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Transcribo un texto célebre, atribuido por Galeno a Demócrito, en el que se presenta la irresoluble dialéctica entre esas dos facultades del ser humano que son la capacidad de percepción sensorial y el intelecto. Cuando el intelecto asegura que lo que sustenta las cosas que los sentidos perciben es algo (átomos y vacío) que los sentidos no pueden aprehender, estos le recuerdan que ellos son la única fuente de la cual extrae el intelecto sus evidencias, por lo cual, la derrota de los sentidos por el intelecto equivaldría a su propia derrota:
“Por mera convención nos referimos al color, y también por convención hablamos de lo dulce, por convención asimismo nos referimos a lo amargo; en realidad sólo hay átomos y vacío” afirma el intelecto. Mas al escuchar tal cosa, los sentidos (aistheseis) responden al intelecto: “Pobre intelecto, pretendes vencernos a nosotros que somos las fuentes de tus evidencias. Tu victoria será tu derrota”.
No hay manera de apostar a un solo polo, mantener la tensión de la contradicción es lo único que con lucidez cabe hacer. Mas si nuestra propia condición biológica puede explicar la tendencia a homologarnos con la generalidad animal, el intelecto parece hoy tomar su revancha al apostar por la eclosión de entidades sin vida, pero dotadas de inteligencia y aun de inteligencia lingüística.
Una prueba de que hay efectiva praxis filosófica sería que el espíritu se encontrara realmente atravesado por lo que citado texto indica. Estar efectivamente abierto a la posibilidad de que el intelecto no sea un reflejo de la realidad exterior, sino el único garante de que hay tal realidad exterior. Tomarse pues en serio quizás en problema filosófico fundamental.
No se trata tanto de posicionarse ante una posibilidad u otra, sino simplemente de dejar de considerar la cosa como un ocioso experimento mental, sin duda de interés cultural pero que no pone en tela de juicio la convicción firme de que el ser humano es un elemento más en un entorno del que sólo un extravío mental haría dudar. Descartes lo señalaba ya en sus Meditaciones. La filosofía fuerza a poner en entredicho las apariencias, pero las opiniones ancladas se resisten de inmediato:
“Pues aquellas viejas y ordinarias opiniones vuelven con frecuencia a invadir mis pensamientos, arrogándose sobre mi espíritu el derecho de ocupación que les confiere el largo y familiar uso que han hecho de él, de modo que, aun sin mi permiso, son ya casi dueñas de mis creencias (…) Aun dado que los sentidos nos engañan a veces, tocante a cosas mal percibidas o muy remotas, acaso hallemos otras muchas de las que no podamos razonablemente dudar, aunque las conozcamos por su medio; como por ejemplo que estoy aquí, sentado junto al fuego, con una bata puesta y este papel en mis manos”.
Lo que el hipotético Descartes que volvería a las “viejas y ordinarias opiniones”, efectúa no es tanto tomar partido por los sentidos en el texto de Galeno como poner en entredicho la legitimidad misma de la cuestión que ese texto plantea. Expulsar el asunto del catálogo de lo que puede y debe ser planteado: tal es la primera premisa de seres humanos resignados a vivir sin filosofía.
Victor Gómez Pin, Ante un texto emblemático: disposición filosófica versus poder de las "ordinarias opiniones", El Boomeran(g) 08/07/2024
Nadie en su sano juicio puede poner en cuestión el hecho de que la existencia humana es esencialmente trágica, e incluso que en tal tragedia reside lo irreductiblemente valioso de nuestra condición “le meilleur témoignage que nous puissions donner de notre dignité” (el mayor testimonio que podemos dar de nuestra dignidad)” de los versos de Baudelaire. A nadie lúcido le pasa por la cabeza que quepa una sociedad humana en la que no se dé contradicción entre impulso vital y astenia provocada por la enfermedad o la vejez, entre deseo de creación y sentimiento de límite, entre deseo de abolir la alteridad respecto al otro y sentimiento de que sólo por su esencial irreductibilidad el otro es deseable (deseo pues del otro en su libertad). A nadie lúcido pasa por la cabeza, en suma, que la vida humana no se halle, en todo momento y en toda circunstancia intrínsecamente, amenazada por la contradicción. ¿Qué se está pues sosteniendo en esta apuesta “anti-nihilista”? Sencillamente lo siguiente:
Todos sabemos que lo doloroso del destino humano en modo alguno es reductible a la indigencia material y espiritual, pero damos un paso de gigante cuando, como Aristóteles, nos apercibimos de que nuestra esencial confrontación sólo empieza cuando precisamente las vicisitudes relativas a la subsistencia no son ya determinantes, entendiendo que no se trata de liberarse individualmente de tal sumisión, pues una parcela de indigencia y esclavitud se proyecta como amenazante fantasma sobre la zona de privilegio, generando urgencias defensivas y haciendo imposible que la energía social se halle canalizada hacia el despliegue de nuestras facultades de conocimiento, creación y simbolización. La asunción plena de la tensión inherente a la dialéctica entre finitud de la condición animal y saber de tal finitud (tensión que se halla en el origen quizás de todas las vicisitudes trágicas de la condición humana) pasa así por el acto de empezar a socavar el edificio de la alienación: “Esclavitud versus Tragedia” cabe decir.
Victor Gómez Pin, Naturaleza humanizada, sociedad naturalizada, El Boomeran(g) 24/06/2024
Abiertamente atea, defensora del aborto como un derecho moral de la persona gestante, partidaria de la eutanasia y de la legalización de las drogas. Si Ayn Rand estuviera viva, los conservadores y la nueva derecha le colocarían el título de “zurda”, “marxista cultural”, “bruja”, “hereje” o “liberprogre”. No me quedan dudas.
El objetivismo, nombre que Rand le puso a su conjunto de ideas, es una filosofía que defiende la realidad objetiva, la razón como forma de conocimiento, el interés individual en la ética y el libre mercado en economía. Tal vez sea solamente por esto último y por sus críticas al comunismo soviético que algunos partidarios confundidos de la nueva derecha la “usen” (y luego la desechen o la excluyan, como hizo su círculo “liberal” en su época).
Por eso para defender su legado creo importante remarcar que Rand fue abiertamente crítica con los conservadores, sosteniendo que estos abogan por el control gubernamental sobre el ser humano, sobre su conciencia, ya que defienden un derecho estatal a determinar unos valores morales “ideales”, a implementar un establishment gubernamental de la moralidad. Rand los llamó “místicos del espíritu”.
En su último discurso, en el año 1981, Ayn Rand hizo una enfática crítica a Ronald Reagan, el gurú de la nueva derecha, y a la llamada “mayoría moral” a la que apelaba el expresidente estadounidense, incluido lo que la autora llamó “el más falso de sus lemas”, que era la afirmación de que son “provida”.
Rand fue crítica no solo con la unión entre la religión y la política (esa relación que hoy obsesiona a Javier Milei), sino también con la religión como tal. Si, como decía Ayn Rand, Estados Unidos es el primer país basado en el concepto de libertad, Donald Trump no lo representa ni lo entiende. Y no cabe duda que hoy sería la primera en levantar la voz contra todos los populistas de derecha que con nacionalismo y religión están brotando en Europa y a lo largo del mundo, al estilo de Santiago Abascal, Marine Le Pen o Giorgia Meloni, comenzando por la frase que plasmó en su obra La virtud del egoísmo (1964): “El racismo es la forma más baja y primitiva del colectivismo”.
Nada de lo que nos pasa puede entenderse sin Carl Schmitt. Sobre todo, si tratamos de analizar por qué la derecha sufre un brote extremista en su psique política que le lleva a arrebatos furiosos de populismo que impugnan la aspiración consensual y pactista de la democracia liberal. Para acertar la diagnosis hay que releer a Schmitt. En su obra se explican las causas de la polarización amigo-enemigo, de la inevitabilidad de la geopolítica o el auge del decisionismo. También aborda los motivos que llevan a los liderazgos por aclamación, a la sustitución de la democracia liberal por la populista o la derrota de la racionalidad deliberativa ante la emocionalidad, entre otros factores que concita nuestra realidad cotidiana. En todos ellos, Schmitt tiene algo que decir.
Pero nos equivocaríamos si pensáramos que lo que dice es algo que cae dentro de la dogmática derecha-izquierda. No, Schmitt la trasciende, aunque fue el teórico más importante de la llamada Revolución Conservadora del periodo de entreguerras en Alemania. Su reflexión es revolucionaria. Cuestiona el liberalismo como fundamento de la democracia y la racionalidad como el presupuesto moral de la estructura organizativa de la comunidad política. Para Schmitt, el liberalismo no sirve en momentos de excepción. Es decir, cuando la normalidad del mundo es sacudida por la complejidad de este y se precipita en la ruptura de la paz social. En realidad, Schmitt es el profeta del populismo y de la agitación emocional que arrastra a los pueblos a echarse en brazos de líderes abrasivos que les hablan desde el sentimiento y las vísceras políticas. Por eso, lo invocan todos los críticos de la democracia liberal. No importa el color político ni la latitud geográfica. Él siempre está ahí. Vivo y coleando. No falla cuando alguien dispara contra ella.
Hayek fue el gran teórico moderno de la individualidad: quien mostró por qué la sociedad, tratándose de mucho más que la suma de individuos, no es —ni debe ser— el resultado de la planificación central y teleocrática de un grupo de ingenieros sociales, sino el fruto evolutivo, emergente y no intencionado de las interacciones voluntarias de millones. Cómo la libertad individual sólo florece en el orden espontáneo de la Gran Sociedad y del mercado.
Hubo épocas en las que la pregunta “¿quién eres?” se respondía con un vínculo familiar o un gentilicio, (soy la hija de Juan o soy de Zuheros). Hoy esta pregunta se contesta con el trabajo. Si la vida es el tiempo y el tiempo lo ocupa cada vez más el trabajo, este termina identificándonos y antecediendo otras maneras de presentarnos. Sin embargo, al mismo tiempo muchos trabajos se han desdibujado en multitud de pequeñas prácticas que hacen difícil acotarlos en un oficio y palabra porque somos y hacemos muchas cosas. También la precariedad obliga a la polivalencia alimentando el conflicto laboral e identitario. En mi libro El informe cuento la peculiar historia de una investigadora de “currículum competitivo” que dedica la mitad del año a trabajar en un centro de investigación y la otra mitad a ser pastora en el sur de Francia. Esta anomalía de ser “investigadora y pastora” habla de las tensiones que estamos viviendo en la transformación del trabajo.
Los avances tecnológicos pueden y deben ayudar, pero no lo están haciendo como esperábamos. Lejos de estar suponiendo una mejor organización de tiempos, o una liberación de los trabajos más tediosos y mecánicos, lo que estamos viendo es que las IAs se ocupan de tareas creativas, empujando fuera del mercado a ilustradores, traductores, actores, escritores, asesores y otros. Entretanto las burocracias crecen y es fácil encontrar trabajadores muy cualificados dedicando la mayor parte de su tiempo a cumplimentar informes o a suministrar datos a la máquina. La autogestión movida bajo fuerzas exclusivamente mercantilistas que buscan más ganancia, con independencia del valor y sentido de lo que se hace, lleva a lógicas hiperproductivas y competitivas donde los trabajadores se convierten en pieza de la maquinaria.
La vida nos pertenece, debiera ser un mandato tener libertad sobre la propia vida a través del tiempo propio. Sin embargo, pareciera que si no somos ricos ni valientes hemos de venderla de antemano al trabajo. Hay quienes pasan su vida dedicados al trabajo, buscando trabajo, preocupados por el trabajo o descansando solo para tomar aliento del trabajo hasta hacer coincidir enfermedad y jubilación.
Para reapropiarnos del tiempo propio ayudaría reducir la jornada laboral, recuperar el valor de una vida consciente y más vivible. Con tiempos libres la vida (individual y colectiva) sería mejor pero también podríamos concentrarnos en hacer con mayor atención y cuidado nuestros trabajos. Incluso podríamos ayudar a desmontar el dilema vida/trabajo, pues en muchos casos podríamos disfrutar de esas prácticas poniendo en ellas mejores ideas, mayor valor y sentido.
¿Por qué naturalizar que esto es la vida? Naturalizar una vida convertida en trabajo anima a mantenerla, a dar por sentado que está bien, y como efecto terminamos legitimando las desigualdades que hoy se mantienen y amplifican con estas maneras de vivir-trabajar. Rebelarnos frente a esta normalización implica recordar que las formas de trabajar son formas convenidas que pueden ser transformadas. La centralidad que hoy se da al trabajo pone la energía en el “más” y en el “uno mismo” dificultando los lazos colectivos que ayudan a decir “no” y a cambiar socialmente una situación que nos daña.
Daniel Ochoa de Olza, entrevista a Remedios Zafra: "Debería de ser un mandato disponer del tiempo propio", El País 29/06/2024
La Ilustración y el liberalismo sin embargo nos enseñaron -o nos recordaron, más bien- que es posible y necesario reivindicar también la importancia del individuo como ser autónomo, como ciudadano pero también como un ente independiente responsable de sus propios actos y dotado de conciencia. Y fue entonces cuando llegó Kant para darle forma bonita a todo esto formulando el imperativo categórico y dejando desde entonces sin excusas a las malas personas.
Ilustrados y liberales clásicos -no estas versiones grotescas e ignorantes que se entregan medallas y agitan sierra mecánicas que se estilan tanto en estos tiempos chifladísimos de fin de ciclo histórico en el que el siglo XX está teniendo una agonía larguísima y desesperante- nos vinieron a decir que, por más que vistiéramos de gala nuestras malas acciones, lo cierto es que todos teníamos la capacidad de saber cuándo estamos obrando bien y cuándo la estamos cagando como seres humanos. Pero lo más hermoso de la ética kantina reposa en el hecho de que este prusiano bajito de Königsberg formuló que esa capacidad moral de discernir el bien del mal no nos venía dada por Dios ni dependía tampoco de ninguna autoridad terrenal superior porque nacía de la Razón, del interior de cada uno de nosotros, de nuestra propia conciencia puesta a trabajar y a pensar junto a la del resto de seres humanos. Y fue así como Kant nos dio la libertad para ser buenas personas.
A partir de los escombros de la Segunda Guerra Mundial nos volcamos en construir todo un nuevo aparataje simbólico, político y legal que nos pudiera mantener a salvo de repetir los horrores del fascismo y del nazismo, aunque la mayoría de estos edificios que se levantaron lo hicieron sustentados por pilares defectuosos o quedaron abandonados ante la lógica suicida de la Guerra Fría. Sin embargo, sí que se logró alcanzar progresivamente una suerte de consenso social, de censura pública ante cualquier discurso que alimentara los malos sentimientos y las bajas pasiones. Esta suerte de imperativo categórico de la retórica política y social, de censura y rubor ante los discursos de odio y la exhibición pública de nuestra peor cara, no dejaba de ser, también en cierta medida, una banalización de bien , pues la capacidad de autoengaño del ser humano es enorme y nadie se imagina ser el villano en la película de su vida, pero al menos permitía mantener un cierto nivel de recato en las conversaciones públicas. Y si bien la popularidad de las redes sociales nos ha ayudado a dar rienda suelta a nuestro peor yo, lo cierto es que la mayoría de los llamados trolls se esconden todavía tras seudónimos y fotos de perfil falsas pues casi nadie quiere ser identificado públicamente como una mala persona, un acosador o un troll. Y aunque el imperativo kantiano corre el riesgo de ser interpretado en términos exclusivamente individualistas, como una cuestión de buena fe y no como parte de las virtudes ciudadanas, aun así sigue siendo una de las mejores herramientas con las que contamos para parar la reacción y la violencia -simbólica, política y material- de las derechas extremas y los populismos necrocapitalistas que depredan los restos del estado del bienestar.
El salto ontológico y ético de premiar o condonar los discursos de odio, el insulto y la exhibición pública e impúdica de desprecio por lo comunitario y por los demás tiene un costo elevadísimo en términos políticos y de convivencia. Cuando un articulista a cara descubierta dedica columnas que alimentan el odio a las personas migrantes, cuando se alimentan discursos contra las personas trans, se ríen las gracias sobre el color de la piel de los deportistas o se señala con el dedo al discrepante y se alimentan campañas de acoso contra él, se está dando un portazo a las reglas básicas de la democracia y también se está poniendo en peligro la integridad y la vida de las personas señaladas.
Los discursos de odio y cualquier manifestación pública destinada a alimentar los más bajos instintos han de ser de nuevo duramente censurados, señalados y repudiados por la sociedad. Sería por tanto un error tremendo por parte de las izquierdas pensar que pueden replicar esta estrategia, pues jamás podrán competir con las derechas en eso de sacar lo peor de la gente, pero es que además el matonismo conduciría, en el mejor de los escenarios, al desencanto y la desafección política en un momento en el que es necesario volver a construir alternativas basadas en la solidaridad, el respeto por la diversidad y el optimismo. Hace ya dos siglos que un señor muy aburrido pero también muy listo de Königsberg nos marcó el camino. Tampoco es tan difícil. We Kant.
Silvia Cosio, Yes, we Kant, publico.es 28/06/2024
Nicolás Cusa explica de qué manera saber es ignorar. Una postura que anticipa la de Popper: toda ciencia es falsable, antes o después se mostrará falsa; y así, de falsedad en falsedad, vamos avanzando. De modo parecido a como la enfermedad engaña al justo, el saber engaña al inadvertido, inflando su ego, cegándolo al hecho de que lo único que podemos saber es que no sabemos. Esa ignorancia es un tesoro que hay que custodiar celosamente. Y, ¿cómo hacerlo? Mediante el estudio y el aprendizaje, de modo que esa ignorancia sea docta (o enciclopédica, como diría Huxley). En un mundo de expertos, vemos qué poco espacio queda para esta perspectiva, humilde y ambiciosa al mismo tiempo.
Lo infinito, por escapar a toda proporción, nos es desconocido. Pero el infinito ha entrado en las matemáticas (fundamento de todas las ciencias), y éstas no saben vivir sin él. Desde Gödel lo sabemos. El infinito es indomable, sin embargo, resulta esencial para la creatividad matemática. Pitágoras pensaba que las cosas eran inteligibles debido al poder de los números. La proporción indica conveniencia con algo único, y a la vez, alteridad con lo plural. Para Cusa el máximo absoluto es Uno. La unidad universal del Ser es indiscutible. Todas las cosas están en él, y él mismo está en todas las cosas. Esa es la magia recíproca de lo real. Un ejército de correspondencias. Pero hay más. “El universo no tiene subsistencia más que contraído en la pluralidad”. El máximo es el Uno, a la vez contracto y absoluto, que llamamos persona.
Elevando el entendimiento sobre la gravedad de las palabras, Cusa espera abrir el camino a los ingenios corrientes, que el lector de su opúsculo “ascienda” hacia el intelecto puro, a la inaprensible verdad. Para semejante ambición, los números se muestran impotentes. No hay proporción alguna entre lo finito y lo infinito. Y, de un modo muy cuántico, afirma: “Siempre permanecerán diferentes la medida y lo medido”. Medir es confundir, perturbar lo medido. Kant lo dirá de otro modo. La cosa en sí es inaccesible. Cusa insiste: “La verdad no está sujeta a un más o un menos, es algo indivisible, no se puede medir con exactitud ninguna cosa que no sea ella misma lo verdadero”. Con otras palabras, eso afirman Nisargadatta y Maurice Frydman: sólo se puede conocer lo falso, lo verdadero hay que serlo. Cusa pone como ejemplo el círculo, de naturaleza indivisible, que sólo puede medir torpemente el no-círculo (mediante los infinitesimales). El polígono se acerca al círculo si se multiplican sus ángulos, pero nunca lo suficiente. “El entendimiento, que no es la verdad, no comprende la verdad con exactitud”. Cusa descarta que las ciencias, que se harán matematizantes con Galileo y Descartes, puedan conocer la verdad. “La quididad de las cosas es inalcanzable. Y cuanto más profundamente doctos seamos en esta ignorancia, tanto más nos acercaremos a la misma verdad”.
La unidad no es un número, es aquello que hace posible todos los números. La unidad es Dios, y resulta innombrable. El número, que es un ente de razón, presupone la unidad. La pluralidad de las cosas desciende de esa unidad infinita y ambas están relacionadas de tal manera, que sin ella no podría existir. Lo importante no puede decirse ni pensarse, trasciende el entendimiento, que es torpe a la hora de combinar contradicciones (Cusa anticipa a Wittgenstein). Y refuerza su apuesta contra el racionalismo: “el máximo no es posible alcanzarlo de otra manera que incomprensiblemente”. El entendimiento no sabe, pero la vida sí. La docta ignorancia intuye que esa unidad existe necesariamente (aquí Spinoza). Además, el máximo y el mínimo absoluto coinciden. “Quitando el número cesa la discreción, el orden, la proporción, la armonía y la misma pluralidad de los entes”. Sólo le falta citar a Averroes, cosa que no hace, pero está en la misma danza.
Juan Arnau, Nicolás de Cusa, el tesoro de la ignorancia, El País 25/06/2024
Los patrones dietéticos, en cualquier caso, también moldean el gusto, conviene Egan: “Las dietas occidentales ricas en grasas y carbohidratos cambian el paisaje proteómico de la lengua y los ratones obesos y diabéticos y sus crías tienen una mayor preferencia por los estímulos dulces”. La investigadora agrega, no obstante, que no se ha demostrado todavía una conexión directa entre la obesidad y la percepción del gusto en humanos.
Con todo, el sentido del gusto tampoco termina en la boca. Hay receptores extraorales que, aunque no perciban directamente los sabores como en la lengua, también se activan de una manera u otra cuando le llegan los distintos estímulos gustativos. “Los investigadores han descubierto diversas funciones de los receptores del gusto extraorales, como la regulación de la fertilidad masculina y la protección del tejido en la vasculatura pulmonar. El intestino ha surgido como un sitio para explorar la participación de los receptores del gusto y sus vías de señalización posteriores en el apetito, la nutrición y las enfermedades”, resume la científica en el artículo.
El gusto no es un sentido aislado en la boca. José Manuel Morales, vocal de la comisión de Otología de la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello (SEORL-CCC), señala, de hecho, que “lo más importante para la interpretación de los sabores” ya es la “interrelación entre el olfato y el gusto”. “Para que puedas percibir los matices de un sabor, necesitas el olfato”, defiende.
Jessica Mouzo, ¿Dulce, salado, ácido y amargo? No, el gusto y el mapa de sabores de la lengua no es como te lo enseñaron, El País 25/05/2024
... yo no entendía que la guerra misma podía ser celebrada como un acontecimiento feliz por gente rica y relativamente civilizada. Hasta que leí el Equivalente moral de la guerra, la conferencia que William James leyó en la Universidad de Stanford en 1906.
“La guerra moderna es tan costosa que consideramos el comercio como una mejor vía para saquear”, observa James. “Pero el hombre moderno hereda toda la belicosidad innata y todo el amor por la gloria de sus antepasados. Mostrar la irracionalidad y el horror de la guerra no tiene ningún efecto sobre él. Los horrores son lo que lo fascina”. Esa fascinación es inversamente proporcional a la experiencia directa con la guerra de una muchachada sureña intoxicada por la gloria de los héroes de la Revolución Americana y las gestas medievales. Pero también a la existencia de espacios donde un hombre puede demostrar lo que tiene dentro y aprende a ser útil a su comunidad.
“Todas las cualidades de un hombre adquieren dignidad cuando sabe que el servicio de la colectividad que lo posee las necesita”, escribe James. “Si se enorgullece de la colectividad, su propio orgullo aumenta en proporción”. Lo vemos en los deportes de equipo, en los programas de Alcohólicos Anónimos. Lo dicen los neurobiólogos, los filósofos y los académicos del bienestar.
Marta Peirano, Identidad, pertenencia, comunidad, El País 24/06/2024
El millor: l'esperit polèmic. La idea que allò personal és polític: "política sexual" és precisament situar allò considerat privat (sexualitat), com a públic (política). La insistència en la reeducació de les persones, en el canvi de mentalitats. El retrat d'un imaginari masculí encara persistent a través d'acumular fragments d'obres literàries. I molt més.El pitjor: la identificació dels personatges amb els autors, en una mena de psicoanàlisi amateur que fa innecessàriament complicades les seves tesis.
"Las orgías que Miller [Henry Miller], con loable intención didáctica, presenta como ejemplos de esa sensualidad alegre y desenfadada que ha conseguido desembarazarse de las restricciones del puritanismo americano, no son sino paradigmas de la mentalidad autoritaria en los que el macho goza de una libertad absoluta." (515)
Even the orgies which Miller presents to us as lessons in a free and happy sensuality, far removed from the constraints of American puritanism, are really only authoritarian arrangements where male will is given absolute license. (305)
Diríem: Incluso las orgías que Miller nos presenta como lecciones de una sensualidad libre y feliz, lejos de las prohibiciones del puritarismo americano, en realidad son solo disposiciones autoritarias en las que la voluntad del macho dispone de libertad absoluta.
Només un altre exemple: la insistència a traduir "double standard" ("doble raser moral", o "doble moral") cada vegada d'una manera diferent: "dualidad normativa" (128); "dualidad de criterios"; "duplicidad moral (174); "código moral doble" (222); "duplicidad de las normas morales"(228); "duplicidad ética" (263); "duplicidad normativa" (543).
I
Vuelvo a casa después de 10 días con la familia por la asombrosa tierra castellana y me encuentro, primero, con esta agradable sorpresa:
Y, tercero, con la portada de mi nuevo libro, que llegará a las librerías el 1 de septiembre:
II
Con mi mujer, mis dos hijos y mis dos nietos nos plantamos el día 29 en Molpeceres, un pueblecito de Valladolid, al sur de Peñafiel. Invitado por Armando Zerolo estuve desmenuzando el Frankenstein de Mary Shelley (dos horas diarias matinales a un grupo de jóvenes que después se arremangaban para trabajar con pico y pala bajo un sol ardiente). Tras la sesión literaria, nos íbamos los seis a recorrer aquellas tierras: Peñafiel, Valbuena de Duero, Rábano (y su playa fluvial), el parque natural de las Hoces del Río Duratón (en la ermita de San Frutos me encontré con un seminarista que anda ayudando al párroco de mi pueblo), Sepúlveda (¡qué lechón!)...
De Molpeceres nos trasladamos a un pueblecito encantador de la burgalesa Sierra de la Demanda, Hoyuelos de la Sierra, al Norte de Salas de los Infantes, junto a un pueblo llamado Barbadillo del Pez (¡cómo me gustan estos nombres!), donde íbamos a disfrutar de las cascadas de agua helada del río Pedroso. Resalto la inolvidable excursión que hicimos en bisca de las ruinas del convento franciscano de Nuestra Señora de los Lirios.
Ayer al atardecer estaba de vuelta en casa.
Iré dando cuenta de todo esto. Ahora tengo que dedicarme a poner orden en el trabajo atrasado.
Lo
recuerdo con viveza aunque hayan pasado ya más de cuarenta años. Era una tarde
de Nochebuena y teníamos que recoger a una de mis abuelas, que vivía sola en
una barriada del extrarradio, para llevarla a cenar a casa. Cuando ya nos
marchábamos me llamó la atención la postura encorvada de una anciana que
permanecía sentada en un banco no lejos de nosotros. La luz del crepúsculo
invernal no dejaba ver muy bien, pero cuando logré hacerlo advertí que la mujer
estaba abrazada con todas sus fuerzas, casi fundida, a un perrillo pequeño que
sostenía en su regazo. La figura de aquella viejecilla sola, inmóvil, agarrada
a su perro en mitad de aquel descampado en vísperas de Navidad se me quedó en
la memoria como el más triste retrato de la soledad absoluta.
Hasta que hace unos días me tope con otro igual o más melancólico aún. La imagen, publicada en la prensa, era de otra anciana, sentada en una modesta mesa de cocina, que dejaba caer dulcemente la cabeza sobre el rostro dibujado e inexpresivo de un robot groseramente parecido a un pingüino y que, según se decía más abajo, estaba programado hasta para reaccionar a las caricias. Contaba la mujer que vivía con aquel autómata desde hacía cuatro años, y que este sustituía a la familia, los hijos y a la pareja que no tenía. Si creía que no podía hallar nada más triste a la anciana aquella del perrillo, me equivoqué de plano.
Los filósofos asocian la tristeza a la idea de un mal o disminución. ¿Pero tan malo o imperfecto es que las personas no tengan más remedio que acallar su soledad – o incluso prefieran hacerlo – con un animal o una máquina en lugar de con otro ser humano?
Yo creo que sí. Que proliferen mascotas o engendros mecánicos en sustitución de personas en hogares, asilos u hospitales me parece algo intrínsecamente perverso. No niego sus ventajas prácticas (por ejemplo, económicas), pero no es menos innegable que sustituir interacciones humanas, por simples que puedan ser, por otras más primarias o mecánicas, por complejas que puedan parecer, representa la pérdida de algo esencial, y algo, por tanto, objetivamente triste.
Tal vez lleguemos a acostumbrarnos a la extraña conversión del objeto (la máquina) en sujeto, no digo que no. Quizás esto tenga relación con la cada vez más intensa instrumentalización del mundo y del prójimo a la que parecemos abocados (si de forma cada vez más infantil concebimos a las personas que nos rodean como instrumentos, ¿por qué no vamos a dejar de considerar a los instrumentos como personas?). Es posible que el progreso sea esto: una absoluta experiencia de unión con un «otro» a medida, con un mundo en que ya nada nos sea indomesticable o ajeno. Pero a mí, más que una supresión de lo ajeno lo que todo esto me parece es una completa enajenación colectiva. Esa por la que probablemente vamos a perdernos de nosotros mismos, ahogados, como Narciso, en un líquido mundo de apariencias. Consúltenlo con su androide más cercano.
La vida humana no persigue un objetivo final, no tiene un propósito último. La vida, entendida en su globalidad, no es un proceso teleológico que nos lleva a la felicidad, aunque en ella sí que busquemos conseguir ciertas metas. No existe un lugar, un momento, una meta final, un objetivo último que vaya a otorgarnos un estado superior de bienestar. La vida no es eso. Y creo que mucha gente se pasa la vida esperando o buscando desesperadamente no sé sabe qué tipo de felicidad, mientras se pierde la auténtica vida.
La felicidad está en la antesala de la felicidad
La felicidad es lo contrario a la esperanza
La felicidad está en no perseguir la felicidad
La felicidad no es el final de un camino
Distinción entre hedonismo y eudaimonía
La felicidad es un hábito
La felicidad es aceptar la disonancia
La felicidad es saber diferenciar entre macrosentido y microsentido
La felicidad es vivir en un lugar habitable
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, La felicidad desesperadamente, hyperbole.es 23/06/2024
No es ningún secreto que el aprendizaje profundo necesita grandes volúmenes de datos. Grandes quiere decir más de un millón de imágenes de entrenamiento etiquetadas en ImageNet. ¿De dónde proceden todos esos datos? La respuesta es, por supuesto, que de ti y probablemente de todos tus conocidos. Las aplicaciones modernas de visión por ordenador solo son posibles gracias a los miles de millones de imágenes que los usuarios de internet suben y (a veces) etiquetan con un texto que identifica lo que aparece. ¿Alguna vez han subido una foto de un amigo a Facebook y la han comentado? Facebook se lo agradece. Esa imagen y ese texto pueden haber servido para entrenar su sistema de reconocimiento facial. ¿Alguna vez han subido una imagen a Flickr? En ese caso, es posible que su imagen forme parte del conjunto de entrenamiento de ImageNet. ¿Alguna vez han identificado una imagen para demostrar en una web que no son un robot? Esa identificación quizá ha ayudado a Google a etiquetar una imagen para usarla en el entrenamiento de su sistema de búsqueda de imágenes.
Las grandes empresas tecnológicas ofrecen muchos servicios gratuitos en el ordenador y el teléfono móvil: búsqueda en internet, videollamadas, correo electrónico, redes sociales, asistentes personales automatizados…, una lista interminable. ¿Qué salen ganando? Quizá han oído decir que su verdadero producto son sus usuarios (como usted y como yo); los clientes son los anunciantes que captan nuestra atención y adquieren información sobre nosotros mientras utilizamos estos servicios “gratuitos”. Pero hay una segunda respuesta: cuando utilizamos los servicios de empresas tecnológicas como Google, Amazon y Facebook, estamos proporcionando directamente a esas empresas ejemplos –imágenes, vídeos, mensajes de texto o voz– que pueden aprovechar para entrenar mejor sus programas de IA. Y esos programas mejorados atraen a más usuarios (y, por tanto, recogen más datos), lo que hace que los anunciantes puedan dirigir sus anuncios de forma más eficaz. Además, los ejemplos de entrenamiento que les proporcionamos pueden servir para entrenar y ofrecer a otras empresas servicios “de oficina”, como la visión por ordenador y el procesamiento del lenguaje natural, a cambio de dinero.
Se ha escrito mucho sobre la ética de estas grandes empresas que utilizan los datos que creamos nosotros (por ejemplo, todas las imágenes, los vídeos y los textos que colgamos en Facebook) para entrenar programas y vender productos sin decírnoslo ni compensarnos. Es un debate importante, pero se sale del ámbito de este libro.[8] Lo que me interesa aquí es que la dependencia de extensas colecciones de datos de entrenamiento etiquetados es una diferencia más entre el aprendizaje profundo y el aprendizaje humano.
Con la proliferación de sistemas de aprendizaje profundo en aplicaciones del mundo cotidiano, las empresas necesitan nuevos conjuntos de datos etiquetados para entrenar redes neuronales profundas. Un ejemplo destacable son los vehículos autónomos. Estos coches necesitan una visión por ordenador avanzada para reconocer los carriles de la carretera, los semáforos, las señales de stop y otros elementos, así como para distinguir y seguir la pista de distintos tipos de posibles obstáculos: otros coches, peatones, ciclistas, animales, conos de tráfico, cubos de basura volcados, matojos rodadores y cualquier otra cosa con la que no conviene chocar. Los coches autónomos tienen que aprender a identificar esos objetos –con sol, lluvia, nieve o niebla, de día o de noche– y a determinar cuáles pueden moverse y cuáles no. El aprendizaje profundo facilita esa tarea, al menos en parte, pero, como en otros ámbitos, necesita una enorme cantidad de ejemplos de entrenamiento.
Las empresas de vehículos autónomos recogen esos ejemplos de entrenamiento en un sinnúmero de horas de vídeo grabadas por cámaras desde coches que circulan en medio del tráfico de calles y carreteras. Los coches pueden ser prototipos de conducción autónoma que las empresas están probando o, en el caso de Tesla, coches conducidos por clientes que, al comprar un vehículo, tienen que aceptar una política de intercambio de datos con la empresa.[9]
Los propietarios de Tesla no tienen obligación de etiquetar todos los objetos que aparecen en los vídeos grabados por sus coches. Pero alguien tiene que hacerlo. En 2017, el Financial Times informó de que “la mayoría de las empresas que desarrollan esta tecnología emplean a cientos e incluso miles de personas, muchas veces en centros deslocalizados en India o China, cuyo trabajo consiste en enseñar a los coches robot a reconocer peatones, ciclistas y otros obstáculos. Los empleados marcan o “etiquetan” manualmente miles de horas de vídeo, a menudo fotograma a fotograma”.[10] Han nacido nuevas empresas que proporcionan el servicio del etiquetado de datos; por ejemplo, Mighty AI ofrece “los datos etiquetados que necesitas para entrenar tus modelos de visión por ordenador” y promete “anotadores conocidos, verificados y de confianza, especializados en datos de conducción autónoma”.
Melanie Mitchel, Las máquinas que aprenden, fronteraD 20/06/2024
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I
Amanecer lento, sin que se asome el azul del cielo al nuevo día. Una amorfa densidad de nubes grises parece anunciar un chaparrón inminente, pero que se demora. Por la ventana me entra una brisa fresca, muy agradable.
II
Me escribe B. desde París: "Nous vivons ces jours-ci dans une atmosphère délétère, en attente de la catastrophe annoncée".
J., que es judío y francés, aunque vive en Barcelona, me dice que va a votar lo que hasta hace poco le resultaba inimaginable, a Le Pen.
III
Sin dramatismos, solo con actitud notarial: La vida, vista desde la perspectiva en que la naturaleza ya no es lo que empuja, sino lo que espera: Del arado a la guadaña.
IV
Y Macron se ha segado los pies.
V
Creo que lo que mantiene en pie a las cosas humanas es nuestra poca memoria. Gracias a que somos tan desmemoriados hay tantas cosas que parecen originales.
VI
Por no sé dónde escribe Unamuno que la educación consiste en poner a un hombre en pie. Hoy lo cancelarían por masculinidad tóxica.
I
He ido esta mañana al estanco a hacer la Primitiva. Ha entrado justo antes que yo un señor que rondaría los 80 años. Ha preguntado cuánto le podía tocar si le daban el boleto ganador de no sé qué juego. La estanquera le ha dicho que 17 millones. "Por esa cantidad, yo no juego", ha dicho el señor. Se ha dado media vuelta y se ha ido. Así que le estanquera y yo hemos tenido tiempo para desarrollar un mínimo tratado de antropología lúdica de urgencia.
II
Junto al estanco está el bar de los desahuciados, gente que se caracteriza por compartir sus problemas con la verticalidad. Esta es la santa alianza de los marginados.Viven de espaldas al pueblo y el pueblo vive de espaldas a ellos. Pasamos junto a ellos sin atrevernos a mirarlos de frente.
III
Esta mañana ha aparecido Lola en la Plaza de Ocata. Traía su novela recién salida del horno:
Curiosa cosa esta de la amistad, que te hace alegrarte de las alegrías ajenas como si fueran propias. Mejor dicho: porque son propias. Hemos hablado de lo divino y de lo humano y hemos enhebrado también nuestra pequeña antropología de la terraza de un café en una plaza de pueblo, pequeña ágora del sentido común. ¡Cuánto le debemos a la gente sencilla con sentido común! Son los que se mantienen despiertos en la frontera. Ellos no lo saben y es precisamente esta ignorancia de la relevancia de su papel la que otorga relevancia a su conducta.IV
Por la tarde he ido de compras con mi hijo y ha estado bien. No hemos hecho antropología de nada. Nos hemos limitado a estar juntos y a poner de vez en cuando la palma de la mano sobre el hombro del otro.
V
Llamadas. Varias de la correctora de mi próximo libro, consultándome detalles relevantes. Varias del diario ARA sobre dos o tres frases de mi próximo artículo. De Emilio del Río, que quiere saber si estoy libre el 4. De nuestras mujeres, que nos transmitían su parecer sobre las fotos de nuestras posibles compras. Del pasado que se inmiscuía de repente en nuestro recorrido con aquel "¿Te acuerdas cuando...?".
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
A
esto se suma el problema de que en estos saberes no siempre es fácil separar el
grano de la paja. De hecho, si en loca «sinergia» mezcla
usted palabras como «innovación», «creatividad», «empatía», «resiliencia», «complejidad» y otras por el estilo, y añade expresiones como «enfoque
socioafectivo», «pensamiento crítico», «experiencia vivencial» o «inteligencia colectiva», le aseguro que,
por desestructurada y superficial que sea su cháchara, se le simulará escuchar
con toda la seriedad que la circunstancia exija.
Ahora bien, de todos los lugares comunes de la retórica pseudopedagógica (nada que ver con la pedagogía de verdad, donde las palabras antes citadas tienen realmente sentido), el más preocupante es aquel que dice que hay que «poner las emociones en el centro» del proceso educativo. ¿Qué significa esto? ¿Se han de anteponer las emociones a cualquier otro criterio? Eso querrían, desde luego, los publicistas, los políticos populistas y todo tipo de tiranos y fanáticos. ¿Pero es algo que debamos querer también los docentes?
La educación emocional, más necesaria que nunca, no consiste en enaltecer o expresar sin más nuestras emociones, sino en comprenderlas, apreciarlas en lo que valen y aprender a controlarlas sujetándolas a criterios de mayor entidad moral. No es la emoción lo que debe «estar en el centro», sino la razón, la reflexión y los valores más estimables. Las emociones son un sistema primario y tosco de evaluación, relativamente útil (aunque no siempre) en determinadas situaciones y que, sin una educación precisa, suele depender de prejuicios, valores e ideas poco conscientes. A lo único que conduce el obedecer a los «impulsos del corazón» es a hacernos esclavos de esas pasiones y prejuicios, incluyendo los más destructivos.
Situar a las emociones en el centro del proceso educativo, en lugar de al servicio de los más nobles valores y principios, y de las razones que nos permiten vislumbrarlos (y someterlos a crítica), es sentar las bases para convertir la educación en un instrumento potencialmente integral de manipulación. Incorporar la dimensión socioafectiva en el aprendizaje es algo más que necesario, sin duda alguna; pero hay que saber hacerlo con delicadeza quirúrgica y exquisita asepsia ideológica, y, desde luego, tras haber vacunado a los niños con dosis masivas y diarias de raciocinio, sentido crítico y reflexión ética. Es decir, con mucha, buena y verdadera educación emocional.
I
Viaje relámpago a Lleida, a hablar de educación con grandes profesionales que han hecho de la cordialidad un hábito. Salía de casa a las 7:00 y estaba de vuelta a las 14:00. Hoy los tiempos adelantan, como decía don Hilarión, que es una barbaridad. Antes de salir de casa he enviado un largo artículo para ACEPRENSA y, al poco de volver, he enviado otro bastante más corto, al Ara. Me gusta escribir en catalán, aunque mi catalán tiene una deriva navarra muy marcada.
II
Me han llegado los dos tomos de las Obras escogidas de Antonio Alcalá Galiano, incluidas en la monumental Biblioteca de Autores Españoles de la Colección Rivadeneira. ¡Ya tengo entretenimiento literario para el mes de julio!
III
Tengo la creciente sospecha de que todo lo que llamamos cultura no es sino una tecnología de ocultación de la naturaleza. Los hombres no sabemos vivir en condiciones de absoluta realidad y, por eso, no cesamos de construir mentiras verosímiles que son las que conforman el mundo de las cosas humanas. Disponemos, sin embargo, de un sentido de la realidad, que es la razón. Pero hay que usarla con cuidado porque, como decía Donoso, que vio esto mejor que nadie, hay una profunda afinidad entre razón y locura. Esta locura es el cinismo.
IV
La tecnología de ocultación más eficaz que hemos construido es la historia (y sus relatos), que es el intento de ocultar el dominio imperialista del tiempo anónimo y su voracidad nihilista.
V
El historicismo es la entrega a la historia para huir del tiempo. Y aquí hay que reconocer los éxitos de la izquierda para crear las religiones laicas del presente. Tengo que tirar de este hilo.
VI
CEU-CEFAS publica cada trimestre unos Cuadernos, muy bien editados, que tratan, en sentido amplio, de filosofía política. El del presente verano está dedicado al conservadurismo, y allí aparecen las firmas de Fantini, García-Máiquez, Pitt, Calleja Rovira y un servidor. Me siento magníficamente bien acompañado.
I
Los residuos de la noche de San Juan. ¿La famosa «ecoansiedad» era esto?
Ayer por la tarde, para entretener un rato la ociosidad de una día largo, di una vuelta con el coche. Al regresar, aparqué casi en frente de mi casa y me dispuse a pasar un buen rato leyendo en la terraza. Llevaría una hora de lectura cuando llamaron al timbre. Me asomé desde la terraza y vi a dos mujeres policías. Muy intrigado, pregunté qué pasaba y la policía a la que le cayó mi inquietud en picado dio un grito. Esperaba que la respuesta a su llamada le llegara por el interfono y le vino de lo alto. Cuando se repuso me preguntó si ese coche aparcado en frente de mi casa era el mío. «¿Le pasa algo?» «Sí, que se lo ha dejado usted en marcha» Por lo visto, un vecino se había dado cuenta y en vez de llamar a mi puerta, llamó a la policía. El coche estaba bien cerrado y en marcha. No es la primera vez que me pasa. Simplemente mi sordera, tan voluble, hay veces que me impide escuchar el ruido del motor y me olvido de apretar el botón de apagado. De todo esto saqué varias conclusiones. La primera, que en todo vecindario hay, al menos, dos vecinos raros; la segunda, que cuando a las 21:00 cogiera de nuevo el coche para ir a buscar a mi mujer a la estación de Sants, estaría tan fresquito; la tercera, que igual tengo que hacer caso al otorrino y mirarme un audífono.
III
Todo el mundo me dice que los audífonos modernos son una maravilla tecnológica y que es muy fácil controlarlos por el móvil. En mi caso, la perdida auditiva va acompañada de unos acúfenos muy puñeteros. Tanto la capacidad de audición como el jaleo de los acúfenos varía a su antojo, con lo cual, como ya comprobé una vez, tengo que estar todo el día regulando el audífono, y, como soy un desastre para estas cosas, para el segundo día ya tengo todos sus mandos alterados y no puedo aclararme con lo que tengo que hacer.
I
Me acaba de hacer una entrevista un periodista que se la había preparado a fondo y les aseguro que ser entrevistado por un buen profesional es un lujo... no muy habitual. Un buen profesional sabe situarte frente a tus convicciones para descubrir en ellas alguna fractura. Es decir, te hace pensar.
II
Noche de San Juan. Cena abundante. Bebida aún más abundante. Coca. Petardos, bengalas y toda esa increíble variedad de explosivos de precios desorbitados que tanto nos gustan. Esta es una de esas noches en que es inevitable echar la vista atrás y recordar cuando los nietos eran más pequeños, aquel día en que... Todo explota y tras la explosión todo se desvanece en medio de la noche más corta del año. Lo que queda son detalles aparentemente menores, pero que se te han quedado pegados al alma.
III
He terminado «Narváez y su época" de Jesús Pabón y comienzo «Godoy: El hombre y el político», de Carlos Seco Serrano, discípulo de Jesús Pabón. Algún año terminaré esto que tengo entre manos desde que publiqué «La imaginación conservadora».
IV
Me quedo con una imagen de Narváez distinta de la que tenía y pensando en cuánto ha recortado nuestra historia a su antojo la historiografía liberal, primero, y marxista, después. Merecemos otra historia. Una historia que no nos haga daño, que no esté escrita contra nadie y, más aún, que ame profundamente su objeto de estudio.
V
Un detalle. Cuando Narváez supo que su gran amigo Luis Fernández de Córdova iba a formar gobierno, le dio un solo consejo: que no entrara en él ningún tonto; porque la tontería no tiene cura y, además, se contagia.
I
Un perro corre por la playa al atardecer. Corre con toda su energía por la línea en que las olas, mansas, mueren en la arena. Corre con toda su energía como si todo lo que le pidiera la vida fuera correr, perderse en la intensidad de su ejercicio y olvidarse de todo lo demás. Corre como si la felicidad fuese el regalo de un olvido que el esfuerzo físico hace posible. Va y viene asustando a los últimos bañistas sin hacer el más mínimo caso al hombre que lo llama.
II
Cuando Ortega habla de las formas de la vida feliz nombra en primer lugar la carrera.
III
Durante unos meses anduve dudando sobre mi tesis doctoral. La alternativa triunfante fue la «República» de Platón; la desechada fue la de las formas de la vida feliz.
IV
No son muchas las formas de la vida feliz. Son muchas más las formas de la vida desdichada.
V
Esta noche es la verbena de San Juan. Hogueras, coca y petardos. En mi pueblo se comían -¿se seguirán comiendo?- caracoles "a la tabla", sin duda la forma más sucia de comer caracoles. Sobre una tabla con sal se ponen los caracoles boca a bajo. Sobre ellos se extiende una capa de carrizo y de le da fuego. Cuando se ha consumido, hay que buscar los caracoles entre la ceniza, mojarlos en una salsa picante deliciosa y comerlos. En la memoria también se construyen imágenes de lo que creemos que fueron formas de la vida feliz. ¿Lo fueron? No lo sé, pero la añoranza construye pasados con los materiales que ella misma se proporciona.
IV
Los textos envejecen más lentamente que los retratos. Nosotros hemos visto envejecer a todos nuestros ídolos. Estamos rodeados, de hecho, de tumbas de nuestros héroes muertos. Los textos importantes siguen ahí, aunque no sean muchos los que los lean. La cultura de la imagen es, pues, una cultura melancólica; mientras que la del texto es más afirmativa y menos evanescente.
V
Curiosamente hay muchas personas que entienden los textos en analogía con las imágenes y nos aseguran que todo lo pasado ha caducado y que el presente ha de ser observado desde el presente, que el pasado no nos enseña más que la lección fatal de la universal obsolescencia.
VI
Entender el texto en analogía on la imagen es no entenderlo.
VII
El historicismo es la ideología que nos anima a poner los ojos en el texto con el mismo hábito decorativo con que los ponemos sobre una imagen.
I
Si existiese un hombre sabio... para él el mundo no tendría ningún secreto. A este hombre, si admitiese consultas, le pediría que me dijera qué podemos ponerle a la vida que tuviera tal valor que la muerte no pudiera arrebatárselo. Es decir: ¿Puedo sembrar algo en mí que, de forma incondicional, tenga futuro? Y entonces miré el reloj y estaba a punto de comenzar el partido de la selección española. Así que pagué la cerveza y me vine rápidamente a casa. La acera de mi calle estaba alfombrada por los pétalos liláceos de las jacarandas, esparcidos por la lluvia matinal.
II
Escribía hace unos días en otro lugar que, como no podemos vivir sin fe, poblamos el mundo de dioses.
III
Un dios es aquello ante lo cual consideramos imperecederamente noble el reclinatorio. Si no hay reclinatorio, no hay valores que merezcan ese nombre (entendiendo por valor aquello que atrae flotando inmóvil sobre el curso del tiempo). El hombre sin reclinatorio es un irresponsable.
IV
Qué hermosas han sido las tardes de esta primavera lluviosa que hoy ya deja paso al verano.
V
La política es el ámbito de las pugnas entre reclinatorios.
V
Acabó el partido. Cené las sobras de la comida y me fui a la cama. Y ahora escribo esto mientras espero. Tengo hora en el otorrino.
I
Temer la muerte es encoger la vida.
II
Hay que darle largas al límite y así agrandar espacios.
III
No sé por qué me encontré con estos pensamientos ayer al despertarme. Aún era noche oscura y durante unos segundos no sabía donde estaba. No me resultó fácil encontrar el interruptor para echar la luz y reconocer la habitación del hotel Inglaterra.
IV
Me levanté muy temprano y fui andando hasta Santa Justa, pero dando un rodeo. Había pedido un picnic, porque el restaurante del hotel no abre hasta las 7:30 y en recepción me dieron una gran bolsa de papel con zumos, yogures, frutas, bollería y un bocadillo. Se lo di todo a un negro desgarbado que había dormido en un banco de la Plaza Nueva, cerca del monumento de San Fernando, y me fui hasta la plaza del Salvador a ver si había abierto una churrería que conocí casualmente en mi anterior visita a la ciudad. Estaba cerrada, pero recordé que allí cerca había una cafetería que abre temprano y tiene un café espléndido y unos cruasanes deliciosos. Estaba abierta y llena a rebosar de turistas jóvenes con caras de sueño y de obreros. Aún faltaba hora y media para que saliera el tren.
V
La mañana en Sevilla tiene sus propios encantos, sus propias luces, sus propias faenas y olores, su propia manera -muy generosa- de entregarse a la mirada curiosa de un forastero, especialmente en esos minutos mágicos en los que el sol ilumina las partes superiores de los edificios y aún mantiene el tránsito de las calles en el umbral del día.
VI
Hay gente que muere con tal cansancio de vivir que recibe a la Parca con alivio, como si fuera a entregarle el pesado fardo de su vida.
VII
Vivir una vida achicada por los mismos esfuerzos del vivir. Eso sí que es triste.
VIII
El negro al que le entregué el picnic me miró con una cara dura, sin el menor atisbo de emoción o de agradecimiento. Creo que incluso vi en ella un esbozo de insolencia, como si me estuviera diciendo: "¿No pensarás que te voy a agradecer la oportunidad que te doy de que te sientas bien?"
Según un
reciente artículo de prensa, la Escuela de Estudios Orientales y Africanos
de la Universidad de Londres ha impulsado un conjunto de propuestas para «descolonizar» y hacer más «inclusiva» la enseñanza
universitaria de la filosofía, reemplazando el
programa centrado en pensadores occidentales clásicos (Sócrates, Platón,
Aristóteles, etc.) por otro con una mayor variedad de autores no occidentales.
Aparte de algunas tonterías, como considerar que los exámenes son una manera «colonialista» de evaluar (¡cuando los popularizaron los chinos!), o que emplear blogs o podcasts es más adecuado a una pedagogía no eurocéntrica (¡cuando son perfectas herramientas de colonización occidental!), la propuesta de esta Escuela es librar a la filosofía, o a cualquier otra manifestación cultural supongo, de sesgos eurocéntricos o racistas; algo la mar de loable. De hecho, sería bueno extender este movimiento a otras culturas (siempre que, rizando el rizo, esta extensión anti-etnocéntrica, tan occidental ella, no fuera considerada también una práctica etnocéntrica…).
Ahora bien, una cosa es el provechoso ejercicio de la autocrítica, o la no menos loable universalización de la mirada a que nos aboca la perspectiva no-eurocéntrica (algo que, por cierto, ya nos enseñaron los viejos filósofos griegos, que acostumbraban a viajar y aprender de los sabios de otras culturas y latitudes), y otra muy distinta el incurrir en la relativización absoluta de los conceptos o en los sesgos ideológicos.
Así, alguien podría pensar que, dado que la filosofía se caracteriza desde sus orígenes como una alternativa crítica y dialéctica a las creencias tradicionales, es difícil justificar que el magnífico caudal de sabiduría de muchos pueblos pueda considerarse otra cosa que un compendio ancestral de preceptos prácticos y creencias sobre el mundo que, aunque dé mucho que filosofar, no sea estrictamente hablando «filosofía». Es claro, por ejemplo, que la teosofía hindú o la tradición confuciana tienen mucha profundidad filosófica (igual que la tienen la teología católica, la escolástica marxista o el psicoanálisis), ¿pero responden realmente a una especulación filosófica libre de dogmas y sometida a una duda radical?
Pasa algo parecido con algunos de los intelectuales erigidos como candidatos a «filósofos no eurocéntricos»: que parecen científicos sociales admirablemente aplicados a deconstruir y explicar la cultura a partir de un determinado paradigma (el del anticolonialismo, el del género, el del antirracismo, etc.), pero no tanto filósofos o filósofas dispuestos a cuestionarlo radicalmente todo, empezando o terminando por su propio marco de interpretación. Admito que la distinción no es fácil, como casi ninguna en filosofía, pero no que sea irresoluble o dé pábulo a un relativismo irrestricto.
En cualquier caso, me parece digno de reflexión que todas estas consideraciones decolonialistas se dirijan casi siempre a saberes como la filosofía o la historia del arte, y casi nunca o significativamente menos a la ciencia. No entiendo bien por qué todo el mundo exige diversidad cultural o paridad de género en el ámbito filosófico o el artístico, pero no, por ejemplo, en el de la física o la medicina. Mucho me temo que cuando vamos a tratarnos a un hospital o a matricularnos en una Facultad de Física, solo exigimos que los médicos, profesores y autores a estudiar sean los mejores en su campo, independientemente de su color de piel, cultura o género.
III
En el ascensor del hotel un matrimonio de ancianos. Ella le cuenta a él que la primera vez que estuvo en aquí, en este hotel, "fue con tus padres". Y añade: "Aún no éramos novios". Después con una delicadeza entrañable le quita algo, un pelo quizás, de la solapa de la chaqueta.
IV
La terraza del Inglaterra es un espectacular mirador sobre la catedral y la giralda. Allí preparo mi conferencia de la tarde, invitado por la buena gente de CESUR. La primera vez que me invitaron a Sevilla fue hace, al menos, 8 años. Esta de hoy es la cuarta. Siempre me encuentro con la misma alegría eficiente.
V
Fecha para recordar: El 18 de junio del 2024 conocí a David Cerdá.
Voy en el AVE camino de Sevilla. A mi izquierda dos varones de unos 35 años. Son, indudablemente, pareja. En los asientos de delante de ellos viaja un matrimonio de ancianos. Ella no tiene menos de 85 y él sobrepasa los 90. Se mueven despacio y el anciano está desorientado. Los dos hombres están continuamente pendientes de los viejos. Los cuidan, los miman, están atentos a cada una de sus necesidades, incluso se anticipan a ellas, como si supieran leerlas antes de manifestarse explícitamente. Cuando el viejo va al baño, lo acompaña uno de ellos y entra con él en el servicio. Todo lo hacen con naturalidad, cariño y diligencia, con amabilidad delicada y eficiente. Con amor, en fin. Y yo, que voy escribiendo en mi portátil no puedo dejar de mirarlos de reojo, admirado y, sí, un poco enternecido. Cada caricia que se hacen entre ellos me parece una confirmación de su grandeza. Aquí hay heroísmo, señores.
I
En «En busca del tiempo en que vivimos» intenté argumentar, fragmentariamente, que la totalidad solo se nos da fragmentada y que, además, los fragmentos a lo que tenemos acceso, son una mínima parte del Todo.
II
Nuestra existencia solo se nos ofrece fragmentariamente. Pero sus fragmentos son fragmentos de las cosas humanas y, como tales, noéticamente heterogéneos. Son partes del Todo que solo se pueden entender (parcialmente) mirándolos con una mirada específica, diferente a la que dirigimos al resto de las cosas.
III
Lo auténticamente singular de los seres humanos es que buscamos en el Todo ausente e inasible inasible el sentido que no conseguimos encontrar en los fragmentos asequibles.
IV
La voluntad de sistema sólo es la expresión mistificada de esta búsqueda.
V
Nada de esto justifica el pesimismo. Esto es tragicómico y, por lo tanto, no justifica el pesimismo. Lo noble es decir sí a lo imposible,
VI
La última voluntad de Alfred Jarry en su lecho de muerte fue un palillo. Y tuvo la fortuna de que lo tomaran en serio. Le dieron uno. Se lo puso en la boca y murió tan satisfecho. Camus se detiene en este hecho y dice: "Nada más que un palillo, tanto como un palillo. He aquí el valor de esa vida enaltecedora". Con frecuencia pienso que el Camus literato es más poderoso que el Camus filósofo. El Camus filósofo no puede resistir la fuerza de una imagen literaria. Pero no lo oculta y, por lo tanto, no nos engaña.
The Matrix es un canto refrescante al valor de la filosofía. El velo puesto entre la realidad y la simulación creada en la que vivimos, es la traducción al lenguaje del cine de la caverna platónica, en la que la realidad para quienes allí estaban encerrados desde su nacimiento eran las sombras proyectadas en la pared, creyendo, acríticamente, que la vida a eso se reduce, cuando la verdadera existencia es exponencialmente superior. El poder se encarga de arrebatar las herramientas necesarias para salir de esa realidad generada ad hoc, porque el conocimiento es libertad, y la realidad verdadera supone, para acceder a ella, un alzamiento y un cuestionamiento de las imposiciones. Quienes tienen un criterio, una razón cultivada, y relativizan todo lo que se les presenta como indudable, son los que emprenden el camino de salida de la caverna y llegan a un jardín luminoso.
La película sigue esta senda, presentándola en el contexto de una humanidad completamente dormida —y con gusto de así estarlo— rodeada de una tecnología que ha adquirido consciencia y que ha comprendido que eliminando el esfuerzo intelectual, el pensamiento verdadero y disciplinado, que consiste no en reproducir el conocimiento, sino en su aplicación a la práctica y en la generación de nuevas ideas, tiene vía libre para hacer de la sociedad un ente desprovisto de criterio, pues ese criterio se lo ha entregado voluntariamente, abandonando todo ánimo de esfuerzo, de investigación, de inquietud, de estudio.
Cuántos autores tan importantes se han referido a la necesidad de despertar y ver así la realidad. Desde René Descartes, cuando aludía a volverse hacia el interior y comprobar que nadie puede pensar por nosotros, sino que somos nosotros mismos quienes pensamos y con ello revelamos nuestra propia existencia; Kant, al agradecer a Hume que le despertó del sueño dogmático, de las imposiciones, y le abrió las puertas a sus dos críticas, de la razón pura y de la razón práctica; antes de ellos los escolásticos incluso, al argumentar ontológicamente que hay algo mayor de lo cual nada puede pensarse, o al demostrar que desde la razón individual se puede llegar al conocimiento verdadero, a justificar la propia existencia de la realidad trascendente. Y qué decir de aquellos grandes intelectuales, como Wittgenstein, que se dieron cuenta de que no todo se reduce a los confines de lo que entendemos por realidad, sino que hay algo más allá del lenguaje significativo; hasta llegar a Orwell y Huxley, con la plasmación novelada del control por parte del poder, en un mundo aparentemente feliz que dista mucho de serlo.
La clave para poder llegar a comprender la realidad oculta, e incómoda para quien desea mantener el control, está, incuestionablemente, en proporcionar una educación plena, en el desarrollo del pensamiento sin límites, en la potenciación de la filosofía en todos los niveles. El hecho de que esto no sea así se manifiesta en la falta de dotación de los medios necesarios para poder correr esa cortina de irrealidad que nos separa de llegar a ser seres brillantes, y, en consecuencia, que aquello y aquellos que ahora se presentan como necesarios dejen de serlo. La tecnología, las inteligencias artificiales, no acompañadas de ese pensamiento crítico, sirven al cometido de separarnos de la realidad, construyendo otra alternativa en la que el medio se convierte en un fin en sí mismo, generando unas píldoras de felicidad, tan artificiales como la propia inteligencia cibernética que las produce, que alienan al individuo y hacen que, con satisfacción por su parte, no solo no rompa las cadenas que se le han puesto, sino que las apriete con mayor fuerza, creyendo que en ellas va a encontrar la razón de su vida y existencia.
Diego García Paz,
Matrix: una realidad incómoda, jotdown.es 02/06/2024
I
Como no podemos vivir sin fe, poblamos el mundo de dioses.
II
Cuenta Camus en sus Carnets que en Trezel, «la calle de las mujerzuelas se llama Calle de la Verdad» y añade que «la entrada cuesta tres francos.» A Camus le gusta a veces bordear el cinismo. Otro ejemplo: «Están los que están hechos para amar y los que están hechos para vivir».
III
Largo paseo al salir de misa, por la tarde. Las familias se retiran de las playas con cierto aspectos de soldados dispersos de un ejército derrotado. Pero el domingo que viene volverán. No seré yo quien les critique por eso. De vuelta a casa nos paramos a beber una cerveza en la terraza del Tastet de la Plaza de Ocata. Hay una televisión con una gran pantalla que transmite un partido de la eurocopa, pero apenas merece la atención de dos personas. Una de ellas es el camarero. Una televisión de un bar también es una pantalla. Unos niños juegan felices por la plaza, disfrutando de esa alegría esencial de las tardes del verano.
IV
Comienzo a leer Narváez y su época, del gran Jesús Pabón, que lleva una entrañable introducción de su discípulo, Carlos Seco Serrano. En este libro todo es historia. Pabón es -o al menos me lo parece- un ejemplo magnífico de honestidad intelectual. Escribe en paz con su objeto y eso se pone de manifiesto en la prosa, más cerca de Tucídides o Herodoto que de la pesadez de tantos historiadores modernos.
Kahneman y Tversky tenían como objetivo mejorar la comprensión de la toma de decisiones del agente económico a través de la psicología. Las dos ideas fundamentales que moldean el trabajo de los economistas conductuales son: La mayor parte de los juicios y de las elecciones se realizan de manera intuitiva y no responden siempre a las reglas del cálculo de probabilidades; las reglas que gobiernan la intuición son generalmente similares a las de la percepción. Por ello, el tratamiento de las reglas de las elecciones y los juicios intuitivos se basa ampliamente en el uso de analogías visuales.
De estas dos ideas fundamentales surgieron tres líneas de estudio que se fueron desarrollando desde mediados de los años 70 y que hoy se siguen ampliando: utilizando heurísticas (estrategias para llegar al conocimiento) y sesgos, la teoría prospectiva y el efecto marco.
Heurísticas y reflexionesLos individuos emplean principalmente dos sistemas para tomar decisiones y resolver problemas:
1. El intuitivo o automático, que opera mediante la intuición y realiza operaciones de forma rápida y asociativa, utilizando heurísticas (estrategias para llegar al conocimiento).
Las heurísticas más comunes son:
2. El analítico o reflexivo, que implica una toma de decisiones más lenta, deliberada y basada en reglas precisas.
Dado el gran volumen de decisiones diarias que enfrenta el ser humano, se tiende a utilizar preferentemente el sistema 1, es decir, las heurísticas. A pesar de la teoría de que las heurísticas generalmente conducen a errores, algunos científicos del comportamiento sostienen que el uso de estas estrategias suele llevar a resultados acertados gracias a la evolucionada capacidad del cerebro humano.
La teoría prospectivaSe fundamenta en la disparidad en la evaluación de pérdidas y ganancias: se tiende a dar mayor peso a las pérdidas que a las ganancias. Nos afecta más perder 100 unidades que ganar la misma cantidad. Este fenómeno es conocido como el efecto dotación; esto es, la tendencia a asignar de manera irracional un valor excesivo a las cosas que consideramos nuestras.
Otra implicación del efecto dotación es el concepto de costes hundidos: cuanto más hayamos invertido en algo más tiempo estaremos dispuestos a conservarlo, incluso si no lo utilizamos, no nos resulta útil o es una mala estrategia. Solo cuando nuestra contabilidad mental del objeto llega a cero, nos deshacemos de él.
El efecto marcoLa manera en que expresamos y enunciamos un problema puede influir en la percepción que tenemos de él. Los economistas conductuales a menudo recurren a analogías visuales para explicar el efecto del marco, ya que consideran que las decisiones se resuelven utilizando los mismos mecanismos que estas. Un enunciado diferente puede cambiar completamente la decisión y la opinión sobre un asunto.
Benito Pérez-González, ¿Somos seres racionales o más bien intuitivos? ..., ethic.es 01/04/2024
Supongamos que un rayo cae sobre un árbol muerto en un pantano; yo estoy parado cerca. Mi cuerpo queda reducido a sus elementos, mientras que por pura coincidencia (y a partir de diferentes moléculas) el árbol se convierte en mi réplica física, Mi réplica, el Hombre del Pantano, se mueve exactamente como yo; de acuerdo con su naturaleza, sale del pantano, encuentra y parece reconocer a mis amigos, y parece devolverles el saludo en inglés. Se muda a mi casa y parece escribir artículos sobre interpretación radical. Nadie nota la diferencia.
Pero hay una diferencia. Mi réplica no puede reconocer a mis amigos; no puede reconocer nada, ya que, para empezar, nunca conoció nada. No puede conocer los nombres de mis amigos (aunque, por supuesto, parece que sí), no puede recordar mi casa. No puede querer decir lo mismo que yo con la palabra «casa», por ejemplo, ya que el sonido «casa» que profiere no fu aprendido en un contexto que le diera el significado, o ninguno en absoluto. De hecho, no veo cómo puede decirse que mi réplica significara nada [que sus palabras tengan algún significado] con los sonidos que hace, ni que tuviera algún tipo de pensamiento. (Donald Davidson)
Davidson dice que el hombre del pantano no puede pensar porque está defendiendo una versión de la teoría externalista del significado: las palabras no significan algo debido a que se da un determinado estado interno de la mente o del cerebro, sino que deben su significado a una historia causal. Así, yo conozco a mis amigos porque llevo mucho tiempo siendo amigo suyo, porque comparto muchas experiencias vitales con ellos. Hay un proceso causal que va configurando mi comprensión de mis amigos que va desde el primer momento que los conocí hasta la actualidad, y todo ese proceso ocurre, como mínimo en parte, fuera de mi mente (de aquí externalismo. Aunque parezca extraño hay muchos filósofos que defienden que muchos procesos cognitivos no se dan en el cerebro). El hombre del pantano carece de todo ese aprendizaje pasado, por lo que no puede saber absolutamente nada de lo que sabía el auténtico Davidson.
Cuando hablamos de la identidad de alguien solemos hablar de una continuidad biológica o biográfica: yo soy yo porque he sido el mismo organismo biológico durante toda mi existencia, o yo soy yo porque he sido el protagonista de mi vida, el sujeto de todos los acontecimientos vitales que han formado mi biografía. William James, el gran padre de la psicología norteamericana, sostenía que nuestra consciencia es como un río, un chorro continuo de experiencias subjetivas, subrayando su continuidad como elemento esencial. Bien, pues el hombre del pantano no tiene ninguna continuidad con Davidson, ya que comienza a existir en el momento en el que el rayo combina sus moléculas. Hay una clara ruptura biológica y biográfica con el Davidson original.
Vale, respondemos, pero quizá no es así. Los recuerdos, las vivencias que han constituido la personalidad y la identidad de Davidson sí que han tenido continuidad, porque si el cerebro del hombre del pantano es idéntico al de Davidson, todos sus recuerdos y vivencias están allí almacenados. Si partimos de una perspectiva materialista o naturalista de la mente, las experiencias se codifican de alguna manera que la ciencia todavía no tiene muy clara, dentro del cerebro. Dos cerebros absolutamente idénticos a nivel físico tendrán exactamente los mismos recuerdos, por lo que el hombre del pantano tendrá exactamente la misma forma de ser, pensar y actuar que Davidson… ¡Incluso creerá firmemente ser Davidson!
Problema para el materialismo-naturalismo: propongamos una variante. Resulta que el rayo no mató al Davidson original, sino que éste aparece, de repente, manchado de ramas, hojas y barro ¿Cual de los dos Davidsons es ahora el auténtico Davidson? Todos diremos al unísono: ¡El original! ¡El renacido que creíamos muerto! ¡El otro solo es una vulgar copia! ¡Un impostor! Pero, parad un momento, ¿no habíamos dicho que el hombre del pantano tenía los mismos recuerdos y vivencias que el original? Claro, ¿y qué? ¿Entonces por qué decimos que el original es mas Davidson que el hombre del pantano? ¿Qué es lo que tiene uno de lo que carece el otro para ser el auténtico Davidson? ¡Ehhhh…! ¡Malditos filósofos liantes!
Santiago Sanchez-Migallón Jiménez, El hombre del pantano, La máquina de Von Neumann 06/06/2024
El cambio radical que animalismo propone se basa en sacrificar aquello que nos hace humanos (la defensa de los vulnerables) para construir una nueva ética anclada en principios de eficacia propios de la filosofía utilitarista. Según esta corriente, que pensadores como Durkheim, Weber, Rawls o Nozick consideraban como incompatible con la naturaleza humana, la sintiencia (la capacidad de experimentar sufrimiento o placer) es la única fuente originaria de derechos, que serán tenidos en cuenta, en mayor o menor medida, dependiendo de la capacidad de autoconciencia y la probabilidad de ser felices, no solo en el presente sino también en el futuro. Por ejemplo, en libros como Liberación animal o Ética Práctica, Singer defiende que en los experimentos clínicos habría que sustituir a animales por humanos con retraso mental severo, pues así “el número de experimentos realizados con animales se reduciría de forma significativa”, puesto que “existen humanos discapacitados intelectualmente que tienen menos derecho a que se les considere conscientes de sí mismos o autónomos que muchos animales no humanos”.
El peligro de abrir la caja de Pandora de la animalidad se hace evidente cuando Singer defiende el derecho al infanticidio, ya que, según argumenta, “si podemos dejar a un lado los aspectos emocionalmente conmovedores, pero estrictamente sin pertinencia alguna, que surgen al matar un bebé, veremos que los motivos para matar personas no se aplican a los recién nacidos”. Esto sería así según este premiado y alabado impulsor del “progreso moral” porque “si el derecho a la vida debe basarse en la capacidad de querer seguir viviendo, o en la capacidad de verse a sí mismo como un sujeto con mente continua, un recién nacido no puede tener derecho a la vida”. Anticipándose a las posibles objeciones, Singer explica que “si estas conclusiones parecen demasiado escandalosas para ser tomadas en serio, quizá merezca la pena recordar que nuestra actual protección absoluta de la vida de los niños es una actitud típicamente cristiana más que un valor ético universal” y que “quizá ahora sea posible pensar en estos temas sin asumir el marco moral cristiano que ha impedido, durante tanto tiempo, cualquier revaloración fundamental”. Estas “preguntas inaugurales” que Pablo de Lora parecía celebrar en su artículo ponen fin a un tabú que según el filósofo australiano hace que “desde la derrota de Hitler, no ha[ya] sido posible (…) comparar el valor de la vida humana y no humana”.
Es quizás por eso que en un texto titulado “Heavy Petting” Singer va más allá y defiende la zoofilia tras asegurar que la vagina de una vaca puede satisfacer sexualmente a un hombre, que las mujeres se sienten más atraídas hacia los caballos que hacia los seres humanos o que es muy normal que un orangután tenga una sincera erección al ver a una mujer por ser los límites entre especies algo artificial. Es más, Singer asegura que nuestro rechazo a la zoofilia “se ha originado como parte de un más amplio rechazo al sexo no reproductivo” como el sexo oral o el anal, pero que “la vehemencia con la que esta prohibición se mantiene mientras otras prácticas sexuales no reproductivas han sido aceptadas sugiere que hay otro poderoso motivo: nuestro deseo para diferenciarnos, eróticamente y de cualquier otra manera posible, de los animales”.
David Souto Alcalde, La desposesión de lo humano: el animalismo como barbarie, vozpopuli.com 08/05/2023
El universalismo cristiano que Singer crítica como base de la vieja moral que nos impide matar a inocentes (niños, personas con retraso mental, etc.) y que prohíbe que humanos y animales tengamos los mismos derechos tiene su origen en el teólogo español Francisco de Vitoria (1483-1546). En su ensayo (relectio) “Sobre los indios”, considerado como el fundamento de los derechos humanos actuales, Vitoria explora las posibles razones ilegítimas que, de acuerdo con la ley natural, impedirían a los españoles ejercer su dominio sobre los indios del Nuevo Mundo, aun cuando leyes creadas por humanos lo permitiesen. Las conclusiones de Vitoria son claras: no existe ninguna razón por la que los españoles puedan dominar a los indios, ya que estos tienen dominio (dominium) sobre sus propios cuerpos, territorios y son perfectamente capaces de gobernarse a sí mismos sin importar que sean paganos, herejes o delincuentes. En su argumentación escolástica, Vitoria invierte avant la lettre los razonamientos animalistas de Singer y afirma que aunque los indios fuesen como niños pequeños, tuviesen algún retraso mental o estuviesen locos, no habría razón para dominarlos, pues de hacerlo serían víctima de una injusticia (iniura) por ser imágenes de Dios (imago dei).
El argumento de Vitoria es especista de principio a fin, y muestra que la igualdad y los derechos solo son posibles desde postulados especistas. Hablando en plata, los indios tienen tantos derechos como los españoles por la sencilla razón de que son humanos. Pese a las acusaciones de canibalismo, su humanidad se confirma mediante dos argumentos complementarios: tienen dominio, es decir, derecho natural a gestionar los recursos naturales y a autogobernarse, que se basa en que han sido creados a imagen y semejanza de Dios (son imagen de dios, no Dios, como parecen creer los posthumanos y los animalistas). Este dominio, que tiene un soporte legal humano o positivo mediante derechos como el de propiedad, es ajeno por completo a los animales, quienes según Vitoria no pueden ser víctimas de una injusticia pues “privar a un lobo o león de su presa no supone una injusticia”. Si los animales tuviesen dominio, prosigue, “cualquier persona que vallase un terreno con hierba que antes era consumida por ciervos estaría cometiendo un delito, pues estaría robando comida sin permiso del propietario”.
La lógica argumental de Vitoria es implacable. Pensemos, de hecho, que la mayor prueba de que los animales no tienen dominio la constituye la propia doctrina animalista que en su despiadada defensa de lo animal se arroga el derecho, por ejemplo, a esterilizar gatos sin su consentimiento o a intervenir en hábitats naturales si consideran, en base a principios utilitarios, que obtendrán un balance ecológico más justo aunque maten a miembros de tal o cual especie. Este mismo derecho a esterilizar o matar animales no existe con respecto a los seres humanos por la sencilla razón de que esterilizar o matar a miembros de una población (o a un individuo), fuese cual fuese la causa, sería visto como una injusticia. Es más, los miembros humanos de esa comunidad podrían declararle la guerra o directamente matar a los humanos que hubiesen esterilizado a su población, puesto que uno de los objetivos de los derechos humanos consiste en asegurar, en la medida lo posible, que aquellos que son capaces de agredirse a sí mismos con unos niveles de eficacia no poseídos por otras especies -los seres humanos- no lleguen a hacerlo.
En un contexto de desposesión humana como el actual solo nos queda mirar hacia adelante con un prudente retrovisor que nos permita visualizar en toda su complejidad teorías del pasado como la de la ética universal de Francisco de Vitoria, que hace de la vulnerabilidad humana la fuente de derechos y no un principio de exterminio. Vitoria, como Hegel, dio lugar a una izquierda y a una derecha vitoriana (cierta interpretación de sus teorías legitimó atrocidades cometidas en tierras extranjeras en nombre de lo que hoy denominaríamos libre mercado), pero defendió ante todo las bases naturales de la libertad humana y la necesidad de crear legislaciones que protegiesen esta. En un ejercicio de preventiva anticipación a la actual izquierda hobbesiana, que donde ve un ser humano detecta un criminal, el teólogo español aseguró, por medio de Ovidio, que “El hombre no es un lobo para el hombre, sino un hombre”.
David Souto Alcalde, La desposesión de lo humano: el animalismo como barbarie, vozpopuli.com 08/05/2023
I
Sale hoy mi primer artículo en el ARA, que es la primera de una colaboración que será quincenal. He comenzado a darle vueltas al segundo. Quizás tratará de La caída, la novela de Camus, que ayer mismo acabé de releer. Camus es muy superior a esa novela, pero en ella hay algunas de las mejores páginas de Camus.
II
Para el escritor las experiencias literarias no son experiencias de la realidad. Piénsese en la diferencia entre una experiencia amorosa real y una experiencia amorosa literaria. Sin embargo para el lector la experiencia literaria ajena puede convertirse, mientras la lee, en una experiencia propia muy real.
III
El hombre libre que merece este título acepta la tragedia casi como una rutina, sin aspavientos. Me pregunto si hay felicidad que merezca la pena sin libertad.
IV
El amor mutuo de los muy feos. Los veo y me quedo preso en sus gestos. Cada uno pretende gustarle al otro, hacerse con su atención y entregarse a ella. Parecen ser los únicos inconscientes de su gran fealdad. Y eso es algo que no carece de belleza. De una belleza que, para mí, ocupa toda la plaza de Ocata.
V
Veinte minutos haciendo cola en la pescadería y la mujer que iba justo delante de mí se ha quedado con lo que yo quería. Desolado he acabado comprando lo que no quería. Lo he pensado muchas veces: la posición que ocupamos genera sus propias lógicas justificatorias (la topología como cuna de la lógica), pero esa posición con frecuencia nos ha sido asignada por un desconocido.
I
Agradabilísima comida en el Círculo Ecuestre con un -ya- viejo amigo, Toni Garrell. Hemos hablado de mil y un temas, hemos recordado los tiempos del ESDI (Escola Superior de Disseny) y hemos esbozado proyectos para el futuro. La ida y la vuelta en el cercanías, un martirio. No sé si me estoy volviendo elitista, cascarrabias, o las dos cosas, pero no soporto las conversaciones a gritos por los móviles en los transportes públicos. Tenía un teleconversador a la derecha, otro enfrente y uno más a mis espaldas. ¿Por qué apreciamos tan poco el silencio? ¿Y por qué no nos guardamos nuestras trivialidades para nosotros mismos?
II
Es cierto: yo soy yo y mi circunstancia. Soy, estrictamente, esa "y". Pero mi circunstancia as lo menos mío que tengo. Se me impone. Quizás la felicidad consista en no sentir la circunstancia impuesta.
III
A veces la circunstancia es aquello en lo que no deseas, en absoluto brillar. Más bien quisieras huir y no tener que compartir tu mediocridad con la ajena.
IV
Leído en los Carnets de Camus: "Tengo necesidad de escribir cosas que, en parte, se me escapan, pero que son la prueba precisamente de lo que en mí es más fuerte que yo mismo."
V
¿En mí?
VI
Los movimientos del alma son más epidérmicos que los de la circunstancia.
VII
Soy aquel a quien le sucede una circunstancia.
VIII
Mañana aparece mi primer artículo de mi vuelta al ARA.
Retomo el texto de ley citado en la columna anterior, referente al trato de animales de compañía. Se estipula la prohibición de “Utilizarlos de forma ambulante como reclamo” y se añade “Sin que este precepto cuestione el derecho de las personas sin hogar a ir acompañadas de sus animales de compañía”
Más allá de la incongruencia que supone reconocer un derecho que supone excepción a la ley en base a la aceptación de una evidente injusticia, el espíritu mismo de este y otros párrafos, remite a un problema filosófico de fondo. Se considera que el ser a tomar como fin y no como medio no es aquel que habla y razona, sino el ser que dotado de sentidos es en consecuencia susceptible de sufrir: hay que amar a los seres animados como se ama al ser humano”, viene a decirse; hay que homologar la condición humana a la condición de seres que nos son cercanas en la historia evolutiva, pero que no dieron ese salto abismal que constituye la conversión de sus códigos al servicio de la subsistencia en algo tan singular como el lenguaje humano.
Si se pregunta: ¿por qué tal imperativo? La respuesta en última instancia viene a ser que lo primordial es la vida, que ésta constituye el valor supremo y que las diferencias en el seno de la vida poco pesan. Uno puede sin duda objetar:
La indisociabilidad de inclinación social y tendencias naturales en el hombre hace que nuestros sentidos estén siempre mediatizados por el orden de los símbolos, de tal manera que una actividad sensorial puramente inmediata, no atravesada por lo simbólico sería una actividad deshumanizada. Sólo en base a una concepción antropológica sustentada en estas premisas se hace inteligible esta radical afirmación del Marx filósofo: “Es evidente que el ojo humano goza de modo distinto que el ojo bruto, no humano, que el oído humano: goza de manera distinta que el bruto, etc”. (Manuscritos Económico filosóficos del 44).
No hay manera de reducir a bruto el ser cuya esencia natural es la superación del lazo inmediato con el orden natural. Lo que sí puede acontecer- y de hecho acontece- es que el ser humano entre en una suerte de paréntesis, que el ser humano deje en acto de responder a su esencia, es decir deje de responder a una naturaleza que es la medida de la humanización y viceversa. Nuestra relación con la naturaleza es así un criterio determinante del fracaso o triunfo de la causa del hombre, Criterio (de nuevo Marx) de “en qué medida la esencia humana se ha convertido para el hombre en naturaleza o en qué medida la naturaleza se ha convertido en esencia humana”.
En cualquier caso, si no hubiera seres pensantes, partidarios o no de la homologación animal, todo este problema carecería de sentido y habría simplemente seres vivos confrontados o aliados, habría convivencia, incluso cooperación, sin que todo ello tuviera sentido moral alguno.
Objetará entonces la otra parte, que también hay cultura y ética en otras especies animadas. A lo cual se opondrá el argumento de que no se trata de cultura inserta en el seno del lenguaje, como lo son todos los productos culturales de la especie humana. La discusión podría continuar, soslayando quizás la pregunta fundamental: ¿dónde reside el enorme poder de tal idea?
Victor Gomez Pin, Artículo 25, apartado F: La disputa, El Boomeran(g) 11/06/2024