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“Nuestro pueblo, que no conoce, socialmente hablando, ni la ironía ni el humorismo -estas posiciones superiores del espíritu humano-, necesita una especie de voluptuosa casuística moral que sirva no para mejorar el país, sino para identificar a traidores”.
“Nuestro pueblo tiene una tendencia a destruir a los que lo sirven de una manera normal y a dotar de una aureola a quienes lo engañan de manera brillante”.
“En este país hay una manera cómoda de llevar una vida suave, tranquila y regalada: consiste en afiliarse al extremismo razonado y en lavarse las manos ante todo”.
“El pueblo catalán sólo conoce de la política los grandes programas cegadores y brillantes hasta el empalago (…) y los estados de melancolía mórbida y agradable de la masa que siente el gusto secreto de sentirse pisoteada y vejada. El sentido de la verdadera política, el sentido de negociación constructivo, tenaz, responsable y prudente (…) era y es hoy una novedad tal y de un sentido tan progresivo que no es extraño que los vicios y defectos seculares del país se hayan conjurado espontáneamente contra el establecimiento de este método.”
“La peor plaga que puede caer en un país es la del extremista furioso y puro como un lirio que no le importa esperar dos o tres siglos para implantar el extremismo que predica”.
“… la incapacidad absoluta de una gran masa de la opinión catalana para entender la política tal como se entiende en cualquier parte”.
“Los catalanes se volvían a dividir entre puros e impuros, en engañados y traidores. Los impuros y traidores son los que han osado hacer alguna cosa por el país, y los otros son los que no osarían hacer nada porque sobre el papel todo lo tienen resuelto y atado”.
“La poesía del catalán, incluso la poesía popular del catalán, es la política. Cuando habla de política, el catalán sabe raramente qué quiere; se coloca en un terreno de actuación imposible, sólo siente alegría con los ideales remotísimos y -naturalmente- se fatiga en cuanto hay que hacer un esfuerzo de continuidad, de tenacidad, de insidia.
“¿Cuál es el catalán que no ha resuelto in mente o en la tertulia del café todos nuestros problemas? Vivimos en el país de las soluciones, y sólo hace falta plantear un problema para que lluevan de todas partes como pan bendito”.
“A la más pequeña contrariedad surge el desencanto, se inicia el estado de histeria y los nervios hacen las cosas imposibles. Entonces nos contraemos en nosotros mismos y dejamos volar la fantasía sobre los programas que teóricamente lo han resuelto todo”.
“Se puede observar persistentemente, la existencia en nuestro país de una corriente que tiende a confundir la filosofía con la política, la realidad con la abstracción que se desea. La filosofía no compromete nunca, permite, con su amable vaguedad, seguir las ondas instintivas de la gente, de actuar según uno de los axiomas más funestos de todos los que circulan por aquí: el axioma de que el pueblo no se equivoca nunca”.
“Cataluña es, desde hace muchos años, un país de apasionada lucha social poblado de espíritus que vibran en presencia de las formas más inciertas y flotantes del mito y de la utopía”.
Josep Pla, "Cambó" (1928-1930).
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Nos enteramos estos días que SS.MM. los reyes envían a su primogénita a estudiar a un costoso colegio privado del Reino Unido. El asunto es, sin duda, polémico. No ya por el coste (más de 75.000 euros, que van a sufragar los padres), ni porque el colegio esté en el extranjero, sino – al menos para mí – por el hecho de que los reyes insistan en evitar los centros públicos para educar a sus hijas.
¿Y por qué es esto tan relevante? Imaginen que el presidente, no sé, de Toyota, exhibiera como coche propio un Mercedes-Benz, o que Bill Gates declarase que en su familia solo se usan ordenadores Apple. El escándalo sería mayúsculo. Pues bien, ¿qué diferencia sustancial encuentran ustedes entre estos casos y el de que la máxima autoridad del Estadorehúse utilizar los recursos educativos del Estado para la formación de sus hijos?
El mensaje que transmiten los reyes al escolarizar sistemáticamente a la princesa y la infanta en colegios privados es, obviamente, que los públicos no le merecen confianza. O mejor (y peor) aún: que el Estado (al que encarna el rey) no sigue, en la práctica, los principios políticos sobre los que asienta su legitimidad, y que aquello de que la escuela es “un elemento de cohesión social que garantiza la igualdad de oportunidades entre todos los españoles” no es más que retórica huera.
Más allá de las proclamas oficiales – parecen decirnos los reyes con su decisión –, todo el mundo sabe que no es lo mismo un colegio privado que público. En el primero tus hijos harán migas y agenda con las familias más encumbradas; en el segundo vete tú a saber. En el primero tus hijos disfrutarán de ratios bajísimas, de instalaciones de lujo y de una pedagogía innovadora; en el segundo se hará lo que se pueda. En el primero el pensamiento crítico, la filosofía (la princesa estudiará teoría del conocimiento) o el arte serán elementos de primer orden; en el segundo no serán más que pijerías – ¿para qué va a aprender a disfrutar del arte o a analizar críticamente cómo se construye la información el hijo de un obrero, que lo único que va a hacer es ver la tele y consumir esa información? –…
El mensaje real es, pues, que las cosas no han cambiado un ápice (si no cambian en la educación, ¿en qué van a hacerlo?): el que vale (por ser hijo de quien es) vale, y va al colegio fetén sí o sí, y el que no (por ser hijo de un cualquiera) tendrá que conformarse con ese recurso para los menos pudientes o exigentes que es el centro público – del que, por supuesto, y como excepción que justifica la regla, siempre podrá surgir algún advenedizo y voluntarioso triunfador con el que dar ejemplo a los hijos de la plebe –.
Frente a este mensaje claro y meridiano, los argumentos de los que intentan justificar la decisión real son triviales. Veámoslos. Muchos de los que he oído empiezan por desgranar las (innegables) virtudes del futuro colegio de la princesa, y de las que, obviamente, carecen los colegios del Estado, algo que (parece deducirse) obligaría al jefe del Estado (que, por supuesto, nada tiene que ver con el estado del Estado al que representa) a educar a la futura jefa del Estado en colegios no estatales. Tal como suena.
Otro de los argumentos parte de la idea de que a los reyes (y clases dirigentes en general) hay que educarlos de forma diferente (por ejemplo, en modales y protocolo), como si formarse en compañía de los ciudadanos sobre los que ha de (democráticamente) reinar no fuera algo infinitamente más importante que aprender a saludar al cuerpo diplomático.
Un tercer argumento alude a lo oportuno que resulta que los jóvenes estudien en el extranjero. Pero, amén de preguntarnos por qué no todos los jóvenes pueden permitirse ese lujo, ¿justifica esto que las infantas hayan estudiado toda la primaria y secundaria en uno de los colegios privados más elitistas de Madrid?
En cuanto al argumento de la libertad de elección, el problema es que las elecciones del jefe del Estado (siempre en la misma dirección: la de la enseñanza privada) muestran bien a las claras que hay colegios más elegibles que otros, y que los elegibles (para el que puede pagarlos) son los privados. Esto sin considerar hasta qué punto no debe intervenir el gobierno en las decisiones que afectan a la educación de la futura reina de todos los españoles (también de los que van a colegios públicos).
No sé, en fin, si a alguno de ustedes les convencen esos argumentos, pero yo no logro ver en la decisión de los reyes más que una muestra de olímpico desdén hacia la educación pública y todo lo que esta representa. Y que ese gesto provenga de la máxima institución del Estado es para que el país entero se lo haga mirar.
Com Plató, Locke, Hobes o Rousseau, Rawls treballa amb situacions ideals, o “experiments mentals”. Ni el filòsof rei va existir mai, ni s’han fet guerres de tots contra tots, ni l’estat de naturalesa té cap altre sentit que el d’obligar-nos a reflexionar sobre el que podia haver estat i sobre la diferència entre la realitat i l’ideal. Alguns dels experiments mentals rawlsians (“l’única manera justa de tallar un pastís és que qui el talla no sàpiga quin tros se’n menjarà”) són gairebé tòpics obligats en una bona classe sobre la justícia. Tècnicament, aquesta és la idea de la “posició originària” de la teoria de la justícia.
Seguint una proposta de l’economista William Vickerey i la “teoria de jocs” de John Hersany, Rawls apel·là a un instrument anomenat “vel d’ignorància”,(a la Teoria de la justícia es tracta de la “situació original”). Rawls ens proposa pensar la justícia com l’opció que triaríem sota una situació de “vel d’ignorància” si no sabéssim quina és la nostra classe social, la nostra educació, el nostre sexe o la nostra raça.
Aquesta teoria ideal ha estat molt discutida per abstracta, perquè al món real els individus mai trien sense saber quin són els seus interessos. Però té una conseqüència interessant. Si hi prenguéssim com a principi l’opció del vel d’ignorància, la justícia no funcionari segons un criteri d’igualtat estricta, ni d’utilitat interessada, sinó d’equitat. O el que és el mateix: no donaríem a cadascú el mateix, sinó el que necessita per viure en condicions de dignitat, perquè nosaltres podríem ser també desafavorits algun dia. D’aquí, per exemple, la necessitat de les polítiques compensatòries envers grups minoritzats, que defensen avui totes les opcions polítiques progressistes.
Com diu Jiménez Girao: “el que pressuposa Rawls és una societat de persones raonables per fer una democràcia justa. Però per voler cooperar no es pot estar ni en la misèria ni ser riquíssim. Per això en societats molt polaritzades hi ha pocs rawlsians. Els youtubers que marxen a Andorra per no pagar impostos segur que no han llegit Rawls, ni estan a favor de l’equitat. És obvi”. Suposadament, els individus racionals (per a Rawls tan sols són “individus racionals” els qui no estan corcats per l’enveja, cosa que cal tenir en compte!) voldrien ser també individus justos i viure en societats estables. “Rawls –diu Vergés– suposa que tots els ciutadans són lliures, iguals, raonables i racionals”. “No sé si és molt suposar. Potser és poc realista veient la mena de gent que som. Però en tot cas és una hipòtesi més digna que suposar que tothom viu manipulat i duu una vida de misèria”, rebla Jiménez Girao.
El bo i el just
“Metodològicament, Rawls va optar per fer una cosa que en la filosofia europea continental se li ha retret molt, però que és crucial en la seva obra: va diferenciar el bo del just, i va optar pel just”, recorda Vergés per a qui l’experiència de Rawls, que havia fet el servei militar al Japó durant la II Guerra Mundial, i la lluita pels drets civils dels afroamericans, són experiències decisives a l’hora de plasmar teoria rawlsiana de la justícia. En un dels seus últims articles, que porta per títol “50 anys després d’Hiroshima”, publicat en 1999, encara és patent el sentiment d’injustícia que experimentava Rawls en recordar les circumstàncies del bombardeig.
Rawls pensava, d’acord amb els principis de la Constitució americana, que cadascú té el dret a buscar la seva pròpia felicitat, però que la justícia és el criteri decisiu per determinar què és una bona societat. Cadascú pot tenir la seva pròpia opinió sobre Déu, sobre com ha de viure o sobre com passar les vellúries. Això és el que ell anomenava una “doctrina integral”. Però ningú ha de poder imposar-la als altres i, en canvi, si és racional, ha d’acceptar que els criteris de llibertat o de justícia han de ser respectats per tothom. Ho resumia en una frase que s’ha fet famosa: “Si l’esclavatge no està malament, res està malament”. No hi ha consideracions d’utilitat que valguin a l’hora de justificar cap injustícia.
El programa d’investigació al qual Rawls va dedicar tota la seva vida es pot resumir en una pregunta: com és possible que existeixi i es perpetuï una societat justa i estable, constituïda per ciutadans lliures i iguals però que fan opcions incompatibles, tot i ser racionals. En definitiva, la qüestió és com fer possible que la llibertat sigui justa. Les democràcies són febles perquè són pluralistes, val a dir, perquè admeten diversos sistemes de valors i hi coexisteixen opinions diverses sobre el bé. Cal, doncs, que hi hagi un seguit de principis de justícia que resultin compatibles amb el pluralisme. Al pròleg de la traducció catalana de la Teoria de la justícia (ed. Accent, Girona, 2010), el professor Vergés valora l’obra de Rawls perquè evita “confondre la imparcialitat amb la impersonalitat” i, en conseqüència, permet donar empara a la diversitat i al pluralisme.
Justícia com a equitat
Segons va escriure Rawls a la Teoria de la justícia, de manera general en una societat que podem considerar justa: “Tots els valors socials (...) han de ser distribuïts a parts iguals, tret que alguna distribució desigual d’algun o de tots aquests valors sigui en benefici de tothom”. Aquest axioma es desplega en els dos principis de justícia que va argumentar extensament al seu llibre. D’una banda, cal un “principi de llibertats bàsiques iguals”, de manera que tothom pot reclamar el que anomena “un esquema planament adequat de llibertats bàsiques iguals”, compatible amb les llibertats de tothom.
Ara bé, l’igualitarisme s’ha de matisar perquè sense unes dosis de desigualtat no hi hauria incentiu socials per progressar, ni per assumir més responsabilitats. La desigualtat, doncs, pot generar més eficiència, i fer-ho en benefici de tothom. D’aquí que les desigualtats s’han de gestionar d’acord a “condicions d’igualtat d’oportunitats equitativa” i promovent “el major benefici per als membres menys avantatjats de la societat”, segons el que anomena “principi de la diferència”. Som rawlsians quan, per exemple, reservem determinades places per a membres de les minories que no hi podrien accedir per manca de mitjans. Òbviament, el liberalisme rawlsià no té res a veure amb el “liberalisme de mercat”, perquè accepta la lliure competència només dins un marc regulat i procura corregir les desigualtats a través d’un criteri distributiu.
Si no hem fet res per néixer en una família rica o en una de pobra, blancs o negres, catalans o australians, no hi ha cap raó tampoc per tal que la justícia afavoreixi determinades institucions socials o determinats grups. Tothom ha de tenir llibertat de consciència, llibertat d’associació, llibertats personals, dret a vot, a ocupar càrrecs públics, en les mateixes condicions. Sense igualtat d’oportunitats no hi ha justícia. Cap privilegi és, doncs, acceptable ni per raó de classe, ni de sexe, ni de religió o de raça. I això a l’època de Vietnam tenia una primera conseqüència: cap estudiant universitari tenia dret a saltar-se el reclutament militar amb l’argument que els universitaris eren necessaris per al progrés del país.
Segons Rawls, la societat ha d’organitzar-se de manera que neutralitzi al màxim l’impacte de la mala sort natural o dels atzars social (penseu en el pes de la família o del lloc on neix) i la justícia ha d’actuar sobre aquestes perspectives al llarg de la vida individual. Les desigualtats no desapareixen en absolut, però els més desafortunats –els més penalitzats pel destí– serien els primers a beneficiar-se’n.
Ramon Alcoberro, John Rawls en el seu centenari, eltemps.cat 15/02/2021
Señalo lo anterior porque quizás su educación explica la confianza que tenía John Stuart Mill en que, dada la libertad de expresión, la gente se pondría inmediatamente a opinar con rigor. Es decir, la libertad de expresión necesariamente estimularia el desarrollo del pensamiento. Bastaría con permitir que los ciudadanos se expresaran como quisieran para que se esforzaran para que los razonamientos brotasen en ellos con rigurosa lógica.
Es obvio que las cosas no han ido como Mill esperaba. Tenemos incluso sobradas razones para creer que lo que Hegel llamaba "la impaciencia de la opinión" es el principal enemigo del pensamiento riguroso. Es más fácil dejar que las ideas se asocien al azar, anecdóticamente, que imponerles el rigor de la coherencia discursiva. Hablar es más cómodo que pensar y, sin duda, las falacias son mucho más democrático que el modus pollendo tollens.
John Stuart Mill es una rara ave. Tanto es así, que en su Ensayo sobre Coleridge nos cuenta su oración preferida, que era esta: "Señor, ilumina a nuestros enemigos. Agudiza su ingenio, concede agudeza a sus percepciones y coherencia y claridad a sus facultades racionales: Estamos en peligro por su locura, no por su sabiduría; es su debilidad lo que nos da miedo, no su fuerza".
JOHN LOCKE (1632-1704) el padre del liberalismo y del empirismo , bautizado así por la historiografía más comercial presenta en su filosofía política una visión social para crear las bases de la futura democracia. Establece la idea que a más propiedad más garantía de libertad , un binomio que permite configurar una forma de gobernar sostenida en el control y vigilancia de los bienes de la ciudadanía en base a la relación dinero y trabajo.
Escrito por Luis Roca Jusmet, filósofo
“Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encuentra un
soberano poderoso, un sabio desconocido- llámase sí-mismo. En tu cuerpo habita,
Friedrich Nietzsche
Lo que se pierde con lo virtual es el cuerpo, queda la imagen, pero no hay cuerpo.
Perdiendo el cuerpo perdemos la vida en su sentido fuerte. Vivir es experimentar
desde el cuerpo, gozar y sufrir desde el cuerpo. El cuerpo sintiente, pensante y
hablante. Perdemos la experiencia y esta queda reducida a una versión plana,
superficial y también ilusoria.
Pero en lo virtual queda la imagen, la que nos hace sentir, pensar y hablar.
Pero , no nos engañemos : es un simulacro. El cibersexo es un buen ejemplo.
Si alguien se masturba contemplando una escena erótica puede experimentar
una eyaculación y un orgasmo. Tiene una interacción manual con su cuerpo,
cierto. La imagen que contempla también es real, incluso desde el punto de
vista físico, pero todos sabemos que es un simulacro de relación sexual porque
no hay una relación entre cuerpos. Si uno habla con una persona querida por
Skype sabe perfectamente que este contacto es un sucedáneo de lo que sería
un encuentro entre cuerpos. Una clase virtual no permite la interacción entre
profesor/alumno, que está en la base de la buena comunicación entre ellos, por
mucho que a veces parece que se niegue.
Francisco J.Varela, Evan Thompson y Eleanor Rosch escribieron hace unos
años un libro muy interesante, cuyo título inglés “The Embodied Min, que
fue traducido con el equívoco título de “De cuerpo presente”. Equívoco
porque esta expresión se utiliza par el difunto, pero que hoy recupera su valor.
Porque lo presencial, que oponemos hoy a lo virtual, es la presencia corporal. E
ensayo defiende la eneacción, entendida como cognición corporizada. La idea
es que la percepción está guiada por los modelos sensorio-motores del cuerpo.
Es el cuerpo en acción el que percibe. La psicología genética de Jean Piaget
sería una prueba empírica de este enunciado, a través de la observación de l
proceso cognitivo desde la infancia. Conocer es el acoplamiento corporal que
hace emerger un mundo a través de una red que consiste en múltiples niveles
de subredes sensorio-motores conectadas entre sí. La cognición funciona en la
medida en que transformamos el entorno, ya que es nuestro cuerpo el que nos
el criterio de lo real. Entender la percepción como la captación, por parte de un
sujeto, de un determinado objeto, el que se muestra a través de la imagen, es
un error de planteamiento. Un elemento interesante es que Valera intenta
vincular esta concepción de la cognición corporizada con la vía media del
budismo. Quién esté familiarizado con el budismo zen, sobre todo la escuela
Soto de Dôgen, saben que la experiencia básica que proponen, que es el
zazen, es una meditación sentado donde la postura corporal y la respiración
son fundamentales.
El mismo Martín Heidegger puso de manifiesto lo ilusorio de este
planteamiento . El Dasein es el ente que puede preguntarse por el Ser, pero lo
hace desde la comprensión del mundo circundante en el que opera.
Es desde nuestro cuerpo que interactúa que nos hacemos las preguntas
del mundo del que formamos parte. Por su parte Nietzsche dice :“Dios ha muerto”
que quiere decir que los Valores, el ideal que había determinado la civilización
europea está en declive final. Civilización europea que surge de los valores
negativos del cristianismo, que combina el platonismo con el judaísmo para
darnos una concepción negativa de la vida. Esto se plasma en la negación de
este mundo, en función de otro que vendrá; y la negación del cuerpo en función
del alma. Subordinarse, en definitiva, a ficciones que justifican el poder del
sacerdote, que con sus valores niegan la vida y el cuerpo, las dimensiones
reales de nuestra experiencia en el mundo. Pero esta crisis, la provocada por
“La Muerte de Dios”, no da lugar a una afirmación de la vida y del cuerpo, como
podría pensarse. Porque después de siglos en que nos hemos acostumbrado a
pensar que el sentido de la vida está en lo que la trasciende, al caer la Idea de
Dios y (los Valores absolutos a él ligados), entonces la vida se nos aparece
como absurda, como sin sentido. Pasamos entonces de la voluntad de
negación a la negación de la voluntad. No es un juego de palabras. Quiere
decir que la voluntad del cristianismo era una voluntad contra la vida y que lo
que viene ahora, el nihilismo, es la negación de la voluntad, es decir de la
propia vida. Nietzsche planteará entonces que la única alternativa es la
transformación del nihilismo pasivo en uno activo, en que sea un tránsito para
crear valores afirmativos de la vida. Hemos de ser capaces de una apuesta
radical por la vida desde la inmanencia, hacer que la se justifique desde sí
misma, la propia experiencia, que pasa por el cuerpo gozante y sintiente. Cierto
que somos entes que piensan y que hablan, pero lo somos desde nuestros
cuerpos. Solamente desde la reivindicación del cuerpo podemos afirmar la vida
con plenitud. Si el cristianismo niega el cuerpo defendiendo una entidad
imaginaria que es el alma. ¿Cómo lo niega el nihilismo? Pues afirmando que la
vida no tiene sentido y, por tanto, no tiene valor. Nietzsche nos avisa del peligro
de la consolidación del nihilismo, de que el ser humano acabe acomodándose
a esta posición. Pasaríamos entonces de un nihilismo trágico al reino de la
insignificancia.
Hay que ver entonces como niega el cuerpo hoy este “último hombre” que
expresaría este nihilismo banal que Nietzsche intuía como el peor escenario
futuro. Estamos ahora en este futuro que anunciaba con pesar Nietzsche.
¿Cómo es este “último hombre” del siglo XXI? Vayamos al libro paradigmático
del filósofo alemán, “Así habló Zaratustra”. En el prólogo nos lo define en varias
características. “Nosotros hemos inventado la felicidad” dicen. “Un poco de
veneno de vez en cuando”, esto proporciona sueños agradables”.
¿De qué nos habla? Anticipaba así nuestra vida llena de antidepresivos y
ansiolíticos, que son por cierto el gran negocio de los mercados farmacéuticos.
Para anestesiarnos así el cuerpo pensante y sintiente. Se trata, entonces,de
vivir a mínimos, sin gozar ni sufrir demasiado. La vida no tiene sentido, pero
eliminemos el dolor (y con él la alegría y el placer en sentido fuerte). En otro
capítulo nos vuelve a hablar del último hombre: “De la virtud
empequeñecedora”. “Todo se ha vuelto más pequeño” dice Zaratustra
contemplando a este “último hombre por venir”.
Me quiero referir ahora a cómo este “último hombre” se ha convertido también,
por una vía diferente del cristianismo, en lo que Nietzsche llama, en otro
capítulo de su Zaratustra, “un despreciador del cuerpo”. La descorporización
del “último hombre” en los tiempos actuales. tuvo una primera fase que
consistía en anestesiar el cuerpo o en domesticarlo, utilizando desde los
sedantes hasta el culturismo. La segunda fase, que es la que nos encontramos,
pasa por el dominio de los dispositivos electrónicos y a través de ellos en
experimentar el mundo a través de las pantallas. Encerrarse con una pantalla
para gozar con los video juegos, sustituir la sexualidad como encuentro de
cuerpos por el cibersexo… Pero con la pandemia estamos dando un salto
cualitativo porque el cuerpo aparece directamente como peligroso y se van
potenciando a nivel laboral y educativo El teletrabajo y las clases virtuales
parece que han aprovechado la coyuntura para quedarse. En el campo
educativo me parece terrible. Ya lo fue la moda de los power points, que
sustituían muchas veces la clase auténticamente presencial por una mucho
más mortecina. Pero ahora se está perdiendo lo que el alma de la educación,
que es esta comunicación entre un cuerpo que habla y transmite y un cuerpo
que escucha. Algo vivo. Este hombre descorporizado va a ser la nueva
formulación de este nihilismo tecnológico y banal en el que vivimos. En lo
virtual el cuerpo queda reducido a su sombra. Cierto que también pasa cuando
leemos, escuchamos música o vemos una película. Pero estas experiencias las
recibe el cuerpo en un momento concreto y se enriquece para continuar con
sus encuentros, que siempre lo son del cuerpo. De lo que hablamos ahora es
de algo muy diferente: la transformación del sujeto corporal en un sujeto vitual.
Por aquí vamos, si no hacemos algo para evitarlo. Un proyecto ético
emancipador tiene que pasar hoy por la reivindicación del cuerpo.
Marta Peirano és periodista i autora, entre d'altres, de El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economia de la atención (2019). Com aperitiu de la seva lectura, miro aquest video. Sé la major part de les coses que diu, però les ordena i diu tan bé i concisament, que em deixa tremolant.
La volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad (VICA) son las características del complejo entorno en el que nos movemos y de la sociedad en la que el alumnado deberá desenvolverse con soltura.
El liderazgo es el auténtico motor del cambio de cualquier sociedad, empresa o centro educativo. Por eso, este libro trata un tema nuclear, influir positivamente para que las personas se desarrollen con éxito en entornos VICA.
Todos tenemos la capacidad de despertar al líder que habita dentro de nosotros y cocrear una cultura organizativa capaz de asumir el cambio permanente. Esto es aplicable a cada docente, cada escuela, cada comunidad educativa en transformación.
Sobre el autor
José María Bautista ha trabajado durante 20 años en Escuelas Católicas, colabora con la Universidad de La Salle de Aravaca y formó parte del equipo de Be-Up en el mundo del liderazgo y la empresa. Es autor de más de 60 publicaciones sobre educación. Actualmente dirige LearningFlow, integrado por formadores y coaches que han ayudado ya a cientos de colegios a mejorar sus aprendizajes- desde donde asesora a equipos de titularidad, fundaciones, equipos directivos y equipos de trabajo en general.
Primeras páginas de Liderazgo VICA.DescargaLa entrada Liderazgo VICA se publicó primero en Aprender a pensar.
En tota consulta o taller filosòfic, heus aquí alguns dels principis que forneixen el marc per al diàleg de tipus socràtic i que permeten a la persona treure profit d'aquest enfocament
El nostre marc és la raó, que ha de guiar els nostres pensaments i el nostre diàleg. La raó és una passió exigent, lliure i alegre, sense límits i provocativa, sempre a la cerca de la veritat.
Respondràs a la pregunta i només a la pregunta, a tota la pregunta, acceptant-la com és, sense intentar modificar-la, diluir-la o desviar-la, en la mesura que és una veritable qüestió a la qual es pot respondre. La pregunta és una invitació al diàleg i un desafiament ofert pel vostre interlocutor: si te la fa, és perquè s'interessa per tu i per la teva manera de pensar. Igualment, preguntaràs als altres, encara que sigui difícil.
Confiaràs en el teu interlocutor, sense por d'un suposat pla maquiavèlic, perquè no hi tens res a perdre. Ens reunim per exercir el pensament i confrontar punts de vista, no per entrampar-te, convèncer-te o dominar-te.
El sentit comú serà el teu àrbitre. Pots anar-hi en contra en consciència i en raó, però no pots anteposar-hi l'evidència de la teva pròpia subjectivitat.
No tindràs por dels judicis que es faran sobre tu, o dels que tu faràs sobre les altres, perque el judici és una eina crucial de la raó, que hauràs d'assumir i practicar. Tindràs present que els judicis depenen dels arguments que els fonamenten.
"Coneix-te tu mateixa". Acceptaràs les preguntes que t'interpel·len com a persona, encara que el tema inicial no t'afecti directament i et sigui incòmode. Un discurs s'encarna en qui el sosté, i has de retre comptes tant de tu mateix com del teu discurs.
No negaràs el que has dit: allò que s'ha dit, està dit. Et reveles més pel que dius que pel que volies dir o hauries volgut dir. Acceptar la pròpia parla és acceptar la finitut i la determinació del nostre ser.
No cercaràs estar en el teu dret, ni imposar la teva opinió, ni defensar-te, perquè no hi ha ningú que hi sigui per atacar-te. El diàleg és una reflexió en comú on cadascú es revela i creix, no una competició.
No et disculparàs per allò que has dit, ni t'en penediràs. Tot el que dius té un sentit i expressa el teu ésser, sigui un discurs insignificant o potent,
fal·lible o sòlid. Es tracta simplement d'examinar què és, d'entendre-ho i d'esdevenir-ne conscient tant com sigui possible.
Deixaràs de costat provisionalment la teva sinceritat per tal de distanciar-te de tu mateixa i de ser més autèntica. No t'aferraràs a les teves opinions. No exhibiràs com a argument les teves emocions o necessitats. Sotmetràs el teu ésser a la crítica, cercant la seva realitat, els seus límits i les seves carències.
Oscar, amb un servidor, al V Congrès català de filosofia (Vilafranca del Penedés 28 de novembre de 2015) |
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Durante estos días, los países más ricos, con la UE y EE. UU a la cabeza, han vuelto a rechazar la propuesta de Sudáfrica e India al Consejo de los ADPIC (Acuerdos de Propiedad Intelectual) de la Organización Mundial del Comercio (OMC), para aplicar una liberación temporal y parcial de las patentes en medicamentos, vacunas, pruebas de diagnóstico y otras tecnologías contra la COVID-19. Una propuesta que ha inspirado movilizaciones ciudadanas (como Right to Cure en Europa) y que cuenta con el apoyo de la mayoría de las naciones de la OMC (más de cien países), de ONG como Médicos Sin Fronteras, o del mismo director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom.
La liberación temporal de las patentes permitiría, según estos países y organizaciones, que muchos otros laboratorios y empresas pudieran fabricar y distribuir las vacunas en todo el mundo, acelerando así el proceso de inmunización y poniendo fin a la sangría humana, social y económica que está provocando la pandemia.
La posibilidad de una liberación como la citada está, además, contemplada en acuerdos internacionales como la Declaración de Doha en 2001, o el Acuerdo de Marrakech de 1994, en el que se prevé también la opción de exigir a las empresas licencias obligatorias para, por ejemplo, fabricar genéricos (previa indemnización a dichas empresas), en contextos de grave crisis sanitaria.
En el caso presente, a la extrema gravedad de la situación – una epidemia global de proporciones desconocidas que mantiene paralizado al mundo – se une el hecho de que las vacunas cuyas patentes se pretenden liberalizar han sido desarrolladas merced a enormes inversiones de dinero público (unos 10.000 millones de euros tan solo en la U.E.), por lo que exigir la exención temporal de tales patentes no equivaldría más que a reclamar un retorno parcial, obligado por las circunstancias, de aquellas mismas inversiones
De otra parte, el argumento esgrimido por el lobby farmacéutico, según el cual la liberación de patentes “desincentivaría” a largo plazo la investigación e innovación médica, es exagerado o falso. Es exagerado porque la liberación tendría carácter temporal (el tiempo que dure la pandemia), y es falso porque el ansia de beneficios económicos millonarios (como son los que procuran las patentes a las grandes farmacéuticas) no es el único ni el principal incentivo de la investigación médica. De hecho, gran parte de los medicamentos desarrollados por las multinacionales farmacéuticas son comprados a bajo coste a universidades, institutos de investigación (muchos de ellos públicos) o pequeñas empresas que trabajan con márgenes de beneficios razonables, sin que eso resienta en nada la vocación de sus investigadores. Las patentes exclusivas suponen, además, una grave limitación al intercambio de información que se requiere para el desarrollo del conocimiento, algo especialmente doloso cuándo nos referimos a las ciencias de las que dependen la salud y el bienestar de todos.
La justificada mala prensa de las multinacionales farmacéuticas (debido a la opacidad de sus políticas de precios, sus escandalosas estrategias especulativas o el saqueo continuo al que someten a los sistemas de salud pública), junto a lo excepcional de la situación (la mayor campaña de vacunación colectiva de la historia), representan, así, una ocasión única para limitar el inmenso poder de aquellas y reestructurar la gestión de un bien de primera necesidad como son los medicamentos básicos.
Los gobiernos no tienen, en esto, más que ser consecuentes con sus propias leyes y declaraciones (el artículo 122 del Tratado de la UE o, en el caso español, lo consignado en la Estrategia de Respuesta Conjunta de la Cooperación Española con la Pandemia de Covid-19) para promover políticas de propiedad intelectual orientadas a facilitar el acceso universal y equitativo a las vacunas – un “bien mundial común”, como ha declarado reiteradamente la presidenta de la Comisión Europea –.
De este modo, y más allá de ineficaces componendas caritativas (como los fondos COVAX), y frente a la estrategia suicida de los países ricos de acaparar la producción de vacunas (algo que retrasaría durante años la vacunación en los países más pobres, con el consiguiente riesgo para todos), se impone forzar a las empresas farmacéuticas a compartir sus patentes a nivel global, establecer políticas de precios máximos, sumarse a la iniciativa de la OMS para compartir el conocimiento científico desarrollado contra la COVID-19 (iniciativa C-TAP) y establecer un riguroso control internacional sobre la producción y distribución de medicamentos esenciales, algo que no puede estar, en estas catastróficas circunstancias, al albur de los intereses especulativos de las compañías farmacéuticas.
La transparencia es un principio cada vez más reclamado para mejorar la calidad democrática. Como parece sugerir la intuición –y se traduce en un extendido lugar común–, cuanto más visible sea el proceso político, más capaz será la ciudadanía de vigilarlo críticamente. Ahora bien, al igual que más información no significa siempre y necesariamente mejor conocimiento, la espectacularización de la política no nos la está haciendo más comprensible. Dicen los físicos que una partícula modifica su comportamiento cuando es observada. Si esto pasa en el mundo material, qué no pasará en el mundo social. Los políticos, que se saben así observados, tienden a sobreproteger sus acciones y discursos hasta el punto de encorsetar su comunicación y no decir realmente nada, de ser demasiado previsibles. En ocasiones se confunde transparencia con exhibición y se nos muestran los aspectos más insignificantes de su vida privada, que nos ocultan lo que de verdad tendría que interesarnos, su vida pública. Y si exaltamos la transparencia hasta el punto de condenar la discreción estaremos imposibilitando ciertos acuerdos que son imposibles cuando los procesos de negociación son retransmitidos en directo.
El otro caso de disfuncionalidad tiene que ver con ciertas medidas de regeneración democrática que se adoptaron en su momento para combatir la corrupción. En plena presión popular para elevar las exigencias de integridad hacia los políticos se aprobaron leyes que obligaban a dimitir a quien tuviera la condición de investigado. Nadie dudaba entonces de que la amenaza de un castigo anticipado iba a disuadir las malas prácticas y ninguna fuerza política era capaz de oponerse a las medidas de mayor dureza, incluso a aquellas que pudieran entrar en contradicción con la presunción de inocencia o que dieran un poder inusitado a los jueces para condicionar antes de la correspondiente investigación y eventual condena la composición de los gobiernos. La presión populista impedía ver hasta qué punto esta severidad desequilibraba la división de poderes e incentivaba en los políticos una conducta que está en contradicción con lo que esperamos de ellos. Lo que de este modo se premiaba no era un tipo de comportamiento más ético sino más conservador. Si para tomar una decisión política arriesgada eran necesarios informes previos, a partir de tales disposiciones los políticos pedirán más informes técnicos, para probablemente acabar no haciendo nada. De este modo no es la ciudadanía la que se empodera sino los técnicos y los funcionarios.
La gran pregunta que nos deberíamos hacer es para qué están los políticos y para qué los necesitamos. Si recorremos todo nuestro sistema político, desde la gestión administrativa hasta el nivel de los representantes en la cúspide, constatamos una mayor incertidumbre en cuanto a las decisiones que se deben adoptar. La Administración es un espacio donde el riesgo está muy reducido gracias a diversos protocolos y rutinas; en el plano más propiamente político es donde se toman las decisiones que, desde el respeto a los procedimientos administrativos, por supuesto, se refieren a asuntos para los que hay menos evidencias y más contingencia, donde se realizan las grandes apuestas políticas. La confrontación ideológica es allí mayor precisamente porque las decisiones no están fijadas por una objetividad y unos saberes expertos indiscutibles. Allí están, por cierto, quienes tienen mayor legitimidad democrática, porque elegimos a nuestros representantes políticos y no a nuestros funcionarios.
Hay una zona de fricción entre la Administración y los representantes políticos. El roce entre los criterios administrativos y las directivas políticas es beneficioso para ambos. Podríamos sintetizarlo en la idea de que la Administración corrige la frivolidad de los políticos y los políticos corrigen el conservadurismo de los funcionarios. Cuando hablamos de autonomía de la Administración o de primacía de la política no estamos hablando de una estricta separación o de una rígida jerarquía, sino de dos dimensiones de la gobernanza democrática que deben ser armonizadas. Este equilibrio parece haberse roto en beneficio de una forma de hacer política que responde con exactitud al modo en el que Foucault caracterizaba al poder como “pobre en recursos, parco en sus métodos, monótono en las tácticas que utiliza, incapaz de invención y como condenado a repetirse siempre a sí mismo”. Si nos resulta difícil contestar a la pregunta acerca de para qué sirve la política podríamos sustituirla por aquella que se plantea a quién beneficia esta despolitización.
Daniel Innerarity, El ocaso de la creatividad política, La Vanguardia 13/02/2021
"El idiota hipermoderno es un problema contemporáneo que va a ser más acuciante porque los algoritmos de las redes sociales no están por la labor de ofertarte una pluralidad en la visión del mundo sino de reforzar tus intereses y eso es lo que está conduciendo al aumento de ese perfil", ha indicado el filósofo José Carlos Ruiz en una entrevista con Efe.
Explica que este "idiota" no necesita contrastar informaciones porque se somete a su sesgo de confirmación, y tacha de conspiración, manipulación o falsedad cualquier evidencia que pudiera negar o poner en duda aquello de lo que está convencido: "como buen idiota pierde la capacidad de escuchar al otro, que piensa diferente a él".
Y se pregunta: "¿dónde hay que poner el foco de la responsabilidad, en las empresas que intentan captar tu atención y someterla el máximo tiempo posible porque le es rentable o en los procesos políticos, en nosotros mismos, porque no abogamos porque en la educación infantil y primaria se ponga una asignatura de pensamiento crítico?".
Agencias, Un filósofo advierte del problema de los "idiotas hipermodernos", La Vanguardia 03/02/2021
Tönnies va considerar la família com l’expressió més clara de la “comunitat”: el dret natural que presideix la seva formació pot ser considerat estrany a les lleis d’un Estat; i per això el sentit de corporació apinyada, estable i sòlida fa que la família, o el parentesc, puguin convertir-se en la cèl·lula més petita d’una “germania” de més volada, que pot abraçar milions de persones: va succeir en la fundació de noves religions (Luter s’adreçava a “la gran família dels alemanys”), i ha succeït en el cas dels renovats anhels nacionalistes a Europa, al segle XX i continuació, amb un component inevitable de fe, esperança i exaltació. Hi predominen, per tant, l’amor, la solidaritat i la defensa aferrissada d’una essència, oposada a l’existència de qualsevol marc legal superior. Per això les sancions que un Estat de dret imposa als membres d’una comunitat adelitada per una idea de “corporació tancada” sempre seran considerades com a “repressió”, quan només són l’evidència de l’aplicació del marc legal general, superior a tota “comunitat” particular.
Per contra, la “societat” (Gesellschaft) equival a la suma articulada d’associacions, partits (sempre diversos) o cultes religiosos i, per damunt de tot, d’individus vinculats responsablement a normes universals, sempre votades per la ciutadania en un Estat democràtic i de dret. Tönnies posava com a exemple d’una “societat”, a una escala molt petita, qualsevol empresa, en la qual amos, directius i treballadors poden tenir molt poc en comú pel que fa a les idees polítiques, però configuren una unitat adreçada a la prosperitat dels uns i els altres.
Com que les societats estan més basades en el dret que emana de les constitucions i de les lleis que en una fraternitat emocional, aquestes coneixen conflictes de classe (així les lluites entre amos i treballadors), racials (altra vegada molt potents a les societats contemporànies) o de caire religiós. Però les societats, a diferència de les comunitats, no resolen aquests conflictes per la via d’un acord o d’una voluntat afectiva, sinó dins el marc de les lleis del conjunt de la societat, modificant-les si cal. Quan una comunitat suposa que les seves decisions estan al marge de les lleis de la societat com un tot (generalment sota la forma d’un Estat), llavors la comunitat entra en un carreró sense sortida, o amb una sortida imposada per la llei general, que sempre incomoda els defensors de tot ideal o estructura “comunitaris”.
El nacionalisme és un moviment polític que suposa certs avantatges en la mesura que agermana (dir “sense conflictes” seria una il·lusió) els membres d’una comunitat engrescada per una idea o emocions ben relligades, difícils d’eliminar un cop s’han forjat. Però quan una pulsió nacionalista (com a magnificació de l’esperit “familiar” o “comunitari”) arrela en els individus només com a ideal, i quan s’alimenta solament de l’emoció o de la sensibilitat, llavors topa amb les lleis que s’ha donat una societat més àmplia sota la forma de l’Estat i de les Constitucions, estructures gens emocionals o merament administratives. Llavors la lleialtat envers un ideal comunitari xoca, per força, amb les estructures de la societat, les quals no demanen ni lleialtat ni emoció, ni apoteosis ni símbols, sinó “contracte civil”. Quan un segment de la població, per ampli que sigui, actua amb els mecanismes clausurats de tota “comunitat” i no en el dret relatiu a una societat de més gran complexitat, inevitablement oberta, llavors aquella comunitat té feines i treballs a redefinir-se com a societat amb interessos diversos.
Jordi Llovet, Comunitat i societat, El País 05/02/2021
A veces nuestra casa está demasiado limpia y ordenada. Todo está en su sitio. No hay ni una miga de pan por el suelo, ni cajones revueltos, ni luces encendidas en cuartos en los que no hay nadie, ni el volumen de la televisión es excesivo... En estas ocasiones nos miramos mi mujer y yo con cara melancólica y asentimos. Sí, los dos echamos en falta el caos de nuestros nietos.
“Nadie tiene la última palabra: tú puedes afirmar que una declaración está establecida como conocimiento sólo si puede ser refutada, en principio, y sólo en la medida en que aguanta los intentos de refutarla.”
Marcantonio Passeri (1491-1563) Bibliotheque Nationale, Cabinet des medailles. |
Se pone en contacto conmigo un militante del Socialist Workers Party (SWP), partido trotsquista nortamericano. Por cosas como esta soy decididamente partidario de las nuevas tecnologías. Gracias a ellas hemos podido hablar durante más de una hora, por Skype, conectando Detroit y Ocata. Pero si las nuevas tecnologías hacen posible la conexión, el mantenimiento de la misma y su provecho ya no depende de ellas. Tenemos que ser capaces de entendernos y de comunicarnos cosas que nos interesen a ambos.
Resulta que Eric London -que así se llama o se hace llamar el trotsquista- está entusiasmado con mi libro sobre Caridad Mercader e incluso se ha interesado por mi amiga B. Nos hemos intercambiado abundante información.
Llevo tantos años detrás de los Mercader y su núcleo de amistades, que el hecho de encontrarme con una nueva foto -en este caso de Eduardo Ceniceros- ha sido para mí como descubrir una vieja foto de familia de cuya existencia no tenía ni idea.
A ustedes esta imagen no tiene por qué decirles nada, sin embargo a mí no deja de hablarme. Por eso pienso que, en cierta forma, lo que hace con nosotros eso que llamamos cultura es volvernos paranoicos: por su culpa oímos voces. Oímos las voces de todos aquellos que nos acompañan desde que al topar con ellos sentimos la intensidad de su presencia. He pasado un buen rato mirándole a la cara a este hombre. Fue el abogado de Ramón Mercader y, posiblementee, su mejor amigo. Y, ya veis, es parte de mi familia sentimental. Con Eric London seguiré hablando. Creo que hemos hecho buenas migas.
Este artículo fue originalmente publicado en El Periódico Extremadura.
Son varios los motivos que hicieron del existencialismo una filosofía tan popular. El primero es que, más allá de tecnicismos y sutilezas, mantiene una tesis extremadamente simple y que, en cierto modo, justifica esa obsesión natural por estar mirándonos (complacida o angustiosamente) el ombligo, a saber: que nuestra propia y particular existencia es el “dato” fundamental del que partir en cualquier posible consideración del mundo.
El segundo motivo pudo ser el gran despliegue artístico (casi más que propiamente filosófico) que tuvo el movimiento. Bebernoslas novelas de Mann, Hesse o Camus, el teatro de Sartre o Beckett, o las películas de Bergman o Bertolucci, para exhibir luego, embriagados de lucidez y amargura, la pose de aquellos antihéroes existencialistas, con su aire de estar de vuelta, por aulas y cafés, fue un momento estético, por decirlo con Kierkegaard, por el que cruzó casi toda mi generación.
El tercer motivo es, empero, el más importante: el existencialismo es una filosofía que integra perfectamente la mayoría de los prejuicios propios al espíritu moderno. Es por eso que sus ideas nos parecen tan claras y distintas (por oscuras o confusas que sean) y nos resulta tan fácil identificarnos con ellas. Veamos cuáles son.
Como dijimos, la tesis central del existencialismo es la de que no hay dato más objetivo que el de la inefable y subjetivaexperiencia de existir. Primum vivere deinde philosophari. Existo, luego actúo, siento, quiero, pienso… Todo esto de que la existencia precede a la idea es una muy discutible idea, pero parece que prende fuerte cuando – como hoy – no hay nada más trascendente a lo que agarrarse que al hecho (crudo y trivial) de estar vivos.
Otra creencia fetén del existencialismo es la de que somos radicalmente libres para hacer de nuestra vida lo que queramos. La idea de que cada persona se hace a sí misma (como una especie de artista de sí), o la de que podemos ser lo que nos propongamos (sean cuales sean las circunstancias), casan bien con la doctrina existencialista de la libertad, según la cual el ser humano, por carecer completamente de esencia, debe ser aquello que elija, a cada momento, ser.
La libertad es, para los filósofos de esta corriente, la expresión más propia del existir humano y, como tal, se concibe como algo previo a todo concepto o valor. Los propios valores son elegidos subjetivamente por cada cual, de manera que, en el fondo, no elegimos algo por ser justo o bueno (al contrario: será justo o bueno solo si lo elegimos), sino por un acto de espontaneidad inexplicable. Esta concepción irracionalista de la elección como manifestación incondicionada de la existencia es, en esencia, la misma que presupone hoy en nosotros la industria del entretenimiento y el consumo, invitándonos constantemente a ejercer una libertad libre de restricciones, juicios o criterios previos.
Somos, así, tan condenadamente libres que – según el existencialismo – podemos (y debemos, que es lo raro) elegir nuestros propios valores, conscientes, a la vez, de que, si los valores son una elección subjetiva, no hay criterio objetivo alguno con el que distinguir lo realmente valioso de lo que no lo es.
Este último sinsentido se agrava si reparamos en la consideración existencialista del “sentido de la vida”. Arrojados a la existencia – dicen Sartre o Heidegger –, y sin más fin que la nada de la muerte, nuestra vida es una pasión inútil, un simple juego al que, sin embargo, parece que debemos entregarnos con trágica seriedad. Aunque, ¿por qué? ¿Qué sentido tendría luchar o comprometerse con nada si nada tiene, finalmente, sentido? ¿No sería más sensato entregarse a ese tibio y gozoso dejarse llevar en que vegeta la mayoría (y al que el existencialista tacha, de manera injustificable, de modo “inauténtico” de vivir)?
Confundir el mundo con nuestro propio ombligo, creer que podemos autogenerarnos – como onanistas y libérrimos demiurgos – sin planos o esencias previas, autoproclamarnos como supremos legisladores morales, o burlarnos de toda idea que trascienda el nudo y simple (pero sagrado e inefable para el creyente) hecho de la existencia, son algunos de los dogmas de fe del existencialismo y de casi cualquiera de nosotros. Pensémoslos ahora a fondo, y dejemos de “ponernos existencialistas”.
Tert
... (... continúa)Suena el teléfono.
Me llaman de México. Contesto impaciente.
Es mi querida Yolanza Lazo que se disculpa amablemente porque no ha sabido encontrar respuesta para una pregunta que le hice. Tiene a sus hijos repartidos por el mundo y hablamos, claro, de ellos y, después, de la desastrosa situación sanitaria de México, un país en el que no es posible el confinamiento total, porque miles de personas no tienen otro lugar para confinarse que no sea la calle. Como lo que me cuenta es triste, volvemos a los hijos.
Estos días estoy escribiendo un artículo sobre la familia. Ando dándole vueltas a la idea de que la pareja padre-madre (o cualquiera de sus variantes) no es el centro de la familia. El centro verdaderamente nuclear es el lazo de amor indeleble de los padres a los hijos.
Intentaré explicarme en pocas líneas:
1. Lo que une a los padres es Eros. No solamente Eros, es cierto; pero si Eros falla, la relación de pareja quiebra.
2. Lo que une a los padres con los hijos es algo que puede denominarse, pensando en el cristianismo, como "ágape": un amor que perdura sea o no correspondido. A nuestra pareja le exigimos que corresponda a nuestra amor e intuimos que hay ciertas líneas (frecuentemente relacionadas con Eros) que no se pueden traspasar sin que la relación se arruine.
3. Nuentra mujer puede dejar de serlo si nos divorciamos. Un hijo, siempre será nuestro hijo, aunque le cerremos las puertas de casa.
4. Por lo tanto, los lazos de la pareja son potencialmente provisionales, mientras que los de los hijos son definitivos.
5. La conclusión, entonces, es que un matrimonio sin hijos no sería exactamente una familia; mientras que un padre y un hijo, sí lo es.
No sé si estarán ustedes de acuerdo.