Ana Frank revivía estos días en los telediarios y su fotografía paseaba por revistas y diarios. Se recordaba así el setenta aniversario de su muerte. En una conversación informal con dos compañeros, hablábamos de su padre como único superviviente y, por tanto, propietario del “legado”, valga la expresión, de Ana Frank. Suena paradójico, pero en este caso fue el padre quien heredó de la hija. No sólo un diario, sino también una carga simbólica llamada a perdurar durante siglos. Si nos fijamos en lo económico, se podría decir que Otto pudo vivir de las ganancias del diario, y que su “oficio” consistió en divulgar el diario y mantener viva la llama de su mensaje. Uno de esos casos en los que la historia te otorga un lugar que seguramente no quieras ocupar, pero del cual tampoco puedes escapar. Así que tras sobrevivir al holocausto y al descubrirse el diario escrito por su hija, no le quedaba otra que comprometerse activamente en la defensa de su causa. Una lucha ya no física, pero sí contra la desmemoria, la manipulación y el olvido. La verdad de Ana, y la de tantas y tantas víctimas del holocausto, debía seguir viva, ya que sus portadores jamás podrían disfrutar de una vida en la que realizarse como seres humanos. En esto consistió la vida de Otto Frank: en el ser el portavoz de Ana, su hija muerta.
Todo suena bastante razonable hasta que se empieza a indagar un poco. No hace falta descender a las profundidades de la red: resulta que a poco que se busca, se da uno de bruces con un libro publicado en 2002. Sin necesidad de leerlo, encontramos una pequeña reseña de la historia: el secreto nazi de Otto Frank. Parece ser que Otto Frank podría haber sacado cierto beneficio económico a raíz de negocios diversos con los nazis. Incluso que él mismo, en su empresa, habría aplicado criterios nazis como el despido de los judíos. Y parece ser que podría haber conocido el nombre de su delator. Un tal Tonny Ahlers, que murió ya de anciano sin que jamás Otto diera su nombre en público. El motivo fundamental no es difícil de deducir: si él descubría a su delator, era más que probable que este a su vez diera detalles a la opinión pública sobre las actitudes colaboracionistas del padre de Ana Frank. La historia parece sacada de un guión de película, y es tarea de los historiadores el aclarar si ese “lado oculto” en la vida de Otto Frank fue real, o simplemente una hipótesis alentada por otros intereses ocultos. Pero el caso es que ya aparece, como tantas otras veces, una cierta sospecha sobre si figura. En lo filosófico, podríamos hablar de Hannah Arendt, de la banalidad del mal, y de sus famoso reporte del juicio a Eichman, en la que de forma directa acusó al propio pueblo judío de actitudes condescendientes e incluso de respaldo del nazismo en sus primeras fases. Pero hoy quisiera plantear otra pregunta: si esta investigación sobre Otto Frank fuera verdad, ¿conviene darla a la luz?
La pregunta puede parecer escandalosa. Sin embargo, la cuestión es que Otto Frank se empeñó en que el diario de su hija alcanzara la máxima difusión. Se convirtió en un símbolo vivo del holocausto y en un firme defensor de los derechos humanos. El diario escrito durante la ocupación es leído y releído en las escuelas, y sirve como un testimonio de lo que significó el nazismo para millones de familias. sacar a la luz la “verdadera” historia de Otto, si es que lo es, implica arrojar una duda más que razonable sobre buena parte de su causa. Y lo mismo se podría decir respecto a otros muchos casos: ¿Estaba convencido Malcom X de la superioridad negra? ¿Hay referencias racistas en el mensaje del Che Guevara? ¿Es censurable cierta parte de la vida de Gandhi? ¿Es verdad que la madre Teresa de Calcula financiaba parte de sus proyectos con dinero procedente del tráfico de armas o de drogas? Todas estas, y muchos otros ejemplos que se podrían poner nos recuerdan que los iconos morales son también “humanos, demasiado humanos”. Y que si nos podemos a buscar, quizás encontremos en cualquier persona una actitud censurable, sea en su vida pública o privada. ¿Es preferible entonces que el afán de verdad prevalezca sobre estos “buenos ejemplos” que sirven en algunos casos para justificar causas moralmente justificables? A veces toca elegir, entre verdad y moral. Y no sé si es moral quedarse con la mentira. Pero en el polo opuesto, puede que terminemos destruyendo la ejemplaridad moral, un concepto que está ganando adeptos en los últimos tiempos, si nos dejamos llevar solamente por el afán de verdad. Queda entonces la duda de qué es más inmoral o desesperanzador: vivir fingiendo que existen modelos a seguir, o ser consciente que incluso estos modelos han actuado en alguna ocasión de forma reprobable.