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¿Ves este plátano? ¿Sí? ¿Seguro? No sé vosotros, pero mis ojos no ven “plátanos”. Mi retina es sensible a la luz, no a la fruta.
Eso significa que, cuando hablo de que veo algo, en realidad, lo que estoy haciendo es detectar luz que proviene de aquello que digo ver. Bien porque ese objeto la emita o bien porque la refleje o disperse.
En el caso del plátano, una parte de la luz incidente se absorbe y otra parte se refleja, pero no de forma igual para todos los colores. Las frecuencias próximas al “amarillo” resultan reflejadas en mayor cuantía. De esta forma, la luz reflejada llega a mi retina y así percibo la forma, “su” color, si la piel es suave o rugosa y otras características que son capaces de alterar de alguna manera la radiación incidente, para que la reflejada “transporte” información sobre ellas.
VER es un proceso que quizá comience en el ojo, pero que sin duda termina en el cerebro.
Contestadme a esta pregunta: ¿Qué es esto?
Fuente: Wikimedia CommonsSi habéis dicho “Un cubo”, estáis hablando de algo más allá de lo que ven los ojos. Un cubo es una figura tridimensional, pero esto que ves es un dibujo PLANO. Son unas líneas sobre un plano que te “hacen pensar” en un objeto tridimensional, es lo que llamamos perspectiva. De hecho, si os concentráis podéis conseguir ver el “cubo” de dos formas distintas, según escojáis en vuestra mente si son los vértices inferiores los que están “delante” o son los superiores.
Por lo tanto, el acto de VER se completa cuando la mente modeliza el patrón de puntos e interpreta un modelo de lo que está percibiendo.
A veces “viendo” cosas que no existen, por ejemplo “completando” la imagen percibida, como en este caso, donde el triángulo blanco, que todos “vemos”, no existe.
Fuente: Wikimedia CommonsMirad esta otra.
Fuente: Wikimedia CommonsEn este caso, nuestra mente interpreta que las “vías” son paralelas, y están alejándose, por lo que esa barra amarilla que hay “a lo lejos” debe de ser más grande que la que está “delante”. Pero todo eso son interpretaciones de nuestro cerebro para adecuar la percepción en el modelo del mundo que nos hemos ido construyendo… y esto supera con creces la información que está contenida en la imagen, de hecho, nos puede llevar a conclusiones erróneas sobre ella, como en este caso.
Javier Fernández Panadero, ¿Se pueden ver los átomos?, Cuaderno de Cultura Científica 19/10/2020
Intento escribir algo sesudo sobre San Juan de la Cruz para un capítulo de un libro sobre el recogimiento en el Siglo de Oro. Lo intento seriamente, de verdad, pero cuanto más lo intento, más suprimo y vuelvo sobre mis pasos a rehacer mi escritura. Me doy cuenta de que todo cuanto pueda decir no vale lo que uno de sus versos. He estado a punto de escribir "lo que el más trivial de sus versos". Pero en San Juan de la Cruz no hay ni un verso trivial. Convertir esos versos en erudición prosaica es traicionarlos. Finalmente acepto que tengo que rendirme y me limitaré a recoger su poesía, para que sea ella la que nos muestre con su música lo que en la noche oscura se sugiere, el alba.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
Me suelen preguntar los que me entrevistan sobre La escuela no es un parque de atracciones qué entiendo exactamente por "conocimiento poderoso". Me lo preguntan de buena fe y, lo que es peor, con sinceridad: no lo saben. Obviamente, me ponen en un aprieto y ustedes seguro que comprenden las razones. Suelo contestarles, apuntando a su propia experiencia, que es aquel conocimiento que le exigen al mecánico al que llevan el coche; al dentista en cuyas manos ponen sus muelas; a cirujano que les ha de operar del corazón o al cocinero que ha de preparar los platos que han encargado. Es un conocimiento experto.
Esta ignorancia es un síntoma importante de algo preocupante.
A nuestros hijos ya no les preguntamos "¿qué has aprendido hoy en la escuela?", sino "¿qué has hecho?". Y si se nos ocurre preguntarles qué has hecho, su respuesta suele consistir en un repaso de las actividades que recuerdan.
Los psicólogos cognitivos diferencian dos tipos de memoria: la episódica y la semántica. La primera es la que recuerda el contexto del aprendizaje, la situación en que ha tenido o debiera haber tenido lugar. La segunda, es la que recuerda el concepto, la respuesta a la pregunta "¿qué has aprendido?"
El niño tiende a recordar los contextos de aprendizaje. Por ejemplo, la anécdota que hemos contado para explicar una categoría la suelen recordar con mucha más viveza que la categoría, por eso, cuando en un examen les preguntamos por un concepto no es extraño que nos respondan con un ejemplo. Si para organizar los hechos más relevantes ocurridos en el siglo XX hacen una línea cronológica en equipo, suelen recordar que han hecho una línea de tiempo, pero no necesariamente cuándo comenzó la Segunda guerra mundial. Este es el talón de Aquiles del trabajo por proyectos.
La memoria episódica nos remite a una experiencia, mientras la memoria semántica nos remite a una idea, a un concepto. Por eso, si pretendemos que los alumnos aprendan el significado de "revolución", y no sólo lo que ocurrió en esta o aquella revolución, debemos poner, sin duda, varios ejemplos, pero debemos resaltar el concepto que se encuentra en lo que todos ellos tienen en común y esto es lo que debe ser memorizado por el alumno.
Como nuestra escuela se ha llenado de actividades, los alumnos se quedan sin conceptos.
En definitiva: La memoria semántica es la del experto; la episódica, la del aprendiz. Por eso mismo el experto siempre aprende con más facilidad y, además, suele ser habitualmente más creativo.
El fet de ser especialistes en conrear una determinada capacitat cognitiva, pensar, ens identifica a tots els que ens dediquem a ensenyar filosofia. Però ensenyar a pensar, com? Ensenyar a pensar com una activitat tancada, conceptual, abstracta, autosuficient, separada del cos i de la vida? O ensenyar a pensar com una activitat oberta als sentiments, concreta, integrada a la corporalitat i la vida?
Imaginem-nos el millor entrenador del món. Imaginem-nos el cotxe més potent i sofisticat del mercat. Imaginem-nos que aquest entrenador no disposa de jugadors que entenguin els seus plans. Imaginem-nos que aquest vehicle ha sortit amb un defecte de fàbrica: no disposa del mecanisme adequat per frenar a aquest portent de la tecnologia. Probablement, en tots dos casos el resultat seria desastrós.
La raó sense emocions seria com un entrenador sense jugadors eficients. L’emoció sense raó seria com un automòbil sense frens. La raó i les emocions, per tant, s’han d’entendre, no poden anar cadascuna pel seu costat. Els exemples esmentats il·lustren el que succeeix quan aquests dos components s’ignoren entre si[1].
En el llibre La descoberta d’Aristòtil Mas[2]trobem un exemple il·lustratiu de com raó i emoció han d’anar totes dues plegades.
Sigui l’argument següent:
Tots són alcohòlics els que entren al bar
Tots els dies la senyora Batlle entra al Bar
Si pensem a corre cuita, la conclusió podria ser que la senyora Batlle és una alcohòlica. Ens semblaria en principi la conclusió d’un sil·logisme que satisfà totes les condicions que imposa la lògica. Tanmateix, si tornem a agafar aquest argument, quan els ànims estan refredats, amb serenor i calma, descobrirem que si apliquem el sistema de conjunts per representar els arguments, ens adonarem que aquella conclusió era una fal·làcia, provocada, no perquè no som prou intel·ligents, sinó perquè les emocions, com succeeix la majoria de cops, han passat per sobre de la raó acurada. El Sistema 1 de pensament, tal com l’anomena Daniel Khanemann, s’hauria imposat de nou perquè és molt més ràpid que el Sistema 2[3].
Per poder practicar la dimensió lògica del pensament cal satisfer un seguit de condicions: silenci, atenció i temps. Malauradament, aquesta és una atmosfera que no és la que sovint es respira en una aula amb alumnes de 12 a 14 anys. Tot intent d’imposar-la genera indiferència, en el millor dels casos, quan no la d’un rebuig més visceral (M’avorreixo!).
Els estudis neurològics ens revelen que l’adolescència, des del punt de vista del desenvolupament del cervell, no és l’etapa en què el cervell humà sigui més receptiu a la pràctica del pensament curós i metòdic. Existeix un desfasament entre el grau de desenvolupament de la zona subcortical i la zona cortical del cervell de l’adolescent. La primera és la zona evolutivament més primitiva del cervell, la que assoleix la maduresa justament al final de la infantesa, d’on s’originen les emocions. En canvi, la segona, des del punt de vista evolutiu, és la part més moderna, la responsable del control i la inhibició dels comportaments impulsius i, el que per a nosaltres és més important, no s’acaba de desenvolupar del tot fins als vint-i-cinc anys[4].
Davant la contundència d’aquestes dades tan ben contrastades, alguns de nosaltres, amb raó, podríem optar per la deserció: millor esperem temps millors abans de fer-los pensar. Però hi ha també els que no es resignen a esperar, que insisteixen en què adolescència i reflexió no necessàriament han de ser dos conceptes incompatibles, que opten per buscar maneres d’enfortir aquella part del cervell més feble.
La intel·ligència emocional es defineix com la capacitat de gestionar les emocions utilitzant la raó. Sosté que no és propi de la raó enfrontar-se directament amb les emocions, sinó de forma indirecta, és a dir, suscitant altres emocions. Només unes emocions poden desactivar o apaivagar la força d’altres emocions[5].
Daniel Goleman, el profeta d’aquesta concepció de la intel·ligència, ha reconegut últimament la importància de la concentració. Per al psicòleg i periodista americà el control cognitiu hauria de situar-se en un nivell superior al del coeficient intel·lectual[6].
El filòsof Plató, ja en els seu temps, va posar els fonaments de l’esquema bàsic en que s’estructura la teoria emocional de la intel·ligència. En el capítol IV de La República, Sòcrates es pregunta: Com podem reconèixer una ciutat justa? Ell mateix respon: perquè una ciutat sigui justa cal que sigui temperada, valerosa i prudent alhora. Una de les maneres d’entendre aquestes virtuts col·lectives és oposant-les als que serien els seus vicis respectius: incontinència, temeritat i imprudència. En el fons, les virtuts platòniques són com passions a temperatura ambient.
Us preguntareu, què redimonis fa Plató en un article dedicat a l’educació i les emocions? Recordeu que Plató considera la ciutat com una ànima engrandida, mentre que l’ànima seria com una ciutat a petita escala. Segons Sòcrates, quan la incontinència amenaça l’ordre intern, de la ciutat o de l’ànima, la raó empra el coratge per neutralitzar-la. La prudència, la virtut del filòsof, és el resultat de l’ús intel·ligent de les passions. Plató arriba a la conclusió que només qui sap governar-se a si mateix pot governar la ciutat.
La nostra feina educativa podria estar dirigida per aquesta consigna platònica: “només pot governar una classe qui sap governar-se a ell mateix”. De la mateixa manera que el filòsof fa del coratge la seva eina principal per reconduir la conducta poc reflexiva dels seus conciutadans, l’educador també ha de tenir prou coratge per frenar sàviament la impulsivitat dels seus alumnes de 1r d’ESO.
Podem aprofitar els suggeriments del neuròleg Francisco Mora per visualitzar i concretar de quina manera un educador pot exercitar el seu coratge. Ens recomana no tenir por de fer entrar una zebra en les nostres aules. El que es tracta és d’explotar l’atenció limitada de l’alumne introduint novetats, coses que trenquin la rutina, que contrastin amb l’entorn per tal d’activar la concentració i la curiositat. Aquest és el significat pedagògic del concepte zebra. Amb la curiositat activada, l’ingredient primari de tota emoció, s’engega la maquinària cerebral de l’aprenentatge i la memòria[7].
El cervell adolescent és un cervell hiper-estimulable. Aquest fet pot ser l’origen de molts dels problemes que sofreix el jove, però també, si el tractem com cal, pot esdevenir l’aliat més poderós de l’educador. Per aconseguir-ho hem de segrestar el seu cervell abans que el segresti el nostre principal enemic: el mòbil. Creant zebres, sorprenent-lo de tant en tant, les emocions acabaran a la llarga jugant a favor nostre. L’humor, la personalització de la seva feina, el reconeixement de les seves fortaleses cognitives, la no priorització de cap recurs sobre una altre, introduint jocs cognitius … constitueixen un arsenal prou divers de recursos amb el que encoratjar-nos perquè la pràctica de la filosofia sigui per als nostres alumnes una activitat emocionant.
Manuel Villar Pujol
Departament de Clàssiques i Filosofia
Institut Poeta Maragall de Barcelona
maig 2019
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[1] Morgado, Ignacio:,”¿Pueden separarse emoción y razón?”, El País, 05/04/2017
[2] Lipman, Mathew: La descoberta de l’Aristòtil Mas, Editorial Eumo, Vic 2017, pps. 14-15
[3] Kahneman, Daniel: Pensar rápido, pensar despacio, Círculo de Lectores, Barcelona 2013
[4] Pèrez, José Ignacio: “El desajuste adolescente”, Cuaderno de Cultura Científica 03/02/201
[5] Morgado, Ignacio: “¿Qué es (exactamente) la intel·ligència emocional?”, El País 05/11/2018
[7] Mora, Francisco: “Educando la curiosidad”, El Huffington Post26/04/2013
Agustín Domingo, sobre "La escuela no es un parque de atracciones, en Las Provincias.
Esta mañana me he encontrado también con esto:
AquíLas declaraciones de J. K. Rowling me enfadaron. Con sus palabras niega la dignidad de las personas trans. Reniega de la realidad. Y las feministas que sustentan sus declaraciones siguen creyendo que la anatomía y la biología definen el género. Eso significa rechazar a Simone de Beauvoir, rechazar la segunda ola del movimiento feminista. El feminismo es una lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, pero también es una investigación sobre el género en sí mismo, más allá de las categorías de hombre o mujer, y ello no nos viene determinado a partir del sexo asignado cuando naces. Incluso cuando hablamos de sexo biológico, de lo que dictan las instituciones médicas y legales, son muchas las personas que no aceptan esta asignación, porque tratar de vivir dentro de los muros de esa asignación sexual impuesta les supone una fuente de sufrimiento enorme. Esas personas tienen derecho a vivir como ellas consideren, a ser y expresarse como ellas decidan, sea en cuestión de sexo o género. Y nadie, ni siquiera J. K. Rowling, puede arrogarse el derecho a negar esa realidad.
Si no aprendemos que no hay solo dos, sino múltiples realidades, estamos siendo crueles con millones de personas. Si imponemos compartimentos estancos en sus vidas estamos produciendo sufrimiento. Las instituciones deben escuchar lo que dicen las comunidades sobre su propia realidad.
Mar Padilla, entrevista a Judith Butler: "Si Trump gana, destrozará la democracia tal y como la conocemos", El País 17/10/2020
Las preguntas filosóficas son tan viejas (o tan jóvenes, según se mire) como la misma conciencia humana, esa especie de balcón por el que la realidad se asoma para descubrirse, admirarse e interrogarse a sí misma. No hay nadie que, tras abrirlo, resista la tentación (o deje de sufrir la necesidad) de apostarse allí, como un gato, a escudriñar el horizonte. ¿Qué habrá más allá del triste o rutilante cristal de la existencia? ¿Por qué y para qué nos es dado a nosotros entreabrirlo? ¿Es burla o esperanza ese poder mirar a lo infinito desde su insuperable umbral? ¿Y qué debemos hacer entonces: sumirnos en vana melancolía o hacernos albañil de vanos?
Optar por lo segundo – esto es: por la educación – no es fácil. Abrir esa terraza de la conciencia, no digamos atreverse a volar o a descolgarse por ella, no es algo que esté, por de pronto, al alcance de cualquiera. Muchos, aparentemente, no tienen ni las ganas. La caverna, ya saben, tira mucho. La caverna, decía Platón, es la realidad inmediata, el espectáculo que, sin querer ni pensar, se te mete por los ojos a cada instante. La mayoría vive soñando en ese mundo, pendiente de taumaturgos que, dueños del fuego de la cultura, detentan el poder de las imágenes y las palabras (es decir: el poder).
Cavernas hay muchas, tal vez infinitas, aunque está en su naturaleza (como en la del poder) el pasar inadvertidas. A veces juego con mis alumnos a descubrirlas. Últimamente están que se salen. No solo las detectan (eso es fácil) en los medios de comunicación, las redes, las sectas, algunos entretenimientos adictivos o en ciertos regímenes políticos, sino también (y esto tiene mérito) en la rutina cotidiana – ese confortable sopor uterino en que vegetamos casi todo el tiempo –, en la escuela, la familia, la ciencia, o en el propio lenguaje con que hablamos y pensamos.
Que la escuela sea como una caverna es un clásico. La lobreguez de las aulas, la tristeza de galeote de los pupitres, el encadenamiento tantálico de las horas, el mecánico trasiego de sofistas – y sus aprendidas certezas – frente a las pizarras, el sometimiento ciego a lo que está mandado, el “es así porque lo digo yo (o Dios, o la Constitución, o la Ciencia)”, el “haz lo que quiero y – te pondré un – punto”… Todo parece planeado para entontecer y subyugar. Con tanto éxito que – tal como en el símil de Platón – cuando se dialoga con los alumnos de todo esto, la primera salida de muchos es irritación, miedo, burla, y un aferrarse, patético, a las cadenas: “Pero, entonces, el examen cómo va a ser…”.
Otra más entrañable y profunda caverna es la familia. Desde que abrimos prematuramente los ojos está ahí, como una extensión grutesca del vientre materno, para conformarnos, al fuego del hogar, con cada guiño, abrazo, canción o fábula, en un repertorio de manías, emociones, deseos e ideas de las que difícilmente podremos librarnos nunca. Y, más allá de ella, el entorno social: el barrio, la gente de tu “clase”, la pandilla, la Iglesia, el partido, el cenáculo ideológico… Todo un sistema de cuevas casi impenetrable a la luz. Solo de vez en cuando algún amor, catástrofe o mala compañía, logra sacarnos, a duras penas, de nuestras soñolientas casillas…
Uno de mis alumnos me decía que no se sale de una (caverna) sino para meterse en otra. Tal vez en otra más espaciosa e iluminada, como la de la ciencia y sus dogmas, la del lenguaje – ese animal capaz de pensar por nosotros –, o la de la propia filosofía, contadora de mitos contra el mito... Es así, el horizonte se reproduce, inalcanzable, cada vez que creemos aproximarnos a él. El movimiento, el cambio, el progreso son pasos infinitesimales sobre un mismo punto.
Ahora, aunque todo sea un ilusorio y repetido fractal, quiero creer que, en cada una de esas variaciones nos volvemos más lúcidos, menos cavernícolas, y que, cuando al fin volvemos al tema de la composición, este comprende acordes más grandes, como sí todo pudiera, al fin, sonar al unísono, decir una misma cosa, despertar bajo un único sol, antes de arder completa y gozosamente en él… Ya ven. Es lo que también tienen los balcones: te abren el lado más hermoso y místico de… ¿De qué?
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
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Los desastres (término que etimológicamente significa “desventura”, estar “bajo un mal signo”) transforman a la vez el mundo y la manera en que lo percibimos. La perspectiva cambia, cambia lo relevante. Lo débil se rompe bajo una presión inédita, lo que era fuerte resiste, lo que estaba escondido se hace visible. El cambio no es solo posible, es inevitable: nos arrolla y arrastra consigo. Cambiamos también nosotros, reordenamos prioridades y una conciencia más acuciante de la propia mortalidad hace que abramos los ojos al preciado valor de la vida. Ni siquiera ese “nosotros” es ya el que era, pues, separados de los compañeros de clase y del trabajo, compartimos la nueva realidad con desconocidos. El ser humano formula su propia identidad a partir del mundo que le rodea. Lo que ahora tenemos entre manos es una nueva versión de nosotros mismos.
Mientras la pandemia ponía la vida patas arriba, escuché a muchos quejarse de su dificultad para concentrarse en algo o para ser productivos. Sospecho que era porque todos estábamos inmersos en otra tarea, más importante. Pasa lo mismo durante un embarazo, o cuando nos recuperamos de una enfermedad, o cuando somos pequeños y damos el estirón: estamos trabajando, no dejamos de trabajar, sobre todo cuando parece que no hacemos nada. Por debajo del nivel de la conciencia, nuestro cuerpo crece, se cura, produce, transforma, alimenta. Mientras nos esforzábamos por entender los datos y los procesos científicos del desastre en curso, nuestra psique hacía algo equivalente. Había que adaptarse a cambios sociales y económicos profundos y estudiar las posibles lecciones del desastre. Había que prepararse para un mundo que no vimos venir.
Cuando el statu quo se tambalea, quienes se benefician de él están más preocupados de mantenerlo o restablecerlo que proteger la vida de nadie. Lo hemos visto en la coral de mandamases empresariales y altos cargos conservadores que afirmaron que todo el mundo debía volver al trabajo para salvaguardar el mercado bursátil y que las muertes resultantes serían un precio aceptable. Es habitual que, en las crisis, los poderosos intenten acumular más poder —ahí está el Departamento de Justicia de la Administración de Trump tratando de suspender los derechos constitucionales— y los ricos acumular más riqueza: dos senadores republicanos son hoy el blanco de las críticas por, presuntamente, utilizar información interna sobre la pandemia para obtener dividendos en bolsa (aunque ambos han negado haber obrado con mala fe).
Los sociólogos del desastre utilizan el término “pánico de las élites” para describir el comportamiento vil de los poderosos a partir de la creencia de que la gente corriente se comportará de manera reprobable. Por lo general, cuando las élites hablan del “pánico” y los “saqueos” en las calles, están dando nombres desacertados a los mecanismos que la población pone en práctica para sobrevivir y cuidar de los demás en situaciones de urgencia. A lo mejor la posibilidad de que lo más sensato era huir del peligro cuanto antes o reunir provisiones para repartirlas entre los necesitados.
Esas mismas élites son las que tienden a anteponer el beneficio y las propiedades a la comunidad y las vidas humanas. En los días que siguieron al terremoto de San Francisco, el 18 de abril de 1906, el ejército estadounidense, convencido de que la población suponía una amenaza y que los disturbios serían un grave problema, se hizo con el control de la ciudad. El alcalde dio permiso para “disparar a matar” contra todas las personas descubiertas en actos de pillaje. Los soldados lo hicieron, seguros de que así restauraban la paz social. En realidad, su única contribución en el desastre fue abrir cortafuegos inútiles que contribuyeron a la propagación de las llamas y disparar o golpear a los ciudadanos que contravenían las órdenes (aunque las órdenes fueran permitir que el fuego acabara con sus hogares y sus barrios). Noventa y nueve años después, tras el huracán Katrina, la policía de Nueva Orleans y las patrullas urbanas de individuos blancos hicieron lo mismo: disparar contra personas negras en nombre de la propiedad y de su propia autoridad. El Gobierno, a nivel local, estatal y federal, aún veía en la población desplazada, mayoritariamente pobre y negra, un peligroso enemigo que había que controlar, y no a víctimas de una catástrofe que requirieran su ayuda.
Tras el huracán, los principales medios de comunicación contribuyeron a extender la obsesión con el saqueo y el pillaje. Se diría que los bienes de consumo producidos en masa y expuestos en los centros comerciales eran más importantes que la gente que no disponía de alimentos ni de agua potable, que las ancianas atrapadas en el tejado de sus casas. Murieron casi mil quinientas personas en un desastre provocado más por el mal gobierno que por el mal tiempo. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos no supo dar una respuesta adecuada; la ciudad no disponía de planes de evacuación para los pobres y la Administración del presidente George W. Bush fue incapaz de enviar ayuda eficaz a tiempo. Es la misma situación que vivimos estos días. Un miembro de la oposición brasileña afirma que el presidente derechista Jair Bolsonaro“representa a los intereses económicos más perversos, los que no sienten preocupación alguna por las vidas de la gente. Lo único que les importa es mantener el margen de beneficios” (Bolsonaro asegura, mientras tanto, que está tratando de proteger tanto a los trabajadores como a la economía).
En el mundo desarrollado, los cambios más inmediatos han sido espaciales. Nos hemos quedado en casa, quienes tenemos casa, y hemos evitado el contacto con los demás. Hemos dejado las escuelas, los centros de trabajo, los congresos, las vacaciones, los gimnasios, las tareas y los recados, las fiestas, los bares, las discotecas, las iglesias, las mezquitas, las sinagogas; hemos dejado de lado el bullicio y el ajetreo del día a día. La filósofa y mística Simone Weil le escribió a una amiga que se encontraba lejos: “Amemos esta distancia, toda ella entretejida de amistad, pues quienes no se aman no pueden ser separados”. Nos hemos separado para protegernos. Y a pesar de la necesidad de mantener la distancia física, hemos encontrado formas de ayudar a los más vulnerables.
Hace siete años, Patrisse Cullors escribió una especie de declaración de intenciones para el movimiento Black Lives Matter: “Seremos esperanza e inspiración para la acción colectiva capaz de construir un poder colectivo dirigido a la transformación social. Nacemos del dolor y de la rabia, pero nos dirigimos a la consecución de las visiones y los sueños”. No resulta hermoso solo por esperanzador, porque Black Lives Matter llevara a cabo una labor transformadora, sino también porque reconoce que la esperanza puede cohabitar con el dolor y las dificultades. Que no es incompatible con la tristeza de las profundidades y la furia que arde en la superficie. Somos, al fin y al cabo, criaturas complejas, capaces de diferenciar la esperanza de ese optimismo que afirma que todo irá bien, siempre, pase lo que pase.
Gracias a la esperanza sabemos que, entre todas las incertidumbres que nos depara el futuro, habrá batallas que merezca la pena luchar, que incluso podemos ganar algunas de ellas. Sin embargo, esa esperanza se enfrenta al peligro de creer que todo iba bien antes del desastre y que debemos regresar a ese estado. Antes de la pandemia, la vida de muchos seres humanos era ya un desastre de desesperación y marginalidad, una catástrofe ambiental y climática, una obscenidad de desigualdades. Aún es pronto para saber qué emergerá de esta emergencia, pero no para buscar oportunidades de contribuir a lo que sea que nos depare. Creo que ese es el desafío para el que muchos nos estamos preparando.
[https:]]Ja hi som de nou: un professor ha estat decapitat a un municipi proper a París. Sembla que el motiu ha estat el fet que aquest professor, a la matèria d’Educació Cívica, tot tractant el tema de la llibertat d’expressió, havia mostrat als seus alumnes les caricatures de Muhàmmad (vulgarment conegut aquí com “Mahoma”) que anys enrere havien estat publicades a la revista satírica Charlie Hebdo i que, al 2015, ja van provocar un atemptat contra la revista (aquí teniu l’enllaç a l’article publicat al bloc sobre el tema [https:]] ).
El que em resulta especialment monstruós de tota aquesta història és la genuïna barbàrie que supura: atemptar contra o a causa d’un acudit, considerar perillós al sentit de l’humor, perseguir a qui vol fer riure, disparar al pallasso… constitueix la més profunda declaració de barbàrie possible. Només des de la més profunda imbecilitat, des de la estupidesa més contundent, des de la més monstruosa manifestació del narcisisme intel·lectual, hom seria capaç d’atacar a aquell que vol fer riure.
El sentit de l’humor és un signe de intel·ligència i, per tant, la manca d’aquest sentit … No insultaré la vostra intel·ligència resolent aquest senzill raonament.
Ara caldrà de nou fer aclariments? L’Islam és una religió de pau, el noi que ha comés l’assassinat no havia entès el missatge i, de fet, no es pot considerar com un veritable musulmà… Tot plegat ho he sentit ja massa vegades i, massa vegades, resulta insuficient per justificar la mort. Quan algú mata en nom d’una religió, el problema plantejat no és de caràcter religiós, sinó humà: ha matat un ésser humà en nom de Déu; si ha fet o no una correcta interpretació de la paraula de Déu és indiferent. El que és ineludible és el fet que ha matat a algú i que, si no hagués rebut una educació religiosa, molt probablement no ho hagués fet.
S’infereix, per tant, que l’educació religiosa pot provocar assassinats. Pot semblar que l’argument és menor, però fem un recorregut pels assassinats comesos en nom de la química, de les matemàtiques, de la biologia, de la filologia, de la geografia o de la història de l’art… Si posem a l’altre plat de la balança a la religió, tenim un seriós argument per a l’extinció d’aquesta nociva matèria del nostre sistema educatiu i, en la mesura dels possibles, de la nostra cultura.
Avui a tot l’estat francès s’han convocat manifestacions de rebuig envers l’assassinat. Hem vist com es recuperava el lema de fa sis anys “Je suis Charlie” i que s’actualizava amb un “Je suis professeur”. França és un estat laic on es considera, que entre el valors del ciutadans de la República, l’educació i la llibertat d’expressió són fonamentals. Nosaltres vivim a un estat aconfessional on un individu pot fer classes de religió sense una titulació universitària, sempre i quan aporti una carta del mossèn de la parròquia acreditant la seva capacitació pedagògica; d’altra banda, no vivim a una república i, per tant, no podem defensar valors republicans dins el nostre sistema educatiu. Desconec en què consisteixen els valors ètics de la monarquia parlamentària borbònica, més enllà de la desordenada conducta sexual i l’obsessió per l’ús de les armes de foc que ha portat a excessos en els que perillen germans, elefants o extremitats inferiors dels membres de la família reial garant dels valors en qüestió; en tot cas, si un valor s’ha de defensar fent ús de les armes (o de la seva venda) no em sembla que valgui gaire la pena.
M’agradaria molt viure a un estat en el que els ciutadans surten al carrer tot reivindicant la seva identificació amb els docents. M’agradaria molt viure a un estat republicà i laic, on hom considerés que la llibertat d’expressió ha de formar part no només dels drets fonamentals dels ciutadans sinó també de les obligacions educatives dels docents. M’agradaria molt viure a un estat on els docents no apliquessin sistemàticament l’autocensura per evitar conflictes…
Els conflictes, si no són violents, constitueixen la clau del progrés de la societat. Però el conflicte és incòmode i, la nostra societat, ha assumit uns nivells de confort del tot irrenunciables, encara que sigui en nom de la llibertat d’expressió.
El sorteo cívico permite reunir a un grupo de ciudadanos elegidos al azar, que conformen una muestra representativa de la población, para que mediante la deliberación tomen decisiones de políticas públicas. Todas las personas somos capaces de tomar decisiones de políticas públicas mientras estemos informadas y tengamos tiempo y recursos para deliberar.
Los expertos son fundamentales, la cuestión es quién tiene acceso a los expertos. En un sorteo puede ser elegida cualquier persona, pero la idea es que tenga luego acceso directo a esos expertos. Y cuando hablamos de expertos no nos referimos solo a los académicos, como se entiende desde las élites, sino también a expertos de la sociedad civil, pues hay mucho conocimiento en la calle (sociedades de vecinos, ONG...). En la Convención Ciudadana por el Clima de Francia, los elegidos por sorteo estuvieron trabajando durante siete fines de semana con expertos para poder tomar decisiones.
Grupos de personas diversas en su manera de ver el mundo toman mejores decisiones que grupos homogéneos de expertos y expertas. Personas elegidas por sorteo que tienen acceso a conocimiento durante un tiempo determinado y que tienen acceso a técnicas de deliberación.
El sorteo es un buen sistema para afrontar tres tipos de cuestiones: las relacionadas con las propias reglas del sistema democrático, que no tienen que ver con el cambio climático, y luego las complejas donde hay controversia en la sociedad y las que son de largo plazo, donde entra de lleno el cambio climático. El sistema de partidos tiene sus periodos electorales que hacen muy difícil afrontar decisiones de muy largo plazo o cuestiones que supongan replantear de manera tan radical nuestra manera de vivir, de producir, de consumir… A menudo estas decisiones radicales son difíciles de tomar desde los partidos porque necesitan ser reelegidos. El sorteo sirve para resolver marrones de los Gobiernos para los que es difícil tomar decisiones.
El problema del cambio climático, por ejemplo, es tan grave que necesitamos añadir capas y esta capa de la ciudadanía es fundamental, porque ahora hay una separación entre todo lo que se ha producido de forma científica, la forma en la que se está gestionando desde la política y la ciudadanía. La asamblea ciudadana es un mecanismo esencial para abordar la crisis climática. Se ha visto muy bien en Francia, donde la Convención Ciudadana por el Clima ha generado un gran debate en la sociedad. Necesitamos estar todos en este barco y pensar colectivamente cómo afrontar este desafío.
El problema no son los políticos, las personas, sino el sistema de partidos, que fomenta esto. Primero porque el pensamiento político se crea dentro del partido, dentro de un grupo de personas que ya piensa como tú, con acceso a expertos que también piensan como tú. Y luego porque en el Parlamento la lógica de partidos hace que los debates estén hechos de antemano. Ahí no pasa nada, muchos políticos te lo dicen en privado. Es un desastre, no existe una deliberación, ni un debate de verdad.
Debatir es: yo te cuento algo y trato de convencerte, mientras la otra persona dice algo e intenta convencerme. Deliberar es que tenemos que dialogar para llegar a un acuerdo común.
Cuanto más se junta la gente con otros que piensan igual, más se polariza todo. El sorteo permite romper esto. Vivimos en silos, muy conectados con gente que piensa como nosotros: nuestros amigos, nuestra familia, nuestro entorno laboral, las redes sociales… y tenemos muy pocas oportunidades de hablar con personas que piensan diferente. Estas asambleas ciudadanas permiten llegar a posiciones mucho menos polarizadas. Hay dos grandes problemas ahora mismo en la política: la polarización y las fake news. El sorteo lucha contra la polarización por lo que acabo de decir y contra las fake news porque tienen un acceso directo al conocimiento, conocimiento científico y de la sociedad civil. Cuando decimos sorteo, esta es solo una parte de todo un mecanismo que tiene muchas piezas. Después del sorteo está la deliberación y luego está la rotación. Esto es muy importante porque con el sorteo siempre so mandatos cortos. En general son mandatos entre tres meses, un año, dos años como mucho. Y como son personas elegidas por sorteo, en principio no suelen tener vínculos con grupos de intereses, aunque también puede pasar. Pero es mucho más difícil que la corrupción pueda llegar a esas personas o que esas personas puedan tener la tentación de la corrupción.
Hay una crisis de confianza brutal en las instituciones y en la política, y esto lleva a pensar que lo que necesitamos son Gobiernos de expertos o líderes populistas. Nosotros pensamos que esa no es la vía. Hay que permitir que la ciudadanía participe en las grandes decisiones que tienen que ver con el futuro de la humanidad.
En la Atenas clásica el idiota era el que no se interesaba por la cosa pública y solo se interesaba por los intereses privados. Además, luego se ha producido una división en las tareas: unas personas se encargan de la acción política y los demás de otras cosas. Pero cada vez hay más gente que pone en cuestión esta división de tareas. Pensar en el mundo debería ser una tarea común.
Clemente Álvarez, entrevista a Arantxa Mendiharat: "La asamblea ciudadana es un mecanismo esencial para abordar la crisis climática", El País 12/10/2020
Esta pasada primavera, el Ateneo de Cáceres cumplió sus primeros veinte años. Es una pena que, por culpa de la pandemia, no se haya podido celebrar aún como corresponde. Mientras, ahí sigue, en el bellísimo palacio Camarena, junto a la Plaza Mayor, a disposición de quien quiera acercarse a sus cursos, talleres, exposiciones, conferencias y conciertos. ¿Habrá mejor celebración que esa? Porque no nos engañemos: un Ateneo en activo, en los tiempos que corren, no puede ser más que una maravillosa extravagancia.
Piénsenlo: en la era de la globalización, el individuo atomizado, la comunicación virtual, el consumo y el espectáculo, el escamoteo de lo político y lo público, la polarización artificiosa de las opiniones, y la sujeción de casi todo contenido cultural al mercado… ¿No es un milagro que los ciudadanos, ellos solos, se reúnan para hacer cosas en común (y no solo para consumir, rezar o mirarse ideológicamente el ombligo)? ¿No es extraño un sitio donde la cultura vaya por libre, fuera del tiesto administrativo, el circuito mercantil o la catequesis política o religiosa? ¿Para qué sirve esa antigualla casi decimonónica? ¿Qué diablos pinta un ateneo, hoy, en mitad de la ciudad?...
Una respuesta breve, pero sustanciosa, es que un ateneo, precisamente un ateneo, es la razón misma de ser de una ciudad; esto es, de aquel lugar que los filósofos clásicos consideraban la comunidad humana perfecta.
La razón de esto último es que la ciudad, con su asamblea y su ágora, representaba, decían estos filósofos, el marco idóneo en que desenvolver la naturaleza moral y racional del ser humano. Así, nada mejor que la actividad política en la Asamblea – decía Aristóteles – para poner a prueba y forjar el temple moral de un hombre, y nada más propicio al entendimiento que dialogar todo el día en la plaza – como hacía Sócrates – acerca del ser de las cosas, la verdad, el bien o la belleza.
Pero esto ocurría en la “polis”, un tanto idealizada, de los filósofos griegos. En nuestras modernas ciudades ya no hay asambleas, ni apenas ágoras. Trasladadas sus funciones políticas a la corte de políticos profesionales que son los parlamentos, y encerrada su vida intelectual en las instituciones académicas, ¿qué espacios quedan hoy en la ciudad para que los ciudadanos puedan ejercer sus virtudes públicas y desplegar su inquietud filosófica en la experiencia común del diálogo?
Tiempo ha, los ateneos, al igual que otras iniciativas cívicas, como las universidades populares o algunas sociedades científicas, suplían parcialmente el lugar que la asamblea y el ágora tenían en la “polis” de los filósofos. Allí se reunían los ciudadanos para cultivar las virtudes éticas e intelectuales (el diálogo, la racionalidad, la tolerancia, la honestidad, la generosidad, la moderación, la igualdad, la ecuanimidad…) sin las que no es posible ser persona ni alcanzar ese grado de “amistad cívica” que exige una sociedad civilizada.
¿Mas que queda de todo eso? Ateneos y centros verdaderamente cívicos – al margen de la Administración o los cenáculos ideológicos – sobreviven hoy como un archipiélago exótico y amenazado en mitad de nuestras furiosas urbes. Y, sin embargo, es ahora, cuando todas las fórmulas conocidas de comunidad (la familia, la vida rural, la propia ciudad, la nación) se desmoronan, cuando más necesarios son. Nada, ni los ritos democráticos, ni la sobreinformación y sobreconectividad mediática, ni la extensión de la educación superior (volcada hacia la especialización y la técnica), proporcionan hoy, ni de lejos, esa misma experiencia de desarrollo moral e intelectual.
Gracias, en fin, a los que, hace ya veinte años, rescataron del olvido al ateneo cacereño (cómo no mencionar aquí al filósofo Esteban Cortijo), y no menos a los que lo mantienen ejemplarmente vivo (Javier, Lola, Víctor, Antonio y tantos otros), abierto a todo y a todos, sin siglas ni apellidos, plural y repleto de esa inconmensurable energía moral e intelectual que le dan los ateneístas, es decir, los ciudadanos. Esperemos que, durante muchos más años sigáis ahí, en el corazón de la ciudad. A ver si entre todos logramos salvarla, y, así, salvarnos también a nosotros mismos.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura