilustración francesa). Establece una serie de categorías para los ídolos de la mente (de tono muy budista), y clasifica las ciencias en función de las facultades: la historia es memoria, la poesía imaginación y la filosofía razón (una idea brillante pero falsa). Respecto a sus debilidades: no hace ninguna aportación significativa a la investigación científica, no es capaz de reconocer el genio de su médico, William Harvey, desprecia la cosmología de Copérnico y no reconoce la importancia que las matemáticas tendrán para la ciencia moderna. Bacon no sólo no sabía matemáticas, sino que las consideraba peligrosas por su proximidad al ocultismo (cábala, astrología, milenarismo). Le parece que las matemáticas “buscan a tientas un saber fantástico” y que “es mejor seccionar la naturaleza que resolverla en abstracciones”. Peirce comentaría después que ningún sistema mecánico (como las tablas baconianas de exclusión), puede producir un conocimiento científico importante. Popper que la especulación imaginativa (para Bacon un vicio intelectual heredado del escolasticismo), era el nervio del progreso científico. La posibilidad de un teorizar científico susceptible de ser mecanizado, en la que no cuentan las dotes de quien hace las clasificaciones, resulta muy dudosa. La teoría cuántica sería un buen ejemplo.
Bacon no otorgó importancia a la concepción de hipótesis o de teorías imaginativas. Pese a ello, aportó sesgos y orientaciones decisivos para la mentalidad moderna. Entre ellos destaca la idea de aprender de la naturaleza (obedecerla) que hoy desarrolla el llamado “diseño ecológico”. Pero también la idea de que ciencia y poder son una misma cosa, “dos objetivos gemelos, que vienen a ser lo mismo”. Frente a las divagaciones escolásticas, propone una inducción metódica y cautelosa. Frente al individualismo elitista de los humanistas, una experimentación mecánica y colectiva. Frente al secretismo de alquimistas y herméticos, una investigación abierta a la crítica pública e institucional. Ese cambio de mentalidad impulsará el desarrollo de la ciencia moderna. El nuevo ídolo empieza a erigirse: “Muchos pasarán y crecerá la ciencia” (Daniel 12.4). Bacon es quizá el primero que propone la estatalización de la ciencia. Un nuevo pacto entre Ciencia y Estado que sustituya al anterior de Religión y Estado. Así se hace tras la cruenta lucha entre jesuitas e ilustrados. Pero más tarde, en el capitalismo desarrollado, entrará en liza un nuevo factor: los intereses de las grandes compañías tecnológicas y farmacéuticas. Los frutos de la ciencia activa son el único criterio de verdad. La tecnología ha dejado de ser la sierva de la ciencia. El que propicia ese cambio de mentalidad es Bacon, cuya vida está dominada por la voluntad de poder.
El asunto ya no es si la IA puede llegar a ser consciente o si tiene experiencias o deseos. Es decir, si la inteligencia es sólo información, o también experiencia y deseo. Estamos ante otro tipo de problema: las graves consecuencias de depositar nuestra inteligencia en estas máquinas de pensar. El individuo, si ha alcanzado un cierto grado de sabiduría y madurez, es capaz de controlar sus deseos, de armonizarlos con el entorno. ¿Serán estas máquinas capaces de hacerlo? Es un hecho que la competencia entre países y grandes compañías es hoy día frenética. Muchas de las personas más inteligentes e intuitivas del planeta están seriamente preocupadas. Hinton sugiere poner todos los esfuerzos en que la IA sea segura. Es pedir peras al olmo. Una bomba o un virus modificado son artefactos explosivos. Han nacido para su diseminación. La amenaza de estos engendros es su naturaleza expansiva. Lo mismo puede decirse de la inteligencia mecánica. El Sol contiene su explosividad con la gravedad, que es una de las formas de la seriedad. Los astrofísicos saben que llegará un día en que ya no pueda hacerlo. Entonces acabará la vida en la Tierra (si no la hemos acabado nosotros antes). Ese compromiso de las estrellas con las formas de vida es el que ahora hemos de reclamar a las grandes corporaciones (más poderosas que los Estados). En sus manos hemos depositado el destino de la civilización. La IA, ese híbrido naturaleza-cultura (Latour), puede acabar con la naturaleza y con la cultura. Lo que hemos querido ser, con lo que somos. Prometeo encadenado. Nada nuevo bajo el sol.
Juan Arnau, Máquinas de penar, máquinas de matar: ¿Es inteligente fabricar artefactos más inteligentes que nosotros?, El País 22/05/2023
La mente es un prisma deforme que distorsiona la naturaleza de la luz. Para complicar aún más las cosas, la naturaleza es mucho más complicada que la mente que trata de descifrarla. “Sus sutilezas están más allá del sentido o el intelecto”. Bacon nunca se plantea el hecho de que la mente sea ya naturaleza. A esta dificultad se añade otra, la mente tiene sus propios ídolos, sus propios sesgos e inclinaciones, que la inducen al error. Son cuatro. Los ídolos de la tribu (propios de la especie humana). Los ídolos de la caverna (propios de cada individuo). Los ídolos del foro (propios del lenguaje y la cultura). Y los ídolos del teatro (propios de los sistemas filosóficos heredados).
Muchos se complacen en adorar la mente y defender la nobleza del pensamiento. No entienden que la mente es una enredadera. Un espejo “que modifica los rayos de las cosas en virtud de su propia figura y corte”. La mente inserta y mezcla, sin fidelidad alguna, su propia naturaleza con la naturaleza de las cosas. Los ídolos de la mente nunca podrán eliminarse del todo (sólo se puede conocer lo falso), pero se pueden minimizar sus efectos. La mente, abandonada a sí misma, tiene además una naturaleza itinerante, vagabunda y miscelánea. Por eso triunfaron los periódicos y ahora lo hacen los reels. Salta gustosa de lo frívolo a lo trágico, de lo dramático a lo cómico, de la curiosidad al hastío.
La imagen de Bacon es precisa. La mente es como un “espejo encantado”. No es una tabula rasa, ni se puede escribir sobre ello sin evitar que lo nuevo se mezcle con lo viejo. Entre los ídolos de la tribu está el prejuicio de que el hombre es la medida de todas las cosas. La mente no sólo refleja, de un modo desigual, los rayos de la naturaleza, sino que tiende a dejarse arrastrar por las emociones o las impresiones de los sentidos. Mezcla su propia naturaleza con la de las cosas, distorsionando y recubriendo a éstas. Tiende a imaginar que lo que es fluctuante es constante, a ver en las cosas un orden mayor que el que realmente tienen, a suponer semejanzas e ignorar excepciones.
Los ídolos de la caverna nacen del temperamento individual, del cuerpo y el espíritu de cada cual. Cada individuo vive en su propia caverna, hecha de restos del pasado, de la educación recibida y los libros leídos, de lo visto y lo escuchado. Todos ellos “corrompen la luz de la naturaleza”. Unos ingenios tienen más facilidad para percibir semejanzas, otros para las diferencias. Unos veneran la antigüedad y otros la novedad. Unos prefieren los detalles, otros las generalidades. Pero las cosas nuevas siempre serán entendidas por analogía con las viejas. (A Bacon sólo le falta mencionar las acciones del pasado para situarse en el modelo mental del budismo).
Respeto a los ídolos del foro, “los más fastidiosos de todos”, son el efecto general del hechizo del lenguaje y el habla común. De palabras confusas, mal definidas o mal abstraídas, inútiles y sofísticas. Pero también se deben a las distorsiones que introducen los doctos, las leyendas, el carácter de los pueblos, la fantasía y la retórica, “que ejercen una extraordinaria violencia sobre el entendimiento y lo perturban todo”, llevando a estériles controversias y ficciones. Respecto a los ídolos del foro, Bacon cita las instituciones y sus diversos sesgos, que no ayudan al conocimiento, anticipando una de las tesis fundamentales de la sociología de la ciencia. “No hay forma de Estado o sociedad, clase social o categoría profesional, que no encierre un punto de contrariedad respecto al genuino saber. Las monarquías se inclinan a su propio medro y placer, las repúblicas a la gloria y vanidad, las universidades a la sofistería y afectación, los monasterios a las fábulas.”
Finalmente, los ídolos del teatro son los diferentes dogmas de las filosofías. Entre ellos la manía de mezclar la filosofía natural con la teología, el mundo natural con el divino. Esos ídolos proceden no sólo las sectas antiguas, sino también las fantasías de los alquimistas, que imaginan paralelismos y correspondencias donde no existen, y de los escolásticos. Algo que se aprecia en la filosofía natural de Aristóteles, “que es esclava de su lógica, hasta el punto de volverla inútil”. Los alquimistas se van al otro extremo y elaboran, a partir de unos cuantos experimentos en el horno, “una filosofía fantástica y de escaso alcance”, “un parloteo propio de niños”. Y cita un proverbio que recoge Séneca: “el que corre fuera del camino, cuanto más hábil y veloz sea, mayor será su error o desvío”. Se llaman “del teatro” porque pueden ser más elegantes y hermosos que las verdaderas narraciones, y sus fantasías alejan de la verdad.
El origen de estas falsas filosofías es triple: sofístico, empírico y supersticioso. El primero, Bacon lo atribuye a Aristóteles. La sabiduría griega era profesoral y pródiga en disputas. Se abrían escuelas y se cobraba por la enseñanza. Esto llevó a la corrupción del conocimiento mediante la palabrería y la dialéctica. El segundo, a los alquimistas, una filosofía “más digna de risa que de pena”, que “abruma al género humano con sus promesas de prolongación de la vida y la postergación de la vejez”. El tercero, a escuelas paganas como la de Pitágoras o a otras “que intentan fundar la filosofía natural en el Génesis o en el Libro de Job. La insana mezcla de lo divino y lo natural desemboca en una filosofía fantástica y una religión herética”. Esta mezcla es el peor de los males para Bacon y anticipa la partición cartesiana. “La filosofía natural es, después de la Escritura, la mejor medicina contra la superstición y un alimento excelente para la fe. Una nos manifiesta la voluntad de Dios, la otra su poder”. Esa aversión a la mezcla la asume Kant. Bacon sólo salva a algunos presocráticos: Empédocles, Anaxágoras, Parménides o Heráclito, “que no abrieron escuelas, sino que se entregaron en silencio a la investigación”. También señala a los mecanicistas que “no dicen nada del apetito de los cuerpos”. El entendimiento debe guardarse de estas visiones precipitadas y, en muchos casos, desaprender lo aprendido. Sólo así puede llegarse a cierta “purificación de la mente”.
Los ídolos mencionados perturban la mente, que “es móvil y no es capaz de detenerse o reposar”. El entendimiento no es una “luz seca”, sino que experimenta la influencia del deseo, la voluntad y los afectos, las esperanzas y los temores. Bacon no sugiere, como hará el pensamiento indio, transformar la mente para así transformar el mundo. El mundo está ahí fuera y sigue su curso. Debemos adaptarnos a sus leyes si queremos dominarlo y obtener el fruto esencial del conocimiento, que es el bienestar material.
Bacon no es un mecanicista como lo será Descartes. Cree que para conseguir resultados técnicos importantes hay que recurrir no a la mecánica, sino a la magia natural. Desprecia “la exquisitez y arrogancia de los matemáticos, que van a necesitar casi que esta ciencia domine a la física”. Su ciencia no reconoce el papel fundamental que más tarde se otorgará a las matemáticas. Tampoco a los metafísicos, “que son como las estrellas, que poco alumbran de lo altas que están”. Rechaza como Descartes la idea de un espacio vacío. El espacio tiene una estructura sutil que quizá quede fuera del alcance de la investigación humana. El verdadero filósofo debe parecerse a la abeja, no a la hormiga, que simplemente almacena, ni a la araña, que, como el lógico, saca del interior su tela. Debe aprender a extraer la materia, saber elaborarla y darle forma, como hace la abeja.
La nueva ciencia que propone se encargará de acabar con las miserias que afligen al género humano, mejorando las condiciones de vida. En esto acertó y, lo que esperaba de ellas, se ha cumplido. Al menos en esa parte del planeta, que ha tenido los recursos para desarrollarlas (gracias, entre otros factores, al impulso colonial). Pero no advirtió el lado oscuro de las prácticas científicas, su poder destructivo, que es el precio que la vida del planeta debe pagar por ellas.
La Restauración pasa por la renovación de la lógica. Se presenta como un nuevo organum que remplace al de Aristóteles. La ciencia no puede arrancar de las tinieblas de la antigüedad, sino de la luz de la naturaleza. En su lectura del Génesis, Bacon comenta que en el primer día Dios creó la luz, y a esa tarea consagró toda la jornada, sin producir en ella nada material. A las cosas materiales consagraría los días siguientes. Penetrar en los secretos de la naturaleza consiste en acercarse cuidadosamente a esa luz primera. Pese a reconocer esa condición de la luz, Bacon no se sitúa en la claridad geométrica de Galileo o Descartes, sino que se mantiene más cerca de la tradición mágico-naturalista del Renacimiento, aunque con frecuencia reniegue de sus fantasías e imaginaciones vanas.
Los principales humanistas Erasmo, Moro o Maquiavelo, apenas tuvieron interés por la naturaleza. Maquiavelo mantuvo una relación problemática con ella. El mundo natural se encontraba decaído y necesitaba una renovación por la magia. Bacon compartió con ellos su hostilidad respecto al modo escolástico de pensar, con sus interminables disputas. Pero dio un paso más, al rechazar el silogismo, que “hace que la naturaleza se nos escape de las manos”. Pues “el silogismo consta de proposiciones, las proposiciones de palabras, y las palabras son etiquetas y signos de las nociones. Y si las nociones mismas de la mente han sido mal abstraídas y no están lo suficientemente definidas, todo se viene abajo”. La materia no es homogénea ni abstracta. Su movimiento eterno es una fuerza viva que no puede reducirse a un modelo mecánico. Se necesita otro tipo de inducción, “extraída de las mismas vísceras de la naturaleza”. El punto de partida del conocimiento es el vínculo causal. Todo conocimiento genuino debe apoyarse en el mayor número posible de hechos. Al confrontarlos, es posible elevarse de lo particular a lo general. Sin negar la necesidad del pensamiento abstracto, Bacon menosprecia la deducción. Su teoría de la inducción señala por primera vez el valor de las instancias negativas: los casos que contradicen la generalización y exigen su revisión.
Bacon acusa a Aristóteles de concebir el mundo a partir de meras distinciones verbales. Telarañas de gran agudeza, pero telarañas. Pretende establecer una unión más estrecha entre Minerva y Vulcano, entre la contemplación filosófica y el horno del experimentador. Lucha frontalmente contra la separación entre ciencia y técnica. La antigua contraposición es ilegítima para la nueva ciencia. La verdad no puede estar separada de la utilidad. Y los grandes descubrimientos: la imprenta, la brújula, la pólvora, ya ha empezado a guiar la historia. Pero el progreso de la teoría y el de la práctica, de la verdad y la utilidad, han de ir de la mano. La fe de Bacon se convertirá en la fe moderna. Pero la parte activa de las ciencias debe delimitar y determinar la contemplativa. Hoy lo diríamos así: la técnica marca y dirige los pasos de la ciencia. “Las causas finales corrompen las ciencias, excepto en lo que se refiere a las acciones humanas.” Lo divino queda para la razón práctica, la ciencia, para la razón pura. En esa dinámica nos movemos todavía.
Juan Arnau, Francis Bacon, un político que pensaba, El País 24/05/2023
Un equipo internacional de científicos ha anunciado este miércoles “una nueva era” en el tratamiento de las enfermedades neurológicas. Los investigadores han instalado “un puente digital” entre el cerebro y la médula espinal de Gert-Jan Oskam, un holandés de 40 años que se quedó tetrapléjico tras un accidente en bicicleta en 2011, cuando regresaba de su trabajo. Dos implantes en su cerebro leen ahora sus pensamientos y los envían, sin cables, a un tercer implante que estimula eléctricamente su médula. El paciente es capaz de caminar largas distancias con muletas e incluso de subir escaleras con su ayuda. Oskam ya había probado anteriormente un dispositivo más rudimentario en otro ensayo clínico, pero el martes proclamó con entusiasmo la diferencia en una rueda de prensa: “Antes, la estimulación eléctrica me controlaba a mí. Ahora soy yo el que controla la estimulación”.
El accidente con la bicicleta provocó una lesión medular incompleta, que permitía a Oskam efectuar algunos movimientos residuales. Gracias a años de dura rehabilitación, el holandés logró recuperar bastante movilidad en los brazos. En 2014, llegó el rayo de esperanza: una nueva técnica científica, con estimulación eléctrica en la médula espinal mediante un implante, había tenido éxito en ratas en un experimento en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, en Suiza. Aquellos roedores, con la médula cortada en dos, eran capaces de dar más de mil pasos. En 2016, la estrategia también funcionó en monos.
Manuel Asende, Un hombre tetrapléjico vuelve a caminar gracias a un puente digital entre el cerebro y la medula espinal, El País 24/04/2023
En su seminal artículo de 1974 ¿Cómo es ser un murciélago?, el filósofo Thomas Nagel abordaba la imposibilidad de sentirse verdaderamente otro, sentir lo que otro siente siendo ese otro. Solo uno mismo sabe qué se siente siendo uno mismo. Puedo intentar imaginar cómo es para un murciélago ser un murciélago, pero en ese ejercicio siempre estaré limitado por los recursos y las experiencias de mi propia mente, que no se parecen nada ni a los de la mente de un murciélago o cualquier otro animal consciente, ni a los de cualquier otro humano. La empatía es un sentimiento bien intencionado, pero imaginado: no puedo colocarme verdaderamente en el lugar de otro. Cada cráneo es un búnker impenetrable. Los laberintos, los desfiladeros, las excavaciones que aloja contienen mundos únicos, absolutamente únicos, que proyectamos hacia fuera en la linterna mágica de la vida.
Emilio López-Galiacho,
Cráneo(s). El útimo refugio, fronterad 04/05/2023
Una idea que se mantiene durante siglos, casi hasta el final del romanticismo, donde se comienza a resquebrajar el canon clásico y arranca una revolución que continúa hasta las vanguardias y llega hasta la actualidad, donde deja de ser el valor fundamental del arte, que pasa a centrarse en otros aspectos, como la emoción o el significado. Una visión que se convierte en mayoritaria y que podemos ver representada en artistas actuales como Damien Hirst, Tracey Emin, o en muchos ya considerados clásicos, como Andy Warhol o Marcel Duchamp, y que ha llevado determinadas voces a hablar del abuso, el miedo o incluso el fin de la belleza.
En los últimos tiempos, dos pensadores brillantes han reflexionado sobre ella, cada uno desde perspectivas muy diferentes, pero igualmente fascinantes. Por un lado, Roger Scruton, que nos dice la belleza puede ser reconfortante, perturbadora, sagrada o profana; puede resultar estimulante, atrayente, inspiradora, incluso escalofriante. Puede afectarnos de maneras muy distintas, pero nunca nos deja indiferentes. Y que argumenta que la belleza existe como un elemento objetivo, como un valor real y universal, arraigado a nuestra naturaleza racional. Su sentido desempeña un papel indispensable en la configuración de nuestro mundo.
Y de otro lado Umberto Eco, que en su Historia de la belleza realiza un recorrido histórico que va desde la Venus de Milo hasta Monica Bellucci, desde el Apolo de Belvedere a George Clooney, de Boticcelli a Mark Rothko y desde la idea de la belleza como proporción y armonía hasta la belleza de consumo. Todo para aceptar finalmente su naturaleza subjetiva y afirmar que un explorador del futuro «deberá rendirse a la orgía de la tolerancia, al sincretismo total, al absoluto e imparable politeísmo de la belleza».Las plantas son un tipo de organismo totalmente distinto a los animales; carecen de sistema nervioso y están enraizadas in situ. Pero las plantas nos dan sobradas muestras de comportamientos intencionales. Si una raíz topa con algún objeto impenetrable, como una roca, cambia de trayectoria. Las plantas también pueden girar lentamente para estar siempre orientadas al sol mientras este sigue su recorrido diurno. Y al acabar el día, las flores se repliegan tan suavemente que incluso les decimos a los niños pequeños que “se ponen a dormir”.
Las plantas son mucho más que simples autómatas ejecutando un programa sencillo. Toman decisiones y parecen hacerlo basándose en sus aprendizajes, tal como ha demostrado la bióloga botánica Monica Gagliano para el caso de los guisantes. Una de las respuestas más “animalescas” observada en plantas es la de la fanerógama perenne Mimosa pudica, un miembro de la familia de los guisantes nativo de la América del Sur y Central. En latín, pudica quiere decir “vergonzosa” o “tímida”, y es que las hojas de la planta se pliegan hacia dentro cuando las tocamos o las sacudimos, como si fueran criaturas que se enroscan sobre sí mismas para protegerse de un peligro; de hecho, la planta también recibe los nombres comunes de “sensitiva” o “dormilona”, o incluso “mírame y no me toques”.
Las células de las plantas pueden comunicarse mediante señales eléctricas que se propagan a lo largo del floema, a través de canales de células contiguas. Tradicionalmente, se ha concebido el floema como la red de transporte de los azúcares que las células necesitan para sus procesos metabólicos, algo que vendría a ser remotamente análogo a nuestro propio sistema vascular de flujo sanguíneo. Sin embargo, también puede actuar como un conjunto de “cables verdes” transportadores de señales eléctricas. Hay quienes sostienen que las plantas pueden sentir incluso algo parecido al dolor: una sensación de aversión a cosas que amenazan su bienestar y su integridad.
Similares argumentos se han formulado para defender la existencia de algo afín a una mente en los hongos, donde la comparación con las expansivas redes interactivas y comunicativas de las células nerviosas resulta posiblemente más sugestiva aún. Las setas que brotan en los bosques solo son los denominados cuerpos fructíferos de unas vastas redes de filamentos fungosos que se extienden formando laberintos microscópicos entre el suelo y la vegetación. Muchos hongos crecen creando marañas de micelio, un tipo de tejido conectivo que se extiende no solo por los suelos sino también por los arrecifes de coral, por nuestros organismos y los de otros animales, por las casas donde hay humedad, y por debajo de las aceras y las calles urbanas. Los filamentos miceliales son las llamadas hifas, cuya anchura típica es solo una quinta parte de la de un cabello humano. Las hifas se extienden por los ecosistemas y digieren y absorben nutrientes que acarrean de una célula a otra a lo largo de esos intrincados y expansivos sistemas de transporte.
Las hifas fúngicas, como las células de las plantas, pueden generar y transmitir impulsos eléctricos que también se asemejan a los potenciales de acción neuronales. Algunos investigadores sostienen que la información así transmitida por las redes fúngicas las habilitan para tener conducta inteligente, memoria y cognición; vienen a decir, en definitiva, que dichas redes presentan ciertas analogías con los cerebros. La presencia de mentes en las plantas o los hongos es una cuestión, no ya sin resolver todavía, sino tal vez irresoluble. Pero no por ello carece de sentido; todo lo contrario: nos obliga a abordar ciertas preguntas fundamentales sobre qué puede considerarse una mente.
Philip Ball, El espacio de las mentes posibles, o la inteligencia de los pulpos, fronterad 04/05/2023
Damos por sentado que las otras personas tienen mentes porque, en realidad, no tenemos más remedio: no podemos meternos dentro de ellas para comprobarlo. Pero no se trata de un ejercicio de fe ciega: sería demasiada casualidad que, pareciéndose como se parecen otros cerebros al nuestro, funcionando igual que él como funcionan, y viendo hasta qué punto las otras personas siguen nuestras mismas reglas de conducta, esos otros seres no experimentaran más o menos el mundo como nosotros, y que todas sus sensaciones, experiencias, emociones, miedos y fantasías no fueran como las nuestras.
Pero si no parece exagerado imaginarnos dentro de las mentes de otros congéneres nuestros, semejante prodigio de proyección mental sí resulta mucho más difícil cuando tratamos de hacerlo con otras especies. Podemos imaginarnos qué se siente elevándose por el cielo como un ave, o surcando las profundidades marinas como una ballena, o usando la ecolocalización como un delfín, pero cuando lo hacemos, en el fondo solo estamos vertiendo nuestra propia cogitación en alguno de esos recipientes con forma animal.
Dado que nuestra experiencia es, por definición, solipsista –podemos viajar a Madrid y a Madrás, pero nunca podemos salir de nuestro propio cráneo–, ¿qué posibilidades tenemos de siquiera empezar a indagar acerca de las mentes no humanas?
Philip Ball, El espacio de las mentes posibles, o la inteligencia de los pulpos, dronterad.com 04/05/2023
Si la bóveda craneal es el gran palacio de la intimidad, la trepanación es el acto de profanación por excelencia. Los primeros cráneos trepanados descubiertos datan de hace aproximadamente 7.000 años. Dicen los expertos que no es fácil saber el motivo, pero parece ser que las perforaciones craneales podrían haber tenido lugar como parte de algún tipo de ritual. La trepanación convierte el cráneo en una cámara obscura donde se proyectan, como en un planetario del alma, las constelaciones de la intimidad profanada.
Aprovechando la ceguera táctil del cerebro, mucha de su cirugía se realiza hoy a cráneo abierto. En muchos casos, esto disminuye el riesgo y además permite al cirujano interactuar con el paciente mientras le opera. Sin embargo, hay algo perverso, insoportable, en la idea de abrir un cráneo y más aún con su dueño despierto. En 1939, el periodista y escritor húngaro Frigyes Karinthy publicó Viaje alrededor de mi cráneo. El libro es una suerte de reportaje donde el autor cuenta en primera persona el descubrimiento y posterior cirugía a cráneo abierto de un tumor cerebral con el que fue diagnosticado. Karinthy era un escritor prolífico, meticuloso y campechano a la vez, sarcástico y egocéntrico, y muy popular en su país. En la primera parte del libro, habla de sus síntomas con naturalidad, desparpajo y hasta humor, sin demostrar un ápice de temor por la posible gravedad de lo que le ocurre. En la segunda, quizá la más interesante, narra la operación. Tendido boca abajo en una mesa de quirófano, despierto y con el cráneo abierto y el cerebro al aire, intenta concebir qué está ocurriendo ahí fuera, qué está haciendo el prestigioso y distante doctor Olivecrona en la carne profanada de su mente. ¿Cómo es posible que estando despierto y pensando, no sienta nada cuando alguien hurga precisamente en la fábrica de todas sus sensaciones? “No, mi cerebro no me duele. Ojalá doliera. Esto es mucho más terrible que si doliera. Porque si doliera significaría que estoy vivo. Es imposible que así pueda continuar viviendo y pensando, imposible e ilícito”. Karinthy siente a la vez el temor de haber muerto y una tremenda vergüenza por la exhibición de su cerebro, de todos los laberintos de su mente, por la apertura impúdica de la caja de los truenos y miserias de su yo más íntimo.
Emilio López-Galiacho, Cráneo(s). El último refugio, fronterad.com 04/05/2023
Algunos investigadores sospechan que la sola existencia de sensibilidad eléctrica imbuye las células nerviosas individuales de los ingredientes propios de la sintiencia. El experto en informática Norman Cook ha sugerido que, al abrir su membrana para una entrada o una salida de iones cargados productoras de un voltaje, las células vivas rompen el sello hermético por el que distinguen su interior de su exterior, y esa apertura a su entorno basta por sí sola para generar en ellas una “protosensación”. Los cerebros, las mentes y la cognición son, desde ese punto de vista, agregados de los “átomos de sintiencia” de unas células individuales excitables. Lo que esto implica es que incluso para una neurona en solitario podría haber algo como lo que ser para ser una neurona.
Algunos biólogos aseguran que la mental es, en realidad, una propiedad fundamental de todos los seres vivos; adoptan así una postura conocida como biopsiquismo. Desde esa perspectiva, todos los organismos tienen una especie de mente por el simple hecho de estar vivos. La bióloga Lynn Margulis y su hijo Dorion Sagan afirmaban en 1995 que “no solo los animales son conscientes, sino que todo ser orgánico, toda célula autopoiética [autocreadora], es consciente. En el sentido más simple del término, la conciencia es una percatación del mundo exterior”.
Aunque la idea de que el mero hecho de estar vivo es criterio suficiente para tener conciencia sigue siendo una postura minoritaria, algunos investigadores sospechan que la vida podría ser una condición necesaria de la conciencia. Quiero decir con esto que dudan de que las máquinas puedan poseer nunca lo necesario para ser conscientes o sintientes por la simple razón de que no están hechas del material adecuado para ello. “Solo con hacer que los ordenadores sean más inteligentes, no conseguiremos que sean sintientes –dice el neurocientífico Anil Seth–. Yo intuyo que la materialidad de la vida se demostrará importante para todas las manifestaciones de conciencia”. Él sospecha que la sintiencia depende de cómo el impulso a la autorregulación y el automantenimiento característico de los organismos vivos se expresa en todos los niveles, desde el de la célula hasta el del conjunto del organismo; no bastará con programar esos atributos en una máquina por medio de algoritmos. La idea –popular en Silicon Valley– de que “estamos solo a un golpe de ingenio” de lograr la conciencia artificial es una fantasía, según el neurocientífico Christof Koch.
No sabemos si esto es verdad o no, es decir, si lo genuinamente mental,caracterizado por cierto grado de conciencia, permanecerá eternamente fuera del alcance de nuestras tecnologías. A fin de cuentas, ni siquiera contamos con una prueba que nos permita diagnosticar la conciencia de manera determinante (aunque algunos investigadores están pensando muy concienzudamente cómo diseñar una). El famoso “juego de la imitación” o prueba de Turing, diseñado por el matemático británico, solo mide lo bien que la inteligencia artificial puede crear un simulacro de mente. Y a nosotros, seres evolucionados para vivir entre mentes, se nos da demasiado bien proyectarlas y atribuir un carácter mental a cosas que no lo tienen. Pero, en cualquier caso, no comprendemos las mentes lo bastante bien (ni siquiera la nuestra propia) como para extraer conclusiones irrefutables acerca de dónde reside una y dónde no.
Pensar en un “espacio de mentes posibles”, sin embargo, podría servir para clarificar algunos de los argumentos sobre los límites de la mente en el mundo de los seres vivos y en el de las tecnologías. Desde el momento en que reconocemos que las mentes tienen capacidades diversas que se manifiestan en mayor o menor grado –capacidades de aprendizaje, de memoria, de integración, de conciencia–, podemos ubicar esos entes en algún punto de este espacio conceptual, incluso aunque optemos por atribuirles un valor cero en un hipotético eje de coordenadas representativo de los parámetros de la conciencia y la sensación. Que eso sirva para admitirlas o no en el club de las “mentes” de verdad no parece tan relevante, ni de lejos, como que nos permita construir una comparación con otras mentes y reconocer algunas de las propiedades que comparten con ellas. No se trata tanto de guardar las puertas de entrada a un hipotético Club de las Mentes, como de explorar la realidad que hay ahí fuera.
Philip Ball, El espacio de las mentes posibles, o la inteligencia de los pulpos, fronterad 04/05/2023
No deja de ser prodigioso que un anuncio así sea fruto de darle un puñado de indicaciones a un programa y esperar unas horas. Y no sería de extrañar que algún productor considerara que esto es suficiente: “El protagonista tiene 47 dedos, pero no me va a pedir un aumento cuando aprueben la segunda temporada. Compensa”. Cuando se habla de los peligros de la inteligencia artificial se suele presentar un escenario en el que estos programas funcionan muy bien y nos engañan con noticias falsas, nos roban el trabajo o nos exterminan al considerar que la humanidad es superflua. Pero a veces olvidamos que también existe el peligro de que la inteligencia artificial siga siendo igual de mediocre que ahora, pero que eso les baste a algunos. El riesgo está ahí, y los guionistas hacen bien en plantarse ya.
En cualquier caso, la IA avanza que es una barbaridad: ¿puede llegar un momento en el que escriba guiones perfectos y diseñe humanos con el número correcto de dientes y dedos? Pues quizás, pero, en cualquier caso, no olvidaría el ejemplo del ajedrez. Leontxo García, periodista especializado en este deporte, ha escrito en más de una ocasión que las máquinas juegan mejor que nadie, pero las partidas más bellas suelen venir de un error humano. De modo parecido, no queremos obras de ficción perfectas ni con dedos de más: queremos obras humanas. Lo que nos gusta es meternos en la cabeza de Logan Roy, por ejemplo, e intentar averiguar si de verdad está tan decepcionado con sus hijos. Buscamos traumas, como los de la pancarta.
Las máquinas nos pueden ayudar en esta tarea, pero sus programadores tienen que respetar nuestra privacidad y nuestros derechos de autor, además de conocer sus limitaciones. Porque si no, vamos a terminar con programas infinitos y baratísimos, sin actores ni guionistas, pero también sin espectadores.
Jaime Rubio Hancock, Los traumas infantiles de ChapGPT, El País 09/05/2023
En los últimos meses andamos todos agitadísimos con una nueva versión del pato mecánico, en forma de una Inteligencia Artificial que ‘caga’ conversaciones y las hace pasar por pensamientos inteligentes. El sistema que permite funcionar el ChatGPT y las otras versiones generativas de Open AI es, desde luego, mucho más sofisticado que los resortes del ave mecánica pero, a la vista de la cantidad de personas que están comprando el argumento de que las máquinas han adquirido ‘consciencia’, se diría que la historia se repite.
No se puede negar que existe una amenaza real y que la velocidad a la que avanzan estos sistemas produce vértigo. Los gobiernos de todo el mundo hacen bien en abordar el asunto y estudiar cómo afrontar el peligro que puede tener la proliferación de estos sistemas generativos en la suplantación de personas, la alteración del funcionamiento de las instituciones, el uso de algoritmos sesgados y la utilización ilícita de datos personales y creaciones de terceros. Pero en medio de toda esta burbuja mediática conviene huir de quienes advierten, interesadamente, de que se avecina el fin de los tiempos.En una charla reciente, por ejemplo, el popular escritor y gurú Yuval Noah Harari mezclaba algunas preocupaciones razonables con anuncios grandilocuentes como que “la IA ha hackeado el sistema operativo de la civilización humana” (en referencia al lenguaje) y que, si no lo frenamos a tiempo, nos espera el apocalipsis. Entre las advertencias que lanzan Harari y otros líderes de opinión está el convencimiento de que estas máquinas en apariencia pensantes “crearán mentiras persuasivas a un nivel nunca visto” y manipularán nuestros mercados y nuestro sistema político para poner en peligro a la democracia misma.
La pregunta que cabe hacerse es dónde han estado estas voces críticas en los últimos quince años. Porque todas esas artimañas han sido puestas en práctica con insistencia e impunidad por seres humanos, en ocasiones por los mismos que financian estos proyectos y firman manifiestos para pedir que se frenen. Como muestra, entre los firmantes de la carta abierta para pedir una moratoria de la IA figuraba Harari junto a Elon Musk, promotor de la empresa Open AI y conocido defensor de la democracia y los lanzallamas.
El propio director de la empresa creadora del ChatGPT, Sam Altman, pedía esta semana al Congreso de Estados Unidos que regulara la inteligencia artificial que él mismo produce, en una especie de juego de trilero para que miremos al algoritmo intangible en vez de al ser humano que mueve los resortes. Demasiadas incongruencias como para no preguntarse si alguno de estos señores no traerá un cajón lleno de mierda de pato bajo el brazo.
Antonio Martínez Ron, ChatGPT y la mierda de pato, eldiario.es 19/05/2023