Las universidades norteamericanas llevan algún tiempo presenciando cierto viraje intelectual hacia una corriente exportada de Francia llamada postestructuralismo (a menudo asimilada con el posmodernismo por compartir varias características principales, aunque no es lo mismo). Las vacas sagradas de dicha rama filosófica se pasean por los campus con ese toque entre chic y atormentado que solo pueden llevar con dignidad las estrellas de rock o los protagonistas de una película dirigida por Godard. Y ellos, claro. Foucault, Derrida, Deleuze, Baudrillard y Kristeva copan seminarios en las grandes aulas de los centros más prestigiosos de una a otra costa, mientras los sectores privados también manifiestan simpatías, dedicando sus recursos a becas de investigación sobre esta área del conocimiento.
O pseudoconocimiento, según afirman las voces críticas, entre las que se cuenta Alan Sokal, un físico de la Universidad de Nueva York harto de toparse con textos en los cuales abunda la terminología científica descontextualizada o, directamente, empleada sin ton ni son. Sokal sospecha que el éxito de los autores postestructuralistas está relacionado con cuestiones ideológicas y, sobre todo, de estilo. Poco importa si la propuesta teórica es un disparate siempre que: a) suene bien, b) el enfoque parezca políticamente afín al de la revista encargada de la publicación, y c) reproduzca decenas de citas y tecnicismos que nos lleven de nuevo hasta a). El físico, enfadado —y con bastante tiempo libre al no haber recibido beca de investigación ese año—, escribe un artículo paródico exagerando hasta el absurdo los elementos anteriormente citados, remeda la jerga pseudocientífica de postestructuralistas y posmodernos, y simula comulgar con el relativismo epistémico-cognitivo, así como con las propuestas de los estudios culturales.
El resultado es un divertido galimatías titulado (en ¿honor? a un texto de V. Spike Peterson) «Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravitación cuántica», aceptado por la revista Social Text en 1995 y publicado un año después dentro del número llamado «La guerra de las ciencias». Pero no queda ahí la cosa. Casi a la par, Lingua Franca saca otro artículo: «Un físico experimenta con los estudios humanísticos». El autor es Alan Sokal reconociendo, ahora con tono grave, haberse burlado de los criterios editoriales de Social Text y de los autores que aparecían citados en «Transgredir las fronteras…» no por vanidad —siempre según su versión—, sino para incentivar un debate en torno a los usos y abusos del pensamiento subjetivista y antirracionalista propio de los post-loquesea.
La cuestión es que, además, se planteaba un problema político de fondo sobre el lugar que la derecha y la izquierda académica ocupaban con respecto al conocimiento empírico. En «Un físico experimenta con los estudios humanísticos», Sokal escribió:
Estamos asistiendo a un profundo giro histórico. Durante la mayor parte de los dos últimos siglos, la izquierda se ha identificado con la ciencia y contra el oscurantismo; hemos creído que el pensamiento racional y el análisis sin miedo de la realidad objetiva (tanto natural como social) son herramientas incisivas para combatir las mistificaciones promovidas por los poderosos. […] El reciente giro de muchos humanistas académicos y científicos sociales «progresistas» o «de izquierdas» hacia una u otra forma de relativismo epistémico traiciona esta valiosa herencia y socava las ya frágiles perspectivas de una crítica social progresista.
La estructura del libro se puede dividir en dos parcelas o movimientos propios de las tácticas bélicas: la defensa y el ataque, en ese orden. Y pueden estar pensado: «Pero ¿no son ellos los primeros en tirar beef? ¿A qué viene la defensa?». Lo cual demostraría que han jugado poco al Age of Empires o a cualquier otro videojuego de estrategia en tiempo real. No vamos a juzgarles, siempre están a tiempo de enmendar ese despropósito. Recuerden entonces que las murallas y las torres lo son todo. Sokal y Bricmont se adelantan a la posible puesta en duda de la necesidad de ese libro. Es necesario, dicen, por la mella que los planteamientos relativistas están dejando en el modo de percibir la ciencia, reducida a un mito, un relato más para explicarnos el mundo, tan válido, supuestamente, como las explicaciones religiosas, las supersticiones o las fábulas. La base de ello está en que el relativismo epistémico-cognitivo pone en entredicho la capacidad humana de acceder a un conocimiento verificable por medio de los sentidos, incluso que exista algo así como la verdad o la realidad con independencia del contexto. Todo queda reducido a ficciones, al terreno de la subjetividad y a las construcciones del lenguaje.
Lo peor de esto (y aquí empieza el ataque) es que las élites intelectuales, responsables de predicar tales propuestas antirracionalistas, insertan vocabulario propio de las teorías científicas (literal) como si se tratase de una simple metáfora (literaria) susceptible de cambiar su significado según el objeto con el que se relacione. Extrapolan, por ejemplo, los teoremas de incompletitud de Gödel a un análisis sobre el lenguaje poético (Kristeva), o a una hipótesis sobre la organización de los grupos sociales con el fin de desvelar el «secreto de los infortunios colectivos» (Debray); recurren a los números imaginarios para hablar de falos (obviamente, Lacan) y a «una extraña mezcla de fluidos, psicoanálisis y lógica matemática» para ahondar en los problemas del goce femenino (Irigaray). O inventan términos que pueden llegar a parecer científicos, aunque nadie sepa lo que son, como el «hiperespacio de refracción múltiple» (Baudrillard), y confunden la teoría de la relatividad con el relativismo cognitivo (Bergson, Jankélévich, Merleau-Ponty, Deleuze).
¿Por qué lo hacen? Porque tienen una «profunda indiferencia, o incluso desprecio, por los hechos y la lógica», porque divulgan sobre materias que conocen superficialmente, porque han desplazado a la razón cediéndole su lugar a la pura intuición. Porque confunden oscuridad con profundidad. Según los autores de Imposturas intelectuales, estos filósofos franceses hablan así para que no se les entienda, pero sin perder en ello ni un ápice de su estatus intelectual, porque adoran los argumentos de autoridad para evitar justificar el salto de fe que realizan desde las matemáticas y la física a lo político, lo sociológico y lo metafísico. Porque representan la adaptación al siglo XX del cuento del emperador desnudo al introducir conceptos vaciados de significado.
Ana Rosa Gómez Rosal, Qui est ce putain de Sokal? (¿Quién coño es Sokal?), jotdown.es 28/12/2023