La portada del inminente libro de aforismos.
El anuncio de mi conferencia en la Tatiana el miércoles que viene.
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I
Insiste Platón en sus diálogos que no siempre es fácil poner límites a las cosas y, por lo tanto, que no siempre es fácil la definición. Pero ante la dificultad, él apostaba por el límite porque es la condición sin la cual no es posible el concepto.
II
Platón parece convencido de que sin amor al lenguaje (filología) no hay amor al hombre (filantropía) y de que las reticencias al lenguaje (misología) nos llevan directos a las reticencias ante el hombre (misantropía).
III
Hoy parece que ni los límites ni, por lo tanto, los conceptos bien delimitados, nos interesan mucho. Lo que nos interesa es lo anfibio. Nuestra cultura parece subyugada por lo anfibio.
IV
Lo anfibio no ama la reclusión, sino la exhibición. Le gusta convertir su excentricidad en espectáculo.
V
Lo anfibio no aprecia el concepto, sino la imagen en movimiento.
VISi esto es así -que bien puedo estar completamente equivocado- entonces lo anfibio está condenado a la autofagia.I
El hombre es un animal de hábitos. Nos vamos haciendo a lo que hacemos y de esta manera vamos domesticando el tiempo.
II
Cada mañana bajamos mi mujer y yo a desayunar al Petit Cafè de la plaza de Ocata y cada mañana leemos allí un rato; si hace sol, acogidos a su generosidad en invierno y protegidos de ella por la sombra de los plátanos en verano; si hace frío, adentro y, si no, afuera. Todo esto es trivial e insustancial, ¡pero cómo se echa en falta lo habitual cuando estás solo ante las rutinas!
III
Hace unos años, exactamente el 12 de febrero del 2013, dos pianistas (los hermanos Tena Manrique) y un servidor estrenamos en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona una conferencia-concierto sobre la obra musical y filosófica de Nietzsche que poco después repetiríamos en el Casino de Soria. Ayer, porque la vida está llena de casualidades, decidimos recuperar el experimento y hacer algo semejante en la Tatiana de Madrid.
IV
Intento ver alguna serie en la televisión, pero me parecen tan insustanciales que difícilmente las puedo soportar más de 10 minutos. Cuando veo cómo alargan ciertas situaciones, pienso que John Ford resolvería eso en 10 segundos. Las series consistirían, entonces, en deconstruir a John Ford.
V
Tengo tantas cosas en marcha que mi vida es a un frente amplio.
VI
Cosas deprimentes de la vejez: esos pelos impertinentes y absurdos en las orejas y en la nariz.
Franz de Waals (The Ape and the Sushi Masters Basic Books New York 2001, p.16) formula la pregunta, y da clara respuesta: “¿Cuál es el común denominador de todo aquello que llamamos cultura? (…) A mi juicio no puede tratarse sino de la expansión no genética de costumbres e información”.
“La noción estándar de humanidad conlleva la creencia de que se trata de la única forma de vida que ha realizado la transición del reino cultural, como si un día abriésemos las puertas de una nueva vida. La transición hacia la cultura ha sido sin duda alguna gradual, en pequeñas etapas y no ha sido ni completa (nunca hemos dejado atrás realmente la naturaleza) ni muy diferente, al menos en el inicio del comportamiento observado en otros animales. La idea de que constituimos la única especie cuya supervivencia depende de la cultura es falsa, y el proyecto mismo de yuxtaponer naturaleza y cultura es un grandísimo quid pro quo”.
Víctor Gómez Pin, La disputa sobre la singularidad humana: ¿genética versus cultura?, El Boomeran(g) 11701/2024
Paul Feyerabend (1924-1994), filósofo de la ciencia que preconizó el anarquismo epistemológico, formuló la tesis de la inconmensurabilidad. No es posible comparar dos teorías cuando no hay un lenguaje teórico común. Una idea que vale tanto para las diferentes disciplinas científicas como para diversas teorías dentro de una misma disciplina. Si dos teorías son inconmensurables, entonces no hay manera de decidir cuál es mejor. La idea la recogerá para la filosofía Richard Rorty. Nietzsche no puede refutar a Kant simplemente porque no hablan el mismo idioma. La filosofía, como la ciencia, no avanza por lógica, sino por inspiración.
Feyerabend fue el primero que desmintió la idea, tan difundida entre periodistas y publicistas de la ciencia, de la existencia de un método científico. Sus argumentos son históricos y de sentido común. Los métodos solo funcionan en determinados ámbitos. No hay un método todoterreno y universal, porque las condiciones en las que se llevan a cabo los experimentos siempre están cambiando. No hay un procedimiento único o un conjunto de reglas que presidan todo trabajo de investigación. Las razones para esta negativa son también antropológicas. Los métodos están asociados a formas de vida, tradiciones de conocimiento y recursos económicos y tecnológicos. “La idea de un método universal y estable es tan poco realista como la idea de un instrumento de medición universal que pudiera medir cualquier magnitud”. Los métodos del esquimal no pueden coincidir con los del tuareg. Viven en mundos diferentes. Sus diferencias epistemológicas son las diferencias entre el hielo y la arena. Imaginemos por un momento los métodos de investigación en un planeta gaseoso como Júpiter, donde no es posible poner un pie a tierra. La idea de un método universal es tan provinciana como el imperativo categórico kantiano. Moral es forma de vida. Y las formas de vida son incontables. Reducirlas a una sola ha sido la ambición de todos los imperios que, convencidos de su supremacía, tratan de imponer su forma de vida (no sabemos si por convencimiento o cobardía). Un imperialismo epistemológico que el relacionista (generalmente viajado y sensible a las prescripciones de otros pueblos) no está dispuesto a aceptar. La idea misma de un método en abstracto es un contrasentido. Separar los métodos de los ámbitos y formas de vida es demagogia o, simplemente, degeneración democrática. Frente a esos dogmatismos, el relativismo se alza como la única filosofía posible para una sociedad libre. O mejor, como la única filosofía civilizada. Y algo parecido se podría decir del escepticismo.
La ciencia, cuando es excelente, necesita de todas las virtudes. Sentido crítico y capacidad expresiva, inventiva en los métodos, irreverencia con la tradición, prejuicios y prudencia, honestidad y oportunismo, modestia y codicia, talento matemático y sensibilidad artística. Eso es lo que vemos en los orígenes de la ciencia moderna, en Galileo, Newton y Descartes. Todos ellos se inscriben en una situación histórica compleja, vectores de fuerza, actitudes, instrumentos, ideologías. El buen científico debe parecerse a un buen político, con intuición para captar las dificultades que encontrará su propuesta y con la fuerza persuasiva que permita que sea aceptada. Niels Bohr sería un buen ejemplo. También debe parecerse a un boxeador, ser ágil y detectar con rapidez los puntos débiles de sus oponentes. Newton es aquí el ejemplo. Explica su método recurriendo a tres niveles: fenómenos, leyes e hipótesis, que, como los tres poderes de una democracia, deben estar separados. Las hipótesis no deben mezclarse con los fenómenos ni utilizarse para proponer leyes. Las leyes se deducen de los fenómenos y se explican con ayuda de las hipótesis. Y consigue convencer a todos de la pulcritud del procedimiento que va de la recolección de fenómenos a la elaboración de leyes (como si se pudiera entender un fenómeno sin un marco teórico previo). Todo es, claro está, mucho más complejo. La idea misma del fenómeno o la experiencia puede expandirse tanto que acaba conteniendo cualquier ley o hipótesis.
Feyerabend se hará célebre por desmontar la idea misma de un “método científico”, universal e invariable, un conjunto de reglas que presida toda investigación. No hay una sola regla que no haya sido vulnerada en una ocasión u otra. De hecho, los grandes avances científicos tuvieron lugar cuando algunos pensadores decidieron no someterse a ciertas reglas, consideradas inviolables, y optaron por quebrantarlas. El método científico es un mito, un eslogan propagandístico. Los grandes genios lo han sido precisamente por no ceñirse a los métodos que prescribía su disciplina. “En el ámbito de la vanguardia científica, no hay ningún método ni ninguna autoridad”. La teoría cuántica puso de manifiesto que una concepción del mundo grandiosa y llena de éxitos podía ser falsa. La ciencia siempre progresa a base de catástrofes y revoluciones. Lo que sí que pervive es una confianza en la posición privilegiada de la ciencia. Pero, y esa es la novedad que introduce Feyerabend, una sociedad libre debe tratar a esa fe como a cualquier otro credo. “La sociedad libre permitirá que los adeptos a estas creencias se expresen libremente, pero no les concederá ninguno de esos poderes especiales a los que aspiran”. Un científico no es más que un ciudadano y, cualesquiera que sean sus derechos, éstos deben estar sometidos al juicio de otros ciudadanos, incluidos los que carecen de formación científica.
Una regla elemental de la guerra es destruir al enemigo. “Pero es posible que un guerrero salvaje cuide a su enemigo herido en lugar de dejarlo morir. Su acción queda justificada en el momento en que descubre que establecer vínculos entre culturas rivales conduce a mayores beneficios que la destrucción del enemigo”. Cualquier procedimiento, por ridículo que parezca, puede abrirnos mundos sorprendentes que nadie hubiera imaginado. Mientras que un único procedimiento nos mantiene en una prisión sin que nos demos cuenta. En este punto, Feyerabend es más razonable de lo que parece. La metodología científica no puede desvincularse del estudio de acontecimientos históricos concretos. “La ciencia es mucho más flexible y difícil de lo que los racionalistas suponen. Un científico no solo inventa teorías, también inventa hechos, normas, metodologías y, dicho brevemente, formas de vida completas. Si en la ciencia puede aparecer cualquier forma de razón y no una forma especial de la racionalidad, el argumento según el cual hay que preferir a la ciencia por su método se derrumba”.
Juan Arnau, Paul Feyerabend, el fantasma del anarquismo en la casa de la ciencia, El País 17/01/2024
La palabra deseo viene del verbo latino desiderare, formado a partir de sidus, sideris, que significa astro o constelación. Existen dos interpretaciones radicalmente opuestas de esta etimología. Se puede interpretar desiderare como “dejar de contemplar las estrellas”, lo que remite a la idea de una pérdida, un “desnorte”. El marinero que deja de mirar los astros puede perderse en el mar. El ser humano que deja de contemplar las cosas celestiales puede perderse ante la seducción de las cosas terrenales. A la inversa, podemos entender desiderare como aquello que nos libra de perdernos en consideraciones (siderare), puesto que los antiguos romanos solían entender la sideratio como el hecho de sufrir la acción funesta de los astros. Hemos conservado este sentido lejano cuando decimos que nos quedamos “alucinados” tras una conmoción o una adversidad: nos quedamos inmóviles, incapaces de reaccionar, privados de la capacidad de actuar libremente. Lo que nos pondrá de nuevo en movimiento es de-sidere, el deseo, entendido como motor de la acción, como la potencia vital que nos libra de perdernos a nosotros mismos, sea cual sea la causa.
Lo fascinante es que este doble sentido reaparece a lo largo de la tradición filosófica occidental. Por un lado, el deseo se percibe como una falta y se subraya esencialmente su carácter negativo. Por otro lado, se percibe como un poder y como el principal motor de nuestras vidas. La mayoría de los filósofos de la Antigüedad vieron el deseo como una falta y lo consideraron no tanto como una cuestión sino como un problema: la búsqueda de una satisfacción que, una vez saciada, renace enseguida bajo la misma forma o bajo la forma de otro objeto, condenándonos así a estar insatisfechos de por vida. Fue Platón, el más conocido entre los discípulos de Sócrates, quien mejor teorizó esta dimensión insaciable del deseo humano en forma de falta: “Lo que no tenemos, lo que no somos, lo que echamos de menos: he aquí los objetos del deseo y del amor”. Aristóteles relativiza esta identificación del deseo con la falta y ve en él nuestra única fuerza motriz: “No hay más que un principio motor: la facultad desiderativa”. En el siglo XVII, Spinoza retoma esta idea y la sitúa en el centro de toda su filosofía ética: el deseo es la potencia vital que pone en movimiento todas nuestras energías y, bien dirigido por la razón, es lo único que puede llevarnos a la alegría y a la felicidad suprema (la beatitud).
Deseo-falta que conduce a la insatisfacción y la desdicha y al que conviene poner límites o eliminar… o deseo-potencia que conduce a la plenitud y la felicidad y que conviene cultivar: ¿quién tiene razón? Si nos observamos atentamente a nosotros mismos y a la naturaleza humana, ambas teorías parecen pertinentes y no se excluyen mutuamente. En nuestras vidas podemos experimentar el deseo-falta y el deseo-potencia. Cuando caemos en la trampa de la insatisfacción permanente, la comparación social, la envidia, la lujuria, la pasión amorosa, damos la razón a Platón. Pero cuando nos dejamos llevar por la alegría de crear, crecer, avanzar, amar, desarrollar nuestros talentos, realizarnos a través de lo que hacemos, conocer, damos la razón a Spinoza. Y las cosas son incluso un poco más complejas, ya que el deseo-falta puede también ser el motor de una búsqueda espiritual que conduzca a la contemplación de la belleza divina, mientras que el deseo-potencia puede llevarnos a excesos y a una forma de hibrisdenunciada por los griegos.
Frédéric Lenoir, ¿El deseo nos conduce a la plenitud o a la insatisfacción permanente?, El País 16/01/2024
El sintagma “sentido de la vida” es una invención rigurosamente moderna. En la premodernidad, dicho con un juego de palabras, la pregunta por el sentido no tenía sentido. La premodernidad es una interpretación del mundo en forma de cosmovisión. Lo importante es el todo, es decir, el cosmos. Y el cosmos es una totalidad ordenada y jerárquica de la realidad en la que cada miembro –desde el ángel hasta la piedra– ocupa una posición definida al servicio del conjunto. Dichos miembros están destinados a ocupar la posición que les corresponde por naturaleza. De ahí el concepto de la Naturaleza como libro, tema al que Blumenberg dedicó un amplio y razonado estudio: La legibilidad del mundo. Hay que saber leer los mensajes de la Naturaleza para aprender la lección que enseña sobre la específica naturaleza humana. Solo el hombre posee libertad para negarse, lo que le llevaría a la desdicha; en cambio, cuando ocupa su lugar predeterminado, entonces es feliz. Ese es el sentido de la antigua eudaimonia: cumplir con la función asignada al hombre en el orden cósmico para contribuir a la felicidad general. La pregunta por el sentido de la vida individual no es pertinente en esa época y a nadie le interesa, ni siquiera a uno mismo, porque la única felicidad que cuenta es la del cosmos, a la que cada uno contribuye cumpliendo su papel. El sentido es evidente, por lo que nadie se pregunta por él.
Todo cambia con el advenimiento de la subjetividad moderna. La modernidad comienza cuando un miembro de ese todo antiguo, el hombre, se desgaja del conjunto y se constituye en una nueva totalidad autorreferente. El yo es el nuevo centro del mundo mientras el mundo de la objetividad anterior decae como explicación convincente. ¿Y qué ocurre entonces? Que ese sujeto moderno se descubre a sí mismo poseedor de una dignidad incondicional, fin en sí mismo y nunca medio, lo que le hace semejante a los ángeles; pero, de otro lado, descubre también que está abocado a ser cadáver algún día, esa escalofriante cosificación del ser humano, contraria a su dignidad, que lo hace semejante a los insectos. ¿Cómo es posible este doble destino antagónico de ángel e insecto? Y por primera vez en la Historia resuena la cuestión modernísima del “sentido de la vida”, que se refiere a qué sentido tiene que el sujeto sufra este nihilismo final que desmiente la excelencia sustantiva de partida y parece sustraer finalidad a la vida individual en cuanto tal. Justo cuando se pierde la evidencia objetiva del sentido, asoma la nueva pregunta: ¿Para qué vivir?
Y la respuesta al sentido de la vida no puede ser teórica, como si se tratara de una fórmula matemática o la fórmula de la coca-cola. La respuesta es práctica. Se resuelve en acción, viviendo, no cavilando. Está en el placer de ser buen tenista, un buen alfarero, un buen anestesista. Pues bien, hay un placer en simplemente ser hombre o mujer, de serlo de manera excelente. Si hemos de formar parte de la comedia de la vida, hagamos un buen papel en ella. Y, para conocer ese papel, nada como volver a leer el libro al que te refieres, escrito no con las letras de la naturaleza, como en la premodernidad, sino de las letras inscritas en nuestra experiencia.
Javier Gomá, Jugar o el sentido de la vida, Letras Libres 01/01/2024
La democracia no es algo que podamos dar por sentado. Siempre ha sido una situación excepcional. Siempre requiere una reflexión constante, una autorreflexión. Si no reflexionamos sobre nosotros mismos, no tendremos democracia. La naturaleza de la democracia es que somos capaces de autocorregirnos. Pero si pensamos que la democracia es un proceso que sobrevive por sí solo, entonces ya nos hemos olvidado de lo que se trata, que es de autocorregirse.
Creo que, en los últimos 30 años, la gente se convenció de que la democracia era un mecanismo. Y no es realmente un mecanismo. Es más un compromiso existencial cotidiano. No es algo que esté a nuestro alrededor. Es algo que tenemos que hacer. Es una actividad. Y creo que una de las causas del clima democrático es que lo hemos olvidado. La democracia es algo que tenemos que hacer.
Andrea Rizzi, entrevista a Thimothy Snyder: "Es un tabú decirlo, pero nos estamos volviendo menos inteligentes", El País 21/01/2024
A juzgar por la miríada de procesos automáticos en que nos vemos inmersos desde que suena el despertador, uno afirmaría que la vida no es ni juego ni apuesta, precisamente. Y, sin embargo, hay algo de verdad en eso de que la vida es juego. Pero no la verdad de la excepción antropológica (¿cómo va a ser el animal humano un homo ludens si hasta los perros juegan a perseguirse y a mordisquearse entre ellos?), sino la verdad de la metáfora absoluta, por decirlo en términos de Blumenberg, al que muy oportunamente citas. Por eso el proverbio “la vida es juego” es verdadero. ¿No es una de las características del jugar que es un hecho con sentido por sí mismo? ¿Y no es a una vida con sentido a lo que aspiramos?
Dice el Corán que la vida es juego y pasatiempo, y a mi juicio dice la verdad. Porque la vida es juego si y solo si entendemos el juego como pasatiempo y no como agón. El tiempo pasa y, a la vez, pasa de todo. El juego entendido como deporte organizado y profesional atañe solo al aspecto técnico de la vida humana. No en vano a los entrenadores se les llama técnicos. Sobran los malos jugadores, que solo aceptan juegos en los que ganar significa ganancia y acumulación de bienes, y escasean los buenos jugadores, sabedores de que la vida es poiesis antes que techne.
Hace unos meses, un célebre youtuber vino a recordar a sus seguidores, en un tono tan severo como displicente, que la vida “no es un juego”. Parecía querer decir que las consecuencias se pagan caras. Pero la ruleta rusa, por ejemplo, es un juego con todas las de la ley, y nadie se atrevería a negar el peligro que acarrea.
Como bien dices, la respuesta al sentido no puede ser la razón abstracta. El racionalismo, al fin y al cabo, es otra forma de tomar la parte por el todo. El crisol en que se refunde la sabiduría es la experiencia y, si es válido el recorrido experiencial cuando se circunscribe a una única persona, tanto o más valiosa es la experiencia colectiva, decantada secularmente en aquello que Chesterton llamaba “la democracia de los muertos”. La luz de los filósofos ilustrados cegó el entendimiento de generaciones enteras, para las cuales razón y tradición se batían en un agónico duelo a muerte. ¿Hace falta recordar a estas alturas que la razón es razón vital y es razón histórica? La razón trascendental está encarnada en la vida y se despliega en el acontecer de la historia.
Jorge Freire, Jugar o el sentido de la vida, Letras Libres 01/01/2024
Cuando los habitantes de las 13 colonias se movilizaban en la década de los setenta del siglo XVIII para independizarse de la lejana tutela de Gran Bretaña, la atmósfera que entonces se respiraba en sus calles estaba cargada de ideas, de argumentos, de debates. Miraban con curiosidad e interés a la Grecia clásica, donde había nacido la democracia, y recogían de los ilustrados el afán por servirse de la razón para resolver sus asuntos públicos. En Los orígenes ideológicos de la revolución norteamericana, Bernard Bailyn cuenta que, en lo que todos estaban de acuerdo, era en “la incapacidad de la especie, de la humanidad en general, para dominar las tentaciones inspiradas por el poder”. ¿Qué mundo nuevo era el que querían crear? Uno en el que “se desconfiara de la autoridad y se la mantuviese en constante observación; donde la posición social de los hombres derivase de sus obras y de sus cualidades personales, y no de diferencias conferidas por su nacimiento; y donde el empleo del poder sobre las vidas de los hombres fuese celosamente guardado y severamente restringido”.
Tener la facultad de elegir a los propios gobernantes, pero al mismo tiempo controlar el poder. El plan de la democracia era que los propios ciudadanos pudieran gobernarse (elecciones, separación de poderes, respeto a las minorías, etcétera), no que viniera alguien desde fuera con una verdad trascendente para que los ciudadanos simplemente le dieran el amén con su voto. A la manera de Trump con su inmaculada verdad de una América grande de nuevo: la nación (ay, ¡la nación!). Lo escribió José María Ridao en La democracia intrascendente: “Somos nosotros quienes decidimos acerca de la verdad, nosotros quienes a partir de esa verdad fundamos un orden, y, conscientes de no disponer de una instancia exterior en la que justificar una conducta o de la que reclamar una sanción, nosotros quienes debemos responder de las consecuencias de esa verdad y de los límites, o los excesos, de ese orden”.
José André Rojo, La democracia pisoteada, El País 25/01/2024
Pasamos mucho tiempo en línea. Perdemos la fricción real, y también perdemos la capacidad de hacerlo suavemente. El aprendizaje no es solo informativo. El aprendizaje implica un poco de incomodidad cognitiva. Toparse con cosas que nos sorprenden, que nos resultan difíciles. Pero aprendemos de ellas. Y la IA nos las quitará. Sin incomodidad, no hay aprendizaje. Y por eso me preocupa esto. Esto es algo que es un poco tabú decir, pero me preocupa que nos estamos volviendo todos cada vez menos inteligentes. Y nuestra actitud defensiva al respecto, para mí, es la señal de que nos hemos vuelto menos inteligentes. Si nos volviéramos más inteligentes, seríamos más capaces de aceptar las críticas. Pero a medida que nos volvemos menos inteligentes, también nos ponemos más a la defensiva por ser menos inteligentes y se convierte en un tabú.
Andrea Rizzi, entrevista a Thimothy Snyder: "Es un tabú decirlo, pero nos estamos volviendo menos inteligentes", El País 21/01/2024
Los humanos somos seres tecnológicos. Inventamos tecnología, pero esta a su vez nos inventa: desarrolla nuestros gestos, reconfigura nuestro sistema central nervioso… Y la evolución tecnológica va mucho más rápido que la biológica. Antes de la revolución industrial, el artesano tenía una serie de herramientas, que podía organizar. Con la Ilustración llegaron fábricas más grandes, pero la gente aún trabajaba manualmente. Con la revolución industrial, Marx describió las máquinas autónomas: los trabajadores ponen material al inicio y recogen el resultado al final. Sus cuerpos no son usados como antes, pierden su conocimiento. La máquina es pura externalización de la inteligencia, pero el humano no sabe cómo tratarla: es una de las fuentes de la alienación. Ahora confrontamos un tipo de máquina que es casi biológica, y digo casi. Viene del desarrollo de la cibernética, propuesta en los años cuarenta: las máquinas se ajustan a sí mismas, son reflexivas.
Josep Catá Figuls, entrevista a Yuk Fui: "No podemos dejar que la razón económica y el individualismo dominen el uso de la tecnología", El País 25/01/2024
I
He perdido la bufanda que tanto me gustaba. De lo único que estoy seguro es de que la he perdido en Madrid, pero no sé si en un taxi o dónde. Hasta esta mañana no la he echado en falta. La he perdido por culpa del buen tiempo. Suelo coger bastante cariño a la ropa que me ha usado de medio de transporte y ha ido adquiriendo la patina de mis rutinas, que es como una licencia de habitabilidad en exclusiva. Esta bufanda me gustaba. Era muy mía. Ya le perdí otra vez en Madrid y Ricardo Calleja me la guardó durante meses. Es una bufanda tan singular que estoy convencido que encontrará el camino de vuelta a casa.
II
Javier García Cañete de la Fundación Botín me dice que viene a Barcelona y quedamos para vernos, claro. Pero no viene hasta finales del mes que viene. Es igual. Concretamos lugar y hora del encuentro, que hay que tenerlo bien amarrado. Javier es un tipo fenomenal... Pienso ahora que los javieres que conozco son todos grandes tipos.
III
En la Francisco de Vitoria hemos hablado, mucho, de educación, pero en el campus me he encontrado con otro Javier, Javier Redondo, y hablamos de la importancia de la repetición y de de un congreso internacional de filosofía política para septiembre. Allí estaremos. Sin saber muy bien cómo, la Francisco de Vitoria se ha convertido para mí en una especie de imán guadanesco.
IV
Vuelvo de Madrid, como siempre, con las maletas llenas de proyectos. Creo que si tuviera dinero me compraría un piso en Madrid y desde allí añoraría el Mediterráneo cada día. Como todos los paisajes, que son estados del alma, el mar gana mucho con la añoranza.
V
Un Javier más, Javier Sánchez Menéndez, que es un ser redundante, por ser poeta y sevillano, me manda las pruebas de la cubierta de mi próximo libro de aforismos. Decido dejarlo en sus manos. No hay propuesta de cubierta que no haya empeorado mi intromisión en su diseño.
VI
En casa, rodeado de cosas caseras, acogedoras, cálidas, mías... pero solo. Mi mujer está en Pamplona.
Me levanto pronto y me pongo inmediatamente a escribir. Tengo la cabeza hirviendo de ideas que, por lo visto, han estado a remojo durante la noche. Sin darme cuenta me dan las 9:00. Me ducho y bajo a desayunar. Sigo escribiendo y a las 11:00 voy para la estación María Zambrano. Una pareja joven con un niño autista van delante de mí. El padre se desvive por la criatura y esta no deja de estirar los brazos hacia su padre.
II
El viaje, rápido, tranquilo y productivo. El tren se ha convertido para mí en un lugar en el que pululan las musas.
III
Me llaman de un periódico para que les escriba un artículo. La persona que habla conmigo no deja de darme coba. Finalmente le digo que sí.
A los pocos minutos me envía un mail: "Para ser totalmente claro, este tipo de colaboración que pedimos de vez en cuando es sin retribución. Lo digo por si puede suponer algún inconveniente.
¿Cuándo voy a aprender a preguntar en el moemtno oportuno a ver cuánto pagan?
Le contesto: "Como somos adultos y tenemos el privilegio de poder hablar con claridad, permíteme que te haga una observación: ¿No crees que hay algo contradictorio entre las grandes alabanzas que me has dedicado por teléfono y vuestra tacañería? Contribuimos muy poco a valorar las humanidades si lo que no nos atreveríamos a pedirle a un mecánico, a un fontanero, a un dentista o a un churrero, se lo pedimos a quien se dedica a trastear con las cosas humanas.
IV
En Madrid me lleva a la Fundación Tatiana un taxista polaco que suelta, en perfecto español, tacos enormes, estentóreos, a todos los conductores que no se comportan como él cree que deberían (o sea, casi todos). Lanza unos "¡Coño!" que parecen granadas. Me asegura que es más español que muchos españoles y que solo volvería a Polonia para comprar un terreno en un lugar que no puede olvidar y hacerse allí una barbacoa "Para usarla a mí gusto cuando me salga de allí!" Después me habla de los malos y me asegura que hay que matarlos a todos.
- No se dé usted prisa, que se mueren solos -le digo.
- Pero yo quiero verlos morir -me contesta, muy serio.
V
Mi nieto Bruno se ha roto la mano y me duele la mía.
VI
En la Tatiana planificamos un ciclo de filosofía al que me gustaría mucho traer al farero de la isla de Ons. Se lo he pedido y me ha dicho que no. Le doy su dirección a A., cuyo don de gentes es mucho más convincente que el mío. A ver qué.
VII
Duermo en Pozuelo.
I
Málaga nunca defrauda. Los turistas caminan en mangas de camisa bajo un sol que parece de junio y en el aire hay ese chisporroteo de alegría propio de los pueblos vivos.
II
Tres horas hablando en el Centro Andaluz del Deporte que se han pasado como un suspiro y que me han servido, entre otras muchas cosas, para conocer personalmente a Esteban de las Heras, sobrino de África de las Heras, la agente soviética -pero nacida en Ceuta- que tras casarse con Felisberto Hernández consiguió crear una red de espionaje en el Cono Sur.
III
Cena agradabilísima con esta buena gente malagueña a la que tanto aprecio. A Berta González la conozco desde que era periodista de El Mundo; a Juan Bueno, que acaba de jubilarse y comparte conmigo la pasión por don Juan Valera, lo conocí virtualmente hace al menos, un par de años; a Inma un años... a los otros, desde hoy. Pero la cosa promete. Y arrieros somos...
IV
Paseo hasta el hotel en esta noche tranquila, pero a la que la humedad convierte en fría y un poco desangelada. Seguimos con la conversación, que queda interrumpida al llegar a mi hotel, pero que cualquier día volveremos a despertar.
V
¿Qué habrá pasado hoy por el mundo"
Hay dos condiciones necesarias y casi suficientes para que alguien aprenda algo mínimamente complejo, tanto en la escuela como fuera de ella: (1) que tenga necesidad o ganas de hacerlo, y (2) que comprenda e integre en su propio hacer y pensar aquello que se le enseña, generando así una experiencia más lúcida y gratificante de la realidad. No hay más (los premios o la obsesión por las calificaciones escolares no dan necesariamente para aprender sino, a lo sumo, para «aprobar», que es otra cosa, a menudo bien distinta).
Suelto este discurso a propósito de las medidas anunciadas por el gobierno para mejorar la puntuación de los alumnos y alumnas españoles en el informe PISA, un indicador muy relativo (y discutible) de la eficacia del sistema educativo, pero que gracias a la bola que le dan los medios (y su efecto en los votantes), condiciona cada vez más las decisiones gubernamentales en este y otros países.
Una de las múltiples razones para relativizar el valor del informe PISA es que en él apenas se miden más que dos competencias: la lingüística y la matemática, olvidando a todas las demás y, por ello, la relación íntima que hay entre ellas, y sin la cual ni el aprendizaje de la lengua ni el de las matemáticas tienen sentido alguno, al menos en un contexto escolar (y dudo que en ningún otro).
Es por esto por lo que, si se quiere realmente mejorar los resultados en matemáticas y lengua, las medidas no deben limitarse a esas dos competencias, olvidando que para aprender (lo que sea) es imprescindible comprender la necesidad de lo que uno aprende, tanto en el orden práctico como en el teórico, integrándolo con el resto de competencias y saberes.
¿Quieren de verdad que los niños y niñas no se espanten de las matemáticas? Pues déjense de sumar horas y desdoblar aulas. Somos ya el país con más horas lectivas de Europa, gran parte de ellas dedicadas en exclusiva a las matemáticas. Y el rechazo y la ansiedad que provoca esta disciplina es bastante común, por lo que no se precisa de una atención a la diversidad mayor que en otras materias. El problema de las matemáticas no es de «cantidad» (mayor o menor de horas o de alumnos) sino de «calidad». Yo al menos no recuerdo ningún docente de matemáticas que me explicara ni la necesidad vital ni los fundamentos teóricos de todo ese mundo abstracto y mecánico que pretendía meterme en la cabeza; ni ninguno que, cuando preguntaba algo al respecto, no esquivara la cuestión o me enviara diplomáticamente a la porra. “Eso son cosas de filósofos”, me decían. Y bien que lo eran. Cuando por fin pude estudiar lógica y filosofía de las matemáticas fue cuando empecé a verle el sentido (y las limitaciones) a la materia, hasta el punto de que empecé a estudiarla por mí mismo, sin obligación académica alguna.
Algo parecido cabría decir con respecto a la comprensión y expresión lingüística, que además de corresponder a materias troncales (todas las lenguas y literaturas, autóctonas o no), constituyen una capacidad transversal que se cultiva en todas las asignaturas. No se trata, pues, de más o menos horas (la lengua es lo que más se trabaja, con diferencia, en cualquier escuela), ni de limitarse a reducir la ratio (si no se enseña bien, casi da igual que tengas veinticinco alumnos que dos). Se trata de demostrar nuestra dependencia del lenguaje (de hecho, todo es lenguaje, empezando por cada uno de nosotros) y de transmitirlo como una herramienta indispensable para entender todo lo demás, entenderse a uno mismo y hacerse entender por los otros. Quien no sabe expresarse, piensa mal y comprende peor. En el dominio de la lengua (de cualquiera) nos va todo, incluyendo el que no nos dominen y atonten los que la manejan con aviesas intenciones.
Los problemas de comprensión o expresión no se deben, pues, como creen muchos, a la cultura digital. Los niños y niñas se concentran perfectamente en aquello que les interesa y amplifica su mundo (sea un videojuego o un libro de Harry Potter); y escriben y se comunican de continuo, hasta el punto de que hasta el más retraído tiene hoy un círculo de colegas de la misma «tribu» (es falso que los adolescentes vivan más aislados que antes, a no ser que reduzcamos burdamente la comunicación a la que se da oliéndole al otro el aliento).
¿Pueden mejorar en esto nuestros alumnos? Por supuesto. Cuanto más comprendan la utilidad del lenguaje (por todos los medios y soportes) para dirigir, digerir y ensanchar su vida, más y mejor lo usarán. ¿Tiene esto algo que ver con prohibir el móvil en los centros? No, nada. La dirección es justo la contraria: aprovechar esa herramienta, ya irrenunciable, para desarrollar las competencias comunicativas. Pero ya saben, ante problemas complejos que cuestionan nuestra forma acostumbrada de entender y proceder no hay nada como buscar un chivo expiatorio al que echar la culpa de todo; así nosotros – salvo quejarnos – no tendremos nada que hacer.
I
Mi nieto Bruno hace atletismo. Y aunque de las cosas importantes de casa se ocupa mi mujer, de vez en cuando tengo que llevarlo yo. Esta misma tarde ha sido el caso. Va con dos amigos. Uno de ellos viene a casa y al otro tenemos que pasar a recogerlo. En el coche los oigo y a veces me parece estar oyendo una lengua extranjera. Creo que hablan de videojuegos. Pero no estoy seguro. Yo simplemente soy el orgulloso chófer.
II
Me siento orgulloso de mi nieto. Esto de que haga atletismo le convalida las horas de pantalla, que no creo que sean más que las que yo dedicaba a los cómics. A los tres adolescentes se los ve sueltos, dicharacheros, con ganas de vivir. Y yo siento que por mucho cariño que le tenga a mi nieto, no es solo nieto mío. Es nieto también de su tiempo, que no es el mío. Y está bien que sea así.
III
Me llaman de la Consejería de Educación de Castilla y León y hablamos del Presidente de la autonomía y de Villablino. Me gusta la manera de ser de los castellanos. Son gente que prioriza el hacer al decir que hacen. Y eso, en nuestros tiempos, es casi una excentricidad.
IV
Betty me envía las primeras páginas del último libro de Finkielkraut ("Finki"), Pêcheur de perles, cuyo prólogo comienza así: "Walter Benjamin collectionnait amoureusement les citations". Al prólogo le sigue esta cita de Paul Valéry: «Le cœur consiste à dépendre!»
V
Balmes no deja de darme alegrías.
I
Alguna vez he dicho que la naturaleza es lo que de joven te empuja y lo que de viejo te espera (te acecha, mejor). Me reafirmo.
II
Soy consciente de que ya he entrado en la edad de las despedidas. La Parca va afinando el tiro.
III
Cuando no es un pariente, es un conocido y cuando no, un vecino o un nombre anónimo en el tablón del ayuntamiento que anuncia las defunciones. Las calles se van vaciando de rostros conocidos mientras nos asomamos a la edad a la que no llegaremos, poblada de rostros nuevos.
V
Conversación agradabilísima con el maestro B. sobre Bruckner. El maestro es un sabio entrañable que está atravesando, probablemente, la etapa más creativa de su vida. Y uno, humildemente, a buen árbol se arrima.
VI
Comida con el nieto adolescente, que nos habla apasionadamente de sus descubrimientos históricos y naturales. ¡Cuánto aprende este niño a espaldas de su instituto! ¡Y con cuanto entusiasmo nos lo cuenta! Tiene todo el sentido del mundo, si se mira bien, esto de ser discípulo de tu nieto. Nos lleva de la mano a la naturaleza.
I
La Vanguardia recoge esta foto de la playa de Ocata que le envió un vecino de mi pueblo. Al fondo, consumida por el sol declinante, Barcelona. Hay puestas de sol en esta playa que son espectaculares y que, sin duda, se incluirían en las guías turísticas si para verlas hubiese que pagar.
II
Comida familiar con hijos y nietos y mucha comida. La felicidad también es tener muchos platos por fregar. Hay cosas que son tan evidentes para mi que no pierdo el tiempo intentando defenderlas ante los escépticos, pero les aseguro a ustedes que hay una satisfacción íntima enorme en encerrarse en la cocina a cocinar para los tuyos.
III
Los míos son, en primer lugar, mi familia, y, en segundo lugar, mis amigos. El viernes me llamó F.R. "Que vamos a cenar", me dijo, Y cuando este hombre dice que vienen a cenar puede presentarse con seis personas más. Y eso también es hermoso.
I
I
Viaje a Madrid. Llegué a Atocha a las 16:00. Me esperaba un taxista ecuatoriano. Me llevó a Pozuelos mientras hablábamos de Guayaquil y los narcos. Hice el chek in. Me trasladó a la UFV. Di una charla. Cené con Carlos Granados dos huevos fritos con patatas y jamón. Carlos me trasladó al hotel. A las 7:30 me esperaba el mismo ecuatoriano para llevarme a Atocha. Dentro de poco estaré en Barcelona.
II
Estar fuera de casa es estar en un mediocre hotel de paso en un lugar carente de atractivos al que absolutamente nada te liga. La familiaridad con los propios objetos es esencial para sentirte cobijado.
III
La amistad es un lujo que te elige. No puedes elegir ser amigo de este o de aquel. No puedes elegir que al sentarte al lado de alguien te encuentres inmediatamente inmerso en una conversación que parece venir de muy lejos y promete continuar hasta muy lejos. Esas complicidades del asentimiento, esa cordialidad en la diferencia, ese descubrir en el amigo una luz nueva sobre una preocupación vieja. Ese disfrutar intenso de una humilde cerveza y del festín de dos huevos fritos con jamón y patatas.
IV
En el AVE, Ha estado lloviendo durante toda la noche y los campos se ven empapados, como esponjas, con charcos dispersos y grupos de árboles desvalidos reunidos en la intemperie. Al entrar en Aragón nos recibe una niebla densa que cubre los campos escarchados. La tentación de lanzar mi alieno contra el cristal de la ventana y trazar surcos con el dedo. Pero no estoy solo.
V
Me envía E. el inicio de su tesis doctoral. Le he contestado que no sobrestime al tribunal que la juzgará y que escriba de manera que sea inteligible para un alumno de bachillerato. Creo que se ha escandalizado. E. es una persona honesta y exigente que da por supuesto que en la universidad hay que actuar con rigor académico.
I
Me envía Javier Sánchez Menéndez las segundas correcciones de Una búsqueda triste de alegría. Es un lujo publicar con la Isla de Siltolá. ¡A ver cuándo me puedo poner con ellas!
II
Día largo. No es que se hiciera largo, es que al recordarlo se me amontonan las vivencias. Desde las 6 de la mañana fue un no parar. Pero tuve tiempo de leer un par de extensos artículos sobre el constructivismo pedagógico y de terminar La presentación de la persona en la vida cotidiana, de Goffman. Tiene páginas inolvidables, especialmente aquellas que recomienda la hipocresía como terapia para los males del alma.
III
A las 16:30, videoconferencia con Juan Bueno, del CEP de Málaga y un buen número de directores de centros educativos. Hablamos de lectoescritura y de la "Science of reading". Nos dieron las 19:30 y allí estábamos, dale que te pego. Acabé agotado, pero satisfecho. ¡Y qué pocas cosas hay más gratificantes que el cansancio satisfecho!
IV
Me llegan dos libros. El primero, inesperado, es de Olga García y Enrique Galindo, se titula Aprendizaje basado en Proyectos, y lleva este provocador subtítulo: "Un aprendizaje basura para el proletariado". El segundo, que lo esperaba con muchas ganas, es del sabio Héctor Ruiz Martín y se titula Edumitos. Ideas sobre el aprendizaje sin respaldo científico. Héctor me ha escrito una dedicatoria entrañable.
V
Invitaciones para participar en un congreso en Valencia, en una charla en Vic, en unas jornadas en Madrid, en una cena en esta misma ciudad, en otras jornadas en Ávila, en un encuentro en Girona, en una videoconferencia con directores de centro en Perú... Imposible responder afirmativamente a todo el mundo, a pesar de que todo es interesante.
VI
En la cama abro el libro de Ruiz Martín, pero, por mucho que me interese, no tengo fuerzas para resistir el peso de los párpados.
Es un lujo estar jubilado.
Siento repetirme. Pero es difícil escribir de otra cosa mientras hay un genocidio en marcha sin que nadie mueva un dedo para frenarlo. Solo Suráfrica se ha decidido a llevar al gobierno israelí ante la Corte Internacional de Justicia de la ONU, acusándolo de prácticas genocidas y exigiendo al tribunal que ordene urgentemente un alto el fuego en Gaza.
Lo de la urgencia no es un capricho: según UNICEF, cada día mueren o resultan heridos más de cuatrocientos niños debido al bloqueo y la incursión militar israelí. Y no se trata solo de niños. En total, y solo en Gaza, la cifra de muertos supera ya los 25.000, la mayoría civiles víctimas de ataques aéreos. Esto sin contar los heridos y desaparecidos, o los que mueren más lentamente por no contar con asistencia médica, fármacos o alimentos suficientes.
¿Es esto un genocidio? Pues ustedes verán. Si encerrar a más de dos millones de personas en 45 kilómetros cuadrados, dejarles sin comida, agua o asistencia médica, y bombardearles día y noche durante meses no responde a la intención de acabar con ellos, que venga Dios – incluido el de Israel – y lo vea.
¿Es demostrable la intención genocida? Pues no hay más que escuchar las proclamas del propio Netanyahu, o de alguno de sus ministros o diputados, llamando al ejército a borrar Gaza de la faz de la tierra, incluso con armas nucleares si hiciera falta. Aunque lo más grave aquí es que, más allá de la camarilla de fanáticos supremacistas y ultrarreligiosos que gobierna el país, parte de la población se ha dejado llevar por la creencia de que «los palestinos se lo merecen», y que son la mayoría de ellos, y no solo Hamás, los responsables de los ataques terroristas del 7 de octubre (misteriosamente conocidos, por cierto, y desde hacía meses, por la inteligencia israelí).
A esta tendencia a culpabilizar a todo un pueblo (increíblemente prendida en quienes tantas veces han sufrido de la misma e injusta acusación colectiva) se le suma la idea, exhibida sin complejos, de que los palestinos, salvo como mano de obra barata, ya no pintan nada en Palestina, dado que esta es, definitivamente, la tierra prometida por Dios a los judíos (y no el Estado que les concedieron, por su divina gracia, las potencias coloniales occidentales tras la 2ª Guerra Mundial). De ahí que, además de la masacre de Gaza, se haya incrementado la política de acoso y asesinatos a palestinos por parte de colonos judíos ultraortodoxos en Cisjordania, la otra «reserva india» en que sobreviven confinados los descendientes de los expulsados de sus casas en 1947 para construir la patria judía.
Ante todo esto, la defensa israelí en La Haya ha consistido en esgrimir el derecho a la autodefensa, afirmar que se está haciendo todo lo posible por evitar víctimas civiles, acusar a Suráfrica de tener vínculos con Hamás, y recordarnos que ellos sí que vivieron realmente un genocidio.
Dejando esto último a un lado, y obviando la tramposa frivolidad con que se acusa de antisemita, y poco menos que de nazi, a todo aquel que se atreve a ponerle el más mínimo pero a la matanza de Gaza, el resto de los argumentos son de un cinismo que corta la respiración.
En cuanto a la autodefensa, nadie ha negado el derecho de Israel a defenderse. Lo que se cuestiona es el modo de hacerlo. El derecho a repeler los ataques terroristas de Hamás no implica que se pueda bombardear y matar de hambre a dos millones de personas por si cae algún terrorista en el lote. ¿Se imaginan que ante el acoso reiterado del terrorismo del IRA o de ETA, los gobiernos británico o español hubieran encerrado a la gente del Ulster o el País Vasco, les hubieran dejado sin comida, luz y agua, y les hubieran bombardeado día y noche durante meses? ¿Cuántos «Guernicas», uno detrás de otro, tendría que haber pintado Picasso para denunciar esa masacre? Pues es esto, y no menos, lo que se está perpetrando impunemente en Gaza.
En cuanto a acusar a Suráfrica de tener vínculos con Hamás, tiene gracia que lo haga el país y el dirigente (Netanyahu) que ha defendido personalmente la necesidad de financiar a Hamás como estrategia para mantener divididos a los palestinos e impedir que avanzaran hacia la consecución de un Estado propio.
Así que no. Es una repugnante mentira afirmar que el gobierno y el ejército israelí están haciendo lo posible para evitar víctimas civiles. Están perpetrando una matanza sin paliativos en el campo de concentración en que han convertido previamente a Gaza. Y Occidente entero, salvo la honrosa excepción de Suráfrica, está tapándose los ojos y la nariz ante este hecho. Algo que, por cierto, tendrá consecuencias. Porque tengan por seguro que si algo van a provocar estos crímenes de Estado es más violencia e inseguridad para todos. Denle tiempo al tiempo.
I
Con cada vez mayor frecuencia me siento como un viejo cascarrabias al que la mayoría de las cosas que pasan le parecen poco serias. Cuando esto ocurre me pregunto si ser joven no se reducirá a tomarse la vida demasiado en serio. Me refiero a la inconsistencia de lo que se presenta como obvio, a ese componen de patio de colegio que tiene la política, etc.
II
¿La escritura es un refugio por lo que tiene de ejercicio solipsista?
III
Cuando todo parece irreal es el momento de cocinar algo que inunde la casa con aromas viejos. Ayer fueron unos pies de cerdo. El domingo, un cocido.
IV
Los catalanes le han puesto un 6,9 a su felicidad. ¿Es esto serio? Barcelona es tan poco seria que tiene, a la vez, una de las tasas de fertilidad más bajas y una de las tasas de esperanza de vida más altas.
V
Repaso con Juan Bueno que todo esté listo para una videoconferencia que tengo que dar esta tarde a profesores de Málaga. Compruebo, una vez más, lo torpe que soy en cuestiones tecnológicas. Los meros nombres de las cosas son para mí como una barrera infranqueable. Pero a la gente les gusta pronunciarlos con la misma seriedad con que hablan de estrafalarios nombres de medicamentos.
VI
Buena parte de lo que hacemos es una búsqueda de paliativos existenciales. Esta búsqueda fracasada es lo más serio del hombre.
I
Andamos por Cataluña con una sequía considerable y con cielos primaverales. Los amaneceres son de lujo.
II
Me llamó ayer Eva Millet porque anda escribiendo un artículo sobre el miedo de las nuevas generaciones al futuro. Le digo que no es tanto miedo al futuro como miedo a sí mismos. Los jóvenes ven al hombre como un desastroso gestor de sus recursos, lo cual los condena a vivir en una grave incertidumbre y a soñar con la posibilidad de un poshumanismo o de un transhumanismo.
III
Julio Borges Junyent y Javier Ormazábal Echeverría han escrito un libro más que interesante, La posmodernidad en jaque, que quiere ser ni más ni menos que un debate entre C.S. Lewis y Gianni Vattimo. Julio me envío un ejemplar con una nota manuscrita: "Nuestra intención con este libro es contribuir con seriedad, argumentos y casos de la vida real al combate cultural que erosiona la verdad y la dignidad humana".
No me gusta la expresión "combate cultural". Pero no me gusta por una cuestión táctica. Como decía Maquiavelo, quien quiere ir a la guerra en serio comienza proclamando que lo que busca es la paz.
IV
Javier Sánchez Menéndez me envía las galeradas de mi nuevo libro de aforismos, que se titulará Una búsqueda triste de alegría. Creo que es el mejor libro de aforismos que he escrito, porque es el más sincero.
Hartmut Rosa dedica un voluminós llibre a desenvolupar el concepte de ressonància, front l'acceleració i l'alienació. Byung Chun-Han proposa el concepte d'aroma, el sentir l'aroma del temps per tal de lliurar el temps modern de la seva acceleració i el seu caos, la seva dissincronia. Curiós el recurs de pensadors contemporanis a conceptes estètics.
A John Müller lo conocí hace ya algunos años en Valladolid y me cayó muy bien. Estábamos invitados a una cosa bastante loca que organizó Quintana Paz cuando era profesor... creo que de la Miguel de Cervantes. Estaban también María Blanco, Vidal Arranz, Jaume Vives... y una "dominatrix" que, según nos dijo, se llevaba muy bien con su suegra.
Recuerdo de aquellos días especialmente un largo paseo nocturno con Juan José Laborda, que hablaba, con cierta melancolía, del poder absoluto de la efebocracia en política. Dijo muchas cosas y en todas ha acertado. Pues bien, el día 13 de diciembre John Müller me hizo una larga entrevista en el CaixaForum de Madrid. Ese mismo día me entregaron el Premio magisterio.
Esta mañana he mantenido una disputa considerable, a cara de perro, con un vecino de mi pueblo. Creo que tenía razón yo, pero eso, ahora y aquí, es lo de menos. Lo importante es que al final de la bronca me ha llamado "altivo". Y yo he pensado que no debía enfadarme con alguien que que sabe utilizar este adjetivo. Pero él se ha dado media vuelta y se ha ido, muy enfadado, y no he tenido oportunidad de decírselo. Si por casualidad me lee, que sepa que, por mi parte, todo olvidado.
I
Fui un gran dormilón. Hasta bien entrada mi juventud, el paraíso era para mí un lugar en el que podías dormir ininterrumpidamente cuanto quisieras y nadie vendría a arrancarte de la cama con premuras. Ahora, sin embargo, hay días que a las 5 de la mañana ya estoy leyendo o escribiendo. Y resulta que me gusta madrugar y seguir el amanecer cotidiano, tan igual, tan nuevo, tan distinto día a día.
II
Hay libros que se te resisten. No es que no te gusten. No es que no los consideres relevantes. No es que estén mal escritos... Es, simplemente, que se te resisten. Comenzaste a leerlos hace meses y los tienes aquí delante llamándote la atención. Los coges. Lees unas cuantas páginas. Subrayas tal o cual idea que te parece brillante. Y los dejas para leer otras cosas. Pero no los abandonas. Es lo que me está pasando con "La presentación de la persona en la vida cotidiana", de Erving Goffman (Amorrortu, 1987).
III
Hay encuentros que dejan un sabor largo y cordial en la memoria, y te gusta darles una vuelta y volver a rememorar aquel gesto, aquel detalle, aquella palabra. Es lo que me está pasando con mi visita a la escuela La Pau.
IV
Olga Sanmartín me cita en un artículo de El Mundo: «Sabemos lo que somos capaces de recordar. Por tanto, cuanto menos seamos capaces de recordar, menos sabemos», sostiene el filósofo Gregorio Luri, que arremete contra aquellos que dicen que aprender de memoria no sirve para nada porque todo está en internet. «¿Para qué viajo si todo lo puedo ver en internet? Viajo porque la experiencia es sólo mía. Y lo mismo pasa con el conocimiento», argumenta el autor de La escuela no es un parque de atracciones.
Luri recuerda que una vez un profesor le preguntó: «¿Para qué sirve aprenderse de memoria una fecha histórica?» y él le respondió: «Aprenderse una fecha histórica no sirve para nada. Aprenderse 10 fechas es útil. Y aprenderse 30 permite tener un mapa cronológico de la Historia».
"El feminisme posthumà és capaç de fer una anàlisi pertinent de les relacions de poder contemporànies, perquè ha renunciat tant a la visió liberal de l'individu autònom com a l'ideal socialista del subjecte revolucionari privilegiat."
Rosi Braidotti: Feminisme posthumà
"Nosaltres, que no som-tots-el-mateix-però-que-estem-junts-en-això.2
Cal coneixement posthumà per afrontar:
I
Estar jubilado es una buena cosa. Te permite, primero, seguir vivo, y, segundo, disponer de tiempo para bajar tus ideas de la nebulosa de tus pensamientos a lo concreto de la escritura. Con este descenso siempre se enriquecen, porque escribir no es solo un medio de transmitir ideas. Es, sobre todo, un medio de tenerlas. Escribir con libertad significa con frecuencia, someterse a la lógica que va desplegando tu propia escritura. Si, además, eres un poco disciplinado y lees cada día un par de horas (al menos) y escribes otro par (al menos), el trabajo cunde.
II
Escribo "el trabajo cunde" y pienso en un verbo que utilizaba mi madre y que yo hace tiempo que he dejado de utilizar. "Aunecer". Significa aumentar, cundir, dar de sí o rendir una obra o trabajo. Me imagino que proviene del latín "adolescere", "crecer". Recuerdo la expresión "aunece más que el arroz".
Es curioso comprobar cómo estas palabras se despiertan y sacan la cabeza del fondo de tu memoria, impregnadas de recuerdos antiguos, demostrando así que la memoria es mucho más compleja y menos olvidadiza de lo que tendemos a pensar.
III
Sobre aprender de memoria. Cada vez que oigo eso, hoy tan común entre pedagogos a la violeta, de que no hay que aprender cosas de memoria porque se olvidan pronto y además todo está en internet, pregunto: "¿Y para qué viajar, si todo lo que puedas ver ya lo tienes en un vídeo en internet?" En este caso se me suele contestar que para tener la experiencia propia de algo. "Pues por eso mismo hay que memorizar, para guardar la experiencia propia del conocimiento.
Aumentar. cundir. dar de sío rendir una obra o trabajo.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Esta última semana hemos asistido de nuevo a la controversia acerca de si disfrazarse de rey Baltasar sin tener la piel negra es o no una práctica racista. Algunas asociaciones y opinadores de tendencia progresista piensan que sí, comparando el hecho con esa especie de delito moral que es el «blackface» norteamericano (severamente castigado allí con la pena de cancelación). Ahora bien, ¿es esta posición razonable aplicada a nuestros reyes y pajes navideños? Atendamos a los argumentos de la acusación.
El primero y principal es que disfrazarse de negro era común en ciertas operetas decimonónicas en las que se caricaturizaba de forma humillante a los negros, por lo que disfrazarse también ahora supondría una autorización implícita de aquellos viejos y denigrantes espectáculos y un insulto a todo el colectivo. ¿Es este un buen argumento? La verdad es que no. Aceptarlo supone incurrir en la falacia de enjuiciar la totalidad de una práctica (maquillarse de negro) por el uso particular que se hizo originalmente de ella (maquillarse así para burlarse de los negros). Y esto no es muy sensato. Si fuera justo no hacer nada que otros hayan hecho antes con aviesas intenciones, sería injusto hacer casi cualquier cosa. ¿Deberíamos entonces negarnos a llevar un pendiente en la nariz (objeto con que se hacía algo más que burla a los esclavos negros), o dejar de adorar crucifijos (dado que también los usan los fantoches criminales del Ku Klus Klan), o negarnos a interpretar ciertos temas de jazz por haber sido popularizados en aquellos «minstrels» en los que se caricaturizaba a los negros hasta principios el siglo XX? Todo esto no parece lógico: algo puede ser aceptable independientemente de su origen; y quien se maquilla de negro para encarnar al rey Baltasar y su corte de pajes no lo hace hoy para burlarse de las personas negras, sino para encarnar la figura de un rey oriental sabio, justo y generoso.
Otro argumento esgrimido por los que se oponen a la tradición de los baltasares maquillados es que esto invisibiliza o contribuye a marginar a las personas realmente negras, que son las que deberían representar a dicho rey mago en celebraciones como la cabalgata del cinco de enero. Ahora bien, este argumento confunde el rito teatral de la cabalgata con un problema social. Y no son lo mismo. Una cosa es que en un rito festivo haya maquillaje y disfraces, y otra que se discrimine (en ese rito o en cualquier otro ámbito) a quien no sea blanco. Tan lícito es lo primero como inaceptable lo segundo. Maquillarse de negro es tan legítimo como ponerse una barba postiza o una capa real. No conozco ningún criterio estético serio (ni el del realismo más naíf) que impida a alguien representar cualquier papel si lo hace bien, independientemente del color de su piel, su género u otras circunstancias particulares. Y si nadie en su sano juicio pediría que quien hiciera de Melchor fuera realmente un mago venido de Oriente y perteneciente a la realeza, tampoco se debería exigir que quien representara a Baltasar tuviera que ser obligatoriamente negro. Otra cosa, esta sí repudiable, es que se margine o invisibilice a las personas de piel negra, y no se las acepte para representar a Baltasar (o a Melchor, o a Gaspar, o a lo que sea) solo por ser negras, y no por no ser actores o personas relevantes para la comunidad, que son dos de los criterios más frecuentes para escoger a quienes hacen de Reyes Magos en las cabalgatas. En las cabalgatas que conozco, al menos, se escoge a las personas que van a representar a los RR.MM. por su relevancia social, y no me parece mal que esto sea lo que prime por encima del color de piel (al contrario sí que me parecería racismo). Otro asunto, distinto, es que todas las personas, sean del color que sean, puedan aspirar en igualdad de condiciones a esa relevancia social, pero esto, digo, es otro asunto, previo y más trascendental al de quién se disfraza de Baltasar en una cabalgata.
Un tercer argumento es que disfrazarse de Baltasar con maquillaje incluido supone hacer una caricatura insultante que fomenta prejuicios. ¿Pero es esto necesariamente cierto? Piensen que cualquier disfraz implica casi consustancialmente hacer una caricatura o síntesis de aquello que representamos a través del maquillaje, la ropa, los ademanes, etc. ¿Deberíamos entonces prohibir todo disfraz (no solo de negro, sino también de blanco, pijo, ruso, roquero, geisha, obispo, mendigo…), toda vez que siempre podría haber un colectivo acusándonos de estar haciendo una caricatura prejuiciosa de sus rasgos identitarios? Tomen nota, ahora que se acerca el carnaval…
Pero incluso si fuere ese el caso (que dudo que lo sea en el caso de nuestras cabalgatas de Reyes), ¿por qué habríamos de censurar las caricaturas? No veo por qué en una sociedad libre, abierta y plural no se haya de poder caricaturizar todo lo que se desee, siempre que la intención no sea la de agredir o discriminar a nadie, y que se trate del lugar y el momento adecuado (vale en un carnaval o una revista satírica, pero no en un parlamento o aula de enseñanza).
Un cuarto y último argumento es el de que los niños no creen con el mismo fervor en los Reyes Magos si Baltasar no está encarnado por una persona realmente negra. Pero esto me parece francamente ridículo. Los niños no tienen una imaginación necesariamente realista, y son bastante duchos en el juego simbólico: pueden aceptar perfectamente a un actor no negro haciendo de Baltasar (como han hecho siempre) mientras posea los correspondientes atributos simbólicos (entre ellos, la tez morena), y sin que dichos atributos tengan que ser reales (¡para algo son magos!). Igualmente, podrían aceptar un Rey Mago mujer o un Papa Noel asiático, siempre que los personajes portaran dichos atributos simbólicos (corona, barriga, etc.). Si los niños solo pudieran ilusionarse con personajes realistas Disneylandia tendría que cerrar mañana...
Por cierto, y como me las veo venir: con todo esto nadie quiere decir que no haya que luchar ferozmente contra el racismo (como se ha hecho desde esta columna tantas veces), sino solo que hay que ser más sensato y no dar pretextos al enemigo para que ridiculice esa misma lucha – ni motivos a los amigos para que tengan miedo de ella –. Eso es todo.
I
Aquí, en Ocata, el invierno sigue demorándose. Hace fresco, pero es un fresco tonificante, casi cordial, que se combate bien con un poco de ropa y una bufanda. Al atardecer apetece salir de casa y apretar el paso por las calles del pueblo.
II
Una universidad me invita a visitar Perú. He aceptado encantado. ¿Acaso una persona en sus cabales puede negarse a visitar ese país? Nunca me ha interesado mucho viajar a África o a países exóticos y remotos del Oriente, pero América... América ha formado parte de mis sueños desde que en la remota infancia jugaba a indios y vaqueros. Cuando en mi primer viaje a los Estados Unidos recorría California, Nevada, Utah, Arizona y Nuevo México, tenía la permanente sensación de estar viajando por mi propio imaginario. Todo me recordaba a alguna película o a alguna novela y me veía a mí mismo dentro de esos recuerdos. Después he viajado a México, a la República Dominicana, a Colombia, Ecuador, Uruguay... y allí quedaba Perú, como una ilusión postergada a la que, sin embargo, era imposible renunciar, porque sería como renunciar a mis lecturas juveniles de Vargas Llosa o Brice Echenique. Hay muchas cosas de España que solo se ven desde América y hay muchas cosas de América que solo se comprenden desde España.
III
Mail de Betty:
"Savez -vous que le compagnon de Gabriel Attal s’appelle Stéphane Séjourné, député européen et proche conseiller de Macron?
Ah! Laurette, Serge, qu’êtes-vous devenus dans le placard de G.?"I
Es curioso nuestro tiempo. Lo posible parece haberse comido lo real de tal manera que no nos sorprende que una mujer quiera casarse con un árbol, un loco se corte una pierna para demostrar su dominio de sí, o un excéntrico médico chino anuncie la posibilidad de un transplante de cabeza, pero convertimos en noticia, en todos los medios, el hecho de que en invierno haga frío.
II
Ayer por la mañana desayuné en el Café de la Ópera, en las Ramblas. Hacia al menos 30 años que no entraba allí. Todo es distinto, aunque todo está igual. Ayer me pareció solo un café caro que conservaba una decoración de otro tiempo. Después fui a grabar un programa de televisión y acabé la mañana en unos grandes almacenes, aprovechando las rebajas. No había más que jubilados con sus mujeres que tardaban una eternidad en salir de los vestuarios. En la mayoría de los casos ellos eran maniquís de los caprichos de ellas. Ellos insinuaban querer estos pantalones o aquella camisa, pero ellas decidían qué pantalones y qué camisas les iban bien. Y solían tener razón.
III
Cada cosa que nos pasa no es sino el último eslabón de una larga cadena de improbabilidades que viene a dar casualmente en nosotros. ¿Qué probabilidades había de que ese señor, precisamente ese, salga del vestuario con ese pijama puesto, me pida que le vigile las cosas y se recorra media planta en busca de otro pijama dos tallas mayor? ¿Y de que en el tren de vuelta a casa se siente frente a mí una joven brasileira con el cuerpo atravesado por piercings? Podríamos decir que nuestra biografía es el intento de convertir la sucesión de lo improbable en un relato con introducción, nudo y desenlace.
Neurologia de la maldat. Contra-pedagogías de la cruedad, Rita Segato. Denúncia del "pensamiento edificante" (per exemple, atribuir el mal a psicòpates). Vergonya d'espècie. Naixem ja començats. Som animals intersubjectius; jo soc un teixit de relacions. Deshumanitzar l'altre no és l'única forma de mal, hi ha vegades que no deshumanitzes, sino que humanitzes, per exemple perjudicar algú a la feina. Indiferencia quotidiana respecte el mal. Diferència entre reaccionar i respondre. Respondre és reflexionar abans de donar resposta.
Foto de Mo Eid |
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
¿Es bueno obsesionarse con los planes y propósitos de año nuevo? Por supuesto. Hacer planes tiene muchísimas ventajas. Es útil para fingir que controlas tu vida, para soñar, para entretener el amor, para gozar con los amigos y, sobre todo, para no hacer otra cosa que esa. Hacer planes es algo tan insuperablemente bueno que, de hecho, anula cualquier otra posibilidad de acción.
Que planear sea un bien insuperable es algo que todo el mundo sabe. Por mucho y bueno que sea lo que hagamos, siempre podemos soñar o planear algo mejor. Nuestra capacidad de imaginar es infinita; nuestras fuerzas, no. Entonces, ¿para qué matarse intentando llevar a cabo lo que nos proponemos? ¿No es mejor pasarse el día concibiendo y compartiendo ensueños? ¿Quién quiere ser una alienada hormiga amontonando logros en lugar de la cigarra que los inspira? Los humanos, como decía el poeta, estamos hecho de la materia de los sueños.
Que los seres humanos somos más cigarras que hormigas está claro. Nos define lo que hacemos con la cabeza, no con las manos. Para esto último (y para la parte mecánica de lo primero) ya están las máquinas. De ahí el lógico desprecio a los oficios menestrales y mecánicos que nos deshumanizan, y el gusto por la especulación y el vagabundeo mental. En esto, los católicos latinos siempre tuvimos la razón frente el sombrío culto al trabajo de los protestantes anglosajones. Y que estos hayan impuesto su diabólico mundo de hormigas, consagrado a los peores vicios (esa obsesión por explotar, producir, acumular…), no desdice la superioridad moral de nuestros hidalgos, filósofos y santos, dados al ocio, la contemplación y a una saludable pobreza (que no miseria) material.
Deshágase, pues, la idea de que procrastinar es un vicio. Lo será para algunos bárbaros. Aquí lo reconocemos como una virtud. Y de las mayores. El ser humano se realiza procrastinando, esto es: deseando, proyectando, imaginando y pensando, sin nunca pasar de ahí… Más que nada porque no hay «a donde pasar». Toda realización de lo planeado es por fuerza dolorosa, decepcionante, mortal e inútil. Ya lo decía Oscar Wilde: «cuando los dioses quieren castigar a los hombres les conceden sus deseos».
Un viejo cuento pitagórico afirmaba que de los tres tipos de personas que van a un estadio, solo el espectador hace lo que no puede hacer ningún otro animal: contemplar ociosa y libremente el mundo. El resto – el comerciante, el atleta – no hace más que someterse a la ley natural del interés y el músculo (y que nuestra sociedad idolatre hoy a comerciantes y deportistas ofrece la medida justa del desastre). Es por ello por lo que grandes artistas y pensadores se han dedicado «solo» a idear y teorizar con mayúsculas. ¿Para qué más? (ya vendrían discípulos y escolásticos a hacer lo más minúsculo y degradante). Incluso el protestante Kant reconoció que la libertad y perfección de los humanos solo podían darse en el ámbito etéreo de los fines, y no en el de las acciones mundanas, fatalmente determinado por las leyes físicas.
Así que ya saben: no se dejen tentar por la conformista y mortal tentación del hacer. No hay caricias, versos, amores ni mundos que puedan superar a los que albergamos en nuestra calenturienta sesera. Ni placer más excelso que compartir delirios. Recuerden cuántos castillos en el aire (negocios, viajes, proyectos, teorías salvadoras del mundo…) hemos edificado con amigos y amantes, gozando de cada pieza, y sin necesidad de exponerse al fracaso, contraer deudas, pagar comisiones morales o dejar muertos en las cunetas.
No hay peor pecado que lo que los pobres de espíritu llaman «acción» (y que no es más que triste pasión del alma sometida a lo que ni le va ni le viene). Tenemos el mundo podrido de tanto botarate hiperactivo no dejando infinitamente para mañana lo que se siente torpemente impelido a hacer cuanto antes, sin realmente hacer ni aprender nada. El verdadero sabio aprende de la reflexión, no de la acción (solo el más burro tiene que dejarse caer para descubrir la fuerza de la gravedad). Mientras que el paladín del hacer cosas pierde el tiempo, el que procrastina lo hace. «Hacer tiempo», y no ocuparlo vana y angustiosamente; esa es la clave de una vida buena y feliz.
Dicho todo lo cual, y frente a la legión de bandarras que ofrecen cursos para no procrastinar, propongo hacer de la procrastinación (palabra horrible cuya pronunciación dan ganas de aplazar sine die) una suerte de nuevo culto. Lo llamaría «dejadismo» (o algo así), y sería un término medio entre el «hacer todo lo que deseas» del protestantismo triunfante, y el «hacer por no desear nada» del budismo alternativo; su principal y único mandamiento sería este: «limítate a desear». ¿Os parece esto poco? Pues es lo mejor que tenemos. Así que, ya saben: a soñar los mejores planes para este 2024. Con el firme propósito de no cumplirlos.
I
"A veces pienso -me dice M. en el cercanías- que soy la versión desechada de mí mismo".
No le hago caso, sé que simplemente le gustan las frases así, un poco dramáticas, pero en cuanto me quedo solo -¿no te sabrá mal, verdad, M.?- la escribo en el móvil para no olvidarla. Al llegar a casa decido recuperar el blog. A ver si consigo mantenerme fiel.
II
Decidí comprarles un pastel a los curas del pueblo y me presenté en la casa parroquial con él, tan ufano. Pero a pesar de que llamé con insistencia en la gran puerta de la entrada, no me abrieron. Al dar la vuelta a la casa vi que estaban en una planta superior de sobremesa. Intenté llamar su atención, pero como no lo conseguí, me fui para casa con el pastel en la mano. El problema es que estaba de Rodríguez y me parecía excesivo para mí solo. En esto vi que venía en dirección contraria a la mía una mujer relativamente joven a la que la vida no ha tratado nada bien y ella, para resarcirse, no para de beber cerveza, desde primera hora de la mañana. Se nota bien por dónde ha pasado a lo largo del día por el reguero de latas de cerveza vacías que va dejando.
- ¿Quieres un pastel? -le pregunté.
- ¿Qué?
- Que si quieres este pastel...
- Así, sin más.
- Sin más.
¿Pero por qué?
- Porque estamos en navidad.
Se lo di y lo aceptó con una cara de perplejidad un poco desconcertante.
- ¿Te puedo dar un abrazo? -me preguntó.
- ¡Claro!
Y se me abrazó como si yo fuera el salvavidas provisional de su naufragio.
- Muchas gracias -me dijo.
- De nada. Déjalo un par de horas para que se descongele.
Seguí mi camino y la dejé a mi espalda. A los pocos pasos escuché de nuevo su voz. Me volví. Ahora estaba acompañada de dos hombres que parecían haber salido de la nada. Los reconocí. Poseen la misma afinidad por la cerveza.
- ¿Puedo compartir el pastel con mis amigos?
- Es tuyo. Puedes hacer con él lo que quieras.
- Feliz Navidad.
La nueva ley europea de Inteligencia Artificial (IA) prohíbe los sistemas automáticos y remotos de reconocimiento biométrico, una tecnología racista, clasista y propensa a cometer errores, con excepción del contexto migratorio y policial.
Y nos preocupa la IA. Europa acordó esa primera ley de IA en noviembre, poco después de que Joe Biden emitiera una orden ejecutiva para someter su desarrollo a la seguridad nacional. El partido comunista chino prohibió entrenar modelos con contenidos que promuevan “el terrorismo, la violencia, la subversión del sistema socialista, el daño a la reputación del país” y acciones que “socavan la cohesión nacional y la estabilidad social”. Reino Unido reunió a 20 países en la primera Cumbre Internacional de Seguridad de la IA. Todos quieren controlar los usos y prevenir peligros que sólo existen en la fantasía colectiva propagada por los ejecutivos de las grandes empresas y la ciencia ficción. Pero nadie quiere contener el verdadero peligro: su rápida, aparatosa, sedienta e inflamable expansión.
El cuerpo de la IA es insaciable. Sus enormes infraestructuras de almacenamiento y procesamiento masivo crecen como una bacteria interplanetaria, metiendo sus gordos tentáculos en todas las fuentes de agua, energía, minerales y procesos administrativos y cognitivos disponibles. Come de todo: minas y salinas, plantas eléctricas, instalaciones nucleares, granjas solares, pueblos indígenas, estudiantes dispersos, periodistas estresados, poblaciones empobrecidas por la guerra, la sequía, el capitalismo y la globalización. Norteamérica aumentó un 25% su construcción de centros de datos, eso sin contar con los hiperescaladores: Google, Amazon, Meta y Microsoft. El CEO de Nvidia, el dealer de chips de alto rendimiento, calcula que van a gastarse mil millones de dólares en la expansión de una infraestructura capaz de alterar gravemente el precio y el suministro del agua y la electricidad. Eso tendrá consecuencias predecibles en el precio de la luz, la calefacción y el aire acondicionado, el transporte, los alimentos y el resto de la cadena productiva. Crece más rápido que las fuentes de energía sostenibles. Bebe más agua que la población mundial. Todas estas paradojas no son los síntomas de un brote psicótico colectivo ni los síntomas del declive cíclico e inexorable de la civilización occidental. Tampoco son los defectos del capitalismo. Son parte indispensable de su plan.
“El capitalismo es una máquina de inseguridad, aunque rara vez lo percibimos de esa manera”, escribió Astra Taylor en mayo de 2020 en la revista Logic Magazine. “Junto con las ganancias, los bienes de consumo y la desigualdad, la inseguridad es un producto fundamental del sistema. No es un subproducto incidental ni una consecuencia secundaria de la concentración de la riqueza; es una de las creaciones esenciales y habilitadoras del capitalismo”. La seguridad social favorece la empatía, la solidaridad entre vecinos y la colaboración. Favorece la ambición intelectual y espiritual sobre la económica y una interpretación generosa del mundo. Son valores en conflicto contra los principios fundamentales del sistema capitalista, como la competencia, la exclusión y la individualidad.
La máquina de inseguridad empieza 2024 habiendo metido muchos goles: la crisis medioambiental, la crisis mediática, el desencanto con la política. Las campañas oscuras de las plataformas digitales y la máquina de hechos alternativos de la inteligencia artificial. No es un buen año para que más de 3.500 millones de personas de unos 70 países salgan a votar.
Marta Peirano, Por una interpretación generosa del mundo, El País 02/01/2024
Galileo, en una obra titulada El ensayador, que cumple ahora 400 años, dice una frase que marca el inicio de la ciencia moderna y del culto al dato. “La naturaleza habla el lenguaje de las matemáticas”.
Descartes remata la apuesta asegurando que, si una ciencia quiere ser ciencia, tiene que ser matemática. Y con ese postulado se inicia la Revolución científica, que va estar dominada por la Física de Newton.
El dato no es algo neutral, sino algo “cocinado”. No es algo que está ahí fuera, sino que depende de nuestras intenciones. Esta es la conclusión a la que llegará el físico danés Niels Bohr con el principio de complementariedad: la naturaleza puede hablar muchos lenguajes, de hecho, hablará el lenguaje que le propongamos. Si le preguntamos matemáticamente, responderá con el lenguaje matemático. Si lo hacemos poéticamente, responderá con el lenguaje de la poesía. Lo mismo puede decirse del lenguaje de la química, la biología o el arte.La naturaleza es poliédrica. Esa es su magia. Pensar que hay un lenguaje privilegiado, que nos dice lo que ella es, esa es la superstición moderna. La matematización es una opción que tomó la civilización occidental y que ahora culmina con el culto al dato. Peor para tener un dato hace falta un instrumento de medida. Para tener un instrumento hace falta una teoría. Y para tener una teoría (nueva o revolucionaria) hace falta la imaginación creativa de un genio, de un investigador brillante. El dato es el producto final de todo ese proceso, que arranca con la imaginación.
La lucha por el estatuto de lo verdadero es tan antigua como la filosofía. Pero ahora las armas ya no son el talento narrativo, la persuasión o la habilidad dialéctica, sino los robots. Los razonamientos se han transformado en toneladas de datos. Lo cuantitativo predomina sobre lo cualitativo. Los datos sepultan la creatividad, son un aserto irrebatible, de corte absolutista, que prohíbe la excepción y no deja respirar a quien no se ajusta a ellos.
Juan Arnau, La erótica del dato conduce a la robotización de las personas, El País 01/01/2024