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El cuidado de uno mismo como medicina del alma
La práctica de uno para consigo mismo: va desde la ignorancia (como marco de referencia) a la crítica (de uno mismo, de los otros, del mundo, etc.). La instrucción es la armadura del individuo frente a los acontecimientos. La práctica de uno mismo ya no se impone simplemente sobre un fondo de ignorancia (Alcibíades), de ignorancia que se ignora a sí misma; la práctica de uno mismo se impone sobre un fondo de error, sobre un fondo de malos hábitos, sobre un fondo de deformaciones y de dependencias establecidas y solidificadas de las que es preciso desembarazarse. Más que de la formación de un saber, se trata de algo que tiene que ver con la corrección, con la liberación que da la formación de un saber. Es precisamente en este eje en el que se va a desarrollar la práctica de uno mismo, lo que constituye algo evidentemente capital. Uno siempre está a tiempo de corregirse, incluso si no lo hizo en su época de juventud. Siempre existen medios para volver al buen camino, incluso si ya estamos endurecidos; siempre puede uno corregirse para llegar a convertirse en lo que se habría debido ser y no se ha sido nunca. Convertirse en algo que nunca se ha sido tal es, me parece, uno de los elementos y uno de los temas fundamentales de esta práctica de uno sobre sí mismo.
La primera consecuencia del desplazamiento cronológico del cuidado de uno mismo —desde finales de la adolescencia a la edad adulta— es por tanto esta crítica de la práctica de uno mismo. La segunda consecuencia va a ser una aproximación muy clara y muy marcada entre la práctica de uno mismo y la medicina. La práctica de uno mismo es concebida como un acto médico, como algo terapéutico. Los terapeutas se sitúan en la intersección entre el cuidado del ser y el cuidado del alma. Se produce aquí una correlación cada vez mas marcada entre filosofía y medicina, entre práctica del alma y práctica del cuerpo (Epicteto consideraba a su escuela filosófica como un hospital del alma).
Michel Foucault, ¿Cómo puede uno conocerse a sí mismo?, bloghemia.com 11/06/2024
Con la solidez de su base popular asegurada, Reagrupamiento Nacional está conectando ahora con grupos de población que antes no estaban a su alcance, como los altos cargos y, sobre todo, una novedad: nada menos que los jubilados. En este grupo de edad, base del electorado macronista, es en el que se va a disputar verdaderamente la elección para la presidencia. Así que, en contra de lo que pensaba Emmanuel Macron, y François Mitterrand antes que él, la extrema derecha ha dejado de repeler como antes. La criatura se le ha escapado al sistema. RN está en condiciones de obtener una mayoría de votos. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Para empezar, hay que señalar que este empuje populista no debe absolutamente nada al “talento” de los dirigentes de RN (ni al activismo de sus miembros, que es casi inexistente). Los populistas contemporáneos no son demiurgos, sino profesionales de la mercadotecnia. Su fuerza no consiste en convencer a las masas ni mucho menos en guiarlas, sino, por el contrario, en adaptarse y dejarse llevar por un movimiento existencial. Ese movimiento, autónomo e impulsado por el poderoso sentimiento de desposesión social y cultural de las clases medias y trabajadoras, es imparable. Puede adoptar la forma de una protesta social (gorros frigios, chalecos amarillos, campesinos), pero no se puede programar ni manipular. Es un movimiento que nunca ha dejado de reactivarse y rearmarse, cada vez que hay una reforma, un referéndum o, en este caso, unas elecciones europeas; ¿y ahora en las elecciones legislativas?
Desde hace décadas, los populistas se han limitado a seguir la corriente, dejarse llevar por los vientos de ese movimiento social y adaptarse en cada instante a las demandas sociales y culturales de la mayoría. A su éxito ha contribuido el hecho de que los demás partidos, preso cada uno de su electorado, su ideología y sus estrategias, no han comprendido los motivos de fondo de ese descontento.
En este contexto, la estrategia de Emmanuel Macron de renunciar y dejar a la extrema derecha los temas que dan votos a Reagrupamiento Nacional ha ido demasiado lejos. Al negarse a tomar en serio diversas cuestiones que están entre las que más preocupan a los franceses, como la inseguridad (física y cultural), los flujos migratorios, la defensa del Estado del bienestar y el soberanismo, Macron empuja inexorablemente a muchos de ellos en brazos de RN. Esta extremaderechización de la realidad contribuye a encerrar a los poderosos en sus ciudadelas (las metrópolis) y en una base electoral que ya no está formada más que por los jubilados y las clases altas. El confinamiento geográfico y cultural ha creado una fractura antropológica radical entre los habitantes de las grandes ciudades y las clases trabajadoras y medias que viven en la Francia periférica. Y es en esa Francia de las ciudades pequeñas y medianas y de las zonas rurales donde cada vez es más precaria una “clase media” sujeta desde hace 30 años al mayor plan social de la historia y donde está el caldo de cultivo electoral de los populistas.
Esta división contribuye de manera fundamental al voto de Reagrupamiento Nacional. En Francia, como en toda Europa, el populismo se nutre de la formación de burbujas geográficas y culturales que no se hablan entre sí y que están debilitando la democracia en todos los países occidentales porque radicalizan el debate público sobre la cuestión de los límites.
Las nuevas clases urbanas, sin ningún interés por el bien común y seguidoras del modelo neoliberal, son la encarnación de una burguesía egoísta que ensalza el individualismo y la cultura del “sin restricciones”. Grandes beneficiarias de un modelo neoliberal que ha pulverizado toda noción de control, creen que todo es posible, que lo que es bueno para ellas es bueno para la humanidad y, en ese sentido, que la idea de unos límites comunes es un impedimento, un retroceso para su libertad individual.
Las clases trabajadoras, por el contrario, apartadas de esa burbuja cultural y geográfica y debilitadas por el modelo económico y cultural, exigen cierta regulación. Quieren unas barreras que impidan ampliar el espacio del mercado y del individualismo. Y esta exigencia cada vez más frecuente de límites culturales, sociales y económicos por parte de los más humildes es, en toda Europa, el combustible de los partidos populistas.
Ahora que es evidente un nuevo auge populista, resulta verdaderamente sorprendente la resignación de una parte de las clases dirigentes ante el punto de inflexión político que se avecina y la estrategia de alto riesgo del presidente. Este fatalismo es sintomático de una forma de nihilismo que se extiende peligrosamente entre las clases altas occidentales. Hoy ya no parece que la esperanza venga “de arriba”; ni de la clase política, ni de los intelectuales, ni mucho menos todavía de los ideólogos. Esta realidad debe servirnos de aviso y, sobre todo, obligarnos a ver las demandas de la gente corriente no como un problema, sino como una solución. El movimiento existencial de las clases trabajadoras y medias, impulsado por el instinto de supervivencia y el deseo de preservar el bien común, es también una reacción frente al nihilismo que viene de arriba.
Cristophe Guilluy, ¿Populismo desde abajo y nihilismo desde arriba?, El País 13/06/2024
Los economistas antes decían que debíamos tomar decisiones de manera racional, teniendo en cuenta toda la información y proyectando las consecuencias futuras. Pero no siempre tomamos decisiones racionales. A veces sí, y es un gran logro en términos evolutivos. Hemos desarrollado el córtex prefrontal para ello. Pero tomamos decisiones a partir de la experiencia personal, probando. Si nos equivocamos, generamos una emoción negativa. Si acertamos, una positiva. Y hay un tercer modo de decidir: según reglas morales, culturales, operativas… Incorporan la experiencia colectiva y evitan la maximización utilitaria egoísta.
La psicología examina qué emociones son mejores para catalizar un cambio de comportamiento. Sabemos que perder algo nos duele el doble de lo que nos satisface ganarlo. Las emociones negativas —el miedo, la culpa— son un motor poderoso. Funcionan cuando basta con hacer algo simple para remediar un problema; queremos salir de ese estado de ánimo negativo, hacemos algo para resolverlo. Es el caso del cáncer: hace que vayas al médico, te hagas pruebas y así sabes si estás enfermo o no. Pero, una vez sales de dudas, dejas de preocuparte. Es lo que llamamos el “sesgo de la acción única”.
Macarena Vidal Liy, entrevista a Elke Weber: "Perder algo nos duele el doble de lo que nos satisface ganarlo", El País 07/06/2024
II
He participado en un debate moderado por el navarro Íñigo Alonso (de Lesaka) junto a Miguel Falomir (director del Museo del Prado), Andrea González (Presidenta del Consejo de la Juventud) y Rosa Hinojosa (profesora de historia del arte y filosofía).
III
Mi tesis: El objetivo fundamental de la educación estética es el de capacitar al alumno para diferenciar entre lo agradable, lo bonito y lo bello.
Lo agradable es lo que satisface a los sentidos. Se expresa en la subjetividad del "a mí me parece que...". Es la estética epidérmica que confunde arte y decoración; es el individualismo que ignora satisfecho la tradición.
Lo bonito es el disfrute cursi de la belleza fácil. Admite comparaciones con todo lo bonito (con todo lo cursi).
Lo bello: tiene algo de inefable. Cuando has dicho todo lo que eras capaz de decir sobre lo bello, te quedas con la certeza de que se te ha escapado lo importante. Tiene algo de inefable y por eso no admite comparaciones. Es esa realidad no complaciente que nos escatima lo que habitualmente se entiende por cultura y nos hace amar lo que ya ha sido tocado por la muerte y, sin embargo, se aferra a la vida. En lo bello la naturaleza se asoma caritativamente a la cultura. La función de la cultura es ocultar la naturaleza colocando en primer plano lo agradable (que incluye a la lógica y a la ley) y bonito, mientras oculta lo tremendo de lo bello. Hay que remitirse al consejo de Eros a Psykhe: "Non videbis si videris".
IV
El gusto es la capacidad de apreciar lo bello y de entender lo agradable o lo bonito.
I
Larga caminata por Barcelona en una mañana que lo pedía a gritos. Pasear por una ciudad es como entrar a formar parte de su decorado. Todos somos figurantes para alguien. He caminado, he participado en un acto educativo, he vuelto a caminar, he entrado en la librería La Central para descubrir la enorme cantidad de libros que no voy a leer nunca y he vuelto a caminar. Después, comida en casa y larguísima siesta. Al despertarme he escrito mi primer artículo para mi nueva participación en el diario ARA. Pisa y los codos, se titula.
II
No comprendo al Papa y lo que más me llama la atención es que no me incomoda no comprenderlo. También me parece un figurante que habla para los demás, pero no para mí. Quizás sea el figurante que los tiempos reclaman. Pero un figurante.
III
Por dos veces utiliza Porfirio la expresión "tragicomedia" para referirse a la vida. ¡Pobre de ti si sales a pasear por una ciudad con la sospecha de que Porfirio tenga razón!
IV
Sales tranquilo de casa, esperando el regalo de una mañana serena. Y de repente ese te dice lo que nunca hubieras sospechado de aquel. Y así caes en una verdad que es peor que innecesaria. Es empequeñecedora.
V
La inmensa mayoría de las cosas que hacemos solo se explican si entendemos lo que ocultan. Braceamos para mantenernos a flote. Debajo de nosotros está el abismo habitado por animales abisales desconocidos y voraces, como el tiempo. Pero mientras braceamos soñamos con paraísos, amores inéditos, la tranquilidad (o sea, poseer un alma trivial), la esperanza (que hemos de olvidar que es ciega), etc. Creo que este año me ha pillado fuerte, y un tanto retrasada, la astenia primaveral.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Este sistema de castas y odios entrecruzados es alimentado además por una estructura igualmente incomunicada de medios de comunicación que solo tienen en común el odio feroz al «enemigo». Esto explica el ascenso masivo de un candidato político (Alvise Pérez) del que muchos no sabían nada. Lógico. Vivimos en burbujas informativas (o desinformativas). Y en burbujas de burbujas, como la de los medios tradicionales (la tele, la radio, los periódicos) y los nuevos medios (las redes sociales y sitios web), ignoradas respectivamente por la otra mitad de la población.
La situación es implosiva y solo la salva de momento una situación económica relativamente estable. Mientras tanto, la confusa tentación de acudir a líderes salvadores que nos saquen del marasmo y generen cierta apariencia de consenso (aunque no sea otra cosa que gregarismo) es más alta cada día. Si ha pasado en Italia o Argentina, y parece a punto de pasar en Francia y en buena parte de Europa, ¿por qué no íbamos a merecer un Abascal o un Alvise Pérez en España?
La democracia es pluralidad y conflicto, es cierto; pero no disgregación y polarización absoluta. La pluralidad es democrática cuando se representa en un lenguaje y un escenario común, que es donde tiene lugar el diálogo entre distintas opciones y la ceremonia de la conformidad con la que es temporalmente elegida. Si ese escenario (que es institucional, mediático y tiene su reflejo en el debate público) se rompe, el juego democrático se acaba.
Y reparar esa quiebra del espacio público no es fácil. Entre otras cosas porque la disgregación y la polarización interesa a muchos: enriquece a las empresas que han privatizado ese mismo espacio público; mata a la política y favorece el avance de un mercado sin reglas; abre oportunidades infinitas a estafadores y déspotas; y proporciona generoso «opio del pueblo» a una ciudadanía que se siente aburrida e irrelevante.
Solo sobrevive un espacio público desde donde intentar reconstruir lentamente un tejido social resistente a la disgregación, el odio y la tentación totalitaria. Ese lugar es la escuela (pública, claro: una escuela igual de disgregada que la sociedad no serviría de nada). Para muchos jóvenes la escuela es hoy el único referente social y cultural estable desde el que afrontar un mundo cada vez más líquido y del que no se salva ni la propia familia. Hay que agarrarse a ello y convertir las escuelas en un último reducto de convivencia democrática, educando con fe y firmeza en el uso de aquellas competencias que puedan librarnos de la ceguera fanática y de la incapacidad para pensar y dialogar con los demás.
I
El turismo. Cuando eres joven, si tienes siete días libres, te haces un programa ambicioso para viajar por Francia, Italia, Austria, Alemania, Dinamarca... y con un poco de suerte, si se tercia, Suecia. Cuando tienes mi edad piensas, con no menos ambición, en un lugar tranquilo, un hotel limpio y cómodo, una plaza de un pueblo con un café con una terraza emparrada y una cerveza excelente. Y, si acaso, algún viaje en autobús a algún lugar cercano que no te lleve más de una tarde.
II
Con frecuencia lo que decimos no es lo que queremos decir. Me refiero a esos intercambios ocasionales de frases hechas que, aparentemente dicen algo del tiempo, del tráfico, de la salud del vecino o del precio del rape. En realidad son formas de decirle al otro que estamos allí y con frecuencia lo decimos tan mal que el otro nos ignora. Lo he comprobado hoy mientras esperaba para pagar en el supermercado.
III
Día otoñal, este 11 de junio. Tanto es así que me apetecía una buena sopa calentita y he hecho una cazuela para un regimiento. Con la mesa puesta mi nieto B. Ha llamado para decir que hoy no venía a comer.
IV
Ando haciendo planes para el verano. Un auténtico sudoku. Pero parece que todo va cuadrando. Las cosas pintan bien y quiero creer que me espera un verano memorable.
V
El verano empieza con la verbena de San Juan. Y justo cuando celebramos la noche más corta estamos en la víspera de la noche siguiente.
VI
No había leído hasta hoy la crítica de Porfirio a los cristianos. Interesantísima. Pero perdió la batalla y sus libros acabaron condenados a la hoguera.
I
Ayer por la mañana enseñé mi Barcelona a unos amigos dominicanos. Como estaban alojados en un hotel del puerto, comenzamos por las Atarazanas y, siguiendo la muralla de Pedro IV, llegamos a Sant Pau del Camp, el lugar de más densa calma de la ciudad. Una visita a Sant Pau del Camp te permite recordar qué era el silencio. Aquí la serenidad resulta terapéutica. En el claustro nos encontramos a dos turistas.
II
De Sant Pau, a la admirable Biblioteca de Catalunya (sin turistas) y, de aquí, a la vía sepulcral de la Plaza Villa de Madrid, para dirigirnos posteriormente a la plaza de la Catedral, visitar los restos del templo romano de Augusto y callejear un poco. Aquí sí, mucho turismo.
III
Para recuperar un poco las fuerzas, una cerveza en el bar del Palau de la Música y, después, en taxi, hasta el Hospital de la Santa Creu i de Sant Pau, la joya del modernismo barcelonés. Por supuesto, una vez aquí tocaba acercarse a la Sagrada Familia. En el Hospital había algún japonés haciendo fotos, en la Sagrada Familia, la multitud de turistas recordaba al 6 de julio en la plaza del ayuntamiento de Pamplona.
IV
Terminamos el recorrido en la sede de la Editorial Rosamerón, en el barrio de Gracia, justo en la esquina de la calle Llibertat y Lluis Vives. Cerca de aquí nació el Pescaílla.
V
Al llegar a casa había andado algo más de 15 km.
VI
Hoy es de buen tono quejarse del exceso de turistas que hay en Barcelona. En realidad, se concentran todos en las Ramblas, en la Sagrada Familia y en el barrio gótico. Sigue habiendo remansos de paz en la ciudad en los que uno constata que hay muchas Barcelonas en Barcelona. Por otra parte el turismo no es más que la democracia de vacaciones.
I
Porfirio en la Carta a Marcela: «La más grande educación ("paideia") es la del dominio (arkhein) del cuerpo». Esta educación implicaba, entre otras cosas, el desarrollo de un estricto control emocional, guiado por el convencimiento de que las emociones se controlan con buenas razones y estas dependen del tipo de persona que quieras ser.
II
Día pesado, de mucha humedad y calor pegajosa, pero que me ha permitido releer despacio la Carta a Marcela de este neoplatónico tan minusvalorado que es Porfirio. Me esperan otros tratados y fragmentos suyos. El objetivo final es comprender el vocabulario que utiliza Porfirio en su Vida de Plotino.
III
Tenemos los resultados de las elecciones europeas. Mi conclusión es que el que no sepa convivir con la frustración no debería dedicarse a la política y, en general, no debería empeñarse en mantener un. trato frecuente con las cosas humanas.
IV
"La tragicomedia de la vida ignorante".
Porfirio utiliza esta expresión en la «Carta a Marcela» y en «Sobre el conocimiento de sí mismo».
I
A mi hijo, que es enólogo, le hace mucha gracia que le hable de la henología neoplatónica. Hay por ahí estudiosos que para ganarse el sueldo -¡qué sería de los profesores de filosofía si Dios no hubiese creado a los griegos!- se inventan teorías que nadie se esforzará en refutar, por ejemplo que la historia de la filosofía es, en gran parte, una pugna entre el ser (ontología) y el Uno (henología). No sigo con esto, aunque ando con esto por culpa de Plotino y Porfirio.
II
Elecciones europeas. Dicen que los jóvenes están cansados de la democracia. Yo creo que están frustrados porque lo que la democracia puede dar de sí está muy lejos de lo que les hemos dicho que tienen derecho a exigirle: la anulación de las diferencias entre gobernantes y gobernados. Pero la democracia es una de esas cosas humanas cuya nobleza no impide sus flagrantes imperfecciones.
III
Tiempo voluble, de ruleta rusa: Nubes espesas, algunas gotas de lluvia despistadas, ráfagas azarosas de viento, cielos azules y sol intenso, humedad.
IV
Hoy ando de mal genio. Y lo peor es que no tengo motivos para andar de mal genio, pero eso no me consuela ni me alivia. Ha venido a visitarme un estado de ánimo impertinente y malcarado, y como se ha presentado sin avisar, me tiene en sus manos. En estos casos sería muy conveniente disponer se un sparring con quien descargar tu sinsentido. Pero un resto de sentido común me retiene y eso no hace más que aumentar mi cabreo metafísico.
I
Ayer fue un día dedicado a la dulce vagancia. Es decir, fue un día de hacer poco, muy poco, y dejarse llevar por la poquedad sin mala conciencia. Fue uno de esos días en que la posición horizontal parece mucho más lógica y conveniente que la vertical y repantingado en el sofá vas dejando pasar canales con el mando a distancia porque lo que te apetece es, exactamente, eso, disfrutar del flujo de la inapetencia mientras flotas sobre la levedad de la existencia.
II
Hoy es un día para pensar en Europa, esa amalgama política que no se decide a ser un país y parece sentirse cómoda en el limbo de la política. Europa no saldrá de ese limbo hasta que no sea una unidad simbólica común, conozca sus fronteras exteriores y disponga de algún fin colectivo. No parece que estemos cerca de nada de esto y, sin embargo, la condición imprescindible para ello es que creamos en su necesidad. A veces se dice, muy ingenuamente, que política es pedagogía. Más ajustado a la realidad es decir, con Maquiavelo, que política es hacer creer.
III
Dorar en abundante aceite unos ajos bien cortados en finas láminas. Echar un bote de pimientos del piquillo y dejar hacer hasta que el aceite se vaya espesando en una salsa dorada. Hacer una buena tortilla de patatas y servirla con unos pimientos preparados de esta forma. Acompañarlo todo de un buen vaso de vino y de la presencia de tu Agente conspirador. La vida es a veces tan asequible... Las tormentas del mundo parecen quedarse todas a la puerta de tu casa.
I
Día veraniego, pero no excesivamente caluroso. Comida agradabilísima y lenta en La taberna de Sants con dos amigos valencianos de paso por Barcelona y después paseo largo hasta el Ateneu para asistir a la presentación del libro de Francesc Morató Els segrets de la pedagogia, magnífico. Desde el cuarto piso del Ateneu se ven en picado las jacarandas en flor de la Plaza Villa de Madrid. La gente va de aquí para allá, bajo el ramaje, sin que muestren mucho interés en mirar para arriba. Llego a casa tarde, pero satisfecho.
II
Me avisa un amigo dominicano que este fin de semana estará por Barcelona y esbozamos planes para el reencuentro.
III
El placer de hablar, sí, con viejos conocidos, pero a algunos la vida los ha tratado mal, muy mal. Están envejecidos y como rendidos por el peso de los sucesivos achaques, que me cuentan sin saltarse un detalle. No sé muy bien qué decirles, pero hay que decirlo.
IV
En casa me espera el montón de mails cotidiano esperando respuesta.
I
Hoy el intelectual es un miembro de la aristocracia del proletariado, pero él, con frecuencia, aún no se ha dado cuenta.
II
Pero sí intuye que ya nadie lo considera una figura de autoridad en nada relevante. No es, desde luego, lo que fueron los grandes intelectuales de los siglos XIX o del XX.
III
El gran público lo desconoce y ese desconocimiento ha resultado ser la mejor prevención contra la cicuta.
IV
Hoy a Sócrates en vez de la cicuta le administramos una cátedra.
V
Los intelectuales no forman ni tan siquiera una ronda bullanguera. A nadie le alteran el sueño. El aguijón de la libertad de expresión desaparece cuando todas las opiniones valen lo mismo.
I
No es -ni mucho menos- la primera vez que me pasa: me llama un periodista solicitándome una entrevista para mañana. Le pregunto sobre el tema y me responde con una tesis que supone que es la mía. Como estoy muy lejos de defenderla, le digo mi posición, para aclarar las cosas. Noto que el periodista se va hundiendo en el silencio. Al acabar, me dice que mi postura es muy interesante. Es la confirmación de que no me llamará mañana.
II
No sé si lo he entendido bien, pero un profesor de bachillerato de un centro concertado parece que me ha dicho que cada año hace con sus alumnos dos viajes. Uno a Alemania, a visitar un campo de concentración, y otro a Ceuta, a ver la valla, porque en los dos casos se entiende el rechazo al otro por ser distinto. A mi me parece que comparar estas dos cosas indica una notable falta de claridad moral.
III
El humanismo abstracto domina. Es la religión de nuestro tiempo y su principal centro de difusión es el catolicismo progre.
IV
Hace unos días, en otra entrevista, me preguntaron por la culpa que tenía "el sistema" en la situación de la escuela. Contesté que yo no solía utilizar esta palabra y que pensaba seguir sin utilizarla hasta que descubriese la ventanilla en la que atiende el sistema.
V
Hoy he defendido la importancia de los prejuicios ante tres pedagogos que hacían de la crítica de los rpejuicios la principal razón de ser de la escuela. Me han mirado con decepción, han apartado mis palabras, y han seguido con sus prejuicios.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
En la tiranía extraña y próxima que retrató George Orwell en la novela «1984» (escrita en 1950) andaban ya pululando todos los estigmas de nuestro tiempo: la vigilancia de las pantallas, la manipulación extrema del lenguaje, las noticias falsas, la polarización como mecanismo de control… Pero hay uno que siempre me ha llamado la atención y que entronca también excepcionalmente con nuestra época: el de la estandarización completa de la creación artística.
Como tal vez recuerden, en la inquietante distopía orwelliana el siniestro Ministerio de la Verdad contaba con máquinas que componían novelas, obras de teatro, películas y canciones para consumo de las masas. Para ello bastaba con introducir en el mecanismo ciertas variables temáticas (pasiones y decepciones amorosas, sexo, sucesos morbosos…), aplicarles un «versificador» automático (esto solo para la poesía y las canciones), y organizarlas bajo estructuras narrativas o musicales simples. Los «proles» (que es como se llama en la novela a las clases populares) se volvían locos por estos engendros.
¿No les suena esto familiar? Si alguien observara con distancia el prolífico y vertiginoso mercado editorial o musical actual, podría sospechar que hay por ahí detrás cientos de máquinas como las imaginadas por Orwell produciendo libros, películas y canciones en serie para consumo masivo. Es cierto que esto de producir maquinalmente romances, folletines o espectáculos comerciales no es algo nuevo; pero la capacidad industrial y tecnológica para hacerlo es hoy tan increíblemente potente que hasta podría prescindir completamente de agentes humanos. ¿Por qué no va a poder componer una novela, una canción o una película de éxito una aplicación de inteligencia artificial (IA) como ChatGPT? Piensen en la mayoría de los best sellers que han leído y en lo que se parecen entre sí; o en las tropecientas mil canciones pop recreadas de nuevo cada temporada; o en las cientos de películas románticas o de machotes justicieros, completamente previsibles, que ofertan las plataformas de streaming. ¿Qué hay en todo ello que no pueda hacer una máquina?
Algunos dirán que esos productos no son realmente obras de arte, y que estas sí que son imposibles de crear por sistemas de IA, pero esto es poco más que un brindis retórico al sol. ¿Alguien sabe, acaso, qué es y qué no es «arte» y por qué no puede escribir una máquina algo como, por ejemplo, el Ulises de Joyce? Si se trata de combinar información según ciertas estructuras narrativas a partir de intuiciones estéticas provenientes del entorno cultural, tan preparado podría estar James Joyce como un programa bien entrenado de IA. ¿Quién notaría la diferencia?
A todo esto los más románticos luditas solo saben oponer el viejo arcaísmo del aura: hay «algo», un «no-se-qué» fetiche y mágico en la obra humana. A esta extraña e invisible «cosa», si no les diera vergüenza, le podrían volver a llamar «alma». Y quizás tuvieran razón. Pero entonces habría que pasar de la pregunta por el arte a la no menos mistérica y magnífica sobre el alma… ¿Quién se atreve con ellas?
I
Cuando Aristóteles hablaba de las cosas humanas (ta anthropina prágmata) estaba siguiendo los pasos de Sócrates, es decir, bajando la filosofía del cielo a la tierra. A la filosofía le gusta volar alto en busca de lo primero en sí, mientras que las cosas humanas van a ras de suelo y, por eso mismo, son lo primero para nosotros.
II
Probablemente es imposible conocer bien las cosas humanas si no se las ama, pero es más fácil amar a la humanidad que al vecino del quinto. Sin embargo, es el vecino del quinto, y no la humanidad, el que se tira a salvarnos si nos ahogamos. Y, ciertamente, es también el capaz de ahogarnos para robarnos la cartera.
III
Precisamente porque las cosas humanas, si se quieren conocer bien, demandan una mirada distinta a la que dirigimos al resto de las cosas, la naturaleza de lo humano es diferente de la naturaleza del resto. Hay dos naturalezas y, por lo tanto, dos filosofías primeras.
IV
Y todo esto viene a cuento del Real Madrid.
II
Con cierta frecuencia no nos queda más remedio que ser optimistas. Seamos, entonces, optimistas defensivos y ligeramente escépticos, para corrompernos lo menos posible.
III
Mi último libro de aforismos se titula Una triste búsqueda de alegría. Veo que los que me entrevistan no saben qué hacer con ese título, a pesar de su transparencia. Les parece paradójico o, incluso, un oxímoron. Creo que no les gusta pensar que diga la verdad.
IV
Ayer en una radio sostuve, con Freud, que una de las condiciones de la salud mental es cierta dosis de hipocresía. Tampoco me entendieron, aunque me regalaron unas rosas forzadas que venían a decir: «Está bien como chiste, pero vamos a lo serio».
I
Me proponen ser miembro del Colegio Libre de Eméritos y, obviamente, acepto encantado, aunque algo acomplejado, vistos los nombres de sus creadores.
II
El viejo que se lamentaba en la plaza de Ocata, cada día, de que los plátanos se estaban muriendo de sed, ha dejado de aparecer por allí justo cuando están luciendo espléndidos su follaje primaveral. Refugiado con un café con leche y un libro al amparo de su sombra, me acuerdo de él. El escenario natural se repite anualmente, el humano, no; el humano es siempre distinto.
III
Hoy más que leer, he estado picoteando. Y donde más he picoteado es en la traducción de Luc Brisson de la Vida de Plotino de Porfirio. Conocí a Brisson personalmente hace ya al menos veinte años. Me pareció un sabio cordial y asequible y durante algún tiempo mantuvimos algún intercambio epistolar. Siempre se aprende mucho de él.
V
Declaración de hacienda entregada. Respiro. Respice finem.
I
Hablando esta mañana por teléfono mi hermana y yo recordábamos cuando nuestro abuelo Federico volvía precipitadamente del campo para ir a misa y si no tenía tiempo de pasar por casa, dejaba la azada en la puerta de la iglesia. Recordábamos igualmente cuando era más difícil conseguir un asiento libre en misa que en el cine. Aquellas iglesias a reventar de feligreses han dejado paso a iglesias donde sobra espacio y a las que se puede entrar tal como se viene de la calle.
II
Esta tarde hemos hecho, como todos los años, la procesión de Corpus Christi por algunas calles del pueblo y me he vuelto a sentir como si formara parte de los últimos restos de un ejército derrotado. Derrotado, sí, pero que volvería mil veces a dar la batalla, aun sabiéndola perdida. Los que vuelven de la playa y se encuentran de sopetón con nosotros nos miran con cara de perplejidad. No nos entienden. Su perplejidad no es fruto de la admiración sino de quien se encuentra en la calle una cartera llena de billetes falsos.
III
Antes de ir a dormir he pasado un rato con Porfirio, que se considerada el discípulo predilecto de su maestro, Plotino y, posiblemente, tenía razón.
I
Día tranquilo, casero, lluvioso, de comida familiar y Plotino, al que ando poniéndole notas a pie porque hay bastantes cosas en el texto de Porfirio que deben ser explicadas. El ingenuo cree que para conocer un autor antiguo debe leer sus textos, pero en muchos casos ocurre que para entender sus textos necesitas tener una concepción previa de su pensamiento.
II
Comienzo la lectura de estas «vidas paralelas», aunque de paralelas tienen poco, ya que el autor es un ferviente seguidor de Espartero que no siente no la más mínima simpatía por Narváez, quizás el político más incomprendido de nuestro siglo XIX. Me gusta mucho la escritura de Martínez Villergas, ideológicamente muy sesgada, pero literariamente esbelta.
Mi nieto B. tiene que decidir qué materias elegir para el curso que viene y su elección condicionará su futuro académico. Es la primera vez que se ve en esta tesitura y la necesidad de elegir tanto lo que quiere hacer como de renunciar a lo que probablemente ya no será, le crea una fuerte tensión anímica.
IV
Voy dándole vueltas a lo del ARA.
I
Tengo delante de la ventana de mi cuarto las ramas de las jacarandás en flor. Ha llovido un poco y las gotas que cuelgan prendidas de las flores destellan cuando son movidas por la brisa marina. El cielo, arriba, parece indeciso. Quizás vuelva a llover. Hemos pasado de la pertinaz sequía al pertinaz chaparrón cotidiano.
II
Pues no, no quiero hablar de política, porque pretendo resaltar aquí precisamente lo menos político de mi vida cotidiana (que, ciertamente, siempre tiene algo de política). Es lo que me apetece hacer.
IIINecesito recuperar el hilo de la normalidad, volver a mi ritmo, a mis tiempos, a la rutina que permite ordenar lo vivido, al sosiego de la repetición de lo trivial... En la repetición hay un cobijo imprescindible para recuperar fuerzas... y así volver a la repetición de lo distinto.IV
Tenemos un acuerdo en la Editorial Rosamerón que ha demostrado ser muy sensato: publicamos aquellas propuestas que cuentan con el voto favorable de los tres socios. Eso, por una parte, te obliga a leer los manuscritos con una mirada desarmada y por otra, te impide garantizarle la publicación de su manuscrito a nadie.
V
Han abierto un restaurante en el barrio. Lo lleva una pareja joven que ha comenzado con la ilusión comprensible de los novicios. Pero este pueblo es comercialmente un enigma. En todo caso, nosotros le echaremos una mano.
VI
He recibido una propuesta para colaborar -mejor: para recuperar mi antigua colaboración- en el diario ARA.
I
Días muy intensos en Madrid. Tan intensos, que parece una eternidad lo que me separa del martes pasado, cuando pusimos el punto final al seminario de la Tatiana con un anónimo hexámetro medieval: "Quidquid agis, prudenter agas, et respice finem".
II
Madrid es una ciudad que siempre se me muestra acogedora, a pesar del calor que comenzaba a hacer a partir de las 12:00 y que convertía las primeras horas de la tarde en un ejercicio de resistencia. No hay vez que no vaya a Madrid y que no vuelva con algún proyecto nuevo bajo el brazo.
III
No hablaré de la aprobación de la ley de amnistía. He decidido que este ensayo de un diario tenga un carácter más personal, más cotidiano. No es que la política no sea relevante. Incluso la tengo como la filosofía primera. Pero quiero resaltar otros matices de mi vida en este ejercicio que solo tiene como propósito cumplir con el mandato de "nulla dies sine linea".
IV
Tuve entrevistas con periodistas, encuentros con pedagogos, cena con economistas y rectores, y visitas a la galería de las colecciones reales y, de nuevo, al infinito museo del Prado. No hay espectáculo en el mundo que me sobrecoja más que ese Museo que forma parte de nuestro patrimonio colectivo. Es un templo en el que lo milagroso vive en cada sala.
V
Pero, por encima de todo, resalto los paseos matutinos con mi agente conspirador, cuando la luz amable de la mañana daba alegría a los juegos de luces y sombras de la fronda de los árboles, la temperatura era perfecta y la invitación a un chocolate con churros, irresistible.
“De esta forma parece que, en el lenguaje ético y religioso, constantemente usemos símiles. Pero un símil debe ser símil de algo. Y si puedo describir un hecho mediante un símil, debo ser también capaz de abandonarlo y describir los hechos sin su ayuda. En nuestro caso, tan pronto como intentamos dejar a un lado el símil y enunciar directamente los hechos que están detrás de él, nos encontramos con que no hay tales hechos. Así, aquello que, en un primer momento, pareció ser un símil, se manifiesta ahora un mero sinsentido (…) Es decir: veo ahora que estas expresiones carentes de sentido no carecían de sentido por no haber hallado aún las expresiones correctas, sino que era su falta de sentido lo que constituía su mismísima esencia. Porque lo único que yo pretendía con ellas era, precisamente, ir más allá del mundo, lo cual es lo mismo que ir más allá del lenguaje significativo. Mi único propósito -y creo que el de todos aquellos que han tratado alguna vez de escribir o hablar de ética o religión- es arremeter contra los límites del lenguaje. Este arremeter contra las paredes de nuestra jaula es perfecta y absolutamente desesperanzado. La ética, en la medida en que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolutamente bueno, lo absolutamente valioso, no puede ser una ciencia. Lo que dice la ética no añade nada, en ningún sentido, a nuestro conocimiento. Pero es un testimonio de una tendencia del espíritu humano que yo personalmente no puedo sino respetar profundamente y que por nada del mundo ridiculizaría."
Ludwig Wittgenstein, Conferencia de ética
"No fue Isaac Newton. Hoy en día, por lo general, se reconoce que Newton no solo era un científico, sino el más grande de todos los científicos que hayan vivido jamás, a pesar de que Newton nunca se consideró un científico. No podía hacerlo, puesto que la palabra no existía en aquel momento.
Newton se consideraba a sí mismo como un «filósofo», palabra que describe a los pensadores de la antigua Grecia y que proviene de las palabras griegas que significan «amante del conocimiento».
Por supuesto, podemos amar diferentes tipos de conocimientos. Los filósofos que estudian principalmente la naturaleza son, por lo tanto, «filósofos naturales».
Newton se consideraba un filósofo natural, y el tipo de cosas que estudiaba tenía que ver con la filosofía natural. Así, cuando escribió el libro en el que describía cuidadosamente las tres leyes del movimiento y su teoría de la gravedad universal —el libro científico más importante que se ha escrito—, lo llamó (en latín) Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, que significa Principios matemáticos de la filosofía natural.
La palabra griega equivalente a «natural» es physikos, que se traduce como «física». La filosofía natural también puede ser considerada como la «filosofía física», concepto que se abrevia en la palabra «física».
La física fue dejada de lado, en cierta manera, ya que no era adecuada como palabra general para referirse a la filosofía natural. No obstante, se necesitaba una palabra corta, ya que los términos «filosofía natural» contienen demasiadas sílabas.
Existía, por ejemplo, la palabra «ciencia», del término latino que significaba saber. Sin embargo, debido a que se necesitaba una palabra que fuera corta y adecuada para expresar el tipo de conocimiento en el cual estaban interesados los filósofos naturales, se comenzó a utilizar gradualmente el término «ciencia» para referirse a la filosofía natural.
Más tarde, alrededor de 1840, un filósofo natural inglés llamado William Whewell comenzó a utilizar la palabra «científico» para referirse a alguien que estudiaba y comprendía este tipo de ciencia. En otras palabras, los filósofos naturales comenzaron a ser considerados 'científicos'.
Solo después de 1840, pues, pudieron existir personas que se consideraran «científicos». En este caso, ¿quién fue el primer científico? Whewell era un buen amigo de Michael Faraday y sugirió algunas palabras nuevas para conceptos que Faraday había elaborado, palabras como «ión», «ánodo», «cátodo» y demás. Es más: Faraday fue el mayor filósofo natural de su época, y uno de los diez mejores de todos los tiempos con toda seguridad, y probablemente el experimentador más grande que haya existido.
Si Whewell pensaba en alguien como científico, apuesto a que pensó primero en Faraday. ¡Y si no lo hizo, lo haré yo!
Sostengo que Michael Faraday fue el 'primer científico'. Y el 'primer físico', por cierto, ya que Whewell también inventó ese nombre".
Isaac Asimov, Viaje a la ciencia (1995)
Cualesquiera que sean las razones profundas del ocaso de Occidente, cuya crisis vivimos actualmente en todos los sentidos decisivos, es posible resumir su desenlace extremo en lo que, retomando una imagen icónica de Ivan Illich, podríamos llamar el «teorema del caracol». «Si el caracol», afirma el teorema, «después de haber añadido un cierto número de espirales a su concha, en lugar de detenerse, continuara su crecimiento, una sola espiral más aumentaría 16 veces el peso de su casa y el caracol sería inexorablemente aplastado». Esto es lo que está ocurriendo en la especie que un tiempo se llamó homo sapiens con respecto al desarrollo tecnológico y, en general, a la hipertrofia de los dispositivos jurídicos, científicos e industriales que caracterizan a la sociedad humana.
Siempre han sido indispensables para la vida de ese mamífero especial que es el hombre, cuyo nacimiento prematuro implica una prolongación de la condición infantil, en la que el pequeño es incapaz de proveer a su supervivencia. Pero, como suele ocurrir, precisamente en aquello que asegura su salvación se esconde un peligro mortal. Los científicos que, como el brillante anatomista holandés Lodewijk Bolk, han reflexionado sobre la condición singular de la especie humana, han extraído, de hecho, consecuencias por decir poco pesimistas sobre el futuro de la civilización. Con el paso del tiempo, el creciente desarrollo de las tecnologías y las estructuras sociales produce una inhibición real de la vitalidad, que es preludio de una posible desaparición de la especie. De hecho, el acceso a la etapa adulta se aplaza cada vez más, el crecimiento del organismo se ralentiza cada vez más y la duración de la vida ―y, por tanto, de la vejez― se prolonga. «El progreso de esta inhibición del proceso vital», escribe Bolk, «no puede sobrepasar un cierto límite sin que la vitalidad, sin que la fuerza de resistencia a las influencias nefastas del mundo exterior, en resumen, sin que la existencia del hombre se vea comprometida. Cuanto más avanza la humanidad por el camino de la humanización, más se acerca a ese punto fatal en el que el progreso significará destrucción. Y ciertamente no está en la naturaleza del hombre detenerse ante esto».
Es esta situación extrema la que vivimos hoy en día. La multiplicación sin límites de los dispositivos tecnológicos, el sometimiento cada vez mayor a limitaciones y autorizaciones legales de todo tipo y especie, y la sujeción integral a las leyes del mercado hacen a los individuos cada vez más dependientes de factores que escapan por completo a su control. Günther Anders ha definido la nueva relación que la modernidad ha producido entre el hombre y sus instrumentos con la expresión: «desnivel prometeico» y ha hablado de una «vergüenza» ante la humillante superioridad de las cosas producidas por la tecnología, de las que ya no podemos en modo alguno considerarnos dueños. Es posible que hoy este desnivel haya alcanzado el punto de máxima tensión y el hombre se haya vuelto completamente incapaz de asumir el gobierno de la esfera de los productos que ha creado.
A la inhibición de la vitalidad descrita por Bolk se añade la abdicación de esa misma inteligencia que podría frenar de algún modo sus consecuencias negativas. El abandono de ese último vínculo con la naturaleza, que la tradición filosófica llamaba lumen naturae, produce una estupidez artificial que hace aún más incontrolable la hipertrofia tecnológica.
¿Qué le ocurrirá al caracol aplastado por su propia concha? ¿Cómo podrá sobrevivir entre los escombros de su casa? Éstas son las preguntas que no debemos dejar de hacernos.
Giorgio Agamben, Il guscio della lumaca, quodlibet.it 23/05/2024
Es probable que muy pocos de los que van a votar en las elecciones europeas se hayan cuestionado el significado político de su gesto. Puesto que están llamados a elegir un «parlamento europeo» no mejor definido, pueden creer más o menos de buena fe que están haciendo algo que corresponde a la elección de los parlamentos de los países de los que son ciudadanos. Conviene aclarar desde ahora que no es así en absoluto. Cuando se habla hoy de Europa, lo que se reprime es ante todo la propia realidad política y jurídica de la Unión Europea. Que se trata de una verdadera represión se desprende del hecho de que se evite a toda costa llevar a la conciencia una verdad tan embarazosa como evidente. Me refiero al hecho de que, desde el punto de vista del derecho constitucional, Europa no existe: lo que llamamos «Unión Europea» es técnicamente un pacto entre estados, que sólo afecta al derecho internacional. El tratado de Maastricht, que entró en vigor en 1993 y dio a la Unión Europea su forma actual, es la sanción extrema de la identidad europea como mero acuerdo intergubernativo entre Estados. Conscientes de que hablar de una democracia con respecto a Europa carecía por tanto de sentido, los funcionarios de la Unión Europea trataron de enmendar este déficit democrático elaborando el proyecto de la llamada constitución europea.
Es significativo que el texto que lleva este nombre, redactado por comisiones de burócratas sin ningún fundamento popular y aprobado por una conferencia intergubernativa en 2004, fuera rechazado rotundamente cuando se sometió a votación popular, como en Francia y Holanda en 2005. Ante el fracaso de la aprobación popular, que anuló de hecho la autodenominada constitución, el proyecto fue tácitamente ―y quizás habría que decir vergonzosamente― abandonado y sustituido por un nuevo tratado internacional, el llamado Tratado de Lisboa de 2007. Sobra decir que, desde el punto de vista jurídico, este documento no es una constitución, sino una vez más un acuerdo entre gobiernos, cuya única sustancia se refiere al derecho internacional y que, por tanto, se cuidaron de no someter a la aprobación popular. No es de extrañar, por tanto, que el llamado parlamento europeo que se va a elegir no sea, en verdad, un parlamento, porque carece del poder de proponer leyes, que está enteramente en manos de la Comisión europea.
Algunos años antes, el problema de la constitución europea había suscitado, por otra parte, un debate entre un jurista alemán cuya competencia nadie podía poner en duda, Dieter Grimm, y Jürgen Habermas, que, como la mayoría de los que se llaman filósofos, carecía por completo de cultura jurídica. Contra Habermas, que pensaba que en última instancia podría fundar la constitución en la opinión pública, Dieter Grimm tuvo buen juego al sostener la inviabilidad de una constitución por la sencilla razón de que no existía un pueblo europeo y, por tanto, algo parecido a un poder constituyente carecía de fundamento posible. Si bien es cierto que el poder constituido presupone un poder constituyente, la idea de un poder constituyente europeo es el gran ausente en los discursos sobre Europa.
Desde el punto de vista de su supuesta constitución, la Unión Europea carece, por tanto, de legitimidad. Así pues, es perfectamente comprensible que una entidad política sin una constitución legítima no pueda expresar una política propia. La única apariencia de unidad se consigue cuando Europa actúa como vasallo de los Estados Unidos, participando en guerras que en modo alguno corresponden a intereses comunes y menos aún a la voluntad popular. La Unión Europea actúa hoy como una sucursal de la OTAN (que es a su vez un acuerdo militar entre estados).
Por eso, retomando con no demasiada ironía la fórmula que Marx utilizó para el comunismo, podría decirse que la idea de un poder constituyente europeo es el espectro que acecha hoy a Europa y que nadie se atreve a evocar. Sin embargo, sólo un poder constituyente de este tipo podría devolver la legitimidad y la realidad a las instituciones europeas, que ―si un impostor es, según los diccionarios, «el que obliga a los demás a creer cosas que no son ciertas y a obrar de acuerdo con esa credulidad»― no son en la actualidad más que una impostura.
Otra idea de Europa sólo será posible cuando hayamos despejado el campo de esta impostura. Para decirlo sin tapujos ni reservas: si realmente queremos pensar en una Europa política, lo primero que tenemos que hacer es quitar de en medio a la Unión Europea, o al menos estar preparados para el momento en que, como ahora parece inminente, se derrumbe.
Giorgio Agamben, Europa o l'impostura, quodlibet.it 20/05/2024
Hace unos días se hicieron públicas las
imágenes del telescopio espacial Euclid, lanzado hace casi un año para
captar el universo más lejano y oscuro. Las imágenes son espectaculares, pero
el asunto ha pasado sin pena ni gloria por el saturado escenario mediático.
Parece que la gente tenía mejores cosas que ver. ¿No es increíble?
Tal vez no tanto. Seguramente la mayoría de las personas tenemos un concepto de lo real más exigente que el que supone el universo de los científicos, e intuimos que casi cualquier otra cosa o imagen (una serie de ficción, un conflicto diplomático, las canciones de una artista pop o los estertores de un niño machacado en Gaza) es más real y merece más atención que las lejanas galaxias fotografiadas por un telescopio.
La cosmovisión actual es, de hecho, una de las más pobres que ha parido la historia. No solo carece de encanto mitológico, sino de profundidad filosófica. Describir el mundo como un evento espaciotemporal surgido inexplicablemente de la nada y compuesto en un 95% de una materia desconocida no parece especialmente interesante. Si a eso sumamos la incapacidad congénita de la ciencia para comprender las cosas que más nos importan (la felicidad, la justicia, la conciencia, el propio conocimiento, la razón de ser del mismo cosmos…) tenemos una explicación plausible de por qué a la gente le importan relativamente poco las fotografías del Euclid.
Es posible que hace siglos, aún sin telescopios ni imágenes detalladas a todo color, la gente estuviera mucho más pendiente del cielo. Y no porque no hubiera otros estímulos distractores (realmente los había y, a escala, seguro que tan absorbentes como los de hoy), sino porque entonces el cielo era parte de una realidad poblada de elementos trascendentes (míticos o racionales) que explicaban el mundo, lo relacionaban con nuestra condición existencial y hasta parecían útiles para orientar nuestras decisiones vitales.
Ahora, la gente no ve en el cielo más que imágenes psicodélicas, parecidas a las que puede generar cualquier ordenador, asociadas a una montaña de datos que pocos comprenden y que, en el fondo, no sirven más que para inventariar el aspecto más superficial (visible, cuantificable) de una ínfima parte del mundo.
Alguien dirá que esta cosmovisión desencantada que nos trae la ciencia nos libra al menos de dogmatismos irracionales (más allá de los dogmas consustanciales a la propia ciencia, claro). Es cierto. Pero promueve, por el contrario, un nihilismo huero (y no menos irracionalista). Tampoco dudo que la ciencia moderna, ciega para los problemas metafísicos, epistemológicos, existenciales, morales o estéticos, pero esforzadamente precisa para todo lo demás (si es que queda algo), pueda seguir generando nuevos y sorprendentes ingenios que, si no nos matan antes, sirvan para proporcionarnos una vida más cómoda y longeva. Pero ¿para qué querríamos una vida tan larga y ociosa si no se nos da la más repajolera esperanza de saber qué diablos pintamos aquí?
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en el diario EL PAIS.
Hace unos días se reunieron los miembros de la Red de Asesores en Política Educativa del Consejo de Europa para dar forma al proyecto de implantación de un “Espacio Europeo para la Educación para la Ciudadanía”, una estrategia cuyo objetivo es reforzar una educación en valores comunes y en cultura democrática que ponga en el centro la capacitación del juicio crítico del alumnado. Estaba previsto que la reunión se celebrara en Tbisili, Georgia, pero la situación política de aquel país (vecino de Ucrania) lo desaconsejó ―a la par que hacía patente la pertinencia de fortalecer la educación democrática y en derechos humanos en toda la UE―.
Lo que el Consejo de Europa promueve como una necesidad para evitar lo que lamentablemente ocurre en muchas partes de Europa y del mundo, fortaleciendo el conocimiento de las instituciones democráticas, la asunción racional de valores comunes, y el desarrollo del espíritu crítico frente a la desinformación y los discursos de odio, consiste en consolidar contenidos similares a los de materias como la vieja Educación para la Ciudadanía, que hubo de retirarse de los currículos de nuestro país debido a la feroz e incomprensible resistencia del Partido Popular.
Es precisamente este mismo partido, empeñado desde hace años en borrar la educación cívica del mapa, el que, según la prensa, pretende proponer ahora una proposición no de ley para instar al Gobierno a incluir la enseñanza de la Constitución y los valores democráticos en la Educación Primaria y Secundaria. No sería esta rectificación una mala noticia si no fuera porque tales enseñanzas están ya amplia y profundamente implementadas en la ley educativa actual. Y no de modo transversal, como alega el Partido Popular, sino como parte de los contenidos y competencias específicas de varias áreas y materias de carácter troncal.
Así, si uno acude a los reales decretos que establecen los contenidos y competencias que rigen los planes de estudio de todo el Estado, podrá comprobar (solo hay que leer el BOE) la obligación de que el alumnado, a través del trabajo en áreas y materias concretas, conozca y analice los valores constitucionales y los procedimientos e instituciones democráticas (por ejemplo, en la nueva materia de Educación en Valores Cívicos y Éticos, tanto en Primaria como en Secundaria); o que reconozca los derechos y deberes constitucionales (en la materia de Geografía e Historia); o que realice un análisis comparado de los distintos regímenes políticos y sus constituciones para reconocer el legado democrático de la Constitución de 1978 como fundamento de nuestra convivencia y garantía de nuestros derechos (en la asignatura de Historia de España). Recordemos, además, que el currículo tradicional de esta última asignatura se modificó, dando más peso al estudio de la época contemporánea, justo para ―entre otras cosas― poder tratar con detalle de las diversas constituciones de nuestro país, desde la Constitución de Cádiz hasta la actual.
¿Qué más pretende el Partido Popular? Desde luego, es digno de reconocimiento que en la propuesta difundida por el PP se incida en la necesidad de garantizar la capacidad crítica, el inconformismo y la autonomía de juicio de las nuevas generaciones. Este es, de hecho, uno de los objetivos clave de la nueva ley educativa, y no, de nuevo, de forma «transversal», sino como parte de los contenidos curriculares de materias muy concretas (la ya citada Educación en Valores Cívicos y Éticos, la Filosofía, que vuelve a ser troncal en todo el Bachillerato, la Lengua y Literatura, la Historia, etc.). Lo que no parece coherente es que en la propuesta del PP se exija promover una formación crítica y, a la vez, transmitir los artículos constitucionales de forma «práctica» y sin necesidad de acompañarlos de explicaciones de fondo ni de fundamentación alguna, como se desprende de la información disponible. ¿En qué quedamos entonces? Porque promover el inconformismo y el espíritu crítico enseñando los artículos de la Constitución como si fueran la tabla de multiplicar, sin explicaciones de fondo ni fundamentación alguna, son intenciones claramente opuestas. No se enseña al alumnado a ser crítico ni a comprometerse con la Constitución haciéndole memorizar y repetir sus artículos como si fuera un loro, sino ofreciéndole razones y argumentando con él acerca de su valor y pertinencia.
Parece en fin que la iniciativa del Partido Popular viene a reivindicar la orientación hacia la educación cívica, crítica y en valores democráticos que inspira justamente a la Lomloe y a las más recientes recomendaciones europeas en política educativa; orientación que es exactamente la misma que la que informaba a la vieja y perseguida Educación para la ciudadanía… La lástima es que el PP no haya estudiado antes la ley vigente, ni analizado la consistencia de su propuesta.
Todos sabemos qué es el progreso —la abolición de la esclavitud, el crecimiento en los derechos, la eliminación de la desigualdad…—, pero también que ciertos movimientos que solemos calificar como progresistas o no lo son del todo o no sabemos exactamente por qué lo son. Hace tiempo, constatamos el carácter problemático y controvertido del progreso, abandonamos su concepción lineal, su mecanicismo e incontestabilidad, la praxis consistente en hacerlo avanzar acelerando el movimiento en la dirección conocida. Ya no es tan fácil reconocer “el movimiento real” de la historia, como pensaban Marx y Engels. Es mucho más certera aquella idea de Adorno de que el progreso articula el movimiento social y al mismo tiempo lo contradice. Por eso tiene sentido que se planteen propuestas de desaceleración con objetivos que no tienen nada que ver con las motivaciones reaccionarias, aunque guarden ciertas similitudes formales. El progreso no es el camino hacia un fin prescrito, sino la apertura hacia lo mejor. Sin la posibilidad de cambiar, si no fuera posible el nacimiento de realidades alternativas, el progreso no tendría sentido. Pero si eso es así, entonces la idea misma de progreso es más un problema que una solución; es un espacio de posibilidades que tiene que ser explorado y no tanto una insistencia en lo que ha dado buenos resultados hasta ahora.
Muchos cambios sociales que calificamos como progresivos son ambivalentes, con resultados secundarios no deseados: liberaciones que nos hacen más vulnerables; profusión de la información disponible que no mejora el conocimiento, sino que desorienta; aumento de las posibilidades de intervención de cualquiera en el espacio público que es tanto una conquista democrática como la causa de la desinformación. Frente a la idea de una acumulación lineal está la realidad de soluciones que generan otros problemas o que tienen un alto coste del tipo que sea.
Si el progreso ya no es lo que era, ¿en qué puede consistir hoy la regresión? Un cambio regresivo es algo distinto del mantenimiento de lo presente. Querer conservar algo no es necesariamente regresivo. Hay casos en los que recuperar una práctica tradicional puede ser una forma de progreso, como se plantea en la rehabilitación de viejas formas de producción alimentaria o en las propuestas de desaceleración, desconexión o reivindicación de la cercanía. Pueden ser discutibles o utópicas, pero no necesariamente regresivas cuando responden al intento de corregir algún efecto secundario de lo que se consideraba progresivo sin haber reflexionado suficientemente sobre ello.
Los reaccionarios tienen otras motivaciones y objetivos. Su posición responde a la nostalgia de las certezas estables, de los roles incuestionados, los límites respetados y la seguridad a cualquier precio. Los reaccionarios se sienten sobrepasados por la dinámica social, que rechazan, en todo o en parte, a diferencia de los conservadores, que pretender equilibrar esa dinámica. La regresión es el intento de volver o mantener algo que no se puede conservar. Por eso se puede discutir con los conservadores acerca de la magnitud o necesidad de lo que se pretende conservar, pero no es posible negociar con los reaccionarios sobre el alcance de la regresión.
Daniel Innerarity, Los reaccionarios, El País 21/05/2024
La historia está poblada de fanáticos que han leído muchos libros: basta echar un vistazo a las guerras de religión o poner la oreja en una discusión académica caliente sobre el comercio de la lana en la Segovia del siglo XII. Sea como sea, que la cultura vacuna contra el fanatismo es un brindis al sol del tamaño de este otro, relacionado y socorrido, que reza que los problemas sociales se arreglan con más educación. Esto se convirtió en una creencia extendida desde los tiempos de la Ilustración, pero hoy tenemos suficientes pruebas de que la ignorancia puede galopar con más brío que el conocimiento por las carreteras de un sistema educativo obligatorio y universal. También sabemos que el fanático es como el paranoico, y encuentra pruebas de que tiene razón hasta en el dibujo que dejan las cagadas de paloma. Dale muchos libros a un fanático y obtendrás un fanático pedante. Entonces, ¿tiene realmente la cultura el poder que normalmente se le atribuye? Y más importante, ¿es manejable, se le pueden fijar objetivos?
Juan Soto Ivars, "De la cultura se dicen muchas tonterías en la academia, internet y el Ministerio", elconfidencial.com 19/05/2024
Las ultraderechas tipo Milei y Vox no apoyan el judaísmo. Como herederos ideológicos del fascismo lo siguen despreciando. Lo que apoyan es el sionismo ya que este les dota de un marco supremacista que les sirve para romper todo vínculo con el otro que consideran inferior.
Cuando el desquiciado Milei llora ante el muro de los lamentos en Jerusalén no lo hace desde el judaísmo por siglos asediado y perseguido. Aquel que precisamente construyó una ética del otro (Levinas). Su emoción es porque ese acto lo conecta con el sionismo supremacista.En la medida de que el actual Israel (estado fundado por judíos socialistas) ha girado hacia ese sionismo extremo e integrista, es que las ultraderechas han dejado atrás -en parte- su antisemitismo para glorificar un país en el que ven concretado su ideario supremacista.
De ahí devoción del franquista y fascista español Santiago Abascal por Israel. Así como la del delirante Milei quien dice que habla con Moisés (sic). Y del neonazi Bolsonaro. Lo que les vincula con el actual Israel es, pues, una visión supremacista, violenta e inhumana.
Por ello es importante que quienes defendemos una ética humanista y universal basada en el otro (la cual reivindica la dignidad del más débil y sufrido ante toda consideración) debemos denunciar el falso pro judaísmo de estas ultraderechas herederas ideológicas del fascismo.
Elvin Calcaño Ortiz. 25/05/2024