22424 temas (22232 sin leer) en 44 canales
En el momento en que escribo esta opinión, en un contexto social, político y económico que corresponde a una “crisis pandémica”, puedo afirmar con aún más certeza que apoyarse completamente en la veracidad de unos hechos porque estos aparecen en los medios de comunicación es una intoxicación considerable.
Retomando el tema por excelencia, el Covid-19, podemos observar sin dificultad como la incitación a un miedo constante a través de medios de comunicación, especialmente televisivos, a resultado en un abastecimiento de supermercados, y lo que es curioso, en la casi desaparición del papel de higiénico, como si del fin del mundo se tratase.
¿Cómo hemos llegado a el punto de priorizar acumular papel higiénico en nuestras casas?
Creo que la respuesta es sencilla, sin ánimo de ofender, fijándonos en el rango de edad de compradores compulsivos que la misma televisión proyecta, digamos que no son una generación destacable por su destreza en la tecnología y por lo tanto sugiero que que la manera más común de adquirir información son los periódicos y telediarios, ambos monotemáticos sobre la pandemia.
Es totalmente necesario tomar medidas preventivas, pero el exceso de información sobre un virus con alrededor del 3,4% de mortalidad ha paralizado un cierto sector de la población en cuarentena – ya que aún hay partes del sector trabajador en continua exposición al contagio que las noticias prefieren no mostrar- que parece haber olvidado problemas externos al coronavirus como puede ser el caso de enfermedades infecciosas como la cólera, causante de tres pandemias distintas, que muestra un riesgo de mortalidad mucho mayor, comprobado por la misma Organización Mundial de la Salud (OMS).
Es obvio que una pandemia sin cura no va a generar calma, pero empiezo a sospechar de la honestidad de las noticias cuando estas muestran una gran admiración a la sanidad española, tratandoles de héroes, pero silencian a otros enfermos e incluso anuncian muertes por contagio que en ocasiones no mencionan que tal ciudadano ya lidiaba con otras complicaciones, por tal de lograr un buen titular.
Tomando medidas preventivas no es necesario inculcar la histeria. La atención continua al covid-19 invisibiliza otras enfermedades y ralentiza su tratamiento en caso de los no diagnosticados.
Creo que la cuestión no es si una obra vale el dinero que valga, sino cómo se llega a ese precio. Teniendo en cuenta que hay obras de valor incalculable (literalmente, un ejemplo es “La Gioconda”), ya que no hay nada que tenga el mismo valor que la obra para comparar y poner un precio. Además, muchas obras son del Estado, (el “Guernica”, una vez fue recuperado por el Estado Español ya muerto Franco, no se ha movido del Reina Sofía) por lo tanto, éstas son igualmente de un valor incalculable, se han hecho reproducciones para exponerlas en otros lugares de España, pero nunca ha salido del museo.
Sabiendo esto, llego a la siguiente conclusión: una obra de arte equivale al nivel de riqueza de una entidad (el Estado, un museo, una persona…), pero a la vez, la obra tiene un valor estético, histórico, sentimental, o ideológico. Ahora, la pregunta es: ¿Quién querría pagar tanto dinero por una obra de otra persona, si no dirige un museo?
La respuesta es obvia, las personas con mucho dinero.
Ahora voy a hablar del rol del artista, el artista es una persona que utiliza su intelecto, creatividad, y técnica para crear una obra de arte donde se vean reflejados sus pensamientos. En este caso podríamos decir que una obra es como un billete de metro, personal e intransferible. ¿Por qué importarían a alguien los pensamientos de, en este caso, Goya, que murió hace 300 años?
Goya es uno de los artistas más destacados de España, y poseer un cuadro suyo es símbolo de riqueza, pero es su obra, sus pensamientos, y, en mi opinión, una persona que quiera aprovecharse de los pensamientos de otra persona para enaltecer la suya es un ladrón, y una mente simple que no sabe pensar por sí misma teniéndose que apoyar en el artista.
Si viviésemos en una utopía, todo el mundo viviría según su ideal, y los artistas no tendrían que rebajarse a tener que contentar a un público que se aprovecha de ellos. Pero la cruda realidad es que tienen que ganar dinero para vivir, y una vez más, la clase alta somete a los demás por el simple hecho de tener más dinero, y se aprovecha de su mayor capacidad intelectual.