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La carta sobre el exilio de Zambrano amb Nosotros, los refugiados, d'Arendt
https://filco.es/dialogos-exilio-hannah-arendt-maria-zambrano/
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La carta sobre el exilio de Zambrano amb Nosotros, los refugiados, d'Arendt
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En 1964, se publicó la transcripción de la resonante conferencia de Martin Heidegger en la UNESCO, «El fin de la filosofía y la tarea del pensamiento». Para el filósofo alemán, la cibernética representa el fin de la filosofía. Ve en ella el advenimiento de un orden racional, controlable y mensurable, donde cualquier situación puede reducirse a un sistema que hay que optimiza, donde el individuo mismo se reduce a los datos que lo componen y no es más que un recurso explotable, donde sólo reina el pensamiento lógico, que él llama logística, con el único objetivo de optimizar estos sistemas. Desde esta perspectiva, resulta cada vez más complejo definir la tarea del pensamiento subjetivo. Aunque Heidegger se inscribe en una larga historia de pensamiento tecnocrítico, cuya genealogía no tiene el objetivo de ser trazada, esta conferencia tiene, hoy, una resonancia particular con el auge de las herramientas de «inteligencia artificial» (IA), en primer lugar, porque la noción de «IA» no se originó con OpenAI ni DeepMind, porque ya está profundamente arraigada en este movimiento cibernético de posguerra y, sobre todo, porque los avances tecnológicos actuales siguen haciendo sonar el implacable toque del fin de la actividad humana, de la filosofía y del pensamiento.
La cibernética es una teoría de control y optimización de sistemas, desarrollada, en particular, por Warren McCulloch y Norbert Wiener en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El término procede del griego kubernetes, que significa timonel, y se asocia con nociones de dirección y mando. El objetivo de la cibernética era desarrollar técnicas para optimizar un sistema controlando las acciones de los agentes que lo componen. Esto se consigue produciendo señales que desencadenan las acciones de los agentes. Estas señales se mejoran, a su vez, en un bucle de retroalimentación a medida que el sistema aprende de sus errores, por refuerzo. La visión cibernética no busca, pues, la emancipación ni autonomía de los agentes, sino la optimización cuantitativa del sistema mediante la automatización de acciones eficaces. Aunque el campo de aplicación inicial de la cibernética, sobre todo, con Wiener, fue la defensa antiaérea, pronto, se trató de extender este enfoque a otros ámbitos de la sociedad. En su famoso libro, El uso humano de los seres humanos, Wiener planteó las graves cuestiones políticas y morales vinculadas con esta propagación y señaló, en particular, la alienación de los individuos. En concreto, a Wiener, le preocupaba el advenimiento de un paternalismo benevolente y tecnocrático en el que el valor intrínseco de los individuos quedara relegado en beneficio del buen funcionamiento del sistema. También, le preocupaba la ceguera que las herramientas tecnológicas podrían provocar en las personas. Wiener consideraba que este conjunto de artificios podría desviar nuestra atención de cuestiones políticas y de poder de las que procede y que establece.
Antes de profundizar en estas cuestiones de poder, es esencial situar la cibernética en una genealogía moral más profunda, que es la del consecuencialismo y el utilitarismo. La cibernética se ocupa únicamente de los resultados de una acción en términos de si optimiza o no un sistema. Como todos los enfoques utilitaristas, la cibernética se basa en un análisis cuantitativo de este sistema (reducido a las señales que lo componen) y no de los agentes, cuya calidad se niega. Estos últimos son intercambiables y lo único que importa aquí es la consecuencia cuantitativa de una acción, cuyo impacto en el rendimiento global del sistema debe medirse. El enfoque utilitarista se basa en una serie de supuestos, que pueden resumirse así: el desarrollo tecnológico es neutro, científico y objetivo y nuestro principal objetivo es medir los resultados y fomentar los casos de uso positivos, al mismo tiempo que nos protegemos de los efectos negativos. Los postulados cibernético y utilitarista incluyen la creencia de que todo puede reducirse a datos, de que es posible aislar los efectos positivos de los negativos, de que, como mínimo, esto es optimizable, de que todo puede predecirse o considerarse un riesgo cuantitativo que hay que gestionar y de que, por lo tanto, no habría ninguna pérdida cualitativa irremediable.
Gilles Lecerf, La IA y el fin de la filosofía, legrandcontinent.eu 27/05/2023
El yo es un fenómeno superficial. Y lo que llamamos conciencia no pertenece a ese yo ni a la mente del mundo, aunque ambos puedan hacerla participar en el juego de la existencia, invitarla a la fiesta de la evolución. La conciencia, por otro lado, es indefinible. La razón es sencilla: se precisa de la conciencia para reflexionar acerca de su naturaleza. Cuando hablamos de ella, inevitablemente caemos en un razonamiento circular. Hay que suponer aquello que se quiere probar. Al negarla la afirmamos, al afirmarla se nos escabulle. Esa vida en círculos del filósofo de la mente, ese disco rayado, ilustra un hecho esencial: la conciencia escapa a cualquier intento de objetivación. La conciencia no es científica, si por ciencia entendemos conocimiento objetivo. De ahí que, como dicen los expertos en estas lides, sea un “problema difícil”, el llamado hard problem of concioussness. Podemos objetivar el gusano, el átomo y la berenjena, aunque con ello no les hagamos justicia (y los reduzcamos), pero con la conciencia no es posible. Es como las anguilas, se escabulle a cualquier intento de objetivación. Y, sin embargo, nada es más cercano, nada tenemos más a mano. De hecho, es el punto de partida de la filosofía más torticera que ha conocido la historia de las civilizaciones: el mecanicismo cartesiano. Este es el motivo de que la conciencia resulte tan insidiosa para el materialismo filosófico actual (los Dawkins y los Dennet), ese que maneja una idea mojigata de la materia. Hay un materialismo ramplón, fisicalista, mecánico; y un materialismo osado, en el que la materia está viva y respira luz.
Juan Arnau, Albert Hofmann, el descubridor del LSD: desconócete a ti mismo, El País 27/06/2023
«Hemos perdido, como sociedad, la capacidad de encontrar las soluciones correctas». Es 2021 y estamos en Nueva York. Kate Dibiasky, estudiante de posgrado de Astronomía, y su profesor, el doctor Randall Mindy, hacen un descubrimiento asombroso: un cometa en órbita alrededor del Sistema Solar va a entrar en colisión directa con la Tierra asegurando una gran extinción masiva. Preocupados por evitar el gran golpe, la sociedad pierde la capacidad de encontrar la solución correcta. Esto es No mires arriba, una película, que puedes encontrar en la cartelera. Te la recomiendo.
Trayendo la historia a la realidad, en los últimos meses, al meteorito lo hemos bautizado como inteligencia artificial (IA). Y es que según han manifestado un grupo de 350 ejecutivos, investigadores e ingenieros expertos en IA en una carta abierta de tan solo 22 palabras publicada por el Centro para la Seguridad de la IA, esta tecnología supone un «riesgo de extinción» para la humanidad, al mismo nivel que una guerra nuclear o una pandemia. Como si del meteorito de la película se tratase.
Y ahora nos preguntamos cómo nos va a afectar la IA mientras disfrutamos de las bondades de multitud de herramientas que han llegado para dejarnos alucinados, como ChatGPT o DALL-E y las utilizamos, sin control, bajo la sombra del meteorito. Ni contigo ni sin ti.
Geoffrey Hinton, considerado el padre de la IA, ha dejado su puesto de trabajo en Google para advertir de los riesgos que plantea. Hinton, de 75 años, desarrolló la tecnología que está en el corazón de chabots que parece ponen en riesgo el desarrollo de nuestros hijos, las relaciones sociales, numerosos puestos de trabajo, disminución de habilidades y capacidades humanas, por citar algunas.
Ízaro Assa de Amilibia, Extinción, ethic.es 22/06/2023
Decía Edward O. Wilson que «el verdadero problema de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología de dioses». Internet, las redes sociales y las nuevas tecnologías explotan nuestras emociones paleolíticas: nuestros instintos sexuales, nuestra necesidad de estatus, nuestra necesidad de pertenencia y aceptación, nuestra apetencia por la información social (cotilleo) o nuestra necesidad de sentirnos buenos moralmente y de señalar esa catadura moral a los demás. Las redes sociales no han inventado nada, simplemente tocan o explotan nuestras emociones paleolíticas para captar nuestra atención y para que permanezcamos en sus plataformas, que es con lo que hacen negocio. Y es verdad que las redes cambian por completo el contexto en el que estas se expresan. Si antes una chica competía con las chicas de su pueblo para ser la más guapa o intentar conseguir aceptación social, ahora tiene que competir en Instagram o TikTok con, literalmente, millones de chicas que tratan de presentar en redes su versión más atractiva. De igual manera, las redes han abaratado el «señalamiento de virtud». Simplificándolo mucho, antes tenías que ir de voluntario a África para demostrar lo bueno que eras, pero ahora basta con soltar unos tuits agresivos contra el grupo rival para quedar como un héroe delante de los de tu grupo. Ha cambiado el terreno de juego en el que ventilamos nuestras emociones paleolíticas.
De nuevo, creo que el desarrollo de la tecnología a todos los niveles y su aplicación a prolongar la vida humana, a proporcionar órganos de recambio o a fusionar tecnología y biología es irreversible. No hay vuelta atrás en nuestro camino hacia la conversión en «dioses». Vamos hacia un transhumanismo o post-humanismo donde iremos progresivamente enmendando la plana a la naturaleza, a la selección natural o a Dios como creador para las personas religiosas. No estamos de acuerdo con el mundo tal y como es y lo reconstruiremos a nuestra imagen y semejanza. Vamos a ver cosas que nadie creería y no tengo ni idea de cómo afectará esto a nuestro equilibrio psicológico y emocional ni de si nos llevará a la extinción.
...tenemos un claro problema de lo que en biología evolucionista se llama «desajuste» (mismatch) entre las condiciones en las que evolucionaron nuestros mecanismos psicológicos y las condiciones de vida en nuestras sociedades modernas. Instagram está haciendo aumentar los problemas de ansiedad y de malestar con el propio cuerpo de las chicas; los videojuegos hacen que los chicos se queden en casa porque en esos mundos virtuales pueden ser guerreros, jugadores de fútbol y baloncesto, héroes y todo lo que necesitan ser y muchas personas pasan ya de las relaciones de pareja y prefieren el porno, las muñecas hinchables y pronto los robots sexuales que probablemente estarán disponibles en breve… Pero el tiempo no espera a nadie, no podemos volver al pasado. Tenemos que enfrentarnos a todas estas novedades de la mejor manera posible.
David Lorenzo Cardiel, entrevista a Pablo Malo: "Internet y las redes sociales explotan nuestras emociones paleolíticas", ethic.es 28/06/2023
En sus orígenes, OpenAI era una compañía sin ánimo de lucro que buscaba el desarrollo de la IA y exploraba su uso beneficioso y útil. Cuatro años después, la organización comenzó a dar entrada a empresas privadas que detectaron la oportunidad de negocio y, según detalla la demanda colectiva, es cuando comenzó el robo de información para entrenar al sistema. A lo largo de las 157 páginas de la demanda la acusación detalla cómo el sistema habría recolectado en secreto cantidades masivas de datos, sin previo consentimiento de sus propietarios, desde información privada, a datos médicos y todo tipo de intercambio de información por internet.
La demanda colectiva advierte –no está probado- de que la violación de la privacidad se extendería también a los usuarios que hayan utilizado productos en los que ChatGPT está integrado de algún modo, como es el caso aplicaciones de uso generalizado como Spotify, Snapchat o Stripe, pero también de plataformas de colaboración empresarial como Microsoft Teams y Slack.
Al mismo tiempo, otra demanda presentada esta misma semana en un tribunal federal de San Francisco acusa a ChatGPT de haber extraído datos de miles de libros sin permiso, violando los derechos de autor. Esta demanda cifra en alrededor de 300.000 los libros que podrían haber sido víctima del plagio, habiendo accedido a ellos en muchos casos a través de páginas web que ofrecen este contenido infringiendo el copyright.
La opacidad que se cierne sobre la mayor parte de los productos de IA va más allá del desarrollo de sus algoritmos, alcanzando también a qué conjuntos de datos se utilizan para la fase previa de aprendizaje de los modelos. Detrás de estas demandas viene, una vez más, una necesidad y también demanda de una regulación que llega tarde. Una normativa que no solo se ocupe de los usos de la IA generativa, sino que vaya un paso atrás, a cómo se crea y entrena ese tipo de sistemas. En el caso de la demanda colectiva, incluso, piden que el uso comercial de los productos de OpenAI –también, su desarrollo- se congele cautelarmente hasta que llegue esa regulación que salvaguarde una privacidad que parece no estar tan blindada como se creía.
David Bollero, Cuando la IA infringe la ley antes incluso de usarse, Público 30/06/2023
Piénsese en el conflicto entre la nueva derecha populista y la izquierda woke. A finales de mayo, el Distrito Escolar Davis de Utah retiró la Biblia de sus escuelas primarias y secundarias después de que un padre reclamara que “no contiene ‘ningún valor serio para menores’ porque según nuestra definición es pornográfico” en virtud de una ley de prohibición de textos aprobada el año pasado. ¿Es este un caso de mormones librando una guerra cultural contra cristianos? Por el contrario, el Distrito ha recibido desde entonces una solicitud de revisión del Libro de Mormón por posibles violaciones a la ley.
Entonces, ¿quién está detrás de estas demandas? ¿Es la izquierda woke buscando vengarse por las prohibiciones de materiales sobre asuntos raciales y LGBT+? ¿Es la derecha radicalizada aplicando estrictos criterios de valores familiares a sus propios y atesorados textos? A fin de cuentas, no importa, porque tanto la nueva derecha como la izquierda woke han abrazado la misma lógica de intolerancia. Con toda su animosidad ideológica, se reflejan entre sí. Mientras la izquierda woke quiere desmantelar sus propios cimientos (la tradición emancipatoria europea), la derecha puede finalmente haber reunido el coraje para cuestionar la obscenidad que existe en sus propios textos fundacionales.
En una ironía cruel, la tradición democrática occidental de autocrítica ha caído en el absurdo, sembrando las semillas de su propia destrucción. ¿Qué problemas languidecen en las tinieblas mientras este proceso acapara toda la luz? La más grande amenaza a las democracias occidentales no es Assange ni la transparencia que representa, sino más bien el nihilismo y la autoindulgencia que han venido a caracterizar el funcionamiento de sus sistemas políticos.
Slavoj Zizeck, Sin figuras como Assange, Occidente está perdido, El País 29/06/2023
Hay un debate entre dos grandes concepciones de la libertad: la liberal, que la entiende como ausencia de impedimentos, y la republicana, que la entiende como ausencia de dominación. A mi juicio, la segunda es más profunda y más fecunda para una sociedad en la que no somos individuos aislados sino estrechamente interdependientes, donde los riesgos y los bienes comunes son más relevantes que mi derecho a que no me molesten, siendo esto último, por cierto, algo que también vale la pena defender.
Cuando alguien está llamando libertad no tanto a su derecho a hacer lo que le venga en gana sino a su capacidad de dominar a los demás. La libertad de no usar mascarilla en medio de una pandemia equivale al derecho a contagiar; consumir sin pensar en el efecto que eso puede tener en los bienes comunes o en los derechos de los demás es un abuso, no un derecho; que las actuales generaciones, cuando se toman decisiones que afectan al medio ambiente, la sostenibilidad del estado de bienestar o las infraestructuras tecnológicas, no tomen en consideración a las futuras generaciones es una forma de tiranía sobre ellas; que los estados se desentiendan de sus obligaciones globales y persigan su propio interés a cualquier precio es un modo de dominación sobre los otros.
Lo que más daña al ejercicio de la libertad es que utilicemos ese valor para justificar cualquier cosa. Nos resulta más evidente que los enemigos de la libertad son quienes la impiden, pero deberíamos prestar más atención al riesgo de que la banalicemos. Quien en nombre de su derecho a hacer lo que le dé la gana no interioriza el impacto que sus acciones puedan tener sobre otros termina contribuyendo a construir una sociedad en la que muchos –también él mismo– verán reducidas las posibilidades de hacer lo que les plazca.
Esther Peñas, entrevista a Daniel Innerarity: "Una sociedad está bien gobernada cuando resiste el paso de malos gobernantes", ethic.es 18/04/2023
El impacto de los asaltos al Capitolio de Washington y las instituciones de Brasilia, así como el auge de la extrema derecha, nos ha llevado a pensar que la democracia puede sucumbir de ese modo, por un ataque directo. Sin minusvalorar esa posibilidad, pienso que deberíamos prestar más atención hacia otros factores que la debilitan. Es cierto que la democracia es una construcción política que experimenta avances y retrocesos, que no tiene asegurada su inmortalidad; se mantiene en pie sobre una cultura política que puede debilitarse y requiere cuidado, protección y virtudes cívicas. Con esto no quiero decir que las democracias no puedan empeorar, sino que no lo hacen, por lo general, como consecuencia de un golpe de estado sino de una forma más sutil y tal vez por ello más inquietante. Las amenazas a nuestra convivencia democrática no son esas quiebras brutales sino otras formas inéditas de degradación. Por muy preocupantes que sean los desafíos que plantea la extrema derecha, no estamos ante una segunda oleada de pre-fascismo; nuestras sociedades están más desarrolladas y son más interdependientes. Más que complots contra la democracia, lo que hay es debilidad política, falta de confianza y negativismo de los electores, oportunismo de los agentes políticos o desplazamiento de los centros de decisión hacia lugares no controlables democráticamente.
Si la debilidad de la democracia se debe más a la cultura política dominante que a la amenaza que representan los sujetos particulares, su fortaleza aumentará en la medida en que construyamos instituciones que no están demasiado condicionadas por quienes eventualmente las dirijan. La democracia es resistente justo en la medida en que no depende demasiado de las personas que ocupen el poder sino fundamentalmente de que el sistema institucional limite a esos gobernantes. Frente a la tendencia a confundir la calidad de la democracia con la calidad de sus dirigentes propongo que dirijamos la mirada y el esfuerzo en otra dirección. Se gana mucho más mejorando las instituciones que mejorando a las personas que las dirigen. Las sociedades están bien gobernadas cuando lo están por instituciones en las que se sintetiza una inteligencia colectiva, y no cuando tienen a la cabeza personas especialmente dotadas. Podríamos prescindir de las personas inteligentes, pero no de los sistemas inteligentes; se podría decir de otra manera: una sociedad está bien gobernada cuando resiste el paso de malos gobernantes. Estos doscientos años de democracia han configurado precisamente una constelación institucional en la que un conjunto de experiencias ha cristalizado en estructuras, procesos y reglas que proporcionan a la democracia un alto grado de inteligencia sistémica, una inteligencia que no está en las personas sino en los componentes constitutivos del sistema. De alguna manera, esto hace al régimen democrático menos dependiente de quienes lo dirigen, resistente frente a los fallos y debilidades de los actores individuales. Por eso la democracia tiene que ser pensada como algo que funciona con el votante y el político medio; únicamente sobrevive si la propia inteligencia del sistema compensa la mediocridad de los actores y la ineptitud e incluso maldad de muchos de sus dirigentes.
Esther Peñas, entrevista a Daniel Innerarity: "Una sociedad está bien gobernada cuando resiste el paso de malos gobernantes", ethic.es 18/04/2023
En una operación cerebral típica, Penfield exponía el cerebro de sus pacientes tras una trepanación craneal realizada con anestesia local, de tal modo que permaneciesen conscientes durante toda la intervención. De ese modo, él podía mover sus electrodos de un punto a otro de la corteza cerebral, observando la influencia de la estimulación eléctrica sobre los movimientos y la conducta de los sujetos. En cientos de operaciones, su equipo recopiló datos que permitieron la localización de diversas funciones sensoriales y motoras en las circunvoluciones pre y postcentrales de la corteza cerebral.
Establecieron de ese modo un mapa cortical continuo, es decir, una franja de tejido nervioso cuyas neuronas, organizadas en el mismo orden espacial de las diferentes partes del cuerpo, controlan los movimientos voluntarios de cada parte. Ese mapa puede representarse también mediante el dibujo de un hombrecillo deformado (el homúnculo motor) cuyos miembros y partes corporales tienen un tamaño y proporciones que, en lugar de corresponderse con los reales, lo hacen con la proporción de corteza cerebral dedicada al movimiento de cada uno de ellos.
Así, en el homúnculo motor las partes del cuerpo con mucha movilidad, como la mano y sus dedos, particularmente el pulgar, presentan un gran tamaño, mientras que otras partes con menor movilidad, como las piernas y pies, son más pequeñas. Un dibujo, en definitiva, que nos muestra las partes del cuerpo con mayor capacidad motora al relacionarse con un mayor control de la corteza cerebral. Más allá de esa franja, se han descubierto otras regiones próximas de la corteza frontal que intervienen en crear las secuencias espacio-temporales de la actividad de las neuronas que permiten realizar movimientos voluntarios complejos.
Pero ese modelo de simplicidad cortical (neuronas particulares controlando los movimientos de miembros particulares del cuerpo), que es el que hemos venido enseñando en universidades y centros de investigación durante muchos años, ha sido progresivamente cuestionado por los resultados de nuevas investigaciones basadas en las modernas tecnologías. En el excelente y detallado trabajo que acaba de publicar la revista científica Nature, un numeroso grupo de investigación de varios centros de EE UU usa técnicas de resonancia magnética funcional de alta precisión para mostrar que, en lugar de ser continuo, el homúnculo motor y clásico se interrumpe con regiones que tienen distinta conectividad, estructura y funciones.
En otras palabras, la corteza cerebral motora se divide en regiones alternadas para distintas funciones. Como hasta ahora, se reconocen bien tres regiones motoras que representan el pie, la mano y la boca, pero entre ellas hay otras tres regiones muy diferentes, llamadas interefectoras, que están funcionalmente interconectadas y acopladas a otro grupo anexo de regiones corticales (red cíngulo-opercular) implicadas en el control mental (preparación e implementación) de las acciones motoras. Estas nuevas regiones descubiertas se observan también en macacos y en niños jóvenes, lo que indica que se trata de una organización primitiva del cerebro conservada en la evolución, que se origina tempranamente en el desarrollo del cerebro infantil.
En definitiva, y tal como podíamos suponer, el control cerebral de los movimientos voluntarios es anatómica y funcionalmente mucho más complejo de lo que hasta hace poco habíamos imaginado. No es tan preciso ni tan continuo y lineal como creíamos; y todavía nos queda mucho por saber hasta tener una película muy detallada de cómo trabaja el cerebro, para que podamos ejecutar las acciones voluntarias que nuestros propósitos requieren.
Ignacio Morgado Bernal, Así trabaja el cerebro para dirigir nuestros movimientos, El País 01/07/2023
En junio de 1637 se publicó en francés y, de forma anónima, el Discurso del método, cuyo autor era el filósofo y matemático René Descartes. Es una obra trascendental de la filosofía con también una enorme influencia en las matemáticas, debido a uno de los apéndices del libro, titulado La geometría. En él, Descartes propone un sistema que permite usar el álgebra para resolver problemas de geometría, creando una poderosa herramienta —la geometría analítica— que unió dos áreas de las matemáticas hasta ese momento separadas.
René Descartes nació en Francia en 1596 y desde su juventud tuvo una sólida formación en humanidades. Fue un apasionado de la cultura griega y, en concreto, de las grandes obras clásicas de las matemáticas como Los elementos de Euclides, La aritmética de Diofanto, Las cónicas de Apolonio o La colección matemática de Pappus. También estaba al tanto de los nuevos desarrollos de la matemática italiana llevados a cabo por Niccolò Fontana (Tartaglia), Gerolamo Cardano o Franciscus Vieta.
Partiendo de todo este conocimiento, Descartes desarrolló —a la vez que Pierre de Fermat, aunque el papel de este último quedó injustamente borrado de esta historia— la geometría analítica. Esta nos permite describir conceptos geométricos mediante ecuaciones algebraicas. Así, un círculo situado en el centro del plano y con radio uno, se representa por una ecuación x² + y² = 1. Es decir, viene descrito por los puntos de coordenadas (x, y) que cumplen la ecuación anterior.
De hecho, la noción de coordenadas fue introducida rigurosamente en La geometría, con la definición de unos ejes coordenados, que podían ser oblicuos. Cuenta la leyenda que Descartes —que acostumbraba a estar mucho tiempo tumbado en su cama por motivos de salud—, ideó este concepto al preguntarse cómo podría describir la posición de una mosca que se posaba en su techo. Decidió que las esquinas del techo podrían servir como referencia para indicar de forma precisa el lugar en el que estaba el insecto, solo con unos números —su distancia, medida perpendicularmente, a una esquina vertical y a otra horizontal—.
Con esta nueva visión analítica, la geometría clásica dejó de ser una matemática trazada en papel en la que se razonaba en términos de figuras y construcciones con regla y compás, como había sido hasta el momento, para entenderse de manera mucho más abstracta, usando todo el potencial del álgebra. Así lo recalca Descartes en el apéndice: “Todos los problemas de geometría pueden reducirse fácilmente a términos tales, que no es necesario conocer de antemano más que las longitudes de algunos segmentos para su construcción”.
De este modo, la geometría analítica permite explorar las propiedades de un objeto geométrico realizando cálculos algebraicos directamente en la ecuación que lo describe. Esto permitió utilizar toda la potencia del álgebra para tratar conceptos hasta ese momento muy escurridizos, que solo se estudiaban con los métodos de la geometría clásica de la antigua Grecia. También, Descartes pudo afirmar que todas las ecuaciones cuadráticas —es decir, las ecuaciones polinómicas de grado dos, como x² + y² = 1— corresponden a las cónicas introducidas por Apolonio.
En este texto, el matemático incorporó por primera vez notaciones que nos resultan conocidas, como las últimas letras del alfabeto x, y, z para denotar las incógnitas o las primeras letras a, b, c para las constantes. La geometría es, seguramente, el primer texto que se puede leer sin dificultades por un estudiante actual y ello es debido a que hemos adoptado casi en su totalidad la notación empleada en ella. Además, desvinculaba las potencias de un número de su significado geométrico, por ejemplo, una potencia al cuadrado se desvinculaba con la noción de área, o al cubo de la noción de volumen, como se había hecho hasta el momento.
David Martín de Diego, El apéndice del 'Discurso del método' que revolucionó las matemáticas, El País 04/07/2023
Simone de Beauvoir afirmó que “no se nace mujer”, Gayle Rubin y Joan Scott analizaron el género como el efecto de una construcción social, pero será Butler quien proponga una explicación de cómo se lleva a cabo esa construcción. Para Butler la identidad de género se construye “performativamente”: no es una esencia o una naturaleza, sino una práctica, algo que “hacemos” y no algo que “somos”. La relación entre anatomía y performance de género depende de la repetición de actos lingüísticos y corporales cuya función es preservar la estabilidad del régimen heterosexual y binario.
Gramsci es el pensador fundamental para entender por qué mandan los que mandan y por qué obedecen los que obedecen. Para el sardo, en las sociedades modernas el poder de los grupos rectores descansa en última instancia en la coerción, la capacidad de obligar, pero se ejerce principal y cotidianamente por medio del consentimiento, la capacidad de persuadir de que su mando es lo normal y al mismo tiempo de desalentar, neutralizar o dispersar las alternativas. Este dominio no es un engaño que haya que desenmascarar —por ejemplo intentando que la gente “abra los ojos” y entienda que “vota contra sus propios intereses”—, sino una forma de poder, la hegemonía, que debe ser comprendida como históricamente cierta. En primer lugar por aquellos que quieren desafiarla, para construir explicaciones e identificaciones alternativas que partan del terreno y el sentido común dado.
La hegemonía es así esa construcción política por la cual un grupo, clase o sector es capaz de ejercer la “dirección intelectual y moral” determinando las metas, los valores y las palabras que gobiernan la percepción del mundo de su época. Al hacer eso, sus intereses particulares aparecen como los intereses generales del conjunto social, la mayoría del cual encuentra mejores expectativas y razones para el consentimiento que para la contestación. Esta forma de poder político se extiende y blinda principalmente por los canales aparentemente “no políticos” —el ocio, la cultura, la comunicación, el consumo— que reproducen y naturalizan una manera de ver el mundo y su consiguiente reparto de roles.
Cuando afirma que una idea es “históricamente verdadera” en la medida en que “se convierta concretamente, es decir, histórica y socialmente, en universal”, nos está señalando, contra todo esencialismo pero también contra toda melancolía, que los alineamientos políticos no están predeterminados, sino que dependen de una disputa estética, moral e intelectual que está siempre abierta, lo cual es garantía de libertad. Y de esperanza.
La consciencia es la capacidad de experimentar el mundo. Las sensaciones que proporcionan los sentidos, las emociones, los pensamientos y las voliciones constituyen ejemplos de experiencias conscientes. Y esto abarca desde ver el cielo azul u oler una rosa hasta sentir dolor o alegría.
Pero ¿quién es consciente? Yo lo soy, de eso estoy seguro. El resto de seres humanos tienen un comportamiento muy similar al mío y forman parte de la misma especie. Por tanto, no encuentro ninguna razón para afirmar que no experimenten el mundo igual que yo.
Este argumento se puede extender fácilmente al resto de mamíferos. Todos estamos estrechamente emparentados, tenemos cerebros, cuerpos e incluso comportamientos muy similares. ¿Por qué negaríamos entonces que ellos también son conscientes?
Afirmar que un perro lo es simplemente significa que no sólo su cerebro procesa la información visual, sino que ve; que no sólo procesa información relacionada con una herida, sino que siente dolor. Todo aquel que tenga un perro conoce la emoción tan intensa que sienten cuando su dueño vuelve a casa tras un día de trabajo. La palabra sentir hace referencia a la experiencia consciente.
Sergio Escamilla Ruiz, ¿Sienten los cangrejos? ¿Y las plantas? La consciencia no es exclusiva del ser humano, ethic 23/05/2023
La democracia es mucho más que atender reuniones públicas locales, mantenerse al día con las últimas noticias o votar. Una democracia que funcione bien requiere una sociedad libre de violencia, hambre y humillación. Democracia es decir no a la arrogancia descarada de los crueles empleadores que maltratan a los trabajadores, que los ven como mercancías y les niegan el derecho a formar sindicatos independientes. La democracia, por lo tanto, no es compatible con el capitalismo desenfrenado: pues, como lo señaló hace tiempo Karl Polanyi, la mercantilización sin restricciones de los seres humanos y sus entornos naturales conduce inevitablemente a la “destrucción deliberada de la sociedad”. Tanto el autogobierno popular como el capitalismo requieren que se proteja la vida social de los estragos de la producción de mercancías, el intercambio y el consumo.
La protección de la sociedad en contra del poder depredador también implica el rechazo al racismo, la misoginia, el prejuicio religioso y de casta, y a todos los demás tipos de indignidad humana y no humana. La democracia es amable con los niños, respetuosa con las mujeres y el derecho a ser diferente. La democracia es humildad. Es la voluntad de admitir que el carácter transitorio del mundo hace que toda vida sea vulnerable, que al final nadie es invencible y que las vidas comunes nunca son ordinarias. La democracia es vivir sin miedo a la violencia policial, al asesinato o a morir por adicción a los opioides o por un corazón roto. Es tener un transporte público decente y atención médica para todos y sentir compasión por aquellos que han quedado atrás. La democracia es el libre acceso a la información y una sensación de asombro por el mundo. Es la habilidad cotidiana de manejar las situaciones inesperadas y emitir juicios razonables.
Vivir democráticamente es rechazar el dogma de que las cosas no pueden cambiarse porque están grabadas “en piedra”. La democracia transforma las experiencias de temporalidad. El presente y el futuro se vuelven a alinear; los horizontes de expectativas se estiran. Hay momentos en que la democracia implica insurrección: la negativa a tolerar las formas cotidianas de injusticia e hipocresía, idolatría y acoso, esnobismo y adulación, mentiras y estupideces y otras formas de degradación social.
... la cruda verdad es que la indignidad social socava la aptitud de los ciudadanos para tener un interés activo en los asuntos públicos. El lento camino hacia la democracia no termina ahí, porque cuando un gran número de personas sufre de indignidad social, en otras palabras, cuando crecen las filas de quienes se sienten “menospreciados”, como escribió James Baldwin, a los gobiernos se les otorga una licencia para gobernar de manera arbitraria. Hambrientos de tiempo, recursos y autoestima, los humillados se convierten en una presa fácil. Les dan la espalda a los asuntos públicos. Con frecuencia, los oprimidos y abatidos no hacen nada más que revolcarse en el lodo de la resignación. El descontento cínico engendra servidumbre voluntaria.
Cuando el tejido de la sociedad civil se hace tirones y se rompe, los menospreciados pueden anhelar alternativamente políticos redentores y un gobierno con mano de hierro. Los ciudadanos sin voz pueden incluso unirse a los más privilegiados para desear un mesías que prometa arreglar las cosas empoderando a los pobres, asegurando la abundancia de los ricos, librando al país de políticos corruptos, de noticias falsas, de terroristas, de inmigrantes ilegales y otras personas sin sentido de pertenencia. La demagogia en su pleno. Al explotar el resentimiento público, los líderes como el presidente Kaïs Saied dejan de preocuparse por las sutilezas de la responsabilidad pública y el reparto del poder constitucional. Prefieren los decretos, con los que alardean de cambiarlo todo, de devolverle la dignidad al “pueblo” y ayudar al país a recuperar su antigua gloria. Pero en sus manos la democracia comienza a parecerse a la máscara elegante que usan los depredadores políticos con dinero. De modo lento, pero seguro, el Estado asfixia a la sociedad civil. Animados por periodistas que actúan como perros falderos, prospera el gobierno de mano dura de los magnates poderosos y los mesías populistas. La democracia fantasma se convierte en la nueva realidad.
Hay efectos antidemocráticos del saqueo de nuestro planeta que se pueden observar de manera más inmediata. Las inundaciones, los incendios, las pandemias y las sequías extremas son malas para la democracia porque los ciudadanos sufren lesiones y mueren (los desastres naturales se han quintuplicado durante el último medio siglo y ahora en promedio les roban la vida a ciento quince personas cada día). El miedo devora sus almas. Los sobrevivientes son puestos en cuarentena, se les dice que se mantengan alejados de los demás, se les empuja fuera de sus hogares bajo la supervisión de la policía, el ejército y las unidades de servicio de emergencia. En estos entornos de emergencia, los ciudadanos de corazón de ópalo hacen todo lo posible para enfrentar los desastres: comparten alimentos y ropa, consuelan a los ancianos y a los niños, hacen sonar ollas y sartenes y cantan canciones de solidaridad durante los encierros. Los desastres pueden sacar lo mejor de los ciudadanos, pero, como Tucídides hizo notar cuando describió cómo la plaga de tifus que mató a casi un tercio de los ciudadanos de la Atenas democrática causó estragos políticos, los impactos ambientales pueden profanar la democracia.
Durante sucesos ambientales extremos las maniobras de poder también prosperan. Se normaliza el estado de emergencia: es lo que se debe soportar durante un tiempo y lo que por “necesidad” se espera en el futuro. En consecuencia, la gubernamentalidad se instala en los ciudadanos: lento pero seguro, en nombre de su “seguridad” y “protección” se alienta a las personas para que se acostumbren a la permanente administración de sus vidas. Se normaliza lo que Leszek Kołakowski llamó “solidaridad obligatoria”, un tipo degradado de solidaridad, dada su imposición coercitiva.
El distinguido sociólogo Norbert Elias observó una vez que, en materia de poder y violencia, la forma política conocida como democracia es especial. Se “requiere un grado de autocontrol de las personas, que no es fácil de introducir y que supere con creces las demandas comparables de un régimen dictatorial”. Cuando se ve con esta perspicacia, entendemos que la destrucción de la democracia es el triunfo del poder sin ataduras que unos pocos ejercen sobre otros y los biomas en los que habitan. El repentino fin de la democracia debido a un golpe de Estado militar, el desmantelamiento gradual del autogobierno, en ocasiones a manos de demagogos que actúan en nombre del “pueblo”, y la violencia social en cámara lenta que los ricos y poderosos oligarcas infligen a los ciudadanos son algunas de las múltiples formas y ritmos en que ocurre el democidio.
Pero lo que los demócratas más deberían temer es el democidio en adagissimo. Sin duda, la democracia perece cuando los ciudadanos se ven obligados a sufrir la arrogancia de los generales del ejército, los operadores políticos traicioneros, los demagogos populistas y los capitalistas. Las democracias también juegan a los dados con su propia desaparición cuando los ciudadanos y sus representantes ignoran ciegamente, sin pensar, no solo los efectos antidemocráticos de los fenómenos meteorológicos extremos, las extinciones de las especies, las pandemias y otras emergencias ambientales. Corren igualmente el riesgo de una muerte lenta cuando los ciudadanos no logran comprender que la democracia, el ideal más antropocéntrico jamás concebido, no tendrá futuro a menos que sus ideales y prácticas se liberen del arraigado prejuicio de que los “humanos viven fuera de la naturaleza”, cuyos propios ritmos de vida y de muerte ahora claman por reconocimiento democrático.
John Keane, La muerte (rápida y lenta) de las democracias, Letras Libres 01/05/2023
Uno de los pasajes más célebres de La República es aquel en el que el personaje de Sócrates plantea la “noble mentira” (gennaion pseudos), que no sería tanto una mentira en sentido estricto como una ficción –o mito– fundadora del orden social: la “autoctonía”, el nacimiento de la tierra, cimenta el derecho de los atenienses sobre el Ática; y la “fábula de los metales” determina, según el metal que entre en su composición, la posición relativa de cada ciudadano en el sistema de clases. Por supuesto, en una concepción moderna, emancipadora, de la política, estos mitos no tendrían al fin nada de nobles, en la medida en que enmascaran o naturalizan un determinado avatar del poder –pero eso no es culpa de Platón; en todo caso, nuestra.
Pero la democracia tiene una relación problemática con la mentira e incluso con la ficción, por motivos obvios. Porque el propio mito democrático se funda sobre el ciudadano libre que delibera y decide en razón, pero no solo las ciencias del comportamiento, y el puro sentido común, desmienten ese modelo, sino que en una sociedad plural, y pluralista, necesariamente cualquier verdad democrática es construida.
... el problema de la mentira política parece haber quedado obsoleto desde que entramos en una fase nueva en las democracias comunicativas. Si en la universidad leíamos con una sonrisa a Baudrillard y nos agarrábamos a sokales y otras tablas de salvación, forzoso es hoy reconocer que los fenómenos allí descritos con más o menos palabrería han acabado por alcanzarnos. De hecho, el establishment liberal occidental ha ensayado su propia teoría en años recientes, al calor del auge de los populismos y de las disrupciones como el Brexit: la posverdad. De nuevo, a pesar de alguna que otra reflexión valiosa, el desarrollo de la idea no ha tenido una enorme profundidad. Sobre todo por la voluntad indisimulada de arrojarla contra una coalición de villanos de tebeo, obviando las posibilidades que ofrecía para la autocrítica. Y siendo la posverdad una fórmula confusa, contextual y de parte, me parece mejor recuperar el viejo concepto baudrillardiano de simulacro.
El simulacro, tal como lo presenta Baudrillard –pero él mismo nos advierte contra la tentación de tomarlo demasiado en serio– es la culminación de un proceso sustitutivo: la copia del objeto real se desvincula del original hasta que ya no existe original, solo simulacro, y el simulacro es la realidad. Esta teoría del simulacro tiene, como la guillotina, “el chic de lo francés”, y la indudable virtud de ser autoirónica, a diferencia de las campanudas proclamas contra la posverdad, tan abundantemente desmentidas antes y después en la(s) crisis financiera(s), la pandemia o la guerra. También da la medida de nuestra derrota: veintitantos años después, apaleados y confusos, acabamos más cerca del pensamiento posmo que despreciábamos por oscurantista y jeta que de la jeta pseudorracional de la oficialidad. Quizás porque la oficialidad es más posmo de lo que los pobres posmos llegaron a imaginar nunca.
Jorge San Miguel, La era del simulacro, Letras Libres 01/05/2023
Decimos que somos libres, pero la verdad es que vamos a los mismos sitios y tenemos gustos consumistas y sexuales muy similares. Lo que es peor, opinamos lo mismo sobre los grandes temas que podrían ser conflictivos. ¿Quién se atreve hoy a pensar de modo distinto sobre la ley trans o los toros? O sostener sobre Putin una posición diferente a la que ordenan las minorías silenciosas, empoderadas sobre una clase media urbana que cree ser libre. Incluso la alternativa entre derecha e izquierda, entre progresistas y conservadores, es una cortina de humo para disfrazar una profunda uniformidad en cuanto a las opciones básicas. Hace poco un artista progre no tenía empacho en decir en público que incluso le empezaba a caer mal la palabra «libertad». Es necesario que volver a insistir en que entre nosotros están en juego dos percepciones muy distintas de la democracia. Una la entiende como un conjunto de normativas minuciosas que hay que cumplir correctamente, pues separan el bien del mal. Otra entiende que la democracia es el coraje de sostenerse en la incertidumbre de vivir, habitando una sociedad abierta a las contingencias, sobre las que los humanos han de decidir en cada caso. Por miedo a la libertad, ¿acabaremos dejando esta concepción abierta de la democracia en lo que llamamos extrema derecha?
Si la cultura de la cancelación emplea con tanta facilidad el calificativo «negacionista», judicializando a los que piensan de otro modo, es porque antes esta sociedad es negacionista, pues ha negado la posibilidad de que la verdad pueda ser algo distinto a lo dictaminado por el sagrado consenso, un cuerpo civil que hoy se ha investido con la infalibilidad que antes se reservaba a la cabeza visible de la Iglesia.
Lo peor que se le quita a la gente es su derecho a la incertidumbre, a la contradicción, a la contingencia. El recambio perpetuo de facilidades es la forma más perversa de desactivar la dificultad y el riesgo de vivir. El problema es que al ceder en el peligro, en una angustia de la libertad que es sedada con facilidades protocolarias, el ciudadano cede a la vez el único terreno propio desde el cual podría ejercer una fuerza ante el sistema multiforme que le maltrata. De hecho, el tedio de la vida urbana actual, que es raíz de nuestra hiperactividad y de la industria del entretenimiento, encarna el dolor de vivir disperso en un tiempo colectivo donde nada debe ocurrir. De ahí la furia de nuestra corrección cuando se lanza a la caza de los incorrectos, que han caído de lado del mal. La anomalía de esos otros representa todo lo vivo que hemos abandonado en nosotros. Y no podemos permitir que nos lo recuerden.
Ignacio Castro Rey, Prietas las filas, www.ignaciocastrorey.com 24/05/2023
Karl Polanyi publicó su único ensayo, La gran transformación, a punto de cumplir los 60. Generacionalmente es cercano a Gramsci o Lukács, del que fue amigo íntimo, pero su obra no empezó a recibir la atención masiva de los críticos del neoliberalismo hasta finales del siglo XX. Polanyi pensaba que la sociedad de mercado es una anomalía antropológica que ha tenido consecuencias catastróficas. Los mercados en las sociedades precapitalistas estaban sometidos a regulaciones dirigidas a contener los efectos destructivos de una competición social generalizada. La mercantilización de recursos materiales necesarios para la subsistencia humana —como la tierra, los alimentos o el agua— es históricamente insólita. De hecho, Polanyi pensaba que el proyecto del mercado libre autorregulado era una más de las utopías decimonónicas, como los falansterios. Era una utopía en el sentido de que era irrealizable, pues colisionaba con características duraderas de cualquier sociedad humana. La materialización de ese proyecto utópico requirió de monstruosas ortopedias políticas que forzaron a la gente a someterse al mercado. Por eso, Polanyi creía que no existía ninguna oposición entre mercado libre y Estado represivo: al revés, el crecimiento del Estado en el siglo XIX fue la respuesta a las necesidades del laissez-faire. Y el estallido de las tensiones acumuladas por ese proyecto quimérico habría sido la causa de la gran crisis de principios del siglo XX: guerras mundiales, autoritarismo, la Gran Depresión… Polanyi defendió que los proyectos de mercantilización producían “contramovimientos”: reacciones sociales dirigidas a recuperar la soberanía política arrebatada por el mercado y cuyo sentido político podía ser democratizador o autoritario y elitista, como en el caso del fascismo. Por todo ello, Polanyi se ha convertido en un referente a la hora de analizar tanto la restauración neoliberal de los últimos 40 años —a menudo acompañada de agresivas intervenciones estatales— como el modo en que la descomposición del neoliberalismo está degenerando en movimientos políticos neoautoritarios.
A la piscina, hora dels jubilats, sempre coincideixo amb escoles. Nenes i nens petits, entres 4 i 8 anys. No anem bé. La sexualització de les dones, com diu Despentes.
Fa 20 anys, la majoria de nenes duien calceta. Eren indistingibles els nens de les nenes. Avui totes, totes, van amb banyador complet. Potser a les privades han establert com a obligatori un vestit de bany d'uniforme (?) diferenciat. Però les nenes de les escoles públiques també es presenten amb vestit de bany complet, totes totes les nenes. El blau i el rosa per nadons sembla una antigualla, ara hem avançat. En comptes de marcar els nens i les nenes, ara fem que es marquin ells mateixos. Sentiràn vergonya. Al Decathlon estan separades les parts de nens i nenes, no fos cas que a un nen se li acudís triar un vestit de bany de nena!
Lezama Lima (1987)
María se nos ha hecho tan transparente
que la vemos al mismo tiempoen Suiza, en Roma o La Habana.Acompañada de Aracelino le teme al fuego ni al hielo.Tiene los gatos frígidosy los gatos térmicos,aquellos fantasmas elásticos de Baudelairela miran tan despaciosamenteque María temerosa comienza a escribir.La he oído conversar desde Platón hasta Husserlen días alternos y opuestos por el vértice,y terminar cantando un corrido mexicano.Las olitas jónicas del Mediterráneo,los gatos que utilizaban la palabra como,que según los egipcios unía todas las cosascomo una metáfora inmutable,le hablaban al oídomientras Araceli trazaba un círculo mágicocon doce gatos zodiacales,y cada uno esperaba su momentopara salmodiar El Libro de los Muertos.María es ya para mícomo una sibilaa la cual tenuemente nos acercamos,creyendo oír el centro de la tierray el cielo de empíreo,que está más allá del cielo visible.Vivirla, sentirla llegar como una nube,es como tomar una copa de vinoy hundirnos en su légamo.Ella todavía puede despedirseabrazada con Araceli,pero siempre retorna como una luz temblorosa.Este artículo fue publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Cerramos la columna hasta septiembre, sin seguridad de que a la vuelta no hayamos retrocedido diez o doce temporadas de Cuéntame y nos encontremos con ministros falangistas, el Opus (o vete tú a saber qué secta ultracatólica) copando las instituciones, la violencia de género catalogada como problemilla doméstico, los parques nacionales como cotos de caza, y las plazas de toros como el lugar del renacimiento cultural patrio escenificado en la vuelta del bombero torero… ¡Que el dios del Papa Francisco nos pille confesados!
He de reconocer que, de todo lo dicho, lo de los enanitos toreros es lo que menos me disgusta. Tiene mucho de la España carpetovetónica y cañí, pero también del recio y hondo esperpento valleinclanesco: ese ruedo ibérico y cóncavo en el que los españoles podemos vernos cómicamente reflejados. No hay más que asistir al circo político diario, con su troupe de correveidiles y negociantes retrasando, con divertidos cambios de trayectoria, el cogobierno inevitable de los neofalangistas; o (en la pista de al lado) intentando elevarse con complicados castellets sobre su acondroplasia voluntaria y su complejo de superioridad moral.
Porque lo que ha casi matado a este gobierno no han sido la economía, la pandemia, la prensa o los pérfidos poderes fácticos… sino el afán moralizador, algo que nunca funciona en este país donde puedes machacar a la gente con recortes, reconversiones o palos, pero no decirles una y otra vez cómo tienen que vivir, hablar, amar, odiar, comer o reír. Si por obligar a los españoles a recortarse la capa formó la que formó Esquilache, poco parece, por todo lo anterior, perder unas elecciones. La gente no soporta – ¡y con razón! – el paternalismo despótico de los iluminados, ni el de la izquierda ni el de nadie.
Lo de la risa es un ejemplo paradigmático. La gente está hasta las narices de tener que andarse con pies de plomo con aquello sobre lo que se bromea, sean los dioses, la etnia, el género, el físico… o el sentimiento identitario, algo infinitamente dudoso y risible, y para lo cual el pueblo tiene una expresión correctiva implacable: «¿Pero tú quien c… te crees que eres?» … Pues eso, ¿quién c… se cree que es ningún gobierno para decirnos de qué hemos de reírnos, o a qué ridículas pretensiones de qué colectivo hemos de respetar más que a la sacrosanta libertad de partirnos el culo? La risa no es necesariamente un ataque y sí, a menudo, una vacuna contra la más preclara estupidez.
Uno de los últimos casos de este risible paternalismo fue, justamente, el de la prohibición de los espectáculos cómico-taurinos (volvemos a los enanitos toreros). El gobierno interpretó, bajo la presión de algunas asociaciones de enfermos de acondroplasia, que tales espectáculos atentaban contra la dignidad de las personas, algo a lo que se oponían vivamente los protagonistas, a quienes por descontado nadie preguntó. Debieron pensar que empoderar y tratar dignamente a la gente es decidir por ellos y obligarles a dejar de ejercer libremente el farandulero oficio de cuya grave indignidad, pobrecitos míos, no estaban tan al tanto como sus déspotas e ilustrados protectores.
Pero, ¿por qué diablos atenta contra la dignidad de alguien (suponiendo que sabemos lo que es eso) acudir a un espectáculo cómico-taurino? La gente no se ríe, y mucho menos se burla de los enanos, sino de su ingenua comedia, de su representación liliputiense y apayasada de la condición humana, siempre rota por la desproporción infinita entre lo que queremos y podemos. ¿Y qué mejor contra esa común discapacidad que el bálsamo de fierabrás de la risa?
¿Que en esto contribuyen en parte los rasgos físicos propios a las personas con acondroplasia? ¿Y qué? Hay rasgos físicos que, por lo desacostumbrado, provocan sorpresa y risa: la obesidad o la excesiva delgadez, una nariz prominente, una desacostumbrada forma de andar o hablar. Si el Gordo y el Flaco fueran modelos de Dior, Harpo Marx no fuera mudo o Woody Allen no tuviera la pinta que tiene, no harían tanta gracia. ¿Es eso reírse de ti? Solo de lo más accesorio: por suerte, no somos el cuerpo ni la cara que tenemos.
El problema de fondo es que tenemos satanizada la risa, razón por la cual nadie se molesta cuando los anormales rasgos físicos de alguien (los músculos de un atleta, el sex appeal de un cantante, la corpulencia de un actor...) producen pasmo, excitación o miedo, pero sí – ¿por qué? – cuando provocan una carcajada espontánea.
Algún día, en fin, tendremos que pensar seriamente por qué molesta tanto la risa, y no, por ejemplo, jalear a gritos a gente anormalmente alta o fibrosa encestando canastas o corriendo como conejos en un estadio. ¿Qué mayor problema hay en que unas personas, especialmente bajitas, nos hagan reír mientras, entre acrobacias y monerías, intentan torear a una pobre – esa sí que ninguneada – vaquilla? … Más aún si – volviendo al ruedo ibérico – esa berlanguiana vaquilla somos también nosotros; y reímos, ay, para no llorar.
https://www.catorze.cat/biblioteca/funeral-blues-2-65966/
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
El problema de la educación en nuestro país es complejo,
pero hay dos aspectos, al menos, que parecen capitales. Uno es el de su
instrumentalización ideológica, con el consecuente vaivén legal y la
desmoralización creciente del profesorado, el alumnado y sus familias. El otro
es el de su calidad, que no es en general deficiente, pero tampoco suficiente
para bajar la tasa de abandono escolar y contribuir a reparar la brecha –
creciente – entre las élites sociales y el resto.
Reconocidos estos problemas, ¿sería posible afrontarlos desde unos mínimos programáticos con los que estuviésemos todos de acuerdo, y que sirvieran para romper la inercia de utilizar la educación como escenario de batallas culturales e identitarias en las que jugarse el voto? Vayamos a ello. Soñar es gratis. Pero también útil para para imaginar y clarificar fines y referentes.
El primero de estos soñados mínimos está dicho: consensuar, de una vez por todas, una ley educativa que no responda a la lógica de la reacción y la vendetta, sino a un acuerdo de mínimos que la blinde, en sus aspectos centrales, frente a los cambios de gobierno. Todos sabemos que la educación es un asunto político – todo sistema educativo reproduce un determinado modelo social y moral –, pero, por eso mismo, ha de estar sujeto a la política en su acepción más noble: la de arbitrar una ética común que la mayoría comprenda y comparta. Para ello – sigamos soñando – harían falta políticos lúcidos y honestos, capaces de gobernar considerando los intereses, principios y sensibilidades de todos, y no solo los de su propia «parroquia».
El segundo elemento de este programa imaginario de mínimos es la financiación. A la estabilidad legislativa debería acompañarla una normativa presupuestaria generosa e igualmente blindada frente a recortes coyunturales. Una completa financiación estatal que, de un lado, permitiese a todos educarse a conveniencia (eliminando guetos y centros de élite, y reconvirtiendo, de facto, los centros concertados en públicos) y que, en justa correspondencia, implicase un nivel mucho más exigente de control y evaluación del trabajo educativo.
El tercer elemento se refiere a la formación del profesorado y a la dignificación de la tarea docente. La docencia debe dejar de ser un refugio laboral para personas sin una clara inclinación por la enseñanza. Por supuesto, esa inclinación inicial ha de complementarse con una formación y unas condiciones laborales que permitan el pleno desarrollo profesional: formación sistemática y rigurosa, ratios adecuadas, recursos materiales, licencias e incentivos para la investigación, promoción, apoyo al rol del profesor en el entorno del centro…
El cuarto elemento, relacionado directamente con el anterior, es asegurar la eficacia del proceso educativo, esto es: el logro en el alumnado de determinados aprendizajes. Tanto da que los definamos como «competencias fruto de la asimilación de conocimientos» que como «conocimientos asimilables de un modo competente»; o que empleemos para ese fin herramientas didácticas novedosas o más tradicionales. Todo esto es una discusión menor y de carácter preferentemente técnico.
En quinto lugar, y en cuanto a la concreción de los aprendizajes, debería ser un requisito mínimo su conexión con los retos y problemas (laborales, políticos, científicos…) que determinan el futuro de alumnos y alumnas, con los objetivos y agendas de instituciones de referencia (la ONU, la UNESCO) y con las recomendaciones que establece consensuadamente la Unión Europea en aras de desarrollar un espacio educativo común.
En sexto lugar, es ya inevitable la concepción del aprendizaje desde una perspectiva integral e integradora. Una educación integral es la que atiende a todas las dimensiones de la persona, no solo a la cognitiva o intelectual, sino también a su salud física y mental, a sus vínculos y responsabilidades sociales, a su faceta afectivo-sexual, a su experiencia emocional o a sus criterios éticos. Y una educación integradora es la que concilia el principio meritocrático con la compensación de las desigualdades socioeconómicas, culturales e individuales (que son las que más influyen en el éxito o el fracaso escolar del alumnado) a través de decenas de medidas (la detección temprana de problemas de aprendizaje, la atención a la diversidad, el apoyo a ciertos centros, la atención a la escuela rural, la dignificación de la formación profesional, etc.)
En séptimo lugar, y volviendo al principio, creo que todos estamos de acuerdo en el rechazo a una escuela ideologizada y adoctrinadora. Es cierto que en todo sistema educativo se imparten valores, por activa y por pasiva. Pero justo por ello es necesario priorizar el desarrollo del juicio crítico del alumnado. Enseñar a pensar (no en qué pensar) y a dialogar argumentada y constructivamente deberían ser, por ello, no la guinda del pastel educativo, sino su misma masa madre.
¿Qué ha pasado para que (frente al padre de la biología Aristóteles que se oponía a la hipótesis) se suponga que en entidades sin vida cabe presencia de alma y aún de alma racional, y se apueste (a la vez que se la teme) por la eclosión de tales seres? Y casi en contrapunto: ¿qué ha pasado para que en nuestra época se llegue a otorgar mayor peso al ser animal (versus planta) e incluso al ser vivo (versus materia inerte) que al ser hablante, cuya aparición supuso una singular emergencia en la historia evolutiva, una revolución en el seno de la animalidad y en consecuencia de la vida?
Al hilo mismo de estas preguntas, quisiera recordar que el espíritu humano es la única fuente de las interrogaciones más audaces sobre seres del entorno natural, y sobre eventuales seres lingüísticos que la naturaleza no habría generado por sí misma. Tales interrogaciones dan precisamente testimonio suplementario de la radical y absoluta singularidad de nuestra especie: la especie que cuenta las cosas, da cuenta de las cosas y, en razón misma de ello, prioritariamente importa.
Víctor Gómez Pin, ¿Qué ha pasado?, El Boomeran(g) 14/06/2023
Del mur de facebook de [https:] width="500" height="282" style="border:none;overflow:hidden" scrolling="no" frameborder="0" allowfullscreen="true" allow="autoplay; clipboard-write; encrypted-media; picture-in-picture; web-share"></iframe>">Alfredo Lucero-Montaño
Este artículo fue originalmente publicado por El Periódico Extremadura.
Un debate a menudo superficial y prejuicioso. De entrada, lo que han propuesto en Suecia es una revisión crítica, y no una cancelación de las políticas de digitalización. Obvio. ¿Cómo íbamos a dejar de educar a los niños en el lenguaje y la tecnología del mundo en el que viven? ¿Y cómo se iba a evitar que abusaran de esa tecnología si no los educáramos, precisamente, en su uso?
En cuanto a los prejuicios, hay donde escoger. Uno de ellos es suponer que los jóvenes leen y se expresan cada vez peor. Suposición cuando menos discutible. En cuanto a la lectura, los índices españoles son hoy 5,7 puntos más altos que hace diez años, y si hablamos de menores y adolescentes, el incremento es el doble que en adultos. En comprensión lectora, los datos no son concluyentes, al menos en nuestro país, y la bajada a nivel internacional (Suecia incluida) parece achacable, fundamentalmente, a los efectos de la pandemia. Tampoco la presunta degeneración en el uso del lenguaje por parte de los jóvenes está demostrada, por mucho que abunden las típicas impresiones subjetivas (cuenta divertido el lingüista Steven Pinker que en algunas tablillas sumerias aparecen ya quejas por el modo de escribir y degradar el idioma que tenían los jóvenes) …
Otro tópico viejísimo es el de culpar a las nuevas tecnologías de todo tipo de males. Hace dos mil quinientos años, el filósofo Platón denunciaba (no sabemos si irónicamente) los prejuicios para el conocimiento que suponía la generalización de la escritura, es decir, de la «tecnología» de los libros (Platón preludiaba ya, como luego pintara Goya, que no hay peor burro que el burro erudito). Por otra parte, la retahíla de presuntos desórdenes cognitivos que asociamos hoy a móviles u ordenadores es la misma que alarmaba a padres y docentes cuando se generalizaron la televisión, el cine, la radio o la música rock…
Vayamos, en cualquier caso, a la cuestión central. Supongamos que es cierto que los jóvenes de ahora (haciendo abstracción de mil variables y suposiciones) se manejan peor con el lenguaje escrito que los jóvenes (alfabetizados) de hace treinta o cuarenta años. ¿A qué podría deberse esa diferencia? Si tal cosa fuera cierta, tendría mis dudas de que se debiera al uso de nuevas tecnologías antes que al abuso de determinados códigos no verbales de interacción (y fíjense que una cosa no está ligada forzosamente a la otra; de hecho, la mayoría de las culturas audiovisuales, en las que se han utilizado masivamente las imágenes como vía de comunicación, han estado nada o poco desarrolladas tecnológicamente).
Sí, como sospecho (sin prueba alguna), las presuntas dificultades de expresión verbal (si es que las hay) de los jóvenes (y no tan jóvenes) se deben al predominio cultural de las imágenes y de sus formas propias de transmisión e interpretación, esto podría explicar igualmente ciertos fenómenos conductuales, como esa dispersión o falta de atención que achacamos a los adolescentes actuales, y que no es más que el modo corriente de «leer» imágenes. De hecho, la atribución es injusta, pues la conducta juvenil de distraerse consumiendo un vídeo tras otro en Tik-Tok no es sustancialmente distinta de la de un adulto embobado viendo la televisión (o las procesiones de Semana Santa) ni la de un anciano mirando pasar el mundo desde un banco del parque.
Si la hipótesis es cierta, la solución para salvaguardar nuestra capacidad verbal no es sencilla. Vivimos en una cultura profusa y profundamente entregada a lo estético, en la que el culto a las imágenes está tan asentado (y pseudo racionalizado) que hay toda una élite de intelectuales empeñados en demostrar la equivalencia (o «diferencia inconmensurable», que viene a tener el mismo efecto) entre el lenguaje verbal y otras formas alternativas de comunicación, cuando no a reivindicar, de modo ambiguo (y retórico, claro), la prevalencia de las imágenes sobre los conceptos.
Esto no es nuevo: en todas las épocas oscuras y necesitadas de una ingente estructura mítica para autosoportarse, se insiste dogmáticamente en el valor de lo estético (en su versión religiosa o puramente artística) por encima de lo verbal y racional (lógico, dada la imposibilidad racional de legitimar un orden social y productivo como el nuestro). Lo esperanzador es que hoy, a la vez, y gracias precisamente a las nuevas tecnologías (especialmente Internet), la alfabetización y el acceso – por difuso y desordenado que sea – a la cultura verbal es generalizado y, como decía el poeta, un «arma cargada de futuro». Cuidemos celosamente de ese armamento, y dejémonos de tecnofobias y purismos estériles.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
El de la soledad es un problema cada vez mayor en las sociedades desarrolladas, en las que se extiende especialmente entre jóvenes y personas mayores. En países como Reino Unido o Japón se ha instituido un «Ministerio de la Soledad», dirigido a paliar los efectos más dramáticos de la soledad no deseada (como los suicidios), y hay quienes la denominan la «epidemia del siglo XXI». Para más inri, hablar de ella o reconocer que nos afecta sigue siendo un asunto complejo y vergonzante. Todavía hoy, a la persona solitaria (sea o no por elección propia) se la mira con desprecio o lástima, cuando no con cierta prevención.
Sin embargo, la soledad es parte de nuestra condición humana, y no una anomalía psicopatológica (al menos, en principio). Aunque somos seres extraordinariamente sociales, hemos desarrollado un grado excepcional de autoconsciencia y, por lo mismo, una capacidad no menos sorprendente para aislarnos, ensimismarnos y generar mundos propios. Esta capacidad de individuación con respecto al entorno hace que vivamos, durante la mayor parte del tiempo, desde ese lugar íntimo y estrictamente solitario que es nuestra consciencia personal.
Precisamente porque es parte de nuestra humana condición, lo soledad ha sido estimada en otras épocas como un objeto de deseo, e incluso como un privilegio reservado a las élites (las únicas que podían gozar de espacio y tiempo suficientes para el cultivo de la interioridad). En contextos en que el paradigma moral lo representaban la persona sabia o piadosa (tal como ahora lo representan el famoso o el negociante), la soledad se consideraba un atributo de los mejores, pues se entendía que solo en soledad se tenía acceso a una vida plenamente lúcida o virtuosa. Incluso en nuestra propia cultura moderna la soledad se ha concebido excepcionalmente como un estado idóneo para el «encuentro con uno mismo» (expresión secularizada de la comunicación personal con Dios) y la realización individual.
Ahora bien, dado el grado de vacuidad, desconcentración y confusión moral e intelectual que caracteriza nuestro tiempo, no es raro que la soledad no solo no contribuya hoy al autoconocimiento o la reflexión, sino que, por el contrario, incremente el caos mental en que vivimos, empujándonos a la búsqueda angustiosa de estímulos que nos distraigan del extravío interior y haciéndonos recaer en una soledad aún más terrible y crónica que aquella de la que huimos. Porque no hay peor soledad que la de estar uno alienado o perdido de sí mismo. Cuando eso ocurre, da igual la cantidad de gente que nos rodee; seremos incapaces de no sentirnos angustiosamente incomunicados y aislados de todo y de todos…
En cualquier caso, sea cual sea el «tipo» de soledad en que uno habita, y por dolorosa que esta pueda ser, no hay ninguna que no suponga una cierta condición constructiva. Piensen, por ejemplo, en las soledades de raíz más «biológica» (la del malogrado encuentro amoroso, o la del desamparo de los mayores, por dar dos ejemplos), y en como todas ellas se abren habitualmente a una solución «natural», aunque no perfecta, como nada en este mundo (el arrebato romántico – siempre que se mantenga lejos del suicidio o al crimen –, o la solidaridad con los iguales en el caso de los ancianos). De otro lado, y complementando a veces a la anterior, la soledad propiamente «social» – por la que uno se siente poco apreciado, e incluso insignificante para los demás –, aunque no tenga fácil remedio (y con frecuencia promueva conductas terribles como forma perversa y desesperada de resignificación), puede movernos también a la autocrítica y, si uno está muy atento (atento a la verdadera naturaleza del otro), a una suerte de amable y ataráxica magnanimidad.
Más interesantes aún son la soledad de naturaleza moral y la que podemos llamar existencial o «metafísica». La primera es condición de la autonomía y dignidad personal, y es la que asumimos («más vale solo que mal acompañados») cuando contrariamos justificadamente las opiniones o modos de vida comunes. Y la segunda, la soledad existencial, representa el germen de toda verdadera creación del espíritu. Cuando uno lee a grandes filósofos o literatos no puede por menos de intuir la enorme cantidad de soledad «metafísica» – esto es: de ausencia radical de sentido – que han logrado revertir en forma de luminosas y estimulantes creaciones. En soledades así germina lo mejor de nuestra cultura y, por ello, lo que más perfectamente puede librarnos de la soledad no deseada, aunque sea abismándonos en esa otra soledad compartida que comporta el disfrute de las más grandes y bellas obras humanas.
Curiosamente, a partir del romanticismo, la creatividad se contrapuso a la racionalidad. En la reacción decimonónica contra la Ilustración, se crítico (en parte con razón) los excesos de creer que solo con la razón, solo con la lógica pura, podríamos conseguirlo todo. Los ilustrados habían olvidado una parte esencial del ser humano: las emociones. Y aquí hunde sus raíces el enfrentamiento entre ciencias y letras. El romanticismo puso por encima del científico al artista y la creatividad, cualidad más esencial del primero, se prohibió al segundo. Los de ciencias son similares a las máquinas, están dotados de una fría y precisa lógica matemática, pero carecen de emociones, carecen de creatividad (extrañamente, la creatividad se concibe como más cercana a lo afectivo que a lo racional ¿Por qué?), las musas rara vez les otorgan sus bendiciones.
Es por eso que cuando se critica lo que la IA no puede hacer, se apela muchas veces a la creatividad. Si la IA es pura racionalidad, ¿cómo va a ser creativa? Muchas veces se repite que las máquinas no pueden innovar porque solo pueden hacer para lo que han sido programadas (Es la famosa objeción de Ada Lovelace, bien respondida por Turing a mitad del siglo pasado). Entonces, la capacidad de crear se propone como uno de los grandes reductos del hombre ante la constante amenaza de ser sustituido por un computador.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad: la creatividad no es algo mágico ni sobrenatural, es una cualidad de un organismo biológico y, por lo tanto, tan abordable científicamente como cualquier otra. Vamos a intentarlo.
Creatividad suele significar en su forma más trivial, sencillamente, sorpresa para el observador. La ocurrencia de algo inesperado, de una conducta que se sale de lo normal, se convierte automáticamente en un acto creativo. En este sentido más burdo, creatividad significa incapacidad para predecir la conducta del otro. Si ese suceso que se sale de lo normal, hubiera sido enteramente previsto por el observador, no le parecería novedoso y, por lo tanto, no lo caracterizaría como creativo. Además, la creatividad sería aquí relativa a la capacidad de predicción o a los conocimientos del observador, no una cualidad objetiva de lo observado. Por ejemplo, si yo conozco muy poco a una persona y, de repente, la contemplo haciendo algo que se sale mucho de lo normal, podría interpretar que esa persona es creativa. Sin embargo, para otro que conociera mucho a esa misma persona, ese acto, supuestamente rupturista, podría ser algo, incluso, aburrido, ya que podría haberlo observado en muchas ocasiones anteriores en ese sujeto. Denominaremos a esta idea de creatividad creatividad subjetiva.
Con total certeza, las máquinas poseen este tipo de creatividad. Una sencilla calculadora que realiza una operación matemática lo suficientemente compleja para no ser evidente para un observador, ya sería creativa. Por ejemplo, para el común de los mortales la operación 5.789.345 multiplicado por 453, no es evidente y se necesita un rato, con lápiz y papel, para calcularla. Una calculadora la resuelve en fracciones de segundo, por lo que al mostrar el resultado al, aritméticamente torpe, operador humano, le resultará necesariamente sorprendente al ser incapaz de predecirlo a esa velocidad. Las máquinas son subjetivamente creativas.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Creatividad versus relevancia: ¿pueden crear las máquinas?, La máquina de Von Neumann 06/12/2017
El concepto de «inteligencia artificial general» a la que, supuestamente, vamos a llegar en tan solo unos años, es harto difuso. Si no tenemos claro qué es la inteligencia, tanto más cuál será la cualidad que la hace general. Es más, de hecho dentro de la psicología hay controversia sobre si la inteligencia es una habilidad general o si solo es una amalgama de habilidades concretas. Si observamos el concepto de cociente intelectual creado por William Stern solo es multiplicar por cien el resultado de la división entre tu edad mental, que surge del promedio de resultados en una serie de pruebas, y tu edad cronológica. El CI es solo un promedio, es decir, no mide una habilidad general. Tener un alto CI solo significa que eres bueno en muchas cosas, no que tengas una cualidad x superior. Entonces, ¿qué quiere decir que vamos a llegar a una AGI? ¿Qué vamos a tener un solo modelo de lenguaje que va a saber hacer muchas cosas diferentes? Pero, ¿cuántas cosas? ¿Qué cosas?
Entonces, esa mal definida y peor comprendida AGI llegará y, es más, se hará a sí misma más inteligente creando una super inteligencia muy por encima del hombre. Los defensores de esta idea no se cortan en sostener que esta nueva entidad nos verá como nosotros vemos ahora a los chimpancés… Y aquí llega el gran riesgo existencial: esa super inteligencia podría tener unos valores éticos no alineados con los nuestros de modo que no tendrá otra idea más peregrina que exterminarnos. Por supuesto, nada podrá pararla, al igual que los pobres chimpancés no podrían detenernos si decidiéramos aniquilarlos. Pero, ¿es esto necesariamente así? Si así fuera Eliezer Yudkowsky no andaría desacertado y habría que empezar a bombardear centros de datos ahora mismo. Muy sorprendente que grandes gurús de la IA hayan pedido ya en dos ocasiones mediante sendas cartas, parones o legislaciones para evitar todo esto. Sam Altman llegó incluso a pedirlo ante un comité del senado de los Estados Unidos. Lo sorprendente es que pidan que se les pare desde fuera… ¿No podrían ellos parar desde dentro? Pero, ¿esto va a ocurrir necesariamente? ¿Existe un riesgo palpable y cercano de que algo así vaya a suceder? Rotundamente no.
Tenemos una pobre definición de inteligencia y aún peor de AGI, tanto menos entendimiento de lo que sería una súper inteligencia artificial que decidiera exterminarnos. Pésimo punto de partida. Pero vamos a analizar ese proceso de automejora que nos llevaría indefectiblemente a la llegada de la súper inteligencia.
El filósofo chino Yuk Hui sostiene que mantenemos un cierto determinismo tecnológico hacia la llegada de esta superinteligencia, como si solo existiera la posibilidad de un único futuro. Esto me recuerda a la visión antropológica del evolucionismo unilineal de Morgan y Tylor, que defendía que todas las civilizaciones pasaban necesariamente por las fases de salvajismo, barbarie y civilización. El fin de la historia hacia donde todos íbamos estaba, por supuesto, en la Inglaterra del siglo XIX. Esta postura me resulta especialmente curiosa cuando la experiencia histórica en lo referente a la tecnología, y más en los últimos tiempos, es todo lo contrario: domina la impredecibilidad. No se previó el éxito de internet, de las redes sociales, de Youtube, de Twitter… ¿Alguien pensó, tan solo unos años antes de su aparición, que podría existir la profesión de youtuber? ¿Quién vaticinó el éxito de Netflix? ¿Alguien apostaba algo por Amazon cuando solo era una humilde tienda de libros? Curioso: tenemos cisnes negros por doquier pero con respecto de la llegada de la singularidad tecnológica causada por una IA que querrá exterminarnos estamos muy seguros. Aunque ahora nos parezca improbable debido a nuestro entusiasmo, es posible que la IA se queda estancada, es posible que los modelos del lenguaje no avancen mucho más o no puedan resolver los problemas que tienen. A lo mejor llega otra forma de abordar la IA que pase a ponerse de moda y deje relegado al deep learning. Recordemos que las redes neuronales artificiales estuvieron durante muchos años relegadas a un segundo plano en la historia de la informática, y que la propia IA ha pasado por varios inviernos poco fructíferos.
Noam Chomsky, probablemente el lingüista más importante del siglo pasado, sostiene que ChatGPT no es similar a los humanos usando el lenguaje. Los niños no leen millones de textos a partir de los que inducen patrones estadísticos para realizar predicciones. Los niños, con muchísima menos información, consiguen encontrar las causas relevantes de los acontecimientos, consiguen explicaciones y no solo predicciones. Siguiendo a Popper, Chomsky dice que lo interesante de las teorías científicas es que en ellas se realizan predicciones improbables que, contra todo pronóstico, consiguen resistir la prueba experimental. El deep learning es incapaz de la hipótesis perspicaz. Erik J. Larsson, en su muy recomendable El mito de la inteligencia artificial, insiste en las limitaciones del razonamiento puramente inductivo de los LLMs y en su incapacidad de abducción. Judea Pearl, en su algo menos recomendable, Libro del porqué, expresa la necesidad de enseñar razonamiento causal a estos sistemas, ya que carecen completamente de él. Margaret Boden, subraya que las máquinas son incapaces de creatividad transformacional, es decir, que pueden explorar y llevar al límite estilos artísticos ya creados, pero que son incapaces de hacer formas de arte radicalmente nuevas. La razón es que son totalmente ineptos para comprender qué es arte y qué no lo es, adolecen de todo criterio estético. Si miramos en serio sus cualidades, ChatGPT y sus homólogos están todavía lejísimos del pensamiento humano, y me parece muy sorprendente que tantos ingenieros de IA estén tan asustados, más que como una inteligente maniobra de marketing. Y ya no hablemos de emociones o consciencia: por muchas idioteces que se digan, estos modelos carecen por completo de ellas y, aunque uno de los grandes logros de la IA ha sido mostrar que es posible la inteligencia sin consciencia, todavía no sabemos muy bien el papel que juega esta segunda en la primera: ¿y si la consciencia fuera fundamental para realizar ciertas tareas cognitivas?
No quiero parecer chauvinista con respecto al pensamiento humano. Creo que los hombres somos muy torpes y quién sabe si nuestra falta de capacidades sea la responsable de que gran parte de los enigmas del universo permanezcan irresueltos pero, por favor, creo que somos muchísimo más que un modelo de lenguaje que juega a un corta-pega estadístico con millones de tokens, sin comprender absolutamente nada de lo que hace. Lo siento pero me niego aceptar que estos loros estocásticos puedan compararse con nosotros y que sean, además, la causa de un gran optimismo hacia que nuevos modelos nos superen en muy poquitos años. Creo que todavía estamos muy lejos de entender cómo funciona nuestra mente, tanto más para construir una artificial.
Con todo este argumentario no estoy negando tajantemente la posibilidad de que llegara un momento de la historia en que apareciera la susodicha súper inteligencia artificial que terminará por exterminarnos, no se me entienda mal, solo estoy sosteniendo que su posibilidad es, a día de hoy, tan sumamente remota que no debe interceder en nuestra forma de legislar actual. (...)También habría entonces que comenzar las prevenciones contra un apocalipsis zombi, una rebelión de los simios, invasión extraterrestre, glaciación repentina, muerte temprana del sol… ¡Todo esto también entra en el rango de la posibilidad!
Problemas tan acuciantes como el cambio climático o las crisis de diversa índole que asolan periódicamente nuestras frágiles democracias, pueden ser abordados con IA. Entonces, como bien sostiene Andrew Ng, no hay que parar el desarrollo de la IA, sino que hay que acelerarlo. Dejemos de preocuparnos por fantasías distópicas basadas en relatos de ciencia-ficción, y busquemos y fomentemos el enorme abanico de usos positivos que tiene esta potente tecnología.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Contra el riesgo existencial de la IA, La máquina de Von Neumann 05/06/2023
La IA busca imitar el cervell humà a través d'un altre d'artificial. Una cosa que sabem és que avança de manera accelerada en l'àmbit de la racionalitat lògica i la definició del sentit comú conjectural, però que troba seriosos obstacles en territoris de la decisió humana i la consciència. En aquest últims, els aspectes esmentats provoquen en es anàlisis humanes u n mestissatge creatiu que és molt difícil d'imitar per la màquina. Sobreto perquè no hi ha patrons estandadaritzats de la impredictibilitat humana.
L'objectiu de la IA de replicar el cervell humà en un altre d'artificial allotja la dificultat de no poder reproduir els biaixos que ens fan més dèbils en termes d'eficiència, però més forts en capacitats de gestió de l'imprevisible i el sorprenent. Una cosa que és especialment rellevant en la política ...
És indubtable que la IA ajudarà la política a desenvolupar capes de gestió d'informació aplicada. I, fins i tot, produirà coneixement sobre ella, però no podrà substituir mai el polític que decideix per dalt ni el ciutadà que vota per baix. Almenys dins d'una democràcia digna d'aquest nom.
Per molta autonomia que arribi a tenir serà molt difícil que desplaci l'ésser humà en l'hora de trobar l'equitat que neutralitzi la tensió entre els diferents interessos en presència, doncs, per aber que és just o injust cal exposar-se al risc d'equivocar-se i assumir-ne les conseqüències.
Amb tot, la temptació de pensar que una IA política pot fer-ho millor, és evident. A la Xina, la temptació es materialitza amb un Estat plataforma, però, esclar, no és una democràcia.
Això ens porta a suggerir la recuperació de lectures com El juicio político d'Isaiah Berlin davant els que senten la temptació de contribuir a l'apoteosi de la IA ...
Com reconeix Berlin, el polític és l'únic capaç d'"integrar una enorme amalgama de dades en canvi perpetu" que estan massa "entremesclades per atrapar-es, clavar-les amb una agulla i etiquetar-les com si fossin papallones".
Una capacitat generalista que agrupa dades en un esquema singular irrepetible en què el risc de fracassar i d'assumir un mateix les conseqüències de la fal·libilitat humana allibera una empatia cap a l'indesitjat que atorga al coneixement humà la seva superioritat davant la màquina. Un saber humà que adopta la pell a "un contacte directe, gairebé sensorial", que no és "simplement reconèixer les seves característiques generals" i classificar-les o "raonar sobre elles, o analitzar-les, o treure conclusions i formular teories". En fi, un coneixement fal·lible que ens exposa a l'error, però que, per això mateix, ens fa superiors a partir de la nostra fragilitat.
José María Lassalle, Judici polític i intel·ligència artificial, La Vanguardia 03/06/2023
Seguimos con el Abecedario filosófico.