¿Por qué me cae tan bien Javier Sánchez Menéndez?
Me acabo de hacer esta pregunta y acabo de descubrir también que no tengo ninguna respuesta convincente.
Esto por una parte me intriga y por otra, paradójicamente, me tranquiliza.
Me intriga porque llevo un tiempo descubriendo una y otra vez que no soy capaz de fundamentar teóricamente las cosas más importantes de mi vida, como, por ejemplo, buena parte de mis convicciones, buena parte de mis filias y casi todas mis fobias.
Me tranquiliza porque lo anterior significa que hay certezas en el mundo de la vida que se deshilachan y desmoronan en cuanto las sacas de su ecosistema vital y las llevas al mundo sin aire de la teoría.
Tengo claro que es más importante amarse que entenderse. Algo semejante se puede decir de la amistad. Es mucho más importante disfrutar de la amistad en el mundo de la vida que tener claro qué es la amistad en el mundo de la teoría. Precisamente por eso, la vida no cabe en ningún plan previo de la vida. Ocurre justamente lo contrario: es la vida la que va abriendo los cauces por donde circula posteriormente el sentido de lo vivido como rememoración esquemática del pasado. No es la lógica la que establece los significados de las cosas. No puede serlo, porque la vida revienta por todas las costuras que la lógica intenta mantener intactas.
Cuando creemos estar proyectando un camino, estamos imaginando las proyecciones posibles del camino ya trazado.
Digo todo esto porque hoy me han llegado los dos últimos libros de Javier.
De hecho me han llegado tres libros, pero uno de ellos es
La educación nacional de Vázquez de Mella, que no cuenta, aunque Vázquez de Mella también es un buen amigo, pero de otro tipo. ¿Cómo no podría ser mi amigo alguien que escribe cosas como ésta: “La revolución hace astillas los tronos que tratan de salvarse ofreciéndola, a cambio de su benevolencia, fragmentos de altar.”
Vamos con Javier.
La alegría de lo imperfecto ha constituido para mi una sorpresa, porque es un libro de aforismos con un título cuyo sentido sé que compartimos íntimamente Javier y yo. ¿Cómo no voy a ser amigo de quien proclama que “la auténtica belleza suele ser la alegría de lo imperfecto”? Este libro no es un ramo de flores de temporada, sino el residuo que han dejado en el alma de Javier muchas cosas rumiadas. En cada aforismo hay más destellos que palabras.
El baile del diablo está aquí al lado, llamándome a su lectura… En realidad lo he abierto, pero lo he cerrado inmediatamente, tras leer uno de sus poemas, el titulado “Recibo en lencería”:
¿Y sigues preguntando
si lo que escribo son versos
o epitafios?
Relájate, respira,
bebe un sorbo de alcohol,
mira mi cuerpo.
¿Me amas
o es miseria?
He tenido que dejarlo porque esta madrugada andaba yo encontrando la relación etimológica que une la negligencia con la lencería para prepararme una lección de final de curso que tengo previsto dar en el bienaventurado pueblo de La Gleva y he hallado el nexo que comunica los sentidos de ambas con el de religión, si es cierto que esta última palabra viene de “religens”, lo opuesto de “negligens”.
Añadan "negligé"
¿A dónde nos lleva todo esto?
No lo sé… ¿Lo saben acaso las palabras que nos arrastran?
Sólo las palabras saben algo certero sobre la vida. Por eso no paramos de exprimirlas en busca de sus jugos escondidos. Este es el arte en el que Javier es maestro.