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Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Ahora que todo el mundo escribe, publica y opina, ¿alguien tiene tiempo para leer o escuchar a los demás? Piensen en los miles de libros que aparecen cada mes, en los artículos que copan cada día los periódicos, en las toneladas de “papers” que publican eruditos y académicos, o en los millones de posts, comentarios, reflexiones, y mensajes que corren por las redes. ¿Cuánta gente haría falta para atender a tanto inspirado artista, esforzado investigador, lúcido intelectual o magnético influencer?
Que conste que celebro que cada vez más personas puedan expresar públicamente sus ideas. No me parece que tal cosa vaya a provocar ninguna “explosión espiritual” (como aquella que presagió Lorca para cuando acabara el hambre en el mundo – pues ni ha acabado el hambre, ni todos tienen la misma voz y poder en el mundo de los medios –), ni que cantidad y calidad no sean, como de costumbre, inversamente proporcionales. Pero, en cualquier caso, que tanta gente disponga hoy de ocio, educación y recursos para producir y publicar sus elucubraciones artísticas o intelectuales me parece un síntoma inequívoco de progreso (ojalá todos mis vecinos se enfrascaran los domingos en escribir novelas, en lugar de aburrirse con el taladro percutor).
Ahora, insisto: ¿hay gente suficiente para atender a tanta mente creadora y encantada de reconocerse en lo que publica? No lo sé. Yo, por si acaso, implantaría el grado universitario de “espectador cualificado”. Y no es del todo broma. Cada vez valoro más el esfuerzo de escuchar o leer a alguien. Sobre todo ahora que la industria mediática exacerba la polarización ideológica entre sus clientes (como modo de sujetarlos entre sus redes) y la crispación y el ruido no dejan oír con nitidez ningún mensaje.
Escuchar a los demás nunca ha sido fácil. Además de trabas sociológicas y prejuicios ideológicos, concurren dificultades psicológicas. Los más jóvenes suelen andar demasiado pendientes de afirmarse a sí mismos, y los más viejos de confirmarse, de manera que, habitualmente, los primeros solo escuchan para identificarse atolondradamente con lo que oyen, y los segundos para que lo que oyen se identifique con lo que creen que piensan. Nadie, pues, escucha de verdad a nadie.
Escuchar, conocer y – eventualmente y en ese orden – respetar y amar a los demás, no es virtud espontánea, ni tiene que ver con las emociones, el género o las circunvalaciones cerebrales (cosas estas que se presuponen hoy como factores causales de casi todo), sino, fundamentalmente, con el interés y la habilidad intelectual para construir ideas e hipótesis (correctas) sobre las ideas e hipótesis de otros.
La tan cacareada empatía “solo” consiste, pues, en pararte pacientemente a comprender lo que dice (y lo que quiere decir) tu interlocutor, aventurándote a articular en tu cabeza lo que probablemente tenga él en la suya. Y para esto hacen falta dos cosas: el hábito de la reflexión (es decir, la capacidad para comprender de manera analítica y crítica las ideas con las que comprendes y comprenden los demás las cosas), y motivación suficiente.
Para lo primero es conveniente cultivar la competencia filosófica (con el ajedrez no basta). Para lo segundo, calculen: si se empeñan ustedes en comprender de veras a los demás, no solo crecerán en saber (¿hay algo más en lo que crecer una vez adulto?), sino que también estarán en condiciones de amar y dialogar, esto es: de descubrirse a sí mismos en lo que aparentemente no son.
El infierno no son los otros (esos otros presunta y románticamente inconmensurables con nosotros), sino la ceguera idiota y narcisista de mirar mirándonos en ellos como en un espejo, cuando es romper y penetrar ese reflejo lo que, precisamente, hace posible la escucha. Quien escucha y comprende es quien posee íntima y radicalmente lo comprendido, más allá de reflejos y apariencias. ¿Y no es esta la condición y el fin del amor, el poder, y tantas otras cosas grandiosas y engrandecedoras?
Mis alumnos se escandalizan (como es debido) cuando les digo que (tal vez) solo se enamora uno del que es mejor, y que (sí que) hay (como sospechábamos) personas mejores (en lo mejor) que otras. ¿Y cuáles son esas personas? – me dicen –. Las más sabias – les digo –. ¿Y cómo sabemos que son las más sabias? – me replican –. Porque nos explican a nosotros mismos mejor de lo que nosotros somos capaces de hacer. Solo alguien así merece por completo nuestro amor, y solo alguien así está en condiciones de amarnos tal y como merecemos.
Por cierto, alguien así de amable y poderoso ya no tendría la más mínima necesidad de andar publicándose para nadie (como mucho, y si existiera, para Dios), por lo que sería todo oídos y palabras justas. Justo las que no tenemos los que, así, escribimos como envanecidos posesos.
Cuando se tiene la suerte de trabajar con niñas y niños que aprenden juntos a hacer las cosas solos, siempre desde la premisa de que el éxito de uno es el éxito de todos, el aula se convierte en un espacio de crecimiento y convivencia mágico.
Para lograrlo, las alumnas y los alumnos deben desarrollar destrezas como respetar el turno de palabra o ayudar dando pistas, junto con habilidades, procedimientos y actitudes que van a conformar su competencia para cooperar.
Y los docentes han de conectar la cooperación con lo que hacen diariamente. Más que en el aprendizaje cooperativo, deberían pensar
en “cooperativizar” su práctica educativa, un camino que orienta este libro desde la experiencia en el aula de Infantil.
Sobre los autores
Francisco Zariquiey Biondi es maestro de Educación Primaria, especialista en Educación Musical y Máster en Mediación y Resolución de Conflictos en
Instituciones Educativas. Ha sido responsable del diseño y gestión de la implantación de la línea pedagógica del colegio Ártica de Madrid. Actualmente dirige el Colectivo Cinética, plataforma dedicada al asesoramiento de organizaciones educativas en temas relacionados con la innovación pedagógica.
Olga Manso Baeza es maestra de Educación Infantil, Experta en Aprendizaje Cooperativo por la Universidad de Alcalá y Máster en Psicopedagogía por la Universidad Internacional de Valencia. Ha
sido tutora de diferentes niveles de esta etapa en el Colegio Ártica de Madrid. Forma parte del equipo de Colectivo Cinética desde su fundación
La entrada Cooperar para crecer se publicó primero en Aprender a pensar.
Álex Vicente, Paul Preciado: "A veces, se me olvida que soy un hombre", El País 13/03/2021
La crisis sanitaria no fue consecuencia de ninguna conspiración y su salida no será un acto de magia o brujería. La razón y la libertad son las principales facultades de las que disponemos para entender y gestionar ese contexto limitante en el que nos movemos. Tanto quienes aseguran que esto nos pondrá por fin en la dirección correcta como quienes están convencidos de que volveremos a las andadas se equivocan en un asunto central: los humanos somos seres que estamos continuamente experimentando, que nos adaptamos, que discutimos acerca de la interpretación más adecuada de lo que nos está pasando, que aprendemos, aunque sea mal y tarde, pero que todo eso lo hacemos en un contexto en el que hay elementos de necesidad y de libertad.
La pregunta acerca de si aprenderemos de la crisis no se puede contestar porque esas dos condiciones (la necesidad y la libertad) son muy imprevisibles. Cuáles serán nuestros márgenes de acción, qué nuevos desafíos nos acechan, son cosas que pueden y deben ser anticipadas en la medida de lo posible, pero que no se nos van a desvelar con toda claridad. Y que somos seres realmente libres se acredita en el hecho de que no sabemos de antemano cómo vamos a reaccionar a los acontecimientos que se nos vayan presentado; ni los graves errores que hemos cometido a lo largo de la historia (también de este histórico año) ni los éxitos o las hazañas (que las ha habido en abundancia durante la crisis sanitaria) nos permiten realizar pronósticos seguros. Más aún: en esa indeterminación del futuro reside la grandeza de nuestra frágil condición. No aceptaríamos renunciar a nuestra libertad si esa fuera la condición de un futuro seguro. Lo que hayamos de aprender, hagámoslo en el entorno abierto e indeterminado de la libertad y la democracia, sobre todo porque no se puede aprender de otro modo.
Daniel Innerarity, El conocimiento tras la pandemia, La Vanguardia 13/03/2021
"El monje Guillermo de Ockham, a diferencia de Platón, pensaba que no es necesaria tanta elucubración metafísica, tanto ascenso al mundo de las ideas, y que había que fijarse más en lo material, centrándose en explicaciones que son eficaces en el mundo real", explica González Serrano. "Por eso se dice que le cortó las barbas a Platón", continúa, "porque, de algún modo, le cortó las alas… aunque a ambos filósofos los separan casi quince siglos", ríe. El propio nombre del axioma, acuñado en el siglo XVI, hace referencia a la relación entre ambos pensadores. La simplicidad de la máxima de Ockham "afeitaba como una navaja" las barbas complejas de Platón, quien tenía en cuenta, en su pensamiento, multitud de factores —o entidades— físicos, del terreno de las ideas y, también, matemáticos. Así las cosas, tal y como contaron filósofos posteriores a ambos, la simpleza de Guillermo de Ockham llegó para ejercer de contrapunto a la complejidad platónica.
"La mayor parte de las críticas a la filosofía de Ockham", apunta el profesor, "llegan, precisamente, por pecar de sencilla, por ser insuficiente". Ese 'sencillismo' podría excluir, en muchas ocasiones, por ejemplo, aspectos éticos o morales por no hallarse entre las soluciones más sencillas a un problema. Existen muchos pensadores que se postularon en contra de esa simpleza, si bien es cierto que las teorías anti-navaja más conocidas son las de los filósofos Gottfried Leibniz y las de un contemporáneo del propio Ockham, Walter Chatton, que rebatió al monje opinando algo así como que siempre que fuera necesario añadir un detalle o una perspectiva más para lograr que una explicación fuese completa, habría que hacerlo. Tendía, por lo tanto, a la complejidad. Por su parte, Leibniz contrapone el principio de Plenitud a la navaja de Ockham. Según el alemán, en el universo "ocurrirá todo lo que sea posible que ocurra", por lo que las posibilidades para encontrar una explicación a un enigma o un problema serían infinitas, muy al contrario de lo que propone la sencillez de la navaja de Ockham.
Samuel Martínez, La navaja de Ockham o cómo un monje de la Edad media cortó las barbas al mismísimo Platón, eldiario.es 14/03/2021
Los debates sobre lo ocurrido en 2020 resonarán durante muchos años. Sin embargo, las personas de todos los campos políticos deberían coincidir en al menos tres lecciones principales.
En primer lugar, tenemos que salvaguardar nuestra infraestructura digital. Ha sido nuestra salvación durante esta pandemia, pero podría no tardar en convertirse en fuente de un desastre aun peor.
En segundo lugar, todos los países deben invertir más en su sistema público de salud. Parece algo evidente, pero los políticos y los votantes logran a veces no hacer caso de la lección más evidente.
En tercer lugar, deberíamos crear un potente sistema mundial de vigilancia y prevención de pandemias. En la vieja guerra entre humanos y patógenos, la primera línea pasa por el cuerpo de todos y cada uno de nosotros. Si esa línea se rompe en cualquier lugar del planeta, todos estamos en peligro. Incluso los más ricos de los países más desarrollados tienen un interés personal en proteger a los más pobres de los países menos desarrollados. Si un nuevo virus salta de un murciélago a un ser humano en una aldea pobre de alguna selva remota, en pocos días ese virus puede estar paseándose por Wall Street.
El esqueleto de ese sistema mundial contra la epidemia ya existe bajo la forma de la Organización Mundial de la Salud y otras instituciones. Sin embargo, los presupuestos que lo apoyan son escasos, y es un sistema que casi no tiene fuerza política. Hay que dotarlo con algo de peso político y con mucho más dinero, para que no esté del todo a la merced de los caprichos de políticos interesados. Como he mencionado antes, no creo que unos expertos no elegidos deban tomar decisiones políticas cruciales. Esa tarea debe seguir siendo competencia de los políticos. De todos modos, algún tipo de autoridad sanitaria mundial independiente sería la plataforma ideal para recopilar datos médicos, controlar los posibles peligros, dar la alarma y dirigir la investigación y el desarrollo.
Yuval Noah Harari, Lecciones de un año de Covid, La Vanguardia 14/03/2021
Quien tenga Instagram, Twitter o redes sociales del estilo habrá podido ver la cantidad de gente que dan la turra con el horóscopo.
La mayoría de personas cuando ve este tipo de publicaciones no les presta ningún tipo de atención y no les da importancia, especialmente si no creen en el horóscopo. Pero yo no soy como la mayoría a mí ese tipo de post no solo no me interesan sino que me hacen enfadar muchísimo.
No soporto ver la cantidad de estupideces que día tras día se publican en las redes sociales. Y siempre intento profundizar un poco en el por qué. Sueño con acabar algún día con la astrología.
Pues bien, tras ver unas cuantas de estas publicaciones me di cuenta de un pequeño detalle: prácticamente todas las personas que publican cosas relacionadas con el horóscopo son mujeres.
Esto no es una exageración ni una generalización precipitada. Si no he puesto todas es porque en mis 300 contactos de Instagram solamente hay un chico que publique cosas relacionadas con la astrología (quién por cierto hace uso de psicotrópicos). Pero aun así hacer una afirmación de este calibre sobre la cual basar un argumento es incorrecto por lo que he decidido investigar un poco.
Para empezar independientemente de si las mujeres creen más en el horóscopo que los hombres hay algo que es innegable, y es que los hombres no hablamos del tema.
Esta afirmación sí que está basada principalmente en mi experiencia, pero tengo razones de ese peso para argumentarla. No solo no he visto nunca jamás a un hombre hablar de astrología con otro, sino que no he visto en ninguna revista, página web, blog o similar “para hombres” nada al respecto.
En cambio no hace falta fijarse mucho para darse cuenta de que cualquier publicación de entretenimiento destinada a las mujeres tiene casi siempre en la sección de astrología.
Por ejemplo, entrad en esta publicación de esta cuenta de Instagram, la cual, por cierto lleva un hombre. Ahorraos leer la porquería que pone en el post e id directamente a los comentarios. Me gustaría que hicierais este ejercicio con diferentes cuentas de pseudociencias, de adivinación, y contarais la proporción según el sexo. Yo he contado 4 hombres entre 77 comentarios, es decir, aproximadamente un 5 %. Por tanto hay un 95% de mujeres en esta sección de comentarios.
Esta es literalmente la primera cuenta y la primera publicación que he encontrado, pero estoy casi seguro de que entréis en la cuenta que entréis ahora una enorme proporción de mujeres. Yo he hecho el mismo experimento con diferentes cuentas y diferentes publicaciones y los resultados han sido parecidos. También podéis ver los típicos televidentes, y contar la cantidad de hombres y que derrochan su dinero en esos farsantes.
Esto no es una generalización precipitada, no solo me baso en mi experiencia para afirmar esto, sino que os pondré estudios que apoyan mi observación. Aunque hay que decir que tampoco hay demasiados, pero bueno, con un poco de trabajo de campo se pueden sacar conclusiones interesantes.
El primer artículo que me gustaría hacer mención es este de la facultad de psicología y logopedia de la Universidad de la Laguna. Pese a que su encuesta no es gran cosa se puede sacar conclusiones interesantes. Os recomiendo leer las referencias de la bibliografía si os interesa el tema en profundidad.
El estudio concluye respecto a los datos obtenidos “Como puede observarse en la tabla 3, en la muestra de los hombres solamente un 10.3% de ellos creen en los signos del zodiaco mientras que, en el caso de las mujeres, la cifra se eleva hasta un 43.3%. La relación entre ambas variables: sexo y creencia en los signos del zodiaco, es significativa, obteniendo un valor de ? 2- 1-=-26.9,–p-<-0.001.”
He leído bastantes más artículos, pero la verdad es que todos llegan a la misma conclusión aunque con diferentes números y tampoco quiero saturar este texto, basta con ver que mi afirmación no se basa en una idea preconcebida ni en una observación vaga. Existen datos que respaldan con firmeza mi teoría.
Aún con todo hay una gran diferencia entre los estudios que he encontrado y los datos que he conseguido de forma experimental. El porcentaje de mujeres es mucho menor en datos de estos estudios. Lo cual puede indicar algo, o hay muchas más mujeres que creen de las que dice el estudio, pero se avergüenzan de admitirlo en una encuesta o la interpretación que creo que es correcta, los hombres no usan sus creencias en astrología en sus interacciones sociales, en este caso les redes, y por tanto no comentan al respecto.
Esta teoría sobre la diferencia es muy interesante, ya que en caso de ser cierta explicaría por qué hay un porcentaje mucho mayor de hombres, ya que las mujeres al hacer publicidad de esta farsa entre ellas, generan a su vez más mujeres crédulas, y esto es un proceso que se retroalimenta.
No quiero dar la sensación que las mujeres son las únicas crédulas, si investigamos sobre otras pseudociencias como la existencia de aliens podremos ver que ahí la balanza se decanta más hacia los hombres. Pero me parece muy distinto porque mientras que de los aliens puede haber un par de farsantes y ganando algo de dinero, con la astrología hay cientos e incluso miles de indecentes sacando tajada. Además la creencia en aliens no condiciona tantos aspectos de la vida como si lo puedo hacer el horóscopo la adivinación. Requiere un tipo de credulidad más basada en la sumisión.
No me quiero desviar del tema, pero el caso es que este supuesto proceso retroalimentativo teórico podría estar dándose también en la esfera especulativa y pseudocientífica de los aliens en el caso de los hombres, aunque por suerte en España no existe esa cultura o no está al menos tan extendida como en otros países.
¿Qué tiene esto que ver con el feminismo? Seguramente os estáis preguntando. Pues bien día tras día veo a mujeres que proclaman ser feministas difundir artículos sobre astrología, lo cual me molesta especialmente, ya no solo por la propia astrología, sino porque me parece que tal postura es contraria al feminismo, y me parece de una hipocresía inconmensurable defender la libertad de pensamiento de la mujer libre el día del 8M pero luego el resto del año estar publicando farsas supersticiosas.
Tal vez muchos estáis pensando que exagero y que creer en el horóscopo y difundirlo es algo inocente, pero nada más lejos de la realidad. Creer en el horóscopo no solo hace que la persona viva subyugada por supersticiones y se gaste el dinero en farsantes profesionales, sino que además es una herramienta psicológica para dominar a la gente. Me gustaría destacar el análisis que hace el estudio que he pasado antes basándose en otros estudios más extensos citados en la bibliografía.
“Las órdenes y recomendaciones irracionales intensifican la dependencia autoritaria irracional y la sumisión del lector, y también refuerza la autoridad del astrólogo fijando en el lector patrones de conducta compulsivos”.
A una persona que cree en el horóscopo le será mucho más fácil aceptar otras supersticiones, ideologías o pensamientos sin ni tan siquiera planteárselos.
(A partir de aquí voy a especular, nada de lo que diga continuación debe tomarse como un hecho, sino como una posibilidad)
Quizás esa sea una de las razones por la que es tan fácil hacer campaña política con el feminismo, aprobando medidas populistas que a simple vista suenan bien, pero que un análisis concienzudo sobre el tema podría llegar incluso a perjudicar a las mujeres, cómo pasó por ejemplo con la ley trans. Eso quizás explique también por qué hay muchas más mujeres que apoyan y defienden el movimiento LGTB sin serlo que hombres (en otro texto ya explique por qué no estaba de acuerdo con alguno de los colectivos). Y estoy casi seguro de que esa es la razón principal por la que hay tantas entrevistas en Internet en las cuales se pregunta a las mujeres manifestantes sobre cosas básicas del feminismo y no son capaces de responder, porque están ahí no porque estén de acuerdo con la ideología sino por inercia y fe ciega. (no quiero decir que todas las mujeres feministas sean así ni mucho menos, no obstante es innegable la existencia de este grupo minoritario de mujeres). Quizá esta también sea la razón por la que parece que la mayoría de las antivacunas son mujeres.
Me da muchísima rabia este panorama, y a mí personalmente me parece una vergüenza lo poco que se está haciendo para intentar solucionar este problema, que es mucho más grande de lo que pensamos. Indistintamente de si eres hombre o mujer debes actuar, no tengas miedo a criticar las ideologías de otras personas si crees que son estúpidas o incluso peligrosas. Ya está bien de respetar la opinión de los demás, una opinión estúpida debe ser criticada con toda la firmeza posible. Y sobre todo si crees en la astrología, primero recapacita sobre lo que estás haciendo, segundo piensa en el efecto que está teniendo en ti, y por último si a pesar de todo lo que he dicho en este texto sigues creyendo, por favor, no hables la gente de ello, porque si lo haces y da la casualidad que esa persona soy yo pienso reírme en tu cara.
Reseña de
El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y acumulación de capital.
Jason W. Moore
Traficantes de Sueños, Madrid, 2020
Escrito por Luis Roca jusmet
El libro que nos ocupa me parece muy importante para entender la dinámica y la crisis del capitalismo histórico. Jason W. Moore, economista político e historiador medioambiental, parte, aunque él no lo diga, de la máxima de Spinoza: “No somos un imperio dentro del imperio”. Contra el dualismo cartesiano Hombre (Sociedad)/ Naturaleza. Por muy peculiares que seamos como especie, el ser humano y sus producciones son parte (por muy transformada que sea) de la Naturaleza. Desde esta perspectiva no podemos entender el Capitalismo como sistema económico activo que actúa sobre una Naturaleza pasiva. El Capitalismo es en la Naturaleza y la Naturaleza es en el Capitalismo: esta es la hipótesis fuerte de la doble internalidad que defiende Moore. Plantea así la necesidad de una revolución conceptual en la manera de entender (y criticar) el capitalismo histórico. El concepto clave es el de oikeios, que es el medio ambiente que configuran los seres vivos (en este caso, y de manera más radical, los humanos). Una dialéctica en la que interviene la flora, la fauna, los ciclos y movimientos naturales, las modificaciones geológicas y las biosféricas. A partir de aquí surge la pregunta clave: ¿Cómo se unifica la Humanidad con la Naturaleza en el Capitalismo?. El capitalismo histórico surge en el S.XVI, a partir de la transformación agrícola capitalista, la codificación simbólica y las revoluciones científicas, combinadas con el racismo como bandera para legitimar el esclavismo. La metáfora que utiliza Moore (para sustituir la noción de “norma estructural” para definirlo como sistema) es la de “arrecifes de coral”, en el sentido que las estructuras físicas, las percepciones y los modelos productivos se multiplican periódicamente. Se va creando un oikeios que va aniquilando el espacio por el tiempo, en el sentido que cada vez es mayor la velocidad de los flujos de capital y acelerar los tiempos de retorno, con lo cual podemos decir que el capital crea espacio. En el siglo XVII aparece el tiempo abstracto, la racionalización y la cuantificación de todo lo que hay para asegurar su control. Tiempo lineal en un espacio plano y una naturaleza entendida como externa. La cartografía es muy importante. No solo la sociedad es histórica, también lo es la naturaleza. La geografía física y social van unidas, no las podemos separar. Jason W. More cuestiona la operatividad de la idea de Antropoceno para entender el impacto del hombre en la naturaleza. Propone sustituirlo por la noción de Capitaloceno, que se iniciaría en el siglo XV. Esta conceptualización le permite cuestionar también todo el mito de la revolución industrial, a la que considera simplemente una etapa de lo que ya se inició más de tres siglos antes. Propone (siguiendo, en parte a Arrighi) cinco etapas del capitalismo: 1) ciclo germánico-ibérico (1451-1648);2) ciclo encabezado Países Bajos (1560-1740);3) Ciclo encabezado por Gran Bretaña (1680-1910); ciclo encabezado por EEUU (1870-1980); ciclo neoliberal. Pero todas estas son crisis de desarrollo, que se resuelven por una capitalización y una apropiación renovadas. Las reglas del juego del capitalismo se establecen a mediados del siglo XVII, con más de un siglo de nacimiento de su dinámica. Parte de algo falso, que es que todo en la naturaleza se puede reponer. El capitalismo transforma en décadas lo que civilizaciones anteriores habían necesitado siglos. El dinero es clave, ya que lo que hace es valorar el trabajo asalariado y devaluar el resto de la naturaleza, separar la explotación de la apropiación.
Los estados, las clases, la producción de mercancías y la apropiación de naturaleza barata son procesos y proyectos que transforman lo humano y lo no humano. Se revoluciona el paisaje, la productividad del trabajo (que sustituye a la de la tierra) y las técnicas de apropiación global. Es necesario replantearse la ley del valor, formulada por Marx, partiendo de cuatro enunciados que surgen de la reconstrucción del capitalismo como una ecología-mundo. Son estos: 1) La acumulación de capital supone la transformación de la Tierra (y de sus habitantes); 2) La sustancia del valor es el trabajo social abstracto, pero las relaciones de valor comprenden y unifican las relaciones de trabajo-energía, remuneradas y no remuneradas; 3) La ley de valor es también una ley de apropiación de la Naturaleza Barata;4) Las fronteras de la Naturaleza Barata se construyen de manera activa a través de la praxis simbólica y la transformación material. Se genera una naturaleza social abstracta a través de la cartografía, la botánica, la cuantificación y la medición del espacio geométrico y del tiempo lineal. El tema del valor, como sabemos desde Marx, es fundamental. Es el punto de partida de Moore. La pregunta es ¿cómo se transforma el trabajo-energía en valor? Una cuestión básica es que el capitalismo sobrevive por proyectos que hacen trabajar a la naturaleza duro y barato. Esto es la apropiación, más importante incluso que la explotación. La explotación es una mercantilización del trabajo de la que se extrae una plusvalía. Pero la apropiación es el trabajo no remunerado: materias primas, energía, alimentos y fuerza de trabajo. Hablar de fuerza de trabajo no remunerada hace referencia sobre todo al trabajo doméstico que las feministas reivindican como trabajo olvidado y que recae básicamente en la mujer. Lo que es valor, por otra parte, lo decide cada civilización. El capitalismo pasa del valor y productividad de la tierra al valor y productividad del trabajo.
La savia del capitalismo es lo que Watson llama la Gran Frontera, que es el proceso de transformación de territorios para inclinar la balanza hacia la apropiación barata de recursos y aumentar la tasa de ganancia. Porque la tasa de ganancia no depende solo de los salarios (ligados lucha de clases) ni al precio de los materiales y maquinaria utilizado. Todo esto es lo capitalizado, lo que entra en la producción. Depende de que la apropiación tenga más peso que la capitalización. Se internalizan espacios necesarios para acumular capital. Los límites del capitalismo son internos, provienen de que necesita aumentar infinitamente su apropiación cuando los recursos son limitados. Cuando disminuye la apropiación entonces hay una expansión financiera porque no se invierte en la producción. Hay reducción ecológica, falta de naturaleza para apropiarse y entonces se pone en marcha la triple hélice: capital, ciencia y poder. Todo ello al servicio de la técnica capitalista para movilizar y apropiarse de las fuerzas naturales. Es la Naturaleza Barata de la que necesita apropiarse continuamente para superar sus crisis. ¿Cuáles son las causas de las crisis del capitalismo? Para Moore hay que explicarlo a partir de la relación entre la mercantilización y la reproducción. Es decir, que mientras la tendencia del excedente del capital es hacia la subida, el excedente ecológico decrece. El excedente ecológico es lo que dispone el capital para apropiarse de la naturaleza de manera barata (materias primas, alimentos, energía, fuerza de trabajo). Es decir, que el capital accede de manera gratuita o casi gratuita a estos recursos naturales no mercantilizados. El problema es que después de cada crisis y recuperación el excedente ecológico se va reduciendo.
La pregunta es, por supuesto, si la crisis actual es de desarrollo, es decir de una fase, o es epocal., es decir estructural. Un elemento importante en el análisis de las crisis capitalistas es que las crisis no solo son cíclicas sino acumulativas, es decir que la superación de cada crisis es cada vez más difícil porque los recursos naturales van disminuyendo. El autor plantea su hipótesis de que la crisis actual del capitalismo es epocal y no tiene, por tanto, salida. Para ello analiza el ascenso y el final de la Naturaleza barata. Lo que se problematiza son los mecanismos de reproducción del sistema. Para ello toma como referencia la larga evolución de la revolución verde, es decir, de la implantación mundial de la agricultura capitalista , el agotamiento de recursos y todo el valor negativo que va engendrando. El cambio climático es el más conocido, pero hay muchos más (¿ la pandemia?).
Sintetizando las aportaciones del marxismo, del ecologismo y, en parte, del feminismo. Tomando como referencia también a otros grandes, como Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi y David Harvey. Una síntesis coherente y novedosa. Un libro que no es fácil pero que merece el esfuerzo, ya que me parece imprescindible para entender donde estamos y los radicales desafíos a los que nos enfrentamos.
Me preguntaron en Política Exterior qué había cambiado con la pandemia para siempre. Esta fue mi respuesta:
El escritor francés Armand Gatti hizo un viaje a Pekín, junto a un grupo de intelectuales europeos maoístas, a finales de los años sesenta del siglo pasado. Todos fueron recibidos por el Gran Timonel, Mao Zedong, que les autorizó a hacerle preguntas. Gatti se interesó por el futuro. ¿Cómo veía el gran líder el porvenir? Mao metió su mano en un bolsillo, sacó una carpeta, buscó una hoja en blanco, la arrancó y se la entregó.
Quizás Mao estaba queriendo decir a Gatti lo que Napoleón le dijo a Goethe en Erfurt: “¿Para qué queremos ahora el destino? ¡La política es nuestro destino!”.
Pero resulta que no. La política puede creerse soberana mientras la naturaleza permanece dormida, pero cuando a esta le da por sublevarse, es ella la que decreta los estados de excepción. La naturaleza nos dice su verdad inapelable con frecuencia, pero, por naturaleza, la política tiene los oídos taponados de ideología. El insigne Herr Professor Gottlieb Erlöser Panaceo nos lo advirtió en su obra Del cuádruple principio de la insuficiencia de la razón.
Con lo difícil que es adivinar el pasado (como bien saben los historiadores) y nos ponemos a adivinar el futuro. Hay, sin embargo, una razón poderosa para ello: los hombres somos seres futurizadores. Por eso jugamos a predecir las consecuencias de hechos cuya llegada fuimos incapaces de imaginar, como la pandemia de la Covid. En mi humilde opinión, estos tiempos de pandemia nos han dejado dos enseñanzas claras.
La primera es que la moral kantiana está bien para los tiempos en los que la naturaleza calla, pero cuando grita, descubrimos que el principio categórico que nos exige tratar a todo hombre como un fin y no como un medio está por encima de nuestras posibilidades. Así que recurrimos a la moral de urgencia del utilitarismo. Es lo que hemos hecho sin debate, como si no quisiéramos enfrentarnos al hecho de que la moral utilitarista es una moral sacrificial: nos dice a quien hay que sacrificar sin crearnos problemas de conciencia. ¿Recuerdan lo ocurrido en la primera ola con los ancianos?
La segunda enseñanza es el olvido inmediato de la primera.
Volvamos a Gatti. Durante meses, conservó aquella hoja en blanco como una reliquia dialéctica entre las páginas de un libro. Un día sus hijos sacaron el libro de la estantería, encontraron la hoja y la llenaron de garabatos indescifrables.
Dijous de 19.15 a 20.45 h
Del 22 d’abril de 2021 al 10 de juny de 2021
Espai: Sala 2.4+2.5 - SEGON PIS
Professor/a: MÉNDEZ CAMARASA, JOAN
Examinarem de quina manera la filosofia es fa present en el món del cinema mitjançant l’anàlisi de l'argument d'una sèrie de films, tot reparant en aquelles escenes que siguin més significatives des del punt de vista de la història de les idees. Treballarem la intel·ligència artificial amb Jo, Robot i Her, la psicoanàlisi amb Annie Hall, com es reflecteix la salut en la societat amb Joker i com el cinema ha vist a algunes de les grans figur
... (... continúa)Dilluns de 17 a 18.30 h
Del 19 d’abril de 2021 al 14 de juny de 2021
Espai: Sala Carner+Folch i Torres - PRIMER PIS
Professor/a: MÉNDEZ CAMARASA, JOAN
Aportarem les claus necessàries per poder llegir i interpretar amb un millor aprofitament algunes de les obres més significatives de la història del pensament. Examinarem textos de Plató, Maquiavel, Hobbes, Rousseau...entre d’altres.
Preu: 62,00 € (IVA inclòs)
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
La idea moderna de Estado se fundó sobre la creencia de que los seres humanos somos, por definición, malos y egoístas. Una creencia (esta del “homo hominis lupus”) que no se deja corroborar por hechos (de hecho, sin la gran capacidad para cooperar que tenemos no estaríamos ahora aquí), pero que se sigue de una cierta concepción judeocristiana de la naturaleza culpable del hombre, algo de lo que no se libró en absoluto una modernidad que, en gran medida, es la hija secular del protestantismo.
Un buen ejemplo de este estado ideológico-religioso de cosas fue la institución, durante el siglo XVIII, de la democracia representativa en sus dos principales versiones: la norteamericana y la francesa, ambas salidas, en gran parte, de las cabezas de los filósofos (de Locke, la primera, y de Rousseau la segunda), y ambas empeñadas, pese a sus discrepancias, en mantener un pesimismo congénito con respecto a la condición humana en general – y a la del pueblo en particular –.
Muestra de este pesimismo recalcitrante es el reparto de funciones en la democracia liberal, en la que el pueblo reina (u ostenta la soberanía) pero no gobierna, sino que se limita a refrendar con su voto a las élites de notables (los partidos) que se turnan en el poder. Tras esta distribución de tareas está la presunción, no solo de la incapacidad del pueblo para gobernar, sino, más aún, del incorregible egoísmo de la mayoría, lo que no daría pie a más proyecto común que al de un “laissez faire” arbitrado por el Estado. Muchos siguen creyendo hoy que es esto, y no otra cosa, lo único que puede y debe ser la democracia: un simple marco legal en que dirimir (de forma más o menos equitativa) la inevitable lucha darwiniana por la existencia.
De otra parte, en el modelo republicano de estado debido a Rousseau y la Revolución francesa, menos escéptico con las virtudes ciudadanas, e instituido en torno a la idea de un bien común (y no a la de un común egoísmo, como el estado liberal), el pesimismo se plasma en la creencia por parte de las élites precursoras (tan ilustradas y burguesas como las del modelo liberal) en la incapacidad del pueblo para tomar conciencia de sus intereses y ejercer directamente el poder. De ahí la necesidad de múltiples instituciones y procedimientos (doble cámara de representantes, tribunales superiores, listas cerradas…) destinados a ralentizar y filtrar la participación política, así como la insistencia en la instrucción del pueblo, una educación que se va a desarrollar antes como adiestramiento moral que como educación para el ejercicio autónomo de la ciudadanía.
Diríamos, por simplificar (seguramente en exceso), que la democracia moderna ha oscilado habitualmente entre un pesimismo de derechas y otro de izquierdas, elitistas y desconfiados los dos del ejercicio del poder por parte del pueblo (esto es: desconfiados del ejercicio mismo de la democracia). Para los primeros, los individuos serían tan irracional o apasionadamente codiciosos que al Estado solo le cabría arbitrar unas mínimas reglas de juego en la competencia entre unos y otros (cada uno con sus legítimos, aunque privadísimos intereses); para los segundos, el pueblo estaría siempre tan carente de ilustración que es el Estado el que tendría que hacerse cargo de él, sometiéndole (por su bien) a un sinfín de leyes restrictivas (hoy, hasta del lenguaje mismo) y a un férreo adiestramiento educativo en los valores naturalmentecorrectos (de la ciudadanía, la revolución, la patria…), para que nadie (salvo el Estado y sus ministros de la verdad y la cultura) pueda manipularlo; todo ello dirigido al logro (como rezan algunos decretos educativos actuales) de la “salud mental y física” de los ciudadanos – algo que no deja de recordar, vagamente, a los jacobinos comités de salud pública – .
Ahora bien, frente a estas dos expresiones de pesimismo y democracia elitista y alienante, con sus correspondientes dosis de violencia (la del mercado y la del Estado, la de los hechos y la de los dogmas), ¿por qué no recordar esa otra concepción optimista de la política, no entendida ya como mal necesario (con que reprimir o adiestrar nuestra viciosa y manipulable naturaleza), sino como actividad imprescindible para nuestro desarrollo como ciudadanos y personas (aspectos estos que la modernidad se ha empeñado erróneamente en separar)? Al fin, solo la política es capaz de someter a principios los hechos y de cuestionar, por principio, los dogmas. De hecho, solo somos malos y dogmáticos cuando no tenemos otros principios mejores a los que atenernos. Principios que, para ser nuestros, tendrían que ser pensados, elegidos y aplicados por nosotros mismos. Echémosle optimismo. Y democracia.
Al primer capítol de la segona temporada de Crims, la negra sèrie de reportatges, una acusada d'assassinat declara en el judici que, després d'aconseguir arrencar el ganivet que li havia clavat a l'engonal per tal de tallar-li els genitals amb què anys enrere l'havia violat, va apunyalar la víctima buscant el cor perquè no patís. 21 ganivetades.
Una esgarrifança, perquè recordo un dia que a classe un noi de 16 anys em va justificar l'assassinat d'una dona que havia estat violada amb el mateix argument: "Perquè no patís".
L'argument sembla compassiu. Si ens fixem només en la víctima, podem argüir en contra de l'acció que en nom d'aquesta compassió s'està decidint acabar amb una vida humana, privant-la de l'oportunitat d'un restabliment de les ferides o de la violació.
Però, en el fons, és un terrible argument que prové de ´l'intent d'esborrar l'espant per allò que s'està fent. No pot suportar el patiment infligit, no pot suportar la resistència, la mirada -per això mateix les execucions "legals" tapen la cara de la víctima. Tot s'acaba quan s'ha transformat l'esser humà que tens al davant en cos, en cosa.
La crueltat que es justifica és menys cruel?
¿De qué asuntos se trata? Y caso de que efectivamente se trate de cuestiones de gran complejidad, que exigen no sólo conocimiento técnico sino potencialidad de discernimiento moral o de valoración estética, entonces surgiría de inmediato una tercera pregunta: Pero, ¿es que hay realmente entes maquinales susceptibles de cumplir tal rol?
Consideremos un caso extremo (no quizás el más problemático): el presidente de los Estados Unidos que en todo momento tiene relativamente cerca el maletín nuclear (Trump al parecer no lo soltó hasta el último día) se ve en la disyuntiva de apretar el botón o no, dada una presunta amenaza se potencia enemiga. Sus consultores le manifiestan carecer de criterio y le dejan efectivamente sólo ante la decisión.
¿Cabe pensar que en última instancia recurre a un ente maquinal convencido de que este tiene criterio a la vez fundado en más acusada percepción de los datos en juego, mayor capacidad de calcular las pérdidas que la acción provoca y asimismo las que ocasionará la inevitable respuesta. Calculará si vale la pena desde un punto de vista militar y asimismo desde el punto de vista económico. Pero hay algo más:
Hemos de suponer que el presidente en cuestión no es un canalla. Palabra esta que dice muchas cosas sin necesidad de recurrir al concepto que subyace, de trasfondo kantiano y sobre el que hemos de volver, avanzando que un canalla es aquel que no tiene reparos en instrumentalizar a los seres de razón, en instrumentalizarlos para su inmediato interés empírico, en no considerarlos como fin en sí.
Estoy pues suponiendo que el interlocutor maquinal del presidente de los Estados Unidos es un ser dotado no sólo de inteligencia computacional sino también de esa segunda modalidad de la razón kantiana que es la moralidad, que solapa en parte aquello que el pensador español Gabriel Zubiri denominaba “Inteligencia sentiente”.
Si supusiéramos que hay un ente maquinal de estas características sería perfectamente imaginable (aun no digo que sería legítimo) que en la soledad de su despacho el presidente de los Estados Unidos depositara en él la decisión final de apretar el botón rojo.
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (VII): el botón rojo, El Boomeran(g) 05/03/2021
A l’època del racionalisme, proposar que els humans fossin “com amos” de la natura significa bàsicament desposseir Déu de la creació i convertir l’aigua, l’aire i el foc en entitats mesurables i, en conseqüència, dominables. Ser amo és, òbviament, el contrari de ser un esclau sotmès a la necessitat. Per això el programa cartesià incloïa un altre element, que era el de saber ser senyor i usar la raó de forma diguem-ne “racional”. Per obligació divina havíem vingut al món a sofrir penalitats. La tècnica i la raó tenien com a objectiu acabar precisament amb la maledicció. Si els homes són “com amos” (i encara que en molt última instància l’amo sigui Déu) també s’haurà acabat el càstig diví. Treballar amb suor, que era la maledicció divina, tenia un altre sentit quan l’home treballava per a ell mateix i no per al més enllà. El que ens ha fallat és adonar-nos com a espècie que posseir la natura també inclou una obligació, que és vetllar per ella.
Ramon Alcoberro, "Com amos i posseïdors de la natura", El Temps 06/03/2021
Cuando nace y se extiende el humanismo, desde el Renacimiento al romanticismo y la varias formas contemporáneas de utopismo y de existencialismo, lo hace en modalidades distintas que, sin embargo, se caracterizan por dos reclamaciones características:
La primera es la apelación a la humanidad común que hay que reconocer y defender por encima o debajo de las tensiones y, sobre todo, las violencias que nacen de la confrontación identitaria: religiosa, fundamentalmente, nacional, supremacista.
La segunda es la negación a considerar a la humanidad como un género irredento, como una especie nacida en pecado que no podrá salvarse por sí misma a menos que intervenga una voluntad más poderosa, divina o cósmica ("solo un dios podrá salvarnos" afirma el pesimismo). Muchos de los primeros discursos humanistas celebran la raza humana y sus logros, particularmente los culturales.
Fernando Broncano, ¿Quién habla por la humanidad?, El laberinto de la identidad 07/03/2021
A aquest article faré quelcom de poc habitual: comentaré una obra no estrictament filosòfica. Es tracta de Francesc Layret. Vida, obra i pensament de Vidal Aragonés. El podeu trobar publicat per El tigre de paper, Edicions (Barcelona, novembre 2020).
Vidal Aragonés és un exalumne de l’Institut Verdaguer (un dels centres que es van fusionar en l’actual Maria Aurèlia Capmany) i es tracta d’una obra que pot resultar molt interessant a alguns estudiants de batxillerat. El Vidal és advocat laboralista, professor de dret laboral a l’UAB i diputat per la CUP al Parlament de Catalunya a la legislatura que just ara ha acabat.
El Vidal ha escrit una obra d’un rigor més que admirable, a la que ha invertit tota una dècada de recerca de veritat, picant pedra als arxius, consultant una bibliografia extensa, cercant fonts no sempre fàcils de trobar…
Introduïm una mica el tema de l’obra: el 30 de novembre de 1920 Francesc Layret va ser assassinat a trets a la porta de casa seva. Els fanals del carrer Balmes estaven inusualment apagats i no hi havia cap policia a la zona. La víctima era un advocat que sovint havia defensat a obrers anarquistes en judicis laborals, però també era un dels principals constructors ideològics del moviment republicà d’esquerres catalanista, que havia declarat les seves simpaties per la recent revolució bolxevic i, en aquell moment, era diputat al Congrés pel PRC (Partit Republicà Català) on desenvolupava una activitat de denúncia de les condicions laborals de la classe obrera, de la brutal repressió que aquesta patia a Catalunya i de la corrupció de l’Estat en afers tan foscos com els interessos de la corona i les altes jerarquies militars en la guerra del Marroc.
Podem dir que Layret era una víctima perfecta a una Barcelona on l’empresariat, amb la benedicció de l’estat, no s’estava de contractar pistolers que traguessin de la circulació a qualsevol element molest i, pel que sembla, Layret molestava molt.
Al llarg de l’obra, es repassa la vida de Layret i això vol dir que es descriu l’ambient polític, econòmic i cultural de les dues primeres dècades del segle XX. Fa una descripció acurada de les diferents organitzacions fundades per Layret i això vol dir fer una descripció del moviment obrer, del catalanisme d’esquerres i de l’evolució del republicanisme federal cap al socialisme d’inspiració bolxevic. Aquesta descripció porta a una anàlisi dels moviments tàctics i d’aliances polítiques entre forces tan difícilment reconciliables (als ulls d’avui dia) com el lerrouxisme, el catalanisme conservador, el republicanisme d’esquerres, l’anarquisme, el socialisme federal i l’incipient comunisme.
Es tracta, per tant, d’una obra que hauria de constituir un referent per a la recerca pel que fa al moviment obrer de principis del segle XX.
Òbviament, he trobat especialment interessant l’apartat dedicat al pensament de Layret: un home amb una cultura molt extensa, que es va llicenciar en Filosofia i lletres i en Dret i que va fer la seva tesi doctoral sobre la societat primitiva (i això vol dir lidiar amb Hobbes, Locke i Rousseau, que els meus alumnes tant estimen).
Aquí em permetré una petita crítica: el Vidal està de vegades massa preocupat per decidir quina categoria li escau al pensament de Layret: socialista, marxista, republicà, catalanista… Aquestes categories són útils per a sintetitzar el pensament d’autors que de forma gairebé exclusiva es dediquen a bastir un sistema de pensament; crec que Layret, que el mateix dia s’enfrontava amb la preparació de la defensa d’un membre de la CNT, protestava per l’empresonament de Companys i Seguí, sondejava les possibilitats d’una candidatura unitària del moviment obrer català, promovia l’adhesió del PCR a la Tercera Internacional… evolucionava en el seu pensament a partir de l’acció i de les circumstàncies, no a partir d’una reflexió teòrica purament especulativa; per tant, el seu pensament era un fenomen dinàmic i que difícilment es pot etiquetar sota una categoria estable.
L’obra també s’atura a la dimensió humana de Layret: un revolucionari d’ordre. Una persona que es va lliurar des de jove a la causa de la classe treballadora, però que contradiu tots els tòpics del revolucionari que porta una vida desordenada i caòtica. És molt destacable la seva lluita personal per aconseguir una vida activa malgrat greu disfunció motriu que patia. També és exemplar la seva decisió professional de no cobrar mai per defensar a un obrer, arribant a l’extrem de pagar de la seva butxaca costos derivats d’aquestes defenses.
Cal destacar que no es tracta d’una obra de fàcil lectura, ja que el seu objectiu és informar i no entretenir. Ara bé, està estructurada de manera que resulta senzill trobar la informació concreta que en un moment donat ens pugui interessar. Això i el rigor amb què s’ha realitzat la recerca, crec que fan d’aquesta obra una referència obligada per a qualsevol recerca sobre la vida de Layret i la vida política catalana a les dues primeres dècades del segle XX.
Finalitzaré amb una reflexió personal: crec que el pensament filosòfic és un fenomen cultural que només es pot entendre en el seu context històric. Aquest convenciment em porta sovint a preocupar-me més per la història que per la filosofia, i també em porta a preocupar-me per la dimensió concreta dels autors que estudio i a pensar si aquests autors ens poden aportar alguna cosa a la nostra situació actual.
Pel que fa al que Layret ens pot aportar actualment, deixaré que siguin les paraules del Vidal Aragonés les que descriguin amb tota exactitud aquesta aportació:
La seva vida és un exemple, un exemple de com es pot ser coherent, de com pot ser de plena una vida que es lliura en el dia a dia a treballar per a les persones que més ho necessiten i alhora construir projectes polítics per a l’alliberament de classe i nacional.
FILMOSOFIA. Tertúlia de cinema i pensament
Dràcula de Bram Stoker (1992) del dir. Francis Ford CoppolaCinefòrum dinamitzat per Joan Méndez
Sinopsi: a l’any 1890, el jove adv
... (... continúa)L'entrepà de la veritat
Hi ha qui culpa vattimos i rortys de la debilitació del concepte de veritat, ja iniciat pel perspectivisme. Crec que en molts casos confonen el que seria la veritat en ciència (o la versemblança), les veritats factuals i la veritat dels valors i els fins.
Sense entrar en la discussió, em centraré en la banalització de la diferència entre la veritat i la mentida factuals. L'èxit de webs com Maldita.es ha posat de moda la comprovació dels fets i ha originat la proliferació de factcheckers amateurs, que molts cops el que han fet sense voler és propalar les mentides i per tant col·labora al soroll.
Per això em sembla útil el consell de Lakoff, que avisa que segons com abordem el rebatre una mentida, el que fem és situar-nos en el marc de la mentida i per tant en realitat el que fem és difondre-la. Es tracta de The truth sandwich:
L'entrepà de la veritat explicat didàcticament i amb exemples (en anglès).
Álvaro de Albornoz, El temperamento español, 1921.
No es justo don Álvaro con la realidad española de la época, pero sentimos en ese regusto esteticista de la frase retórica que se retuerce melancólicamente sobre sí misma, algo propio de ese temperamento español que el ilustre escritor andaba buscando fuera de sí.
El pueblo siempre está ausente.
Ser conscients dels marcs interpretatius
En segon lloc, en tot debat cal tenir en compte la creació de marcs interpretatius (framing, enquadrament).
"Frames are principles of selection, emphasis and presentation composed of little tacit theories about what exists, what happens, and what matters." (Els marcs son principis de selecció, èmfasi i presentació composats per teories poc explícites sobre allò que existeix, allò que s'esdevé i allò que importa.)
(Gitlin 1980: 6)"[t]o frame is to select some aspects of a perceived reality and make them more salient in a communicating text, in such a way as to promote a particular problem definition, causal interpretation, moral evaluation, and/or treatment recommendation." (Emmarcar és seleccionar alguns aspectes de la realitat percebuda i destacar-los en un discurs comunicatiu amb la finalitat de promoure una determinada definició d'un problema, una interpretació causal, una avaluació moral, o una recomanació
(Entman 1993: 52) (font)
El lingüista George Lakoff ha divulgat la temàtica del framing, i n'ha aportat exemples especialment en la polèmica política de demòcrates i republicans en l'obra No pensis en un elefant!. Acaba recomanant.
“Evita los errores habituales. Recuerda: no te limites a negar las reivindicaciones de otras personas; reenmarca. Los hechos que no hayan sido reenmarcados no te harán libre. No puedes ganar exponiendo simplemente hechos ciertos y mostrando que contradicen las reivindicaciones de tu oponente. Los marcos prevalecen sobre los hechos. Los marcos de él se mantendrán y los hechos rebotarán. Reenmarca siempre.” (pàgina 153. edició castellà)
Un altre exemple que ofereix Lakoff, en aquest cas vinculat a la retòrica en les xarxes socials és sobre els tuits de l'anterior president dels Estats Units. Poden classificar-se en quatre categories:
Reseña de
Deambulaciones. Diario de cine 2019-2020
Carlos Losilla
Muga, Vernejo, 2021.
Luis Roca Jusmet
Carlos Losilla es crítico de cine y escritor. Tiene publicaciones muy interesantes, como “El sitio de Viena. Huellas de Fritz Lang” (2008) o “Flujos de melancolía. De la historia al relato del cine” (2010) o el monográfico dedicado a “Raoul Walsh” (2020). Lo que se plantea en esta ocasión es un reto muy arriesgado: hacer un diario personal de su pasión, que es el cine. Pero no se trata de un diario de críticas, lo cual no sería demasiado complicado, sino de algo más complejo. Lo que intenta es enlazar su vida cotidiana con el cine. ¿Será el cine entonces una forma de vida, como decía Pierre Hadot al referirse a la filosofía? Tampoco es esto lo que nos plantea el autor. En realidad, como bien dice, no plantea nada. El libro no nace de un proyecto. Se origina a partir de la combinación entre azar y necesidad. Losilla escribe unas notas, fragmentos sin intención concreta, casi de manera terapéutica, a partir de lo cual surge un torbellino que va encadenando lo escrito, con el deseo de implicarse en la propuesta que le hacen con todo lo que se va produciendo a partir de aquí. El filósofo francés François Jullien frente al plan que constituye el esquema de acción occidental, con unos objetivos y unos medios para conseguirlos, reivindica la idea china de eficacia, que es aprovechar el potencial que ofrece una situación. Losilla es aquí “algo chino”, por suerte. Porque todo aparece así más fresco, más creativo, menos encorsetado. Me parece que la manera como Carlos Losilla expresa sus comentarios, impresiones, afectos con respecto a las películas tiene un gran valor porque las transforma en experiencia. Esta me parece que es la palabra clave, en una sociedad en que tanto se ha perdido la experiencia, en la que nos limitamos a repetir lo que oímos y lo que leemos. Hay un esfuerzo sostenido por elaborar esta experiencia de la percepción fílmica que me parece que por sí sola ya da un sentido al libro. También una reflexión singular sobre el estatuto del cine, sobre la situación actual del cine. Mucho sabe de cine (y no solo de cine) Carlos Losilla y se nota. No me refiero aquí a un saber académico, sino a un trabajo que combina muy bien el rigor y la creatividad.
El diario no aparece además en un tiempo cualquiera, lo hace en el tiempo de la pandemia. Otra intervención del azar que dará un determinado aire a este diario. Lo va a volver más claustrofóbico y también más sombrío. Tanto con respecto a la vida como con respecto al cine, porque el autor no puede separarlo. Su elaboración es un ejercicio libre de análisis de películas, nuevas y viejas, muchas veces unidas por la libre asociación. Pero no es solo una reflexión sobre el cine, tiene también unas resonancias filosóficas muy sugerentes. Tiene además un carácter circular en el tiempo y en el espacio. Parte de un lugar al que vuelve otra vez. Como cerrando un círculo.
Quizás Carlos Losilla es demasiado autocrítico, cuestiona mucho lo que escribe y esto puede provocar la impresión de que necesita justificar lo que hace. Pero también es cierto que siempre resulta útil para problematizar el propio discurso y evitar caer en falsas certezas.
En todo caso todos aquellos para los que el cine es una pasión debemos felicitarnos tanto de la aparición de esta nueva colección Mikeldi (dedicada a ensayos breves sobre el cine como fenómeno estético y cultural), como de que sea este original diario de Carlos Losilla el que lo inaugure. Doy aquí al significante “original” su sentido más pleno. Algo que es radicalmente propio, nuevo, que no es repetir más de lo mismo y que, por lo tanto, aporta algo.
Miramos sin ver. Pensamos que deberíamos percibir cualquier cosa que esté delante pero de hecho apenas advertimos una pequeña porción de nuestro campo visual en cada momento. El cableado de nuestras expectativas visuales se encuentra casi por completo aislado de nuestro control consciente. De hecho, los conductores no ven a muchos motociclistas –y se los llevan por delante cuando doblan– porque no están esperando ver motocicletas.
Cuando hablan por celular, los conductores reaccionan en forma más lenta que los semáforos, tardan en hacer maniobras evasivas y en general tienen menos conciencia de su entorno. El problema está en que hablar por teléfono al manejar, pese a que en apariencia no implica ningún esfuerzo, socava nuestra atención, nos distrae más de lo que creemos. Perjudica en forma notable la percepción visual y la conciencia de nuestro entorno. Olvidamos que nuestros circuitos neurológicos para la visión y la atención están construidos para las velocidades propias de los peatones, no para las del manejo. (Christopher Chabris, Daniel Simons)
Cada vez que miramos sin ver, Revista Ñ Ideas, Clarín.com 07/11/2011
Les competències vinculades amb la retòrica formen part de les competències a treballar dins les classes de filosofia
Des de Plató, els sofistes han tingut mala premsa en filosofia. Gairebé tanta com els poetes i literats expulsats a continuació de la seva República racionalment instituïda. L'herència platònica perviu encara en les nocions compartides per molts membres de la comunitat filosòfica. En aquesta mena de koiné, l'important és la racionalitat, la veritat i l'argumentació lògica, preferentment deductiva. Convèncer algú a través del diàleg només es pot fer a la manera del Sòcrates platònic: fent-lo raonar fins que la veritat resplendeixi.
Tot i els ensenyaments que ens llegà Aristòtil a la seva Retòrica, en filosofia segueix essent mal vist fer servir arguments que incloguin connotacions, apel·lació a emocions o que facin servir trucs com el kairòs. Això queda despectivament relegat al món de la doxa: periodisme, tribunals, publicitat, política.
Però en educació crec que no podem permetre que els nostres alumnes s'endinsin, amb el lliri a la mà de la benintencionada idea que "totes les opinions són respectables", en xarxes socials ultres, conspiranoiques i propaladores de l'odi. És com a mínim una ingenuïtat pretendre que ensenyant-los lògica podran sobreviure i formar-se un pensament propi -com prescriuen els curriculums actuals- en aquest món de "soroll, crits, sentimentalisme i ocurrències", com el caracteritza Daniel Gamper en l'excellent Las mejores palabras.
Vaig defensar fa temps que calia canviar l'educació del debat a les classes de filosofia de secundària. Proposava introduir-hi aportacions de la lògica informal i de la pragmadialèctica. El context actual, amb a proliferació de les xarxes socials virtuals, la progressiva importància de la propaganda digital i la consolidació política de l'extrema dreta, crec que demanen acollir-se també a les aportacions de la psicologia cognitiva.
Examinar el lèxic
La novaparla era un dels elements essencials de la societat totalitària imaginada per Orwell a 1984. Part de l'opinió pública contemporània es mou en el terreny del lèxic creatiu, especialment la ultradreta. Aqui un diccionari amb les paraules que cal agafar amb pinces.
"En particular", me dice, "me ha interesado explorar los límites morales y prácticos que (imagino) debieran existir y servir para morigerar las expectativas de cambio social que típicamente se atribuye a la escuela desde la cultura occidenta".
"La inquietud de fondo", añade más adelante, "está en cuestionar el arraigo de la idea de que el cambio social y cultural deba provenir principalmente de las instituciones educativas, cuando ciertamente no son estas las únicas en tener esa oportunidad"
Le he contestado lo siguiente:
Querido amigo,
La cuestión que plantea usted es de la mayor relevancia y, sin embargo, por paradójico que parezca, ha merecido muy poco interés. ¿Qué es lo que podemos esperar racionalmente de la escuela?
En frase atribuida a Victor Hugo (yo tengo mis dudas sobre su autoría) se sostiene enfáticamente que “cada escuela que se abre es una cárcel que se cierra”. Obviament no es cierto. En absoluto. Recuerde usted que el pueblo más culto de Europa a comienzos del siglo XX era el alemán y, sin embargo, la patria del idealismo se rindió incondicionalmente al bárbaro de Hitler (para desesperación de Dewey, por cierto).
Respondía a esta tesis optimista un escritor español, Felipe Trigo, en un librito titulado Socialismo individualista (1912) de esta forma: “La instrucción, aumentada en toda Europa, ha conseguido nada más cambiar la proporción de criminales instruidos, sin alterar la cifra de delincuentes. Bien sé yo esto. De ahí que igual me abstenga de gritar con los ilusos que cierra una prisión cada escuela que se abre”.
El idealismo pedagógico de la escuela republicana francesa (véanse los escritos de Cousin) nunca se vio correspondidos por la realidad. Los pueblos no aprenden moderación, ni adquieren el sentido de la prudencia, en la escuela, sino en sus experiencias colectivas. Por ejemplo, en sus experiencias de la derrota. Ahora bien, estas experiencias no se transmiten de generación en generación. Deben ser aprendidas siempre de nuevo.
Otro escritor español, Gumersindo de Azcárate, se preguntaba: “¿Ha producido la educación en Alemania la tranquilidad y el contento social? (...) ¿Ha sido una panacea para los males sociales de los Estados Unidos? Según un escritor americano, las nueve décimas partes de los jóvenes encerrados en las penitenciarías han asistido a escuelas: 'nuestros hijos, dice, tienen su pobre cerebro lleno de toda especie de cosas (...), pero no hay sitio en él para las verdades más sencillas del honor, del deber, de la moralidad." (Gumersindo de Azcárate, Resúmenes y juicios críticos, 1883).
Le añado que ni tan siquiera está clara la relación entre educación y crecimiento económico. Federico Mayor Zaragoza aseguraba cuando era secretario general de la UNESCO que "el nivel de educación de un país determina las condiciones de ese país para participar en el desarrollo mundial, beneficiarse de los avances del conocimiento y progresar él mismo mientras contribuye a la educación de los otros. Esta es una verdad autoevidente que ya nadie discute". Bueno... yo no tengo una fe ciega en las supuestas verdades políticas. De hecho, William Easterly desmontó esta tesis en un libro titulado The Elusive Quest for Growth.
A la escuela le podemos pedir racionalmente una contribución rigurosa al enriquecimiento de la cultura común. Pero hay que ser muy humilde a la hora de profetizar sobre sus resultados colectivos.
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Este artículo fue originalmente publicado por el autor en la Revista Ex+
¿Qué más podríamos pedir? En rigor, nada. Lo que nos toca ahora es dar y pagar. Pagar, por ejemplo, la deuda con nuestros mayores, que lo dieron todo para que nosotros disfrutáramos de sus logros. Pero dar y pagar también por lo que dejamos a las generaciones más jóvenes: un mundo amenazado por el cambio climático, preñado de desigualdades cada vez más profundas, orwellianamentevigilado, y en el que disponer de una enseñanza o sanidad públicas de calidad, contar con un retiro digno, o poder encontrar trabajo y echar raíces, empiezan a parecernos privilegios a extinguir, en lugar de derechos conquistados tras siglos de lucha.
Pienso en todo esto cada vez que oigo a mis jovencísimos alumnos soñar en voz alta con sus futuras carreras y todo lo que piensan hacer en una vida que imaginan, al menos, como la nuestra: en paz, libre, fiada a un trabajo estable (vocacional incluso) y protegida por el Estado. Para lograrlo, estudian como posesos, convencidos de que el “triunfo” es cuestión de trabajo y méritos, y se pertrechan con dosis incalculables de paciencia y esperanza, sin ser del todo conscientes, me temo, de lo que se les viene encima.
¿Estamos educando de forma adecuada a los jóvenes para afrontar un porvenir que se pinta, con razón, cada vez más oscuro? De momento, lo único que se nos ocurre es exigirles un frustrante sobreesfuerzo formativo (en absoluto acompañado de una oferta laboral equiparable), y una infinita capacidad de adaptación (“flexibilidad, resiliencia, dinamismo” se le llama en la jerga neoliberal) para aceptar con buen ánimo cualquier cosa que quiera depararles el mercado. Pero esto no es, ni mucho menos, justo o suficiente. Les debemos más, muchísimo más.
De entrada, y en el ámbito educativo, los más jóvenes necesitan una rigurosa formación crítica, por la que puedan tomar consciencia de la crisis civilizatoria que les acecha y de sus causas políticas e ideológicas. Quien no conoce el mundo, no puede cambiarlo. De nada les sirve a los jóvenes hincharse de conocimientos “técnicos” o instrumentales en un orden en el que los fines representan algo ajeno a su bienestar y sus posibilidades de futuro.
En segundo lugar, los más adultos hemos de dar ejemplo de responsabilidad ante esta situación y exigir un reparto más equitativo de las oportunidades y los beneficios. El pacto intergeneracional – por el que los jóvenes aceptan el statu quo de sus mayores convencidos de heredar algún día sus privilegios – está hoy más que quebrado, y es claro que nos toca a nosotros repararlo.
Esto no quiere decir que los jóvenes no tengan nada que hacer en todo esto. Su compromiso activo es fundamental para cambiar las cosas. De hecho, y contra todos los tópicos, los estudios muestran que los jóvenes están cada vez más interesados en política (aunque no exactamente en la política tradicional). Y tiene sentido. No todo puede ser “resiliencia”: hacen falta también resistencia, capacidad especulativa para imaginar otro mundo, y movilización social para construirlo. Propuestas como un ingreso mínimo ciudadano, una regularización estricta de los empleos hoy precarios, o muchas más ayudas públicas para los que comienzan a abrirse camino (becas, alquileres públicos, medidas de apoyo a la natalidad) son solo unos tímidos primeros pasos. Pero hay que dar otros, mucho más radicales, sin los que el futuro se prevé insostenible.
Recuerdo un viejo cuento de Achille Campanile en el que se narra la fabulosa historia de un tipo que, recién muerto, es llevado al purgatorio para ser juzgado. Mientras aguarda al juez, va desgranando mentalmente sus pecados y la manera de justificarlos, incapaz de imaginar que quien va a juzgarle no es sino él mismo, pero con el alma, la franqueza, los escrúpulos morales y los ideales de su juventud. La moraleja es clara: seamos fieles a lo mejor que fuimos, y démosle paso encarnado en la vida de esos otros jóvenes, plenos de voluntad e ideas, que han de tomar, hoy, el timón de un mundo que es ya mucho más suyo que nuestro
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
La educación ética y política es consustancial a la idea de democracia. En cuanto que en ella la soberanía o facultad de establecer la ley (es decir, de fijar, por norma, “lo que debe ser”) es ejercida por todos, la educación de todos en el discernimiento de lo que es debido o justo resulta fundamental. En ningún otro régimen político es necesario este tipo de educación, pues en ningún otro régimen político son los propios ciudadanos los que determinan las leyes.
Enseñar a los ciudadanos a ejercer su soberanía es, pues, la prioridad educativa absoluta en una democracia que se tome en serio a sí misma (¿cómo no va a ser prioritaria la educación sobre cómo deben ser de prioritarias las cosas?). Si en otros regímenes se adiestra a los súbditos para la obediencia, en democracia hay que educarlos para el gobierno (de sí mismos y de lo común a todos). No hay principio democrático (libertad, igualdad…) que no dependa del logro de este propósito educativo. Sin esa educación no seríamos libres ni iguales, pues estaríamos sojuzgados, sin siquiera saberlo, por aquellos que han podido gozar de ella…
¿Y en qué debe consistir la educación para determinar el “deber ser” de las leyes, esto es: para el ejercicio fundamental de la ciudadanía? La capacitación del juicio moral y político requiere, ante todo, del aprendizaje de aquellas habilidades reflexivas y crítico-racionales que (además de capacitarnos como ciudadanos y delimitar nuestra especificidad humana) pertenecen por derecho propio a la filosofía, es decir, al saber que inquiere racionalmente por el “deber ser” o esencia de todo (empezando por ella misma), sometiendo a crítica a aquello que no se ajusta a dicha norma o esencia.
Democracia, educación cívica y filosofía son, así y por principio, interdependientes. En las tres se trata de esclarecer reflexiva y dialécticamente el ámbito, siempre perfectible y sujeto a controversia, de lo normativo (solo democráticamente se dilucida lo que debe ser democrático, solo es educación aquella que educa para educarse, solo mediante la filosofía se puede juzgar tal o cual juicio o filosofía política o educativa...).
Desgraciadamente, a esta educación ético-política o, en general, filosófica, se la sustituye habitualmente por inútiles sucedáneos, tal como cursos de adoctrinamiento en valores democráticos, olvidando que la educación de un ciudadano (a diferencia del adiestramiento de un súbdito) consiste, fundamentalmente, en enseñarle a discriminar por sí mismo lo que es justo y bueno (lo “democráticamente valioso” no es previo, sino posterior a esa discriminación), y no en dictárselo o inculcárselo como a un ser incapaz de juicio.
Además, el discernimiento propio de “lo que debe ser”, y la prudencia para lograr que eso que debe ser sea, requieren del análisis previo de ideas y valores, del dominio de las herramientas lógicas y dialécticas con que juzgar y juzgar lo juzgado por otros, y de un interés bien fundado (en razones) por el bien común, que solo la filosofía en sentido amplio, y la ética y la filosofía política como disciplinas suyas, pueden proporcionar (ni la historia ni ninguna otra ciencia positiva se ocupa del “deber ser” – sino, a lo sumo, de esa estrecha parte del ser que son los hechos–).
Sin esta educación ético-política del juicio, la democracia no será más que teatro con el que disfrazar la imposición de los impulsos, deseos y prejuicios de la mayoría, o, mejor, los de aquellos (ignorantes, aun ricos y poderosos) que consiguen crispar, polarizar y manipular emocionalmente a la mayoría.
Con una genuina educación ética y política veríamos, por el contrario, cómo, a largo plazo, los ciudadanos asumirían con naturalidad (y no como una carga insoportable) el “coste” de informarse y reflexionar antes de emitir un juicio, voto u opinión pública, categorizarían y valorarían con pasmosa facilidad (como basura) la ingente cantidad de sobreinformación de la que viven medios y redes, y aprenderían a reducir en un elevadísimo tanto por ciento el plantel de opinadores, tertulianos y parlamentarios dignos de ser escuchados (bastaría con enseñarles a detectar diez o doce falacias argumentales básicas).
Ya ven que todo son ventajas. Aunque, pese a ello, verán también como nadie nos hace caso. A estas reflexiones suele imponérseles siempre, o bien una suerte de pesimismo antropológico (“la gente prefiere por naturaleza ser adoctrinada o manipulada a tomarse el trabajo de pensar y gobernarse por sí misma”) o/y bien la ignorancia de aquellos que, por carecer de un juicio bien educado, son incapaces de valorar la suprema importancia de educar el juicio.
No puedo hacer aquí otra cosa que remitir a a los primeros capítulos del “Discurso del Método”, obra admirable tanto desde el punto de vista filosófico como literario, que se lee de corrido y que sigue siendo la más fascinante vía para hacer inmersión en la filosofía. En cualquier caso, lo que precede basta para entender que en esa duda, reflejo de una decepción, que embarga al joven Descartes, reside el soporte del pensamiento y proceder cartesianos, e incluso de todo pensamiento y de todo proceder filosóficos dignos del calificativo: “que para examinar la verdad, es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas una vez en la vida”.
Afortunadamente una vez en la vida dudó Descartes de todas las cosas. Y digo afortunadamente, a fin de resaltar el hecho de que sólo el espíritu atravesado por la duda se halla en esa disposición singular que puede ser calificada de filosófica, y cuya reivindicación es tanto más urgente cuanto que todas las razones que inducían a Descartes a desesperar del sistema de creencias que marcaba su mundo son hoy de rigurosa actualidad.
La sentencia radical de Descartes nos pone en la pista de lo que constituiría una disposición de espíritu susceptible de desembocar en la filosofía. La duda es el mecanismo esencial en la confrontación a la verdad, al menos si por “verdad” entendemos levantamiento del velo en relación a lo que cuenta, es decir, respecto a la condición humana y a las leyes que determinan su entorno:
“Una vez en la vida” cuestionar la marcha puramente inercial de nuestra mente; cuestionar el arsenal de pre-juicios (es decir, de convicciones que no han sido sometidas a la prueba de racional criterio) que defendemos como si se tratara de auténtico elemento vital de nuestro espíritu.
“Una vez en la vida” dejar de considerar incuestionable el sistema de jerarquías sociales en el que estamos inmersos.
“Una vez en la vida” dejar de considerar sagradas las “explicaciones” sobre la “naturalidad” de nuestros ritos, costumbres, sistemas de parentesco o lazos sexuales a ellos vinculados, y correlativamente dejar de considera todo ello como bárbaro cuando nos es ajeno.
“Una vez en la vida” dejar de postrarnos como papanatas ante afirmaciones de los eruditos que nuestro espíritu no haya tenido ocasión de contrastar. Dejar por ejemplo de renunciar a pensar uno mismo sobre las cosas de las que tratan los científicos; dejar así de repudiar el espíritu mismo de la ciencia, haciendo de las proposiciones de esta un equivalente de las proposiciones de la religión; dejar en suma de creer lo que no vimos, so pretexto de que otros, supuestamente infalibles, sí lo vieron.
“Una vez en la vida” dejar de dar por supuesto que hay jerarquía natural entre grupos de humanos por lo que a las capacidades de conocimiento y simbolización se refiere, denunciando el orden social que impone tal jerarquía.
En suma: “una vez en la vida” realmente dudar, y en consecuencia, una vez en la vida enfrentarse a la tarea de intentar “salir de dudas”, lo cual no puede hacerse sin un gesto de propia afirmación, sintiendo que la entera potencialidad de la razón pasa (o al menos pasó un día) por uno. “Uno” al igual que cualquier “otro” (no impedido por una desgraciada mutilación en sus facultades, la vejez o una jerarquía social que lo esclaviza) puede llegar a conocer; ciertamente un conocer limitado a lo que es susceptible de ser conocido.
Pues aun asumida la respuesta cartesiana a la cuestión de quién puede conocer (a saber, potencialmente todo ser de razón, sea cual sea la parcela de lo cognoscible) persiste la cuestión de qué cabe conocer, cuáles son los límites de la razón cognoscitiva. Abismal interrogación a la cual nos dice Descartes, hay que enfrentarse asimismo una vez en la vida: “antes de disponernos a conocer las cosas en particular es necesario una vez en la vida buscar cuidadosamente de qué conocimientos es capaz la razón humana” ( “Reglas para la dirección del espíritu”, 8).
Victor Gómez Pin, El hombre cuenta (V): el peso de la duda, El Boomeran(g) 22/02/2021
El antropólogo y teórico de la ciencia Bruno Latour ha insistido en la hibridación entre cosas, espacios e identidad. Las colecciones, muestreos, amueblamientos, archivos y bibliotecas, museos, laboratorios, redes digitales y complejos de datos son condiciones que no están por encima ni por debajo del carácter social de las producciones culturales.
En la cultura, los espacios, los artefactos y las comunidades se entrelazan de manera inseparable, constituyendo las varias formas de identidad que caracterizan nuestras trayectorias. Identidades epistémicas y estéticas. Identidades que permiten organizarse a los grupos sociales alrededor de signos y símbolos de afiliación, afinidades y lealtades.
No hay cultura sin artefactos
La cultura existe depositada en redes de artefactos. No hay cultura sin artefactos. Los artefactos no son medios o instrumentos de representaciones antecedentes, sino medios, o entornos, sin los que la cultura no puede crecer ni florecer. No hay religiones sin artefactos: ídolos, tótems, imágenes, mandamientos escritos en piedra, ritos, vestiduras, máscaras, cilicios, reclinatorios, cálices. No hay educación sin academias, estoas, pizarrones, bibliotecas, lapiceros. No son instrumentos: son estructuradores de posibilidades.
La cultura contiene prácticas y símbolos edificados como sistemas de carácter inmaterial, pero los soportes materiales de tales sistemas simbólicos importan como importa lo constitutivo y no lo meramente accesorio o instrumental.
Así como el cuerpo no es el instrumento ni el esclavo de la mente, tampoco lo son los artefactos. La pelota no es el instrumento del fútbol sino el constituyente de un juego que llamamos balompié. La vieja forma idealista de entender la cultura, como un mundo de significados en la cabeza, se asemeja al entrenador que enseñase a jugar al fútbol con tarjetas en las que apareciese la palabra o imagen “pelota”.
Nichos de cultura material
La cultura se organiza en contextos, dominios, disciplinas, áreas… La cultura material está constituida por nichos. La escritura abrió un nicho material al lenguaje objetivado; la materia pictórica a la imagen; la digitalidad a la hibridación de medios; la bio-info-robótica quizá esté ya constituyendo nuevos nichos culturales.
Aún recuerdo clases de informática en la España medio pobre que no disponía de ordenadores en las escuelas e institutos, donde el profesor enseñaba lenguajes extraños en un pizarrón sin que los alumnos pudiesen experimentar esa tan particular experiencia de escribir comandos y ver sus resultados en la pantalla. El ordenador, entonces, no era un objeto sino un poblador de un sueño aún no realizado.
El profundo túnel de nuestra memoria
Se ha despertado una creciente atención a la dimensión material de la cultura que se originó en trabajos como los de Bourdieu en La distinción, Michel de Certeau en La invención de la vida cotidiana, o del antropólogo Daniel Miller en Culturas materiales y consumo de masas, además de los del ya citado Bruno Latour. Todos ellos han ido elaborando una mirada atenta a la cultura que nace en las fuentes de lo artificial. No es una mera moda o corriente o el prólogo a una nueva disciplina, sino todo lo contrario: el recordatorio de los más profundos túneles de nuestra memoria cultural.
El hecho de que en nuestra historia se hayan dejado a un lado las cosas y los artefactos, considerados bien como meras herramientas, bien como objetos de consumo, por ello sometidos a las fuerzas del mercado, indica mucho sobre los orígenes de la cultura moderna. La falta de atención a lo material es el resultado de una trayectoria de ascesis que busca en el desprendimiento una redención de una supuesta condición de caída y pecado. Sin embargo, en el detenimiento con el que Certeau describe la cocina de los proletarios de Lyon o sus ritos en la mesa excava en la condición humana mucho más profundamente que todos los exámenes de la cultura de la conciencia.
Redes que dan sentido a la existencia
La cultura material está hecha de redes de artefactos y prácticas de uso que son el medio en el que la agencia humana se hace realidad. Las cosas se articulan entre sí y con las relaciones sociales que hacen posibles: no tienen existencia más que en el contexto de las relaciones con otros artefactos y con un complejo de instituciones. Estas redes forman contextos complejos que contribuyen a crear el sentido de la acción humana.
Hanna Arendt habla de hacer de la Tierra un hogar, siempre que dejemos de considerar que los objetos son simples instrumentos funcionales. Esa trascendencia, sostiene Arendt, parece encontrarse exclusivamente en el arte y no en el mundo de las cosas funcionales. Pero aquí Arendt se equivoca. Las cosas raramente son exclusivamente funcionales en el mundo de los humanos. El más simple objeto de cocina entra en una compleja serie de relaciones con el usuario y de éste con el resto.
Uno puede tener la manía de desayunar siempre con la misma taza, que lleva años con un pequeño desconchado y que todos le animan a tirar de una vez, pero el desayuno, responde, tendría algo de desasosegante sin ella. El viejo jersey que te pones al llegar a casa y que te indica que has entrado en un espacio propio lejos del jefe y las obligaciones de vestimenta a la moda que exige tu trabajo, una vieja prenda de la que conoces su biografía porque está entrelazada con la tuya.
Incluso el consumista compulsivo, que almacena o cambia cada poco de gadgets y ropa, lo hace precisamente porque la adquisición parece aliviarle una permanente ansiedad e insatisfacción. La mercancía expuesta en el escaparate tiene algo más que valor de uso o valor de cambio: está rodeada de algo parecido al aura que Walter Benjamin encontraba en las obras de arte. Es un productor de deseo que activa las emociones y sueños del consumidor, pero no como simple consumidor sino como ser que desea, como habitante, quizás bajo condición de malestar, que busca un lugar en el mundo. Las cosas dicen de nosotros lo que somos tanto como nuestros actos.
Fernando Broncano, Lo que las cosas dicen de nosotros, theconversation.com 24/02(2021
El algoritmo en el sentido convencional se enfrenta realmente a alternativas, pero ello no significa que realmente dude: No hay luz, ¿estará la ventana cerrada? Resulta que así es… pues la abrimos. Resulta que está abierta…ha oscurecido.
Estos datos son cualitativos, los datos a los que están sometidos las máquinas llamadas inteligentes son números símbolos o gráficas, pero el principio no cambia. Una entrada, unos pasos a dar (eventualmente alternativos) y una salida a la situación. En principio hay un programa que ordena los datos, que pueden ya haber sido previamente ordenados constituyendo así una información. Base en principio de todo mensaje.
Y aquí el asunto del “banco de datos”, del monto de información que sobre algún asunto se ha llegado a recopilar. Tengo ante mí una máquina susceptible de recibir datos, someterlos a un proceso y devolverme resultados en torno a los mismos.
Ahora bien hay mensajes y mensajes. Supongamos que una computadora está programada para traducir del español al inglés Introduzco el mensaje: “la piedra es una espalda para llevar al tiempo” y recibo la respuesta: The stone is a back to take to time. Y añado: “con árboles de lágrimas y cintas y planetas” recibiendo: with tear trees and ribbons and planets”. Obviamente ante esta traducción literal me digo que la máquina ignoraba que el sentido era metafórico. Pero la pregunta va más allá: ¿captó la máquina algún sentido, metafórico o no?
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (IV): ¿algoritmo versus duda?, El Boomeran(g), 26/02/2021
Sin la duda no habría siquiera conjeturas sino de entrada afirmación pura y simple. Decir que el conocimiento científico avanza por hipótesis y verificación equivale a decir que en la matriz del mismo está la disposición de un ser que esencialmente duda.
Y por supuesto este aspecto se exacerba cuando consideramos esas actividades humanas como son la búsqueda de creación artística o la toma de partido en una alternativa moral. Pensar no es sólo deliberar pero sí es en gran parte deliberar.
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (VI): algoritmo versus duda?, El Boomeran(g), 26/02/2021