22481 temas (22289 sin leer) en 44 canales
by Klein |
Todos somos conscientes que hay dos tipos de sexo, el masculino y el femenino (sin entrar en el tema intersexualidad), pero el sexo no define quien eres, tan solo define los órganos sexuales que desarrollas. Pero la tradición hace que muchas veces olvidemos que estos dos conceptos sexo (macho o hembra) e identidad sexual (chico o chica) no tienen porque ir necesariamente unidos. Es tan simple de entender como meter a gente en una habitación, quizás habrá personas que se sientan a gusto en ese ambiente y no tengan la necesidad de salir, porque realmente les hace feliz vivir en esa habitación, pero si de lo contrario, a esas personas esa habitación les resulta una experiencia traumática, y les hace sentirse mal, hasta el punto de hacerles infelices, por mucho que les cierres la puerta, no les vas a quitar las ganas de salir. Y creo que es algo de lo que mucha gente debería concienciar-se, pues vivir en un cuerpo con el cual no te sientes identificado, es similar a la sensación de estar encerrado. Lo cual es triste pensar que por no intentar empatizar, o por cuestiones religiosas te sirva de escusa para desearle tal mal a alguien. Si quieres observar el paisaje perfecto, observa el reflejo de tu espejo, lo natural es que te quieras, si lo que ves no te gusta, tu eres el único que tiene derecho a juzgarte y a decidir cambiar, nadie puede negar quien eres o como te sientes pues solo tú eres dueño de tu cuerpo, y solo tú vas a vivir tu vida. Asique si alguna vez hemos juzgado a alguien antes de hacerlo parémonos a pensar-lo dos veces, pues si por ser como són son juzgados, serán doblemente juzgados por ser hipócritas y ocultar quienes realmente son.
Merendando una tarde en una finca de El Puerto, después de una cacería de perdices como las de Cebrián, contó Franco un “sucedido” recogido con gracia gaditana por Pemán. Con ese arte español de tocar los pitones para comprobar la embestida del toro, alguien sacó a colación el famoso dicho de Jean Louis de Lolme con que los ingleses del XVIII exaltaban la omnipotencia de su parlamentarismo: “El Parlamento británico puede hacerlo todo menos convertir un hombre en mujer o viceversa”.
–Pues yo he podido –dijo Franco. Y contó el caso de la cantinera, “una chica listísima y bastante mona”, que hubo en el Tercio. Un día salió una orden que prohibía llevar ninguna mujer en las marchas de tropa. Entonces él anotó en el parte ordinario: “Sienta plaza en esta Bandera el legionario Pedro Pérez”. Y así siguió la cosa hasta que, al año, la chica volvió de un permiso con novio y fecha de boda
Los instintos naturales del ser humano le empujan a actuar de acuerdo a su beneficio propio, es decir, en un estado natural el hombre es arrogante y egoísta, busca sobrevivir como cualquier otro ser vivo, características negativas que nos empujarían a pensar que existe un instinto natural que le dirige hacia el mal. Sin embargo, ¿Por qué hay personas que actúan de acuerdo a unos principios que demuestran bondad en su ser?
Según mi parecer, el ser humano es un compuesto muy complejo que puede mostrar conductas muy variadas, es posible que por naturaleza todos tengamos el mismo instinto, no obstante, mediante el uso de la razón el ser humano es capaz de reprimir dicho instinto actuando de acuerdo a sus propias experiencias.
Un punto muy importante es la concepción del bien o del mal, su significado no es absoluto, coincido en la concepción que afirma Nietzsche sobre estos, existen dos tipos de moral según el filósofo. La moral del ‘señor’, que entiende como bueno todo aquello que represente el poder, la valentía y dominación, y malo todo aquello que represente la compasión, y esté a favor de los débiles. La moral del ‘esclavo’ entiende el bien como la negación y el resentimiento en contra de su posición social y busca defenderse de los poderosos.
Dependiendo de la situación social se desarrollará una moral u otra, y la concepción del bien o el mal será diferente, sin embargo, el hecho de que todo ser humano desarrolle una conducta, ya sea la del señor o la del esclavo, me da a entender que nacemos con un instinto natural hacia el bien o el mal y nuestra experiencia produce el desarrollo de éstos.
by Anabel Bueno |
Los consejos dicen: queremos participar, queremos discutir, que-remos hacer oír en público nuestras voces y queremos tener una posibilidad de determinar la trayectoria política de nuestro país. Como el país es demasiado grande para que todos nosotros nos reunamos y determinemos nuestro destino, necesitamos disponer de un cierto número de espacios públicos. La cabina en la que depositamos nuestros sufragios es indiscutiblemente demasiado pequeña porque solo hay sitio para uno. [ ... ] En manera alguna necesita ser miembro de tales consejos todo residente en un país. Ni todo el mundo desea, ni todo el mundo tiene que preocuparse de los asuntos públicos. [ ... ] Quien no esté interesado en los asuntos públicos tendrá que contentarse con que sean decididos sin él. Pero debe darse la oportunidad a cada persona. En esta dirección veo yo la posibilidad de formar un nuevo concepto del Estado. Un Consejo Estatal de este tipo, al que debería ser completamente extraño el principio de soberanía, resultaría admirablemente conveniente para federaciones de los más variados géneros, especialmente porque en él el poder sería constituido horizontal y no verticalmente. Pero si usted me pregunta ahora qué posibilidades tiene de ser realizado, entonces tengo que decirle: muy escasas, si es que existe alguna. Y si acaso, quizá, al fin y al cabo, tras la próxima revolución. (Crisis de la República)
La profesionalización de la política de la mentira, la consolidación del autoengaño, la fabricación de simulacros y el distanciamiento respecto a los hechos constituyen puntales destacados de la crisis de lo público y un peligro político de primera magnitud: "En el terreno de la política, donde el secreto y el engaño deliberado han desempeñado siempre un papel significativo, el autoengaño constituye el peligro por excelencia; el engañador autoengañado pierde todo contacto no con su audiencia, sino con el mundo real". Se pierde el contacto con la realidad solo hasta que esta nos explota en la cara. Tarde o temprano, este tipo de prácticas han de afrontar el estallido de lo real y es aquí donde Arendt comienza a meditar sobre la indignación, la desobediencia y la movilización como fenómenos destinados a tomar un papel cada vez más relevante en las décadas posteriores. Es preciso ponderar las posibilidades de regeneración política y riesgos de la movilización disidente que viene.Está fuera de toda duda la presencia de lo que Ellsberg ha denominado proceso de "auto engaño interno", pero se invirtió el proceso normal del autoengaño. [. .. ] Los engañadores empezaron engañándose a sí mismos. Probablemente por su elevada condición y la sorprendente seguridad en sus decisiones, se hallaban tan convencidos de la magnitud del éxito no en el campo de batalla, sino en el terreno de las relaciones públicas, y tan seguros de sus premisas psicológicas acerca de las ilimitadas posibilidades de manipulación de las personas que anticiparon una fe general y la victoria en la batalla por las mentes de los hombres. Y como vivían en un mundo desasido de los hechos no les fue difícil no prestar atención al hecho de que su audiencia se negaba a dejarse engañar.
Entre estos privilegios, Arendt señala el ejercicio de la libertad política entendida como participación. Las elites y los políticos profesionales, sostiene Arendt, han cooptado el espacio político de libertad e igualdad a base de construir un espacio de igualdad y reconocimiento solo entre ellos, del que el resto de la sociedad está excluido, o más bien estructuralmente implicado a través de la delegación, pero no de la presencia, cuentan como votos, pero no son contados como actores. En estas condiciones, la opinión pública, formada en su mayor parte mediante mecanismos propagandísticos, reemplaza a las opiniones plurales de los ciudadanos, a esa "capacidad del hombre común para actuar y formar su propia opinión". La desigualdad también afecta a las presuposiciones de capacidad de juicio entre la gente común. En suma, se promueve la lenta consolidación de "una opinión pública sustituta a través de ideologías que no hacen referencia a realidad concreta alguna".Su mejor logro ha sido un cierto control de los gobernantes por parte de los gobernados, pero no ha permitido que el ciudadano se convierta en "partícipe" en los asuntos públicos. Lo más que puede esperar es ser "representado"; ahora bien, la única cosa que puede ser representada y delegada es el interés o el bienestar de los constituyentes, pero no sus acciones ni sus opiniones. En este sistema son indiscernibles las opiniones de los hombres, por la sencilla razón de que no existen[. .. ] El gobierno representativo se ha convertido en la práctica en gobierno oligárquico, aunque no en el sentido clásico de gobierno de los pocos en su propio interés; lo que ahora llamamos democracia es una forma de gobierno donde los pocos gobiernan en interés de la mayoría o, al menos, así se supone. El gobierno es democrático porque sus objetivos principales son el bienestar popular y la felicidad privada; pero puede llamársele oligárquico en el sentido de que la felicidad pública y la libertad pública se han convertido de nuevo en el privilegio de unos pocos.
Quienes recibieron el poder para constituir, para elaborar constituciones, eran delegados debidamente elegidos por corporaciones constituidas: recibieron su autoridad desde abajo y cuando afirmaron el principio romano de que el poder reside en el pueblo no lo concibieron en función de una ficción y de un principio absoluto (la nación por encima de toda autoridad y desligada de todas las leyes), sino de una realidad viva, la multitud organizada. Esta forma de articulación de lo social es la que hace posible el acto constituyente y no al revés, es fruto de la experiencia de lo común.
La hora fatal de la república le llega cuando de su recuerdo no queda nada, solo una sociedad de administradores y administrados. "Es una historia triste y extraña la que nos queda por contar", sentencia Arendt en las páginas finales de Sobre la revolución. Es hora, pues, de narrarla.El éxito espectacular que aguardaba al sistema de partidos y el fracaso no menos espectacular del sistema de consejos se debió en ambos casos al nacimiento del Estado Nacional, que encumbró a uno para aplastar al otro, por lo cual los partidos revolucionarios e izquierdistas han mostrado tanta hostilidad al sistema de consejos como la derecha conservadora y reaccionaria. Hemos terminado por estar tan acostumbrados a concebir la política nacional en función de los partidos que tendemos a olvidar que el conflicto entre los dos sistemas siempre ha sido en realidad un conflicto entre el Parlamento, la fuente y asiento del poder en el sistema de partidos, y el pueblo, que ha abandonado su poder en manos de sus representantes.
De manera que el ideal democrático en sus versiones más igualitarias y participativas incorpora un componente utopista que alimenta la insatisfacción con la democracia realmente existente, promoviendo así una conversación incesante sobre su buena o mala salud, sus limitaciones y posibilidades. Nada de lo que sorprenderse, pues la democracia no difiere de otros conceptos políticos que operan también como ideales con carga prescriptiva: justicia, igualdad, libertad. Y, como ellos, lleva a cuestas una historia accidentada en cuyo curso han cambiado tanto sus significados como sus formas. Siendo la principal transformación aquella por la cual la participación directa de los ciudadanos en el gobierno se limitó –por buenas razones, relacionadas ante todo con la escala de las sociedades modernas– a su elección periódica de representantes. Un cambio en el contenido institucional con su correspondiente reflejo semántico, ya que cuando decimos «democracia» hoy nos referimos a la democracia representativa (o liberal, o constitucional) antes que a la democracia directa (deliberativa o de referéndum). Algo que, sobre todo en épocas de descontento, conduce a la frustración: si hablamos de «gobierno del pueblo», ¿por qué el pueblo no gobierna?En ningún caso la democracia tal y como es (definida de modo descriptivo) coincide, ni coincidirá jamás, con la democracia tal y como quisiésemos que fuera (definida de modo prescriptivo).
Las gentes de Inglaterra se engañan a sí mismas cuando se figuran que son libres; lo son, de hecho, solo durante la elección de los miembros del parlamento. Ya que tan pronto como uno nuevo es elegido, están de nuevo encadenados y no son nada.
Irónicamente, las elecciones son adoptadas en origen como una institución aristocrática, esto es, el procedimiento para elegir a los mejores representantes –o a los representantes entre los mejores– antes de que existieran los partidos políticos propiamente dichos o los medios de comunicación conocieran su fuerte desarrollo posterior. Es el elemento republicano de la democracia antes aludido, cuya razón de ser es el temor a la tiranía de la mayoría. A la vista está que las elecciones terminaron por democratizarse y los representantes no siempre son, precisamente, los mejores; también que, pese a ello, las democracias han demostrado ser mucho más inclusivas que sus alternativas. En cualquier caso, esas transformaciones estructurales posteriores habrían terminado, a juicio de nuestro autor, por convertir las elecciones en una rémora para la democracia, una antigualla («el combustible fósil de la democracia») que debe pasar a la reserva. Pero, ¿cómo articular un gobierno democrático sin elecciones periódicas? Van Reybruck lo tiene claro: recuperando el sorteo.El fundamentalismo electoral es la creencia inconmovible en la idea de que la democracia es inconcebible sin elecciones y en que las elecciones son una precondición necesaria y fundamental cuando hablamos de democracia.
Sin embargo, la misma razón sirve para explicar el desinterés de los propios ciudadanos, quienes, no obstante, serían obligados a participar –se entiende– si les toca la lotería; momento a partir del cual se tomarán la tarea tan en serio como cuando forman parte de jurados penales populares. Van Reybruck limita, no obstante, y en nombre del realismo, el alcance de su propuesta: los ciudadanos elegidos por sorteo compondrían una cámara legislativa popular complementaria, lo que produciría un modelo «birrepresentativo» que combina elecciones y sorteo. La ventaja de estos representantes –pues representantes serían– es que no tendrían deseo de ser reelegidos; quizá podría asignárseles la función de reflexionar sobre problemas a largo plazo. Este modelo de democracia sería el apropiado para «una era alfabetizada, de comunicación hiperveloz y descentralizada, que ha creado nuevas formas de implicación política». Todos somos adultos, añade: demos al sorteo una oportunidad.La democracia parlamentaria es teatro y a veces genera gran televisión, pero la democracia deliberativa contiene poco drama y difícilmente puede hacerse con ella una buena historia.