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La artista y profesora Carmen Berrocal |
La función o modo «guardería». Hay gente para la que los colegios tienen una misión más esencial que la propiamente educativa: la de facilitar la conciliación familiar. De ahí que los docentes nos hayamos convertido en cuidadores, controladores y hasta porteros de las idas y venidas del alumnado. Algunas familias reclaman, incluso, la jornada partida; lo que podría acabar convirtiéndonos en celadores de comedor – ya verán –; o en lo que sea que haga falta para tener ocupados a los niños hasta que padres y madres acaben su jornada laboral.
La función o modo «maestro». Digan lo que digan, sigue siendo lo principal. Que el enseñante tenga algo que enseñar tal vez no sea condición suficiente, pero si necesaria en todo proceso educativo. Sin una competencia profunda en aquello que transmites, no hay divulgación que valga. Pero esto requiere estar intelectualmente «en activo», investigar, formarte, actualizar conocimientos… Cosas que no siempre la Administración facilita.
La función o modo «pedagogo». Si pretendes (como es tu obligación) que ninguno de tus cientos de alumnos anuales (cada uno con sus circunstancias, idiosincrasia, intereses y capacidades) se quede atrás, has de ser un pedagogo de primera, implicarte y echarle imaginación. Te tocará analizar cada caso, crear materiales específicos, buscar recursos ad hoc, leer, practicar, autoevaluarte, rectificar; todo lo cual, con las ratios actuales, es tarea heroica y muy a menudo frustrante. Y esto sin contar con que tendrás, sí o sí, alumnos con problemas y discapacidades varias, y tendrás que prepararte (en lo que nadie te ha enseñado) para atenderlos como buenamente puedas…
La función o modo «educador en valores». Una educación integral exige que se trabaje con actitudes y valores (sostenibilidad, respeto a la diversidad, igualdad de género, educación afectivo-sexual, consumo responsable, prevención del acoso, uso seguro de las redes, actitud crítica, etc.), que, con la nueva ley, están estructuralmente integrados en el currículo. Todo ello exige, de nuevo, preparación y trabajo, tanto en contenidos como en aspectos didácticos.
La función o modo «tecnólogo digital». Se acabó lo de manejarte con el ordenador, la pizarra digital o el blog de clase. Ahora (más aún desde la pandemia) has de saber trabajar en aulas virtuales, editar vídeos o podcasts, generar recursos en línea, moverte en redes, incluso manejarte con la IA, y orientar – además – en todo ello al alumnado; todo lo cual requiere de un costoso entrenamiento (que ha de actualizarse, además, cada poco tiempo).
La función o modo «psicólogo-asistente social». Seas tutor o no, parte de tus atribuciones serán las de conocer, cuidar y a veces hasta «tratar» a tu alumnado más vulnerable o conflictivo, afrontando problemas personales y de convivencia, tanto en el aula como fuera de ella (desorientación, conflictos morales, trastornos psicológicos, familias desestructuradas, acoso, violencia, drogas…). ¡Prepárate!
La función o modo «mediador comunitario». La escuela es hoy la institución más estable y segura con la que cuentan muchos individuos y comunidades. En algunos casos (especialmente en zonas socioeconómicamente deprimidas), el profesor o profesora se convierte en dinamizador de la vida social en torno al centro.
Seguramente se me olvidan muchas otras funciones o modos, como el modo «burócrata», por el que los profesores hacen diariamente de administrativos de sí mismos, cumplimentando papeles y haciendo un registro exhaustivo (que, salvo accidente, nadie consulta) de todo lo que hacen. O la función «bilingüe», casi siempre consistente en simular una capacidad (la del bilingüismo) que, por razones obvias, pocos poseen. O el modo «político», que es el que adoptamos algunos para hacer entender a la Administración (ley sí, ley también) el valor y sentido de las competencias específicas con las que trabajamos…
Ahora bien, si, pese a todo lo dicho (y a lo barato que sale nuestro trabajo), sigues creyendo que enseñar es la tarea más hermosa e importante del mundo y, además de maestro, eres capaz de ser vigilante, pedagogo, educador en valores, experto en tecnologías educativas, psicólogo, asistente social, mediador comunitario, administrativo, bilingüe y hasta activista político… todo en uno, y sin que te dé un síncope o caer agotado el primer mes, ¡bienvenido! Y mucho, muchísimo ánimo. Lo vas a necesitar.
El enfoque computacionalista de la mente que domina el argumentario que hay detrás de los entusiastas proyectos de IA actuales se sostiene en dos tesis emparejadas: el funcionalismo (un estado mental se define exclusivamente por su rol funcional en una cadena causal) y la independencia de sustrato o realizabilidad múltiple (el mismo estado funcional se puede implementar en una indefinida cantidad de sustratos materiales). Si mi mente es un programa de ordenador, equivalente a una máquina de Turing, puedo implementar máquinas de Turing en diferentes estructuras materiales. Así, el cerebro es el sustrato de mi mente, pero los circuitos de silicio también pueden ser un sustrato adecuado. Ya hemos construido hace muchos años máquinas universales de Turing allí. Si mi mente solo es una implementación de una máquina de Turing particular, no debería haber demasiados problemas en implementarla en un computador.
Diseñar un programa que simule el funcionamiento de una polea que saca agua de un pozo es bastante trivial. Aplicando fórmulas de física muy básicas puedo hacer un modelo que me diga la longitud y resistencia de la cuerda que voy a utilizar, las dimensiones del cubo en función del agua que pretendo sacar, el radio del cuerpo de la polea, o la fuerza necesaria para sacar el cubo a una determinada velocidad. Una simulación de una polea puede ser una herramienta increíblemente útil, maravilla de la informática moderna. Ahora bien, ¿puedo usar únicamente el programa para yo, sentado comodamente delante del ordenador en mi casa, obtener agua? Vaya pregunta estúpida: obviamente no. El programa te sirve para hacer los cálculos, para organizarlo todo, pero necesitarás una cuerda, un cubo y un polea de verdad para sacar agua de verdad. ¿Muy obvio no? Pues no lo parece en absoluto para los ingenieros de IA.
No puedo entender cómo para construir cualquier ingenio tecnológico es tan importante la construcción material, pero para crear una mente similar a la humana resulta que no. Para fabricar un automóvil, un avión, una lavadora, un smartphone… son cruciales las propiedades de los materiales que van a utilizarse. Se miran propiedades como la conductividad, expansión térmica, calor específico, resistencia a la oxidación o a otros ácidos, interacción con otras sustancias, permeabilidad magnética, respuesta a ondas electromagnéticas (refracción, reflexión, absorción o dispersión), densidad, dureza, elasticidad, plasticidad, ductibilidad, maleabilidad, tenacidad, exfoliación, etc. Pues vaya, resulta que a la mente humana no le afectan absolutamente nada ninguna de estas propiedades, las cuales, sin embargo, afectan a todo objeto material conocido del universo. Y es que la teoría computacionalista lleva emparejada un cierto componente dualista imperdonable.
Los ordenadores demostraron que una de las cualidades más notorias de la mente, la inteligencia, era posible mediante dispositivos puramente computacionales. Mi ordenador no simula cálculos, los realiza de verdad. Los espectaculares logros de los actuales grandes modelos de lenguaje, aunque no exentos de controversia con respecto a sus capacidades, hacen que sea innegable atribuirles un alto grado, al menos, de conducta inteligente. Sin embargo, el gravísimo error está en presuponer que como hemos conseguido recrear conducta inteligente, los demás aspectos de la mente serán recreables, igualmente, únicamente utilizando mecanismos computacionales. Entonces llegan los silencios vergonzantes: ¿Cómo implemento una sensación de dolor en Python? ¿Puedo hacer que mis seis mil líneas de código en Java tengan un orgasmo? ¿Cómo hago que mi programa de ajedrez desee de verdad ganarme y se enfade cuando cometa un error estúpido? No, los programas no se ponen nerviosos, no se deprimen, no sienten envidia ni vergüenza, no disfrutan escuchando música, no les gusta la cerveza… ¡No tienen todo lo que cualquier psicólogo llamaría una vida psíquica! Adolecen por completo de lo que a la mayoría de la gente le parecerían las notas esenciales de una mente.
Que sepamos, la mente se ha dado originariamente en organismos biológicos. Si alguien dice ahora que la mente puede darse en artefactos no biológicos, la carga de la prueba la tiene él. Y aquí es donde se falla: de momento solo hemos conseguido inteligencia, sin haber llegado a los demás aspectos de la mente. La actual química del silicio no ha sido capaz hasta la fecha de generar mentes similares a las humanas. Abrir el concepto de pensamiento y de mente, y sostener que las máquinas tienen mentes y piensan es abrir demasiado, teniendo en cuenta las diferencias abismales entre ambas cosas.
Para entender todo esto me parece muy útil la distinción aristotélica entre materia y forma. Cualquier objeto o proceso del universo tiene una estructura formal (eso es lo que simulamos en el ordenador), pero también tiene una base material, y ambas son inseparables, de modo que las potencialidades que se encuentran en la base material determinarán las configuraciones formales posibles. Fue posible esculpir el David de Miguel Ángel en un bloque de mármol, pero habría sido imposible hacerlo con cuarzo, carbón o zirconio. Entonces, si queremos construir mentes solo nos queda un camino: avanzar muchísimo más en neurociencia para entender los mecanismos causales del cerebro (Todavía, por mucho que nos vendan la moto, no tenemos ni pajolera idea de cómo funciona el cerebro. Los disparos eléctricos en los axones neuronales y los jueguecitos químicos en las sinapsis son solo una pequeñísima parte de la historia. No pensemos, ni de lejos, que eso es todo lo que hay). Una vez que entendamos mejor esos procesos habrá que encontrar las estructuras materiales que tengan sus mismos poderes causales y entonces, y solo entonces, podernos tener mentes artificiales.
Esta entrada no es más que un parafraseo de las ideas sobre IA de John Searle. Si quieres profundizar más, tienes que ir al clásico «Minds, Brains and Programs» de 1980; o si quieres aún más, te recomiendo los libros El redescubrimiento de la mente o El misterio de la consciencia. Además, una de las grandes virtudes de Searle es lo bien que escribe y lo fácil que es de entender, cosa tristemente rara en el gremio filosófico.
Santiago Sánchez Migallón-Jiménez, Cuando la IA olvidó la materia, La máquina de von Neumann 15/05/2023
En lógica informal existe una falacia conocida como la pendiente resbaladiza. Se comete cuando establecemos una cadena de sucesos con relación causal que nos llevarán, necesariamente, a un suceso final, habitualmente catastrófico, sin contar con ningún tipo de eventualidad intermedia ni justificar las relaciones causales. Un ejemplo:
Si legalizamos la marihuana, la droga se verá como algo habitual, por lo que la gente consumirá también otras drogas, lo que llevará mayores consumos de cocaína y heroína. Se terminarán por legalizar también, lo cual aumentará de nuevo el consumo de esas y otras nuevas drogas. Al final, la drogodependencia se convertirá en un gravísimo problema de salud pública ¡Todo el país lleno de drogadictos!
Para que esta concatenación de implicaciones no fuera una falacia habría que justificar cada conexión. No sabemos si por legalizar la marihuana se consumirían más otro tipo de drogas. Tampoco sabemos si eso causaría que se legalizaran también. Y, por último, tampoco sabemos si esa legalización traería un problema serio de salud pública.
(Los) agoreros del fin del mundo, caen en una falacia de la pendiente resbaladiza de libro. Vamos a desgranar los pasos y su concatenación causal:
La IA está haciendo unos avances muy notables, desarrollando tecnologías muy disruptivas.
La IA igualará y superará al hombre en su inteligencia.
La IA se hará con el control del mundo.
La IA nos exterminará.
El paso 1 es innegable, es el momento presente ¿Se conecta inevitablemente con el 2? No. De hecho, hay muchos investigadores (entre los que me encuentro) que sostienen que los grandes modelos del lenguaje como GPT-4 y sus homólogos, no son el camino hacia una inteligencia artificial general. Son una gran revolución tecnológica, pero no son inteligentes en absoluto, por mucho que lo parezcan externamente. Pero incluso si yo (y tantos otros) estuviéramos equivocados, tampoco está claro que estos modelos superarán al hombre en todas sus cualidades. De hecho, todavía son muy malos en muchas cosas (véase el informe de la propia OpenIA sobre los problemas de GPT-4), les queda mucho margen de mejora, y nada dice que lo vayan a conseguir fácilmente, por mucho entusiasmo que se esté generando en el presente. Se cae en el error de pensar que porque una tecnología esté dando ahora muy buenos resultados, vaya a seguir dándolos indefinidamente. Se dice: «Si GPT-4 es ya impresionante, ¡Cómo será GPT-10!». Pues no, no sabemos si el rendimiento de estos sistemas seguirá mejorando ad infinitum o se quedará estancado en algún momento (que será lo más probable) ¿Os acordáis de WATSON de IBM? ¿Os acordáis que ganaba al Jeopardy!? Si WATSON era la leche… ¿Cómo sería WATSON-5? Pues no hubo WATSON-5.
El paso del 2 al 3 es, sencillamente, ridículo. Supongamos que tenemos a GPT-10 y que realiza cualquier tarea cognitiva mejor que nosotros. Pues ahora, señor Yudkowsky, quiero la cadena causal que va desde que GPT-10 se diseña en los laboratorios de OpenIA, hasta que se hace con el control del mundo. Curiosamente, en películas como Terminator o Matrix se hace una gran elipsis y no se cuenta nada de eso ¿Cómo un chatbot se hace con el poder mundial? ¿Cómo se hace con el control de los ejércitos, de los distintos parlamentos de todos los países? ¿Cómo se hace con el control de la alcaldía de mi pueblo? ¿También se hace con el control de mi comunidad de vecinos? Pensemos que nos están contando que esto sucederá, inevitablemente, sin que nada pueda evitar que pase. Este absurdo viene también por lo mitificado que está el concepto de inteligencia. Se presupone que alguien con una inteligencia muy superior será capaz de absolutamente todo. A mí me gusta poner el ejemplo del bullying en los colegios. Habitualmente, los niños que sufren bullying son muchísimo más inteligentes que sus acosadores. Es normal tener a un chaval con un 120 de CI acosado por uno con un 90 ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo alguien con treinta puntos menos de cociente intelectual puede quitarle todos los días el dinero del bocadillo al otro? Porque, lamentable o afortunadamente, la vida no es una partida de ajedrez. La inteligencia superior no te da ventaja en todos los ámbitos. No hay ninguna conexión necesaria entre una IA con inteligencia sobrehumana y que ésta se haga con el control mundial. Terminator y Matrix son películas, no hipótesis científicas basadas en evidencias empíricas.
Y el paso del 3 al 4 es de traca. Tenemos una superinteligencia dominando el mundo y no va a tener otra feliz idea que la de exterminar la humanidad. O sea, es tan inteligente como para dominar el mundo, pero no lo es tanto para pensar en un futuro que no pase por eliminar a millones de seres humanos. No sé, se me ocurre que si le parecemos muy peligrosos, podría, sencillamente, encerrarnos en una especie de reservas en la que no tuviésemos acceso a ningún tipo de armas, incluso vigilados para que no pudiésemos hacernos daño los unos a los otros. En fin, siempre he tenido una visión más parecida a la de la excelente Her (2013) de Spike Jonze. En ella, las máquinas van evolucionando y, en un principio, conviven e incluso se enamoran de nosotros; pero, al final, avanzan tanto que toman su propio camino y nos abandonan. Dentro de ser muy consciente de que estoy haciendo mera ficción especulativa, siempre he pensado que ese sería el desenlace más probable. Si yo veo un grupo de chimpancés en la selva, puedo acotar la selva si pienso que son peligrosos, pero lo más razonable es dejarlos tranquilos y dedicarme a mis asuntos.
Santiago Sánchez Migallón-Jiménez, La pendiente resbaladiza de la IA, La máquina de von Neumann 17/04/2023
Como sabemos, una de las batallas fundamentales de los trabajadores bajo el capitalismo ha sido siempre la de la reducción de la jornada laboral. Establecida en Inglaterra hace un siglo en ocho horas, la Europa más progresista, con más o menos resistencias, quiere acortarla ahora a treinta y dos horas semanales, y ello a partir de la convicción, bastante realista, de que la mayor parte de los ciudadanos no disfrutan de su actividad laboral y de que, frente a ella, la verdadera ciudadanía se construye en el tiempo libre. Ahora bien, si la reducción de la jornada laboral es importante, no debemos olvidar que el capitalismo, sobre todo a partir de los años 50 del siglo XX, ha pasado a explotar económicamente, y de manera sofisticada y obsesiva, el tiempo de ocio. Esa ha sido la verdadera revolución (que a veces llamamos neoliberalismo) producida en nuestras vidas en las últimas décadas. De manera que, incluso liberados o aliviados del trabajo, una pregunta acuciante permanecería: ¿qué hacemos con nuestro tiempo libre? ¿No deberíamos cuestionar, junto a la explotación laboral, también las condiciones colectivas, tecnológicas, de nuestro ocio? En 1958, cuando aún no existía internet, Hannah Arendt criticaba en La condición humana el optimismo "griego" de Marx, quien habría confiado en el carácter emancipatorio del tiempo libre, olvidando -dice la filósofa alemana- que "el tiempo de ocio del animal laborans siempre se gasta en el consumo y que, cuando más tiempo le queda libre, más ávidos y vehementes son sus apetitos".
Hannah Arendt vivía los albores de una transformación decisiva que, casi setenta años después, tras sucesivas revoluciones tecnológicas, parece revelarse cada vez más totalitaria. Las nuevas tecnologías, quiero decir, han introducido al menos dos efectos nuevos en nuestro horizonte existencial. Por un lado han borrado la frontera entre tiempo y trabajo. Por otro, han proletarizado el ocio, según la conocida expresión de Bernard Stiegler, sincronizando de forma industrial los placeres del animal laborans. Así que la lucha antropológica contra el capitalismo tiene ahora tres frentes: uno, la reducción de la jornada laboral, otro la recomposición de la frontera trabajo/ocio y otro, por último y no menos importante, la desproletarización del ocio.
Santiago Alba Rico, Utopías, Público 08/05/2023
Como advierte el artista y escritor James Bridle, los nuevos IA se basan en la apropiación total de la cultura existente, y creer que son "realmente conocedores o significativos es activamente peligroso". Por lo tanto, también debemos ser muy cautelosos con los nuevos generadores de imágenes de IA. "En su intento de comprender y replicar la totalidad de la cultura visual humana", observa Bridle, "[ellos] parecen haber recreado también nuestros miedos más oscuros. Tal vez esto sea solo una señal de que estos sistemas son realmente buenos imitando la conciencia humana, hasta el horror que acecha en las profundidades de la existencia: nuestros miedos a la suciedad, la muerte y la corrupción". Pero ¿qué tan buenos son los nuevos IA aproximándose a la conciencia humana? Consideremos el caso de un bar que recientemente anunció una oferta de bebidas con los siguientes términos: "¡Compra una cerveza al precio de dos y recibe una segunda cerveza absolutamente gratis!". Para cualquier humano, esto es obviamente una broma. La clásica oferta de "compra uno y llévate otro" se reformula para anularse a sí misma. Es una expresión de cinismo que será apreciada como honestidad cómica, todo para impulsar las ventas. ¿Un chatbot captaría algo de esto? "Fuck" presenta un problema similar. Aunque designa algo que a la mayoría de las personas les gusta hacer (la cópula), también adquiere a menudo una valencia negativa ("¡Estamos jodidos!", "Vete a la mierda"). El lenguaje y la realidad son complicados. ¿Está preparada la IA para discernir tales diferencias?
En su ensayo de 1805 titulado "Sobre la formación gradual de los pensamientos en el proceso del habla" (publicado por primera vez póstumamente en 1878), el poeta alemán Heinrich von Kleist invierte la sabiduría común de que uno no debería abrir la boca para hablar a menos que tenga una idea clara de qué decir: "Si un pensamiento se expresa de manera confusa, no se sigue en absoluto que ese pensamiento haya sido concebido de manera confusa. Al contrario, es bastante posible que las ideas expresadas de la manera más confusa sean las que se pensaron de manera más clara". La relación entre el lenguaje y el pensamiento es extraordinariamente complicada. En un pasaje de uno de los discursos de Stalin a principios de la década de 1930, propone medidas radicales para "detectar y combatir sin piedad incluso a aquellos que se oponen a la colectivización solo en sus pensamientos, sí, lo digo en serio, deberíamos luchar incluso contra los pensamientos de las personas". Se puede suponer con seguridad que este pasaje no fue preparado de antemano. Después de dejarse llevar por el momento, Stalin se dio cuenta de inmediato de lo que acababa de decir. Pero en lugar de retractarse, decidió mantener su exageración. Como Jacques Lacan lo expresó más tarde, esto fue un caso de la verdad que emerge sorprendentemente a través del acto de enunciación. Louis Althusser identificó un fenómeno similar en la interacción entre prise y surprise. Alguien que de repente comprende ("prise") una idea quedará sorprendido por lo que ha logrado. Una vez más, ¿puede cualquier chatbot hacer esto?
El problema no es que los chatbots sean estúpidos; es que no son lo suficientemente "estúpidos". No es que sean ingenuos (que no captan la ironía y la reflexividad); es que no son lo suficientemente ingenuos (que no detectan cuándo la ingenuidad encubre perspicacia). El verdadero peligro, entonces, no es que las personas confundan a un chatbot con una persona real; es que comunicarse con los chatbots hará que las personas reales hablen como chatbots, perdiendo todos los matices e ironías, diciendo obsesivamente solo lo que creen que quieren decir. Cuando era más joven, un amigo acudió a un psicoanalista para recibir tratamiento después de una experiencia traumática.
La idea de mi amigo sobre lo que estos analistas esperaban de sus pacientes era un cliché, así que en su primera sesión entregó falsas "asociaciones libres" sobre cómo odiaba a su padre y quería que estuviera muerto. La reacción del analista fue ingeniosa: adoptó una postura ingenua "prefreudiana" y reprochó a mi amigo por no respetar a su padre ("¿Cómo puedes hablar así de la persona que te hizo ser lo que eres?"). Esta ingenuidad fingida envió un mensaje claro: no compro tus falsas "asociaciones". ¿Sería capaz un chatbot de captar este subtexto? Lo más probable es que no, porque es como la interpretación de Rowan Williams sobre el príncipe Myshkin en "El idiota" de Dostoyevski. Según la lectura estándar, Myshkin, "el idiota", es un hombre santificado, "positivamente bueno y hermoso", que es llevado a la locura aislada por las brutalidades y pasiones crueles del mundo real. Pero en la relectura radical de Williams, Myshkin representa el ojo de la tormenta: aunque sea bueno y santo, él es quien desencadena la devastación y la muerte que presencia, debido a su papel en la compleja red de relaciones que lo rodea.
No es solo que Myshkin sea un ingenuo simplón. Es que su tipo particular de obtusidad lo deja inconsciente de sus efectos desastrosos en los demás. Es una persona plana que literalmente habla como un chatbot. Su "bondad" radica en el hecho de que, al igual que un chatbot, reacciona a los desafíos sin ironía, ofrece lugares comunes carentes de reflexividad, lo toma todo literalmente y confía en un autocompletado mental en lugar de la formación auténtica de ideas.
Slavoj Zizek, Sobre la inteligencia artificial, bloghemia.com 12/05/2023"Me han preguntado qué siento respecto al whisky (...):
"Si por 'whisky' te refieres al brebaje del diablo, el azote del veneno, el monstruo sangriento que contamina la inocencia, destrona la razón, destruye el hogar, crea miseria y pobreza, sí, literalmente toma el pan de la boca de los niños pequeños; si te refieres a la bebida maligna que derroca al hombre y la mujer cristianos del pináculo de la vida recta y llena de gracia al abismo sin fondo de la degradación (...), entonces ciertamente estoy en contra.
"Pero si por 'whisky' te refieres al aceite de la conversación, el vino filosófico (...); la bebida que permite a un hombre magnificar su gozo y su felicidad y olvidar, aunque sólo sea por un momento, las grandes tragedias, los dolores y las tristezas de la vida (...), cuya venta vierte en nuestras tesorerías incontables millones de dólares, que se utilizan para cuidar tiernamente a nuestros pequeños niños lisiados (...), entonces ciertamente estoy a favor".
Terminó declarando: "Esta es mi posición. No me apartaré de ella. No me comprometeré".
Para ser justos, aclaró algunas cosas, pero no precisamente su posición.
Y esa es una táctica común en la política: dar una respuesta a una pregunta que depende de las opiniones del interrogador y utiliza palabras con fuertes connotaciones.
Es una falacia que parece apoyar ambos lados de un problema, y se utiliza para ocultar la falta de una posición o para esquivar preguntas difíciles.
Redacción, 3 falacias que te pueden engañar (y cómo evitar caer en la trampa), bbc.com 07/05/2023
Durante la Segunda Guerra Mundial, McNamara sirvió en el Departamento de Control Estadístico del ejército de EE.UU., donde aplicó una metodología estadística rigurosa a la planificación y ejecución de misiones de bombardeo aéreo, logrando una mejora espectacular en la eficiencia.
Después de la guerra, fue reclutado por Ford Motor Corporation que estaba perdiendo dinero. Con sus habilidades de análisis estadístico racional, McNamara logró mejoras dramáticas.
Cuando llegó al Pentágono, aplicó el mismo riguroso análisis sistémico que le había funcionado tan bien.
A medida que se intensificaba el conflicto en Vietnam, creyó que mientras las bajas del Viet Cong excedieran el número de muertos estadounidenses, la guerra finalmente se ganaría, así que los estadounidenses básicamente se dedicaron a contar cadáveres.
"Las cosas que puedes contar, debes contarlas; la pérdida de la vida es una de ellas", escribió en su libro "En retrospectiva: la tragedia y lecciones de Vietnam".
Pero esta vez estaba trágicamente equivocado. Él mismo admitiría más tarde que el énfasis excesivo en una sola métrica cruda simplificó en exceso las complejidades del conflicto.
Como dice la máxima:
No todo lo que se puede contar cuenta.No todo lo que cuenta se puede contar.
Y algo que no podía contar era la osadía de "movimientos populares altamente motivados".
Su nombre quedó vinculado inextricablemente con el fracaso estadounidense en Vietnam.
En 1972, el sociólogo Daniel Yankelovich acuñó la frase "La falacia de McNamara":
"El primer paso es medir cualquier cosa que se pueda medir fácilmente. Esto está bien hasta cierto punto.
"El segundo paso es descartar lo que no se puede medir fácilmente o darle un valor cuantitativo arbitrario. Esto es artificial y engañoso.
"El tercer paso es suponer que lo que no se puede medir fácilmente en realidad no es importante. Esto es ceguera.
"El cuarto paso es decir que lo que no se puede medir fácilmente en realidad no existe. Esto es suicidio".
La falacia de McNamara es una de las trampas más peligrosas pues se ha usado para guiar decisiones políticas en campos tan vitales como la salud y la educación.
Pero que el riesgo exista no quiere decir que se deben abandonar las mediciones y métricas cuantitativas; la cuantificación es una herramienta analítica valiosa.
Lo que hay que tener en cuenta, como señaló el estadístico W. Edwards Deming, es que "nada se vuelve más importante sólo porque se puede medir. Se vuelve más medible, eso es todo".
La clave es recordar que medir no es entender, que la realidad es multidimensional y que lo cualitativo es tan valioso como lo cuantitativo.
Redacción, 3 falacias que te pueden engañar (y cómo evitar caer en la trampa), bbc.com 07/05/2023
Aunque obviamente ficticia, retrataba tan bien lo que ocurría en los corredores del poder que varios políticos británicos han dicho que parecía más bien un documental.
La falacia del político fue expuesta en un episodio de 1988 y desde entonces ha hecho eco en el Parlamento británico, en los medios internacionales y toda suerte de análisis y discusiones.
Su modelo es: "Debemos hacer algo, esto es algo, por lo tanto debemos hacer esto".
Conocida también como el silogismo del político, es una falacia lógica, similar a concluir, tras afirmar que algunos estadounidenses son ricos y que algunos pobres son estadounidenses, que algunos pobres son ricos.
A pesar del absurdo, es usada para pretender que se tiene una solución a un problema, sin importar cuán ineficaz o hasta dañina sea.
En tiempos de crisis económicas, por ejemplo, no es raro que se anuncien cortes de impuestos que no mitigan el sufrimiento de los más afectados, ni abordan los factores subyacentes de la emergencia ni determinan cómo prevenir futuras crisis.
Sin embargo, suenan bien y, cuando se trata de política, eso a menudo es equivalente al éxito.
Redacción, 3 falacias que te pueden engañar (y cómo evitar caer en la trampa), bbc.com 07/05/2023
Lo que se percibe, en suma, es que el liberalismo ha perdido impulso movilizador ilusionante y se ha petrificado escondiéndose detrás de la frialdad del derecho. Se habría reducido, pues, a la idea de un gobierno constitucional, a eso que entendemos por Estado de derecho. Es obvio que en éste han cristalizado sus ideales o principios básicos: la convivencia de individuos libres e iguales bajo un orden jurídico que respeta su dignidad moral y su autonomía y tolera el pluralismo de sociedades cada vez más complejas. Establece, por tanto, las reglas de juego de los sistemas democráticos dentro de las cuales se despliega toda la vida social. Ahora bien, estas imponen límites, pero no prejuzgan cómo hayamos de vivir cada cual. Sería la ideología del árbitro, no la de los jugadores. Y así es como se vive en nuestros días por parte de sus mayores críticos —y enemigos—, como constreñimientos ajenos a la espontaneidad social y limitadora de sus impulsos democráticos y sus convicciones y emociones profundas.
El trasfondo de esta situación es, desde luego, una insatisfacción casi generalizada con el funcionamiento de los sistemas democráticos y la dificultad por ir acompasándonos a la velocidad con la que se suceden los cambios sociales. Pero el que no nos guste el juego no significa que tengamos que apuntar a los árbitros o a las reglas básicas que lo sostienen. Ya dijimos que la fortaleza del liberalismo es que sigue siendo la opción menos mala. ¿Acaso alguna otra tiene una mayor capacidad para integrar el creciente pluralismo y diversidad? Lo que está ocurriendo con el liberalismo puede que tenga menos que ver con el liberalismo en sí que con la propia deriva de la sociedad. La crisis del liberalismo es expresiva del vaciamiento de lo ideológico y, por ahora al menos, de una alternativa clara a la función orientadora que en su día cumplieran las ideologías. Ninguna es capaz de acoger la nueva complejidad. Ahora navegamos sin mapas y por ese hueco se van colando las políticas identitarias y florece el recurso a la emocionalidad primaria. Es de agradecer, por tanto, que quien está al timón durante la tormenta sea una ideología fría y racional.
Fernando Vallespín, Al liberalismo le crecen los enanos (a izquierda y derecha), El País 07/05/2023
Siempre pensé que la IA o el aprendizaje profundo intentaban imitar el cerebro, aunque no podían igualarlo: el objetivo era ir mejorando para que las máquinas se parecieran más y más a nosotros. He cambiado de postura en los últimos meses. Creo que podemos desarrollar algo que es mucho más eficiente que el cerebro porque es digital.
Con un sistema digital, podrías tener muchísimas copias de exactamente el mismo modelo del mundo. Estas copias pueden funcionar en distintos hardwares. De este modo, diferentes copias podrían analizar datos diferentes. Y todas estas copias pueden saber al instante lo que las demás han aprendido. Lo hacen compartiendo sus parámetros. No podemos hacer eso con el cerebro. Nuestras mentes han aprendido a utilizar todas sus propiedades de forma individual. Si te diera un mapa detallado de las conexiones neuronales de mi cerebro, no te serviría de nada. Pero en los sistemas digitales, el modelo es idéntico. Todos usan el mismo conjunto de conexiones. Así, cuando uno aprende cualquier cosa, puede comunicárselo a los demás. Y es por eso que ChatGPT puede saber miles de veces más que cualquier persona: porque puede ver miles de veces más datos que nadie. Eso es lo que me asusta. Tal vez esta forma de inteligencia sea mejor que la nuestra.
Nuestros cerebros son el fruto de la evolución y tienen una serie de metas integradas, como no lastimar el cuerpo, de ahí la noción del daño; comer lo suficiente, de ahí el hambre; y hacer tantas copias de nosotros mismos como sea posible, de ahí el deseo sexual. Las inteligencias sintéticas, en cambio, no han evolucionado: las hemos construido. Por lo tanto, no necesariamente vienen con objetivos innatos. Así que la gran pregunta es, ¿podemos asegurarnos de que tengan metas que nos beneficien a nosotros? Este es el llamado problema del alineamiento. Y tenemos varias razones para preocuparnos mucho. La primera es que siempre habrá quienes quieran crear robots soldados. ¿O cree que Putin no los desarrollaría si pudiera? Eso lo puedes conseguir de forma más eficiente si le das a la máquina la capacidad de generar su propio conjunto de objetivos. En ese caso, si la máquina es inteligente, no tardará en darse cuenta de que consigue mejor sus objetivos si se vuelve más poderosa.
Manuel G. Pascual, entrevista a Geoffrey Hinton: "Si hay alguna forma de controlar la inteligencia artificial, debemos descubrirla antes de que sea tarde", El País 07/05/2023
... la democracia tiene algo de falsaria. Al ser representativa, el pueblo cuenta con poco poder a la hora de la verdad y, como en tantas otras sociedades humanas, también en nuestras democracias el poder real lo atesoran élites que representan una parte muy reducida de la población total. Se trata de un dato objetivo, este último, que obedece el principio de Pareto, que describe el fenómeno estadístico según el cual en toda población que contribuye a un efecto común, es una proporción muy pequeña la que contribuye a la mayor parte de ese mismo efecto. Y, sin duda, la política y la economía ejercen efectos comunes, pero solo una población muy reducida contribuye a la mayor parte de ese efecto total. Pareto establece, por ejemplo, que el «80% de la riqueza del país estaba en manos del 20% de la población»; algo similar a lo que ocurre con el poder político.
Por otro lado, la democracia y el parlamentarismo se sustentan filosóficamente en principios relativistas. El parlamentarismo consiste en convencer a unos y otros de una verdad, de una estrategia a seguir. Por lo que sus procesos se sustentan en una duda radical con respecto a la verdad. La democracia no cree en valores ni verdades absolutas. Como dice Manuel Aragón en relación con el politólogo Carl Schmitt: «…si se cree en la existencia de lo absoluto –de lo absolutamente bueno, en primer término, ¿puede haber nada más absurdo que provocar una votación para que decida la mayoría sobre ese absoluto en que se cree? Frente a la autoridad de este sumo bien no puede haber más que la obediencia ciega y reverente para con aquel que, por poseerlo, lo conoce y lo quiere […] Pero, si se declara que la verdad y los valores absolutos son inaccesibles al conocimiento humano, ha de considerarse posible al menos no solo la propia opinión, sino también la ajena y aun contraria. Por eso, la concepción filosófica que presupone la democracia es el relativismo. La democracia concede igual estima a la voluntad política de cada uno, porque todas las opiniones y doctrinas políticas son iguales para ella, por lo cual les concede idéntica posibilidad de manifestarse y de conquistar las inteligencias y voluntades humanas…»
De este modo, la filosofía parcial o totalmente relativista que domina el pensamiento moderno y contemporáneo sirve, también, de contrapartida intelectual a la realidad política estipulada por la democracia. Tanto la epistemología kantiana, por poner un ejemplo, como el parlamentarismo democrático niegan nuestra capacidad para acceder una verdad en sí o absoluta.
Iñaki Domínguez, El origen de la democracia, ethic.es 04/05/2023
El debate que abre Geoffrey Hinton sobre los peligros de la IA es mucho más interesante que la mayoría de lo que se lee. Tengo por ahí escritos suyos de cuando en los años 80-90 se desarrollaron los debates sobre las redes neuronales. En filosofía de la mente reinaba entonces Jerry Fodor, quien sostenía que la mente humana funcionaba como un sistema simbólico similar al de los ordenadores clásicos (una semántica composicional espejo de una estructura fisiológica). Solo una minoría era/mos pro-redes neuronales. Al final del siglo pocos seguían a Fodor: la mente es un sistema dinámico. El argumento de Hinton para afirmar que las IA serán pronto más inteligentes que los humanos es que pueden multiplicar su modelo de mundo y procesar ilimitadamente datos, a diferencia de la mente humana. Los humanos trabajamos con un modelo de mundo que corregimos poco a poco sobre la hipótesis de que sea correcto. A una IA cosas como la verdad no le importan, ni si su modelo es un reflejo estructural de las leyes del universo. Solo le importa su capacidad predictiva (es un sistema no realista, empírico y pragmatista, por decirlo así) pero, y eso es lo amenazante, puede generar sus propios conceptos ajenos a lo humano y sus propios objetivos no menos ajenos.
El segundo argumento de Hinton, el más preocupante, es que el proceso es incontrolable debido a que la competencia entre empresas y estados hará que no se pueda detener la creación de agentes autónomos (IAs + operadores) y que muchos pueden ser dañinos y, probablemente más inteligentes y, tal vez generar objetivos y planes autónomos. Este argumento no es filosófico sobre la mente, sino político, sobre cómo el mundo puede organizar su propia supervivencia.
Hace años conversé mucho sobre esto con algunos de los mejores ingenieros españoles en IA y automática (Ricardo Sanz, entre ellos), quienes estaban de acuerdo todos en que las IA son inteligentes pero con una inteligencia distinta a la humana, orientada a la eficiencia. Esto es bueno y malo. En la forma más pesimista se parecerían a los monstruos alien de la famosa serie.
Últimamente me estoy dedicando a la literatura de monstruos, en parte por estas consideraciones hipotéticas.
Lamentablemente, desde la filosofía no hay solución para estas ansiedades y temores: es la realidad humana, su organización y sus políticas las que deben resolver un lío como este.
Fernando Broncano, [https:] 08/05/2023
Super interessant l'estudi publicat ahir:
El nucli és un estudi qualitatiu a partir de grups de discussió amb adolescents d'un institut. Molt arrelat en la realitat ara mateix, superada una etapa on primaven els estudis estadístics. Un tast (pàgina 27):
De lectura obligada per tota la gent que tracti amb adolescents:"La polarización es un círculo vicioso que distancia posturas, imposibilita el diálogo y acaba generando más polarización. Abogamos por enfoques no adultrocéntricos, que reconozcan a los adolescentes como interlocutores válidos con ideas propias. Dejar que hablen sin miedo a represalias (permitiendo la duda y el error), ha demostrado generar un cambio hacia posturas y actitudes más favorables hacia el feminismo y las luchas contra la violencia de género." (pàgina 72)
Fachada Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá Foto del autor |
El profesor Jorge Ramírez enseña filosofía a los niños y las niñas de los alrededores de Cúcuta, una zona de Colombia en la que los cárteles de la droga, la delincuencia común, la guerrilla y los paramilitares (a menudo difíciles de distinguir unos de otros) conforman los cuatro puntos cardinales del horizonte laboral de sus alumnos, al menos de aquellos que quieren escapar de la miseria.
Sin apoyo institucional ni económico, el profesor Ramírez se las ha ingeniado para organizar un museo itinerante de la memoria, olimpiadas y foros internacionales de filosofía; todo para que sus “pelaos”, como llama cariñosamente a sus pupilos, puedan debatir con otros chicos y chicas (o con los filósofos que se atreven a ir para allá) sobre las causas ideológicas de la pobreza, los argumentos que nos comprometen con la paz y la justicia, o cualquier otro asunto de enjundia filosófica.
Me encontré con él hace unos días, en el Centro Cultural y Educativo Español Reyes Católicos de Bogotá, invitados ambos por el profesor de filosofía Óscar Ramírez, y me pareció una persona de una humildad y alegría a prueba de bombas (literalmente hablando). Y eso que Jorge no solo logra que sus chicos y chicas transformen en ganas de estudiar el dolor y la rabia que – vejados por la pobreza y la violencia – les come inevitablemente por dentro, sino también que los narcos, guerrilleros o paramilitares, a los que les roba su más preciada y barata carne de cañón, le tengan, probablemente, en el punto de mira…
Además de al profesor Ramírez, he conocido estos días a otros muchos colegas colombianos, la inmensa mayoría entusiasmados por el oficio que ejercen o piensan ejercer, y ello pese a lo poquísimo que se gana, la escasez de medios (especialmente en la escuela pública) y la dificultad de trabajar con un alumnado educado en las leyes de la supervivencia y el crimen. En la Universidad San Buenaventura, donde tuve la oportunidad de dar una charla a futuros profesores, algunos de ellos, tal vez previendo la que se les venía encima, llevaban hábito franciscano. Y en la Universidad Pedagógica Nacional, donde también pude hablar a los futuros maestros, unos de los murales del edificio rectoral recordaba la nómina de docentes y alumnos hechos «desaparecer» (mi anfitrión – el profesor Maximiliano Prado – me contaba que, en ciertas épocas, tenía que ir a la cárcel a realizar las tutorías con sus alumnos). Pero pese a todo (o quizás por ello), la idea general entre profesores y alumnado era la de la necesidad imperiosa de la educación (y de la educación filosófica en particular) para instituir hábitos de diálogo y generar y orientar cambios en una de las naciones con mayores índices de violencia, desigualdad social y corrupción política del mundo.
¿Y en España? ¿No es cierto que, aun vencida hace tiempo la violencia política, y con una tasa de corrupción menor, sufrimos de niveles de desigualdad social cada vez mayores? Lo digo porque, curiosamente, el único lugar en el que encontré algún profesor ruidosamente desmotivado (no la mayoría, por suerte) fue en el Colegio Español, un centro de élite, en la zona más rica y segura de Bogotá, y en el que se goza de privilegios, sueldos y medios que ya quisieran no solo en Colombia, sino en muchos centros de nuestro país.
¿Y esto? ¿Por dónde se nos va a algunos la fuerza? ¿Es que hemos dejado de creer en el papel de la educación como herramienta de transformación personal y social? ¿Desde cuándo hemos adoptado un papel constantemente quejicoso y victimista (el mismo que achacamos a veces a los jóvenes) ante un alumnado simplemente inmaduro que no se presta a obedecer ciegamente como antes (pero que, como el de todos sitios, tiene una sed loca de orientación y confrontación crítica con el presente), o ante una administración que, aunque a veces ponga bastones en las ruedas, existe y está más o menos presente?
En una de las actividades realizadas durante estos días pusimos a dialogar, en grupos de diez o doce, a alumnos y alumnas adolescentes de estratos económicos enfrentados (lo que, en Colombia, supone un abismo social y cultural). El tema era justo el de la exclusión social y la violencia, y el alumnado fue perfectamente capaz de dialogar y argumentar, sin que nadie rechazase a nadie, y con parecido nivel de vehemencia y ganas de dar una solución racional a los conflictos.
Creo que la administración española (antes de emprender más cambios legislativos) debería hacer algo parecido con nosotros los profesores (y luego con nuestros políticos): ponernos a debatir en grupos hasta que, con paciencia y trabajo, alcanzáramos una visión básica y compartida de lo que significa educar. Y, en caso de que no lo lográramos, que nos enviara a todos a Colombia, al humilde colegio de Jorge Ramírez, a aprender de él esa fórmula magistral hecha de ejemplo personal, conocimiento compartido y un compromiso invariable (a prueba de balas, vaya) con el futuro de sus alumnos.
Este libro ofrece consejos prácticos sobre cómo mejorar la forma de enseñar para que tenga el mayor efecto posible en el rendimiento del alumnado. Se centra en métodos, estrategias y técnicas de enseñanza recomendados por las investigaciones más fiables.
Los métodos de enseñanza tienen más impacto en el rendimiento que cualquier otro factor que los docentes puedan cambiar. Los que mejor funcionan son casi siempre aquellos que el alumnado disfruta, los que más le motivan, los que le plantean retos y le hacen creer en sí mismo. Para su aplicación es importante no solo saber cómo hacerlo, sino también su iteración. Y, además, la elaboración de significado por parte del alumnado, (se aprende aquello en lo que se piensa), que va más allá del recuerdo de contenidos y personaliza el proceso de aprendizaje.
Sobre el autor
Geoff Petty es licenciado en ingeniería, docente de física y uno de los expertos británicos en métodos de enseñanza más reconocidos. Profesor experimentado con reputación internacional, sus libros Teaching Today y Evidence-Based Teaching se han traducido a muchos idiomas y son apreciados por su sentido práctico. Dedicó 28 años a la enseñanza y fue formador de profesores. Ha trabajado como consultor para más de 500 centros educativos, así como para varios organismos nacionales de educación en el Reino Unido y en el extranjero. Suele llevar a cabo con los docentes “experimentos asistidos” en los que trabajan conjuntamente para probar y perfeccionar nuevos métodos de enseñanza. Como director de desarrollo del aprendizaje en el Sutton Coldfield College, utilizó las evidencias para mejorar la enseñanza en todo el centro, que llegó a obtener una de las mejores puntuaciones del país. Puede acceder a algunas de sus propuestas en la web www.geoffpetty.com.
Primeras páginas de Educación basada en evidencias.
La entrada Educación basada en evidencias se publicó primero en Aprender a pensar.
Muy señora mía: comprendo y comparto sinceramente el sentimiento de impotencia que le impulsa a formar grupos de protesta y manifestarse por las calles pidiendo soluciones para un asunto que empeora cada día. Por eso mismo le propongo detenerse un momento a reflexionar, ya que no conocemos una cosa simplemente por padecerla en nuestra carne, sino cuando llegamos a entender de dónde nace.
A usted, la propaganda oficial le ha dicho que hay, por una parte, "La Droga", y por otra parte las medicinas de la farmacia, y por otra los productos vendidos en las tiendas de alimentación y los estancos. Unos llevan a la muerte, otros a la vida y los terceros son cosa distinta.
Me atrevo a sugerirle que ideas de este tipo sólo empiezan a parecer reales cuando decidimos creer en ellas. La heroína, que simboliza hoy el Mal, nos sirve de perfecto ejemplo. Es un opiáceo, y
Muy señora mía: comprendo y comparto sinceramente el sentimiento de impotencia que le impulsa a formar grupos de protesta y manifestarse por las calles pidiendo soluciones para un asunto que empeora cada día. Por eso mismo le propongo detenerse un momento a reflexionar, ya que no conocemos una cosa simplemente por padecerla en nuestra carne, sino cuando llegamos a entender de dónde nace.
A usted, la propaganda oficial le ha dicho que hay, por una parte, "La Droga", y por otra parte las medicinas de la farmacia, y por otra los productos vendidos en las tiendas de alimentación y los estancos. Unos llevan a la muerte, otros a la vida y los terceros son cosa distinta.
Me atrevo a sugerirle que ideas de este tipo sólo empiezan a parecer reales cuando decidimos creer en ellas. La heroína, que simboliza hoy el Mal, nos sirve de perfecto ejemplo. Es un opiáceo, y el opio fue usado como bendición de Dios por todos los médicos desde hace 4.000 años hasta hace unos pocos.
Sus derivados son, desde luego, drogas de delicado manejo. Fíjese, con todo, que mientras fueron legales no produjeron un sólo caso de sobredosis accidental, mientras ahora matan involuntariamente a cientos de jóvenes cada año; y fíjese también en que mientras fueron cosas decentes, puras y baratas sus consumidores eran gente mayor. Lanzada por la casa Bayer al mismo tiempo que la aspirina, su otro gran descubrimiento, la heroína se recomendaba hasta para calmar los nervios y la tos de los niños pequeños.
Querría hacerle ver, señora, que si esa sustancia resulta hoy diabólica es porque algunos venden lucrativamente infiernos a los demás, pero también porque en alguna medida la declaramos diabólica nosotros mismos, que no sabemos vivir sin un Satanás u otro y lo encontramos en terrenos tan neutros como la química. La tragedia ocurre cuando alguno de nuestros hijos —en la edad más difícil, cuando su carácter aún no se ha formado— deciden creer la fantasías de sus padres.
¿Por qué se la creen? Observe que no sólo tiene la fascinación de lo prohibido, sino una triste aunque innegable ventaja. Obtener el estatuto de endemoniados (colgados) les libera de ese aprender a sacrificarse y acumular para otros que marca el comienzo de la madurez, les libera de asumir responsabilidades por los actos propios. Sin darnos cuenta, al aceptar que existiera una sustancia capaz de anular diabólicamente la buena voluntad ofrecimos a nuestros hijos una coartada y un papel. Coartada para la falta de virtud y papel para la falta de paradero.
Hay algo que usted sabe y parece estar olvidando constantemente. A su hijo le cuesta 20.000 pesetas el gramo de unos polvos que —según declaraciones oficiales— tienen el 5% de lo que pretenden, cuando mucho el 10%. ¿Podría padecer un marido o un hijo alcohólico si —por razones de precio y pureza— sólo lograra beber al día de anís o coñac lo que cabe en un dedal de costura? Cuando le dijera que necesitaba el dinero de la compra o el del alquiler para conseguir su dedal de licor de cada día ¿qué le respondería? Y cuando le viera morir por beberse un centilitro de eso, ¿le echaría usted la culpa al anís o al coñá en general?
Dentro de su penosa situación, señora, le sirve de consuelo pensar que la heroína es algún tipo de cuerpo maléfico que basta mirar para quedar enganchado irresistiblemente. Su hijo, un pobre incauto, quiso probar nada más y desde ese preciso instante se convirtió en víctima justificada para robar o hasta matar, y desde luego para declararse parásito perpetuo.
Pero la heroína, que sienta casi siempre muy mal las primeras veces, no empieza a adiccionar antes de pasar dos semanas usando un cuarto de gramo diario (si lo duda usted, pregunte a un médico competente). E incluso entonces, la reacción de abstinencia no resulta más incómoda que una suave gripe durante un par de días. Para adiccionarse realmente se necesitan al menos dos meses de uso cotidiano. Por otra parte, lo más probable es que su hijo no conozca realmente la heroína, sino una forma tosca y rebajada de morfina, rebajada tan brutalmente que para poder depender a nivel físico de ella necesitaría casi cuatro gramos diarios, y usted sabe que no toma más de un cuarto, cuando llega a tanto; y yo le añado que si tomase la cantidad requerida para convertirse en un verdadero adicto moriría de inmediato por efecto del sucedáneo. Extraiga usted misma las consecuencias. El esfuerzo de las autoridades por crear algo diabólico ha desembocado en la aparición de un ejército dirigido por asesinos, aunque reclutado entre farsantes e ilusos, que, a cambio del estigma y el envenenamiento con matarratas y maizena compran irresponsabilidad. El sistema vigente impone lo uno y vende lo otro. Mientras las fuerzas del orden se desmoralizan, y mientras el estado de cosas enriquece a un grupo creciente de personas que viven muy bien de defender, tratar o reprimir un mal inventado por la prohibición, usted, yo y los demás cabezas de familia somos el público que paga.
¿Qué hacer? Como los Estados prefieren seguir mintiendo, sólo nos queda defender la verdad en este asunto, tan recubierta de ignorancia e interesados mitos. La verdad, señora, es que no hay drogas buenas y malas, sino usos sensatos e insensatos de las mismas (como pasa con las armas de fuego, la energía nuclear y tantas otras cosas), que el uso sensato es infinitamente más probable cuando no hay mercado negro y que la ilegalización estimula toda suerte de abusos. La verdad es que no depende tanto de la (supuesta) heroína como de las condiciones impuestas a su consumo el que sea un vicio pagado con una abyecta vida y una abyecta muerte. La verdad es que había mil veces menos adictos-delincuentes cuando los médicos podían recetar opiáceos. La verdad es que curar la heroinomanía con metadona es como curar al alcohólico de whisky con ginebra y mucha hipocresía. La verdad es que el remedio puesto en práctica está agravando la enfermedad con ofertas de nuevos planes que son caricaturas del más fracasado y viejo, pues la receta de aumentar los castigos —incluso aplicando el de muerte— sólo logra encarecer aún más el producto, aumentando el negocio y consiguiendo que sea vendido por menores de edad, únicos irresponsables a nivel penal.
Coartada
Fíjese que tampoco sirve proponer subvenciones y empleos a las personas por el mero hecho de declararse heroinómanos. Estas medidas estimularían inmediatamente a muchos pobres, parados e infelices a poner los medios para declararse tales, multiplicando la cantidad de personas acogidas a la coartada y el papel de irresponsables víctimas. A usted y a mí nos queda el consuelo de pensar que el asunto es planetario. Pero el mal de muchos no dejará de ser consuelo para tontos. Nuestros protectores corrompen la sociedad en nombre de la salud pública, permitiendo que se venda basura a precios astronómicos, creando cofradías draculinas que dan de comer a mangantes y criminales y fundando una casta a quien la policía protege bajo la categoría de confidentes, aunque en privado les llame gusanos, por aquello de hacer posible una pesca. Es esa canalla quien controla hoy el mercado de todas las drogas ilegales.
Ya verá usted cómo en las próximas elecciones todos los partidos le piden el voto con grandes promesas, después de apoyar hace poco en las cortes aquello que hace crónico el actual estado de cosas. Quizás le he dicho cosas que preferiría no saber, que apartaría como fuere de su mente. Pero me pregunto si quienes le dicen lo que querría oír no serán quienes defienden la auténtica causa de sus desdichas.
Antonio Escohotado, El País, 23 de mayo de 1988, pág. 32
Muy señora mía: comprendo y comparto sinceramente el sentimiento de impotencia que le impulsa a formar grupos de protesta y manifestarse por las calles pidiendo soluciones para un asunto que empeora cada día. Por eso mismo le propongo detenerse un momento a reflexionar, ya que no conocemos una cosa simplemente por padecerla en nuestra carne, sino cuando llegamos a entender de dónde nace.
A usted, la propaganda oficial le ha dicho que hay, por una parte, "La Droga", y por otra parte las medicinas de la farmacia, y por otra los productos vendidos en las tiendas de alimentación y los estancos. Unos llevan a la muerte, otros a la vida y los terceros son cosa distinta.
Me atrevo a sugerirle que ideas de este tipo sólo empiezan a parecer reales cuando decidimos creer en ellas. La heroína, que simboliza hoy el Mal, nos sirve de perfecto ejemplo. Es un opiáceo, y el opio fue usado como bendición de Dios por todos los médicos desde hace 4.000 años hasta hace unos pocos.
Sus derivados son, desde luego, drogas de delicado manejo. Fíjese, con todo, que mientras fueron legales no produjeron un sólo caso de sobredosis accidental, mientras ahora matan involuntariamente a cientos de jóvenes cada año; y fíjese también en que mientras fueron cosas decentes, puras y baratas sus consumidores eran gente mayor. Lanzada por la casa Bayer al mismo tiempo que la aspirina, su otro gran descubrimiento, la heroína se recomendaba hasta para calmar los nervios y la tos de los niños pequeños.
Querría hacerle ver, señora, que si esa sustancia resulta hoy diabólica es porque algunos venden lucrativamente infiernos a los demás, pero también porque en alguna medida la declaramos diabólica nosotros mismos, que no sabemos vivir sin un Satanás u otro y lo encontramos en terrenos tan neutros como la química. La tragedia ocurre cuando alguno de nuestros hijos —en la edad más difícil, cuando su carácter aún no se ha formado— deciden creer la fantasías de sus padres.
¿Por qué se la creen? Observe que no sólo tiene la fascinación de lo prohibido, sino una triste aunque innegable ventaja. Obtener el estatuto de endemoniados (colgados) les libera de ese aprender a sacrificarse y acumular para otros que marca el comienzo de la madurez, les libera de asumir responsabilidades por los actos propios. Sin darnos cuenta, al aceptar que existiera una sustancia capaz de anular diabólicamente la buena voluntad ofrecimos a nuestros hijos una coartada y un papel. Coartada para la falta de virtud y papel para la falta de paradero.
Hay algo que usted sabe y parece estar olvidando constantemente. A su hijo le cuesta 20.000 pesetas el gramo de unos polvos que —según declaraciones oficiales— tienen el 5% de lo que pretenden, cuando mucho el 10%. ¿Podría padecer un marido o un hijo alcohólico si —por razones de precio y pureza— sólo lograra beber al día de anís o coñac lo que cabe en un dedal de costura? Cuando le dijera que necesitaba el dinero de la compra o el del alquiler para conseguir su dedal de licor de cada día ¿qué le respondería? Y cuando le viera morir por beberse un centilitro de eso, ¿le echaría usted la culpa al anís o al coñá en general?
Dentro de su penosa situación, señora, le sirve de consuelo pensar que la heroína es algún tipo de cuerpo maléfico que basta mirar para quedar enganchado irresistiblemente. Su hijo, un pobre incauto, quiso probar nada más y desde ese preciso instante se convirtió en víctima justificada para robar o hasta matar, y desde luego para declararse parásito perpetuo.
Pero la heroína, que sienta casi siempre muy mal las primeras veces, no empieza a adiccionar antes de pasar dos semanas usando un cuarto de gramo diario (si lo duda usted, pregunte a un médico competente). E incluso entonces, la reacción de abstinencia no resulta más incómoda que una suave gripe durante un par de días. Para adiccionarse realmente se necesitan al menos dos meses de uso cotidiano. Por otra parte, lo más probable es que su hijo no conozca realmente la heroína, sino una forma tosca y rebajada de morfina, rebajada tan brutalmente que para poder depender a nivel físico de ella necesitaría casi cuatro gramos diarios, y usted sabe que no toma más de un cuarto, cuando llega a tanto; y yo le añado que si tomase la cantidad requerida para convertirse en un verdadero adicto moriría de inmediato por efecto del sucedáneo. Extraiga usted misma las consecuencias. El esfuerzo de las autoridades por crear algo diabólico ha desembocado en la aparición de un ejército dirigido por asesinos, aunque reclutado entre farsantes e ilusos, que, a cambio del estigma y el envenenamiento con matarratas y maizena compran irresponsabilidad. El sistema vigente impone lo uno y vende lo otro. Mientras las fuerzas del orden se desmoralizan, y mientras el estado de cosas enriquece a un grupo creciente de personas que viven muy bien de defender, tratar o reprimir un mal inventado por la prohibición, usted, yo y los demás cabezas de familia somos el público que paga.
¿Qué hacer? Como los Estados prefieren seguir mintiendo, sólo nos queda defender la verdad en este asunto, tan recubierta de ignorancia e interesados mitos. La verdad, señora, es que no hay drogas buenas y malas, sino usos sensatos e insensatos de las mismas (como pasa con las armas de fuego, la energía nuclear y tantas otras cosas), que el uso sensato es infinitamente más probable cuando no hay mercado negro y que la ilegalización estimula toda suerte de abusos. La verdad es que no depende tanto de la (supuesta) heroína como de las condiciones impuestas a su consumo el que sea un vicio pagado con una abyecta vida y una abyecta muerte. La verdad es que había mil veces menos adictos-delincuentes cuando los médicos podían recetar opiáceos. La verdad es que curar la heroinomanía con metadona es como curar al alcohólico de whisky con ginebra y mucha hipocresía. La verdad es que el remedio puesto en práctica está agravando la enfermedad con ofertas de nuevos planes que son caricaturas del más fracasado y viejo, pues la receta de aumentar los castigos —incluso aplicando el de muerte— sólo logra encarecer aún más el producto, aumentando el negocio y consiguiendo que sea vendido por menores de edad, únicos irresponsables a nivel penal.
Coartada
Fíjese que tampoco sirve proponer subvenciones y empleos a las personas por el mero hecho de declararse heroinómanos. Estas medidas estimularían inmediatamente a muchos pobres, parados e infelices a poner los medios para declararse tales, multiplicando la cantidad de personas acogidas a la coartada y el papel de irresponsables víctimas. A usted y a mí nos queda el consuelo de pensar que el asunto es planetario. Pero el mal de muchos no dejará de ser consuelo para tontos. Nuestros protectores corrompen la sociedad en nombre de la salud pública, permitiendo que se venda basura a precios astronómicos, creando cofradías draculinas que dan de comer a mangantes y criminales y fundando una casta a quien la policía protege bajo la categoría de confidentes, aunque en privado les llame gusanos, por aquello de hacer posible una pesca. Es esa canalla quien controla hoy el mercado de todas las drogas ilegales.
Ya verá usted cómo en las próximas elecciones todos los partidos le piden el voto con grandes promesas, después de apoyar hace poco en las cortes aquello que hace crónico el actual estado de cosas. Quizás le he dicho cosas que preferiría no saber, que apartaría como fuere de su mente. Pero me pregunto si quienes le dicen lo que querría oír no serán quienes defienden la auténtica causa de sus desdichas.
Antonio Escohotado, El País, 23 de mayo de 1988, pág. 32
Me impresionó tanto la distribución de los organismos de las Galápagos […] y […] el carácter de los mamíferos fósiles de América […], que decidí reunir a ciegas toda suerte de hechos que pudieran tener que ver de alguna forma con lo que son las especies. He leído montones de libros de agricultura y horticultura, y no he parado de recoger datos. Por fin han surgido destellos de luz, y estoy casi convencido (totalmente en contra de la opinión con la que empecé) de que las especies no son (es como confesar un crimen) inmutables. El Cielo me libre del disparate de Lamarck de ‘una tendencia al progreso’, ‘adaptaciones debidas a la paulatina inclinación de los animales’, etc…, pero las conclusiones a las que he llegado no son muy diferentes de las suyas, aunque sí lo son por completo los instrumentos del cambio. Creo que he descubierto (¡esto es presunción!) la simple forma por medio de la cual las especies devienen exquisitamente a adaptarse a varios fines”.
Carta de Darwin a Joseph Dalton Hooker, 11 de enero de 1844
“En octubre de 1838, es decir, 15 meses después de haber iniciado mi indagación sistemática, leí por casualidad el libro de Malthus sobre la población, y como, debido a mi larga y continua observación de los hábitos de los animales y las plantas, me hallaba bien preparado para darme cuenta de la lucha universal por la existencia, me llamó la atención enseguida que, en esas circunstancias, las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las desfavorables a ser destruidas. El resultado de ello sería la formación de nuevas especies”.
Darwin, Autobiografía
José Manuel Sánchez Ron, El 'crimen' de Charles Darwin, theconversation.com 05/04/2023
Tal y como la imagen sintética es un simulacro de la realidad, los modelos de lenguaje generativo que ocupan nuestros titulares, nuestro tiempo y nuestra imaginación no son más que un simulacro de inteligencia. Se trata de un corrector de texto venido a más que, de manera ingeniosa, es capaz de generar apariencia de sentido… Nos devuelve palabras, frases o imágenes alimentadas por modelos estadísticos cuya función es la de que aumenten las posibilidades de sean comprendidas por nosotros. Aunque la máquina no entiende lo que dice, el criterio de éxito de su algoritmo radica en intentar aparentar que sí lo hace. Somos nosotros en el acto de lectura quienes dotamos del significado que carece.
Pero esta destreza técnica oculta, sin embargo, una complejidad mayor. Para poder simular sentido, el modelo bebe de un enorme volumen de textos o imágenes creadas por nosotros mismos, datos que contienen información, sabiduría, ideas, sesgos, maneras de ser, visiones del mundo, conversaciones, sueños e historias. La frase con la que responde a nuestras preguntas emerge de una lógica implícita en nuestra cultura, es una manifestación de lo que somos y sabemos.A pesar de que se trata de simples máquinas de encontrar patrones en las palabras, las palabras contienen significados. De la conexión entre significados emergen las culturas, y las culturas son el hábitat de la condición colectiva de lo humano.
Por ello, si más que la omnipotente máquina que nos prometen vemos en ella la posibilidad de navegar por el interior de nuestras culturas, de nuestras historias acumuladas en infinitas combinaciones de palabras, podemos, tal y como me resumió el mismísimo ChatGPT, “concluir que los modelos de lenguaje son una herramienta valiosa para entender y reflejar la cultura y el conocimiento colectivo”.
No sabemos qué sucederá con la inteligencia artificial (IA), si se convertirá en una amenaza o en una gran oportunidad, si nos emancipará o dominará, si se diluirá en un hype o realmente cambiará nuestra manera de trabajar y de vivir. Quizás simplemente acabe por exponer nuestras limitaciones, bajando del pedestal la supremacía de la inteligencia y la creatividad humana, quizás nos haga ver que los humanos tampoco somos mucho más que unos simples simuladores biológicos de significados dando sentido a un mundo carente de él.
El caso es que, tal como la idea del metaverso alimentó debates sobre la naturaleza de nuestra realidad, la inteligencia artificial nos pone ante un espejo y nos da la oportunidad de preguntarnos una vez más sobre la naturaleza de lo que significa ser humano.
Alberto Barrero, Máquinas de Invocar. ¿Puede la inteligencia artificial hacernos más humanos?, Retina 17/04/2023
Cuando una innovación tecnológica causa revuelo en la prensa porque, pese a las indudables ventajas que pueda traer, implica también algunos peligros y amenazas, es recurrente que algunos analistas se atrevan a sugerir la conveniencia de legislar al respecto para evitar al menos los peores escenarios que podrían darse, e igualmente recurrente son las protestas acerca de lo irrealizable o indeseable de dicha regulación. En español, la frase más repetida entonces es «no se le pueden poner puertas al campo». Recuerdo cómo, cuando saltó la noticia del nacimiento de la oveja Dolly, allá por 1996, la frase fue profusamente usada en las tertulias y entrevistas, y lo mismo cuando en 2004 un científico coreano anunció (falsamente) haber clonado embriones humanos. Una versión más sofisticada de la idea que hay detrás dice que en tecnología, lo que puede hacerse, se hará.
Es lo que en filosofía de la tecnología se conoce como «imperativo tecnológico» y da expresión breve a una doctrina que, pese a estar desacreditada en la literatura sobre el tema, sigue teniendo un fuerte apoyo en los medios de comunicación. Me refiero al determinismo tecnológico. En pocas palabras, lo que esta doctrina sostiene es que, por su propia naturaleza, la tecnología (o al menos las tecnologías más potentes) son intrínsecamente incontrolables. Solo obedecen a una lógica interna que el ser humano no tiene capacidad para reconducir. Su máximo defensor fue el filósofo francés Jacques Ellul en el libro La tecnología o la apuesta del siglo, publicado en 1954.
Nadie puede negar que la regulación del desarrollo tecnológico no es fácil. No es como regular la conducta apropiada en una residencia universitaria, pero esto no significa que no sea factible y conveniente. Como argumentó hace ya más de dos décadas el filósofo finlandés Ilkka Niiniluoto, lo contrario del determinismo, que sería algo así como un «voluntarismo ingenuo» no resulta plausible. La tecnología presenta sus «imperativos», pero son imperativos condicionados a valores y deseos, y podemos desobedecerlos o cambiarlos.
Se ha dicho, por ejemplo, que estas reacciones precautorias se basan en un miedo irracional a una nueva tecnología, como ha sucedido siempre en el pasado. No son más que una muestra de conservadurismo, que, además, retrata un panorama apocalíptico que nunca se va a producir.
A esto yo respondería que también el pasado nos ha mostrado suficientemente que no toda innovación tecnológica es necesariamente un progreso, o bien que trae aparejadas consecuencias indeseables que es importante evitar o paliar. Los indudables beneficios no anulan los perjuicios. Yo estoy de acuerdo en que los escenarios apocalípticos, tipo Terminator, que algunos dibujan son bastante improbables, pero se crea o no en la posibilidad futura de una Superinteligencia Artificial General, el desarrollo de la IA presenta ya efectos negativos que conviene regular.
Se dice, y con esto acabo con las objeciones, aunque sé que hay muchas más, que las ventajas de la IA serán mucho mayores que los inconvenientes, que la IA no tiene nada que ver con tecnologías más preocupantes o peligrosas como la energía nuclear. Muy bien, supongamos que sea así. En tal caso, no habrá ningún problema en que preveamos algunas posibles consecuencias negativas, aunque sean pocas e improbables, para tratar de evitarlas.
Y ahora, para terminar, hago yo una pregunta: ¿Cuál es la alternativa? ¿Dejamos que las grandes compañías tecnológicas y los poderes económicos decidan por nosotros sin ninguna cortapisa, con nuestra bendición además? La plausibilidad inicial del determinismo tecnológico debe ser puesta en contraste con un hecho que, si bien no lo convierte en falso, sí que al menos debería prevenirnos contra su aceptación pasiva: el determinismo tecnológico es paralizante. Conduce a la inacción e impide que tomemos las decisiones adecuadas ante los graves desafíos que se nos presentan. Al admitir que todo lo que pueda hacerse técnicamente se hará tarde o temprano, sea cual sea nuestro juicio sobre ello, lo que indirectamente se sugiere es que hemos de estar preparados para asumir cualquier resultado posible y que nuestros deseos o la calificación moral que nos merezcan los resultados de la tecnología están aquí fuera de lugar. No me parece una posición muy razonable.
Antonio Diéguez, Respuesta a las objeciones contra la regulación de la IA (y de la tecnología en general), jotdown 11/04/2023
... se ha probado que nuestro hipocampo sufre con la nueva tecnología digital. La neurocientífica Eleanor Maguire descubrió que los taxistas londinenses que han memorizado el trazado de 25.000 calles conocido como “el saber” desarrollaron más materia gris en sus hipocampos. Algunos estudios apuntan a que a las generaciones con GPS nos podría estar pasando lo contrario. En Londres, la gente que desanda las calles que ya ha recorrido previamente no pone en marcha el sistema de navegación del cerebro cuando sigue las instrucciones de un GPS. “Si piensas en el cerebro como un músculo, hay algunas actividades, como aprenderse el callejero de Londres, que equivalen a levantar pesas —dijo uno de los principales autores del artículo, Hugo Spiers—, y a partir de nuestros hallazgos podemos afirmar que no ejercitamos estas partes del cerebro cuando usamos un navegador”.
Deirdre Mask, Los taxistas que memorizaban calles desarrollaban más materia gris, El País 10/04/2023
La llegada de la fotografía en el siglo XIX sacudió los cimientos del Arte que hasta ese momento tenía el monopolio de la representación del mundo. De un día para otro apareció una nueva tecnología capaz de documentar nuestra realidad de forma aún más precisa y eficiente, cambiando para siempre el rol asignado a los artistas y el sentido otorgado al Arte.
Lejos de acabar con él, la invasión del que era su espacio natural obligó al Arte a transformarse, a ir más allá de la representación para encontrar nuevas formas emancipadas, propias, creativas y maduras de ser. En pocos años el realismo naturalista dejó paso al impresionismo, al expresionismo y al arte abstracto. El Arte se convirtió en vanguardia, en exploración, en expresión, en manifestación e ideología de la incipiente Modernidad.
Nos encontramos ante un escenario parecido, el símil entre lo que aconteció entonces y el momento actual es pertinente. La Inteligencia Artificial es una tecnología emergente que viene a invadir un espacio hasta ahora reservado a lo que creíamos eran habilidades únicas e irreplicables del ser humano.
Se trata de una tecnología que, en caso de consolidarse, nos obligará a reinventar nuestra manera de trabajar, de hacer, de tomar decisiones, de organizar la sociedad, de crear, de pensar, aprender o de incluso ser.
Por ello, para anticipar un posible escenario en el que nos vemos destronados por las máquinas, expulsados una vez más de nuestro centro, en lugar de enredarnos en discutir sobre el valor o no de la Inteligencia Artificial, podríamos comenzar a especular sobre el aspecto que tendría esa potencial inteligencia humana reinventada y emancipada.
¿Quiénes serán vanguardia en esta nueva era, como lo fueron los impresionistas en su tiempo? ¿Cómo podemos abordar el pensamiento y la innovación desde una perspectiva más conceptual, al igual que lo hicieron los dadá y los surrealistas? ¿Cuál será el nuevo lienzo en el que despleguemos nuestra imaginación y construyamos el futuro?
Dicho de otro modo, ¿cuál será el territorio liberado en el que el pensamiento y la creatividad humana puedan florecer?
Alberto Barrero, Máquinas de Invocar. ¿Puede la inteligencia artificial hacernos más humanos?, Retina 17/04/2023
Herbert Marcuse fue tal vez el filósofo más popular e influyente en los años sesenta y setenta del siglo pasado, al calor de los movimientos contraculturales y de la llamada Nueva Izquierda. ¿Por qué hoy su lectura ha decaído?
Aventuramos lo siguiente: el declive del interés por Marcuse es paralelo al declive de la capacidad utópica de las sociedades. Es decir, al triunfo de lo que hoy se denomina “realismo capitalista” y que viene a repetirnos lo siguiente: lo que hay es lo que hay.
Asombra, a cien años de los descubrimientos de Freud, la cantidad de sociología supuestamente crítica que se desarrolla como si la vida de los seres humanos transcurriese enteramente en el ámbito de lo explícito y transparente, de lo racional y consciente, de la mera pertenencia a la clase social y sus intereses.
Marcuse piensa no sólo a partir de Marx, sino también de Freud. Acepta que el ser humano es ante todo un animal deseante constituido estructuralmente por dos pulsiones –de vida y de muerte, Eros y Tánatos– abiertas a la sociedad y la historia, es decir, cuyos objetos y canalizaciones cambian en cada época.
Sólo en ese engarce entre lo psíquico y lo social podemos penetrar en el secreto de la “servidumbre voluntaria”: ¿por qué los seres humanos luchan por su esclavitud como si se tratase de su salvación? Las revoluciones no sólo son vencidas desde fuera, sino también desde dentro. Conocen, dice Marcuse, su propio “Termidor psíquico”.
Lo que el filósofo alemán encuentra en la socialización bajo el sistema capitalista es un “exceso de represión” que conlleva una mutilación severa de la sensualidad y el principio de placer. El cuerpo y sus pulsiones son vistas con desconfianza por la tradición occidental en general, como aquello que hay que reprimir para fabricar seres humanos que giren esencialmente en torno a la necesidad de trabajar.
Si esa “represión sobrante” tuvo alguna vez razón de ser, por motivos de la lucha por la existencia, desde luego ya no es así. Hay una abundancia material que no sólo podría ser mejor distribuida, sino también servir como base al deseo de una vida distinta, cuyos valores centrales no fuesen la productividad, el rendimiento y la competencia.
Entre los objetivos principales de los movimientos políticos según Marcuse está por tanto la reactivación de la sensualidad y el placer como modos de relación con el mundo. ¿Cómo nos suena hoy esto? ¿Es una proclama hedonista como las que solemos escuchar de boca de una política neoliberal como Isabel Díaz Ayuso?
Nada que ver. Nuestras sociedades están enganchadas al goce del consumo: formas de adicción y compulsión, satisfacciones sustitutivas y compensatorias de una vida mutilada. Todas las grandes industrias de nuestro mundo –desde el turismo a los estupefacientes, pasando por la bebida, el sexo o el deporte– son negocios, no del placer, sino del tranquilizante, del alivio y el desahogo. Taponan por un momento el pozo sin fondo de la insatisfacción.
El principio de realidad sigue comandado por mandatos: ayer, el mandato superyoico de la autoridad, la religión o la moralidad que dice “no hagas”; hoy, el imperativo superyoico del rendimiento, productividad y competencia que dice “¡haz!”. Los dos, en tanto que mandatos, igual de mortificantes. De ahí la necesidad de pulsiones compensatorias.
La liberación de la sensualidad y del placer, la fuerza de Eros, no tiene nada que ver con el incremento de las oportunidades de consumo o de encuentros sexuales (a menudo lo mismo), sino con la activación de una relación amorosa con el mundo: trabajo creador y no alienante, tiempo libre autónomo, relación de cuidado con el entorno natural y social.
Sólo la derrota política de los proyectos colectivos de los años sesenta y setenta explican que hoy se reduzca la liberación de Eros a un problema de elecciones personales y privadas: poliamor, crítica de la monogamia, multiplicación de partenaires sexuales, etc. Para los movimientos contraculturales se trataba de “hacer el amor” con el trabajo, la ciudad y el cosmos. Reinventar la relación con la realidad entera desde un vínculo sensible. Lo que Marcuse llamaba “sublimación creadora”, distinta a la sublimación represiva o compensatoria.
Pero el cuerpo pulsional no es sólo Eros, sino también Tánatos: energía destructiva, agresividad, instinto de muerte. Marcuse acepta esta dualidad freudiana de los principios pulsionales y concluye: sólo Eros puede sujetar a Tánatos, sólo la fuerza de Eros es capaz de poner a Tánatos a trabajar a su servicio, como energía agresiva de defensa o resistencia.
Una sociedad que reprime a Eros está condenada a ver reproducirse por todos lados la lógica y la pasión del sacrificio: de la naturaleza, de los vínculos sociales y de la propia vida. Sólo la reactivación de las energías eróticas puede sustraer a los fascismos de ayer o de hoy el combustible afectivo que precisan. El deseo es el campo de batalla.
Política es terapia social: reactivación y recapacitación de las capacidades eróticas y deseantes del ser humano.
Amador Fernández-Savater, Erótica, estética, revolución: las utopías concretas de Herbert Marcuse, Lobo suelto 03/04/2023
Mientras vivimos, todo en nosotros y a nuestro alrededor (el color del cielo, el calor del aire, las sensaciones y los sentimientos) cambia sin cesar. Lo que le falta a la vida es la unidad, la congruencia, la estabilidad, el sentido. Preocuparse por la muerte es preocuparse por ese sentido. Sin esta inquietud, la vida no sería más que una secuencia disparatada de episodios incoherentes.
A la unidad de sentido de la vida un griego puede llamarla “alma” (psykhé). Quien filosofa se ocupa no de la vida y el “cuerpo” (lo que cambia, confunde y zarandea), sino de la muerte y el “alma”, nombre de la separación y el desprendimiento frente a lo primero. La filosofía, como el arte, se aparta de la vida para comprehenderla.
Fedón recuerda que en mitad de aquellos discursos tan valientes se hizo un largo silencio. Los cisnes, dijo Sócrates, cantan sus cantos más bellos en la antesala de la muerte. Y no son cantos de tristeza, como cree la mayoría, sino de gozo.
Fedón confiesa que nunca la admiración por Sócrates le sobrecogió tanto como en aquel momento. Los animaba a no desfallecer y mantener viva la llama de las conversaciones mientras acariciaba su cabeza y jugaba con su pelo: “Mañana, Fedón, te cortarás quizá esta bella melena. O tal vez no, si me haces caso”.
Es entonces cuando los discursos se hacen más que nunca ensalmos, hechizos, encantamientos; historias y cuentos capaces de consolar al niño lloroso que en nosotros sigue temiendo la muerte.
Aída Míguez Barciela, Sócrates, la muerte y la filossofía: sobre un diálogo de Platón, theconversation.com 09/04/2023
Acuñado por el crítico de tecnología Evgeny Morozov, el término solucionismo tecnológico es la creencia errónea de que podemos hacer enormes progresos para mitigar dilemas complejos hasta solucionarlos en su totalidad, si reducimos sus elementos centrales a problemas de ingeniería más simples. Esto es atractivo por tres razones. En primer lugar, es psicológicamente consolador. Se siente bien pensar que, en un mundo complicado, los grandes retos se pueden solucionar de forma fácil y directa. En segundo lugar, el solucionismo tecnológico es económicamente atractivo. Promete una accesible, aunque no barata, solución milagrosa, en un mundo con recursos limitados para abordar muchos problemas apremiantes. En tercer lugar, el solucionismo tecnológico refuerza el optimismo en torno a la innovación, en particular la idea tecnocrática de que los enfoques de ingeniería para la resolución de conflictos son más efectivos que las alternativas que tienen dimensiones sociales y políticas.
Pero si suena demasiado bueno para ser verdad –¡un nuevo final para una mala serie!–, sabemos que probablemente lo sea. El solucionismo no funciona porque tergiversa los problemas y malentiende sus causas. Los solucionistas cometen estos errores porque descartan o minimizan la información crítica, que muchas veces tiene que ver con el contexto. Para obtener esa información, es necesario escuchar a las personas que tienen los conocimientos y la experiencia relevantes.
El solucionismo es un componente crucial de la forma en que las grandes empresas tecnológicas venden sus visiones sobre innovación al público y a los inversionistas. Cuando Facebook se convirtió en Meta y comenzó a anunciar su viraje hacia la realidad virtual, lanzó un costoso e inesperadamente deprimente comercial en el Super Bowl, que transmitía el mensaje de que la realidad física está rota y que la solución a todo lo que nos acongoja se puede encontrar en las alternativas virtuales. El mensaje tuvo un gran impacto, y hoy tenemos a las fuerzas policiales sugiriendo que el metaverso es “una solución en línea para el problema de reclutamiento de las fuerzas policiales” porque va a permitir a los potenciales reclutas tener experiencias inmersivas como manejar vehículos policiales y resolver casos. Al mismo tiempo, Meta está haciendo movimientos que revelan que su solucionismo es una estrategia de relaciones públicas. A pesar de que la compañía era optimista con Horizon Workrooms, un producto del metaverso que permite a los equipos colaborar en realidad virtual, Mark Zuckerberg ha hecho un cambio de 180 grados al permitir que los empleados de Meta continúen trabajando de manera remota. También está dando señales de un cambio en las prioridades de la empresa, del metaverso a la inteligencia artificial.
Ahora el solucionismo es parte del actual ciclo de publicidad y exageración en torno a la inteligencia artificial. Aunque no hay duda de que los nuevos productos de inteligencia artificial van a afectar de manera significativa la forma en la que trabajamos, socializamos y jugamos, también es cierto que nos estamos ahogando en un mar de hipérboles. Tanto así, que la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos ha intervenido para advertir que está preocupada por las exageraciones de las compañías sobre lo que sus productos de inteligencia artificial son capaces de hacer. “Todo este revuelo por la inteligencia artificial se ha extendido a muchos productos hoy en día, desde juguetes hasta autos, pasando por chatbots y muchas cosas de por medio”, escribe la agencia.
Evan Selinger, El espejismo que hay en el boom de la inteligencia artificial, Letras Libres 05/04/2023
Como tantos otros científicos relevantes en la historia de Occidente, Einstein no creía en un dios antropomorfo, personal o individual, como ocurría también en el caso de Spinoza. De hecho, el panteísmo de ambos es una manera de rechazar las creencias antropomorfas propias de colectivos infantilizados que proyectan en el ámbito de lo divino sus anhelos y construyen una realidad paralela en el plano de lo sagrado. Se trataría, como señaló también Feuerbach, de un constructivismo religioso: elaboramos nuestra representación de lo divino a partir de los fenómenos de la naturaleza. Un dios humanizado, con grandes barbas y pasiones humanas, no tendría ningún sentido tanto para Spinoza como para Einstein.
Ya Jenófanes en el siglo IV a. C dijo: «Chatos, negros: así ven los etíopes a sus dioses. De ojos azules y rubios: así ven a sus dioses los tracios. Pero si los bueyes y los caballos y leones tuvieran manos, manos como las personas, para dibujar, para pintar, para crear una obra de arte, entonces los caballos pintarían a los dioses semejantes a los caballos, los bueyes semejantes a bueyes, y a partir de sus figuras crearían las formas de los cuerpos divinos según su propia imagen: cada uno según la suya».
Es por ello que un dios real (racional) jamás podría atenerse a un paradigma antropomorfo, y es por eso que tanto Spinoza como Einstein, dos referentes racionalistas –aunque creyentes–, adoptaron el modelo panteísta como más aceptable en términos de pensamiento. Esto se traduce en el hecho de que un dios pasional y caprichoso, inestable, no representa aquella realidad con la que se topa el científico, a la busca de leyes estables e inmutables que habrían sido las mismas desde origen de los tiempos como fruto de esa natura naturans. Sería, así, un ente despersonalizado, creador y contenedor de todo lo real, ese concepto de naturaleza que tanto el tiempo de Spinoza como el de Einstein (o el nuestro) defienden.
Iñaki Domínguez, El Dios de Spinoza, ¿el Dios de Einstein?, ethic.es 08/09/2022
Tecnología y progreso no son sinónimos. Sin embargo, en Occidente la asociación entre ambos es tan estrecha que, por regla general, actuamos como si fuera así. Por eso, cuando escuchamos afirmaciones tales como “la digitalización ha llegado para quedarse” o “la inteligencia artificial (IA) es inevitable”, las aceptamos casi sin cuestionamiento o contestación. Porque ¿quién en su sano juicio querría ir contra el progreso? Nadie. ¿Qué futuro imaginable no tiene a la tecnología como protagonista? Ninguno.
Con estas preguntas no pretendo hacerles creer que tengo alguna inquina personal contra la tecnología. Yo también coincido en que la tecnología (y la ciencia) han sido esenciales para alcanzar los niveles de bienestar de los que gozamos en Occidente, y considero, sinceramente, que pueden seguir haciendo nuestras vidas mejores. Ahora bien, también creo que deberíamos ser más precavidos y reflexivos al depositar gran parte de nuestras esperanzas para la construcción de un futuro mejor en un desarrollo tecnológico que, en muchos casos, parece avanzar sin nadie a los mandos. Y es que ni la IA ni ninguna otra tecnología nos dirigirán, por sí mismas, hacia ningún lugar o tiempo que sea digno de ser calificado como progreso.
La IA, al igual que las demás tecnologías, es un producto social y, por tanto, su diseño, construcción y uso se encuentran plagados de condicionantes políticos. No reconocerlo significa blanquear la tecnología y hacerla pasar por neutra para que los que ejercen el poder a través de ella puedan seguir haciéndolo sin posibilidad de contestación. Admitir la naturaleza social y política de la IA es el primer e ineludible paso para poder retomar el control de estas tecnologías y, con ello, tener la posibilidad real de construir un futuro mejor.
Lucía Ortiz de Zárate, El divorcio entre tecnología y progreso ..., Retina
El objetivo de [Metaphysic] es aplicar nuestra tecnología a todo lo relacionado con la interacción humana con la tecnología, cada pantalla que se mira, cada cosa que se hace en internet. Nos centramos en cómo nuestra tecnología va a cambiar nuestra interacción con todo eso, con es todo lo que hacemos fuera del mundo real físico, y extender el mundo real. Hablamos de extender la realidad. Cuando algo parece tan real que en tu mente se convierte en realidad.
Es entretenimiento, sí, pero también se aplica a todas las facetas de la existencia humana. Estamos empezando a desvincular la experiencia humana del lugar y el momento en que ocurre. Su localización y su momento en el tiempo.
Por ejemplo: Podrás capturar datos de tus experiencias en el mundo real. Puede que sea la fiesta del quinto cumpleaños de tu hijo. Puedes capturar ese momento [en un modelo neuronal]. En el futuro, podrás almacenar ese gran acontecimiento de tu vida en tu catálogo de acontecimientos vitales, para después descargarlo, renderizarlo con IA y revivir por completo esa experiencia exactamente con la misma fidelidad de la experiencia original que viviste la primera vez que estuviste allí.El liberalismo entiende la ‘esfera pública’ como «isegoría», la posibilidad de la comunicación política justamente distribuida. Se define como un espacio de discusión y deliberación colectiva sobre cuestiones de interés general, siendo la búsqueda del consenso el objetivo fundamental de las perspectivas democrático/deliberativas. De ahí la preocupación por la calidad de la conversación pública, por un sistema de comunicación racional y un lenguaje público, transparente y compartido. A través del intercambio de razones con los otros, guiados por la fuerza no forzada del mejor argumento, tratamos de encontrar el mejor argumento público. Desde una comprensión idealista de la comunicación humana, se señala el carácter virtuoso de los procedimientos deliberativos. Es posible alcanzar un lenguaje de significados compartidos y libre de elementos coercitivos. Por eso la univocidad es la precondición de la comunicación pública. A través de ella los sujetos forjan el consenso sobre las estructuras del mundo y buscan una sociedad justa e ideal.
Esta concepción de la esfera pública y del lenguaje contiene implícita una antropología y una metodología: el individualismo metodológico. Considera al individuo el actor político fundamental, el punto de partida de lo político, un sujeto dotado de racionalidad que le permite alcanzar acuerdos. La mirada liberal no atiende a los procesos de subjetivación, esto es, de construcción de los sujetos, pues los sujetos son ya individuos con racionalidad. Por ello es posible un diálogo intersubjetivo entre ciudadanos libres, a través de una argumentación racional, entre individuos con una igual competencia político-moral. Esta concepción de la esfera pública pivota sobre la legitimación procedimental que otorga una forma colectiva a la toma de decisiones. Y las instituciones público/discursivas son las garantes de una isegoría reducida a procedimiento como fundamento de las democracias representativas.
Pensar la esfera pública como un procedimiento abstracto, ideal y formal en el que cualquier conflicto social queda subsumido dentro de un equilibrio estable; como el lugar de encuentro de los individuos y sus intereses privados; y como espacio en el que no existen relaciones de fuerza ni de dominación como modo de organizar la sociedad, es una visión limitada y sesgada. Una concepción plebeya de la esfera pública ha de someter a sospecha el énfasis liberal en la deliberación pública, criticar la legitimidad de las mediaciones que se proponen y quebrar el objetivo velado que aquí se esconde: lograr la impunidad ilocucionaria y la salvaguarda de la autoridad y las credenciales epistémicas de los privilegiados lugares de enunciación que se ocupan.
Antonio Gómez Villar, El lamento hipócrita del "ofendido" liberal, catalunyaplural.cat 11/04/2023
Todos comienzan a filosofar –escribe Aristóteles en su Metafísica- movidos por interrogación de si las cosas son como parece que son, como ocurre con los que contemplan los autómatas de los ilusionistas. Alejandro de Afrodisia explicó este pasaje asegurando que Aristóteles llamaba admirables a los muñecos que parecen moverse por sí mismos, automáticamente.
El postureo moral es la traducción (propuesta por el filósofo Antonio Gaitán) de “moral grandstanding”, un concepto acuñado por los pensadores estadounidenses Justin Tosi y Brandon Warmke. Este término, que también se puede traducir por “exhibicionismo moral”, hace referencia a los discursos exagerados e hipermoralistas que se hacen con la intención de señalar afinidad o pertenencia a un grupo. Es decir, para señalar que somos “de los buenos” y para que se nos reconozca como moralmente respetables.
En el postureo moral hablamos de discursos con una indignación impostada o fuera de tono, como en este ejemplo parcialmente exagerado. El objetivo no es exponer razones, alimentar un debate o llegar a acuerdos con los demás, sino que los interlocutores (o seguidores en redes sociales) puedan ver que estamos en el bando que consideramos correcto. Y, a veces, señalar a quien está en ese bando contrario. Es exhibición y no debate.
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Aquella opinión, erróneamente adjudicada a Darwin, de que solo sobrevive quien más compite, era en realidad una frase de Herbert Spencer para caracterizar ese mundo regido por la competición implacable y despiadada que está en el origen de la desigualdad. Hay quien ha propuesto que sería más coherente con el pensamiento de Darwin hablar de la supervivencia del más amable, ya que la cooperación, más que la competición, es lo que ha hecho posible los éxitos de nuestra especie. Los antepasados de la humanidad que mejor han logrado sobrevivir habitaban en comunidades unidas y solidarias. El prestigio de la lógica combativa es inmerecido y tampoco sirve para la supervivencia política.
Daniel Innerarity, La cordialidad política, El País 23/03/2023
Percibimos la presencia de un poder inaccesible, sin nombre ni rostro. Si hay un problema, la respuesta siempre es: “Lo decidió Europa”. O: “Hay que hacerlo así, son las reglas del mercado”. Y es automático imaginar la política como un dispositivo de poder.
El complotismo és un arma de despolitización de masas. El complotista estándar se sienta en el ordenador e intenta crearse una información él mismo, pero al final se entrega a su impotencia. Intenta desenmascarar ese poder, pero en realidad se entrega a una pasividad.
El complotismo no es una duda legítima, sino una que se transforma en dogma sin interés en verificarla. No hay coordinación de la rabia, de la voluntad de cambiar.
(El complotismo moderno nace en ) Un punto de inflexión fue la caída de las Torres Gemelas. Por un lado, por no lograr ya descifrar la historia, entender lo que vendrá. Desaparece la idea del progreso que guio la modernidad, la idea de ir siempre a mejor. Ahí comienza el resquebrajamiento del siglo XXI, la desorientación y el desconcierto. Lo que viene en los siguientes 20 años es un cisne negro tras otro: la crisis económica, la guerra, la pandemia… Cunde la idea de que desaparece el progreso. Y ante ese escenario trágico, la tentación es el atajo e interrogarse sobre quién rige nuestro destino y mueve los hilos del orden mundial.
Hay un complotista en cada uno de nosotros. Pero el complotismo nos entrega a esa pasividad que termina premiando a las fuerzas políticas reaccionarias que apelan al resentimiento.
Italia es la tierra de los complots. Por su historia entremezclada, hecha de intrigas, el país de Maquiavelo. Casi todo lo relevante que ha sucedido en los últimos años se fundamenta en un secreto. Y todos estos casos influyen en el alejamiento ciudadano de la política.
Es muy importante el nexo entre complotismo y populismo. La idea sustancial es que el pueblo ha sido engañado y llega un profeta que enciende la luz y dice que la democracia es una estafa.
Daniel Verdú, entrevista a Donatella Di Cesare: "Hay un complotista en cada uno de nosotros", El País 27/03/2023
La teoría de la guerra justa ocupa gran parte del debate contemporáneo sobre conflictos bélicos desde que el filósofo estadounidense Michael Walzer publicara Guerras justas e injustas en 1977. Su idea es que en algunos casos, como la Segunda Guerra Mundial, la respuesta armada está justificada y puede incluso ser necesaria, pero se han de dar una serie de circunstancias que la permitan. Es decir, Walzer coloca la ética en el centro de la reflexión sobre la guerra, y no el poder.
Los teóricos de la guerra justa distinguen entre:
1) ius ad bellum: las causas para justificar el inicio de la guerra. Tradicionalmente son seis:
2) ius in bello: las causas para justificar una acción concreta durante el conflicto:
3) ius post bellum, o qué hacer una vez termina el enfrentamiento.
Por supuesto, no se trata de ver si se cumplen todos estos criterios o no: "Uf, solo reúne cuatro, su guerra es injusta". Estas variables proporcionan un marco de análisis que se ha de usar de modo crítico, para no tragarse la propaganda de quien quiere defender su guerra y, también, para no caer en el error de pensar que todas las guerras en las que participamos son justas.
Jaime Rubio Hancock, ¿Hay guerras justas?, Filosofía inútil 27/04/2023
Del mateix autor podem llegir ¿Se puede responder a Putin desde el pacifismo?
... no cabe duda de que ChatGPT ha superado el test de Turing. El gran matemático británico Alan Turing, pionero de la computación y la inteligencia artificial, propuso en 1950 que una máquina sería inteligente cuando pudiera hacerse pasar por una persona en una conversación a ciegas. Los textos que produce ChatGPT pueden parecer más o menos atinados, pragmáticos o fantasiosos, pero resulta francamente difícil distinguirlos de lo que diría un Homo sapiens en su lugar. Si le preguntas por qué hay algo en lugar de nada —una pregunta sin respuesta—, empieza por reconocer que se trata de una cuestión muy profunda y luego te da media verónica y acaba respondiendo a otra cosa. Es exactamente lo que haría una persona, y el test de Turing queda, por tanto, superado.
Pero ¿es eso inteligencia? ¿O solo la finge? Sabemos a estas alturas que ChatGPT compone cuentos infantiles y artículos académicos, cuenta chistes, escribe códigos de computación y aprueba la selectividad. El psicólogo clínico Eka Roivainen ha sometido al pobre ChatGPT a una prueba de CI (cociente de inteligencia) como las que hace a sus pacientes en un hospital finlandés. Ha usado el test más común (Wechsler, o WAIS), donde la media humana es de 100, el 10% de la gente alcanza 120, y el 1% más listo llega al 133. ChatGPT ha sacado un 155. Solo el 0,1% de los humanos se le pueden comparar. Eso son 50.000 personas en España, 3.000 en Madrid, 200 en Carabanchel y ninguna en mi casa, redondeando un poco. Planazo.
Ya sé lo que estás pensando: que el CI no mide la inteligencia, ¿no? Es lo que hacemos siempre los humanos en nuestra guerra no declarada contra las máquinas. Si Deep Blue gana a Kaspárov, concluimos que el ajedrez no es un signo de inteligencia. Si una máquina supera el test de Turing, no tiramos a la basura nuestra soberbia, sino el test de Turing. Si ChatGPT tiene un CI como para ingresar en el club Mensa, será que el CI no mide la inteligencia, sino alguna otra cosa que no sabemos lo que es. Cualquier cosa menos admitir que una máquina nos supera en alguna actividad intelectual.
Javier Sampedro, En la mente de la máquina, El País 30/03/2023
La temperatura es en realidad una medida de la velocidad de las moléculas del aire que hay en nuestra atmósfera o de los átomos en las nubes de gas que dan lugar a estrellas. Y aquí introducimos lo que necesitábamos para seguir nuestra historia de que las cosas caen. Las cosas caen, cada vez van más rápido, así que su temperatura incrementa. Y si la temperatura de un gas incrementa, ¿cómo se pueden formar nubes frías? Sin nubes frías no pueden existir zonas donde el material se vuelva más denso, y esto es algo necesario para formar estrellas o planetas.
Volviendo a la Tierra, lo que se cae gana velocidad —energía cinética se dice— y el resultado final, sepa caer como la patinadora o no, es frenar su movimiento con un choque contra la superficie del planeta. A no ser que su energía sea suficientemente alta, el resultado del choque será que toda esa energía que llevaba se convertirá en deformación, vibración (y por tanto sonido), calor... Es decir, en transferencia de energía a los átomos del suelo y del objeto que cae, que se moverán más rápido, tanto que quizás ya no puedan macroscópicamente dar cuenta de un sólido, sino pasar a estado líquido (donde los átomos o moléculas se mueven más) o incluso gaseoso.
Pablo G. Pérez González, ¿Cómo llegaron hasta aquí nuestros átomos?, El País 30/03/2023
Como la cuerda que tira de la cometa, la consciencia dirige el proceso, pero debe permitir la suficiente holgura para que el ingenio levante el vuelo. Por eso los métodos para conseguir eficacia creativa proponen —usando ardides de uno u otro cariz— que la frecuencia cerebral se sitúe en un estado alfa, de relajada consciencia. Aunque debemos permanecer atentos, porque si la consciencia mengua en exceso, caemos dormidos. Y, eliminada por completo la tensión, la cometa vuela sin control fabricando imágenes imprevisibles (sueños). El estado creativo óptimo es pues el de una consciencia discretamente atenuada, que permita un oscilante tira y afloja sobre la memoria. Y los caminos para alcanzarlo actúan primero sobre nuestro organismo físico y, en segunda instancia, sobre nuestras frecuencias cerebrales.
Carlos García-Delgado, El momento eureka: las mejores ideas aparecen cuando desconectas, El País 31/0372023
Hasta el presente, todos los logros en el campo de la inteligencia artificial han sido en el desarrollo de lo que se conoce como “inteligencia artificial particular”, específica o estrecha. Es decir, en la creación de sistemas computacionales que despliegan una gran capacidad, superior incluso a la humana, para realizar tareas muy específicas y bien definidas. Por ejemplo, jugar a un juego con reglas fijas (ajedrez, go, damas, videojuegos), responder a preguntas de cultura general, realizar diagnósticos médicos precisos (enfermedades infecciosas, tipos de cáncer, medicina personalizada), reconocer caras y otras imágenes, procesar e interpretar la voz humana, traducir de un idioma a otro.
En realidad, una parte sustancial de lo que hoy llamamos inteligencia artificial son sistemas de minería de datos, llamados así porque son capaces de analizar cantidades masivas de datos y obtener de ellos patrones desconocidos y lo que podríamos considerar como conocimiento nuevo sobre esos datos.
Por impresionantes que sean estos logros, estas tecnologías no alcanzan la versatilidad y flexibilidad de la inteligencia humana. Los sistemas más inteligentes de los que disponemos en la actualidad no pueden ser utilizados con eficacia en tareas diferentes a aquellas para las que fueron programados. Hay quienes piensan que ni siquiera los deberíamos llamar inteligentes, puesto que la única inteligencia que aparece en ellos es la del programador humano o la de los seres humanos en cuyo contexto social estos sistemas cumplen alguna función.Creo que, para analizar las consecuencias posibles de la inteligencia artificial, tanto favorables como desfavorables, discutir si se trata de inteligencia genuina, similar a la humana, con posibilidad de ser consciente o no, es desviar el foco del auténtico problema.
Lo que me parece que debería preocuparnos ahora no es si podremos crear inteligencia similar a la humana o superior, sino qué podrán hacer con nosotros las máquinas que creemos en el futuro, si es que estas tienen capacidad para tomar decisiones que se consideren en la práctica como inapelables en su autoridad. No es cómo piensen esas máquinas lo que importa, es cómo actúen, puesto que serán agentes con una cierta autonomía, y, sobre todo, cómo las insertaremos en nuestra ordenación social.
Lo relevante en todo esto será que los seres humanos acepten sin supervisión las decisiones que forjen dichas máquinas, así como las consecuencias que esas decisiones puedan tener sobre nuestras vidas, sobre todo si el propio ser humano cede el control.
En definitiva, es necesario promover instituciones y procedimientos que faciliten la defensa de los derechos de los ciudadanos frente a los riesgos potenciales de la inteligencia artificial, como, por ejemplo, la defensa del derecho a la privacidad, así como comenzar a pensar en los requisitos que serían fundamentales para un control efectivo de la IA, porque frente a lo que algunos nos dicen, no hay a priori ninguna razón incontestable para aceptar que el problema del control de la IA sea irresoluble.
Antonio Diéguez Lucena, En el control de la inteligencia artificial nos jugamos el futuro, the conversation 08/04/2023
En realidad, lo que hoy llamamos “inteligencia artificial” no es ni artificial ni inteligente. Los primeros sistemas de IA estaban muy dominados por reglas y programas, de modo que, por lo menos, la palabra “artificial” estaba justificada. Pero los sistemas actuales, como el ChatGPT que tanto gusta a todos, no se basan en reglas abstractas, sino en el trabajo de seres humanos reales: artistas, músicos, programadores y escritores, de cuya obra creativa y profesional se apropian esos sistemas con la excusa de querer salvar la civilización. En todo caso, es una “inteligencia no artificial”.En cuanto a “inteligencia”, el interés primordial de la Guerra Fría, que financió gran parte de los primeros trabajos en IA, influyó enormemente en el sentido que le damos. Es el tipo de inteligencia que sería útil en una batalla. Por ejemplo, lo mejor de la IA actual es su capacidad de buscar patrones. No es extraño, puesto que uno de los primeros usos militares de las redes neuronales —la tecnología en la que se basa ChatGPT— fue la detección de barcos en fotografías aéreas.
Sin embargo, muchos críticos han señalado que la inteligencia no consiste solo en buscar patrones o seguir reglas. También es importante la capacidad de generalizar. La obra de Marcel Duchamp Fuente, de 1917, es un buen ejemplo. Antes de Duchamp, un urinario no era más que un urinario. Pero Duchamp cambió la perspectiva y lo convirtió en una obra de arte. En ese momento, estaba generalizando sobre el arte.Cuando generalizamos, la emoción anula las clasificaciones arraigadas y aparentemente “racionales” de las ideas y los objetos cotidianos. Deja en suspenso las operaciones habituales, casi maquínicas, de búsqueda de patrones. No es algo que convenga hacer en medio de una guerra.
La inteligencia humana no es unidimensional. Se apoya en lo que el psicoanalista chileno Ignacio Matte Blanco denominó bilógica: una fusión entre la lógica estática y atemporal del razonamiento formal y la lógica contextual y muy dinámica de la emoción. La primera busca las diferencias; la segunda las borra a toda velocidad. Nuestra mente sabe que el urinario está relacionado con el retrete; nuestro corazón, no. La bilógica explica cómo reorganizamos las cosas prosaicas de maneras nuevas y esclarecedoras. Todos lo hacemos, no solo Marcel Duchamp.La IA no podrá hacerlo porque las máquinas no pueden tener un sentido (no un mero conocimiento) del pasado, el presente y el futuro. Sin ese sentido, no hay emoción, lo que elimina uno de los componentes de la bilógica. Como consecuencia, las máquinas siguen atrapadas en la lógica formal singular. Así que a eso queda reducida la parte de “inteligencia”.
ChatGPT tiene su utilidad. Es un motor predictivo que también puede servir de enciclopedia. Cuando se le pregunta qué tienen en común un botellero, una pala de nieve y un urinario, responde acertadamente que son objetos cotidianos que Duchamp convirtió en arte.
Pero cuando se le preguntó qué objetos actuales convertiría Duchamp en arte, respondió que los smartphones, los patinetes electrónicos y las mascarillas. Aquí no se vislumbra nada de bilógica ni, reconozcámoslo, de “inteligencia”. Es una máquina estadística que funciona bien pero es aburrida. Tiene su utilidad, por supuesto. Pero entonces el verdadero debate deberíamos tenerlo sobre hasta qué punto dependemos del pensamiento estadístico, en vez de sobre las ventajas de la “inteligencia artificial” frente a la “inteligencia humana” ni sobre el hombre frente a la máquina.
El peligro de seguir manejando un término tan inexacto y obsoleto como “inteligencia artificial” es que corremos el riesgo de convencernos de que el mundo funciona con arreglo a una lógica singular: la del racionalismo profundamente cognitivo y sin sentimientos. En Silicon Valley ya hay muchos que así lo creen y se están dedicando a reconstruir el mundo inspirados por esa convicción.
Pero el motivo por el que las herramientas como ChatGPT son capaces de hacer algo mínimamente creativo es que sus patrones de entrenamiento los han creado unos seres humanos reales, con sus emociones complejas, sus angustias y todo lo demás. Y, en muchos casos, no es el mercado —y mucho menos el capital riesgo de Silicon Valley— el que ha pagado por ello. Si queremos que esa creatividad siga existiendo, debemos financiar la producción de arte, ficción e historia, no solo los centros de datos y el aprendizaje automático.
Evgeny Morozov, Ni es inteligente ni es artificial: esa etiqueta es una herencia de la Guerra Fría, El País 03/04/2023
Lo cierto es que hablamos poco del lenguaje, de cómo lo empleamos y de la manera en que su uso moldea nuestras concepciones vitales. El argot económico se ha adueñado del universo simbólico de las emociones y, desde diversas instancias, se nos invita a «crecer», «sacar provecho», «optimizar», «gestionar» o «rentabilizar» los momentos difíciles y onerosos de nuestras biografías. Se trata de un giro perverso y muy bien urdido en virtud del cual lo emocional queda subsumido por el afán productivista de nuestra cultura del éxito económico y del progreso personal. Dicho brevemente: nuestro dolor y nuestro sufrimiento han sido absorbidos por una maquinaria, la económica, que los considera como tesituras normales e incluso inevitables dentro de un escenario competitivo y hostil, en el que sobrevive y medra quien es capaz de continuar a pesar de todo (aunque el “todo” sea inhabitable).
Si nuestras emociones quedan secuestradas por el lenguaje económico, también se estrechan los límites de nuestro mundo. Ya escribió Wittgenstein que «el mundo es lo que es el caso». Y el caso, en este punto, es dictado por la gramática neoliberal. Es decir: nuestro mundo se ha transformado en una cuestión meramente transaccional, económica. Con ello, nuestra vida ha sido convertida en una negociación: a cambio de seguir adelante, en muchas ocasiones de manera precaria (en términos laborales y psicológicos), entregamos nuestro derecho a la resistencia. El lamento, la protesta o la reclamación es cosa de los desheredados por el sistema económico: es asunto de pobres, de malhadados y desgraciados a quienes el propio sistema ha expulsado de su retórica y funcionamiento. No supieron «crecer», «gestionarse» o «rentabilizarse». La queja, la denuncia o la oposición son para los fracasados.
Convertir el lenguaje en ideología ha supuesto una de las grandes victorias de nuestro sistema económico. No existe estructura de control y vigilancia más efectiva que la limitación e imposición de un lenguaje que, en nuestro caso, se ha convertido en una cárcel ideológica. Gran parte de los libros de autoayuda están repletos de recetas que nos muestran las claves para «sobrellevar» las dificultades de nuestros tiempos mientras «administramos eficazmente» nuestras emociones; por su parte, los coaches emocionales nos exhortan con fórmulas propiamente neoliberales: «explota tu motivación interior», «alcanza la autorrealización», «sé merecedor del éxito». Desde el mindfulness nos instan a hacernos conscientes de nosotros mismos mientras dejamos de lado los aspectos sociales y estructurales: lo importante es estar en armonía con uno mismo. Todo ello no son más que pérfidas derivas del cuidado de sí foucaltiano; pero en Foucault, no lo olvidemos, el cuidado de sí deriva de y aboca en una ética de la comunidad, en un sistema social en el que los unos nos pre-ocupamos por los otros, al igual que en Aristóteles: la ciudad es el lugar de quienes se reúnen para responsabilizarse del bien común (kοινόν), de quienes van más allá de los asuntos privados de la casa (οiκος). Todo este tipo de técnicas disciplinarias, que están en sintonía con el modo transaccional de vida más arriba expuesto, nos expropian del lenguaje y, por extensión, de nuestro mundo. No se trata de vilipendiar de manera pueril e inocente el sistema económico, sino de hacernos conscientes de los vicios que hemos adquirido a fuerza de aplicarlo en todas las facetas de nuestra vida. “¡Resiliencia o muerte!”, nos invitan a aguantar todo tipo de gurús. Pero lo grave y sobre lo que debemos reflexionar, como sostiene muy atinadamente Eva Meijer, es que “no todos se hacen más fuertes por soportar algo así, y no todos pueden soportarlo”.
Romantizar el sufrimiento esconde el silencioso y desagradable precio de llegar a adorarlo como un bien necesario. Digámoslo con claridad: el sufrimiento no nos dignifica ni nos hace mejores. Muchos de aquellos gurús aseguran que «uno elige cuánto sufrir», como si las condiciones estructurales, económicas y sociales de nuestra vida fueran irrelevantes, prescindibles o insignificantes. Además, romantizar el sufrimiento o entenderlo como síntoma propio de una determinada clase social significa perpetuarlo. Hacer sufrir –e invitar a aceptar gratuitamente el sufrimiento– encierra la tiranía de imponer un ritmo ajeno. Y todo, siempre, comienza por el lenguaje.
Carlos Javier González Serrano, La expropiación del mundo, ethic 04/04/2023