Platón denunció las artimañas dialécticas de los grandes generadores de bullshit de su época, los sofistas, pero él mismo incurrió en argumentos tramposos y falaces en sus diálogos, porque la persuasión es un arma de doble filo, y cuando intentamos desmontar argumentos ajenos que nos irritan u ofenden es cuando más tentados estamos de recurrir al bullshit. Luego, Aristóteles, discípulo de Platón, intentó corregir el bullshit de su maestro echando mano, él mismo, de argumentos francamente dudosos.
Carl Bergstrom, autor de Contra la charltanería (Callin Bullshit)
Veamos serenamente: una utopía es el espejismo de una sociedad perfecta que siempre tropieza en su ejecución con los vicios y defectos humanos. Lo realmente difícil no es inventarse un país que funcione de acuerdo con los más elevados patrones de justicia y eficacia, sino lograr ese cielo en la tierra con seres de carne y hueso como usted y yo (seamos sinceros, lo primero que sobraría en el Paraíso para ser de veras tal seríamos usted y yo). Con gente como nosotros sólo son imaginables las distopías: ...
Fernando Savater, El mundo sin estrenar, El País 05/11/2022
Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura.
¿Es censurable que la FIFA haya organizado el Mundial de fútbol en Qatar, un país sin libertades democráticas y en el que se saltan a la piola los derechos humanos, ningunean a las mujeres, encarcelan a los homosexuales y explotan hasta la muerte a los trabajadores migrantes?
Pues en cierto modo se podría decir que no. Al fin y al cabo, la FIFA y su Mundial de fútbol no son más que una empresa cuya finalidad no consiste en promover el progreso social, sino en ganar poder y sumas gigantescas de dinero vendiéndole entretenimiento y «pan y circo» a la gente. A esa misma gente, por ejemplo, que se ha dejado literalmente la piel construyendo estadios y hoteles de seis estrellas para exhibir y justificar el régimen de un puñado de oligarcas milmillonarios. ¿Qué sería de estos espectáculos sin ellos?
Por lo demás es falso, y un pretexto patético, afirmar que celebrar el Mundial en Qatar vaya a servir para mejorar los derechos de los trabajadores, las mujeres o los homosexuales de ese país. En cuanto se vayan las cámaras se volverá a las andadas con el refuerzo y la autoridad que otorga el haber sido organizadores de un Mundial. Junto a esto, el que algunos equipos lleven o no un brazalete con la bandera LGTBI (cosa que, además, no piensa permitir la FIFA) es una gota en el océano de ese reconocimiento internacional comprado a precio de oro por la monarquía catarí. Realmente, para que esos gestos mediáticos sirvieran mínimamente para algo, los equipos y sus federaciones tendrían que desafiar de verdad a la FIFA y al país sobornador, cosa para la que no parece que tengan lo que hay que tener (quizá para tenerlo haya que ser iraní, y saber de verdad lo que es vivir bajo una dictadura).
Tampoco sirve aquello de «exportar los valores del fútbol» o «del deporte» (el Mundial no es, como dicen los más cursis, una «invasión pacífica del apetito de libertades», ni de nada por el estilo). Más allá de los valores propios al mundo del espectáculo, ¿cuáles serían esos valores que transmite el futbol?... ¿El trabajo en equipo? ¿El sacrificio? ¿La lealtad y la confianza hacia quienes te dirigen?... Tal vez. Pero tales valores no son en sí mismos distintivos de nada moralmente valioso. También se puede trabajar en equipo, esforzarse y ser leal vendiendo seguros o gaseando a la gente. Mucho me temo, además, que esos valores (trabajo en equipo, sacrificio, lealtad…) son exactamente los mismos que exigen los patronos catarís a sus trabajadores esclavos…
El deporte en general está moralmente sobrevalorado. Su presunto valor moral se reduce, de hecho, al de promover una vida sana (y aún eso con excepciones) y a cuatro o cinco generalidades (el compañerismo, la cooperación, el afán de superación…) que, como hemos dicho, lo mismo sirven para ganar un partido que para vender seguros. No sé de dónde se ha sacado nadie que hacer deporte o contemplarlo es una actividad superior. ¿Será la tan cacareada crisis de valores? Lo dudo, pues la cosa viene de antiguo. Ya en la Grecia clásica, el filósofo Jenófanes se extrañaba de que personas sin más mérito que saltar o correr un poco más o menos que los demás, fueran erigidas como modelos de virtud para la ciudadanía. «No por tener un excelente luchador o alguien imbatido en la carrera – decía – la ciudad estará mejor gobernada». Pues eso.
Desde luego que el deporte y el fútbol, si no valores morales o políticos, sí que poseen grandes valores estéticos. La épica del juego es emocionante, y contemplar un ejercicio atlético o una jugada brillante puede ser estéticamente muy satisfactorio (esa encarnación precisa de la inteligencia y la voluntad en el cuerpo y las acciones del atleta es de una belleza innegable). Pero aun así no es nada que no se deje plasmar en otras ocupaciones humanas, ni que pueda soñar con hacer sombra a la más modesta de las actividades artísticas.
… ¿Qué hacer, en fin, con lo de Qatar? A los que el fútbol nos importa muy poco, aguantar con infinita paciencia la multiplicación del espacio y el tiempo, ya de por sí abusivo, que socialmente se le dedica. Y a los que les gusta, ellos sabrán. Podrían hacer boicot, como se hace con las empresas cuando explotan a la gente o colaboran con regímenes criminales (se ha hecho con las empresas rusas tras la agresión a Ucrania, por ejemplo). Un boicot, además, de lo más sencillo, y que consistiría en apagar el televisor en cuanto aparecieran esos larguísimos spots publicitarios que son los partidos. Pero no creo que los futboleros tengan balones de hacerlo. Así que, con toda probabilidad, este Mundial va a servir fundamentalmente para «pasarle la pelota» a ese país tan simpático y acogedor (y tan rico en gas y petróleo) – además de tiránico, misógino, homófobo, racista y cuasi esclavista – que es Qatar. ¡Menudo gol nos han metido!
Argument del designi:
Si de l’observació de l’admirable disposició d’un edifici o un rellotge podem inferir que ha estat dissenyat i creat per un ésser intel·ligent humà, de la mateixa manera de l’observació de l’admirable disposició de l’univers, del cos dels animals o dels nostres òrgans (l’ull) podem inferir l’existència d’un Ésser Summament Intel·ligent, Déu. (D’efectes similars inferim causes similars)
Crítica:
Tinc en la meva ment la idea d’un ésser summament perfecte. Això vol dir que aquesta idea conté totes les perfeccions pensables i més, fins i tot la de l’existència. Si algú dubtés de la existència d’aquesta idea s’estaria contradient, ja que un ésser així no pot ser pensat si s’exclou la seva existència, ja que deixaria immediatament de ser summament perfecte. Per tant, aquesta idea té una existència més enllà del pensament. Déu, l’ésser summament perfecte, necessàriament existeix.
Crítica:
Puc tenir la idea d’unicorn i la idea de cavall. En cap de les dues idees està inclosa la necessitat de la seva existència, però crec, perquè així m’ho ha confirmat l’experiència, que la segona té més probabilitats d’existir que la primera.
Des d’aquest punt de vista, la idea d’unicorn s’assembla més a la idea de Déu que a la de cavall perquè ni la idea d’unicorn ni la idea de Déu han estat confirmades fins ara per l’experiència. Per tant, quan pensem en coses existents mai no podem afirmar que la seva existència sigui necessària.
Argument cosmològic:
Totes les realitats que existeixen en aquest món físic tenen una realitat contingent. La qual cosa implica que existeixen perquè han estat creades per altres coses que poden ser contingents. Això remet finalment a una causa última de totes les coses contingents que no és contingent. Aquesta causa, a diferència de les altres realitats, és una realitat necessària, és a dir, que no necessita de res per existir, existeix per si mateixa. Aquesta realitat que necessàriament existeix és Déu.
Crítica:
Podem fer servir la mateixa crítica que hem fet servir amb l’argument ontològic.
Manel Villar
¿Quiere Dios prevenir el mal, pero no puede?, entonces es impotente. ¿Puede, pero no quiere? Entonces es malévolo. ¿Puede y quiere?, entonces ¿de dónde sale el mal? (David Hume, Diálogos sobre religión natural)
Podría haber previsto (desde su omnisciencia) todos los males que iba a cometer el ser humano por el perverso uso de la libertad. Una tarea de la teología y filosofía será la de esclarecer este desafío.
El mayor esfuerzo intelectual por explicar el mal, en sus diversas manifestaciones, ha sido el de Leibniz. Incluso diseñó una nueva disciplina filosófica, en 1710, bajo el neologismo de Teodicea, compuesto de dos palabras: theós (Dios) y diké (justificación o justicia).
La teodicea ha de dejar paso franco a la antropodicea. El ser humano autónomo es llamado a comparecer ante el tribunal de la razón (…) No es la fe en un Dios benévolo y omnipotente la que queda afectada por la existencia del mal, sino más radicalmente la fe en el hombre y en su capacidad de combatir el mal (Aurelio Arteta, Mal consentido).
...en qué medida podemos considerar a Dios, en parte, co-responsable de la maldad derivada de la libertad, sobre todo, si se sigue manejando la idea de que tal ser todopoderoso es el creador del cosmos y de la humanidad. Es este problema nuclear la fuente intelectual de lo que se denominó en la cultura occidental, al menos a partir de Leibniz (inventor del termino), Teodicea, es decir, “justificación de Dios ante el mal en el mundo y en el hombre”.
Leibniz se propuso mostrar la compatibilidad de la existencia del mal (metafísica, física y moral) en el mundo con la de un Dios omnipotente, omnisciente y bueno.
No se trata de considerar a Dios responsable último del mal que el hombre realiza, sino más bien de constatar que “lo permite” en aras de otros bienes superiores que el propio hombre con esfuerzo puede alcanzar o que el mismo Dios es capaz de otorgar con sabiduría, superando así las graves consecuencias de las maldades humanas.
Todo lo que acontece tiene un por qué y un para qué, nada es resultado de la causalidad. El mal, en sus diversas variantes, ha de ser integrado en un plan divino que la razón humana, aunque no pueda penetrar del todo, sí es capaz de comprender en sus líneas generales, explicar de modo inteligible el origen y el sentido del mal que los humanos padecemos o provocamos.
Dios es algo así como un genial arquitecto y matemático que elige, entre numerosos proyectos de mundos posibles que contempla en su entendimiento, aquel que globalmente considerado resulta el mejor de todos, y por ello lo crea voluntariamente, le otorga existencia. Dios no elige de modo azaroso y arbitrario, sino que siempre actúa de manera racional e inteligible, dada su capacidad para abarcar la totalidad de lo real.
Desde esta perspectiva globalizadora no es extraño mantener que Dios ha creado el mejor de los mundos posibles, porque no le queda más remedio que elegir lo mejor, de lo contrario no podría ser considerado como la suma perfección. Pero que Dios escoja lo mejor, no significa que sea siempre lo mejor para los hombres en particular.
… siendo Dios perfecto, omnisciente, omnipotente y bueno, ha creado el mejor de los mundo posibles, a pesar del mal metafísico (imperfección del cosmos), del mal físico (el dolor y el sufrimiento humano y del mal moral (el pecado realizado libremente por el hombre).
El mal es un ingrediente de este mundo porque así lo ha previsto y querido Dios. Lo cual nos hce pensar que gracias a los males que padecemos o provocamos (y que el ser perfecto permite) será posible alcanzar y gozar de mayores bienes, desde una perspectiva universal que a los humanos se nos escapa, sometidos al espacio y al tiempo, condicionantes de nuestra visión particular de lo que acontece.
Es inevitable que lo creado sea imperfecto; solo Dios es perfecto. Pues bien, en ello radica la posibilidad de que el mal moral, derivado de la acción libre, se haga presente en el mundo.
Aunque Dios es bueno, y ha creado al hombre a su imagen y semejanza, esta criatura finita y libre puede realizar malas acciones, pecar. Por consiguiente, el mal moral y el físico (dolor y sufrimiento) proviene del mal metafísico. Es decir, de la imperfección de la criatura.
… aunque Dios, por supuesto, no es la causa de las malas acciones de los hombres, desde su omnisciencia las prevé, y a pesar de su omnipotencia las permite.
El ser humano, aunque su libertad es siempre limitada, en tanto que criatura, puede elegir entre el bien y el mal. Sin aquella facultad no estaríamos ante seres racionales. No es posible pensar en un mundo de personas sin libertad y, por tanto, sin la posible ejecución de maldades. Y este es “el mejor mundo posible”. Es tal el valor de la libertad, que si Dios hubiera creado seres inclinados siempre a realizar acciones buenas, sin capacidad para hacer el mal, ese mundo sería menos valioso, no sería “el mejor de los posibles”.
Por consiguiente, los males que el sujeto libre ocasiona, globalmente considerados un “mal menor”, si pudiéramos compararlo con el bien total que supone la creación de seres racionales libres (Teodicea, 23-25).
El mundo humano creado desde la perfección y santidad divinas merece la pena, aun a riesgo de que las criaturas racionales y libres podamos inclinarnos en ocasiones por las más abominables maldades.
Enrique Bonete Perales, La maldad. Raíces antropológicas, implicaciones filosóficas y efectos sociales, Cátedra, Madrid 2017
Plató, La república 415a-c
Foto de María Artigas |
Y no es que no se haga nada para revertir este proceso. Cientos de plataformas cívicas y algunas agrupaciones políticas hacen un esfuerzo ímprobo para presionar a las administraciones y devolverles a las zonas rurales parte de la relevancia demográfica, económica, social y cultural que han tenido durante generaciones.
Muchas de ellas han acudido esta semana a Bruselas, invitados por la eurodiputada extremeña Mª Eugenia R. Palop y la portuguesa Marisa Matias (del grupo de la Izquierda europea), para tratar de las propuestas lanzadas por la Comisión Europea bajo el lema “Una visión a largo plazo para las zonas rurales”. Entre estas propuestas las hay referidas a la supervivencia del sector primario, el desarrollo de las energías limpias y la mejora de los servicios públicos. Frente a ellas se ha sostenido la necesidad de aunar viabilidad y sostenibilidad, así como el mantenimiento de unos servicios públicos de calidad, entre ellos el de la educación.
La educación es un elemento clave para que la sociedad tome conciencia y reaccione colectivamente en defensa de sus pueblos. Para esto es necesaria una formación que haga comprender la importancia del medio rural como parte de la lucha contra el cambio climático, que capacite para el aprovechamiento sostenible de los recursos rurales, y que transmita eficazmente los valores en que debe sustentarse el compromiso común con la cohesión social y territorial.
Es cierto que todos estos objetivos están ya recogidos en las nuevas leyes educativas, según las cuales la educación ecosocial y contra el cambio climático, el desarrollo de las competencias emprendedora o digital, y la formación ético-cívica (sin olvidar el cuidado de las relaciones intergeneracionales) pasan a formar parte orgánica del currículo en la mayoría de los niveles, etapas y áreas de la educación no universitaria. Pero está claro que con esto no basta.
Es imprescindible, en primer lugar, que los objetivos educativos y curriculares se refieran de forma más directa a los entornos rurales. Es verdad que en los nuevos planes de estudio el alumnado ha de vérselas con el reto demográfico, los desequilibrios regionales, la incidencia de la globalización en el ámbito local o el valor de los productos agroalimentarios de cercanía, entre otros muchos aspectos. ¡Hasta con los detalles de la Política Agraria Común han de lidiar los alumnos y alumnas del bachillerato! Pero estos contenidos habrían de entenderse desde una perspectiva más estructurada y sistemática. ¿Por qué no introducir un área o materia dirigida específicamente a la sostenibilidad del ámbito rural, especialmente en ciertas comunidades?
En segundo lugar, resulta imprescindible el reforzamiento de las escuelas rurales. Ha llovido mucho desde aquellos tiempos en que, como narraba Josefina Aldecoa en «Historia de una maestra», los maestros dormían sobre la tarima de las desvencijadas escuelas municipales. Pero aún queda mucho por hacer. La escuela rural no solo ha de estar bien dotada, sino mejor dotada que las demás. Por mero sentido del equilibrio. Y al hablar de dotación no me refiero solo a becas, transporte o conectividad, sino fundamentalmente a la calidad de sus proyectos educativos y a la entrega de los profesionales que los llevan a cabo.
Un motivo principal para que la gente quiera vivir en los pueblos es la educación que reciban sus hijos. Por eso es necesario que las escuelas rurales refuercen y aprovechen su singularidad educativa, es decir: su proximidad e implicación socio-comunitaria, la diversidad de su alumnado, sus ratios bajas, el uso didáctico del entorno, así como una pedagogía activa y colaborativa que cae por su propio peso en aulas a menudo mixtas, con chicos y chicas de distinta edad y nivel …
Una educación innovadora y de calidad atraería a familias y docentes, asegurándoles un inmejorable nivel de vida en aquello que más importa a muchos: la educación de sus hijos y alumnos. Si a esa escuela de excepcional calidad le unimos la mejora de los demás servicios (la conectividad, el transporte, los servicios de salud…) y un apoyo sólido y constante al aprovechamiento sostenible de los recursos, tendremos la fórmula perfecta para devolver la vida a nuestras zonas rurales.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Se celebra estos días en Egipto una nueva cumbre climática mundial. Pero, aunque como escaparate político y mediático tenga su aquel, su utilidad inmediata parece reducirse a negociar cuotas entre países ricos y prometer compensaciones a los más pobres (esto es: a los que menos contaminan, pero sufren con más intensidad los efectos de la contaminación). Acuerdos y compensaciones que, por demás, casi nunca se llevan a cabo y de los que suelen autoexcluirse las naciones que más daño medioambiental provocan.
Mientras tanto, el cambio climático y sus catastróficas secuelas son ya un hecho constatable e imparable. Un hecho ante el que la mayoría, ricos o pobres, no quiere hacer nada que se oponga sustancialmente a sus deseos por mantener o conseguir un desarrollo material que sabemos materialmente inviable, y de cuyo anunciado colapso no nos va a salvar ningún milagro tecnológico. Parece que estuviéramos dispuestos a asumir cualquier riesgo antes que renunciar a cierto nivel de vida. ¡Ya apechugarán otros, o los que vengan detrás!
Los que vienen detrás son jóvenes sin más expectativas de progreso que las del precariado de por vida y 30 o 40 metros cuadrados alquilados a precio de oro en algún suburbio. Jóvenes que, pese a que no van a disfrutar como nosotros del bienestar y de los bienes que nos han procurado decenios de desarrollo insostenible, van a sufrir directamente sus consecuencias en forma de sequías crónicas, escasez energética, crisis alimentarias, migraciones masivas y, probablemente, luchas sin cuartel por los recursos básicos...
Ante esta alarmante e injusta situación algunos de esos jóvenes se dedican a pintarrajear las paredes de los museos más chics o a verter tomate – supongo que orgánico – sobre el cristal de cuadros ridículamente sacralizados (y por los que, por cierto, se pagan cantidades obscenas – también en concepto de seguros – que servirían para pagar con creces lo que debemos a los países afectados por nuestra polución). Pero la delicaday simbólica rebeldía de estos jóvenes activistas es todavía más inoperante y efímera que la de las cumbres climáticas. Para torcer realmente el rumbo (es decir, para mitigar el cambio climático, pues invertirlo es ya imposible) haría falta algo mucho más sustancioso y consistente; algo con que movilizar en la misma dirección y de forma masiva a distintas generaciones. Haría falta, en fin, cierto tipo de educación…
En este sentido, no podemos menos que celebrar que, pese a las críticas que recibe (algunas merecidas), en la nueva ley educativa española se reconozca por vez primera de manera explícita la necesidad de la educación para el desarrollo sostenible y la lucha contra el cambio climáticoen todas las etapas de la educación formal, desde la Educación Infantil a la Formación Profesional o la Educación para Adultos.
Un reconocimiento este que ha ido, también por vez primera, mucho más allá de los preámbulos y los artículos más genéricos de las leyes para infiltrarse de manera estructural (y no retóricamente transversal) en los currículos de todas las áreas y materias en las que se forma a niños y adolescentes. Así, la comprensión de las causas y efectos del cambio climático o de las relaciones sistémicas entre la economía, la desigualdad y los problemas ecológicos, junto a conceptos como los de biodiversidad, responsabilidad ambiental de las empresas, economía circular, soberanía alimentaria, comercio justo o decrecimiento, habrían de constituir, según la ley, la base para el desarrollo, desde la perspectiva específica de cada materia, de hábitos y actitudes relativas al consumo responsable, el respeto a los animales, la movilidad sostenible, la gestión de residuos y la eclosión, en general, de una conciencia ecosocial mantenida y generalizada.
Y todo ello no solo a través del trabajo con distintas materias o áreas, sino, mucho más importante, desde el enfoque reflexivo y argumentativo que proporcionan asignaturas tan formativamente decisivas como Ética o Filosofía. Qué el alumnado, ya desde primaria (en la novedosa área de Educación en Valores Cívicos y Éticos), se pregunte por el deber ético de cuidar de nuestro entorno y sea capaz de razonar y dialogar en torno a cuáles han de ser nuestras prioridades al respecto, es la garantía de que sobre este tema no hay adoctrinamiento alguno, y de que los valores y actitudes que acabe por adoptar el alumno serán el fruto de su convicción personal, y no de la repetición militante y dogmática de los mensajes al uso.
La educación ética no garantiza, por supuesto, que vayamos a ganar la batalla contra nosotros mismos a la que nos empuja la crisis climática, pero es la mejor herramienta, junto a las leyes (mejor, de hecho, que estas, porque aporta el elemento fundamental de la convicción y el diálogo), para intentarlo…
Mucho más frecuente es hoy nuestro diálogo con el logos, que es muy distinto al pensamiento mítico. 2 A diferencia del mito, el logos responde a los hechos objetivos, y también es absolutamente pragmático: es la modalidad de pensamiento racional que permite que los seres humanos operen adecuadamente. Es el fundamento de la sociedad moderna. Nos valemos de nuestras facultades lógicas cuando deseamos provocar una consecuencia, conseguir algo o convencer a otros de una determinada opinión. Allí donde el mito vuelve la vista atrás y contempla los orígenes, el logos avanza con determinación, desarrolla nuevas perspectivas e inventa algo inédito. Y para bien o para mal, también nos ayuda a controlar más y mejor el entorno natural.
Sin embargo, al igual que el mito, el logos tiene sus limitaciones. Es incapaz de responder a los interrogantes que plantea el valor último de la vida humana. No puede aliviar nuestros pesares. Tiene en su mano desvelar circunstancias nuevas y maravillosas sobre el universo físico y hacer que las cosas funcionen con mayor eficiencia, pero no explicar el sentido de la existencia. El Homo sapiens comprendió esto de manera instintiva desde sus primeros pasos. Utilizó el logos para idear armas innovadoras y concebir mejores técnicas de caza, y recurrió al mito, junto con los rituales que lo acompañan, para restañar el dolor y la pena que de otro modo le habrían abrumado.
Antes de la época moderna, tanto el mito como el logos eran considerados esenciales, pero en el siglo xviii las gentes de Europa y Norteamérica habían alcanzado tan pasmosos éxitos en el ámbito de la ciencia y la tecnología que empezaron a desentenderse del mito, juzgándolo falso y primitivo. La sociedad dejó de depender de los excedentes de la producción agrícola —como les había venido ocurriendo a todas las civilizaciones anteriores— y pasó a vincular su destino a los recursos tecnológicos y a una incesante reinversión de capital. Esto liberó a las sociedades modernas de muchas de las limitaciones asociadas con la cultura tradicional, cuyo fundamento rural había tenido siempre precarios cimientos. El proceso de la modernización fue largo, ya que tardó cerca de tres siglos en completarse, y trajo consigo cambios muy profundos: la industrialización, la revolución agraria, la reforma social, y una «ilustración» intelectual que despachó el mito como algo fútil y superado. Pese a que nuestra desmitologizada sociedad pueda resultar cómoda para cuantos tenemos la fortuna de vivir en países del primer mundo, parece claro que no se ha convertido en ese paraíso terrenal que auguraban Francis Bacon y otros filósofos ilustrados.
Debemos abrir los ojos y desembarazarnos de la falacia que sostiene que el mito es incierto o representa una modalidad de pensamiento inferior. Quizá seamos incapaces de recuperar por entero la sensibilidad premoderna, pero podemos adquirir una comprensión más sutil y matizada de los mitos de nuestros antepasados, porque todavía tienen cosas que enseñarnos. Y desde luego, seguimos creando nuevos mitos a nuestra imagen, aunque ya no les demos ese nombre. El siglo xx asistió al surgimiento de varios mitos cuyo carácter extremadamente destructivo acabó dando lugar a masacres y genocidios. No podemos luchar contra estos mitos negativos con las solas armas de la razón, porque no hay dosis de logos en estado puro que sea capaz de hacer frente a temores, deseos y neurosis profundamente enraizados. Necesitamos mitos positivos que nos ayuden a identificarnos con nuestros semejantes y no solo con quienes pertenezcan a nuestra particular tribu étnica, nacional o ideológica. Precisamos de mitos buenos que nos hagan comprender la importancia de la compasión —una facultad del ánimo que cuestiona y trasciende nuestro primitivo egocentrismo solipsista—. Y lo verdaderamente decisivo: hemos de pensar buenos mitos que nos ayuden a fomentar un sentimiento de veneración hacia la tierra como realidad sagrada, puesto que, de no concretar alguna forma de revolución espiritual capaz de contrarrestar las tendencias destructivas de nuestro ingenio tecnológico, no lograremos salvar el planeta.
Karen Amstrong, Naturaleza sagrada, Barcelona, Crítica 2022
Un mito es un acontecimiento ocurrido, en cierto modo, en otro tiempo y que sin embargo sucede también una y otra vez. La mitología apunta, más allá del caótico flujo de los acontecimientos históricos, a todo cuanto hay de intemporal en la vida humana, ayudándonos a vislumbrar el estable núcleo de realidad que palpita en su interior. Por otra parte, el mito arraiga asimismo en lo que llamamos inconsciente. Los mitos son una antigua forma de psicología. Lo que hacen los pueblos al divulgar relatos de héroes que descienden al inframundo, pugnan por hallar salida a un laberinto, o traban combate con fieros monstruos, es sacar a la luz los miedos y deseos que anidan en las oscuras regiones del subconsciente, que, no resultando accesible a la pura investigación lógica, tiene no obstante un profundo efecto en nuestras experiencias y conductas. El mito no admite demostraciones fundadas en pruebas racionales. Las percepciones que transmite son de naturaleza intuitiva, similares a las de las artes plásticas y la poesía. Es más, el mito solo adquiere realidad tangible al encarnar por medio de rituales y ceremonias que ofrecen a quienes participan en ellos la posibilidad de aprehender intuitivamente el mar de fondo que mueve la vida. Mito y rito han sido tan inseparables que la determinación de su respectiva precedencia suscita serios debates eruditos: ¿qué fue primero, el relato mítico o la ritualidad asociada con él? Sin la práctica espiritual, la narración mítica carecería de sentido, tal y como ocurre con una partitura musical, que permanece opaca a la mayoría de los ojos mientras no se revele a través de la interpretación instrumental.
La comprensión mítica no responde a un método de indagación inferior que pueda desecharse en cuanto las personas alcanzan el uso de razón. El mito no es una primitiva forma de adentrarse a tientas en el análisis histórico, y no pretende esgrimir verdades objetivas. Lo que hace es más bien ayudarnos a entrever nuevas posibilidades. Por medio del arte, liberados de las limitaciones del logos, concebimos y combinamos formas de expresión inéditas que enriquecen nuestras vidas y nos indican algo importante, haciendo que nos asomemos al desconcertante rompecabezas de nuestro mundo desde una perspectiva novedosa. Por consiguiente, la verdad del mito reside en su eficacia. Los mitos llevan siglos operando. Y la razón de que hayan persistido radica en el hecho de que siempre han funcionado cuando la gente los ha traducido en acciones. Un mito es esencialmente una guía, pues nos indica lo que hemos de hacer para llevar una vida más plena y positiva. Los antiguos mitos sobre la naturaleza constituían un intento de penetrar en la realidad oculta del mundo natural para vivir con eficacia y seguridad en nuestro entorno.
Karen Amstrong, Naturaleza sagrada, Barcelona, Crítica 2022
Una vegada fet el recompte final de les votacions per escollir les Fotofilosofies que representaran a l'escola el proper 16 de novembre a la Mostra d'enguany, els resultats finals han estat els següents:
El Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA)constituye un modelo de trabajo con un enfoque de educación inclusiva que hace posible tener en cuenta la diversidad de los estudiantes y sus distintos procesos de aprendizaje.
Se organiza en torno a tres principios fundamentales: proporcionar múltiples formas de implicación, de presentación de la información, y de acción y expresión. La finalidad es generar experiencias de aprendizaje significativas que desarrollen las capacidades de cada estudiante. El propósito de este libro es ayudar a los docentes a planificar la intervención didáctica con propuestas curriculares flexibles que permitan dar oportunidades de aprendizaje a todo el alumnado y conseguir una educación de calidad para todos.
SOBRE LOS AUTORES
Esta es una obra coral, realizada por un equipo de veinte profesionales de la educación que comparten el deseo de lograr una enseñanza de calidad para todos los estudiantes, y creen que la educación inclusiva hay que escribirla y hacerla realidad con la práctica.
Su coordinadora, Carmen Alba Pastor, es doctora en Educación y primera catedrática de Didáctica y Organización Escolar de la Facultad de Educación-Centro de Formación del Profesorado
de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido investigadora visitante en la Escuela de Posgrado de la Universidad de Harvard y en el CAST, donde comenzó a trabajar sobre el Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA), incorporando este modelo a la formación del profesorado y a sus líneas de investigación. Directora de educaDUA, actualmente codirige el proyecto de investigación DUA-INCLUDIG sobre las implicaciones del DUA en la cultura digital e inclusiva de los centros educativos.
Primeras páginas de Enseñar pensando en todos los estudiantes.
La entrada Enseñar pensando en todos los estudiantes se publicó primero en Aprender a pensar.
Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura.
Alguna vez, y fuera de clase, me han preguntado los alumnos que cómo he llegado yo a (según ellos) «triunfar en la vida». ¿Y qué es eso de «triunfar en la vida»? – les suelto enseguida—. «Pues trabajar en lo que quieres y pasártelo bien haciéndolo», dice uno. «Y que lo que haces sea útil, y que la gente te aprecie por ello», dice otro en tono más social. Un momento – les digo –, ¿y lo de ser famoso, o alguien con mucha pasta o poder? Yo no soy nada de eso. «No hace falta ser rico, sino solo tener lo necesario», arguye el más sensato. «Sí, y que te conozcan y te quieran de verdad, y no como a los famosos», añade otro. Además – vuelve a decir el primero –, tú haces y dices lo que quieres y, a veces, hasta te escuchamos (risas), ¿qué más poder hace falta? …
Bueno – les digo –, pues una vez hemos dejado claro lo que es «triunfar en la vida», vayamos a la receta que me pedís.La primera indicación es esta: intentad dedicaros a lo que más os entusiasme. El entusiasmo es motivador y contagioso, os hará trabajar con muchas ganas y contribuirá a convencer a los demás del valor de lo que hacéis… El entusiasmo no se reduce al gusto pasajero por hacer algo, sino a un estado emocional más permanente, que nace de saber que lo que hacemos es significativo o necesario para uno mismo y para otros, y que podemos aportar algo (por ínfimo que sea) valioso y distintivo al respecto. A mí me pasó con la filosofía y la educación; a vosotros – les digo – os pasará con otras cosas.
La segunda regla de oro para «triunfar en la vida» – sigo con el rollo – es confiar en el propio talento. Incluso aunque uno no sea muy listo (yo no lo soy), es muy difícil que, estando bien motivado, no se haga cada vez mejor lo que ya se sabe hacer más o menos bien... Desde luego, os habrán dicho – les digo, anticipándome a lo que algunos piensan – que el mérito no siempre importa, y que poco se logra a veces sin ser «hijo de» o tener un «buen padrino»(como en las películas de mafiosos), especialmente en esta vieja tierra, donde todavía ser pariente, camarada o fiel servidor son vía de acceso privilegiado para algunos puestos o cargos (que a veces sufrimos y pagamos todos). Esto solo es – les digo, cruzando los dedos – un residuo de viejos y oscuros tiempos; aquellos en los que, bajo la parafernalia burocrática y el torcido manejo de las leyes, mandaban bajo cuerda, y con la connivencia de casi todos (unos por miedo y otros por servil gratitud), ciertos prohombres o «caciques». Pero incluso si así no fuera – sigo diciéndoles, esforzándome en creer en lo que digo –, no dejéis por ello de cultivar y demostrar vuestro talento (vuestro talento, también, para cambiar las cosas), pues al final el mérito y la competencia acaban casi siempre imponiéndose, y que vuestros logros sean mayormente vuestros, y no debidos a favores o privilegios, es otro motivo para que os tengáis por triunfadores…
Una tercera cosa que os aconsejo si de verdad queréis triunfar en la vida – y algunos me matarían por deciros esto – es que noseáis mansos o indiferentes, que os «signifiquéis», que «deis problemas» cuando sea preciso darlos, y que os metáis en política, como es, por otra parte, vuestra obligación como ciudadanos. «Meterse en política»no quiere decir (necesariamente) que os afiliéis a ningún partido, sino que razonéis (actuando en consecuencia) sobre lo que nos debemos unos a otros (y cada cual a sí mismo), de manera que contribuyamos a crear un mundo en que la amistad, la honestidad, la lucidez y la justicia prevalezcan sobre el odio, la manipulación, la astucia, la humillación y el abuso… Muchos os dirán entonces que sois unos ingenuos, que esto no hay quien lo cambie. Y os aconsejarán que, caso de no querer ser como lobos, os mostréis serviles y aceptéis con alegría limosnas, favores o el pan (o el jamón) y circo con el que intentarán comprar vuestro silencio. Pero vosotros ni caso. Prostituir el alma no es triunfar en la vida, e incluso en la cima del poder y la riqueza os dará una vergüenza tan profunda que no habrá champagne (o vino añejo) capaz de lavarla. Humillaciones tan grandes no son fáciles de superar, ni con la ayuda del más caro de los psiquiatras…
Así que ya sabéis – termino por decirles –, más allá de lo que os suelen aconsejar (que si el esfuerzo, la disciplina, el trabajo duro…) yo os recomiendo que hagáis lo que racionalmente más os entusiasme, que confiéis en vuestro talento, y que aquello que elijáis contribuya a haceros mejores y a construir un mundo más justo. «Recordad (y acabo, lector, con la moralina que le suelto a estos pobres míos) que triunfar en la vida también consiste en poder ir por la calle (y por el laberinto de uno mismo) con la cabeza muy alta. Y ojo que digo con la cabeza y no con el morro. Ojalá lo logréis. Saberlo es el primero y más importante de los pasos…»
... la razón invocada por Rusia para lanzar una guerra ofensiva fue lo que ahora consideramos el bien moral supremo, es decir, la "desnazificación" (...) el propósito de la "operación" era proteger a las personas que han sido objeto de intimidación y genocidio durante los últimos ocho años. Y para ello lucharemos por la desmilitarización y desnazificación de Ucrania". (...)
Las máquinas de propaganda ciertamente no son nada nuevo. Sin embargo, parece que hemos saltado a un orden cualitativamente diferente de lo que significa gobernar la conciencia. La propaganda solía ser una cuestión de infundir creencias, de crear nuevos órdenes ontológicos para las personas que pertenecían a la misma comunidad. Se trataba de hacer que la gente creyera algo de lo que no tenía conocimiento previo o en lo que no había pensado con anterioridad (por ejemplo, educar para el comunismo). La propaganda promovía una visión del mundo y ofrecía relatos que justificaban el poder, los privilegios, el control, la represión. Solía hacer esto como una empresa a largo plazo, como un proceso lento de cambiar el pensamiento y el sentimiento de las personas. La afirmación de Putin de que la desnazificación es el objeto moral de esta guerra no es propaganda ni ideología entendida como tal, toma prestada una categoría histórica que pertenece a otro contexto y usurpa la identidad moral que la acompaña. Debido a que el nazismo se ha convertido en un mal radical, la desnazificación pretende otorgar un brillo moral a la destrucción de ucrania.
(...) la mentira ha evolucionado con la tecnología: ahora consiste en secuestrar la identidad moral e histórica de las personas.
Eva Illouz,
Gobernar la conciencia. La guerra de Putin, La Maleta de Portbou septiembre-octubre 2022, 54
Tenemos hoy una izquierda moralista y victoriana. Su obsesión es, por encima de todo, preservar las buenas costumbres. No tiene ninguna intención en transformar la sociedad, porque lo que quiere es formar individuos virtuosos. No cambia estructuras; solo vigila conductas.
Manuel Delgado Ruiz, @manueldelgadr7. 29/10/2022
Además, gran parte del conocimiento de uno mismo proviene de la interacción con los demás, lo que incluye ver cómo te tratan y cómo te comparas con ellos, por lo que la mayor parte del conocimiento de uno mismo estaría ausente.
Un yo totalmente solitario apenas se parecería a ti. De hecho, no serías tú, en lo esencial, porque gran parte de lo que eres proviene de las interacciones con otras personas y con la sociedad en general.
Roy F. Baumeister
twitter Pablo Malo pitiklinov 24/07/2022