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I
Termino, con cierto cansancio, los Ensayos sobre filosofía política de Philipp Mainländer. He subrayado pocas cosas. Recuerdo esta: "Para la mayoría de los hijos, sus padres viven demasiado tiempo; si no lo dicen, al menos lo piensan".
II
He llevado esta mañana el coche a revisar y a cambiarle las ruedas. Una fortuna. Cuando lo llevaba pensaba que este será mi último coche. Cada vez conduzco menos. Pueden pasar semanas sin que lo saque del garaje. Y cada vez siento con más claridad que mis reflejos no son lo que fueron. Nada grave, pero lo evidente se impone.
III
Larga siesta. De esas en las que la existencia te arropa y te da un beso en la frente para que caigas dulcemente en la placidez de la nada. La siesta es la experiencia de la nada rica.
IV
Ayer un millonario me decía que hay ricos pobres.
- También pobres ricos, yo soy uno de ellos -le contesté-.
IV
Me llaman de un medio porque quieren saber mi opinión sobre la introducción de la robótica y del lenguaje computacional en la escuela. No sé muy bien lo que he dicho, porque me han despertado de la nada.
V
I
A las 9:50 me subía al tren Iryo en la estación de Sants y a las 12:35 me bajaba del tren en la estación de Atocha de Madrid. Como se anunciaban atascos fenomenales con la llegada de los tractores, he ido en metro hasta Nuevos Ministerios y de allí a Castellana/Joaquín Costa, donde había quedado con todo un leonés de pro, Secundino González, la facundia cordial.
II
La Fundación Fomento del Diálogo me invitó a comer y a hablar de educación en el Jai Alai. El lugar bien merece una visita, pero hablar y comer es tarea bien compleja para un humano, especialmente si se siente rodeado de gentes serias y sesudas, que saben de la vida mucho más que él, un pobre platonista. Claro que Secundino ha demostrado una caballerosidad impecable e implacable conmigo que es muy de agradecer.
III
Lo principal en estos casos es no aburrir, no estropearle la digestión a nadie, y decir lo que se piensa. De vez en cuando Secundino, al quite, decretaba "pausas de hidratación", porque nada hay que combine mejor con la palabra que el vino. Ha estado bien. El torno de preguntas ha sido vivo e interesante y hemos acabado todos tan amigos.
IV
Entre los presentes me he encontrado con una sorpresa muy agradable: la de la presencia de Marta Fernández Munárriz, navarra de Pro. Me cae muy bien esta mujer. Tiene una risa franca, acogedora, sin malicia y una amabilidad inagotable.
V
El leonés de Pro querían acompañarme hasta el tren, pero yo necesitaba silencio y soledad y he preferido ir andando hasta Atocha. Una hora de camino no es nada que no haga habitualmente en El Masnou.
V
En la Puerta de Alcalá me he encontrado con los tractores y los agricultores, que ocupaban la calle Alfonso XII en dirección al Ministerio de Agricultura. Siento una íntima solidaridad con estos campesinos, porque uno de ellos bien pudiera haber sido yo, si la vida no se hubiese entrometido para torcer lo que parecía un destino elemental.
VI
He llegado a la estación con 20 minutos de adelanto. Con tranquilidad me he dirigido al control de entrada. No me han dejado pasar. Me había sacado el billete de vuelta para ¡¡¡el 21 de marzo!!! Sin embargo se han portado conmigo con suma amabilidad y he conseguido un asiento en el último minuto. Desde él, mientras la noche se cierra sobre Castilla, pongo punto final a esta crónica. A las 21:00 está previsto que llegue a Barcelona.
VI
Me gusta el tren. Por las razones que sean, me resulta fácil escribir en él. Las ideas circulan sin problemas y las hojas van llenándose, aunque ya veremos qué me parecen cuando las relea.
Lo comentaba el otro día con un amigo y
colega de fatigas docentes: ¿Qué hacemos con el alumno o alumna que se toma en
serio la encendida defensa del pensamiento crítico que hacen las leyes
educativas? ¿Pueden ser críticos también con sus profesores o sus padres, o
solo con sus iguales, los influencers de Youtube o las letras de
reguetón? Cuando pienso en la de veces que he visto alabar al alumno dócil y calladito,
y denostar al que mostraba una mínima actitud crítica, me entran las dudas… «¡Cuidado,
que ese es de lo que te contestan!» – he escuchado en multitud de
ocasiones—; o de «los que te lo cuestionan todo» – he oído otras tantas –…
En ocasiones he tenido que confesar a mis alumnos que por mucho que en los temarios se diga que hay que desarrollar la competencia crítica, el esforzarse en ello no siempre acarrea el premio merecido… Diga lo que se diga (les digo), a muy poca gente le agrada la crítica. Y en esto casi da igual que esta sea argumentada, respetuosa y constructiva, o furibunda e insultante (como las que abundan en las redes). ¡Casi diría que puede ser peor la primera, pues obliga a tomarse la crítica en serio y, a veces, a algo tremebundo: a cambiar públicamente de opinión!
Algunos compañeros más sabios, y quizá escarmentados, me dicen que a los alumnos hay que enseñarles también a diferenciar lo ideal de lo real: lo ideal es que sean críticos y lo cuestionen todo, pero la cruda realidad es que en ocasiones, y si no quieren problemas, «estarán más guapos con la boca cerrada». Como consejo no está mal. El problema es que en el ámbito de la filosofía esto de lo ideal y lo real no está tan claro. Platón, por ejemplo, decía que hay que tender a lo ideal y no cejar en la crítica razonada, cueste lo que cueste (¡qué se lo digan a Sócrates!). Y Kant, otro filósofo que se enseña en clase, decía que la ética consiste en actuar según principios, y no movido por ningún cálculo de costes y beneficios. ¿Entonces? ¿Animamos a los chicos a ser siempre críticos? ¿O solo cuando conviene?
El propio Kant esbozó una sugerente teoría política al respecto. Él pensaba que una nación sería cada vez más justa e ilustrada si en ella se enseñaba a los ciudadanos a criticar libre y públicamente lo que quisieran, siempre que se guardaran de hacerlo durante el ejercicio de su función o cargo profesional. Así, un militar, un profesor, un inspector fiscal, etc., deberían poder criticar libre y razonadamente como ciudadanos (fuera de su horario laboral por así decir) a las instituciones para las que trabajaran, siempre que en el desempeño de su cargo cumplieran fielmente sus obligaciones y se ajustaran a la doctrina imperante (y mientras esta no fuera totalmente contraria a sus principios, claro). Esto permitiría que la sociedad progresara – gracias a la actitud crítica de la ciudadanía – sin que peligrara el orden social.
Kant solo hacía una excepción a su regla. Había un solo oficio en que el Estado debería permitir la misma crítica sin restricción que se permitía en el ámbito cívico: el de filósofo. La razón es que este oficio es el único que consiste, justamente, en cuestionarlo todo. Kant pensaba que un régimen que quisiera ser ilustrado habría de tolerar, e incluso desear, ese grado radical de crítica interna. Un régimen fundado en la razón solo podría legitimarse permitiendo que se razonara sobre y desde sí mismo.
¿Qué les parece? Reparen, por cierto, en que Kant publicó estas revolucionarias ideas allá en la Prusia del siglo XVIII y bajo la monarquía de Federico el Grande, quien parece que se mostraba de acuerdo con el filósofo («Razonad sobre todo lo que queráis, pero obedeced» era su lema, según Kant). ¡Ya quisieran los iranies, los chinos o los rusos actuales (que se lo digan a Alexéi Navalni) vivir en un régimen como el de este déspota (ilustrado) de hace tres siglos!
¿Y en cuanto a nosotros? ¿Qué respuesta deberíamos dar a la pregunta del principio desde nuestras modernas democracias liberales? ¿Deberíamos empeñarnos en enseñar a niños y adolescentes a ser ciudadanos libres y críticos?... Parece obvio que sí (más aún si el Estado, como es nuestro caso, ha dispuesto a la filosofía como materia troncal del sistema educativo). Esos alumnos y alumnas criticones y respondones deberían ser, pues, el modelo a imitar (y no a denostar), los primeros de la clase, los hijos e hijas a exhibir ante las visitas…
Tal vez por ese camino llegáramos algún día a vivir en democracias plenas, en las que no solo los filósofos (y sus alumnos) tuvieran el privilegio de criticarlo constantemente todo, sino también, y sin más límites que los de su saber o ciencia, el resto de intelectuales, científicos, periodistas... Aunque para ello tuvieran que ser algo parecido a funcionarios. No habría gasto mejor justificado para un Estado que el de tener en nómina (y a salvo de los gobiernos de turno) a aquellos tábanos encargados de mantenernos despiertos a todos…
I
Me llama la atención la manera como nos desentendemos de las consecuencias desagradables de lo que nosotros mismos no dejamos de provocar. Pienso en el uso de los móviles por parte de los niños.
II
No dejamos de fomentar, de manera incondicional, las nuevas tecnologías, pero nos asusta que esos mismos niños a los que animamos continuamente a ser autónomos las usen a su manera.
III
No dejamos de estimular el deseo sexual. No sé si ha existido alguna vez una sociedad más exhibicionista y sexualizada que la nuestra. Pero queremos que aquello que se exhibe incondicionalmente se exprese de manera protocolaria.
IV
Hablamos mucho a los niños en las escuelas de educación sexual, sin pararnos a pensar que los adultos ponemos el acento en "educación" y los niños se quedan con "sexual". Estimulamos su curiosidad a edades más tempranas que nunca, pero queremos que no satisfagan su curiosidad autónomamente en las pantallas, no sea que vean pornografía.
I
¿Pasará Sánchez a la historia como un robusto ejemplar de "puer robustus"?
II
Betty me envía un vídeo en el que Régis Debray confiesa que "La vieillesse est un sauvetage, parce qu'on va à l'essentiel."
III
Si, es así, la vejez nos salva de lo accidental, de ese andar saltando de rama en rama, intentando no dejar sin explorar ningún brote del árbol de la vida, que es inalcanzable. Poco a poco vas apreciando el nido que tienes en la horquilla de dos ramas y el placer de ver, desde allí, la fronda sacudida por el viento. Disfrutar de un café en la terraza de un bar en una pequeña plaza descubierta al azar en tu paseo por una ciudad desconocida puede ser más satisfactorio que seguir con voracidad las indicaciones de la guía turística a la caza de fotos de lo reseñable. Uno acepta que el bien vivir también es perder con serenidad multitud de cosas reseñables... para ganar el lujo de un buen café en una plaza pequeña de una ciudad en la que estás de paso.
IV
Ayer, diez páginas. No está mal. Ya veremos qué hago con ellas al releerlas hoy. Avanzo. No siempre en la cantidad, pero sí en la claridad conceptual. Escribir no es solo una forma de transmitir ideas. Es, sobre todo, una forma de tenerlas.
I
Los domingos están hechos para los jubilados.
II
Te levantas con aquella levedad festiva de cuando trabajabas y aún tenías el día por delante, pero tras la comida no te atrapa esa miserable tristeza de las últimas horas del fin de semana, insoportables, que nos recuerdan que no hay redención.
III
Cuando estás jubilado las tardes de los domingos son como las de los sábados y las de cualquier otra tarde de la semana: la redención.
IV
En la Historia de la decadencia escribe Cioran palabras definitivas sobre esta sombra negra que se cuela en las casas acompañando la llegada del atardecer del domingo: "La única función del amor es hacernos soportables las tardes de domingo, crueles e inconmensurables, que nos dejan heridas que nos hacen daño durante el resto de la semana, e incluso durante toda la eternidad".
V
No leo apenas prensa y cuando, inevitablemente, choco con la actualidad noticiable, me da la sensación de que se trata de acontecimientos de una realidad de la que solo parcialmente formo parte.
VI
La política es, sin embargo, la filosofía primera. Y por eso cuesta aceptar todo cuanto tiene de infantil. Pero acabas aceptando, con el paso del tiempo, que lo infantil y sus tragicomedias son la realidad primera.
I
"La educación amplía la individualidad, pero de manera negativa: suprimiendo las limitaciones que impone el temor". (Philipp Mainländer). Exactamente es esto a lo que me refiero cuando digo que la persona educada es aquella que puede presentarse en cualquier sitio.
II
Este mediodía caía sobre la plaza de Ocata un Sol desbocado, excesivo y contumaz. Un alud de sol. Pero no había ni una sola sombra a la que poder acogerse. He aguantado.
III
Después se han presentado los de los tambores. Es obvio que estas cosas gustan, sirven para socializar y hacer amigos, divertirse, relajarse, etc. ¡Pero qué tabarrón! ¡Qué estruendo! ¡Qué ensañamiento dinamitando el silencio! Cuantas personas hay en la cárceles por delitos ecológicos menos graves! No he podido aguantar.
IV
Sigo avanzando despacio con la escritura. Mi ritmo: escribir, borrar, reescribir, ampliar, reducir--- ¿borrar?
V
¡Que rico me ha salido hoy el arroz"
I
Día calmado, de trabajo intenso y poco adelanto. Tocan días así de cuando en cuando.
II
En estos días, me pongo escribir y acabo creando un laberinto de conceptos del que no sé salir. La única solución es tirar todo lo que he escrito a la papelera y comenzar de nuevo.
III
Mantengo a media tarde una muy grata conversación con Ferran Riera. Hablamos del dolor alegre. El día 8 de marzo nos veremos en Vic. Ferran es una de esas presencias capaces de alterar la gravedad ética de todo lo que se encuentra a un radio de 5 metros de distancia. Un vórtice cordial. Tengo que darle alguna vuelta a esta idea de las presencias éticas. En Vic estarán también Miguel Ángel Tirado, inspector de educación al que admiro, y Marta Zaragoza, inefable, como todo ser singular.
IV
He pasado demasiadas horas infructuosas delante de la pantalla del ordenador. Me duele la cabeza e intuyo que no voy a dormir bien. Ha comenzado a caer una lluvia limosnera que no calmará la sed de Cataluña.
V
He ido a la iglesia, al Via Crucis. Pocos, entrados en años (a todos nos cuesta arrodillarnos) y, además, desafinamos cantando. Pero quizás un Via Crucis genuino tenga que ser así.
VI
Desde hace años el Viernes Santo es para mí San Nihilismo. Creo que la manera honesta de vivir la Semana Santa es como la vivieron los apóstoles, sin esperar el domingo de resurrección. La alegría del domingo no es verdadera alegría si no hay verdadero nihilismo el viernes.
I
Soy de una generación que recibió muchas broncas en la infancia por la adicción, incuestionable, que tuvimos a los tebeos, que nos impedían estudiar lo que debíamos. Con el tiempo los tebeos pasaron a llamarse cómics y alcanzaron respetabilidad cultural. Ahora están en las bibliotecas escolares.
II
Después, como padre, viví con bastante tranquilidad aquellos años en los que los juegos de rol se demonizaron y eran la fuente de todos los peligros de la adolescencia. Ahora se llaman "escape room".
III
Más adelante el mal pasó a llamarse "videojuego". A mí me gustaron y me gustan y los he defendido públicamente. Hoy hay toda una filosofía del videojuego.
IV
Por supuesto hay cómics, juegos de rol y videojuegos moralmente condenables. ¡Pero es que en el hombre todo es cuestión de grados!
V
Ahora cuando el demonio es la pantalla, lo que me pregunto es qué necesidad han venido a cubrir. ¿Qué es aquello a lo que la pantalla ha dado respuesta? Pienso que son una respuesta no demasiado inteligente a lo insoportable que se nos ha vuelto la espera. Y de eso las pantallas no son culpables, aunque en modo alguno contribuyan a su solución. La espera no dejara de ser insoportable sin móviles.
VI
Hay algo de una sinceridad cínica y terrible en las pantallas. Pienso en esas parejas que en la mesa de un restaurante están pendientes del móvil y, por lo tanto, diciéndole de hecho al otro: "Esto me interesa más que tú". Y como el otro responde de la misma manera, no pasa nada. Lo importante es lo que pueda haber tras la cena. La cena es solo un ritual de espera.
I
Masnou, donde. vivo, es un pueblo singular. ¿En qué otro sitio del mundo la cajera del supermercado te lanza, a botepronto, esta pregunta: "¿Cómo hace un filósofo para soportar el mundo en que vivimos?"
II
Un poco antes la dependienta de la carnicería se ha estado dedicando a ordenar su parada pasando olímpicamente de mí, que estaba de pie, delante de ella, como un pasmarote. Finalmente me he dado media vuelta y me he ido.
III
La respuesta que le he dado a la cajera: "Valorando más en tu paso por el supermercado el trato de la cajera que el de la carnicera".
En el prefacio del De disciplinis escribe Vives: "Si encontráis algo de verdadero en mis escritos seguidlo, no por ser mío, sino por ser verdadero. Sed discípulos y secuaces de la verdad donde quiera que la encontréis".
No encuentro esta cita en Vives, sino en un libro escrito por un joven de 17 años, Eloy Bullón Fernández, titulado El alma de los brutos (Madrid 1897).
II
Ayer presentamos la biografía de Platón en la No llegiu:
IV
Que haya un día de los enamorados es un poco cursi, pero en las cosas del amor, lo cursi es moneda corriente y tampoco hay que desaprovechar ninguna ocasión para ser en ellas razonablemente cursi.
V
No leo la prensa, pero cuando, por casualidad, caigo en la debilidad de leerla, me encuentro con la evidencia de que la prensa española se ha convertido en prensa de combate.
Menudo cambalache, que dice el tango. Los pequeños y medianos agricultores clamando contra lo mismo que puede salvarlos de las garras del mercado y los efectos del cambio climático, mientras la derecha, copromotora de los tratados de libre comercio, de los privilegios de las distribuidoras y del reparto injusto de las subvenciones, subiéndose al tractor a ver qué cae en las urnas gallegas y europeas…
Las quejas de los agricultores y ganaderos contra las exigencias medioambientales son desconcertantes, pues es de tales exigencias de lo que depende precisamente su futuro. Por muchos controles que se apliquen, los productos de los países extracomunitarios, cuya mano de obra puede ser hasta cinco o diez veces más barata, serán siempre más competitivos. Es por ello por lo que hay que proteger el único valor añadido de nuestra agricultura y ganadería: su calidad y la garantía que ofrecen para la salud (la nuestra y la del planeta, que vienen a ser la misma); algo que supone, obviamente, someter a más controles la actividad agropecuaria. Es eso, junto a la educación de la ciudadanía en las virtudes de un consumo sostenible y responsable, lo único que puede salvar el campo europeo. Eso o cerrar fronteras, reivindicar la autarquía e irse a Davos a gritar con los ecologistas y la izquierda alternativa contra los males de la globalización…
Y un apunte sobre la burocracia: los agricultores y ganaderos europeos están entre los más protegidos del mundo. Entre pagos directos y ayudas al desarrollo rural la UE invierte casi el 40% de su presupuesto en un 4.5% de la población, generadora de apenas un 1.6% del PIB, siendo España el segundo país receptor de estos fondos. Se pagan subvenciones y ayudas públicas frente a todo tipo de contingencias, algo impensable en casi ningún otro lugar del planeta. Y es obvio que a todos nos parece esto muy bien. Pero este gigantesco esfuerzo económico – que proviene de nuestros impuestos – implica trámites burocráticos, que no se imponen para torturar a nadie, sino para asegurar que los fondos llegan sin corruptelas a quienes lo necesitan. Y para cuidar de la seguridad alimentaria de todos, no se nos olvide. ¿O es que nadie se acuerda ya de cuántos desastres sanitarios han estado relacionados con la relajación del control burocrático sobre productos agrícolas y ganaderos? ¿Se acuerdan del aceite de colza, de la enfermedad de las vacas locas, de la peste porcina, del coronavirus…?
Otro tiro disparatado de los agricultores es el que apunta a la Agenda 2030, una relación de objetivos liderados por la ONU en la que se apuesta literalmente por duplicar la productividad agrícola, aumentar los ingresos de los productores de alimentos a pequeña escala y apoyar a los agricultores y ganaderos familiares. ¿Nos subimos a un tractor para poner a parir un proyecto que viene a subrayar el valor de nuestra agricultura y ganadería tradicionales frente al avance imparable de las macrogranjas y el monocultivo industrial controlado por grandes corporaciones? Eso no hay quien lo entienda.
Si los indignados autónomos y pequeños empresarios agrícolas y ganaderos quieren tomar un rumbo coherente deben dirigir sus quejas y tractores (como excepcionalmente hacen) a otro sitio: a las multinacionales de la distribución, a los fondos de inversión que especulan con la tierra y los precios, o a las sedes de aquellos partidos políticos que defienden sin condiciones los tratados y convenios bilaterales de libre comercio. Denunciar esos tratados, exigir la aplicación estricta de la Ley de la Cadena Alimentaria o demandar medidas para que no sean los grandes propietarios quienes arramplen con el 80% del dinero que llega desde la UE, son algunas de las cosas concretas por las que sí que tendría sentido cabrearse y sacar el tractor a la calle.
Es cierto que exigir medidas regulatorias y de control del mercado son cosas de esos malditos rojos de la izquierda (al menos, de la que no está entretenida con las bobadas de la guerra cultural), pero ¿quién sino la izquierda habría de defender a los que están abajo alimentando los beneficios astronómicos de los de arriba – esos que, más que urbanitas o gente de pueblo, son nativos de islas privadas y paraísos fiscales –?
Mientras no se entienda todo esto, me temo que lo recorrido y bloqueado no habrá servido para casi nada, salvo para que se suban al carro, disfrazados de salvapatrias, aquellos que no tienen otro propósito que el de liberalizar aún más el sector primario, aunque eso suponga reconvertir y vaciar del todo la España rural.
I
Me encuentro en la cafetería de la Laie con Francisco Martínez (encuentro de trabajo). He pasado antes por la librería. Cojo los Ensayos sobre filosofía política de Philipp Mainländer. Abro el libro. Comienza así: "Desde siempre mi estilo ha sido no huir del diablo, sino mantenerme firme y mirarlo fijamente a los ojos, cogiéndolo por los cuernos; y, cuando este ígneo compañero se atravesó en mi camino, tampoco dejé de retirarle la capa para poder ver bien sus pezuñas". Ya no lo suelto.
II
No con el diablo, pero sí con el infierno es con lo que me encontré en el repleto cercanías que me llevó hasta Masnou. La intimidad era eso. En esta marabunta de carne cansada la lucha por la vida se convierte en lucha existencial por un asiento. El tren iba tan lleno que al llegar a mi destino me costó salir. Estábamos todos encajados, como las piezas de un puzzle humano.
III
Háganme caso: la higiene es un buen invento.
IV
Cena: tortilla de patatas y un vaso de vino. La felicidad.
Descartes, segona Meditació
I
Decía el tan añorado Gustavo Bueno que eso que hoy conocemos como "cultura" no es, en el fondo, más que una laicización de la idea teológica de la Gracia. Pues bien, los hombres y mujeres del cine español se han empeñado en darle la razón.
II
Hay que ver con qué entusiasmo hablan de sí mismos como "las gentes de la cultura".
III
Las gentes de la cultura, por alguna razón que ... no se me escapa son, muy mayoritariamente, del PD, del Partido del Déficit. Esto ni me molesta ni deja de molestarme. Lo que me molesta es su tendencia a hacer de maestros de escuela de la sociedad, frente a los cuales todos somos culpables de no estar a su altura moral.
IV
Ayer hablé con Mersenne (o sea, Daniel Capó) y con el inclasificable Ricardo Piñero. Hay personas que deberían ser catalogadas como bienes ecológicos nacionales.
V
Sophie Coignard en La tiranía de la mediocridad: "Flaubert por sí solo ya no es taquillero, pero Flaubert y el género se vuelve interesante".
VI
Acabo Edumitos de Héctor Ruiz Martín. Si yo fuese ministro de educación, lo primero que haría sería regalar un par de ejemplares de este libro a todos los centros educativos.
I
Me he comprometido conmigo mismo: Nulla dies sine linea.
II
Y mi problema no es la falta de ideas sobre la línea, sino la densidad del día, que no me deja una línea libre,
III
Voy adelantando con la preparación de las jornadas filosóficas en la Tatiana, que se titularán "Después de la orgía". Pero creo que soy infinitamente mejor soñando ideas que organizando lo posible. En ello estoy. La gente es admirablemente amable y colaboradora y el proyecto está saliendo redondo.
IV
Leo La tiranía de la mediocridad de Sophie Coignard. No encuentro nada nuevo, pero todo lo que encuentro merece la pena que sea dicho, redicho y vuelto a decir. Hay que pelear en defensa de lo evidente.
V
Balmes: "La pereza, es decir, la pasión de la inacción, tiene para triunfar una ventaja sobre las demás pasiones y es el que no exige nada."
Pero tiene un grave inconveniente: si no haces nada, no puedes darte un descanso.
I
Hoy me he despertado en mi cama con la satisfacción de saber que podría ir hasta el baño con los ojos cerrados sin tropezarme con nada. Todo está en su sitio, comenzando por mí.
II
La golosa y gozosa rutina de reencontrarte con la verdulera, la carnicera, el camarero que sabe cómo, exactamente, te gusta el café... La tranquilidad de lo habitual que, al abrazarte, te susurra al oído que esto será siempre así, que siempre estarán aquí estas mesas y estas sillas de la plaza de Ocata, a la sombra de este plátano eterno, bajo un cielo familiar. Uno se palpa y se encuentra más uno mismo y en este encontrarse brilla la chispa de la certeza de que también yo estaré siempre aquí.
III
Ayer, viniendo en el tren, leí en El Cultural esta declaración de Alfredo Sanzol, director del Centro Dramático Nacional, que dirige La casa de Bernarda Alba: "Bernarda ejerce violencia machista sobre sus hijas". Hay un feminismo -posiblemente ateo- que ha recuperado la imagen de la inmaculada concepción para aplicarlo a todas las mujeres: si una mujer hace algo malo, es el machismo que la ha infectado subrepticiamente.
IV
Una de las cosas más relevantes que he ido aprendiendo a lo largo de mi vida: El número de pecados permanece bastante estable. Lo que cambia es su contenido.
V
Y ahora que lo pienso, también permanece estable el recurso al diablo: es el ser intrínsecamente malo que tienta al inocente.
I
Viajamos a la altura de las nubes, pero no porque vaya en avión, sino porque las nubes bajas se estancan en los valles y le dan al paisaje un toque etéreo y a la mirada un sesgo fantasioso. Llovizna.
II
Hay un colegio en Aravaca que se plantea como objetivo que el niño "adquiera laboriosidad y gratitud" y esto me admira de tal modo, que si me dicen "ven", yo voy. Y no solo fui, además me quedé a dormir con quienes lo regentan, los miembros de una orden religiosa, Los discípulos.
III
Vuelvo de este viaje lleno de gratitud a todas las personas que he encontrado en su transcurso, que son muchas y me han mostrado el aura de su presencia.
IV
Hay personas que llevan consigo, además de su cuerpo y su mirada, un halo de serenidad con un evidente poder irradiador. Conocerlas, estar un rato con ellas, es una de las cosas importantes que se pueden hacer en la vida.
V
Por los altavoces del tren se anuncia que estamos llegando a Zaragoza.
I
Fue el de ayer un día largo y muy fértil que comenzó con una mañana relajada de paseos lentos al sol y algo de escritura.
II
Comí con Miguel Arrufat, Consejero Delegado de UNIR, José Manuel Grau, director de Nueva Revista, Ignasi Grau y otras personas. Dejamos volar nuestra imaginación sobre lo posible. Y, después, para postre, un debate sobre la identidad.
III
A las 18:30 llegué a la sede de la Fundación Tatiana. Revisamos los detalles de un ciclo de filosofía que voy a coordinar en la sede de esta Fundación, y del que daré detalles en su momento. Después di una conferencia titulada "Una ciudadanía sin patria" en una sala llena de cordialidad en la que me reencuentro con amigos y conocidos y tengo la oportunidad de conocer a nuevas personas. Hay en el aire un clima agradable en el que (casi) te gustaría quedarte a habitar. Tengo en frente los ojos de Pablo de Lora y casi es imposible escaparse de ellos. Al fondo de la sala, la presencia de Pedro Herrero, un singular ejemplar de ser humano, a quien es imposible conocer y no amar.
IV
Culmina el día con una cena pedagógica impagable con Lorena Heras, el grandísimo Óscar Martín (director CEIPS Santo Domingo de Algete), Jesús Manso (decano de Magisterio de la UAM), Pilar Ponce (presidente del Consejo Escolar de la Comunidad de Madrid), Juanjo Nieto (ex-Presidente de la asociación Mejora Tu Escuela Pública) y José Manuel Arribas (Vicepresidente del Consejo Escolar de Madrid y filósofo).
V
Me meto a la cama con los párpados pesados y la memoria activa porque no quiere dejar escapar las imágenes de día.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Más vale ser temido
que amado, aconsejaba Maquiavelo
a los que quisieran obtener o conservar su poder. Siempre me ha contrariado
esta idea. ¿No es más eficaz el poder fundado en el amor que en el miedo? El
que tiene miedo obedecerá contra sí mismo; el que ama te obedecerá como a sí
mismo. ¿Entonces? ¿Por qué esta insistencia en la política del miedo y el odio?
¿Será por esa alegría entusiasta que parece liberar el amor? Un poco de
entusiasmo – decía también Maquiavelo – está bien, pero en exceso… ¡Quién sabe
dónde puede llevarnos!
Hago esta digresión a propósito del espectáculo político y mediático al que asistimos casi a diario desde hace años. No recuerdo un momento de nuestra reciente historia democrática en que se haya apostado más por la estrategia del miedo y el odio para disputarse el poder. Hasta el punto de que cuando alguna fuerza política se ha empeñado en reivindicarse con alegría, constructivamente y en positivo, como hizo Sumar y, parcialmente y en sus inicios Podemos (cuando no era el agrio escuadrón suicida en que se ha convertido hoy), esta ha sido objeto de las burlas más vitriólicas y quevedescas – porque en otra cosa no, pero en ingenio verbal al servicio de la mala leche los españoles somos, sin discusión alguna, potencia mundial –.
Así, mientras que la actual oposición al gobierno se muestra incapaz de enunciar apenas otro mensaje que no sea el del miedo a la desarticulación de España y la denuncia moral (cuando no el odio descarnado) al diabólico Sánchez, acusándolo de hacer lo mismo que cualquier otro líder democrático (negociar para mantener su poder y lo más sustancial de su proyecto político), la izquierda en el gobierno se ve forzada a adobar su expediente de logros (que no son pocos) con el miedo y el odio a la ultraderecha montaraz de VOX. Y así llevamos casi ni me acuerdo.
Esta insistencia en el discurso del miedo tiene, desde luego, raíces psicológicas y morales muy antiguas, y proyección en casi todos los ámbitos de la cultura. Los estrategas políticos saben que el miedo, como muchas otras pasiones, genera un fervor intenso que puede despertarse en el momento conveniente (el del voto) para dejarlo luego al ralentí, convertido en apatía cívica. Poco que ver con la acción transformadora y constante que genera una voluntad amorosamente erigida...
Reparen por otra parte en cómo nuestro sistema moral, de fuerte impronta religiosa, permanece aún fundado en el miedo, la culpa y el odio a nosotros mismos (ese ser fatalmente autosegregado de Dios que, según varios libros santos, somos los humanos). Es increíble que nos escandalicemos por el acceso de los menores al porno y no hagamos lo propio cuando los dejamos inertes ante las imágenes y discursos del miedo y la culpa (no hay más que entrar en cualquier iglesia). Son sintomáticas a este respecto las críticas al cartel de la Semana Santa sevillana de este año: para escándalo de muchos, en él se muestra un cristo que no sufre y que, en lugar de generar culpa o miedo (murió por nuestro mal obrar, nos puede castigar…), provoca – ¡qué horror! – alegría y deseo.
Más allá, este entramado moral se transmite a todos los ámbitos de la vida. Por ejemplo, al trabajo, que poca gente concibe como deseable, sino como algo necesariamente odioso (si lo deseas y disfrutas «no es trabajo», ni quizá mereces que te paguen por ello), o a la educación, donde la mayoría todavía concibe que sin coacción y miedo los niños no son más que una panda de vagos, y que la vieja pedagogía del placer y el amor al conocimiento no es más que una chaladura buenista e inútil.
La misma estrategia late también de forma taimada bajo los hábitos de consumo, más fundados en el miedo (a no tener bastante, a no aprovechar la ocasión, a no poseer lo que se dictamina como deseable…) que en un deseo positivo; y se impone en la difusión de los relatos ideológicos de nuestro tiempo, tanto de izquierdas como de derechas, igualmente sustentados en pasiones negativas: el terror al apocalipsis climático, el odio y la cancelación del disidente, el apaleamiento de la víctima propiciatoria, la persecución del inmigrante pobre, la guerra al hereje, la aversión al oponente (al Estado, al capital, al facha, al nosequéfobo…)…
Y sobre todo esto, me temo, sobrevuela el miedo atroz a perder el miedo, a edificar una sociedad de personas tan plenamente activas y libres que necesiten cada vez menos, no solo de un poder político externo, sino también de la congoja y la autocoacción interna. El miedo, en fin, a la libertad: tan tremendo que él mismo nos genera un miedo insuperable a superarlo. ¡Qué vértigo vivir sin órdenes, sin miedo, sin culpa, y sin tener que odiar a nada ni a nadie para poder ser o parecer algo!
I
Hoy ha sido un día de una intensidad profunda que me ha conmovido de tal forma que deja en mí una huella indeleble... de la que me resulta muy difícil hablar.
II
Invitado por Blanca López Ibor he visitado la unidad de oncología pediátrica del hospital Montepríncipe, en Boadilla el Monte. He hablado un rato con sus tres formidables profesores, auténticos héroes, que llevan la escuela de la unidad con una profesionalidad pulcra, discreta y admirable, y después he tenido un encuentro con el personal médico, las familias y algunos niños.
III
Blanca me ha llevado habitación por habitación produciéndome un desgarro en cada una. He salido de la última casi sin aliento, con el corazón desbocado y el alma hecha un lío. Y, sin embargo, ¡Qué sonrisas! ¡Que ojos! ¡Qué madres-coraje! ¡Qué cordialidad, qué profesionalidad, qué intensidad!
IV
¡Qué claro el amor, qué frágil la vida!
V
Me han ganado el corazón. Blanca sabe que, de aquí en adelante, podrá contar incondicionalmente conmigo para lo que sea.
VI
He llamado a la periodista Olga R.Sanmartín para transmitirle la parte transmisible de mis emociones y de mi admiración. Sentía una imperiosa necesidad de dar a conocer la excelencia.
VII
Cuando me ha recogido Ricardo Calleja para llevarme al IESE, apenas me tenía en pie. ¡Qué necesidad más grande de hablar abiertamente con un amigo!
VIII
En el IESE, Ricardo se ha ocupado solícitamente de mí, que por lo visto andaba inseguro y tambaleante. ¡Cómo se agradece la mano de alguien que te guíe cuando todos los caminos dan al precipicio.
I
Cena sencilla, pero agradabilísima en Madrid con mi muy querido Armando Zerolo y Antonio Torres, que tiene pintas de acabar pronto entre mis dilectos. Hablamos de todo y de nada mientras la noche avanzaba y podríamos haber estado hablando un par de días sin parar, porque teníamos cuerda para rato.
II
Creo recordar que es en el Prólogo a Veinte años de caza mayor del Conde de Yebes donde Ortega describe lo que él llama "las formas de la vida feliz". En ellas incluye la tertulia. Más razón que un santo, tenía.
III
Llegué a Madrid a una hora torera, las cinco de la tarde, y me vine directamente al hotel, a descansar. Necesito regular bien el tiempo de descanso porque, de lo contrario, los acúfenos se me soliviantan, me rodean y me alteran de tal manera que no doy pie con bolo. Y en esas situaciones tiendo a llevarme mal con la verticalidad.
IV
Tengo que perder peso.
V
Armando me cuenta que cada vez hay más alumnos catalanes en Madrid. Ya me lo habían dicho otros profesores universitarios. Lo constato, pero no me atrevo a sacar conclusiones.
VI
Tengo la mañana comprometida con el dolce far niente. Y pienso cumplir.
V
El alma sigue impregnada de Valladolid.
I
Valladolid. Frío. Este frío contundente y sin matices, puro frío, que la hacía exclamar a mi suegro un "¡Esto es salud!" que le salía del alma.
II
Invitado por la Consejería de Educación he dado esta mañana la conferencia inaugural de la Jornada de difusión para la mejora del éxito educativo. He saludado a la Consejera de Educación y al presidente de la Junta y hemos hablado mucho los tres, pero lo importante no es lo que hemos hablado, sino lo que el Presidente y la Consejera me pidieron que hiciese: resaltar públicamente lo que puede mejorarse en la educación de Castilla y León.
III
He hablado de la excelente escuela de Villablino, fundada en 1886, y, por tanto, de su creador, Francisco Sierra Pambley. Y ha sido emocionante que en el café se me presentase una profesora de Villablino apellidada Sierra-Pambley.
IV
He rememorado también a una extraordinaria pedagoga, Concepción Sáinz-Amor, y le he regalado uno de sus libros al Presidente.
V
Tras no pocos esfuerzos he conseguido que me dejasen solo. Y aquí estoy, saboreando lo ocurrido y a punto de ir a la estación, a coger el tren que me llevará a Madrid.
I
Campos de Castilla, cuánto os he leído y que poco os conozco. Apenas os he pisado. Apenas os he mirado de frente.
II
Fernando Pardo Parrado ha venido con su coche a recogerme al aeropuerto de Villanubla, en Valladolid, y me ha llevado por esos admirables pueblos de dios, a disfrutar intensamente de la soledad de las calles y de los tonos pasteles de los campos al atardecer. Y ha sido tan generoso que después de enseñarme castillos, monasterios y campos, ha concluido la excursión en una magnífica librería de viejo que se encuentra en el pueblo de Urueña.
III
No hay nada más hermoso que la generosidad de la gente. Fernando me ha dedicado la tarde de este domingo plácido, denso, y hermoso, que me ha permitido ver horizontes remotos bajo un cielo homogéneamente azul intenso.
IV
Cada paisaje tiene el cielo que se merece.
V
He llegado al hotel a eso de las 7 de la tarde. He deshecho la maleta, me he duchado, he leído un poco y me he metido en la cama, cansado y satisfecho.
VI
Hemos pasado cerca de Tordehumos, pueblo en el que, en 1579, había un hombre que se había refugiado en la iglesia por miedo a un mercader al que le debía dinero. No salía bajo ningún pretexto. Pero el mercader, interesado en recuperar lo suyo, no dejaba de pensar en la manera de hacerlo.
En estas estaban cuando en el pueblo se determinó representar un Auto de Fe en la fiesta del Santísimo Sacramento».
Como el encerrado en la iglesia era el mejor actor del pueblo, le rogaron que representase a a Cristo en la escena del Huerto de los olivos. Tras mucho argumentarle que nadie lo reconocería por estar bien disfrazado, obtuvieron su asentimiento.
Un alguacil, enterado de todo, corrió a contarle al mercader lo que se preparaba, asegurándole que él estaba puesto a prenderlo si le diese siete ducados. El actor que tenía que representar la figura de Judas era muy amigo suyo y convino con él que en el momento en que fuera a darle el beso traidor, empujara con fuerza a Cristo, sacándolo del escenario. En ese momento lo podría tomar preso.
Así se hizo. Pero al recibir el empujón, Cristo le dijo a San Pedro: "Y vos, Pedro, ¿qué decís?" Y apenas lo hubo dicho, Pedro echó mano a una espada y le dio tal golpe al alguacil que había prendido al Cristo, que le abrió la cabeza.
Todos acabaron en la cárcel.
Hubo juicio y esta fue la sentencia:
«Primeramente mandamos que a Judas, por la traición y maldad, le sean dados seiscientos azotes. Al San Pedro declaramos y damos por buen Apóstol y fiel, y al Cristo damos por libre y que no pague la deuda. Y al mercader que pierda la deuda, y al alguacil que se cure de la dicha herida a su costa».
Vivimos tiempos descreídos, pero somos muy crédulos. Somos crédulos con la publicidad, con el horóscopo, con informaciones de fake news mientras nos confirme el estado del mundo que nos conviene. Hay cierta desesperación en encontrar un sentido al caos en el que nos encontramos, aunque sepamos que no tenemos ninguna base sólida que lo sostenga. Es curioso porque interesan credulidades temporales, como que la bruja nos diga que voy a encontrar el amor en un mes, que la publicidad nos asegure que el producto que acabamos de comprar nos hará más jóvenes en una semana, que los políticos nos aseguren el país y las aspiraciones que deseamos, y que los medios nos confirmen el sesgo ideológico que arrastramos.
Cuando uno vive con la incertidumbre y no sabe si lo que tiene ahora va a continuar en el corto plazo, es inevitable despertarse pensando que le acechan peligros inminentes. En este contexto, hay un aislamiento y un gran individualismo, que además va acompañado de una falta de confianza en nosotros y en los demás. La promesa es algo concreto, no es abstracto, y se dirige a alguien en particular, pero si no tenemos confianza vamos a caer en la impotencia de repetir: «No puedo prometerte nada», y además también nos va a costar creer en aquello que nos prometen. Como decía antes, hay mucha credulidad, pero creemos muy poco en los otros. Todo esto hace que haya una falta de confianza sobre la repercusión que pueden tener nuestras acciones para cambiar el mundo.
Lucía Tolosa, entrevista a Marina Garcés: "Vivimos tiempos descreídos, pero somos muy crédulos", ethic.es 22/01/2024
Facebook tuvo la capacidad de formar una comunidad grande y dispar sobre algún tema o preocupación compartida ha sido extremadamente significativa. Para bien y para mal. Movimientos sociales como el MeToo o Black Lives Matter no habrían sido posibles sin las grandes redes sociales. Esa es una contribución muy importante. Pero, por supuesto, las redes sociales también permiten la creación de comunidades más dañinas, como QAnon o los movimientos antivacunas. Eso en sí mismo no es culpa de Silicon Valley, por supuesto, pero lo que ahora entendemos es que empresas como Facebook y YouTube diseñaron sus redes sociales para atraer a la gente hacia la versión más dañina y destructiva de este impulso de creación de comunidades, porque es más eficaz para generar compromiso y aumentar sus ingresos.
Las plataformas se han vuelto exponencialmente más eficaces a la hora de mostrar contenidos que te atraigan específicamente. Lo hacen mediante algoritmos muy sofisticados que determinan tus gustos e intereses específicos y te muestran lo que más te atrae. Cualquiera que haya pasado tiempo, por ejemplo, navegando por YouTube ha visto muchos vídeos que responden a sus intereses y que no habría descubierto de otro modo. Pero el problema, de nuevo, es que estos algoritmos han aprendido también que la mejor forma de captar nuestra atención es cultivar y activar las partes más oscuras y destructivas de nuestra naturaleza.
El pecado más grave de las plataformas fue diseñar deliberadamente su plataforma para explotar nuestras necesidades psicológicas innatas con el fin de que pasáramos más tiempo conectados. Cuando empezaron a hacerlo, a finales de la década de los 2000, se dijeron a sí mismos que estaba bien lo que hacían porque conseguir que pasáramos más tiempo conectados sólo podía ser beneficioso para nosotros. Creían que internet sería literalmente la salvación de la humanidad y, por tanto, cualquier cosa que hicieran para que nos conectáramos más era buena. Pero muy pronto quedó claro que la forma más eficaz de hacerlo era amplificando nuestros peores instintos, hacia el odio, la división y la desinformación. Y se volvió tan lucrativo para ellos que los líderes de la compañía deliberadamente ignoraron las consecuencias, incluso cuando sus propios investigadores internos les dijeron que sus productos estaban adoctrinando a millones de personas en el odio racial, las conspiraciones médicas y otras creencias peligrosas.En uno de los pasajes más célebres de la Odisea, Homero nos cuenta cómo Ulises, advertido por la diosa Circe del nefasto destino que aguarda a todo aquel insensato que ose escuchar el hipnótico canto de las sirenas -ser devorado vivo-, ordena a sus marineros que se tapen los oídos con cera caliente mientras a él lo aseguran con cuerdas al mástil. Gracias a este ardid, Odiseo se convirtió en el único mortal que escuchó el canto de las sirenas y vivió para contarlo.
Aunque hoy esta escena es más probable que evoque la saga de Cincuenta sombras de Grey que la guerra de Troya, lo cierto es que apunta a una profundísima a irrefutable realidad de la naturaleza humana: que en el preciso instante de la tentación, si no hemos planificado contra ella con suficiente antelación, no habrá recurso que nos salve de caer en sus garras. Éste es uno de los factores más fundamentales en nuestras vidas. Al menos, con acuerdo a medio siglo de trabajo científico sobre la tentación y nuestra capacidad para resistirla, encabezada por el profesor de la Universidad de Columbia en Nueva York, Walter Mischel.
En los años 60 del siglo pasado, Mischel decidió someter a un grupo de preescolares -hijos de profesores de la Universidad de Berkeley, donde por aquel entonces investigaba- a una tentación digna del propio Homero. La tentación era la siguiente: la niña o el niño se quedarían solos en una habitación sin distracciones con una golosina delante. El científico, que previamente había pasado un buen rato jugando y construyendo una relación de confianza con el niño, le decía que podía comerse la golosina ahora o esperar hasta que éste regresara y entonces tendría dos golosinas. En cualquier momento, el investigador remarcaba, el niño podía hacer sonar una campanilla que traería de vuelta al adulto. A través de un espejo y con videocámara, los científicos observaban el comportamiento del sujeto y medían el tiempo que tardaba en caer ante la tentación o darse por vencido y hacer sonar la campanilla. Este experimento se conoce como El Test de la golosina.
En una época en la que no había imágenes de resonancia magnética funcional, el test de la golosina permitió a Mischel medir un aspecto de la función ejecutiva del cerebro.
El psicólogo describe qué es esta función ejecutiva: «Tienes que tener un objetivo en mente, y también ser capaz de suprimir o inhibir todas las respuestas que te encaminarán a no conseguir ese objetivo y, por último, tienes que poder regular tu atención y tu imaginación para transformar la situación, de una muy difícil a una que te resulte relativamente sencilla».
Resistir la tentación -algo que hemos experimentado todos- es una experiencia bastante nueva en la historia de la vida y sólo es posible porque nuestro cerebro alberga dos sistemas de control opuestos y complementarios. «Tenemos dos caras, el sistema caliente y el frío. El sistema caliente está en la amígdala y el sistema límbico y es muy importante en la regulación del miedo, el hambre, etcétera». Éste es el sistema más antiguo y que compartimos con otros animales. Sin embargo, «el sistema frío se encuentra en la corteza prefrontal, se desarrolló más tarde en la evolución, y es el que nos permite contemplar consecuencias futuras, el que hace posible que mantengamos ese objetivo pospuesto en mente».
En otras palabras, es su sistema frío el que le dice que debe dejar el cigarrillo, o que tal vez obviar el postre hoy le iría bien a su colesterol. Mientras tanto, su sistema caliente no le dice nada, prefiere ocuparse de ponerlo ansioso y salivar con anticipación. Del equilibro entre ambos sistemas depende mucho más que nuestra línea. Mischel siguió a los preescolares hasta que pasaron de la cincuentena y descubrió que cómo actuaron entonces predijo diferencias fundamentales mucho más tarde en sus vidas.
«Encontramos una relación entre la habilidad de postergar la recompensa y cosas como tu índice de masa corporal -una medida que relaciona peso y altura y puede indicar problemas de sobrepeso y obesidad- a los 32 años de edad o con tu habilidad de perseguir objetivos, superar la frustración y persistir aunque sufras derrotas para conseguir finalmente tu objetivo. «Incluso sobre los 40 años podemos ver diferencias en los escáneres cerebrales sobre cómo te enfrentas a la tentación», asegura. En promedio, a mejor función ejecutiva, mejor nivel de educación, ingresos y calidad de vida. Todo por una golosina.
Luis Quevedo, Comer o no comer una golosina, El Mundo 04/05/2015
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Carta a Georges Bernanos[1]
(¿1938?)
Estimado señor:
Por ridículo que resulte escribirle a un escritor que, dada la naturaleza de su profesión, siempre está inundado de cartas, no puedo evitar hacerlo después de leer Los grandes cementerios bajo la luna. No es la primera vez que un libro suyo me conmueve: el Diario de un cura rural es a mis ojos el más bello, al menos de los que he leído, y verdaderamente un gran libro. Sea como fuere, el hecho de que me hubieran gustado otros libros suyos no me daba motivos para importunarlo comunicándoselo por escrito. Pero algo distinto ocurre con el último: yo he tenido una experiencia que se corresponde con la suya, aunque mucho más breve, menos profunda, situada en otro lugar y vivida aparentemente –solo aparentemente– con un espíritu por completo distinto.
Aunque no soy católica –lo que voy a decir, dado que no lo soy, sonará sin duda presuntuoso para cualquier católico, pero no puedo expresarme de otra manera–, lo cierto es que jamás me ha parecido ajeno lo católico, lo cristiano. A veces me he dicho a mí misma que si simplemente se pusiera en las puertas de las iglesias un cartel que prohibiese la entrada a cualquier persona con una renta superior a tal o cual pequeña suma, entonces yo me convertiría inmediatamente. Desde la infancia, mis simpatías han estado dirigidas a los grupos que afirman pertenecer a las capas despreciadas de la jerarquía social, hasta que me he dado cuenta de que tales grupos desalientan por su naturaleza todas las simpatías. El último que me inspiró algo de confianza fue la CNT española. Yo había viajado un poco por España antes de la guerra civil, poco pero lo suficiente para sentir el inevitable amor a sus gentes; había visto en el movimiento anarquista la expresión natural de sus grandezas y de sus defectos, de sus aspiraciones más y menos legítimas. En la CNT y en la FAI había una mezcla asombrosa; cualquiera era admitido y, en consecuencia, la inmoralidad, el cinismo, el fanatismo y la crueldad se codeaban con el amor, el espíritu de fraternidad y, sobre todo, esa reivindicación del honor que resulta tan hermosa entre los hombres humillados; me pareció que quienes llegaban allí movidos por un ideal prevalecían sobre aquellos impulsados por su afición a la violencia y el desorden. En julio de 1936 me encontraba en París. No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha horrorizado más de ella es la situación de quienes se hallan en la retaguardia. Cuando comprendí que, a pesar de mis esfuerzos, no podía dejar de participar moralmente en esa guerra, es decir, de desear cada día, a todas horas, la victoria de unos y la derrota de otros, me dije que París representaba para mí la retaguardia, y tomé el tren a Barcelona con la intención de alistarme. Eso fue a principios de agosto de 1936.
Un accidente hizo que mi estancia en España fuese corta. Estuve unos días en Barcelona, después en el campo aragonés, a orillas del Ebro, a unos quince kilómetros de Zaragoza, en el mismo lugar por el que recientemente las tropas de Yagüe cruzaron el Ebro; luego en el palacio de Sitges transformado en hospital y después otra vez en Barcelona; en total pasé en España unos dos meses. Salí de allí en contra de mi voluntad y con la intención de regresar. Pero después, de manera deliberada, no hice nada al respecto. Ya no sentía ninguna necesidad interior de participar en una guerra que no era, como me había parecido al principio, una de los campesinos hambrientos contra los terratenientes y contra un clero cómplice de estos, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia.
Conozco ese olor de guerra civil, sangre y terror que desprende su libro; lo he respirado. Debo decir que no he visto ni escuchado nada que alcance el grado de ignominia de algunas de las historias que usted cuenta, esos asesinatos de viejos campesinos, esas juventudes fascistas italianas que hacían correr a los viejos a porrazos. Pero lo que escuché fue suficiente. Estuve a punto de presenciar la ejecución de un sacerdote; durante los minutos de espera, me pregunté si simplemente me quedaría mirando o si me dispararían al intentar intervenir; todavía no sé qué habría hecho si una feliz casualidad no hubiera impedido la ejecución.
Cuántas historias abarrotan mi pluma… Pero se haría demasiado largo contarlas todas; además, ¿para qué? Bastará con una. Me encontraba en Sitges cuando regresaron derrotados los milicianos de la expedición a Mallorca. Habían sido diezmados. De los cuarenta jóvenes que habían salido de Sitges, nueve habían muerto; nos enteramos cuando regresaron los otros treinta y uno. A la noche siguiente se llevaron a cabo nueve expediciones punitivas, y nueve fascistas o supuestos fascistas fueron asesinados en esta pequeña ciudad en la que en julio no había sucedido nada. Entre esos nueve estaba un panadero de unos treinta años, cuyo delito, según me dijeron, era el haber sido miembro de un somatén; su anciano padre, de quien era hijo único, y único sostén, se volvió loco. Otra historia: en Aragón, un pequeño grupo internacional de veintidós milicianos de todos los países apresó, tras una escaramuza, a un joven de quince años que luchaba como falangista. Tan pronto como lo cogieron, temblando al ver morir a sus compañeros junto a él, dijo que había sido reclutado por la fuerza. Lo registraron y encontraron una medalla de la Virgen y un carné de falangista; fue enviado ante Durruti, jefe de la columna, quien, tras explicarle durante una hora la belleza del ideal anarquista, le dio a elegir entre morir o alistarse inmediatamente en las filas de quienes lo habían hecho prisionero, para luchar contra sus camaradas de la víspera. Durruti le dio al muchacho veinticuatro horas para que se lo pensase; pasado el plazo, el joven dijo que no y lo fusilaron. No obstante, Durruti fue en algunos aspectos un hombre admirable. La muerte de este pequeño héroe no ha dejado de pesar en mi conciencia, aunque no me enteré de lo ocurrido hasta más tarde. Y una historia más: en un pueblo que rojos y blancos habían tomado, perdido, reconquistado y vuelto a perder no sé cuántas veces, los milicianos rojos, tras haberlo reconquistado definitivamente, encontraron en los sótanos a un puñado de seres despavoridos, aterrorizados y hambrientos, entre ellos tres o cuatro hombres jóvenes. Y razonaron así: si estos jóvenes, en lugar de venirse con nosotros la última vez que nos retiramos, se quedaron esperando a los fascistas, es porque ellos mismos son fascistas. Por lo tanto, los fusilaron de inmediato, y después dieron de comer a los demás y se creyeron muy humanos. Una última historia, esta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron una vez cómo, con otros camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; uno fue asesinado en el acto, en presencia del otro, de un disparo de revólver; después le dijeron a ese otro que podía irse. Cuando estaba a unos veinte pasos de distancia, lo abatieron. El que me contó la historia se sorprendió mucho al no verme reír.
En Barcelona, una media de cincuenta hombres eran asesinados cada noche en las expediciones punitivas. Proporcionalmente, eran muchos menos que en Mallorca, ya que Barcelona es una ciudad de casi un millón de habitantes. Además, durante tres días tuvo lugar allí una sangrienta batalla callejera. Pero quizá los números no sean lo principal en este asunto. Lo esencial es la actitud ante el asesinato. Ni entre los españoles ni entre los franceses que habían ido allí a luchar o a darse una vuelta –estos últimos eran casi siempre intelectuales aburridos e inofensivos–, vi yo jamás a nadie expresar, ni siquiera en la intimidad, repulsión, desagrado o incluso desaprobación ante la sangre derramada innecesariamente. Usted habla del miedo. Y sí, el miedo tuvo algo que ver con estos asesinatos; pero donde yo estuve, no vi que tuviese el peso que usted le atribuye. En una comida presidida por la camaradería, hombres aparentemente valientes –vi con mis propios ojos el coraje de al menos uno de ellos– contaron con una sonrisa fraternal cómo habían matado a sacerdotes o a “fascistas” –término este con un sentido muy amplio–. Por lo que a mí respecta, tuve la sensación de que, cuando las autoridades temporales y espirituales colocan a una categoría de seres humanos al margen de aquellos cuyas vidas tienen un precio, no hay nada más natural para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin correr el riesgo de ser castigado o culpado, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a quienes matan. Y si por casualidad se siente al principio un poco de asco, entonces se guarda silencio y pronto se sofoca tal desagrado, por miedo a parecer falto de virilidad. Hay ahí un impulso, una embriaguez a la que es imposible resistirse sin una fuerza del alma que debo considerar excepcional, ya que no la he visto en ninguna parte. Me encontré con franceses pacíficos, a quienes hasta entonces yo no despreciaba, a los que no se les habría ocurrido por sí mismos ir a matar, pero que disfrutaban visiblemente de esa atmósfera impregnada de sangre. Jamás podré tenerles ningún respeto en el futuro.
Semejante atmósfera borra de inmediato el objetivo mismo de la lucha. Porque solo podemos formular el objetivo reduciéndolo al bien público, al bien de los hombres –y los hombres resultan aquí irrelevantes, carecen de valor–. En un país donde los pobres son en su gran mayoría campesinos, el objetivo esencial de cualquier grupo de extrema izquierda debe ser el bienestar de dichos campesinos; y esta guerra ha sido quizá sobre todo, al principio, una guerra por y contra el reparto de tierras. Sin embargo, esos pobres pero magníficos campesinos de Aragón, que tanta dignidad han conservado bajo las humillaciones, no eran para los milicianos ni siquiera un “objeto de curiosidad”. Sin insolencias, sin injurias, sin brutalidad –al menos yo no vi nada parecido, y sé que los robos y las violaciones, en las columnas anarquistas, se castigaban con la muerte–, un abismo separaba a los hombres armados y a la población desarmada, un abismo bastante similar al que separa a pobres y ricos. Ello se manifestaba en la actitud siempre algo humilde, sumisa y temerosa de los unos, y en la desenvoltura, despreocupación y condescendencia de los otros.
Uno parte hacia España como voluntario, con la idea del sacrificio, y se encuentra en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios, con mucha más crueldad y menos respeto hacia el enemigo. Podría continuar con estas reflexiones indefinidamente, pero debo ponerles un límite. Desde que estuve en España, he escuchado y leído todo tipo de consideraciones al respecto, pero no puedo citar a nadie, aparte de usted, que, hasta donde se me alcanza, haya estado inmerso en la atmósfera de la guerra de España y haya resistido. Usted es monárquico, un discípulo de Drumont.[2] ¿Qué me importa? Me resulta incomparablemente más cercano que mis compañeros de la milicia aragonesa, esos camaradas a quienes, sin embargo, yo amaba.
Lo que usted dice sobre el nacionalismo, la guerra y la política exterior francesa después de la guerra me ha llegado también al corazón. Yo tenía diez años cuando se firmó el Tratado de Versalles. Hasta entonces había sido patriota, con toda esa exaltación que los niños manifiestan en tiempos de guerra. El deseo de humillar al enemigo derrotado, que entonces (y en los años siguientes) se desbordaba de manera tan repugnante por todas partes, me curó de una vez por todas de ese patriotismo ingenuo. Las humillaciones infligidas por mi país me resultan más dolorosas que las que este pueda sufrir.
Temo haberle importunado con una carta tan larga. Solo me queda expresarle mi profunda admiración.
S.Weil3, rue Auguste-Comte, París (distrito VI)
P.D.: He escrito mi dirección de forma mecánica. Porque, para empezar, supongo que tendrá usted mejores cosas que hacer que contestar a las cartas. Además, pasaré uno o dos meses en Italia, adonde quizá no me llegaría una carta suya, al quedar retenida esta en la aduana.
Notas:
[1] Publicada por primera vez en 1950, en el Bulletin de la Société des amis de Georges Bernanos, e incluida con posterioridad en Écrits historiques et politiques, Gallimard, París, 1960.
[2] Édouard Drumont (1844-1917), periodista, escritor y político católico francés, célebre por su antisemitismo y su nacionalismo.
Este texto forma parte del libro La guerra de España. Textos escogidos, que, con prólogo de Alexandre Massipe y traducción de Luis González Castro, acaba de publicar la editorial Página Indómita.I
Esta mañana he dado una charla de veinte minutos en el aula magna de la Universitat Abad Oliva. Día espléndido. He compartido el micro con Josep Maria Alsina y hemos hablado de educación y sociedad. Lleno absoluto, pero no por nosotros dos, sino porque se presentaba en sociedad la "Corriente Social Cristiana", de la que no formo parte.
II
Hace unos años llegué a un acuerdo con el Jefe: Cuando un grupo de cristianos me invite, voy, sin que me preocupe su etiqueta. Lo sorprendente es la cantidad de gente admirable que conoces cuando los ves sin etiqueta. En cuestiones de carisma soy estrictamente luriano.
III
Me he encontrado con caras conocidas de esas que te alegras tanto de volver a ver. De esas que te miran de tal manera que sientes íntimamente el inevitable deber de acercarte a la imagen un tanto desmedida que tienen de ti. Son presencias éticas. A Antoni Puigvert hacia tanto que no lo veía...
IV
Una librería ha puesto a la venta el libro de Balmes en el claustro de la universidad y para mi enorme satisfacción, a los 15 minutos ya estaba agotado. He firmado mucho, intentando mantener la promesa que me hice a mí mismo de no repetir una dedicatoria, cosa que no siempre es fácil.
V
Hay veces que se me acerca alguien con un libro mío en las manos para que se lo dedique y me lo pide con tanto entusiasmo, que me temo que no estará a la altura de sus expectativas y estoy tentado de pedirle un perdón preventivo.
VI
He comenzado mi charla así:
Qué tienen en común los siguientes hechos:
1. Tom Peters, de 32 años, se considera transespecie y afirma sentirse un cachorro dálmata.
2. La estadounidense Jewel Shuping, para hacer realidad su sueño de ser ciega, se ha hecho verter sobre los ojos un líquido corrosivo.
3. Salvatore Garau, artista plástico, vendió en una subasta pública una escultura invisible titulada “Ante ti”, por 28.000 €.
Lo que tienen en común es que a nuestros abuelos todo esto les parecerían completamente inverosímil, mientras que a nosotros nos parece perfectamente posible.
El pasado 28 de diciembre leí en La Vanguardia que una mujer llamada Sonja Semyonova, de 45 años, se declara ecosexual y había iniciado una relación erótica con un árbol. Aseguraba, además, que nadie la había hecho sentir como el árbol de sus amores. Si os digo la verdad, fui incapaz de discernir si era o no una inocentada.
Nuestro mundo ha ido perdiendo realidad a medida que iba ampliando lo posible. Si todo puede ser de otra manera, no es necesario tomarse demasiado en serio lo que ahora es. A lo largo de este proceso, el excéntrico se ha convertido en respetable y la excepción es ahora el juez de la norma.
El dominio de lo posible sobre lo real ha elevado lo nuevo al lugar privilegiado que en nuestra tradición ocupaba lo bueno. Hoy la innovación se presenta como intrínsecamente buena. Si le dices a alguien que está equivocado probablemente te dirá que respetes su opinión; si le dices que está anticuado, asumes más riesgos.
En esta situación, la crítica del humanismo ha pasado a formar parte de la ortodoxia universitaria.
Debemos ser muy cautelosos en la forma en que formulamos nuestras preguntas, ya que la naturaleza de su formulación a menudo impide ciertas respuestas. Cuando todas las respuestas parecen insuficientes, nos corresponde dar un paso atrás y reevaluar tanto la pregunta como su presentación. Esto es particularmente cierto en el caso de las indagaciones sobre la conciencia. Tal cuestionamiento presupone que la consciencia es un fenómeno que existe más allá de la descripción física estándar. Como resultado, queda relegado a ser una ilusión o un mero epifenómeno: si no lo fuera, no sería ajeno al relato estándar. Esto lleva a una conclusión evidentemente absurda. Para salir de este callejón intelectual sin salida, debemos revisar la pregunta original: ¿por qué buscamos comprender la conciencia? La respuesta está en reconocer que la consciencia es una solución defectuosa a un problema inexistente: a saber, cómo es posible que algo (un cuerpo, por ejemplo) experimente otra cosa (un objeto) que es distinta a él. Este problema tiene sus raíces en la suposición de que estamos separados de los objetos que experimentamos, viviendo nuestras vidas dentro de los confines de nuestros cuerpos. Afortunadamente, tenemos la oportunidad de desafiar esta suposición, considerando la posibilidad de que, en el nivel fundamental, no estamos separados del mundo externo, sino que, de hecho, somos uno con él.
El error consiste en buscar la consciencia como una propiedad especial de los sistemas nerviosos, una que, inexplicablemente, les permitiría alcanzar y representar (experimentar) el mundo externo. De hecho, esto es imposible, similar a pedirle a nuestro cerebro que realice un milagro. Muchos se dejan seducir por la idea de que el cerebro puede transformar milagrosamente el «agua» de las neuronas en el «vino» de la conciencia, como escribió una vez Colin McGinn, pero esto es una falacia. Cuando le pedimos al mundo físico que logre lo imposible, no es de extrañar que nunca descubramos cómo podría hacerse. El fracaso no se debe a una falta de inteligencia por nuestra parte, sino, simplemente, a que no se produce. Es imposible. Si exigimos a la naturaleza que realice lo imposible, nunca sucederá. (...)Lo que se necesita, en cambio, es un replanteamiento de la pregunta, uno que no presente la consciencia como un milagro, sino como un reflejo de cómo se estructura y organiza la realidad.
Mi hipótesis, conocida como Identidad Mente-Objeto (MOI, por sus siglas en inglés), es totalmente consistente con los datos empíricos, ontológicamente más coherente que otras hipótesis, y no requiere suposiciones adicionales. Permítanme explicarlo. Hasta el día de hoy, después de 150 años de imágenes cerebrales, no hay evidencia empírica de la presencia de consciencia dentro del cerebro. No sólo nadie ha medido o fotografiado nunca una sensación consciente dentro del sistema nervioso, sino que no se ha encontrado ningún evento neuronal causado o alterado por la supuesta presencia de consciencia. La consciencia, dentro del sistema nervioso, es a la vez invisible y epifenoménica. ¿Cómo podemos seguir creyendo que reside dentro del sistema nervioso?
Ahora, consideremos una experiencia perceptiva común: ver un plátano. Existe un objeto con propiedades que encontramos en nuestra existencia (forma, color, tamaño) y existe nuestro sistema nervioso con propiedades completamente diferentes. ¿Qué encontramos dentro de nuestro momento de existencia: las propiedades del plátano o las del sistema nervioso? Claramente, encontramos las propiedades del plátano. ¿Cuál debería ser entonces la conclusión lógica? ¿Somos uno con el objeto cuyas propiedades forman parte de nuestra existencia, o somos otro sistema físico (el sistema nervioso) que, como por arte de magia, se apropia de propiedades físicas que no tiene? La única razón para pensarnos como el sistema nervioso o localizados dentro de él no es ni empírica ni existencial, sino que está ligada a un prejuicio tenaz: la idea de estar detrás de los ojos y entre las orejas.
La hipótesis de la Identidad Mente-Objeto es similar a la teoría de la Identidad Mente-Cerebro. En este sentido, se alinea epistémicamente con la ciencia. En pocas palabras, la hipótesis postula que en lugar de ser un cerebro que experimenta misteriosamente una serie de cosas, somos las cosas que, a través de un cerebro, producen efectos. No hay nada misterioso en esta definición.
Compárese esta hipótesis con la pesada complejidad de las teorías basadas en postulados enigmáticos u ontológicamente costosos. El enfoque de la Identidad Mente-Objeto es mucho más eficaz y convincente que todos estos. Su único defecto es que nos desafía a descartar la creencia supersticiosa de que la mente reside dentro del cuerpo.
La Identidad Mente-Objeto (MOI) no requiere ninguna modificación de la ciencia o de nuestra visión naturalista del mundo. La MOI simplemente nos pide que miremos a la ciencia y a nuestra existencia sin una suposición: la separación entre nosotros y el mundo, que no es parte de la ciencia; algo que se agregó para incorporar creencias supersticiosas populares pero infundadas en el método científico.
El problema con la IIT (Teoría de la Información Integrada) de Tonioni es que no es ni una teoría científica (basada en postulados no probados e indemostrables) ni una teoría de la consciencia. Permítanme explayarme sobre este último punto. Supongamos, por el bien del argumento, que el cerebro, de alguna manera, construye información integrada, una afirmación que encuentro ontológica y empíricamente dudosa. Pero supongámoslo por un momento. Pregunta: ¿Por qué la información integrada debería poseer las cualidades de la conciencia? ¿Por qué, por ejemplo, un valor de información integrado de 1055 (phi) debería corresponder al sabor del chocolate? ¿Hay algún artículo científico (aunque sea hiperbólicamente especulativo) que explique cómo pasamos de los números de la IIT a las propiedades de la consciencia? Por ejemplo, ¿por qué un determinado valor debe producir la sensación de rojo y otro valor la sensación de wasabi? Nada. Sobre este punto, por qué y cómo la información integrada debería equivaler a una experiencia consciente particular, Tononi y todos sus partidarios han guardado un silencio conspicuo y siempre han permanecido mudos. Por lo tanto, incluso si la IIT funcionara (que no lo hace), no sería una explicación de la consciencia y se remitiría a un misterio adicional. No es que la teoría opuesta, la Teoría Neuronal del Espacio de Trabajo Global, sea mejor. Para ser justos, todas las teorías actualmente aceptadas para la investigación de la conciencia deberían haber sido declaradas pseudocientíficas. Simplemente porque no explicarían nada, incluso si estuvieran en lo cierto.
De nuevo, desde Platón hasta nuestros días, el pensamiento ha sido concebido como una especie de cómputo interno del sistema; una versión computacional del animismo que es completamente injustificada desde un punto de vista naturalista. Esto no significa negar que las máquinas podrían, algún día no muy lejano, de forma similar a cómo lo hacen los cuerpos, formar el mismo tipo de sistema de referencia causal que une un mundo de objetos que llamamos mente. No hay chovinismo biológico por mi parte. Pero esto no sucederá porque la información o los cálculos dentro de un sistema se volverán mágicamente conscientes. Más bien, será porque un sistema físico, natural o artificial, será capaz de ser el punto de coyuntura de un conjunto de eventos y cosas que son uno con una mente.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, entrevista a Riccardo Manzotti. La hipótesis de la identidad mente-objeto, La máquina de Von Neumann 01/02/2024
Rousseau |
Camille Vignolle, Rousseau et Voltaire. Deux génies que tout oppose, herodote.net 30/03/2022
Voltaire |
L'opposition idéologique et personnelle entre Voltaire i Rousseau connaît son point culminant en 1755 suite à la publication par Rousseau de son Discours sur l'origine et les fondements de l'inégalité parmi les hommes.
Dans ce texte, il présente l'homme comme naturellement bon mais perverti par la civilisation, exalte l'état de nature originel et voit dans la naissance du droit de propriété la source de tous les maux.
Voltaire lui adresse une lettre remplie d'une ironie féroce :
« J'ai reçu, Monsieur, votre nouveau livre contre le genre humain ; je vous en remercie ; vous plairez aux hommes à qui vous dites leurs vérités, et vous ne les corrigerez pas. Vous peignez avec des couleurs bien vraies les horreurs de la société humaine dont l'ignorance et la faiblesse se promettent tant de douceurs. On n'a jamais employé tant d'esprit à vouloir nous rendre Bêtes. Il prend envie de marcher à quatre pattes quand on lit votre ouvrage. Cependant, comme il y a plus de soixante ans que j'en ai perdu l'habitude, je sens malheureusement qu'il m'est impossible de la reprendre. Et je laisse cette allure naturelle à ceux qui en sont plus dignes, que vous et moi. Je ne peux non plus m'embarquer pour aller trouver les sauvages du Canada, premièrement parce que les maladies auxquelles je suis condamné me rendent un médecin d'Europe nécessaire, secondement parce que la guerre est portée dans ce pays-là, et que les exemples de nos nations ont rendu les sauvages presque aussi méchants que nous. Je me borne à être un sauvage paisible dans la solitude que j'ai choisie auprès de votre patrie où vous devriez être. J'avoue avec vous que les belles lettres, et les sciences ont causés quelquefois beaucoup de mal... » (Aux délices, près de Genève, 30 août 1755). La référence à Genève, ville natale de Jean-Jacques, ajoute à l'ironie du propos.
À quoi Rousseau réplique :
« C'est à moi, Monsieur, de vous remercier à tous égards. En vous offrant l'ébauche de mes tristes rêveries, je n'ai point cru vous faire un présent digne de vous, mais m'acquitter d'un devoir et vous rendre un hommage que nous devons tous comme à notre Chef [...]. Le goût des sciences et des arts naît chez un peuple d'un vice intérieur qu'il augmente bientôt à son tour, et s'il est vrai que tous les progrès humains sont pernicieux à l'espèce, ceux de l'esprit et des connaissances, qui augmentent notre orgueil et multiplient nos égarements, accélèrent bientôt nos malheurs : mais il vient un temps où le mal est tel que les causes même qui l'ont fait naître sont nécessaires pour l'empêcher d'augmenter : c'est le fer qu'il faut laisser dans la plaie, de peur que le blessé n'expire en l'arrachant. Quant à moi, si j'avais suivi ma première vocation et que je n'eusse ni lu ni écrit, j'en aurais sans doute été plus heureux. Cependant, si les lettres étaient maintenant anéanties, je serais privé de l'unique plaisir qui me reste : c'est dans leur sein que je me console de tous les maux ; c'est parmi leurs illustres enfants que je goûte les douceurs de l'amitié, que j'apprends à jouir de la vie et à mépriser la mort ; je leur dois le peu que je suis, je leur dois même l'honneur d'être connu de vous... » (Paris, le 10 septembre 1755).
Camille Vignolle, Rousseau et Voltaire. Deux génies que tout oppose, herodote.net 30/03/2022
“He rebut, Senyor, el vostre nou llibre contra la raça humana; gràcies ; agradarà als homes a qui dius les seves veritats, i no els corregiràs. Pintes amb colors ben certs els horrors de la societat humana la ignorància i la debilitat de la qual prometen tanta dolçor. Mai hem utilitzat tanta intel·ligència per intentar convertir-nos en Bèsties. Vol caminar a quatre potes quan llegeix la teva obra. Tanmateix, com que fa més de seixanta anys que vaig perdre l'hàbit, malauradament sento que em resulta impossible reprendre-lo. I deixo aquesta aparença natural als qui en són més dignes, que tu i jo. Tampoc puc navegar per trobar els salvatges del Canadà, en primer lloc perquè les malalties a les quals estic condemnat em fan necessari un metge d'Europa, en segon lloc perquè la guerra es porta a aquell país, i els exemples de les nostres nacions han fet que els salvatges gairebé tan dolents com nosaltres. Em limito a ser un salvatge pacífic en la solitud que he escollit prop de la teva pàtria on hauries d'estar. Admeto amb tu que la literatura i la ciència a vegades han causat molt de mal...» (Aux délices, prop de Ginebra, 30 d'agost de 1755). La referència a Ginebra, ciutat natal de Jean-Jacques, afegeix a la ironia del tema.
Rousseau:
"Depèn de mi, senyor, donar-li les gràcies en tots els aspectes. En oferir-te l'esquema dels meus tristos somnis, no vaig creure en fer-te un regal digne de tu, sinó en complir un deure i fer-te un tribut que tots devem com al nostre Líder [...] ]. El gust per la ciència i les arts neix entre un poble d'un vici interior que aviat augmenta al seu torn, i si és cert que tot progrés humà és perniciós per a l'espècie, el de la ment i el coneixement, que augmenta el nostre orgull. i multiplica els nostres errors, aviat accelera les nostres desgràcies: però arriba un moment en què el mal és tal que les mateixes causes que l'han originat són necessàries per evitar que augmenti: aquest és el ferro que s'ha de deixar a la ferida, perquè no sigui. la persona ferida caduca en arrencar-la. Pel que fa a mi, si hagués seguit la meva primera vocació i no hagués llegit ni escrit, sens dubte hauria estat més feliç. Tanmateix, si ara fossin destruïdes les cartes, em privaria de l'únic plaer que em queda: és en el seu si que em consol de tots els mals; és entre els seus fills il·lustres on tasto la dolçor de l'amistat, que aprenc a gaudir de la vida i a menysprear la mort; Els dec el poc que sóc, fins i tot els dec l'honor de ser-vos conegut...» (París, 10 de setembre de 1755).I
Me veo citado en un Powerpoint de un conferenciante. Esta clara la frase y debajo de ella está claro mi nombre. Sin embargo no me reconozco en esa cita y no creo haber dicho nunca nada semejante.
Escribir es como lanzar mensajes al mar dentro de una botella. Nunca sabes ni quién los leerá ni cómo los interpretará. De vez en cuando encuentras lectores que te entienden, estén de acuerdo contigo o no.
II
"La vejez es igual que la niñez", decía mi padre. Pero sin la mirada de esperanza del niño y esa voracidad de mundo que caracteriza a la infancia.
III
Me encuentro a primera mañana en el correo un artículo de Miguel Ángel tirado titulado Dime cómo lees y te diré cuánto aprendes. ¡Cuánta falta nos hacen inspectores de educación como él: bien formados, rigurosos, cercanos y con criterio! Lo he devorado. Miguel Ángel Tirado ha asumido con profesionalidad una función que las facultades de educación no saben hacer: acercar la investigación a las aulas.
IV
Me llega La tiranía de la mediocridad, de Sophie Coignard. Me apetece comenzar a leerla, pero antes tengo que cumplir otros encargos. Va a la torre de Pisa de los libros en espera.
V
Me recomienda Berta González un interesantísimo artículo de David Brooks en The Atlantic. Describe con perfección algunas de las patologías de nuestro tiempo. No sé si, como dice Brooks, "Chiken littles are ruining America", pero si sé que están enrareciendo el aire político y moral (perdonen la redundancia) que respiramos en Europa.
I
Dos joyas que encuentro en No me gusta mi cuello, de Nora Ephron:
Primera: Un hombre buscaba junto a un farol encendido las llaves que había perdido. Alguien le ofreció su ayuda y se sumó a la búsqueda. Al cabo de un rato el recién llegado le pregunta si está seguro de que las perdió en el sitio en que las busca. "No, en absoluto", le responde el primero, "pero es el único lugar en el que puedo ver algo"
Segunda: "Cuando los hijos llegan a la adolescencia es importante tener un perro, para que alguien en tu casa se alegre de verte".
II
Día largo en Barcelona que se resume en esto: 14.000 pasos. Nos encontramos con Esther Vera, la directora del ARA a las puertas de la Librería La Central, en el Raval. Me compro zapatos. Café cordialísimo con Abraham Tena. Me he llevado el ordenador y en cuanto tengo un minuto libre lo aprovecho para escribir. Escribo mucho, pero tengo la sensación de que avanzo poco. Nos cruzamos fugazmente con alguien que me conoce pero a quien no puedo reconocer. La gran Chantal Delsol me dice que sí a una propuesta que le he hecho. Y Armando Pego y Guillermo Graíño.
III
Me dicen mis socios de Rosamerón que la presentación en Madrid de Palativo, de Samuel Dacanda, ha tenifo un fenomenal éxito. 150 libros firmados. Espectacular. Este libro está destinado a darnos una gran alegría. Ya lo verán:
I
Invito a Fernando Savater. a dar una charla. Me contesta que se ha retirado de ese pecado de juventud que fue la filosofía.
II
Me envía Miguel Ángel Tirado un texto magnífico sobre didáctica de la lectura. Muy bueno, excelente. Si quieres encontrar sabios de verdad en el mundo de la educación, hay que buscarlos entre los inspectores. Sí, por supuesto, no todos lo son, pero los que lo son, especialmente si han pasado por las aulas como profesores, son admirables. Una de las claves del éxito de Castilla y León en PISA se debe a que está gobernada por inspectores de educación.
III
Me temo que el punto anterior no me va a ganar muchos amigos entre los docentes.
I
Esta mañana parecía de verano. Una inundación d eluz y un calor contundente en la Plaza de Ocata. Molestaba la ropa. Era para estar en mangas de camisa. Me he bajado el ordenador a la terraza del Petit Café y allí he estado, dale que te pego.
II
Lo mejor de la investigación sin prisas es perderse. Vas de un sitio a otro y te entretienes por el camino con un documento que te ha aparecido sin buscarlo y, a medida que lo vas leyendo, vas descubriendo una faceta de tu problema que hasta ahora te había pasado desapercibida. Decides entonces apartar el orden de lo que hacías y entregarte al desorden del encuentro. El azar es una magnífica incubadora de ideas.
III
Me llama Vilma Reyes desde Cali, Colombia, y me cuenta las graves razones por las que se suspendió un viaje a Cochabamba, en Bolivia. Quiere también que participe en un encuentro digital para hablar del currículo. Acepto, por supuesto.
IV
Le pido a Andrés Tapia que me envíe análisis sobre los resultados de Perú en PISA. Su generosidad me abruma.
V
Escribo a Rémi Brague, invitándolo a un seminario en Madrid. Desgraciadamente no puede venir. Está cuidando a su madre, que tiene 99 años. Le recuerdo lo que escribe el anciano Platón en Las Leyes:
“Nadie en su sano juicio nos aconsejaría nunca que nos desentendiéramos de nuestros padres, porque son imágenes vivas de los dioses [...]. Cuando uno tiene en su casa, como un tesoro inmóvil y abatido por la edad, a su padre o a su madre, debería respetarlos a ellos más que a una imagen de los dioses. Si es preciso admitir como una cosa natural que los dioses acceden a las súplicas de un padre gravemente ofendido por su hijo, habrá que reconocer que se mostrarán mucho más predispuestos a escuchar sus agradecimientos y bendiciones".VI
Mañana he quedado con un artista, Abraham Tena, y planificaremos una futura conferencia-concierto sobre la música de Nietzsche.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Según las últimas bobadas para solaz de medio ricos ociosos y terapeutas en busca de clientes, sufrimos bastante de «FOMO», una nueva patología cuyo siglas (por supuesto en inglés; quién iba a pagar si no por tratarse de algo así) significan «temor a perderse algo». El presunto síndrome estaría relacionado con la angustia que experimentamos al ver por las redes sociales todo lo que nos perdemos en la farra, concierto, bautizo u evento vario al que uno dejo intencionadamente de acudir. Nada del otro jueves, con la diferencia de que antes te lo imaginabas (que no sé si es peor) y ahora lo ves por Facebook.
El temible «FOMO» estaría relacionado, además, con la se supone que malsana tendencia a compararnos con otros, amplificada hoy por la posibilidad de ver a todas horas lo que la gente exhibe en las dichosas redes, y que, como todos sabemos, no suele ser exactamente la vida real, sino una superproducción teatralizada para que esta parezca todo lo intensa, exitosa y bella que no es.
Pues bien: la alarma que, sin duda, ha despertado esta nueva enfermedad psicológica (novedad que durará poco, porque cada día amanecemos con catorce o quince trastornos psicológicos más), nos obliga a ocuparnos aquí de ella, con objeto de comprenderla o, al menos, de reírnos un poco, terapias estas – la de la comprensión y la risa – infinitamente más eficaces que la que puedan ofrecerles todos los coaches, gurúes y psicotrainers juntos. Veamos; que igual la cosa tiene miga.
La inclinación a sentir dolor y tristeza por lo no vivido es, como decíamos, muy vieja, y fue tratada con profusión por los filósofos existencialistas. En su raíz se encuentra el angustioso problema de la libertad. El ser humano, decía Sartre, está condenado a ser libre y, por tanto, a tener que decidir cada paso que da. Ahora bien, dado que nuestra existencia es finita en tiempo y fuerzas, cada decisión nos obliga a renunciar a innumerables posibilidades, tan inmaculadamente hermosas como la hierba que brilla a lo lejos y tan platónicamente idealizables como los besos que nunca dimos.
En cierto modo, elegir es renunciar a la plenitud de tenerlo o serlo todo. Tal vez por ello nos gusta tanto permanecer en ese estado de procrastinación ensoñadora en el que imaginamos hacer esto y lo otro sin decidir ni hacer realmente nada. Pero esta experiencia imaginaria de totalidad se acaba cuando uno tiene inevitablemente que actuar; esto es, pasar del estado estético al ético. Toca entonces delimitar el campo de lo posible y definir nuestro camino, tarea que es siempre compleja y angustiosa; por la infinitud de lo que perdemos y por el miedo al error: ¿no nos estaremos equivocando fatalmente, subiéndonos el «tren» equivocado y dejando pasar aquel que realmente nos convendría tomar?
En esta agónica situación es donde interviene decisivamente la comparación con los otros. Compararse con los demás no solo es necesario, sino bueno y virtuoso. Las decisiones y modelos de existencia que representan otras personas son la fuente de inspiración y el espejo donde buscamos contrastar y corroborar lo acertado o no de nuestras propias elecciones. Por ello nos interesa tantísimo contemplar la vida de la gente (en las novelas, la tele, las plazas, las revistas o las redes). Nadie se «hace a sí mismo», y hasta los más individualistas lo son por imitación y aprendizaje de otros. Medirnos con esos otros, imitarlos, juzgarlos y juzgarnos en relación con ellos son las herramientas fundamentales para aprender a ser humanos, para orientar nuestras decisiones, para conocernos, para afirmarnos y, por supuesto, para corregirnos y perfeccionarnos.
Decía el sabio Protágoras que el ser humano es la medida de todas las cosas. En lo que esto tenga de cierto, el mensaje es claro, sobre todo si eliminamos el antropocentrismo y el relativismo que la máxima encierra: para evaluar con la máxima objetividad y certeza lo que queremos y debemos ser, no hay otra que comparar nuestro juicio con el de los demás. Esta comparación es el diálogo, el externo y el interno (al que llamamos pensar). Se miente a sí mismo quien crea que no está continuamente comparándose y dialogando con otros, con lo otro, con lo que le reta y aún no comprende como parte suya…
El «tratamiento» contra el FOMO no es, en fin, el llamado «JOMO», otra memez en inglés cuya siglas significan «la alegría de perderte cosas». Nadie quiere perderse las cosas realmente interesantes, que suelen ser muy pocas. Lo que hay que hacer es aprender a reconocerlas, evitando espejismos y angustias injustificadas. Y para ello, nada mejor que aprender de los demás (¿de quién si no?), contrastar tus ideas y andarte con los mejores. Afinar el juicio de valor, evitar el narcisismo infantiloide (fruto de esta sociedad cada vez más psicologizada) y sobrellevar con buen ánimo esa cadena atroz que es la libertad precisan, pues, de la comparación constante con los otros. Y si las redes promueven tal cosa, benditas sean.
I
Aquello de san Agustín: Nadie me conoce tan bien como yo mismo y, sin embargo, no estoy seguro de lo que haré el día de mañana.
II
Actuamos, creyéndonos los protagonistas de nuestras vidas, sobre estados de ánimo que van y vienen a su antojo. Son lo más libre de nosotros mismos. Y lo más impertinente. Suelen presentarse sin avisar y te okupan la casa.
III
A veces me dejo llevar por un estado de ánimo inoperante, perezoso y muelle. Es lo que me pasó ayer. Fue un día improductivo en todo... excepto en la experiencia de la dulce pereza. Todo lo que tengo que hacer puede esperar un día más, me dije, y lo aparté de mí.
IV
Por la mañana me llamó Olga Pereda, periodista de El periódico, y le expliqué por qué las dificultades de un niño con la mecánica de la lectura le lastran gravemente la comprensión de un texto. Cuanto más te cuesta leer "antepenúltimo", por ejemplo, más tienes que concentrarte en cada grafía para convertirla en fonema y, mientras tanto, el sentido de la frase se te escapa. De ahí la importancia de tercero de primaria, que es cuando los niños han de pasar de aprender a leer a aprender leyendo. Parece que esta expresión, que comencé a usar hace unos años, se ha convertido en popular. Pero nada se convierte en popular sin que pierda algo en la mudanza.
V
Lorena Heras me anuncio que tengo cena el miércoles que viene en Madrid y me dio los nombres de los invitados. Ya contaré aquí lo que pueda contarse.
VI
El resto del día lo pasé mascando la nada, que tenía un buen sabor, sin ningún retrogusto de mala conciencia,