Pasadas las elecciones andaluzas, ha llegado el momento de hablar de la campaña. Principalmente por no haber llegado a tiempo en su momento, pero también en previsión de que el argumentario va a ser bastante similar en cada comunidad autónoma y municipio. O nos tapamos los oídos, o nos tocará escuchar unas ideas, repetidas una y otra vez para las múltiples elecciones que nos esperan. Todas ellas, nos dicen, decisivas y trascendentes para nuestro país. Algo que no termina uno de creerse, principalmente por lo que querría comentar hoy: la estrategia de echar balones fuera y culpar a los demás de algo. Avestruces que somos y no queremos ver lo que nos toca, lo que nos viene por delante. En esto de la organización política ocurre de un modo paradigmático: lo más fácil es arrogarse el mérito de los logros, si es que los hay, y endosar todo lo que sale mal al adversario político. El mecanismo psicológico ocurre ya en el propio individuo: todos estamos orgullosos de lo que hacemos bien, y somos capaces de explicar qué causas, ajenas a nosotros, están en el origen del fracaso. El problema de esto es ponerlo en práctica cuando se están ocupando cargos de responsabilidad política. Ahí es precisamente cuando se levantan sospechas: o no estás haciendo nada, o tienes que asumir aquello en lo que la has pifiado.
Repasemos entonces lo que hace unos días nos contaba el PSOE: había que seguir confiando en sus siglas, porque el PP había traído la ruina a Andalucía. Las políticas de austeridad del gobierno central han supuesto, se nos dice, un estrangulamiento para el gobierno andaluz, que se ha visto incapacitado para llevar a cabo sus políticas. Así que el partido que lleva gobernando en Andalucía desde el inicio de la democracia culpa al partido con mayoría en el gobierno central de todos los problemas de los andaluces. Pero tampoco ha de entenderse esto como una defensa del PP. Sus argumentos no eran mucho más sofisticados: “nosotros”, han dicho, vamos a sacar a Andalucía de la miseria del paro, de la cual es responsable el gobierno autonómico. Y lo dice un partido que tiene mayoría absoluta en el gobierno central, en muchas comunidades autónomas y en una parte considerable de los municipios. ¿Quién es entonces responsable de los problemas de los andaluces, el gobierno central o el autonómico? Lo que es inaceptable es que ambos se echen la culpa mutuamente y es algo que viene soportado por una estructura política que seguramente sea ineficaz: entre otros motivos porque es difícil, si no imposible, determinar qué parte de responsabilidad tienen en los índices de bienestar y desarrollo social y económico el gobierno municipal, autonómico y nacional. Todos ellos, nuestros políticos, dispuestos a acudir con la mejor de sus sonrisas a cuantas inauguraciones haya, pues lo importante es cortar la cinta con la tijera y salir en los medios de comunicación. Haciendo que se hace es como se vende la política.
La cuestión de fondo es la inutilidad de ciertas estructuras políticas. Si un gobierno autonómico puede culpar al central de todos sus males y a su vez el gobierno central puede despacharse con las mismas, uno de los dos gobiernos sobra. Y si, en último término, cualquier gobierno puede señalar a Bruselas como origen de medidas dolorosas o de problemas estructurales que se perpetúan en el tiempo, eso significa que da igual votar a unos o a otros y que, en última instancia la pérdida de soberanía que fue consecuencia de la integración europea ha convertido la política en una actividad meramente teatral. Estética pura. Aparentar conflictos que no son reales, pues no hay margen de maniobra, ni serían muy distintas las políticas implementadas por unos y otros. Si entre Bruselas y las grandes empresas multinacionales se reparten el bacalao, no sé si tiene mucho sentido asistir al espectáculo pseudodialéctico de la campaña electoral, al enfrentamiento entre agrupaciones y todo el circo político que nos espera en los próximos meses. Y todo ello sin olvidar el problema de fondo: mientras los grandes partidos juegan a pasarse la pelota y a culparse mutuamente del desastre, hay un pueblo que vive en condiciones indignas, y un cúmulo de esperanzas que se van desvaneciendo en cada ciclo electoral. Porque a fin de cuentas, los que han votado ayer esperan algo del futuro. Y seguramente, la próxima campaña electoral autonómica en Andalucía, vaya a emplear argumentos muy similares a los que ya hemos escuchado. ¿Quién asume y dónde está auténticamente la responsabilidad política? Mientras no resolvamos esta cuestión, las elecciones seguirán siendo pantomimas y caciquiles juegos de poder.