Alcibíades, como regla de prudencia, cuando quiere ocuparse de sí mismo, debe de comenzar en primer lugar por preguntarse ¿quién soy? A continuación, el conocimiento de sí mismo como regla metodológica le llevará a preguntarse: ¿a qué uno mismo se refiere la preocupación por uno mismo? Por último, esta referencia se manifiesta con toda claridad: el cuidado de uno mismo debe de consistir en el conocimiento de uno mismo (tal es la respuesta a la cuestión: ¿en qué consiste el cuidado de uno mismo?).
Se puede afirmar que, desde el momento en que se abrió el espacio del cuidado de uno mismo, y tan pronto como el uno mismo fue definido como el alma, todo este nuevo espacio abierto se vio recubierto por el principio del conócete a ti mismo. Se trata de un golpe de mano del gnothi seauton en el espacio abierto por el cuidado de uno mismo. Se produce un encabalgamiento dinámico, una atracción recíproca entre el conocimiento de uno mismo y el cuidado de uno mismo; ninguno de estos dos elementos debe de ser relegado en beneficio del otro. Ocuparse de uno mismo significa conocerse. ¿Cómo puede uno conocerse a sí mismo? ¿En qué consiste el conocimiento de uno mismo? Disponemos del principio según el cual para ocuparse de uno mismo es necesario conocerse a sí mismo. Para conocerse a uno mismo hay que contemplarse en un elemento que es el equivalente del uno mismo; hay que contemplarse en ese elemento que es el principio propio del saber y del conocimiento, es decir, el elemento divino. Por tanto, es preciso contemplarse en el elemento divino para conocerse a uno mismo; hay que conocer lo divino para conocerse a sí mismo.
El proceso del conocimiento de uno mismo conduce a la sabiduría. A partir de este movimiento el alma se verá dotada de sabiduría, podrá distinguir lo verdadero de lo falso, sabrá cómo hay que comportarse correctamente, y de esta forma estará capacitada para gobernar. Ocuparse de uno mismo y ocuparse de la justicia viene a ser lo mismo. Existe una triple relación entre el cuidado de uno mismo y la acción política, pedagógica y erótica.
1-Ocuparse de uno mismo es un privilegio de los gobernantes pero también un imperativo. La obligación de la preocupación por uno mismo se ve, sin embargo, ampliada en el sentido de que es válida para todos los hombres, aunque con las siguientes reservas: a) no se dice ocúpate de ti mismo más que a aquellas personas que tienen capacidad cultural, económica y social: la élite cultivada (separación de hecho); b) no se dice ocúpate de ti mismo más que a las personas que pueden distinguirse de la muchedumbre, de la masa, ya que la preocupación por uno mismo no tiene lugar en la práctica cotidiana sino que es propia de una élite moral (separación impuesta).
2-La pedagogía es insuficiente. Es preciso ocuparse de uno mismo hasta en el menor detalle y esto no lo puede garantizar la pedagogía; hay que ocuparse de uno mismo durante toda la vida (desarrollo de la madurez). Los jóvenes deben de prepararse para la edad madura, pero los adultos deben de prepararse para la vejez que es el equivalente de la coronación de la vida.
3-La erótica de los jóvenes tenderá a desaparecer.
Estos tres aspectos serán objeto de variaciones permanentes, variaciones que van a dar lugar a la historia post-platónica de la ocupación por uno mismo. Alcibíades representa la solución propiamente platónica del problema, su forma estrictamente platónica, y no la historia general del cuidado de uno mismo.
Lo que va a caracterizar el cuidado de uno mismo en la tradición platónica y neoplatónica es, por una parte, que la preocupación por uno mismo encuentra su forma y su perfeccionamiento en el conocimiento de uno mismo en tanto que forma si no única al menos absolutamente soberana del cuidado de uno mismo; y, en segundo lugar, está el hecho de que este conocimiento de uno mismo en tanto que expresión máxima y soberana de sí mismo da acceso a la verdad y a la verdad en general; en fm, en tercer y último lugar está el hecho de que el acceso a la verdad permite al mismo tiempo conocer lo que debe de existir de divino en cada uno. Conocerse, conocer lo divino, reconocer lo divino en uno mismo, es, me parece, algo fundamental de la forma platónica y neoplatónica del cuidado de sí. Esta condición de la relación a uno mismo y a lo divino, de la relación a sí mismo como algo divino y de la relación a lo divino a través de uno mismo es, para el platonismo, una de las condiciones de acceso a la verdad.
El cuidado de uno mismo como medicina del alma
La práctica de uno para consigo mismo: va desde la ignorancia (como marco de referencia) a la crítica (de uno mismo, de los otros, del mundo, etc.). La instrucción es la armadura del individuo frente a los acontecimientos. La práctica de uno mismo ya no se impone simplemente sobre un fondo de ignorancia (Alcibíades), de ignorancia que se ignora a sí misma; la práctica de uno mismo se impone sobre un fondo de error, sobre un fondo de malos hábitos, sobre un fondo de deformaciones y de dependencias establecidas y solidificadas de las que es preciso desembarazarse. Más que de la formación de un saber, se trata de algo que tiene que ver con la corrección, con la liberación que da la formación de un saber. Es precisamente en este eje en el que se va a desarrollar la práctica de uno mismo, lo que constituye algo evidentemente capital. Uno siempre está a tiempo de corregirse, incluso si no lo hizo en su época de juventud. Siempre existen medios para volver al buen camino, incluso si ya estamos endurecidos; siempre puede uno corregirse para llegar a convertirse en lo que se habría debido ser y no se ha sido nunca. Convertirse en algo que nunca se ha sido tal es, me parece, uno de los elementos y uno de los temas fundamentales de esta práctica de uno sobre sí mismo.
La primera consecuencia del desplazamiento cronológico del cuidado de uno mismo —desde finales de la adolescencia a la edad adulta— es por tanto esta crítica de la práctica de uno mismo. La segunda consecuencia va a ser una aproximación muy clara y muy marcada entre la práctica de uno mismo y la medicina. La práctica de uno mismo es concebida como un acto médico, como algo terapéutico. Los terapeutas se sitúan en la intersección entre el cuidado del ser y el cuidado del alma. Se produce aquí una correlación cada vez mas marcada entre filosofía y medicina, entre práctica del alma y práctica del cuerpo (Epicteto consideraba a su escuela filosófica como un hospital del alma).
Michel Foucault, ¿Cómo puede uno conocerse a sí mismo?, bloghemia.com 11/06/2024