Hayek ofrece una imagen del mercado muy poderosa al equipararlo con un gigantesco y anónimo procesador de información. Como toda idea genial, ésta parece absurda a primera vista y obvia al reconsiderarla.
Escribo estas líneas en un MacBook Pro que, a pesar de su edad y mis propósitos de reemplazarlo cuanto antes, sigue cumpliendo leal con mis caprichos. Tomando en cuenta calidad, precio, diseño, éste es el mío. No voy a ponerme aquí a criticar a quienes prefieran otro tipo de ordenador. Si alguien prefiere otro, perfecto. Pero éste es el mío. ¿Cómo llegó a mí? Ninguna agencia central de planificación dio la orden de que me lo enviaran. Mucho menos se iba a tomar la molestia de diseñarlo de la manera que a mí me gusta. Fue el mercado el que, gracias a la competencia entre agentes económicos dedicados a maximizar su beneficio, logró que en California se hicieran las innovaciones que tanto valoro y que ese diseño fuera enviado a China donde se podía producir al precio que yo podía pagar. Si el diseño del ordenador no fuera aceptable para suficientes posibles compradores, ya habría sido necesario descontinuarlo o incluso nunca se hubiera fabricado. El sistema de precios, el libre juego de oferta y demanda hizo posible que, sin que nadie se lo propusiera, la información sobre mis gustos y los de tantos otros consumidores fuera transmitida a California y de allí a China. El mismo sistema de precios logró que mi ordenador llegara a la tienda donde lo compré (en Bogotá), a miles de kilómetros de distancia de donde se fabricó. No tuve que esperar meses para que me lo entregaran, ni tampoco se habían apilado millares de ordenadores sin comprador en alguna tienda de un pueblo perdido del sureste colombiano.
Se trata de un pequeño prodigio cotidiano que cada uno de nosotros puede multiplicar miles de veces.
Hayek tuvo la brillantez de reflexionar en este punto que para muchos es trivial y sacar de allí una conclusión muy poderosa: el mercado es, en esencia, un mecanismo para diseminar, agregar y utilizar de manera eficiente la información dispersa a todo lo largo y ancho de una sociedad infinitamente compleja.
A veces las ideas más influyentes son aquellas que yacen enterradas en el fondo de nuestros aparatos conceptuales, tan hondo que ni siquiera nos detenemos a revisarlas. En todos los debates mediáticos sobre el capitalismo rara vez se menciona este atisbo de
Hayek. Pero es que su mayor efecto ha sido su capacidad de silenciar. Cada vez que alguien afirma que no hay alternativa al fundamentalismo de mercado, está rindiéndole tributo a
Hayek, así no lo sepa porque, en el fondo, lo que está diciendo es que no existe ningún mecanismo que sea capaz de cumplir de manera medianamente satisfactoria las tareas descomunales que el mercado cumple sin generar ruido.
Pero detengámonos un momento y volvamos al título del texto. ¿Qué hace allí la palabra “conocimiento”? Pocos economistas la usan hoy en día y más bien prefieren hablar de “información”, como yo mismo lo he hecho en los párrafos anteriores. De hecho, suena un poco raro decir que los datos sobre mis gustos respecto al MacBook. Pero son “conocimiento.” Sin duda es más adecuado llamarlos “información”. Intuitivamente, “conocimiento” e “información” son dos cosas distintas.
Luis Fernando Medina Sierra,
El uso del conocimiento en la sociedad: materiales para una utopía, ctxt 12/06/2019
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