El profesor Howard Zinn, universitario y activista del Movimiento por los Derechos Civiles, ha escrito un libro fundamental,
La otra historia de los Estados Unidos. En él nos explica cómo, antes de que llegaran los esclavos negros, la gran población sometida a un régimen similar al esclavismo eran los ingleses e irlandeses pobres. En el discurso oficial, expresidiarios enviados a la colonia de Reino Unido para librarse de ellos. En la obra de Zinn, muchachos, mujeres y hombres que eran cazados, literalmente, en sus países de origen, y encarcelados en barcos que hacían la ruta hacia la coste este de la por entonces colonia inglesa. Una vez allí se los convertía en mano de obra esclava de los grandes terratenientes ingleses. Las razones que se les daban para ello suenan sospechosamente contemporáneas. Tenían que pagar el traslado a América que no habían pedido, como ahora los emigrantes a las mafias de trata de personas. Como no eran obreros cualificados, ni tenían nada más que aportar más que su trabajo, se les obligaba a aceptar el que les dieran. Aunque no les permitiera comer lo suficiente ni vestirse adecuadamente. Como a los parados de la Norteamérica de hoy. Y por último, dado que en Inglaterra habían sido calificados como sujetos peligrosos socialmente, debían someterse al régimen de dependencia de un terrateniente que «los controlara». Por su biografía, Zinn podría ser un
redneck, y Jim Goad solo un blanco de clase media, pero adopta el estereotipo para su ensayo, y lo hace de forma tan lúcida como el catedrático. Añadiendo ideas tan rasposas como un buen
whisky casero de fabricación clandestina. Su libro,
Manifiesto Redneck, tiene una reciente y portentosa publicación en castellano a cargo de
la editorial española Dirty Works. Eruditamente anotada, además, para los ajenos a este fenómeno social. En ella leemos cómo Goad arremete contra el prejuicio que nos ha hecho imaginar a los
rednecks como a los hermanos protagonistas de
La Matanza de Texas. Aunque el autor no cita este largometraje, más conocido por los no estadounidenses, se refiere en cambio a
Deliverance, película de 1972 elevada hoy a los clásicos del cine. Sus protagonistas son cuatro blancos urbanos de clase media que emprenden un viaje de aventura en piragua por la naturaleza salvaje. Allí serán sodomizados, perseguidos y tiroteados por los
rednecks. Blancos violadores, armados y violentos, peores que el coco. Es más o menos como la clase blanca estadounidense ve a los blancos pobres, rurales, y/o habitantes del sur. Goad denuncia el patrón de esa narrativa: el
redneck asesina y viola sin motivo porque es parte de su naturaleza. Pero el
Manifiesto Redneck fue publicado en 1997, y su narración podría haberse quedado trasnochada. Para nada. Hay alguien que ha traído a los
rednecks de vuelta a la portada, y ese es Donald Trump. Tanto Jim Goad como Howard Zinn analizan en profundidad la razón de que la historia estadounidense mantenga una gran clase pobre y blanca permanentemente fuera del bienestar económico. A los descendientes de ingleses e irlandeses emigrados a la fuerza no les fue bien al ser liberados, con la Declaración de Independencia, de sus patrones. Fueron convertidos en ciudadanos estadounidenses, con pleno derecho… a no tener trabajo. Fueron sustituidos por los esclavos negros, que no tendrían plenos derechos hasta 1963. Su segregación es bien conocida, no así la de las clases blancas desfavorecidas, como explica Goad. Sistemáticamente, la crisis de 1929, la expropiación de granjas en la década de 1950, y la guerra de Vietnam va hundiendo en la miseria a los
hillbillies. Sus hijos y nietos han visto ahora desaparecer el poco bienestar alcanzado tras la Segunda Guerra Mundial una vez desatada la crisis del 2008. Aquí es donde entró en juego el «America First», o los americanos primero, el lema de campaña de Trump. O en oídos de un
redneck, «Por fin nosotros».
Martín Sacristán,
De rednecks, pobres y votantes de Trump, jot down 19/05/2018
[www.jotdown.es]